Atisbos de luz y del Ser. Conferencia con las estrellas.
La escritura mata al pensamiento auténtico. Éste es una unión, una identificación con el Ser. Una identificación desde la diferencia. El pensamiento intelectual tiene su misión, desde la propia vida cotidiana hasta la ciencia más profunda, pero no es el Conocimiento.
Nuestro Ser es fluir con la totalidad de lo que hay, esto es ser Sabio. Conocer intelectualmente es un gran valor, pero no es la sabiduría. Cada uno puede decidir a qué se quiere dedicar. También uno puede caminar hacia la sabiduría y tener como oficio el intentar entender cómo funciona todo esto; es decir, recorrer el camino de la sabiduría y el del conocimiento intelectual.
No obstante, el fin propio del conocimiento es la acción; esto es, el Ser. ¿Cómo vivir?
En la medida en la que nos consideremos diferenciados, separados de Lo que Hay, sufrimos, en cuanto nos reconocemos como Lo que Hay, nuestra consciencia se hace Consciencia.
Todo lo que es, Es, pero lo que Es, no es una cosa, sino un Proceso. Pero un Proceso sin tiempo. El tiempo es psicológico, no existe un tiempo físico, ni cosmológico ni, por tanto, metafísico. Lo que Es, es desde la eternidad. Y la eternidad no es duración. Sintonizar con este Conocimiento es permanecer en el Ser, permanecer inalterable.
La sabiduría se vive, no se puede escribir. El docto puede hacer teorías sobre los caminos hacia la sabiduría, pero, en la medida en la que la sabiduría se alcanza sólo queda mostrarla o el silencio, no hay demostración y, mucho menos, una receta para llegar a ella.
La libertad no consiste en la resistencia, sino en actuar conforme al propio Ser. El problema es la ignorancia del Ser. Cuando luchamos, no estamos en el Ser, sino en las apariencias. Soñamos, curiosamente, que estamos despiertos.
La libertad es aceptación. Cuando aceptamos lo que hay, entonces pueden empezar a cambiar las cosas.
Pero no se trata de discutir esto como una teoría. Esto es una práctica. La espiritualidad es experienciable, no es una teoría.
Si vivimos esta libertad, pues la entenderemos, pero no con los ojos del entendimiento, sino con los del corazón. El resto de libertades, como por ejemplo la libertad política, vienen por añadidura. No son lo primero. Si uno acepta, llega a ser libre. Entonces accede a la compasión. Sus actos se basarán en este sentimiento.
Además, el que vive desde la aceptación no vive separado del Ser. Tiene Consciencia y no vive en la dualidad. Siente el dolor del otro como suyo; porque, en realidad, somos Uno. En un mundo organizado desde esta Consciencia no existe el conflicto, aunque existan los opuestos, pero los opuestos son la esencia del Ser. La armonía de los contrarios, pero no la lucha. Lucha es escisión, armonía es Amor incondicional.
Vivir es dejarse llevar, estar en sintonía con el Ser, si luchas, pierdes.
El mal es una realidad ineludible. Ahora bien, ni el mal ni el bien existen de forma independiente, ni absolutas, son una comunidad, están en armonía. Ahora bien, no siempre.
El mal está en nuestra falta de conciencia, en nuestra ignorancia. El mal es, entonces, sufrimiento, para uno mismo y para los otros. Pero los humanos no aprendemos por placer, sino a base de equivocarnos, de la ignorancia, del sufrimiento. Las emociones y los sentimientos son nuestras maestras.
La armonía de los opuestos es el Ser: bien y mal conforman el Ser. Esto quiere decir que, si queremos contemplar el Ser, tener conciencia plena, inevitablemente, hemos de sufrir. Ahora bien, que la vida sea sufrimiento no quiere decir que haya que anclarse en él, sino que es el modo de aprendizaje, aunque nos lleve, que es lo normal, la vida entera. La experiencia del mal nos lleva a la realización del bien. El que no tiene conciencia de que hace el mal y de que vive en el mal, no sale del mal y produce un gran dolor y se lo produce a sí mismo.
El problema del mal hace estallar al entendimiento. Sólo podemos acceder a la comprensión del mal desde una conciencia plena, pero esto sólo ocurre en raras ocasiones. Por ello, lo esencial es permanecer en la conciencia de desapego, en el olvido de nuestra historia personal para no caer en el lado egoico y pensar cósmicamente. Es decir, soñar desde lo universal. Soñar la realización de un mundo mejor y hacerlo en nuestro entorno y en nosotros mismos.
El desapego o desasimiento es la clave para superar nuestro dolor, pero ello no evita el sufrimiento del mundo. Pero en la medida en la que cada cual se hace conciencia más universal y desapegada el mal universal retrocede, encuentra su equilibrio.
La eliminación del mal universal comienza por la toma de consciencia de uno mismo. En todo caso, el mal universal no se elimina, sino que encuentra su equilibrio. En última instancia lo que sucede es un acto de comprensión y, tras él, una acción. Pero el mal siempre estará ahí, si no, no habría bien.
El fondo de todo es la no dualidad, que es el no dos, no la Unidad indiferenciada. El cosmos se hace consciente de sí mismo a través de nuestras emociones que nos muestran la separación. El cosmos, o Todo lo que Hay es un acto de creación permanente. Y en ese acto de creación se produce la diferencia y escisión, que en el hombre y en cada ser se expresa por el dolor y el sufrimiento, que no cesa hasta que no recuerda su origen, la Unidad (no dos). La Unidad indiferenciada es una abstracción imposible. Si el universo se está autocreando continuamente está produciendo su diferenciación y la aparición de la diversidad. Que es lo que le permite su autoconocimiento. Somos el Ser en su proceso de autoconocimiento.
Ahora bien, dentro de la diversidad está lo esencial de la Unidad. Por eso la Unidad habita en cada ser, pero también la diferencia. Es el equilibrio entre la unidad del Ser y su diferencia lo que buscamos. La diferenciación nos ha llevado al olvido del Ser, al intento de dominación de todo lo que hay. Es el espíritu prometeico y por eso destruye la tierra, los animales y al hombre. Si no recordamos quienes somos y alcanzamos la armonía de los opuestos nos autodestruiremos, pero podemos hacerlo, podemos evitarlo.
La forma es el desapego, el desasimiento. Olvidar que somos una historia personal. No identificarnos con la historia personal, somos más que esa historia, somos Yo Soy, consciencia plena. Si nos desidentificamos de todas nuestras historias, nuestra consciencia se ampliará.
Generalmente, todas nuestras historias se basan en tres arquetipos: víctimas, verdugos, salvadores. Pues, cuando nos identificamos con una de estas tres cosas o, normalmente, con las tres, nos separamos de la Fuente, de nuestra esencia, del Yo Soy. No es que no existan esas historias personales, sino que no podemos identificarnos con ellas. Ése es el juego. Y ése es el camino del guerrero espiritual o la senda del Chamán, da igual cómo lo llamemos.
De ahí lo del desapego o desasirse de todo. Es el desprendimiento de todo lo que creemos que nos pertenece lo que nos libera. Pero lo más difícil no son las cosas materiales, incluso los seres queridos, sino, que lo más difícil es el yo que hemos ido construyendo en nuestra vida. Ese yo es la historia personal que hemos ido construyendo. La misión del guerrero es atreverse a deconstruir todo aquello que significaba su vida: desasirse, desprenderse. Y eso es la liberación.
Porque de lo que nos liberamos es del yo, de ese pequeño yo. Entonces surge el Yo Soy, la consciencia plena y desidentificada. Ya no tiene sentido lo anterior. Y, por eso, aparece el miedo a la nada. Porque es la muerte de nuestra historia personal, de nuestro pequeño yo. Pero es ese yo egoico el que nos hace sufrir, si desaparece, desaparece el sufrimiento y la intención de producir sufrimiento porque ya no hay egoísmo, ni miedo, por tanto, todos los vicios, todos nuestros demonios, desaparecen.
Y nos instalamos en la consciencia plena y miramos desde la eternidad, lo que llaman el aquí y el ahora. Estamos fuera del tiempo, aunque nuestra existencia psicológica transcurra en él. Pero no nos identificamos con él.
El tiempo y el yo van unidos. Sin yo, no hay tiempo. Y sin tiempo no hay miedo, ni soledad. El miedo es el origen de todos los vicios. Y ese miedo es miedo, fundamentalmente, a la soledad. Un vicio es un apego: emocional, a substancias, a personas, a cosas…todo aquello que creemos que nos va a devolver nuestro ser, cuando, en realidad, nos está alejando de él.
Por eso, son los apegos, los vicios, los que nos hacen sufrir, pero, si los escuchamos, son los que nos permitirán desasirnos del yo y ampliar nuestra consciencia desidentificándonos de nuestra historia personal.
Y esto entra dentro del mito del héroe. No se trata de ser feliz y, mucho menos, en el sentido en el que se le da hoy en día. Si hablásemos de la felicidad en el mundo griego, que tenía que ver con la virtud, pues, bueno, entonces, sí.
No se trata de la felicidad, una quimera que se persigue por doquier, un artículo de consumo más. Sino de una vida heroica en el sentido de vivir al límite, de enfrentarse con la muerte y traspasar sus fronteras.
Una vida heroica es aquella en la que uno lucha consigo mismo para vencer sus demonios. No es un plato de buen gusto para nadie. Y, de hecho, nadie lo quiere. Todos prefieren la normalidad, lo establecido, lo heroico lo dejamos para las películas y así satisfacemos nuestra conciencia herida.
Pero es la vida heroica la del camino de la iluminación o el despertar. Sin autoconocimiento, sin autoindagación, no hay heroísmo. Si no nos damos cuenta de quienes somos y quienes no somos, no saldremos de nuestro autoengaño. Y ese engaño no es más que la justificación de nuestro ego y, socialmente, la justificación del orden establecido.
El conócete a ti mismo, la autoindagación, son pilares de tradiciones sapienciales muy antiguos y que, de ninguna manera, han sido superados. Pero nadie dice que el conocimiento de uno mismo sea un camino de rosas. Al revés, el conocimiento de uno mismo es el enfrentamiento con nuestra máscara, con nuestro engaño o con nuestra sombra.
Conocerse a sí mismo es poner al descubierto nuestras emociones y nuestras creencias. Ambas nos limitan a lo que creemos ser. Pero eso que creemos ser, donde nos sentimos a gusto, no es más que un teatro de máscaras. El autoconocimiento es desenmascararnos. Es darnos cuenta de saber que no somos lo que creemos ser.
