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Filosofía desde la trinchera

La educación como vuelta al Ser.

Nos encontramos en una encrucijada civilizatoria y, como tal, exige un cambio paradigmático. Más que un cambio es una transformación una revolución de todas las estructuras sociales. Desde mi punto de vista esta transformación tiene que tener una dirección y un sentido. Y yo creo que es la vuelta al Ser, la eliminación de la dualidad y el reconocimiento de que somos Uno. Esto en lo que se refiere a todos los ámbitos, la estructura misma de la sociedad y los individuos. Pero en esta ocasión vamos a hablar someramente de educación. No se trata de hacer una crítica a la situación actual, éstas ya se hicieron en su momento. Ahora, una vez demolido lo viejo, al menos en el sentido teórico, hay que volver a la construcción. El león, siguiendo a Nietzsche, se transforma en niño. Y, justamente ese es el sentido de la nueva sociedad, la creatividad. Pero ésta ha de aprenderse en la escuela o, dirigirse, porque todos tenemos más o menos creatividad. Además de que la creatividad se dirige a muchos ámbitos múltiples y diversos.

Pues son estos principios los que debemos aplicar a la educación. Pero, para eso, debemos de corregir una serie de conceptos que se usan tanto teórica, como prácticamente, de forma errónea. Estos conceptos son los de educar, aprender, aprehender, conocimiento e información y sabiduría. Para empezar lo que yo propongo es que el objetivo de la educación y de la enseñanza es conseguir formar a hombres sabios. Ése es el fin último de la educación. Y es un fin en sí mismo que conlleva, por ello, la libertad y autonomía del alumno que ha de ir siendo fomentada y acompañada desde el principio hasta el final. No se confunda la libertad y la autonomía con dejar al alumno hacer lo que quiera, la disciplina, en el sentido de guiar, es imprescindible. Guiar es llevar por el buen camino, advertir de los senderos y atajos que no llevan a ningún sitio. No tiene nada que ver con la fuerza, sí con la autoridad moral e intelectual del profesor. Por eso, antes de nada, el profesor ha de ser preparado como un sabio. Advierto que algunos pueden empezar a ver esto como una utopía. Pues no lo es, lo que sucede es que la educación y enseñanza que yo propongo va unida al cambio de paradigma que ha empezado y durará décadas si se puede llegar a realizar, porque, la verdad, tenemos serios peligros de autodestrucción.

Bien, pues educar es guiar, llevar de la mano, pero teniendo en el horizonte la autonomía. El niño no aprende sino hace las cosas sólo, si no se equivoca. Ahora bien, no estoy hablando sólo de aprender y de aprender lo de siempre, sino que estoy hablando de aprehender y en todos los ámbitos de la vida. La educación infantil no debe reducirse a la enseñanza, debe ser educación, fundamentalmente. Lo mismo que la enseñanza media no debe ser educación, sino, fundamentalmente enseñanza. Pero cuando hablo de enseñanza no me refiero a la enseñanza de lo de siempre. Hemos dicho que el objetivo es conseguir hombres sabios. Y el sabio, no es el que sabe mucho, eso es un hombre erudito, de conocimientos, pero no tiene por qué ser sabio. El sabio, para empezar, ha integrado el saber, sea mucho o poco y tiene, por otro lado, un saber integral, científico-técnico, humanístico, artístico, ético y espiritual. Y ese saber, en tanto que lo hace sabio lo va a dotar de una forma comprometida de estar en el mundo. Una forma que le va a llevar a intentar transformar el mundo y a buscar la justicia. Por otro lado, la sabiduría es unidad. Lo que va a recordar el sabio es la unidad perdida. Y esa unidad es la unidad con el Ser y con toda la humanidad. Si de nuestras escuelas salen sabios no habrá dualidad y sin ella, no habrá violencia. Pero para ello es necesario educarlos en toda la amplitud del espíritu y en todas las dimensiones de su inteligencia. Al estar en un momento revolucionario lo que sucede es que estamos pasando de un paradigma (forma de ver y estar en el mundo) a otro que desconocemos y que no podemos ver. Pasar de paradigma requiere de un salto, de una revolución. Por eso es más fácil que lo vean las futuras generaciones que nosotros. Lo que nosotros podemos hacer es anunciar y abrir el camino. Somos los que nos hemos dado cuenta de las anomalías del antiguo paradigma e intentamos, a tientas, poner las bases para el nuevo.

