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Filosofía desde la trinchera

Si todos fuésemos capaz de compartir el dolor ajeno en el mundo prácticamente no habría sufrimiento, por lo menos de origen moral. El sufrimiento que tiene su origen en la propia naturaleza de las cosas es ficción. Hay que ver lo inevitable, como inevitable. Eso no implica que uno no sufra por el dolor del otro y por su propio dolor, pero no nos puede llevar a la renuncia, sino a la compasión o autocompasión. Todo sufrimiento tiene su sentido y tanto el que lo padece directamente como el que lo padece por compasión (amar al otro y desearle lo mejor desde su propia tristeza) aprende y crece. Al final la muerte llega para todos y el sufrimiento, porque nadie se va de rositas, una vez que nazca, claro. El sufrimiento es la esencia de la vida. Y nuestra única misión es aliviar el sufrimiento, tanto el nuestro, como el de los demás por la vía de la compasión. Feliz es el que no sufre, pero incluso éste, al ser un hombre sabio sufre porque necesariamente es compasivo, de lo contrario no sería sabio, sino egoísta.

La realidad sólo tiene un aspecto: enseñarnos. El dolor, la crisis es la forma de aprender. El que muere, muere y no tiene remedio, no es un mal, es su existencia, ya sea un no nacido, alguien con veinte años o alguien con noventa. Además, todo es energía y nada se pierde. Puede ser que la consciencia se pierda, pero no es consciente de su pérdida, sólo previamente. La muerte no tiene consuelo, pero deberíamos aprender dos cosas: que no es un mal y no es un desconsuelo.

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Sanar y enseñar es lo mejor que el hombre puede hacer por el hombre. Y vienen a ser lo mismo. Sanar es educar al cuerpo que ha quedado maltrecho por las emociones. Educar es sanar el alma que ha quedado maltrecha por las impresiones de los sentidos del cuerpo. Cuerpo y mente son uno y lo mismo. El uno es espejo del otro y a la inversa. O la sanación es total y global o no hay sanación. El problema es que los ojos están semiciegos sólo ven parte de la realidad, como sólo ven parte de la gama del espectro de luz. Si miramos en nuestro interior veremos otros mundos que habitan en y con nosotros.

 

