¿Es posible la justificación ética de la violencia, incluso en legítima defensa?
“La decepción procede de un error de percepción. Si cambias la percepción, no hay decepción.”
Cómo no se va a sentir dolor por la víctima y la máxima compasión. Si no es el caso sería uno un psicópata. No es eso. Y no estoy con los dominantes, siempre he estado al lado del débil. Y el débil en este caso es la mujer. Y en la sociedad, las mujeres en general, y los inmigrantes, y los pobres…pero no es eso lo que yo digo. Es que no puede justificarse éticamente, aunque legalmente pueda tener atenuantes, el hecho de utilizar la violencia contra la violencia. La defensa personal es un concepto ambiguo. Por ejemplo, las artes marciales orientales, no se inventaron para agredir, ni dañar, sino para la defensa personal, sin agredir, sólo para persuadir. Los mismos monjes taoístas y budistas, absolutamente pacifistas, fueron sus inventores. Y el principio que las rige es el de la utilización de la fuerza, la violencia del contrario para que se vuelva contra él sin dañarlo. Claro, al llegar a occidente se cambió la visión, se convirtieron en artes ofensivas y en competición. Hasta el yoga se ha vuelto competitivo. Nuestra cultura nos ha destrozado a nosotros y a la ecosfera. Precisamente por el afán de dominio y de violencia. Dominio y violencia había en el hombre (más que en la mujer, por su puesto, pero el hombre es una víctima también de la cultura, como la mujer, claro), y dominio y violencia hay también en la mujer. Lo que yo propongo es volver a un paradigma ético creado hace 1.500 años y que haría las relaciones más sanas. No hay que irse a estos casos límites. En nuestras relaciones existe la ira, el enfado, el miedo, los celos, el rencor. Todo procede de nuestro miedo. y frente al miedo solo queda la compasión y la autocompasión. De lo contrario nos rompemos por dentro: estamos angustiados, estresados, no somos felices, queremos más, estamos insatisfechos. Sin embargo, lo que yo propongo, insisto, que es muy antiguo, es el bienestar, la felicidad. Pero, para eso, hay que empezar por conocerse a sí mismo, que es lo que decía Sócrates. Por qué me irrita tal persona, por qué tal opinión me irrita y no la comprendo, por qué no soporto a fulanito, por qué tengo prisas, por qué me agobia tal problema. Por qué los malos son siempre los otros, es que no hay ningún mal en mí.
Un violento samurái entró en un monasterio budista y preguntó por el monje más sabio. Lo llevaron ante un monje que se encontraba meditando y el samurái le preguntó que le dijera qué es el cielo y qué es el infierno o lo mataba. El monje guardó silencio en actitud meditativa, el samurái volvió a preguntar, más irritado, el monje permaneció en silencia por tercera vez preguntó el guerrero y sacó su espada, al ver esto el monje dijo: eso es el infierno, el samurái, perplejo, guardó su espada y el monje dijo: y eso es el cielo.
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