El autoconocimiento es un proceso aniquilador. Un proceso doloroso que nos lleva a la nada. Es decir, no somos nada de lo que creemos ser, ninguna de nuestras ideas se sostiene porque todas quieren sostenernos. Lo único que somos es una negación de todo lo que creemos ser, de todas las máscaras y personajes que representamos.
Pero, para llegar a este punto es necesario el desengaño de lo que se cree ser. Y, por eso, el autoconocimiento es una tarea heroica. No está hecha para débiles ni pusilánimes, y, menos, cobardes, es necesario: valor; es decir, virtud, fuerza.
Y es heroica porque es un desgarro, un enfrentamiento con nuestra sombra. Aquella que siempre nos persigue. Tenemos que adentrarnos en esa sombra y ver en las tinieblas lo que somos, de dónde venimos, qué ocultamos a nosotros mismos y a los demás. Entonces, cuando hayamos disuelto la sombra, aparecerá la luz. Pero la luz es la nada de nuestro ser. Lo que somos auténticamente es vacuidad.
Pero la vacuidad es la ausencia de ser, de cosas, no de procesos ni relaciones. Lo que somos realmente en esencia es el Ser o, mejor, la Conciencia. Claro, pero para darse cuenta de ello es necesario el camino del desapego o desasimiento, cuando no tenemos nada, no somos nada, entonces somos libres, nos hemos liberado de los confines de las máscaras del ego y hemos trascendido a lo transpersonal, al Ser, o como le quieran ustedes llamar.
Por eso, la liberación, requiere de un acto de heroísmo. Pero también requiere del soñar. Soñar con que se puede. La esperanza, aquello que quedó en la caja de Pandora. Y esto último sí es el aspecto positivo del pensamiento. El pensamiento positivo como fuerza creadora del soñar. Soñando nos donamos de sentido a nosotros y al mundo. Nos autocreamos. Y aquí es donde sí que juega un papel importante el pensamiento positivo.
El pensamiento positivo tiene que ver con la capacidad de ensoñar. Y ensoñar es recrear. Sin la capacidad de soñar no podemos crear otro mundo ni cambiarnos.
El mundo es una representación. En la medida que esto es así, nosotros tenemos la capacidad de cambiar esa representación.
Nuestras emociones dibujan la representación del mundo que tenemos, lo mismo que nuestras ideas y creencias. Es decir, que el mundo es fruto de nuestra representación subjetiva, independientemente de que existan patrones neuronales que hagan que todo el mundo perciba el mundo, más o menos, de la misma manera. Aunque esto sea así, pasan dos cosas. La primera es que esta representación no agota la totalidad de la realidad y la segunda es que la representación es fruto de nuestras creencias, opiniones, estado emocional…y cosas similares.
Y aquí es donde entra la capacidad de ensoñar y el pensamiento positivo (éste no tiene nada que ver con el positivismo psicológico que no ve sombras en el mundo, que ve todo de color de rosas) La capacidad de ensoñar es la recreación del mundo y de nuestra vida a partir de un cambio en nuestras creencias, opiniones, emociones…
Como bien decía Spinoza, los afectos o pasiones proceden de un estado de conocimiento adecuado o no adecuado. Un conocimiento erróneo nos lleva al estado de miedo, odio y tristeza. Mientras que un conocimiento adecuado, correcto, nos lleva a la alegría, el agradecimiento y el amor.
Ensoñar es la capacidad que tenemos de recrearnos a nosotros y al mundo. Pero, claro, ensoñar es esa capacidad ejercida desde el lado positivo de nuestro Ser. Desde la alegría y el amor.
Ensoñar es un acto de la voluntad a partir del cual recreamos una imagen, una representación del mundo y de nosotros, como desearíamos que fuese. Pero, eso sí, siempre desde el pensamiento correcto y adecuado que genera una actitud positiva que es la alegría de vivir. Y, una vez que tenemos una representación del mundo y de nosotros, basada en la intención, la voluntad, pues viene la acción.
Por eso es muy importante el pensamiento adecuado, correcto y positivo. Porque el pensamiento genera la representación, esa representación está guiada por los afectos o emociones. Ahora bien, las emociones adecuadas son las positivas: la alegría, porque son las que potencian nuestro ser. A partir de esta emoción deben surgir las representaciones, porque las representaciones crean un sentimiento y el sentimiento una acción.
Si queremos cambiarnos y cambiar el mundo lo tenemos que hacer desde el pensamiento positivo, desde lo que Spinoza decía, la alegría y el amor. Estas emociones básicas condicionan nuestra acción. Y, en último término, es la acción la que transforma el mundo.
La realización espiritual no puede ir separada del cambio social.
Es necesario aunar la sabiduría, la unión mística y su búsqueda, con la búsqueda de la justicia.
El hombre es un animal social y, como tal, se realiza en sociedad; bregando consigo mismo y con los demás. Tiene que vérselas con su sombra y con la sombra de la humanidad.
El conocimiento de nuestra sombra, de nuestra separación y el camino de nuestro autoconocimiento que nos lleva hacia la luz iluminando la sombra, una vez reconocida y asumida es un proceso absolutamente necesario para transformar el mundo.
La transformación del mundo no puede venir sólo de una transformación exterior, de un cambio, meramente, de instituciones, sino de un cambio del sujeto. Y este cambio implica contemplar y desarrollar la dimensión espiritual que somos.
Y esa dimensión espiritual que todos somos consiste en el reconocimiento-vivencia de que somos Uno. Es necesario recordar-revivir nuestra unidad primigenia. El problema desde el comienzo del neolítico es que nos hemos ido separando de la tierra y el cielo y, a media que hemos perdido esa conexión, nos hemos desconectado de nuestro propio ser. Hemos creado mundos artificiales que no son más que delirios: religiones, ideologías, en el fondo todos cuentos para acceder a lo que hemos ido perdiendo y cuentos que el poder ha utilizado para dominar. Porque el poder ha eliminado, en la medida que ha podido, la espiritualidad, porque la dimensión espiritual del hombre es una dimensión revolucionaria. Implica y conlleva un cambio radical de la sociedad, un vuelco. Se trata, ni más ni menos, que de trascender el antropocentrismo.
En la actualidad hemos llegado a las cotas más altas de delirio colectivo e individual. La escisión es máxima, el hombre está perdido. Es necesario una vuelta a la naturaleza, como ya reclamara Rousseau. Esto no es un primitivismo, sino que se trata de una recuperación de la naturaleza en el sentido del cambio de nuestras falsas ideas sobre el ser humano y la tierra.
No somos los dueños de nada. Somos Vida, pero lo somos como todo lo que hay. Y en la Vida no hay grados, Todo lo que Hay es Vida y nosotros formamos parte de esa Vida. Ni estamos separados, ni mucho menos, somos dueños y señores de nada. Es decir, que el cambio pasa por cambiar nuestras falsas creencias, nuestro sueño prometeico y eliminar la hybris, el monstruo, que llevamos dentro. Ese monstruo no es más que una falsa percepción.
Y todo cambiaría cambiando esa percepción. El mundo en el que vivimos es el mundo que interpretamos. Pero lo hemos interpretado mal. Y ese es el mal del mundo y del hombre. El mal del poder y de la dominación. El hombre, en su separación lo que ansía es poder, es dominar. Y el poder y la dominación se ejercen por la violencia. Es un dominio del hombre sobre el hombre y del hombre sobre la naturaleza.
La sumisión, no es tampoco una victimización. La sumisión es permitir el dominio. De ahí que la sumisión sea cómplice del poder del hombre sobre el hombre, de la tiranía, de los totalitarismos y de la explotación de la Madre Tierra. Aquí reside todo el mal.
Por eso no es necesario más que un cambio de percepción. Si miramos de otra manera, veremos otro mundo. Pero es que, además, tenemos la posibilidad de mirar de otra manera que es la manera primitiva o, mejor, primigenia. Tenemos la posibilidad de mirar con el ojo del espíritu, no sólo con el de nuestro ego, ni las manipulaciones ni mitos de la mente.
Y esa forma espiritual de mirar nos muestra un mundo en el que habitamos, en el que estamos en relación, interser, no hay nada separado, un mundo en el que participamos y al participar, creamos y soñamos.
Por eso, el cambio en el mundo es el cambio en el sujeto, en su forma de mirar. Para ello ha de luchar con sus demonios internos, con su sombra, que está llena de creencias y falsas ideas y de apegos, que condicionan su visión del mundo y su hacer en el mundo. Si cambiamos ese interior por la Luz de la Unidad, entonces ya hemos empezado a cambiar el mundo. Y a medida que caminamos hacia la sabiduría lo hacemos hacia la justicia.
Y, todo ello, tiene que partir del silencio interior, de escucharnos a nosotros mismos: nuestras emociones, nuestros sentimientos, las ideas que tenemos (de dónde vienen y cómo me condicionan.) Tenemos que ponernos en comunión, por otro lado, e imprescindible, con la naturaleza. Somos naturaleza, estamos conectados a ella, pero lo hemos olvidado y hemos creado un sueño de grandeza y dominación que es el sueño prometeíco y bíblico de creced, multiplicaos y dominad la tierra.
No se trata de reformas políticas superficiales, ni de sostenibilidad. Todo esto está dentro del marco de la conciencia escindida y dominadora. Se trata de una comunión real y profunda con la naturaleza. De un volver a sentir la vida que es la naturaleza en nosotros mismos y ser capaz de recuperar nuestra identificación con ella. Se trata de sentir el viento, el olor de la flor, el olor del amanecer, la inmensidad del firmamento plagado de estrellas, la fuerza del mar, la altivez de un árbol, la ligereza de una gacela, la panciecia colaboradora de los insectos, la precisión del águila… Se trata de una inmersión en la naturaleza, en tanto que vida, y sentirnos acogidos en su profundidad.
El cambio de nuestra sociedad, lo que llamamos justicia social, depende de nuestro cambio interior y, nuestro cambio interior depende de nuestro autoconocimiento y de nuestro reconocimiento en la naturaleza en tanto que pertenecemos a la naturaleza, somos naturaleza, somos vida, ni más ni menos que otra vida.
Y eso no es ninguna cuestión intelectual, ni de argumentación. Es un proceso del sentir, si no lo sentimos, de más están los discursos bienintencionados de miles de libros. Hemos de reconocer-sentir que todo lo que nos rodea es Vida y que estamos sumergidos en esa corriente de la vida. El olvidarlo es el separarse y esa escisión es el mal, el sufrimiento particular, de la humanidad y de millones y millones de seres.
Por eso, la percepción dominadora, además de ser un genocidio, es un ecocidio. Aunque, en realidad, el genocidio es una parte del ecocidio, porque nosotros somos parte de la ecosfera. Es necesario el sentir, no el pensar, no se trata, en primer lugar, de tomar medidas, eso vendrá después, cuando se haya producido el cambio de conciencia. Se tata del cambio interior; de disolverse como ego particular y en guerra con todo y fundirse en la Tierra y de la Tierra al Cosmos.
