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Filosofía desde la trinchera

                               Del amor entre padres e hijos.

Las religiones tienen múltiples dimensiones y sirven para muchas cosas. Son fuente de sabiduría, de moral, de control social, de poder…la religión es la forma de unión social que más ha perdurado en la historia. Es más, diferentes formas de unión, como las ideologías, han tenido un trasfondo religioso. El caso es que la religión, en un sentido muy profundo, al ser un instrumento de socialización tiende a institucionalizarse. La institucionalización de la religión lleva aparejada gran parte de la pérdida de su dimensión espiritual y la aparición de formas de control totalitarias. Las religiones del libro, aunque las sapienciales también, han sido las más claras en este asunto y las que han presentado su cara más fanática, cruel y homicida, como el islam y el cristianismo. Voy a analizar un caso concreto de la religión cristiana de control de la moralidad individual para mantener un estatus quo social, el de la familia patriarcal. Me refiero a un tema muy escabroso porque se suele confundir lo natural con lo cultural. Eso es lo que suele ocurrir cuando una forma cultural, como por ejemplo una religión, se impone como forma de vida única y sin alternativa. Me estoy refiriendo a la asimetría entre el amor filial y el amor paternal o maternal. El amor de los padres a los hijos es un amor que procede, en teoría, desde antes de la concepción hasta la muerte de los padres o del hijo (que también ocurre, no debemos olvidarlo porque la muerte es nuestro eterno presente y nuestra única evidencia en la vida). El amor de los padres al hijo debe ser, como todo amor, absolutamente desinteresado. Todo amor interesado no es más que un intento de posesión del otro y transformarlo en un objeto a nuestra medida. El amor, en general, y esto sirve para todo, es presencia de uno tal cual es y aceptación plena del otro tal cual es. Todo juicio sobre el otro no es más que una proyección de nuestros propios deseos, que lo único que van a hacer es distorsionar la relación y producir sufrimiento. Pero esto, es lo normal en todas las relaciones de amor. Por eso se habla de amor-odio. Porque en realidad sólo se puede odiar al que se ama, pero porque se le ama mal, se le quiere transformar en el vehículo de nuestros propios deseos de realización personal. Y esto no es posible, la realización es siempre cuenta de uno, por supuesto que intervienen los demás, pero cuando a los demás se les intenta instrumentalizar, entonces ya no hay ni amor, ni amistad, sino posesión objetual. Pero como el otro no es un objeto se rebelará, a menos que sea lo suficientemente sumiso como para aceptar el papel de instrumento del otro. Bien, esto que digo en general vale para las relaciones padres hijos y a la inversa. Decía que el amor de los padres comienza en el inicio y termina en el final. Y en este amor los padres tienen la obligación moral, también jurídica, desde luego, de cuidar del hijo hasta su mayoría de edad. Pero, desde el amor no pueden pedirle nada, sólo desde la moral les pueden pedir respeto y el hijo está obligado a ello. Todo lo que vaya más allá del respeto que el hijo debe tener al padre es algo que no se le puede pedir y, menos aún, exigir al hijo. El hijo es fruto de tu deseo, de tu amor, no es un esclavo, no es un objeto, no tiene que satisfacer ningún proyecto tuyo, es un ser absolutamente autónomo y libre. El hijo puede agradecer o no este regalo, según la visión del mundo que el hijo tenga. Los hay que consideran la vida una bendición y estarán siempre agradecidos a los padres y los hay que la consideran una maldición e, incluso, acaban quitándose la vida como una forma de autoafirmación. Todo lo que vaya más allá de este tipo de amor se llama egoísmo. Como esto no se suele entender, pues de ahí el sufrimiento de los padres y el sentirse abandonados, cuando, si realmente amasen, y no intentasen poseer, disfrutarían de los hijos, de lo que los hijos son de por sí, de la obra que potencialmente han creado, de la que han colaborado, dando, lo fundamental, la propia vida. Eso es amar y gozar de los hijos cuando estos ya no están, cuando son autónomos, cuando llevan su vida, con sus éxitos y fracasos. Nunca intervenir, salvo por petición del propio hijo, nunca juzgar, porque juzgar es proyectar tu propia deficiencia, tus propios defectos, tu envidia, tus celos,… amar no es fácil, porque es estar presente sin pedir nada a cambio. Y, muy difícil amar a los hijos, porque no hay simetría en su amor. Si bien el amor de los padres a los hijos es, en un principio, altruista (bueno, esto sin entrar en los argumentos etológicos y de psicología evolutiva y de la propia ética, que nos vienen a decir que amar a un hijo no es más que amar tu propio bienestar. Quieres tener un hijo porque la idea te hace feliz, amas al hijo porque te hace feliz…hasta que un día dices aquello de, ¡qué harto estoy ya de niños!, y ahí comienza el desamor y el egoísmo), el de los hijos a los padres es, absolutamente egoísta. El niño ama a los padres por mera supervivencia. Los padres dan compañía, amor, calor, seguridad, juego, entretenimientos, todo. El niño, sólo por su presencia es amado y lo tiene todo. Hasta que comienza su proceso de maduración y de independización, su autoafirmación. Esa autoafirmación se expresa en forma de rebeldía contra los padres. Rebeldía que los padres no tendrán más remedio que aprender a canalizar. Si se produce el enfrentamiento, has perdido el amor del hijo y tu amor al hijo. No hay más remedio que saber jugar con las circunstancias. Y es aquí donde reside la piedra angular de la educación y, por cierto, como decíamos, lo único que se le puede exigir a un hijo: respeto. Si no hay respeto por parte del hijo (probablemente muchas cosas habremos hecho mal los padres cuando no lo hay, pero siempre estamos a tiempo de restaurar el orden y la armonía) ya no existe ninguna obligación por parte de los padres. Es curioso, que, en la sociedad en la que vivimos, cada vez hay más denuncias de padres a hijos menores de edad por maltrato. Algo estaremos haciendo muy mal los padres. Porque, cuidado, cuando yo hablo de respeto no hablo de miedo del hijo al padre, no, que no salten los progres.

