¿A qué le debo dar importancia y a qué se la doy?
Mírate en los demás.
Entonces, ¿a quién puedes dañar?
¿qué puede dañarte? Proverbio budista.
Pues probablemente andemos equivocados dándole importancia a lo que no tiene importancia y olvidando lo importante. Le damos importancia a lo transitorio, a lo que es mera apariencia, a lo que no es más que una marca en la arena. Le damos importancia al dinero, a la fama, al tener todo tipo de “bienes” de consumo que nos consumen, a cómo vestir, a nuestro equipo de futbol, al futuro de nuestros hijos (que no es que queramos que sea el mejor, sino que queremos controlar), al trabajo, a los conflictos en el trabajo, a lo que dicen de nosotros, a lo que piensan de nosotros…En definitiva, a lo meramente caduco, aparente y egótico. Todos estos problemas son pseudoproblemas. Problemas del ego que nos distraen de lo verdaderamente importante, el ser, nuestra conciencia, lo imperecedero. Y, mientras nos ocupamos de esos problemas alimentamos nuestro ego, que es nuestro no yo, lo que realmente no somos, lo que somos en apariencia. Y ese es el entretenimiento de nuestra vida, el pasar de los días, entre la angustia, el desasosiego, la frustración, la disputa, los juicios sobre los demás. Entretenidos en hablar de la gente. Y, cuando estamos solos nuestro ego lanzando juicios sobre los demás, sintiéndose víctima de todo el mundo y creyendo que los responsables de los males de uno son los demás y el mundo en general. Triste existencia. Una existencia sumida en la lucha, el sufrimiento, el deseo, el conflicto, la ira, la rabia y el miedo. el miedo a perder lo que se cree que se tiene, porque en realidad no tenemos nada. En todo caso las cosas nos tienen a nosotros prisioneros de sus garras. El miedo a perder lo más querido: el amor, los hijos…cuando realmente no poseemos nada. Ese es el problema el yo, el ego, siempre es egoísta. No sabe amar. Su amor es posesión. De ahí los temibles celos que corroen el alma e, incluso, llevan al asesinato. El miedo a perder la salud, cuando realmente, si tienes miedo, ya estás enfermo y enfermarás más y el miedo a la muerte, a la nada. Pero es el ego, eso yo falso, construido de vivencias que no existen pero nos condicionan desde su no existencia. Nos hacen ser lo que no somos. Y eso son las creencias. El ego es una falsa creencia que crea el cuerpo para sobrevivir. Hablando más científicamente, una fabulación del cerebro encaminada a la supervivencia del homo sapiens. Pero este ego ha funcionado en lo que a la subsistencia se refiere. Pero nos ha tendido un velo de maya que no nos deja ver más que a través de él y nos ha traído el deseo, una máquina de sufrimiento. Y el egoísmo, un sentimiento que nos atrapa en la soledad.
Pero nos olvidamos, de lo que nunca pasa y está en silencio en nuestro interior. Nos olvidamos de nuestra conciencia que es nuestro ser escondido. Conciencia plena que no juzga y es inalterable, a la que nada le puede afectar, porque está por encima del bien y del mal, ya que está por encima de las percepciones pasajeras y mudables. Y las percepciones y lo que pensamos son los que crean el bien y el mal. Sino pensamos desde el odio, no hay mal. Sino pensamos desde la dualidad y el enfrentamiento no hay mal, mi conciencia no puede resultar afectada y es donde debo de instalarme, como observador desde el vacío. Porque la conciencia plena es la vacuidad. Es la conciencia de la apariencia del ego, del no ser. Sentir la presencia de la vacuidad y sentir compasión por el que sufre son las puertas hacia la sabiduría. Y creo que es a esto a lo que le debemos dar importancia.
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