El antropocentrismo, que ha creado la dominación, el poder, el ecocidio, el colapso civilizatorio en el que nos encontramos, es una percepción que conlleva el mal, es ignorancia y olvido de nuestro Ser. Recobrar nuestra identidad es recobrar una percepción correcta: ecocéntrica e, incluso, cosmocéntrica. Pero toda nuestra sombra, y la sombra del inconsciente colectivo de la humanidad está anclada en el antropocentrismo que nos ha llevado casi al final, a nosotros y a la tierra (no sólo es un clamor el dolor del hombre, lo es aún mayor, el dolor de la tierra, pero nuestra visión antropocéntrica nos impide verlo.) Por eso hemos de desarmar el antropocentrismo, pero no sólo con argumentos, sino con la facultad superior del Espíritu; es decir, desde el amor que nos lleva a la Unidad.
Son muchos los fantasmas y demonios, interiores y exteriores con los que nos vamos a encontrar si nos atrevemos a iniciar este proceso, pero es imprescindible soñar desde la mirada amplia del místico, el mago, el chamán. Y percibir que hay otros mundos, que no todo se reduce a la materia y a nuestra dominación sobre ella. Que todo está en relación, que todo es un flujo de energía y que nada ocurre porque sí.
No merece la pena perder el tiempo en las viejas formas políticas. Mientras no se consiga un salto en nuestra conciencia egoica a una conciencia transpersonal y en unión con la naturaleza, no habrá cambio social, ni justicia. Seguirá la guerra, el hambre, la destrucción de la vida en la tierra, la esquilmación de todo lo que la tierra nos da pero nosotros nos tomamos la licencia de robárselo, sin agradecer, todo lo contrario, hiriendo, destruyendo, sin sensibilidad.
Y la clave del cambio de nuestra conciencia es el agradecimiento y el amor. Esos son los motores que nos animarán, desde un pensamiento positivo, desde la capacidad de ensoñar, a luchar en la senda del guerrero contra los demonios de dentro y de fuera.
No existen las cosas, o las sustancias. Todo es un proceso, un eterno fluir de lo mismo. El río de la Vida.
Las cosas, separadas, son una forma de nuestra percepción, pero no son la realidad. La equivocación comienza cuando creemos que las cosas que vemos son la realidad toda.
Esas cosas que percibimos, además de concebirlas como separadas, como sustancias, las pensamos como materiales e identificamos lo físico, con lo material y lo material con todo lo real.
Esta forma de percepción no es más que el sueño del interior de la caverna. Evidentemente, una estructura adaptativa del cerebro, pero, que sea una estructura adaptativa del cerebro, no implica que sea la realidad toda. Cada especie percibe de una manera. Y, el hombre, como ser cultural, percibe de múltiples formas. Recrea la realidad.
La realidad es una realidad participada. Fruto de lo de fuera y de nuestra construcción, pero, con cuidado, no estamos separados de lo de fuera. No hay ni fuera, ni dentro. Todo es lo mismo.
Que todo sea lo mismo significa que todo está en relación, lo que podemos llamar el interser. No hay ser sino interser o relación. No existe lo aislado, todo está en relación con todo lo demás. Si cogemos un objeto y lo analizamos, por ejemplo el teclado sobre el que escribo, inmediatamente me pone en relación con el vendedor, a su vez con el fabricante, después con el fabricante de materiales, con el diseñador, con el que extrae las materias primas. Y, si sigo ahondando, llego, ni más ni menos, que al origen del universo.
Cada objeto del universo me pone en comunión con el todo, con el fondo creador de todo lo que hay, con el Ser. Y, lo mismo sucede con mis emociones y sentimientos. Por eso, lo importante, respecto a éstas, es el desapego, es la autoobservación, la autoindagación, el desidentificarse, de lo contrario, cosificamos las emociones y nos convertimos en: ira, cólera, envidia, egoísmo,…
Sin embargo, si observamos nuestro mundo interior de afectos o emociones, nos daremos cuenta de que, para empezar, no somos nosotros y, para continuar, observamos que son en tanto que relación con lo que nos rodea y fruto de esa falsa visión de considerar a lo que me rodea “cosas” materiales que me afectan.
Por el contrario, si ilumino desde la luz de la alegría todo mi Ser, no me sentiré separado, sino que vivenciaré a lo otro, como algo que no es otro, sino yo mismo. Me podré identificar con lo otro. Entonces, los vicios, nuestros demonios, desaparecen en la alegría de la Unidad.
Esta alegría llega a su máximo grado, en lo que Spinoza conocía como el tercer grado del conocimiento, que él decía que era el amor intelectual a Dios. Es el éxtasis de los místicos, los chamanes, el samadhi de los yoguis, el nirvana budista…en fin, cada cultura ha producido su imaginario que las hace tan diversas. Pero la esencia es la misma.
El amor a Dios, que Spinoza identifica con todo lo que hay, no personifica, sino que es todo lo que hay y que él llama: Naturaleza, lo cual es importante, porque la naturaleza es la vía directa de ascenso a la divinidad, es algo que se da de forma directa, una intuición, una inspiración, un estado de gracia, no hay intermediarios, ni mucho menos, argumentación.
Lo de la naturaleza tiene una doble importancia. En primer lugar, llamar a todo lo que hay, naturaleza, crea un vinculo con aquello de lo que nos hemos desconectado y por ello nos sentimos vacíos. Y eso es, la naturaleza. La naturaleza en su dimensión de lo Sagrado. Y en la que estamos inmersos. Cuando captamos esta dimensión surge la intuición del amor a la naturaleza y el estado de alegría. Ya no puede existir la soledad, el abandono, uno es la naturaleza. Uno lleva el universo dentro. Porque si nos remontamos en lo que somos, interser, llegamos al origen mismo del universo y porque cada ser del universo es el centro del mismo y su circunferencia, su fin, no está en ninguna parte.
Pero lo importante es que estas palabras no sean más que una guía hacia el sentir. Lo importante de estas palabras, no es lo que dicen, sino lo que muestran, a donde apuntan. Lo místico, no se puede decir, sólo se puede mostrar.
Que todo lo que hay sea interser, relación implica que nada tiene un comienzo ni un fin, eso es otro error de la percepción, otro sueño, otra apariencia del interior de la caverna. Observar que lo que es, es relación, es fluir, es sumergirse en el río de la Vida, que es el cambio constante de siempre lo mismo. Nada nace, ni perece, porque, en realidad, no hay nada.
Que lo que hay sea relación nos ayuda al desapego. Nada nos pertenece, todo pasa, todo fluye, todo es una relación. Y, si seguimos profundizando en esa autoindagación, nuestro ser, como ser en relación nos lleva a la vacuidad.
Precisamente, la vacuidad es la ausencia de ser, pero no la Nada. Es decir, la ausencia de cosas, pero la potencialidad infinita de Ser (entendiendo ser como proceso, como corriente de un río que a la vez nunca es el mismo, pero siempre permanece el mismo) es la emergencia no dual de todo lo que es.
Otra cuestión importante de considerar a lo que hay como Naturaleza, al modo de Spinoza, es que nos permite tomar conciencia ecológica. Y esto tiene una dimensión política. Una conciencia ecológica profunda, no meramente de postín, ni publicitaria. Y nos conecta, como ya hemos dicho, con la más antigua forma de espiritualidad: el chamanismo (o, mejor, los chamanismos)
Y esto nos permite, nos da acceso a dos cosas, la primera es el cuidado de la naturaleza más cercana, la naturaleza, y nosotros como tal, formamos el ámbito de lo sagrado, de ahí la reverencia que se merece, no es objeto de mercado. Este simple cambio de conciencia sería una revolución para la humanidad. Y, en segundo lugar. Volver a conectar con la naturaleza, lo Sagrado, no abre las puertas de la percepción. Y dejamos de identificar lo real, con lo físico y lo físico con la materia. El Universo se amplia y el observador es lo observado. El Testigo se funde con lo atestiguado.
Y, para ello, sólo es necesario observar, con apertura y desde el amor, y desbordando alegría, como le gustaría decir a Spinoza. No con el intelecto y los límites del lenguaje. Estos sirven para hacer ciencia, que está muy bien, pero que ni agota lo Real, ni tiene nada que ver con la visión mística, la gracia…
Desde siempre me he sentido atraído, como si fuese por una fuerza magnética por la pintura de Goya, especialmente por sus pinturas negras. Goya ha visto el lado oscuro de la vida, del hombre y de la naturaleza humana. Lo ha podido transitar. De lo contrario, no hubiese podido llegar a tal precisión y virtuosismo en sus pinturas.
Sus pinturas son un reflejo de los demonios que nos habitan. Del sufrimiento que nos producen. Nos ponen en contacto con aquello que no queremos ver, que queremos olvidar u obviar, aquella parte que debemos sanar, pero que, mientras que no lo hagamos, somos.
No es explicable la historia de la humanidad y de su relación con el planeta, que le dio la vida, sin contar con estas fuerzas oscuras que nos dominan y nos pueden llevar al autoaniquilamiento individual o colectivo. La historia de la humanidad, en gran medida, es la historia del horror, del genocidio, del abuso del débil, del crimen consentido y frío. Pensar lo contrario es simplemente engañarse.
No estoy diciendo que la historia de la humanidad y el hombre mismo se reduce al mal. Estoy diciendo que forma parte de su naturaleza. Y que no es una dualidad. Mal y bien conviven en el hombre y en la historia, pero olvidar el horror es volver a repetirlo, tanto individualmente, como colectivamente.
El mal es nuestra sombra. Nos persigue y es inseparable. Pero no nos atrevemos a bucear en ella. La frontera que nos separa de nuestra sombra no es, ni más ni menos, que el miedo. Sentimos pavor a saber quiénes somos, lo que piensan de nosotros, nos ocultamos a nosotros mismos nuestra propia naturaleza y la proyectamos en el otro. De esta manera nos vemos libres de culpa y encontramos un chivo expiatorio: el otro.
El mal es el horror que sentimos a la mirada del otro que es el único que descubre nuestra naturaleza y en el que nos vemos reflejado. Consideramos al otro como diferente porque no nos reconocemos en él. Entonces es objeto de nuestro miedo y el miedo desata nuestros demonios: la ira, el egoísmo, la envidia, la culpa, la vergüenza… y entonces arremetemos contra él.