El objetivo hasta ahora de la educación era, sin tener en cuenta lo social, que lo veremos después, era el aprender. Pero esto tiene un grave problema. El aprender es algo que se nos queda en la superficie. Lo aprendido se nos va con la primera ráfaga de viento. Y, mucho más, si ha sido aprendido por la fuerza y sin la colaboración del alumno. Con el aprender podemos conseguir conocimientos, que no está mal, además son necesarios para desarrollar las actividades de la vida, pero, no sabiduría. El conocimiento es un conjunto ordenado y deducible del saber, que es necesario aprender. Pero hay que dar un paso más. Advierto que cuando hablo del conocimiento me refiero a todo el ámbito del saber. Y ese paso más es el que nos lleva a la sabiduría. De lo que se trata no es sólo de aprender, sino, fundamentalmente de aprehender, de que el alumno haga suyo el conocimiento, de que lo interiorice. Si interioriza el conocimiento se obrará un milagro en su ser. Podrá dialogar consigo mismo y aprehender cada vez más. Se obrará una transformación interna. Porque somos nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos nos construyen y nos hacen sentir y actuar. Por eso tienen una proyección ética, política, espiritual, estética… Y, además, esos pensamientos están en continuo diálogo. De esta manera, el saber juega su papel fundamental que es el de transformar al individuo convirtiéndolo en sabio. No hay que olvidar que nuestra línea directriz es la autonomía y la libertad. Por tanto, el proceso de enseñanza debe fomentar esta actitud, tanto en el alumno como en el profesor. El profesor, desde su autonomía, debe tratar al alumno como sujeto, no como objeto; es decir, como alguien que puede pensar por sí mismo. Lo que necesita es la ayuda y ciertos conocimientos imprescindibles para aprender a pensar por sí mismo, a ser libre. La mejor manera de pensar por uno mismo es aprehender, interiorizar el conocimiento. Si sólo se aprende, no hay nada sobre lo que pensar y el alumnado, como es el caso en la actualidad, sale de los centros educativos sin conocimiento y esclavos. Han aprendido a la fuerza, de memoria, sin placer, sin interiorizar, sin interés, compitiendo por una nota. Esto no es educación, esto es un sistema de esclavitud. Por eso hoy en día en la sociedad hay masa, no ciudadanía. Hay vasallos, no ciudadanos, hay esclavos que obedecen, no sabios que quieren transformar el mundo, hay miedo y odio, en lugar de unidad con el Ser, compasión y fraternidad. Sigo siendo socrático, el saber nos ennoblece, nos da la virtud. Pero solo el saber aprehendido, no el mero conocimiento que, incluso, puede ser utilizado con la mayor maldad posible como ya hemos visto a lo largo de estos últimos siglos.

Y, hablando de Sócrates, es necesario hacer un breve apunte de cómo se enseña. Pues muy sencillo, la metodología para enseñar y que el alumno aprenda es la dialéctica, el diálogo o la mayéutica. El diálogo, y esto es válido para cualquier ámbito del saber, despierta la admiración y la curiosidad connatural al niño y al joven de saber. Con el diálogo sacamos sus aptitudes para el saber, a la par que le damos la autonomía del aprehender. Porque si el alumno se da cuenta mediante el diálogo de que es él quien aprende (el profesor socrático señala el camino, es la autoridad y la disciplina), entonces lo que aprende lo aprehende y esto es realmente lo que nos importa, porque esto lo hará libre, perderá el miedo y la pereza y se atreverá a pensar por sí mismo, será un hombre sabio.

                Por el contrario, en la actualidad las escuelas son fábricas de trabajadores o asalariados, cada vez más precarios. El objetivo de la escuela es la empleabilidad. Es decir, que se produce, desde el inicio, una alienación total y absoluta del alumno, que no es considerado persona sino mercancía. De ahí la  obligatoriedad de la enseñanza. ¿Cómo es posible pensar democráticamente en un sistema obligatorio de enseñanza? Esto es una prueba de que realmente no estamos en democracia porque la mayoría, siguiendo a Platón es ignorante, que es lo que al poder le interesa. Por eso votan por tradición, por intereses particulares, por miedo…nunca por la justicia social. Y, siempre, desde el dualismo: el malo y el bueno. Pero de la democracia desde la perspectiva de la vuelta al Ser hablaremos otro día.

El sistema actual de educación es una maquinaria de producción para poder alimentar al capital que es insaciable debido a su premisa de crecimiento ilimitado, la cual es contradictoria. De modo que el alumno es enseñado por la fuerza en una serie de destrezas que le permitirán realizar un oficio, desde el de médico hasta el de carpintero. Todos brillan por su deshumanización. Porque es eso de lo que carece la enseñanza: humanización. Si se educa en la esclavitud y la competencia lo que se hace es deshumanizar. Se separa al hombre del Ser y de la propia humanidad. El dualismo es absoluto. Por eso nuestras sociedades son sociedades: del miedo, la escisión, la locura, la pobreza, la miseria, la competencia, la ausencia de sentimientos, la deshumanización, el valor absoluto del dinero, la unidimensionalidad que nos da una visión plana de las cosas, que nos muestra unas apariencias al gusto de los poderosos.

Y, por último, afirmar que sólo cambiaremos el mundo cambiando nuestras consciencias. El tiempo de los partidos, los sindicatos…ha pasado. La crítica a las instituciones ha sido la tarea necesaria de demolición para llegar al momento de construir algo nuevo. Pero, insisto, esto ha de hacerse desde la transformación de nuestra consciencia. No podemos cambiar al otro, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos. Entonces el otro cambiará.

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