                Pero, ¿cómo se ha instaurado este amor posesión en el que los hijos tienen una serie de deberes morales con respecto a los padres? Pues, muy sencillo, por la tradición religiosa que ha funcionado como ideología o soporte para mantener el statu quo de la familia patriarcal de la sociedad establecida en el neolítico para acá. La sumisión y obediencia de los hijos a los padres garantizaba el sistema de herencia y de propiedad, así como el nombre y la posición social. Todo un orden social establecido para favorecer un sistema de producción basado en el mandamiento de “Honrarás a tu padre y a tu madre.” En fin, una historia de sufrimiento, dolor, sumisión, ausencia de libertad, salvo para los privilegiados: el primogénito en algunos casos, por ejemplo. La misma historia que ocurrió con las mujeres. Y, mira por dónde que, precisamente la “liberación”, que es mucho decir, de la mujer al incorporarse al mundo del trabajo pues ha trastocado todo este orden patriarcal, pero no la mentalidad, ésa prosigue. Y esto ha sido así porque la mujer es la que se encargaba de las tareas del hogar que incluía el cuidado de los pequeños, los enfermos y los viejos. Los hijos y, sobre todo, las hijas también colaboraban. Pero esta estructura se ha venido abajo y ha dejado al descubierto muchas cosas, entre ellas, la inmensa labor que las mujeres han realizado en nuestra historia y están en el olvido. En segundo lugar, que el sentimiento de amor que mantenía, y persiste, esa estructura era el del amor posesión y egoísta. La salida de la mujer del seno de la familia tiene que enseñarnos muchas cosas. La primera, que no ha sido, para ella, ninguna liberación, mientras sigamos en el capitalismo y en la tradición patriarcal, la segunda es que es insuficiente el trabajo de la mujer para su autorealización y, la tercera, que tenemos la oportunidad de cambiar el concepto de amor paternal y amor filial y transformarlo en amor real: presencia, aceptación y respeto.

Determinismo libertad y felicidad.

“Uno ha de ejercitarse sobre todo en este aspecto. Desde el alba, acercándote a quien veas, a quien oigas, examínale, responde como si te preguntasen: ¿Qué has visto? ¿Un hermoso o una hermosa? Aplícale la regla. ¿Ajeno al albedrío o sujeto al albedrío? Ajeno al albedrío, échalo fuera. ¿Qué has visto? ¿A uno de luto por su hijo? Aplícale la regla. La muerte es ajena al albedrío: apártalo de en medio. ¿Te has encontrado con un cónsul? Aplícale la regla ¿Cómo es el consulado? ¿Ajeno al albedrío o sujeto al albedrío? Ajeno al Albedrío; aparta también eso, no es aceptable; échalo fuera, no tiene nada que ver contigo.

                ¿Qué es el llorar y el gemir? Una opinión ¿Qué es la desdicha? Una opinión. ¿Qué son la rivalidad, la disensión, el reproche, la acusación, la impiedad, la charlatanería? Todo eso son opiniones y nada más, y opiniones sobre cosas ajenas al albedrío como si se tratara de bienes y males. Que alguien lleve esa actitud a lo que depende del albedrío y yo le doy la palabra de que se mantendrá en calma, sea como sea lo que le rodee.” Epícteto. Disertaciones. III, III.