Creemos que eliminando al otro nos veremos libres de nuestra sombra, pero la sombra no se despega de nosotros. La sombra solo puede iluminarse. Y se ilumina desde la aceptación y la rendición a nuestra naturaleza.
Pero para que esto se pueda dar es necesario el autoconocimiento. Porque, en el fondo, el mal es la ignorancia más el miedo. Porque la ignorancia, el no saber, produce miedo. Y, por eso, es necesario saber, atreverse a saber. Admitir nuestra ignorancia para empezar, de lo contrario seremos víctimas del demonio, o vicio de la vanidad.
Y, como sabemos ya desde el Eclesiastés, todo es vanidad. Todo lo que hacemos lo emprendemos desde un presunto saber. Saber que no es más que una justificación de nuestra ignorancia y una huida hacia delante, un no querer saber quienes somos, qué guardamos dentro de nuestra historia personal que nos impele a actuar tal y como lo hacemos.
Ese miedo y esa vergüenza nos llevan a arremeter contra el otro (nuestro espejo, nuestro reflejo) nos lleva a su aniquilación, a la humillación, a consentir el mal que otro hace. No habría habido totalitarismos en el mundo, hoy estamos bajo uno de ellos, el sistema neoliberal tardocapitalista que está cometiendo un genocidio y ecocidio, si no lo consintiésemos.
Pero lo consentimos porque en el fondo tenemos miedo, porque nuestra propia sombra nos arrastra. Porque nuestra historia personal está en la sombra, porque no nos hemos atrevido a iluminarla.
Sólo nos deslizamos de la oscuridad a la luz por el conocimiento, por la toma de conciencia. La luz y el bien iluminan. Son como las ideas platónicas que iluminan el mundo del interior de la caverna, son la luz en las tinieblas, como dice el evangelio de San Juan. Porque luz y tinieblas se complementan, no existen separadamente, ni puede existir una de ellas sola. No hay luz, sino hay oscuridad. Pero ambas son lo mismo manifestándose de una forma distinta.
Pero no podemos acceder a un estado de conocimiento luminoso si estamos dominados por el miedo. Por eso es necesario el valor. El atreverse y, una vez que ponemos en marcha el motor del valor, hace falta esfuerzo. Sin esfuerzo, todo es vano.
La virtud del valor, casi una repetición, es el fiel de la balanza entre los vicios y las virtudes, entre los ángeles y los demonios. El valor es el que nos permite adentrarnos en el alma y en la sombra que esta proyecta, ya sea a nivel individual o colectivo, y llegar hasta la herida e ir sanando poco a poco, con aceptación de quién soy y con la alegría de ser, el bien, la belleza, o la luz, como lo llaman otros.
Pero ésta es la lucha del héroe, aquel que se atreve a estar por encima de su destino, aquel que no se somete a su sombra, aquel que es capaz de crear y autocrearse. El que es capaz de soñar una vida nueva y mejor, para sí y para la humanidad.
Con la mirada heroica, llena de valor, alegría y amor, se retiran las sombras, se diluye el miedo, se acaba el sentimiento de soledad y de vergüenza y con ello, se disipan: la ira, el odio, la venganza… Nada de esto tiene sentido ya.
Pero el viaje del héroe es imprescindible para conquistar la luz, la verdad y la libertad. Y todos nuestros mitos (saber ancestral) nos lo recuerdan. Y estos mitos están en nuestro inconsciente, Ulises, por ejemplo, que es el más paradigmático, y en el de la humanidad. El problema es que lo inconsciente es inconsciente. Y de lo que se trata es de un viaje alquímico, de transmutación de los demonios en ángeles, de los vicios en virtudes. Y, para ello, es necesario hacer consciente lo inconsciente, salir de las sombras de la caverna hacia la luz del mundo exterior.
Pero, aún así, una vez que hemos salido, que hemos contemplado la luz, el bien, la belleza, nuestro sino es volver. Nuestro lugar no es la isla de los bienaventurados, como dijera Platón, sino el de los hombres. O, como dijera Jesús de Nazaret, de lo que se trata es de estar en el mundo pero no ser del mundo.
El héroe ha recreado un nuevo mundo para sí y para los demás, pero ha tenido que pasar innumerables pruebas, ha tenido que reconocer su ignorancia y su autoengaño y su naturaleza maligna debido a ellos, y su debilidad y miedo y aceptarlo todo hasta llegar a la muerte misma. Y de su muerte, como ego, renacerá de nuevo, con una conciencia ampliada, permaneciendo en el Ser, en el equilibrio, viviendo desde el amor y la alegría, pero en el ajetreo de la vida cotidiana entre los hombres. Como el pastor que vuelve al mercado en el budismo zen después de alcanzar la iluminación.
La espiritualidad ha sido expulsada del mundo por el reduccionismo científico. Pero la ciencia no abarca ni explica la realidad. El reduccionismo científico es la muerte para el hombre. Es la transformación del hombre en objeto, en máquina. El mundo queda desencantado.
La ciencia es un discurso que se basa en la razón mecánica, pero la razón mecánica no explica la totalidad de lo que hay, ni la totalidad, sino lo parcial y una forma determinada de presentarse lo parcial.
La creencia de que la ciencia lo explica todo no es más que una fantasía. Una ilusión peligrosa porque deshumaniza al hombre y lo pone a merced del poder.
Pero el hombre deshumanizado queda vacío, hueco, sin sentido. Y entonces entra en el juego de la competitividad, la lucha, el egoísmo, que es lo que esta sociedad ha producido pensando que es progreso. El progreso no es más que otro sueño, más bien una pesadilla que puede terminar muy mal.
El hombre, bajo el paradigma científico, está desconectado de sí mismo y de la naturaleza. Tiene su mente desbordante de pensamientos y de autojustificaciones, porque, en definitiva, está viviendo un sueño o pesadilla horrorosa.
Pero el hombre es el ser del sentido. El hombre es el ser que busca el sentido de la existencia, del mundo, de la vida, de la trascendencia… y todo ello no se lo da la ciencia. La ciencia puede aportar comodidad, pero no felicidad. Ésta última entra dentro del ámbito de lo espiritual y tiene que ver con el sentido, pero la ciencia no habla del sentido. El sentido no es empírico, ni demostrable por la razón matemática.
Y si unimos la ciencia al poder, que es como realmente se da, pues resulta que la ilusión de la ciencia que crea un mundo mejor, que produce el progreso, no es más que ideología, un nuevo opio para el pueblo para mantenerlo, dormido, esclavizado y engañado. Es la ideología que hace que el hombre sea un títere. Pero la inmensa mayoría vive a gusto siendo títere. Es aquello de la servidumbre humana voluntaria.
La ciencia, en su modo no reduccionista es un modo de acceso a la realidad, pero sólo uno y ni si quiera el más importante. Puede ser el más eficaz, pero, claro, se valora porque vivimos en una sociedad que valora la eficacia, no la felicidad, ni la justicia. Por eso se ensalza e, incluso, se diviniza.
Por eso el hombre se ha vuelto incrédulo, nihilista, lo niega todo y pide pruebas de todo. Pero esto no es más que un paradigma, una forma de mirar el mundo. Existen otras. Además, una forma que, aliada al poder, es excluyente de otras miradas del mundo. Por tanto, es dogmática, fanática e intolerante. Por eso el hombre de este paradigma es un hombre en guerra con los demás y con la naturaleza. Es un competidor nato. Pero es un hombre vacío, porque todo lo que acumula, no son más que productos materiales a los que, curiosamente, llama bienes, pero no lo son, sino que son sus ataduras, aquello con lo que el poder lo mantiene esclavo y sumiso, ignorante, confuso y permanentemente en estado de alerta y de incompletud.
La verdad del espíritu, a la que tenemos acceso por el tercer género de conocimiento, la intuición, no necesita de pruebas, ella misma es la prueba. Es vivencial. De lo que necesita es de la apertura, de la confianza. Hay que dejarse llevar y dejarse embriagar por esa verdad que se nos muestra, pero de la que no se puede hablar, ni se puede decir.
Sólo la metáfora, el arte, el ejemplo, nos muestran esa verdad y sólo la confianza en el que la dice y en sus actos nos pueden mostrar el camino de acceso a ella. Por ello, frente a la exigencia de pruebas, frente a la asepsia, especialización, mecanización de la ciencia, lo que tenemos es el calor de la confianza. Uno confía y se entrega y ahí hay libertad, pero cuando uno pide pruebas se esclaviza.
La confianza y la entrega es apertura y se da desde la amistad-amor. Sólo esta relación ya llena el vacío interior producido por la sociedad de producción que nos ha legado un mundo desencantado, pobre y cruel. Dominador y genocida. Y desde el amor incondicional que se da en la confianza plena podemos ir por la estrecha senda del camino espiritual, pero alegres y gozosos. Y esto ni es engaño, ni superstición. El engaño y superstición es la creencia en la tecnociencia como motor del progreso humano y de la felicidad. Hay que darle la vuelta a este gran engaño.
Las verdades están apuntadas desde hace milenios. Pero no hay oídos que escuchen. Ya lo decía Jesús de Nazaret, “El que tenga oídos para oír que oiga”. Y no se trata del acto mecánico de escuchar, sino de la confianza en el que tiene la palabra. Y aquí no caben las críticas, eso queda para el nivel intelectual, que está muy bien, para las verdades superiores, lo que hay es que experienciar. Recorrer el camino que se nos indica. No hay otra. No hay discusión previa, porque estamos en el nivel del sentido, de lo místico, de la totalidad y aquí, la razón, simplemente, es obsoleta.
Para que haya un cambio global es necesario un despertar de la conciencia. Mucha gente que tengan confianza en las verdades de milenios. No han cambiado, se pueden formular de otra manera, pero son las mismas. Además, esas verdades nunca han sido dichas, sino apuntadas y sólo se han podido vivenciar y, una vez, vivenciadas se pueden señalar.
Tras la vivencia de esas verdades, del ámbito de lo místico, sólo queda el silencio.
"Según es mi pensamiento así es la visión que tengo de la vida."
Es decir que de lo que se trata es de cambiar la forma de pensar y cambiará nuestra forma de ver el mundo. No podemos cambiar lo que no se puede cambiar y no tenemos una mirada completa de las cosas, no sabemos el por qué y el para qué. Es mejor adoptar un pensamiento que se enraice en la alegría, la compasión, el amor, la unidad y, así veremos el mundo y así lo transformaremos. La revolución comienza por la revolución de la conciencia, de nuestra percepción de las cosas.