La arquitectura de la escuela como sostén de la esclavitud pedagógica. Estoy comprobando que la estructura arquitectónica, modo cárcel, al estilo biopoder de Foucault, impide la más mínima reforma en profundidad de la educación. En lo que se refiere a la relación entre los alumnos y entre los alumnos y el profesor. En esta estructura arquitectónica el profesor es el carcelero; cuando, realmente el profesor tiene que ser el que indique el camino hacia la libertad. Por su parte, la estructura administrativa ejerce el poder simbólico, con lo que la posibilidad de acción del profesor, si quiere salirse del guion es casi imposible. Sólo te das cuenta de tu esclavitud, de tu borreguismo sumiso, cuando intentas hacer algo distinto, cuando te quieres salir del guion. Los profesores somos tremendamente culpables del mal en la educación –por nuestra servidumbre humana voluntaria-, somos piezas esenciales en el engranaje del sistema que hemos aceptado, sumisamente, por un plato de lentejas, la función encomendada por el Padre Estado. Cuando intentas moverte, innovar, te das cuenta de que el sistema es kafkiano. La arquitectura juega un papel esencial en nuestras vidas. No es que vayamos a defender un determinismo de la arquitectura sobre nuestras emociones y sentimientos, pero sí que se puede afirmar, con certeza, el papel indudable de ésta en el ser humano: la familia, el pueblo, las instituciones. En referencia a la educación me preocupa enormemente el tema. La dinámica del espacio tiene que ver con la dinámica del espíritu, mente o alma, o como ustedes lo quieran llamar. El caso es que la estructura actual condiciona, de entrada, la conducta, tanto de alumnos como profesores. Y no me estoy refiriendo, por ejemplo, a las tarimas, que en determinados momentos vienen muy bien y que fueron eliminadas en el momento de ceguera de la igualdad. Profesor y alumno no son iguales, ni la educación es horizontal, tampoco vertical. Las cosas son mucho más complejas. La educación es un sistema complejo de retroalimentación en el que el profesor es un nodo importante del sistema (importante en el sentido de transmitir de conocimientos y de dirigir al alumno a la búsqueda de conocimientos) Pero el espacio, en sí, marca unos papeles determinados que uno no adquiere conscientemente, sino que asume el rol que le toca sencillamente por el espacio que ocupa. El alumno ocupa el lugar de la sumisión, el profesor el del poder, con o sin tarima, es igual. Pero el alumno de hoy en día, no quiere sumisión, es rebelde por naturaleza, no indisciplinado. La disciplina debe aprenderla de la mano de los padres y del profesor. Pero la disciplina no es verticalidad en las relaciones, tampoco se puede ejercer desde la absurda horizontalidad, sino que debe realizarse como un proceso de comprensión. El alumno debe aprehender cuál es su lugar en el sistema de aprendizaje (conocimientos, emociones, sentimientos: integralidad del ser humano) para realizarse como ser humano. No como un ser obediente y sumiso, un esclavo del mercado, que es lo que es ahora, ni como una cabra loca que danza por el monte a su aire (como las pedagogías posmodernas nos indican). El alumno debe aprehender los valores de la educación. Pero estos son imposibles de que puedan ser aprendidos siempre y cuando las relaciones espaciales arquitectónicas impongan el papel que alumno y profesor van a desempeñar, justo al entrar ambos por primera vez en las aulas. El movimiento y la dinamicidad espacial son importantísimos para la adquisición de conocimientos. Estar atados a una silla lleva al alumno más inteligente a la rebeldía y al mal llamado trastorno de hiperactividad y atención. El problema de los primeros es que su inteligencia necesita espacio, movimiento: ya lo decían grandes pensadores como Nietzsche, Freud, Kierkegard, Schopenhauer, Unamuno, Ortega y el mismo Sócrates, y la misma Stoa griega (la escuela), refleja el espacio y la posibilidad del movimiento. En el segundo caso, la hiperactividad y el déficit de atención no es más que un invento de la industria farmacéutica. Una enfermedad inexistente. El problema es que, como no han sido tratados emocionalmente ni han tenido una crianza afectiva, desde la infancia, en la adolescencia, estos niños con una sorprendente capacidad de atención diversa, pues, psicológicamente se desordenan y se convierten en desobedientes e, incluso, agresivos. Y, en lugar de sanarlos emocionalmente, recurrimos a encasillarlos y medicarlos. Un error en los dos casos. Grandes cerebros se nos están yendo por las alcantarillas. Menos mal que algunos, muchos, tienen capacidad de adaptación y triunfan sobre el sistema. Pero, al final, cuando empiezan sus estudios universitarios, su triunfo se convierte en un sometimiento porque nadie les ha enseñados los valores de la insumisión, de la rebeldía, de la indignación frente a la injusticia, lo contrario, han aprendido que, adaptándose, triunfan, por tanto se convierten en ovejitas, en engranajes perfectamente engrasados del sistema.

 

¿Es posible la justificación ética de la violencia, incluso en legítima defensa?

“La decepción procede de un error de percepción. Si cambias la percepción, no hay decepción.”

Cómo no se va a sentir dolor por la víctima y la máxima compasión.  Si no es el caso sería uno un psicópata. No es eso. Y no estoy con los dominantes, siempre he estado al lado del débil. Y el débil en este caso es la mujer. Y en la sociedad, las mujeres en general, y los inmigrantes, y los pobres…pero no es eso lo que yo digo. Es que no puede justificarse éticamente, aunque legalmente pueda tener atenuantes, el hecho de utilizar la violencia contra la violencia. La defensa personal es un concepto ambiguo. Por ejemplo, las artes marciales orientales, no se inventaron para agredir, ni dañar, sino para la defensa personal, sin agredir, sólo para persuadir. Los mismos monjes taoístas y budistas, absolutamente pacifistas, fueron sus inventores. Y el principio que las rige es el de la utilización de la fuerza, la violencia del contrario para que se vuelva contra él sin dañarlo. Claro, al llegar a occidente se cambió la visión, se convirtieron en artes ofensivas y en competición. Hasta el yoga se ha vuelto competitivo. Nuestra cultura nos ha destrozado a nosotros y a la ecosfera. Precisamente por el afán de dominio y de violencia. Dominio y violencia había en el hombre (más que en la mujer, por su puesto, pero el hombre es una víctima también de la cultura, como la mujer, claro), y dominio y violencia hay también en la mujer. Lo que yo propongo es volver a un paradigma ético creado hace 1.500 años y que haría las relaciones más sanas. No hay que irse a estos casos límites. En nuestras relaciones existe la ira, el enfado, el miedo, los celos, el rencor. Todo procede de nuestro miedo. y frente al miedo solo queda la compasión y la autocompasión. De lo contrario nos rompemos por dentro: estamos angustiados, estresados, no somos felices, queremos más, estamos insatisfechos. Sin embargo, lo que yo propongo, insisto, que es muy antiguo, es el bienestar, la felicidad. Pero, para eso, hay que empezar por conocerse a sí mismo, que es lo que decía Sócrates. Por qué me irrita tal persona, por qué tal opinión me irrita y no la comprendo, por qué no soporto a fulanito, por qué tengo prisas, por qué me agobia tal problema. Por qué los malos son siempre los otros, es que no hay ningún mal en mí.