Epícteto, como todos los estoicos y epicúreos trabaja con las emociones y los sentimientos y, con lo que podemos llamar, el modo de ser o la personalidad. Esto último lo hemos ido labrando durante toda nuestra vida. Y es lo que nos produce nuestra felicidad o nuestra desgracia. Generalmente las terapias se han basado en la búsqueda de las causas de los traumas. Me refiero a las terapias introspectivas. Pues bien, el conocimiento de estos traumas, que causaron un dolor y han configurado nuestra personalidad y, por ende, nos hace infelices es lo que hay que curar. No le falta razón, desde luego. Lo que ocurre es que la psicología ha dejado fuera a la voluntad y a la libertad (el albedrío) por no ser ponderables. Esto es una herencia del cientificismo. Y, por eso, vienen a decir que la personalidad, una vez establecida, nuestro modo de ser, ya establecido y madurado, no puede cambiar. Pues bien, esto es lo que es falso y lo que los estoicos consideraban que sí podía cambiar. Y eso que eran deterministas. Es decir, que pensaban que existían leyes necesarias de la naturaleza. Pero, a pesar de ello, pensaban que existía la libertad o la voluntad, como lo queramos llamar y que esto hace posible cambiar la personalidad o nuestro modo de ser. Independientemente de las causas que produzcan nuestro malestar. Incluidas las más alejadas como la falta de afecto e incluso el abandono o los malos tratos en la crianza. Cuando se piensa que el pasado psicológico, sociológico, cultural, determina nuestra personalidad caemos en el determinismo. Es decir, eliminamos la libertad. Pero, Epícteto, por no generalizar, no lo considera así. Para empezar considera que lo que nosotros tenemos del mundo y de los demás son representaciones nuestras. Por tanto, no tenemos un saber cierto sobre el otro, sino meras opiniones. Y no debemos basar nuestra acción en opiniones. En segundo lugar, divide aquello que está sometido a lo inevitable y sobre lo que yo no puedo intervenir y aquello sobre lo que yo sí puedo intervenir. Es decir, lo que está determinado por ley, que no debe importarme, porque sería un loco si intentase cambiarlo. Esto es, me produciría sufrimiento y lo que sí está sujeto a cambio por medio de mi acción. Pues bien, sólo debo preocuparme de esto. Hay un conjunto de circunstancias que me envuelven y que son particulares para cada cual, que me condicionan, no me determinan, a menos que yo lo permita, pero sobre las que puedo interactuar. Estas condiciones, incluido mi genoma han construido mi modo de ser, mi personalidad. Pues bien, ésta puede ser cambiada por el acto de la libertad. La libertad no crea nada de la nada, sino que juega con las circunstancias haciéndolas positivas. Un maltrato infantil produce un trauma, ahora bien, yo tengo diversas formas de ver el trauma. Para empezar, tengo que ver lo inevitable como inevitable. El trauma ocurrió y es inevitable, ahora bien, la visión que de él pueda yo tener y el cómo me pueda afectar depende de cómo yo me lo represente. Si yo me lo represento emocionalmente de forma negativa, me estaré infringiendo sufrimiento, si yo soy capaz de tener una emoción o sentimiento positivo o neutro (puesto que es inevitable) del acontecimiento, entonces cambio mi forma de sentir. Es decir, cambio mi modo de ser, mi personalidad. Y eso es ser dueño de uno mismo. Y eso requiere de la práctica. (No tiene nada que ver con la psicología positiva que nos crea un mundo color de rosas. Esto requiere de un diálogo interior, de una transformación paulatina, de un conócete a ti mismo socrático. Ni tampoco tiene que ver con los coaghing, que son meros “entrenadores” para que tú puedas conseguir los fines prácticos que te propones en tu vida. Nada tiene que ver esto con el autoconocimiento, la libertad y la felicidad) Todo sentimiento negativo, en el fondo, procede del miedo, hay que acabar con él para crear un nuevo modo de ser. Esto está muy en la línea de Ortega que decía aquello de “Yo soy yo y mis circunstancia, sino salvo a ésta no me salvo yo.” Por eso podemos concluir con Epícteto de nuevo:

“¿Se puede sacar provecho entonces de esto? De todo. ¿Y también del que insulta? Sí. ¿Cuánto aprovecha el entrenador al atleta? Muchísimo. Pues el que me insulta se vuelve entrenador mío; entrena mi capacidad de aguante, mi docilidad, mi mansedumbre…Si alguien me entrena en la docilidad, ¿no me aprovecha?...

¿Un mal vecino? Para sí mismo, pero para mí bueno. Entrena mis buenos sentimientos, mi ecuanimidad. ¿Un mal padre? Para sí, pero para mí bueno. Esto es la varita de Hermes: “Toca lo que quieres y se convertirá en oro” No, sino: <Venga lo que quieras y yo lo convertiré en un bien>” Epicteto. Disertaciones.

El problema es decir: “Si volviera a vivir”. Porque en esa frase va implícita el concepto de tiempo. Del tiempo como transcurrir. Pero el tiempo es una realidad psicológica, es decir, que no es real, sino aparente. El tiempo físico se mide por el segundo principio de la termodinámica. Hablando popularmente, la flecha del tiempo, que viene a decir que todo sistema ordenado tiende al mínimo estado de orden por sí sólo y que, por tanto, para llevarlo a su estado primitivo es necesario introducir energía. Vamos, que el café se enfría sólo y para calentarlo hay que gastar energía. Las cosas se caen y no flotan, las células envejecen. Pero, esto sirve para la física de los grandes objetos, la macrofísica. No es el caso de la microfísica, donde gobierna la mecánica cuántica. Donde una partícula surge de algo muy semejante a la nada que los físicos, por no llamarlo así, lo llaman “Fluctuación cuántica.” Por eso, en un agujero negro pueden ocurrir cosas muy extrañas como la inversión de la flecha del tiempo y tal. Y, en los múltiples universos que existen o pueden existir, no tiene por qué existir la segunda ley de la termodinámica. La física que tenemos es la que produce el universo que tenemos, pero en la infinidad de posibilidades cuánticas, pues existen infinidad de físicas posibles. Vamos, como el gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez, mientras no lo observemos, claro. Por paradójico que parezca.

Por eso la vida es el ahora y el resto no existe, es el concepto de vacuidad de los budistas. Cuando digo que no existe es que es una infinidad de probabilidades cuánticas. Los estoicos y Nietzsche, supieron ver esto sin física ni nada. Con el concepto metafísico de eterno retorno. Si todo lo que ocurre ha ocurrido infinidad de veces y tiene que ocurrir infinidad de veces, porque el tiempo es cíclico, entonces no hay tiempo, todo es un eterno presente, un repetirse siempre lo mismo. Por eso decía Nietzsche lo del amor fati. Es decir, querer (voluntad de poder) el destino, un eterno decir sí. Una afirmación incuestionable. Aceptación absoluta o, lo que es lo mismo, conciencia plena.