“Aquello que crees con convencimiento se convierte en realidad”
No se trata de magia, ni truco, ni embaucar a la gente con más opio. Se trata del poder que tiene nuestro pensamiento y nuestra confianza. El mundo es y nosotros somos en el mundo. Ahora bien, nuestra mente, inteligencia e intuición son puertas abiertas a la percepción del mundo. Si nosotros cambiamos nuestro estado mental estamos, literalmente, cambiando lo de fuera. Porque, lo de fuera, no está fuera, sino que es una representación, una proyección de nuestra voluntad. Lo primero que hemos de hacer es confiar en nosotros mismos, alejar nuestros miedos, ser valientes y tener una actitud basada en la alegría. Una esperanza que se transforme en un sueño. Y, en la medida que soñamos un mundo de posibilidades podemos soñar la posibilidad del mundo que queremos. Pero es necesario otro factor, no se trata de ensoñar un mundo privado para mí; es decir, desde el egoísmo, sino un mundo mejor para todos. Eso sí, partiendo del sueño de nuestra propia autotransformación, de nuestro cambio de conciencia. Es decir, del amor incondicional. Esto es, que es la alegría de ser, la aceptación y el amor los que nos permiten soñar con una nueva realidad que se irá materializando desde nuestra confianza y apertura. Pongo sólo dos ejemplos del siglo XX: Martin Luther King y Gandhi.
“Según sea tu pensamiento eso atraerás a tu vida”
Ya hemos dicho que nuestro pensamiento es una representación del mundo y que esa representación depende de nuestra voluntad. Y esa voluntad está cargada de nuestro estado de ánimo. La tristeza ve un mundo gris, cargado de amenazas y de peligros. Y eso hace que nosotros estemos a la defensiva. La alegría, en cambio crea un mundo agradable, en el que podemos actuar, sobre todo, si vemos injusticia y mal. Pero no nos dejamos arrastrar por la tristeza, ni la ira.
Nuestros pensamientos modelan el mundo y a las personas. Los convierten en cosas, los enmarcan y clasifican. El pensar es conceptualizar y cosificar. Si, encima, ese pensamiento es un pensamiento que procede del ego, pues es un pensamiento de rechazo, de separación que, al final, produce odio, enfrentamiento y guerra. Vamos, el estado de conciencia en el que vive la humanidad y da lugar a lo que tenemos.
Pero si nuestro pensamiento se apoya en la alegría de vivir, ya no conceptualiza, ya es apertura. Porque deja al otro ser quien es. Nuestro pensamiento, cuando se basa en la alegría y la aceptación es un pensamiento de libertad.
Cuando vamos por la vida, por este camino que todos recorremos, desde la cuna a la tumba, con un pensamiento positivo, basado en la alegría, el mundo se nos abre a nuestro paso y atraeremos al bien. Si somos bien atraeremos al bien, o sabremos transmutar, por la alquimia de la alegría, aquello que nos venga. Es cuestión de perspectiva.
Mientras más ampliado es nuestro estado de conciencia más capacidad de alegría y amor incondicional tendremos, pero también de sufrimiento, porque veremos el sufrimiento de los demás. Pero este sufrimiento dispara la compasión, que es querer el bien incondicional del otro y actuar en consecuencia, no, meramente, como se nos ha transmitido culturalmente, lástima. La lástima crea diferencia y no deja al otro vivir, lo humilla, la compasión lo acompaña, porque siente al otro uno en su dolor.
No estamos diciendo que el mundo sea un camino de rosas, no. Sino que nuestro pensamiento lo puede transformar, pero primero hemos de transformar nuestra conciencia (sentir y pensar) y nuestro actuar.
Muerte y renacimiento. El ciclo inexorable de la vida. El eterno retorno de lo mismo. La eternidad. El eterno fluir del río de la Vida, que siendo siempre distinto es siempre el mismo. Somos Vida y es lo único que hay.
“La paz es una energía creada en el interior.”
La paz es la ausencia de miedo, de resistencias, de contradicción, de lucha.
La paz es la aceptación. Y ésta es la capacidad de asumir todo en el aquí y el ahora. Asumir que estamos alegres, que estamos tristes, que tenemos miedos, esperanzas. La aceptación es el estado en el que el tiempo desaparece.
Aceptar es vivir en lo universal y desde la eternidad, donde ya no hay un yo particular que vive instalado en el tiempo, sino la conciencia donde se da todo, donde, todo, se hace presencia. Y todo, es todo, lo que queremos y buscamos y lo que rechazamos.
Mientras que sigamos rechazando y buscando no habrá paz. Si rechazamos, en el fondo, no nos aceptamos. Si rechazamos nuestros miedos, nuestras tristezas, nuestros fracasos, no estamos en paz porque no nos hemos aceptado, porque, en el fondo, seguimos apegados e identificados con ese pequeño yo.
Aunque persigamos la alegría, la paz, el bien en el mundo, todo lo bueno, estamos divididos, estamos en la dinámica del deseo. No estamos en paz, estamos en estado de resistencia. Estamos aferrados al miedo a la guerra, al fracaso, a la muerte, a la enfermedad.
Aceptar es asumir en la profundidad de nuestro Ser, que somos vida y muerte, salud y enfermedad, alegría y tristeza y todos los opuestos. Y cuando aceptamos profundamente esto en una experiencia íntima, entonces los opuestos encuentran su equilibrio y no los vemos desde la dualidad, sino desde la Unidad (no dos.) Pero ya no hay conceptos no yo para describirlos.
La senda espiritual es engañosa. Cuando creemos recorrer un camino, en realidad es nuestro ego el que nos lleva por ese camino, porque en realidad no hay camino. La aceptación es vivir el ahora, todo lo que se da ahora. Pero, todo lo que se da ahora es todo lo que hay. Perseguir el despertar, la iluminación, también nos puede llevar a los engaños del ego, al apego al despertar, esto es, a un ego despierto. No existe ego despierto, porque no hay ego en el despertar.
En el estado de presencia todo se da de una vez, porque ya no hay argumentación, no hay tiempo, ni intermediarios. No hay yo. Esa es la profunda aceptación, pero no hay un ego que acepta, todo ocurre en la consciencia plena y no hay un yo que juzgue.
La paz surge del interior y se funde con el exterior que vienen a ser lo mismo por medio de la aceptación.
La aceptación es un eterno decir sí, pero sin un ego que lo diga y, por tanto, sin miedo ni resistencia. Dejando que ocurran las cocas en el momento. Sin salir de él.
Lo curioso y, paradójico a la vez, es que uno ya es esa aceptación, el problema es que no lo ve. Y ya lo es, porque el yo, no es que no exista, es que es una ilusión, una visión distorsionada o aparente de las cosas. En esa forma de ver entra el tiempo, por eso nos preguntamos, cómo llegar. Pero eso es erróneo, no podemos llegar, no hay un yo que llegue a ninguna parte. Hay una Conciencia en la que ocurre todo. Sentir esto último, no desde el yo, sino desde la Conciencia, es estar en el ahora, ya no hay tiempo. Y, si no hay tiempo, no hay un cómo llegar. Lo que sí es cierto es que necesitamos mucho tiempo para comprender-sentir esto.
En definitiva, como dice Alan Watts: “Así como no existe otro tiempo, y nada salvo el Todo Absoluto, nunca hay en realidad nada que alcanzar, aunque el aliciente del juego sea fingir que lo hay.”
“Cuanto más me entiendo a mí mismo, más fácil me es permanecer feliz y pacífico.”
El viejo conócete a ti mismo. Si te conoces a ti mismo conoces a los demás y si conoces a los demás te conoces a ti mismo. El autoconocimiento es la vía hacia la paz interior. Pero esa vía ha de salvar el miedo a los fantasmas y demonios que llevamos dentro.
Nuestra intranquilidad procede de la ignorancia. Nuestra infelicidad, ser esclavo de los vicios (nuestros demonios), es cuestión de ignorancia. Y, a su vez, la ignorancia es fruto de la falta de valor. No nos conocemos porque la vía de nuestro autoconocimiento son los demás. Y lo que nos ocultamos a nosotros se lo ocultamos a los demás.
Nos pasamos la vida contándonos historias, batallitas para poder soportar cierto grado de sufrimiento que nos permita sobrevivir, pero, ni alcanzamos la paz, ni somos felices. Al revés, albergamos, rencor, envidia, codicia, odio, resentimiento…y, cada vez a más.
Y todo reside en la aceptación. No nos conocemos, o nos negamos, porque no nos aceptamos, porque adoptamos el papel de víctimas. Porque nos identificamos con las historias que nos autojustifican en las que nos sentimos a salvo. No nos atrevemos a permanecer en la intemperie, sin ningún calificativo, solo el Yo Soy.
La infelicidad es desasosiego, es un tender hacia algo que creemos que no tenemos y creemos merecer o que nos lo han arrebatado. La infelicidad es el sentimiento de carencia. Ambas cosas son ilusorias, es decir, ficciones. No es que no existan, cuidado, todos lo sentimos, sino que son apariencias; es decir, lo que las cosas parece que son, pero que no son. Son un sueño del que no despertamos y con el que estamos plenamente identificados.
La infelicidad, pues, es falta de autoconocimiento. Si iniciamos nuestra autoindagación nos daremos cuenta de que no hay carencia, de que la carencia es una historia que necesita el yo para permanecer como tal. Si nos aceptamos tal como somos en profundidad, no hay carencia, todo es como Es; es que no hay otra manera de Ser. Porque nos instalamos en la eternidad.
Es el yo, que vive proyectado en el tiempo el que crea las necesidades de futuro y pasado. Por eso vive en el miedo y la angustia. Pero cuando hay profunda aceptación, no hay tiempo. Todas las emociones, todos los estados de ánimo, todo pensamiento es admitido, por que son. Y, una vez que están ahí, son. No se puede luchar con ellos. Pertenecen a todo lo que hay. Ahora bien, si los acepto, si acepto el miedo a la muerte, entonces empiezo a dejar de ser yo, comienza a emerger una mirada más amplia que es la de la Conciencia, desaparece el miedo.
Si nos aceptamos surgirá una profunda calma de nuestro interior. De nuestro verdadero Ser. Ya no nos temeremos, porque no nos identificamos con pensamientos y emociones, desaparece el papel de víctima y el de culpable y, de paso, dejamos de temer a los demás. Para empezar porque los comprendemos, nos damos cuenta de que somos como ellos, nos percatamos de que somos Uno en la diferencia. Esencialmente Uno, existencialmente diversos.
Sin miedo al otro y con el sentimiento de unidad hay paz. La paz es la armonía, la calma. Y la calma es la felicidad serena, la ausencia de movimiento y deseo, la alegría.