Un violento samurái entró en un monasterio budista y preguntó por el monje más sabio. Lo llevaron ante un monje que se encontraba meditando y el samurái le preguntó que le dijera qué es el cielo y qué es el infierno o lo mataba. El monje guardó silencio en actitud meditativa, el samurái volvió a preguntar, más irritado, el monje permaneció en silencia por tercera vez preguntó el guerrero y sacó su espada, al ver esto el monje dijo: eso es el infierno, el samurái, perplejo, guardó su espada y el monje dijo: y eso es el cielo.

Los límites del conocimiento.

Yo creo que tenemos serios problemas para tener una teoría total del universo. Hay que contar con los límites del conocimiento que están en el propio sujeto cognoscente. Esto es muy largo, en mi primer libro “Fin de milenio y otros ensayos” Editora Regional, 2001. Dediqué un capítulo entero. El libro está agotado y no sé si lo tengo en formato electrónico. Pero sólo con un par de ejemplos es suficiente. Primero, tenemos un límite empírico, que señalaba antes, no tenemos ni podemos tener experiencia de la totalidad, segundo la verificación completa es imposible por lo que se llama el problema de la inducción. Es decir, no podemos probar el futuro, porque del futuro no hay experiencia. La información, para nosotros, no puede ir más allá de la velocidad de la luz, aunque el principio de no localidad de la MQ demuestra que hay comunicación instantánea entre partículas, cosa que Einstein decía que era una aberración, pero los experimentos de Aspect probaron suficientemente. Hay algunos experimentos que hablan de no localidad en los otros niveles. La teoría de cuerdas, por ejemplo, afirma que hay once dimensiones. Eso sólo lo podemos pensar matemáticamente, no lo podemos imaginar porque nuestro cerebro funciona con tres dimensiones más el tiempo, cuando se juntan en cuatro ya empezamos a tener dificultades (teoría de la relatividad). Nuestros conceptos del entendimiento, es decir, aquello con lo que pensamos racionalmente, que ya lo descubrió Aristóteles, y residen en el lenguaje (bueno en el cerebro y se expresan en el lenguaje) son doce. Por tanto sólo podemos pensar de esa manera, podría haber seres que pensasen de treinta formas distintas que tuviesen relación con la realidad. Por eso nosotros no conocemos la realidad, la construimos con nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento. En realidad creamos la realidad al observarla. Una partícula es tal, en la medida que es observada, mientras tanto, es una vibración cuántica: una cuerda. Vamos, lo del gato de Schrödinger. En esencia es que nosotros como parte integrante del mundo pensamos el mundo que es y, de alguna manera, somos la consciencia del mundo o, como decía Carl Sagan, la voz de la consciencia cósmica. El universo que se piensa a sí mismo. Pero esto ya está en Spinoza. Este autor comienza su Ética demostrada según el orden geométrico” con el primer axioma. “Sólo hay una substancia y esa substancia es la substancia infinita que es Dios”. Nosotros somos modos de esa sustancia a través de los cuáles esa sustancia, de forma limitada, se conoce.

 

Crónica de un fracaso anunciado.