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Evidentemente que lo de Nietzsche es una fantasía, una licencia literaria para afirmar su idea del superhombre y el amor fati o, de otra manera, la voluntad de poder. Pero en el resto de lo que dices es que no sales del tiempo psicológico y, cultural. Neurofisiológicamente venimos preparados para tener una concepción del tiempo. Pero, la concepción lineal del tiempo, es un producto cultural absolutamente minoritario que se dio en el judaísmo y, a través del judeo cristianismo llegó a Occidente y se convirtió en creencia y en una idea filosófica central con San Agustín que forja la filosofía de la historia a través del tiempo lineal. En el resto del mundo no había culturas con un tiempo lineal. Al globalizarse la cultura occidental a partir del Renacimiento se extiende esta creencia cultural apoyada por el surgimiento de la ciencia y posteriormente con la idea (mito) del progreso, que se reafirmaría con la revolución industrial. El tiempo psicológico y cultural es una forma a priori que el cerebro tiene para organizar lo que acaece. La idea de tiempo lineal se vio reforzada con la física de Newton, que concibió el tiempo como matemático, absoluto, eterno,… pero, en realidad, nuestra imaginación lo que hizo fue, lo que se llama, espacializar el tiempo, y lo concebimos como una línea sucesiva de puntos, en la que los puntos matemáticos equivalían a los instantes del tiempo. Pero, en realidad, en la física clásica el tiempo, al ser absoluto (que no depende de nada, ni siquiera del hombre) y eterno se reduce al instante. Por eso da igual tiempo positivo o tiempo negativo en las ecuaciones, son absolutamente equivalentes. Tendría que llegar la termodinámica en el siglo XIX para introducir, con su segundo principio, la idea de la flecha del tiempo. Es decir, que el tiempo es lineal, absoluto, pero tiene una dirección y sentido. Y es esta idea la que psicológicamente hemos adoptado porque es la que cuadra con nuestra imaginación. Es la que tú formulas. El tiempo sería un absoluto que va de la nada a la nada y del que no podemos escapar. Nos lleva del nacimiento a la muerte según el segundo principio de la termodinámica, de forma inevitable. Pero, resulta que la relatividad y la física cuántica vienen a decir cosas distintas, pero, desgraciadamente inimaginables. Si ya es difícil imaginar un universo en cuatro dimensiones, que es el relativista, imagínate tú, el universo de cuerdas que habla, matemáticamente, claro, de que el universo tiene once dimensiones. Para nosotros son inimaginables, sólo se puede pensar matemáticamente o, por una correcta interpretación de esas fórmulas, pero no lo podemos imaginar. Está más allá de la capacidad de imaginación de nuestro cerebro. Y, jaja, el gato, mientras no se demuestre lo contrario (que la mecánica cuántica es falsa) está vivo y muerto a la vez, mientras que no lo observemos. Como cualquier objeto del universo. Y estos son preliminares de la ciencia contemporánea. Como señalan muchos científicos: mientras más avanzamos en el conocimiento del cosmos más nos acercamos a la mística.

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“Recuerda antes que nada que no ofenden el que insulta o el que golpea, sino el opinar sobre ellos que son ofensivos. Cuando alguien te irrite sábete que es tu juicio el que te irrita. Por tanto, intenta, antes que nada, no ser arrebatado por la representación.” Epícteto.

Vemos en este texto de la filosofía occidental, de los estoicos, concretamente, dos cosas muy importantes. La primera es que pertenece a la línea sapiencial. Es decir, la filosofía que aquí se nos está proponiendo es una praxis para ser feliz. es una teoría que coincide con el ser. Es una forma de vida. La filosofía no es ajena al vivir. Eso es algo que ha ocurrido posteriormente.

Y, en segundo lugar, se da una teoría que pertenece a la época axial. El mundo es nuestra representación de él. Por tanto no nos daña el mundo, sino los juicios que sobre él hacemos. No nos dañan los demás, nos dañamos nosotros mismos. Podemos decir con Sartre, que el infierno son los otros, pero por los juicios que nosotros hacemos sobre lo que los otros piensan de nosotros. El problema, por tanto es el juzgar. Juzgar es una proyección de nuestro ser en el ser del otro.

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“La salvación está dentro de ti”. Salvación es sanación, felicidad, paz, luz, serenidad, que, a su vez, se transmite a los demás. Sólo de uno depende salvarse, igual que la culpabilidad: la infelicidad, la desgracia, sólo están en ti (el duelo, saberlo llevar o no saberlo llevar. No se puede luchar contra lo inevitable, es una necedad, una locura. Tampoco se puede proyectar, porque creas más mal en ti mismo.) Pues si la salvación está en ti mismo y es la felicidad, ser feliz, sentir la felicidad, la paz, la serenidad, elimina la culpabilidad y el miedo. Porque en el fondo el miedo y la culpabilidad no son más que ilusiones.

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La pérdida de la visión global, del conocimiento en sustitución de la información parcelada, empaquetada y enlatada está terminando con la conciencia humana. Hoy, más que nunca la función del filósofo, como del artista está en la calle en el ágora, tanto material como virtual. Antes de que acaben de privatizar y controlar tanto la una como la otra. Desaparecen las humanidades, desaparece la filosofía de los planes de estudio. Las reformas educativas, por llamarlas de algún modo, como las llama el enemigo, nos expulsan de su ideal mercantilista y fragmentario del saber. Pues hay que tomar la calle. Podemos hacer una filosofía práctica y aplicada, tanto en los institutos (pasando de temarios orientados a la productividad y creando conciencia de globalidad y de resistencia pacífica, los que aún nos quedamos dentro del sistema) y los que estén fuera haciendo valer la filosofía como fue antaño. Es absurdo agarrarse a un barco que se hunde y que no tiene nada que ver con lo que fue. Los institutos son una preparación para el mercado, las universidades son ya el mercado. Mejor es aceptar lo inevitable y saber jugar las bazas de las circunstancias en las que nos encontramos. Vuelta a la filosofía sapiencial. La ciudadanía está perdida y la tradición filosófica tiene los instrumentos teóricos y prácticos para darle un sentido a su existencia. Nuestro lugar, hace tiempo, que no está en las aulas. En las aulas estamos buscando nuestra manutención, no la transmisión de la sabiduría.