La ironía y el sarcasmo son los mejores instrumentos para el autoconocimiento. Y para ese conocimiento necesario de sí mismo para lograr la paz interior que nos lleva a la paz exterior es imprescindible ser capaz de reírse de sí mismo. Si uno no se toma en serio emprende el camino de su autodisolución, de los apegos, de las identificaciones, de las representaciones de personajes y comienza a verse al desnudo, tal cual es, sin adjetivos. Lo sustancial o esencial. Y ahí no hay ego, sino una consciencia que observa.
Los que no son capaces de ponerse a sí mismo entre paréntesis, de dudar de sus creencias, de no tomarse demasiado en serio, están demasiado identificados con su papel, estos no aguantan la ironía y, por tanto, no les sirve para desarmarlos e iniciar su propio autoconocimiento. Estos necesitan del sarcasmo, de la burla intelectual, de la ridiculización.
El sarcasmo nos desarma de una vez, no es argumentativo, nos pone frente a un espejo y nos muestra que el rey va desnudo. Es un auténtico revulsivo. Por eso la sociedad no admite ni la ironía ni, menos aún, el sarcasmo. La sociedad y los que la conformamos nos consideramos muy en nuestro papel, nos creemos algo importante, porque, si no, no somos nada, que es lo que realmente somos.
Dos grandes maestros de la ironía y el sarcasmo fueron, Sócrates, la ironía, le costó la vida y se lo tomó con serenidad, puesto que había alcanzado la paz. Y Diógenes el perro, el sarcasmo, entre burla y burla aseguraba que era un filántropo disfrazado. Y es cierto. La enseñanza, la educación o medicina del alma es el amor. Se enseña por amor, para mostrar el camino de salida del laberinto. Pero, para ello, debe saber uno que está en un laberinto y en qué lugar se haya y, luego, tratar de salir de él. Y esto es autoconocimiento. Por eso, la ironía y el sarcasmo son una forma de filantropía.
Pero la filantropía, el amor desinteresado, siempre ha sido sospechoso porque produce la paz, la armonía y la felicidad: la Unidad. En cambio, la mente quiere la separación, la guerra, alimentar el ego. De ahí que nadie enseñe a nadie, sino que todos murmuren de todos, todos juzgando al unísono, nadie en silencio y en paz. Todos saben lo que está bien del otro, pero nunca han visto su sombra. Mientras más se habla de los demás mayor es el miedo que nos tenemos a nosotros mismos.
Mientras mayor es el silencio, más nos hemos adentrado en nuestro interior y luchado con nuestros demonios, más nos hemos aceptado y más amor brota de nosotros y se ofrece como filantropía. Pero no como un concepto abstracto, sino como una necesidad vivencial que procede de un sentir.
De ahí también aquello de Nietzsche de “filosofar con el martillo.” El filántropo ama a la humanidad y ese amor le lleva a destrozar a martillazos las múltiples corazas en la que se esconde su corazón, en tanto que individuo y en tanto que sociedad. Nos escondemos detrás de la historia personal que nos contamos, nos escondemos detrás de las creencias heredadas. Nos maniatamos a nosotros mismos. Servidumbre voluntaria. Por eso necesitamos de la burla, el sarcasmo, la ironía.
La risa es la medicina del alma. Reírse de uno mismo es desidentificarse, ver lo ridículo del papel que vamos interpretando por la vida. Enseñar es un acto de amor a través de la ironía y el sarcasmo y, tras ello, el silencio. Porque, en realidad, no se puede enseñar nada, salvo el error; señalar hacia nuestra máscara o nuestra sombra y derribarla con el martillo.
La calma y la tolerancia nos hacen más flexibles y nos permiten ver al otro como un hermano.
La calma emana de dentro cuando nos hemos aceptado, cuando, por fin, sabemos quién somos, o lo vislumbramos, o quiénes no somos, entonces tenemos tranquilidad. Las cosas son como son y no soy, salvo aparentemente, diferente a los demás.
Y es entonces cuando caen todas las barreras y ya el otro, no es inaccesible, ni peligroso, entonces emerge la tolerancia.
Pero la tolerancia no es una mera idea, aunque lo es y hubo que conquistarla por medio de la razón, pero no es meramente racional, ha de ser sentida, sin el sentimiento, jamás hay tolerancia y fraternidad.
La tolerancia, como mero concepto, no es más que un comodín en el discurso político. La tolerancia que emerge de nuestro interior cuando el interior está en calma profunda, es una vivencia de la comunidad que somos. Del sentimiento de Unidad y pertenencia.
Si no pasamos por este sentir, todo se queda en lo meramente mental, que no está mal, pero que no llega a realizar nada. Es sólo la idea. Y la idea debe producir una actitud, un sentimiento y de ahí se deriva la acción. Y el sentir es el de la compasión (que no lástima) o fraternidad. Si se siente esa fraternidad ya no existe el otro, sino que el otro pasa a ser otro yo.
Pero es desde la calma y la paz interior desde la que brota la tolerancia con alegría y entusiasmo. Porque la tolerancia une y la unión es la alegría, es la fuerza del amor de la que habla Spinoza, mientras que el que no se ve en el otro, se separa, comienza el rencor, el resentimiento, la ira y el odio. La separación. Y, con la separación el miedo.
Y el miedo genera el ataque, la guerra. Si tememos al otro nos preparamos para la guerra y lo mejor es atacar primero. Pero si tememos al otro es porque no nos conocemos. No reconocemos la común de la humanidad. No nos aceptamos y, por ello, nunca aceptaremos al otro.
El discurso político se hace políticamente correcto y habla de solidaridad. Esto son palabras huecas, son ideas que pretenden controlar las acciones, crear una mala conciencia. No nos llevan a un sentir. A la profunda aceptación, sino a lavar nuestra conciencia.
Por eso la política, además de ser un discurso caduco, es peligrosa. Alimenta el odio, los miedos, las diferencias. Alimenta a nuestros demonios contra los otros, que en definitiva, es alimentarlos contra nosotros mismos. Nos solivianta, no nos da la paz, ni la libertad. Nos esclaviza a ideales abstractos, absurdos e inventados.
La política ha de empezar por la educación y la educación por el conocimiento de uno mismo: yo Soy. Sin más. Todo adjetivo que le podamos poner es ya una diferenciación. En cambio, todos podemos decir: Yo Soy y todos somos lo mismo en esencia, aunque diferentes en existencia. Nuestra esencia se manifiesta de forma diferente.
Y es desde este conocimiento de sí mismo desde el que alcanzamos la paz, la serenidad, la calma, la felicidad y la libertad. Si aceptamos nuestro ser, somos libres. Si seguimos una bandera, aunque lleve el nombre de libertad, somos esclavos de la bandera y del que porta la bandera.
La política utiliza, en nuestros tiempos, el biopoder y el psicopoder. El poder biológico, control del cuerpo: Educación, medicina, salud mental, cárceles… y el psicopoder es el de la seducción por medio de “ideas”, más bien creencias impuestas por la propaganda de forma sutil a través del cual aceptamos nuestra propia esclavitud. Nunca el poder había sido más refinado. Nos convierte en esclavos haciéndonos creer que así somos libres.
El problema es que nuestra falsa libertad está alimentada de la competencia y destrucción del otro. Por eso, la verdadera política, comienza por la educación, por cambiar la conciencia particular y escindida en una conciencia ampliada y universal en la que el otro tenga cabida como otro yo, como hermano. El mensaje es muy antiguo. Hunde sus raíces en la sabiduría perenne, está en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento, en los Vedas hindúes, en el taoísmo, en la filosofía griega Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón…
Sin embargo, nos creemos herederos del progreso y hemos confundido el progreso humano con el desarrollo tecnológico.
Nuestro autoconocimiento nos debe llevar a la recuperación de la sabiduría antigua vestida con nuevos ropajes. Esa sabiduría nos llevará al mayor de los viajes, un viaje interior sin fin. Hoy todos viajan y lo ven necesario. El único viaje necesario es el interior. Antes, cuando se viajaba, a la vez, era un viaje interior. “La verdad habita dentro de ti” S. Agustín. “Lo mismo es fuera que dentro” Trimegistro.
“Si no sigues a alguien te sientes muy solo. Estate solo, entonces. ¿Por qué te da miedo estar solo? Por que te encuentras cara a cara contigo mismo tal como eres y descubres que estás vacío, sumido en la culpa y la ansiedad, que eres anodino, estúpido, feo…, una entidad mezquina, sórdida, sin la menor originalidad. Afróntalo, mira la realidad de frente, no escapes de ella. En erl momento que escapas, empieza el miedo.” Krishnamurti.
La aceptación no tiene que costas, entonces es resistencia. Lo que sí puede pasar es que no seas capaz de aceptar, entonces, acepta que no puedes aceptar en este momento. Todo está ya dado. Es imposible la resistencia, cuando te resistes estás en la separación, en lo ilusorio y, por ello en el sufrimiento. Por otro lado, el hecho de aceptar, no implica el fin del sufrimiento, sino que aceptas que en el aquí y el ahora estás sufriendo, pero ya no es el ego el que mira y se identifica, sino que es algo que ocurre en la conciencia. Pero, para nada es el fin del dolor, ni del sufrimiento. Esto es un error del camino espiritual. Pensar que la espiritualidad te lleva a la felicidad es una intromisión del ego. La espiritualidad es un camino de ampliación de la conciencia, tanto de la alegría como del sufrimiento. Es más te lleva a la compasión y eso es sufrir con; es decir, ser capaz de sufrir el dolor del otro. La espiritualidad, el reconocimiento de que no somos un ego, es la vuelta a casa, el reencuentro con la Conciencia, con nuestro verdadero ser. No es la felicidad, es la libertad. la búsqueda de la felicidad es una trampa del ego que nos mantiene esclavos.
“La belleza de todas las cosas está en mi habilidad de apreciarlas.”
El mundo es mi representación. Depende de mi pensamiento así es el mundo. Y dependiendo de mi pensamiento así será mi actitud y mis sentimientos. Y de la actitud y de los sentimientos procede una acción. Y toda acción tiene una reacción. Si actuamos negativamente, esa negatividad se vuelve contra nosotros.
Es como decía el sabio Spinoza, “las cosas no las deseo porque sean buenas, sino que son buenas porque las deseo.” Ello implica un profundo cambio de mis pensamientos. los vicios surgen de los pensamientos negativos. Y los pensamientos negativos son pensamientos erróneos, siguiendo a Spinoza, son ideas inadecuadas. Es decir, que no se corresponden con la realidad, distorsionan la realidad.
Esas ideas negativas son ideas de ataque y proceden y producen inseguridad y miedo. Generan los vicios: la ira, la envidia, la codicia, el odio, todos los demonios que llevamos dentro. Y ese estado de ánimo nos impide la acción, nos vuelve contra nosotros mismos, renegamos de nuestro verdadero ser y lo proyectamos hacia el mundo y los otros. Nos sentimos víctimas del mundo y de la acción de los demás, cuando, realmente, sólo veo en los otros una proyección de mi miedo, de mi debilidad, una idea errónea.