Estoy leyendo el libro de Riechmann “Autoconstruirnos. La transformación cultural que necesitamos”. Libros de la Catarata, Madrid, 2015. Hace dos años o más que no leo sobre ecología y no ha cambiado nada, salvo los datos. Todo se acelera. Parece ser que, según los datos, hemos pasado el punto de no retorno, lo cual implica que hemos fracasado, que es el fin. Sólo nos queda algo por hacer, fracasar bien. Es decir, es como si pudiésemos ir hacia atrás en el viaje del Titanic y el hundimiento es ya inevitable, lo que nos queda por hacer es organizar bien la evacuación. Pero el Titanic se ha hundido. Ése, por lo visto, es el mejor escenario. Todo lo previsto se ha adelantado tres o cuatro décadas. El siglo XXI será invivible antes del 2050. El ecocidio que hemos cometido producirá un genocidio (hambre, muerte, exterminios, miseria, enfermedad, condiciones imposible de supervivencia, probable guerra nuclear,…) Mientras, el movimiento ecologista y ecosocialista fracasaron en las últimas décadas del siglo XX.

Y, para salvar al hombre, no la civilización, se tiene que producir una lucha que reside en nuestra “doble” naturaleza: somos agresivos y somos solidarios. Eso, desde el punto de vista cultural y político, implica que hay muchas personas que piensan que el mundo tiene que ser una jungla en la que vence el más fuerte. El mundo se divide entre amos y esclavos, no somos iguales, no hay escrúpulos ante la violencia. El mundo es el infierno, pero si se es el fuerte, no importa que sea el infierno. La violencia está perfectamente justificada para el fuerte. Sobrevivirán los más fuertes. La otra opción política y cultural es la de la igualdad, colaboración y compasión. Si hay un número suficiente de personas, de momento son minoritarias, que tengan estos valores serán más fuertes y ganarán la batalla (que es inevitable, salvo un milagro de un repentino cambio de consciencia), de tal forma que, no nos libraremos del naufragio, pero salvaremos a la especie humana. Otra cosa es si merece la pena.

No hace falta que vean ustedes las noticias, ni que se entretengan con las mandangas de los políticos, ni de los famosos, ni del futbol. Lo necesario es tomar conciencia de sí mismo. Estamos ante una ética de urgencia. Lo de Europa, lo de Grecia, la crisis, todo es lo mismo. El problema no es el cambio climático, ni el problema ecosocial. Esto no son más que síntomas. El problema es el capitalismo que es una megamáquina devoradora que no puede existir sin crecimiento. Y ya hemos sobrepasado los límites del crecimiento. O damos el salto ético junto con esos valores: igualdad, colaboración y compasión o nos hundimos con el Titanic. Olvídense de todo lo demás. Ver las noticias no es más que ver la crónica de una muerte anunciada. Tenemos que tomar partido por una ética de urgencia en la que los valores son la igualdad, la colaboración y la compasión. No escuchen cantos de sirena, no hay tiempo. Hay que salir a la calle y decirles que ¡no! a los poderosos. Una desobediencia civil generalizada. Porque ya está bien de autoengaño, la libertad en la que creemos vivir es el cuento de los poderosos para dominarnos. En todos los colapsos civilizatorios que ha habido han perecido entre el 90 o 95% de los habitantes. La diferencia con el que ya ha empezado es que éste es global. No soy agorero, ni catastrofista, ni apocalíptico, me ciño a los datos y a la lectura de los expertos, no a las lecturas interesadas. Los catastrofistas son ellos, que son los que llevan el planeta al derrumbe. Bueno, ellos y nosotros que lo consentimos. Pero estamos a tiempo de tener un buen fracaso y crear las bases sólidas de una ética que, por lo demás, ya se nos había dado. La igualdad procede del cristianismo y de la filosofía helenística, la compasión del budismo, el hinduismo y el taoísmo y, también del cristianismo. Y tiene una versión en Sócrates. La colaboración la encontramos en la compasión y en el ideal cosmopolita. La teoría la tenemos y, durante 25 siglos, la hemos ido afinando. Tápense los oídos cuando escuchen la palabra crecimiento (es una anestesia muy potente) pero, en realidad, significa: ecocidio más genocidio.