 

 

Los mecanismos de manipulación de las conciencias de Chomsky y la lucha contra el poder.

Simplemente decir que, desde que aparecieron estos mecanismos de manipulación de las conciencias que propuso Chomsky, yo lo añadí a mi explicación de qué es la filosofía. Bien, el caso es que yo lo adjunté a una serie de pilares sobre los que yo hago descansar al pensar o la filosofía, que viene a ser lo mismo en mi concepción. No en la concepción académica de la filosofía de la que, no es que no me identifico, sino que reniego. El pensar o está en la calle o está secuestrado, como es el caso. Tanto por la academia, como por el poder. Y la academia forma parte del poder en tanto que es el vehículo de transmisión del pensamiento del poder, o sino que se lo digan a los economistas. Bueno, mejor que no, porque, probablemente no sabrán que existen otras economías absolutamente distinta a la teoría neoclásica que estudian como un dogma de fe o como un credo, que dice Stiglitz. Lo que yo quiero decir es que el pensar es un desenmascarar y que el poder, toda forma de poder, que simplemente es aquel que impone algo y ese algo es lo establecido, o, también, el pensamiento único, intenta, por todos los medios mantener la máscara, el engaño. Y utiliza todos los medios a su alcance. Esto empezó por la retórica cuando degenera en demagogia y entonces el poder utiliza la palabra para su propio beneficio. Hoy es igual, lo que ocurre es que el poder de seducción de la demagogia, que está siempre en manos del poder, se ha hecho casi ilimitado. Y, su único objetivo es, mantener el statu quo. Vivimos en un mundo orwelliano del que el ciudadano-vasallo no es consciente y por eso es muy difícil que salga de él. Incluso los que engañan, por ejemplo, un presidente de gobierno, no saben que engañan y que son partícipes de un engaño superior, que están dentro de la caverna platónica o, de Matrix, en su versión moderna y tecnobarroca. El engaño es mundial, puesto que vivimos en una única civilización mundial en la que hay una lucha por el poder, pero no para cambiar el sistema, sino para hacerse los dueños del sistema. El resto de la ciudadanía no somos ciudadanos, somos ovejitas sumisas que obedecemos pacientemente al poder y que asumimos los roles sociales que el poder nos dice que hay que asumir. Administramos las leyes que el poder se ha inventado para perpetuarse y no las cuestionamos, sino que las defendemos por imperativo legal y, a ver aquel que se atreva a desobedecerlas. La desobediencia civil es impensable en el sistema. Los profesores obedecen sumisos a las nuevas leyes, nuevas normativas, nuevos controles burocráticos (te llenan de burocracia para que no pienses, porque no sirve para nada). Personalmente a mí me han perseguido para que rellene una encuesta del informe de evaluación Pisa y no la he rellenado, al final me parecía que otro funcionario, de una escala inferior a la mía me estaba amenazando. Yo he ejercido mi libertad y como creo que las pruebas PISA son un timo de los países ricos para enfocar la educación al mercado, pues no he participado…ya veremos las consecuencias. Ahora nos han atiborrados con burocracia increíble sobre cada alumno en particular que es demencial. Pues no sé si la haré. Pero, el caso, es que todos los profesores se quejan, pero todos los que yo conozco la están haciendo. No nos unimos y le decimos a la administración. Mire usted, esto es absurdo y la única intención es mantenernos distraídos y, además es que ya es casi inviable hacer toda esta tarea cuando han adelantado los exámenes de septiembre a Junio y parte de Julio (que nos lo tendrían que pagar, puesto que el profesorado tiene dos meses de vacaciones y no cobra una extraordinaria debido al mes más que tiene de vacaciones). Pues ahí está el personal. Y obedeciendo toda ley que le viene de arriba y que él ni ha pensado, ni ha propuesto. Y así todo. Consumimos lo que se nos dice, tenemos la visión del mundo que se nos ofrece, seguimos los valores que se nos muestran en la televisión, la propaganda, los medios de desinformación escritos con sus páginas de opinión que no son más que replicantes del pensamiento del poder. Eso sí hay disputas sobre cosas superficiales en las que nos va la vida, que si independencia o no, que si cuál ha de ser la forma del estado, que si república o monarquía, que si corrupción. Todo es distracción. Pan y circo. Para volver a las conciencias cada vez más solitarias egóticas, nihilistas y neuróticas. Llenas de estrés, ansiedad y depresión porque en el fondo viven instalados en el nihilismo del pensamiento único, que es, ni más ni menos, que el pensamiento cero.