Ahora bien, si mi pensamiento es adecuado, positivo, nace de la alegría de Ser, del contento, del entusiasmo, de la paz. Ya no hay miedo, hay autoconfianza. Se que soy un Ser pleno de paz y de amor. Ya no proyecto mi carencia (una falsa idea de mi mismo) en los otros, y no los culpabilizo. Mi paz interior, que es imperturbable, se extiende a la de todos mis hermanos y al mundo.
De la misma manera ocurre con la belleza, porque bien y belleza, así como, verdad y unidad, van unidas. La belleza de las cosas, del mundo, de los otros, no depende de lo exterior, sino de mi capacidad de entender, comprender y apreciar esa belleza. Son mis ojos, mi mirada la que ve la belleza en el mundo. Y solo puedo ver belleza si miro desde el Amor; es decir, si miro desde la Unidad, sin escisión, ni división.
En la relación con los otros hemos de suspender los juicios negativos, o, si se quiere, no apegarse a ellos, no identificarse con nuestros juicios negativos, porque estos son el conjunto de pensamientos que me separan del otro. Por el contrario, debo pensar desde la belleza y el bien. Fijarme en las cualidades positivas del otro. Y, de esa manera, surge la amistad, si yo hablo de lo que considero que son los defectos del otro, además de que esto es una proyección de mi idea de carencia y de mi miedo, pues me separo del otro. Por el contrario, si pienso bien y veo las magnificas cualidades del otro y lo que me pueden enseñar y aportar, me siento unido al otro en su Ser verdadero. Y esta es la amistad espiritual, o la amistad de los sabios u hombres nobles que los llamaba Aristóteles.
La amistad se basa en un pensamiento positivo que une y que va creciendo en nuestro interior y que no tiene fin. Es la comunión con el otro, es la compasión, el amor incondicional y nos produce el contento del alma. Y del contento sólo se pueden seguir buenas acciones que nos hagan crecer juntos y extiendan la paz por todo el planeta y entre todos los seres.
El ser humano es un ser que en su propia naturaleza tiene lo que se llama "la carencia" y, en tanto que es un ser que potencialmente puede ser más, pues en esa medida siente la carencia. Por otro lado es un ser dividido, escindido, entre sus deseos y su entendimiento. El entendimiento nos forja un yo desde que nos construimos como seres egoicos que juega el papel de guardar la herida y en torno a esa herida se va forjando nuestro inconsciente, que a su vez está inmerso en el inconsciente colectivo. Y eso es lo que constituye nuestra sombra. Pero, qué es lo que pasa, por qué ese sentimiento de carencia o soledad. Pues porque tenemos una falsa percepción de nosotros mismos, no es que necesitemos a un terapeuta, sino a un amigo. Y antes de a un amigo, a nosotros mismos. Es decir, si no tenemos amor propio, seguiremos instalados en nuestro desprecio, en lo que llaman baja autoestima. Y lo que haremos es no curar nuestra carencia, que es una ficción, no carecemos de nada, somos perfectos, pero hemos olvidado nuestro origen. Y cuando no curamos esa herida lo que hacemos es fortalecer las corazas del ego mediante el ataque a lo de fuera. Es decir, por ejemplo, mediante el juicio al mundo, la sociedad, el otro, la humanidad en general. Pero ahí no está el mal, el mal no está en ninguna parte, solo es nuestro estado mental, nuestra forma errónea de percibir las cosas y percibirnos.
"No eres realmente capaz de estar cansado pero eres muy capaz de agotarte a ti mismo. La fatiga que produce el juzgar continuamente es algo realmente intolerable." UN curso de milagros. Cap. 3
Es decir, aceptación, que es comprensión y la compresión: amor incondicional. No juzgues y no serás juzgado. Cada vez que juzgamos proyectamos nuestro sentimiento de culpa hacia nuestro hermano, o hacia el mundo o hacia la humanidad e, incluso, si estamos desesperados, hacia el cosmos entero. Entonces ese juicio se vuelve contra nosotros y nos hunde más en el sufrimiento, en la mente incorrecta, en el autoengaño, en autoconsolarse....No hay nada de esto. Si estamos en la actitud del AMOR, no pedimos nada, ni necesitamos nada, ni juzgamos nada. Desbordamos la alegría y nos identificamos con nuestro hermano, con la humanidad, con el resto de los seres y con el cosmos entero, o Dios, el Tao, el Dharma...
Hoy sólo añadiría que lo que nos hace falta es valor. que nuestro sufrimiento y el de los demás, el que sufren por sí mismos y el que nosotros les podemos producir procede de nuestra cobardía, de nuestros pensamientos negativos, de nuestros juicios, de no aceptarnos, de vivir en el tiempo, proyectados al pasado o al futuro, no en el ahora. de no estar conectados con el Poder de nuestro verdadero Ser. Nuestros pensamientos crean la percepción de la realidad y, nuestros pensamientos, generalmente, lo que hacen es ocultar nuestra herida, la vergüenza que sentimos de nosotros ante los demás. Y eso nos hace ocultarnos, desconectarnos del Ser, hundirnos en la falsa imagen que nos hacemos del mundo y de nosotros mismos. Podemos cambiarnos por nuestros pensamientos y, a través de ello, cambiar el mundo.
“Exploramos las estrellas y las profundidades del mar, pero ¿Cuánto sabemos de nosotros mismos y de la razón por la que estamos aquí?”
El hombre en su naturaleza prometéica, de dominio y poder sobre la naturaleza y sobre los demás, sale de sí mismo e intenta realizarse por la conquista.
Su objetivo es el tener, no el ser.
Se olvida de sí mismo y cree que se encontrará en la conquista del mundo y el poder sobre los demás. Pero nada más lejos de la verdad. A medida que conquista el mundo y lo somete, se va olvidando de su propia naturaleza, de su esencia y de su ser. Se va separando de lo que es.
Y cuando nace la ciencia, no como admiración, asombro y perplejidad ante lo real y ante uno mismo, sino como tecnología, como afán de dominación, entonces se produce la gran escisión entre hombre y naturaleza. El hombre al someter a la naturaleza, explotarla y esquilmarla, se olvida de su propia naturaleza. Se olvida de que él mismo es naturaleza.
La ciencia en sus orígenes es un saber primigenio; basado en la admiración ante la belleza de todo lo que me rodea, en el asombro ante el misterio de lo real y en la perplejidad de mi propia ignorancia. Hay una actitud de respeto y de comunión con todo. Pero esto sólo fueron los orígenes, cuando el logos era el camino de acceso a la naturaleza porque el logos que habita el interior del hombre y de la naturaleza es el mismo. El logos, la palabra, el discurso, la razón, son lo común. Por eso conocer la naturaleza es conocerse a sí mismo y estar en comunidad con ella.
Por ello es necesario una vuelta hacia nuestro interior. Es urgente recordar. Conocer es recordar nuestra propia esencia, lo que hemos olvidado. Y, para eso, hace falta el silencio, el contacto con la naturaleza, la humildad ante lo real y el gran misterio de su mecanismo, de su funcionamiento, por mucho que la ciencia sepa, en el fondo, la totalidad de lo que hay, nos es incognoscible. El simple hecho de que hay cosas y no más bien nada, de que podemos pensar las cosas y sentirlas, es ya mistérico, místico. No tiene ni respuesta científico racional, ni la ciencia, en tanto que ésta está sujeta a sus límites tiene acceso al misterio del todo, al sentido.
No sabemos nada de la pregunta por el sentido, tanto del todo como de la vida, como de la humanidad o de cada uno en particular. Por ello, en lugar del espíritu prometeico, esa hibrys, que es nuestra naturaleza, es necesario cultivar la humildad y reconocer nuestra ignorancia.
Es necesario recuperar esa actitud de admiración, asombro y perplejidad. Y, desde esta actitud se nos abrirán las puertas de lo místico, pero no ya a la razón, sino a la intuición o el discernimiento. Y ese conocimiento nos hará mejores moralmente. Primero porque partimos de la humildad, que no la humillación ni la debilidad, al contrario, el valor de enfrentarse al misterio, y segundo porque accederemos al terreno de lo transpersonal, superaremos lo meramente egoíco. Es el salto de conciencia que necesitamos. Y, en esa nueva conciencia es en la que podremos experimentar la fraternidad.
Pero, para eso es necesario iniciar el camino de la interiorización y abandonar la huida que significa la conquista del mundo, de lo material, de la confusión del ser con el tener. No se es lo que se tiene, solo se tiene lo que se Es y sólo se tiene el Ser que uno es, toda posesión material es perecedera y si nos proyectamos en lo que tenemos y aparentamos ser el papel que representamos, pues estamos muertos en vida.
“Si me aferro al pasado, el presente se me hará difícil, y el futuro parecerá imposible.”
El tiempo lineal es la representación mental que se hace el yo para tener consistencia.
Sin tiempo el yo carecería de identidad. El yo, o el ego, es una ficción. Una ficción o ilusión que tiene su cometido desde el punto de vista adaptativo biológico. Ahora bien, el problema deviene cuando identificamos a la conciencia con el yo y al yo con el yo físico.
Entonces caemos en un reduccionismo fruto del engaño porque, en realidad, ni pasado, ni futuro tienen una existencia real, sino ilusoria, lo cual no quiere decir que no existan, claro que sí, pero son ilusiones. Y si me identifico con las ilusiones pues puede ser que me pierda en el mundo de las apariencias.
El dolor y el sufrimiento proceden del yo. Es el yo el que sufre. Pero el yo, o ego, sufre porque se identifica con la idea de tiempo en la que permanece. La identidad necesita permanencia. Pero todo es impermanente, vacuidad. Y no es necesario acudir a la mística occidental, ni menos aún a la oriental, por mucho que de ambas tengamos que aprender. El pensamiento filosófico occidental ya generó esas ideas, lo que ocurrió es que las intelectualizó, no las vivenció. Por citar sólo a uno tenemos a David Hume, quien sostenía que el yo y el mundo no son sustancias, no son cosas. Son un haz de percepciones, de intuiciones o sensaciones. Y las sensaciones son concretas y singulares y nada tienen que ver las unas con las otras. Ahora bien, lo que hacemos es asociar esas sensaciones bajo una idea prefabricada, como es la del mundo o el yo.