“El mundo juzga adecuadamente muchas cosas porque vive en la ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre. Las ciencias tienen dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia natural en la que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro extremo es aquel al que llegan las grandes almas que, después de haber recorrido todo lo que los hombres pueden saber, descubren que no saben nada, y vuelven a encontrarse en la misma ignorancia de la que habían salido, pero ésta es una ignorancia docta que se conoce. Entre unos y otros están los que salieron de la ignorancia natural y no pudieron alcanzar la otra; estos tienen un barniz de esta ciencia presuntuosa y se las dan de entendidos. Son los que alborotan el mundo y juzgan inadecuadamente de todo.” Pascal

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Efectivamente: "La servidumbre humana voluntaria." La Boetié. Y Kant "¿Qué es la Ilustración". Nos decía el maestro Kant que el hombre era autoculpable de su minoría de edad (sumisión), por pereza y cobardía. En definitiva no era más que la misma respuesta a lo que ya Montaigne y La Boetié habían dicho. Pero todo este problema arranca, a mi modo de ver, de forma radical en la oposición de Platón a la democracia. Éste decía que la democracia era el gobierno de los ignorantes. Pero, cuidado, hay que entender lo que significa ignorante en Platón, no es el que no sabe, sino el que es esclavo de los vicios, porque la virtud es un conocimiento (intelectualismo moral, que defendía Platón al igual que su maestro Sócrates). No se trata de no saber cosas, sino de pereza y cobardía, de intereses propios y egoísmo, ésa es la ignorancia a la que se refieren Sócrates y Platón. No se trata del gobierno de los sabios eruditos o tecnócratas, en la actualidad, sino de los mejores moralmente. Y ¿son los mejores moralmente nuestros gobernantes? Ése es el origen histórico-antropológico y filosófico del problema. Y si nos vamos a la antropología física y cultural vemos que el hombre, como todos los primates, es un animal jerárquico. Otra cosa es que, culturalmente, hayamos inventado la igualdad y la democracia. Pero nos encontramos con problemas de fondo ontológico difícilmente superables.

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Un amigo distingue entre enfermedades punibles y no punibles. Por ejemplo el cáncer de pulmón está relacionado con el tabaco. Pues eso es, para un fumador, una enfermedad punible. Es decir, que encima de que tienes un cáncer la sociedad te culpabiliza. Y tú mismo. Y te tienes que arrepentir. Y el sufrimiento va a ser tu forma de redimirte. Porque nos hemos empeñado en medicalizar la vida, pero eso no es un objetivo médico, sino económico. Un no fumador es más rentable, económicamente, que un fumador. Siempre lo he dicho, el estado no se preocupa por nuestra salud, ni por nuestra educación (nada más hay que ver cómo está) sino por el dinero que aportamos y por el que le costamos. Por eso la democracia que tenemos es una democracia capitalista que nos priva de la libertad (autoritarismo, entonces) en nombre de utopías: como la salud, la eterna juventud, el éxito social, la belleza que a ellos les importa, la moda…y de esa manera controla nuestro pensamiento. Una religión que nos convierte en culpables, si fumamos, si bebemos, si estamos gordos, si envejecemos, si no hacemos una formación continua y pagada a su antojo, que no sirve para nada, salvo para alargar el tiempo de espera para conseguir un trabajo basura o para aumentar tu sueldo y para beneficio de los que inventaron y mantienen el sistema y así sucesivamente…cada vez soy más anarquista. Un anarco-libertario, como cuando joven “utópico”, aunque los utópicos son ellos. Cómo me va a importar a mí ahora la gran mentira que nos están haciendo tragar ahora con Grecia. Y la que nos están haciendo tragar desde la “fundación de Europa” y el estado de bienestar o capitalismo de baja intensidad. Hay dos salidas: o la mística o el anarco-terrorismo. Prefiero y cultivo la primera.

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“No puede haber un grito mayor de angustia que el de un hombre” Wittgenstein. Aforismos, Madrid, Alianza, 1995, p. 195

La angustia es la separación la escisión de nuestro ser. Lo contrario a la angustia es el sentimiento oceánico del que hablaba Freud. Un sentimiento religioso o espiritual. Religioso en el sentido de “Religare”: estar unido al todo en su fundamento. Wittgenstein, en su vida, conoció los dos extremos y anduvo siempre detrás de aquello que no se puede decir, que es lo inefable: lo místico. Por eso nunca fue entendido por sus contemporáneos y por eso su vida fue solitaria y errante. Era demasiado sensible como para soportar la vulgaridad y demasiado exigente consigo mismo como para dejarse arrastrar por la mera diversión que te hace uno con el otro, aunque sea un nivel menor de identificación con el todo, es una forma –en la que no hay que quedarse, sólo utilizarla- para trascender el sufrimiento. El único camino es el místico. Pero la unión con el todo, el  mismo Freud lo dice en “El malestar en la cultura” es una mezcla de la inteligencia superior y la afectividad. Es decir, sentirse identificado con el todo no es sólo una operación intelectual de carácter superior, sino una cuestión de afectividad. Que se llama, precisamente compasión. No utilizo la palabra amor por la cantidad de acepciones y vivencias egoístas, románticas, relaciones vinculadas con el poder sobre el otro, los celos… es un concepto demasiado contaminado que ha perdido su aspecto positivo que aún conserva la compasión.