Por eso reivindico el pensar y que todo pensar es pensar contra el poder. Pero últimamente he dado un paso más. El pensar sólo puede venir tras dos momentos de la conciencia. El primero es el de la crítica racional que nos lleva a desenmascarar la gran mentira de la humanidad y que nos lleva al reconocimiento del nihilismo en el que vivimos, a desenmascarar el conjunto de mitos en los que creemos y por los cuales vivimos. Y, una vez que hemos llegado a esto, pues es necesario un cambio de conciencia. Es decir, un cambio de paradigma (visión del mundo), pero que ha de hacerse, desde lo singular a lo universal. Un cambio de conciencia en el individuo y, por tanto, un cambio de conciencia ético, que nos llevaría a un cambio político, en el que la política no tendría nada que ver con lo que hay ahora y, por último, una legislación que fundara un estado cosmopolita con base en esa nueva conciencia de la humanidad. Esto puede parecer utópico. Pero, yo pienso que lo utópico es pensar que seguir como estamos nos va a salvar (y utilizo el término en los dos sentidos: individual y colectivo) a la humanidad de su propia autodestrucción. El cambio debe ser de la conciencia individual e ir de abajo a arriba y, después de arriba abajo para retroalimentarse. Y, una cosa más, la revolución ética ya se ha dado, y tuvo lugar en la época axial. Hace más de dos mil quinientos años. Pero se agotó y es necesario recuperarla y adaptarla a nuestros tiempos. Es decir, no tenemos que crear una nueva forma de pensamiento. Ya tenemos los cimientos, simplemente hay que readaptarlos. Por eso pienso que el inicio de todo es el pensar, porque el pensar es el martillo que puede hacer desquebrajarse al poder y a nuestras máscaras y resistencias internas. Porque, en el fondo, tenemos miedo de dejar de ser quienes somos. Lo que el poder ha hecho de nosotros. Nos gusta seguir escondidos detrás de la máscara. De ahí lo de la servidumbre humana voluntaria o lo de nuestra autoculpable minoría de edad: por pereza y cobardía.

Nota: Pueden ver los mecanismos de manipulación de masas de Chomsky en mi blog Filosofía desde la trinchera o en este enlace. http://pijamasurf.com/2010/09/las-10-principales-estrategias-de-manipulacion-mediatica/

¿A qué le debo dar importancia y a qué se la doy?

Mírate en los demás.
Entonces, ¿a quién puedes dañar?
¿qué puede dañarte? Proverbio budista.

Pues probablemente andemos equivocados dándole importancia a lo que no tiene importancia y olvidando lo importante. Le damos importancia a lo transitorio, a lo que es mera apariencia, a lo que no es más que una marca en la arena. Le damos importancia al dinero, a la fama, al tener todo tipo de “bienes” de consumo que nos consumen, a cómo vestir, a nuestro equipo de futbol, al futuro de nuestros hijos (que no es que queramos que sea el mejor, sino que queremos controlar), al trabajo, a los conflictos en el trabajo, a lo que dicen de nosotros, a lo que piensan de nosotros…En definitiva, a lo meramente caduco, aparente y egótico. Todos estos problemas son pseudoproblemas. Problemas del ego que nos distraen de lo verdaderamente importante, el ser, nuestra conciencia, lo imperecedero. Y, mientras nos ocupamos de esos problemas alimentamos nuestro ego, que es nuestro no yo, lo que realmente no somos, lo que somos en apariencia. Y ese es el entretenimiento de nuestra vida, el pasar de los días, entre la angustia, el desasosiego, la frustración, la disputa, los juicios sobre los demás. Entretenidos en hablar de la gente. Y, cuando estamos solos nuestro ego lanzando juicios sobre los demás, sintiéndose víctima de todo el mundo y creyendo que los responsables de los males de uno son los demás y el mundo en general. Triste existencia. Una existencia sumida en la lucha, el sufrimiento, el deseo, el conflicto, la ira, la rabia y el miedo. el miedo a perder lo que se cree que se tiene, porque en realidad no tenemos nada. En todo caso las cosas nos tienen a nosotros prisioneros de sus garras. El miedo a perder lo más querido: el amor, los hijos…cuando realmente no poseemos nada. Ese es el problema el yo, el ego, siempre es egoísta. No sabe amar. Su amor es posesión. De ahí los temibles celos que corroen el alma e, incluso, llevan al asesinato. El miedo a perder la salud, cuando realmente, si tienes miedo, ya estás enfermo y enfermarás más y el miedo a la muerte, a la nada. Pero es el ego, eso yo falso, construido de vivencias que no existen pero nos condicionan desde su no existencia. Nos hacen ser lo que no somos. Y eso son las creencias. El ego es una falsa creencia que crea el cuerpo para sobrevivir. Hablando más científicamente, una fabulación del cerebro encaminada a la supervivencia del homo sapiens. Pero este ego ha funcionado en lo que a la subsistencia se refiere. Pero nos ha tendido un velo de maya que no nos deja ver más que a través de él y nos ha traído el deseo, una máquina de sufrimiento. Y el egoísmo, un sentimiento que nos atrapa en la soledad.

Pero nos olvidamos, de lo que nunca pasa y está en silencio en nuestro interior. Nos olvidamos de nuestra conciencia que es nuestro ser escondido. Conciencia plena que no juzga y es inalterable, a la que nada le puede afectar, porque está por encima del bien y del mal, ya que está por encima de las percepciones pasajeras y mudables. Y las percepciones y lo que pensamos son los que crean el bien y el mal. Sino pensamos desde el odio, no hay mal. Sino pensamos desde la dualidad y el enfrentamiento no hay mal, mi conciencia no puede resultar afectada y es donde debo de instalarme, como observador desde el vacío. Porque la conciencia plena es la vacuidad. Es la conciencia de la apariencia del ego, del no ser. Sentir la presencia de la vacuidad y sentir compasión por el que sufre son las puertas hacia la sabiduría. Y creo que es a esto a lo que le debemos dar importancia.

Conócete a ti mismo.

Para empezar la frase de Sócrates es más amplia y ya la he citado en otros lugares. Como siempre hay unas segundas partes de las sentencias que no se dicen. Sócrates, de mano de Platón, dice “conócete a ti mismo a través de los demás y a los demás a través de ti mismo.” es decir, que la posibilidad que tienes de conocerte a ti mismo es a través de los demás y a la inversa y eso es debido a que somos animales sociales. Y que nos  construimos socialmente. Y esta es la tragedia de Sócrates. Es la ciudad que él defiende la que lo acusa de ir contra la propia ciudad. De ahí que Sócrates no muera inocente y de ahí que sea una tragedia, porque Sócrates cumple con su deber en su defensa, aunque sea una mala defensa que le lleva a la muerte. Cumple con su deber de filósofo y está enseñando a sus discípulos y a todos los ciudadanos que es mejor padecer una injusticia que cometerla. Que, ante todo, si no queremos disolver la polis hay que obedecer a las leyes. Pero, curiosamente había sido acusado por atacar a las leyes de Atenas.

Claro, qué es lo que había hecho Sócrates. Pues mientras que los demás se dedicaban a ganar dinero, a ganar fama, a ganar posición y demás, él se había hecho filósofo. Él quería ganar sabiduría. Era un amante del saber, mientras los demás eran amantes del placer, de la riqueza, del honor, de la pereza… Y, para eso había descubierto que tenía que conocerse a sí mismo. Pero la única forma de conocerse a sí mismo era por medio del diálogo con los demás. Y que su aprendizaje no era más que un enseñar a los demás. Porque él era incapaz de parir ideas. Pero sí era capaz de ayudar a parir ideas, conocimientos. De esa manera era un benefactor de la ciudad. Y su papel de tábano era el de, por medios de sus aguijoneantes preguntas, de su ironía y acidez, hacer que los demás no se adormecieran.

Ahora bien, yo también hablo del conocimiento de sí mismo por vía de la contemplación o meditación. Hay que tener en cuenta que se dice de Sócrates que había veces que se quedaba ensimismado (en estado de contemplación durante horas, incluso días). Y que escuchaba a su daimon (su dios particular, que le decía qué tenía que hacer y decir en cada momento) Es decir, que de alguna manera, tenía un conocimiento interior, al menos el de saber preguntar para que los demás pudiesen aprender. Por otro lado, el conocimiento de sí mismo, por la vía de la meditación, es un conocimiento de uno mismo en continuo diálogo consigo mismo y la humanidad, de deconstruir todo el andamiaje de pensamientos que han dado lugar a nuestras creencias infundadas, nuestros sentimientos y acciones que nos hacen sufrir. Este proceso ya, en sí mismo (porque no hay que retirarse a un monasterio), obra su efecto en los otros. Y si a ello le sumamos el efecto de la compasión hacia uno mismo y hacia los demás (que en el fondo es lo que hace Sócrates: compadecerse del ignorante) pues resulta que el autoconocimiento se vierte hacia los demás. Si fuésemos capaces de entender a fondo la frase de Terencio “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” y llevarla a la práctica (no juzgar) habríamos avanzado en nuestro conocimiento y en lo que Sócrates nos quiso decir; que es, y aunque no parezca ni que venga a cuento, lo que se nos dice en la parábola del samaritano que ya comenté en otra ocasión. Sé que esto es difícil de entender, igual que a Sócrates, porque hemos roto la unión entre ser y pensar. Podemos entender la frase de Terencio, desde la lógica, pero no desde el pensar. Y ése es nuestro problema y, otra cara más, de la tragedia de Sócrates.

Conócete a ti mismo.

Para empezar la frase de Sócrates es más amplia y ya la he citado en otros lugares. Como siempre hay unas segundas partes de las sentencias que no se dicen. Sócrates, de mano de Platón, dice “conócete a ti mismo a través de los demás y a los demás a través de ti mismo.” es decir, que la posibilidad que tienes de conocerte a ti mismo es a través de los demás y a la inversa y eso es debido a que somos animales sociales. Y que nos  construimos socialmente. Y esta es la tragedia de Sócrates. Es la ciudad que él defiende la que lo acusa de ir contra la propia ciudad. De ahí que Sócrates no muera inocente y de ahí que sea una tragedia, porque Sócrates cumple con su deber en su defensa, aunque sea una mala defensa que le lleva a la muerte. Cumple con su deber de filósofo y está enseñando a sus discípulos y a todos los ciudadanos que es mejor padecer una injusticia que cometerla. Que, ante todo, si no queremos disolver la polis hay que obedecer a las leyes. Pero, curiosamente había sido acusado por atacar a las leyes de Atenas.

Claro, qué es lo que había hecho Sócrates. Pues mientras que los demás se dedicaban a ganar dinero, a ganar fama, a ganar posición y demás, él se había hecho filósofo. Él quería ganar sabiduría. Era un amante del saber, mientras los demás eran amantes del placer, de la riqueza, del honor, de la pereza… Y, para eso había descubierto que tenía que conocerse a sí mismo. Pero la única forma de conocerse a sí mismo era por medio del diálogo con los demás. Y que su aprendizaje no era más que un enseñar a los demás. Porque él era incapaz de parir ideas. Pero sí era capaz de ayudar a parir ideas, conocimientos. De esa manera era un benefactor de la ciudad. Y su papel de tábano era el de, por medios de sus aguijoneantes preguntas, de su ironía y acidez, hacer que los demás no se adormecieran.