 

 

Creencia, razón y credulidad.

"La credulidad de los hombres sobrepasa lo imaginable. Su deseo de no ver la realidad, sus ansias de un espectáculo alegre, aun cuando provenga la más absoluta de las ficciones, y su voluntad de ceguera no tienen límites. Son preferibles las fábulas, las ficciones, los mitos, los cuentos para niños, a afrontar el desvelamiento de la crueldad de lo real, que obliga a soportar la evidencia de la tragedia del mundo. Para conjurar la muerte, el homo sapiens la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime."
Michel Onfray

Pues al principio estaba más de acuerdo con lo que dice el texto que encabeza el escrito, pero ahora me parece, casi que una mera ocurrencia y mira que me encanta Onfray y lo he leído un montón. A fuerza de releer el texto pues lo he leído a otro nivel. Y en un nivel más profundo simplemente es que es falso lo que dice. Su verdad es aparente y se mezclan muchos factores. Es cierto que la credulidad de los hombres sobrepasa lo imaginable. Pero esto es un axioma o premisa de la que se parte, trivial, para lo que viene después. Es más, es una premisa que no es válida desde la rigurosidad científica antropológica. Ahora bien, si es una licencia literaria, si no pretendemos decir la verdad, sino llamar la atención sobre algo, pues entonces estamos en el nivel de lo poético. El ensayo, tampoco se puede pretender licencias, lo que pasa es que el ensayo es una forma personal de escribir que busca objetividad y universalidad pero que no está expuesto de forma científica. No es cierta la premisa porque el hombre se engaña de lo que se tiene que engañar, y se engaña lo preciso para sobrevivir. Y lo digo por lo que viene detrás. El hombre cree en mitos, fábulas y religiones porque, sencillamente, han sido el mecanismo que ha inventado que le permitió sobrevivir. Por eso, está muy mal la definición de que el hombre sea un animal racional. Está bien como distinción. Pero no es lo que hace al hombre ser hombre. El hombre es tal porque tiene esperanza y tiene esperanza porque es autoconsciente de sus límites, su finitud, su existencia, los animales, no. Y eso abre una brecha entre hombre y naturaleza. El hombre no actúa automáticamente, sino que tuvo que inventarse, con el cerebro que se fue formando evolutivamente, como resultado de la colaboración y la competencia, para sobrevivir (cazar, huir, relacionarse con sus semejantes, atacar, defenderse,…) toda una cultura, desde la piedra tallada hasta los dioses, ídolos y mitos que hablan de ellos. Y sin la esperanza de que este mundo creado, “in illo tempore”: en los orígenes, en los principios, los salvara estaban desesperanzados. La esperanza es nuestra salvación (sanación, felicidad, seguridad, paz, serenidad) es lo más característico de la condición humana. Se suicida el desesperado o el indiferente. Los evangelios están escritos en forma mítica: dicen “En aquel tiempo…” un tiempo remoto, originario, que funda el resto del tiempo y le da sentido. O los sermones de Buda: “He oído que….”) y creemos que esto es un teclado, cuando la ciencia nos dice que, en realidad esto es un inmenso vacío que colapsa en tanto que corpúsculo por mi observación. Pero es mejor creer que las paredes son sólidas que no intentar traspasarlas o que a pesar de que yo sea un inmenso vacío y el suelo también, lo mejor es bajar por las escaleras y no tirarme desde arriba para llegar antes. La creencia es una cualidad humana que permite la supervivencia. Lo mismo que socialmente, la mentira aceptada es una forma de evitar un mal peor, la violencia. Esto son conclusiones ético-filosóficas de la pura etología y psicología evolutiva. Por eso dice que el hombre tiene voluntad de alegría y esa voluntad le hace ser ciego y creer en fábulas. Claro. Aquí pasan dos cosas. La primera ¿qué es la verdad? Uff. Lo siento pero no me atrevo a tratar el tema es demasiado escurridizo y un filósofo que conoce la historia de más de dos mil quinientos años discutiendo del tema no va a cometer la imprudencia de saldarlo en dos líneas. Y la segunda tiene que ver con lo tratado más arriba. Por supuesto que el hombre busca la alegría y la felicidad. Y que “la verdad” no tienen nada que ver muchas veces con la felicidad, pero sí con la tristeza, con la desesperación y, por tanto, con la muerte. Por ello, desde un punto de vista evolutivo y adaptativo, ante “la verdad”, de la que ni estás seguro y la alegría, la mayoría elige la alegría. La mayoría y más el espíritu de la masa, elige la seguridad ante una supuesta verdad que nos produce desasosiego. Por eso la mayoría tampoco es libre, ni quiere. Porque libertad y verdad van de la mano. Y van de la mano, también de la soledad, la inseguridad, la desesperación, la inadaptación, la exclusión social y la muerte en muchos de los casos, como nos demuestra la historia en los casos más notables, tanto de verdades éticas: Sócrates y Jesús de Nazaret, que son nuestros pilares civilizatorios, como de verdades científicas: Bruno, Cusa, Servet…aquí la lista es interminable. Y, hoy en día, en las autoproclamadas democracias, el disidente es condenado al ostracismo. Fijaos, sólo como muestra, se entiende por democracia el consenso, cuando la democracia es lo contrario, la posibilidad de la disidencia. Lo que sí ocurre es que en la democracia pensamos que tenemos un instrumento en común que es el logos que nos permite el acuerdo, que no el consenso. Éste último es el pacto, la eliminación del pensamiento. Por eso yo defino la democracia como disidencia y así titulo uno de los capítulos de mi “Escritos desde la disidencia”. Así, la alegría es fuente de esperanza, de vida, es adaptativa. Los fuertes, los que colaboran con los demás, son los que tienen alegría, los que tienen esperanza en construir algo nuevo con la ayuda de quién sea, pero funciona y la prueba es que estamos aquí. El melancólico se hunde en su propia miseria. La creencia en los mitos ha sido la piedra angular de nuestra supervivencia. En cambio, la racionalidad nos ha llevado a una situación de un posible apocalipsis civilizatorio alimentado por otro mito en el que creemos a pie juntillas: el del progreso de la historia y de la humanidad. Es más, la razón y la ciencia se han convertido en los nuevos ídolos. Porque el hombre, la mayoría, no puede vivir sin ellos.  Es que es nuestra condición. Es aquello de “La servidumbre humana voluntaria”

La tragedia del mundo que el hombre es capaz de soportar lo hace a través de mitos. Pero, paradójicamente a partir de mitos modernos. Es decir: el mito del progreso y el mito de la razón. El mito del progreso y de la razón han sembrado la historia de cadáveres, como nos advierte Benjamin, comentando el cuadro de Poul Klee “El ángel de la historia”. El exterminio del hombre por el hombre y de la naturaleza por el hombre comienza con la racionalización de la actividad humana y esto tiene lugar en el neolítico. Y las religiones, creencias y mitos que fundamentaron el estado de creencia para mantener ese statu quo, son las mismas que hoy tenemos. La razón ilustrada levanta la cabeza contra todas esas supersticiones y le promete al hombre la libertad a través del conocimiento por medio de la razón ética y científica, pero lo que viene es el totalitarismo político, la revolución industrial y el sistema capitalista. Y todo ello alimentado por el mito del progreso en el que el hombre cree, porque es racional. Pues no es racional, es el mito de la historia sagrada (la historia de la salvación) del cristianismo, pero secularizado. Por eso, todo pensamiento político de emancipación, pues nos ha llevado al exterminio totalitario. Y, ahora, precisamente, vivimos en uno de esos mitos del progreso tecnocientífico y económico (neoliberalismo). Hoy se llama radical a un partido griego que no es más que socialdemócrata. Y neoliberales y socialdemócratas defienden la política neoliberal como pensamiento única al que no hay alternativa: creencia, mito.

Por eso, no hay emancipación de la humanidad por medio de la razón instrumental, sino de la razón ética particular. Es decir, sino hay una revolución ética a título singular, de las personas, no hay futuro para la humanidad. Desde luego, que si hay futuro, no es esto que vivimos. Lo que vivimos actualmente no es la civilización es la barbarie, la locura organizada racionalmente, el infierno que el ángel de la historia contempla espantado. Recomiendo el último libro de Riechman “Reconstruirnos” y el último de Baumann “Ceguera moral”.