Ahora bien, yo también hablo del conocimiento de sí mismo por vía de la contemplación o meditación. Hay que tener en cuenta que se dice de Sócrates que había veces que se quedaba ensimismado (en estado de contemplación durante horas, incluso días). Y que escuchaba a su daimon (su dios particular, que le decía qué tenía que hacer y decir en cada momento) Es decir, que de alguna manera, tenía un conocimiento interior, al menos el de saber preguntar para que los demás pudiesen aprender. Por otro lado, el conocimiento de sí mismo, por la vía de la meditación, es un conocimiento de uno mismo en continuo diálogo consigo mismo y la humanidad, de deconstruir todo el andamiaje de pensamientos que han dado lugar a nuestras creencias infundadas, nuestros sentimientos y acciones que nos hacen sufrir. Este proceso ya, en sí mismo (porque no hay que retirarse a un monasterio), obra su efecto en los otros. Y si a ello le sumamos el efecto de la compasión hacia uno mismo y hacia los demás (que en el fondo es lo que hace Sócrates: compadecerse del ignorante) pues resulta que el autoconocimiento se vierte hacia los demás. Si fuésemos capaces de entender a fondo la frase de Terencio “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” y llevarla a la práctica (no juzgar) habríamos avanzado en nuestro conocimiento y en lo que Sócrates nos quiso decir; que es, y aunque no parezca ni que venga a cuento, lo que se nos dice en la parábola del samaritano que ya comenté en otra ocasión. Sé que esto es difícil de entender, igual que a Sócrates, porque hemos roto la unión entre ser y pensar. Podemos entender la frase de Terencio, desde la lógica, pero no desde el pensar. Y ése es nuestro problema y, otra cara más, de la tragedia de Sócrates.

“No hay mayor bien para el hombre que reflexionar cada día sobre su vida y sobre todo aquello que vosotros me habéis oído hablar, examinándose a sí mismo y examinando a los demás, porque vivir sin examinarse a sí mismo no es vivir.” Platón. Apología de Sócrates.

Pocas palabras más esclarecedoras de lo que debe ser un hombre y un ciudadano. El análisis de uno mismo es el autoconocimiento y éste nos lleva a el reconocimiento de nuestras falsas ideas que no son más que prejuicios y creencias infundadas. Y estos pensamientos y creencias falsas nos producen un sentimiento y una forma de actuar. Lo que propone Sócrates es que para mejorar la ciudad tenemos, previamente, que conocernos a nosotros mismos y esto abrirá la puerta a la transformación de nuestros actos lo que conlleva, de suyo, la transformación de la Polis. De tal forma que podemos decir que la política no cambia a las personas, sino que somos las personas las que cambiamos la política. De modo que si tenemos la política que tenemos y no hacemos más que quejarnos, pues ya sabemos quiénes son los responsables…

La última frase es muy importante. “Vivir sin examinarse a sí mismo no es vivir”. Dicho de otra manera, es ser un esclavo. Por ello es el conocimiento de sí mismo lo que nos hace libres. Este conocimiento que nos lleva a la libertad y a los demás va acompañado de la compasión.

“Quien depende de sí mismo “está preparado para alcanzar la mejor vida, mientras que el que se deja llevar por el capricho, está condenado a vagar de aquí para allá desorientado. La enkrateia (poder sobre nosotros, fuerza, valor) es la victoria sobre nosotros mismos, que es, de todas las victorias, la primera y la mejor, mientras que ser vencido por sí mismo, es, de todas las derrotas, la peor y más vergonzante.” Platón. Leyes. El reto que nos lanza Sócrates con la enkrateia es el de liberarnos de los malentendidos sobre nosotros mismos.” Gregorio Luri ¿Matar a Sócrates?

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La filosofía está más allá del ámbito de la verdad entendida al modo científico. La filosofía es, fundamentalmente, crítica de las opiniones. Un análisis del pensamiento y su función. Es un desenmascarar lo que pensamos sobre la realidad. Es trascender las apariencias. Y luego tiene una versión práctica que es la ética, es un modo de vida, un ideal de ser y de felicidad, individual y colectiva. La filosofía es una forma de trascender lo meramente aparente, es una forma de ver, una mirada hacia el interior para descubrir tu propia nada y tu propia ficción que es el mundo que te has inventado para vivir. Y cuando trasciendes esa ficción, pues te encuentras con el Ser, la Nada o el vacío y todo carece de importancia. Porque los que valoramos somos nosotros, el universo, lo que hay, no valora ni tiene valor en sí. Si por un instante dejamos de juzgar nos acercamos a nuestra naturaleza primigenia. Bueno, pues aquí tienes una visión teórico-práctica y mística de la filosofía.

¿Se puede alcanzar la verdad absoluta?

Si entendemos por verdad, la científica, pues no. Porque no tenemos criterio para saberlo y el conocimiento tiene unos límites. De modo que no podemos conocer el universo en su totalidad ni en su profundidad ni en su extensión. De todas formas hay defensores de la teoría del todo, como Hawking, que dicen que sí.

Desde el punto de vista de la intuición, no de la razón y la experiencia, sí. Lo que ocurre es que esta verdad se nos señala, el camino lo tiene que recorrer uno sólo y si se alcanza (el ideal del sabio en el que coinciden ser y saber) es una verdad inefable, que no se puede decir, se muestra en el Ser.

En todo caso se vive en la provisionalidad, por eso nuestra mente, que no puede soportar este estado de duda permanente, crea creencias y mitos en los que se apoya para poder vivir. El camino de la verdad, en el segundo sentido, lo que hace es ir desenmascarando esos mitos. En el primer sentido lo que intentamos es un conocimiento objetivo, no introspectivo, como la segunda vía, racional y empírico del mundo y nosotros mismos y con la posibilidad de aplicación para transformar el mundo y a nosotros mismos. También este camino es lento y trabajoso y es el que desmitificó, la realidad, en la Ilustración y desde el Renacimiento, que el poder de la iglesia tenía bajo la superstición.