El ego se aferra a esa idea, porque es su permanencia. Y, además la característica del ego es la de intentar no desaparecer porque ello implicaría, piensa, la muerte. Mientras que, en realidad estamos esclavizados a esa falsa idea. A pensar que somos un cuerpo físico y una biografía. Todo eso no es más que una representación y, como tal, tiene el valor de la representación, no más. Liberarse de esa falsa creencia es, precisamente el renacer. Pero, primero, hay que morir.
Pero el caso es que vivir de esta manera produce sufrimiento. Y el sufrimiento procede de los deseos, los apegos, que son el producto de la identificación de nuestro Ser con el ego. Por eso nos aferramos al pasado que es el que nos da nuestra identidad, que no es más que una ilusión, nadie piensa de nosotros lo mismo que nosotros pensamos y nadie piensa igual de nosotros. Todos nos montamos una historia singular. ¿Quiénes somos, entonces? Pues un sueño, una ilusión, apariencias. Estamos en el fondo de la caverna.
Ahora bien. Al aferrarme a la historia que yo me he contado lo que hago es identificarme con un papel, en el que soy víctima, verdugo y salvador. Y esta identificación no es más que la historia personal que yo me cuento para no afrontar mi realidad, para huir de mí mismo. Es decir, para no aceptarme.
Necesito una profunda aceptación de mí mismo, un mirarme a la cara, con todos mis demonios y ángeles, vicios y virtudes y aceptarlos tal cual son, sin juzgar, sin justificar, sin ser víctima, ni culpable…comprenderme. Ser capaz de amarme tal y como soy. Y eso me permitirá salir del vicio, transmutar alquímicamente, por la alegría de ser, el contento, mis vicios en virtudes. Y, en segundo lugar, si puedo amarme a mí mismo y comprenderme-tolerarme, también podré hacer lo propio con los demás y entonces no los juzgaré, no veré su mal, los comprenderé y así podré amarlos, eso es el perdón. El perdón no es aceptar un supuesto mal del otro, sino amarlo, porque, en definitiva, es otro yo y lleva su infierno dentro como yo.
Y, si consigo perdonar, entonces ya no habrá lucha, porque lo que emergerá será la unidad. El reconocimiento de lo esencial y lo común.
Si no me aferro a mi pasado, si me acepto tal cual soy, entonces vivo en el ahora, en la eternidad. No habrá miedo al presente, porque el presente, el momento eterno en el que se da todo, nada falta y es perfecto, es todo lo que hay. Y el futuro no me puede inquietar, porque, en el fondo está ya dado y, aceptado. La profunda aceptación está fuera del tiempo porque el tiempo no es. Y ya no hay ego, sino un nosotros, una conciencia transpersonal.
Cuando se produce esa profunda aceptación, el vivir en el ahora, estamos en la Conciencia plena no dual. No hay tiempo y el observador es lo observado. Y de ahí surge la Paz. Nuestro verdadero Ser, no hay lucha. Hemos vuelto al Hogar.
“La calidad de nuestros pensamientos determina nuestro grado de felicidad.”
El pensamiento determina nuestro ser.
Si nuestro pensamiento es inadecuado nos instalamos en el vicio, pero el vicio es esclavitud y la esclavitud es infelicidad.
Si nuestro pensamiento es positivo, si amplifica el alma, si nace de la Paz y la serenidad, de la alegría, el contento y el entusiasmo modifica nuestras acciones y elimina los vicios que no son más que el fruto de la ignorancia de la virtud.
El vicio es ignorancia, pero esa ignorancia está alimentada por la pereza. Es la falta de valor la que nos lleva al vicio. Porque el vicio es la falta de acción, mientras que la virtud, es fuerza, acción, coraje.
Lo primero es conocer nuestros pensamientos. Una vez que los conocemos, saber si generan acción o inacción, si construyen o destruyen, si producen tristeza o alegría. Si un pensamiento produce tristeza es un pensamiento que nos destruye, que disminuye la potencia del alma. Un pensamiento positivo, en cambio, aumenta nuestra potencia del alma y, con ello, nuestra acción.
Pero mientras más hacemos es porque estamos instalados en la alegría y el contento y, al estar instalados en éste, pues mayor es nuestra felicidad. Por tanto, el grado de nuestra felicidad depende del tipo de pensamiento que tengamos.
No se trata aquí de negar que existen los pensamientos y las pasiones negativas, sino del poder que tenemos de transformarlas, desde el poder interior que reside en el conocimiento adecuado, la Paz, el contento, el entusiasmo y la alegría de ser. Todo ello genera el amor. Y, donde hay amor, no hay tristeza. Y el que ama da, y el que da recibe y, por tanto, no necesita nada. Por eso, el amor a todo lo que hay, al ser, es el amor incondicional, infinito, la profunda aceptación y nos lleva a la máxima alegría, porque nos damos cuenta de que estamos completos y amamos toda completud, toda perfección.
Y la puerta de entrada hacia ese amor infinito es el amor propio, para empezar y el amor a la naturaleza, para continuar. Y ese amor a la naturaleza y a nosotros mismos nos lleva a la aceptación del otro, de los demás como iguales, porque todos formamos parte de esa “Sagrada” naturaleza. Deus sive natura, natura sive Deus.” Spinoza.
La fe es una virtud muy mal entendida. En realidad, salvo el catolicismo, que la considera una virtud cardinal o teologal es algo más bien, mal visto.
La razón de ello es doble. En primer lugar, la fe entendida por la religión no se ha practicado como virtud, sino como un deber. La fe se ha entendido como una creencia ciega. Es decir, se ha entendido desde un modelo de la verdad racional. En tal caso se entiende por fe la creencia en algo indemostrable e, incluso, irracional.
Por otro lado, la ciencia, al convertirse en discurso hegemónico pues elimina la fe porque la considera lo contrario a la argumentación y a la prueba empírica.
En ambos casos se entiende mal lo que es la fe, porque ésta, no es una cuestión de experiencia empírica, ni de verdad científico-racional, sino más bien una clase de actitud ante uno mismo y lo real.
La fe es una forma de estar en el mundo, que no anula, para nada, el discurso racional. Son niveles distintos. Incluso, podríamos decir, que el discurso racional necesita, como bien sugiere el filósofo Popper, de la confianza y la fe en que, en última instancia, los principios de la razón funcionen, en que nuestro conocimiento objetivo, racional y empírico describa, de alguna manera, aunque muy parcial, la realidad.
La fe como forma de estar en el mundo es una apertura a lo real y a sí mismo, una aceptación de lo que uno es.
Fe es confianza en uno mismo y en las circunstancias que lo rodean.
Fe es unidad, es no resistencia ante uno mismo y lo otro. La fe como confianza es una forma de Gracia.
Si uno no confía se instala en el enfrentamiento a lo otro y los otros. Su estado es el de guerra, el de lucha y defensa. Por el contrario, la confianza es apertura porque esperamos del otro la comunicación. La fe, como confianza en uno mismo, es la comunión con nuestro Ser interior, la confianza en nuestro propio poder.
Y, cuando confiamos en nosotros mismos, estamos instalados en la alegría, el contento del alma y el entusiasmo. La fe, la confianza, nos hace vernos y ver el mundo de otra manera. Es la puerta hacia un pensamiento que cambia el mundo.
La fe no está referida a una creencia en un objeto irracional, ni no empírico, la fe es el estado de ánimo de la confianza, de la no resistencia, del fluir con el universo y con uno mismo como parte del universo. Por eso, la fe es aceptación.
De ahí que en los evangelios se diga: “Tu fe te ha curado…” No hay alguien que cura, es sólo un mediador entre uno mismo y el universo, alguien que te ayuda a reestablecer el contacto contigo mismo y con el universo. Por eso, el obrador de milagros, no obra milagros como tales, sino que intercede, es un facilitador. Alguien que te ayuda a recuperar tu confianza y, cuando recuperas tu confianza, recuperas la armonía.
Pero, cuidado, en estos tiempos estamos deseosos de milagros materiales, de sanaciones físicas. No es eso lo que nos dice el evangelio, ni lo importante. No es el milagro “físico”, si es que lo hay, sino el de la fe, el de volver a tu origen, a tu Ser y, de ahí, a tu conexión con la Unidad. Entonces se produce la sanación. Pero es una sanación espiritual, no tiene por qué haber sanación física. Cuando esperamos esto es que no tenemos fe, sino que estamos apegados a la materia. Caemos en el materialismo espiritual. Sanación es armonía, unidad. Y ello implica fe, confianza. Y la confianza genera alegría de ser, lo cual hace que nuestra visión del mundo cambie, puesto que el mundo depende de nuestros pensamientos.
“El espacio de Einstein no está más cerca de la realidad que el cielo de Van Gogh. La gloria de la ciencia no estriba en una verdad más absoluta que la verdad de Bach o Tolstoi sino que está en el acto de la creación misma. Con sus descubrimientos, el hombre de ciencia impone su propio orden al caos, así como el compositor o el pintor impone el suyo: un orden que siempre se refiere a aspectos limitados de la realidad y se basa en el marco de referencias del observador, marco que difiere de un periodo a otro, así como un desnudo de Rembrandt difiere de un desnudo de Manet.” Arthur Koestler. Sacado de Lawrence LeShon y Henry Marguenau. “El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh.”
El problema actual es la reducción de la realidad al discurso científico. Pero, a su vez, el discurso científico se ha reducido al de la eficacia y, éste, al del mercado. De esta manera la realidad ha quedado cosificada mercantilmente y, el hombre, como sujeto de la realidad, ha dejado de ser sujeto, ha perdido su intimidad, su interioridad, su multidimensionalidad y ha quedado reducido a la productividad, a un objeto del mercado.
Pero todo esto no es más que una ideología, una máscara de la realidad en manos del poder de unos pocos, muy pocos, que controlan todo desde el psicopoder que pretende hacernos creer que somos libres mientras nos esclaviza con lazos invisibles, los lazos de la seducción retórica del mercado.
Esta ideología no es más que una creencia, un prejuicio, algo que funciona como un pensamiento directriz. Y, como todo pensamiento, crea en nosotros una actitud, un sentimiento hacia nosotros y el mundo que, a su vez, genera una forma de actuar.
Liberarse de las cadenas de la esclavitud a la que la sociedad está sometida es liberarse de este pensamiento negativo, tomar conciencia de que este pensamiento produce en nosotros un sentimiento de carencia. Una visión estrecha y unidimensional de la realidad.
La realidad nos excede y hay múltiples formas de acceder a ella, siempre parcialmente y de forma complementaria y no excluyente.
El miedo es la fuente de nuestra incapacidad y el origen de todos los vicios.
El miedo te repliega sobre ti mismo y te hace juzgar al mundo y a los demás de los males que tú mismo te produces por falta de valor. El miedo te hace proyectar tu incapacidad en el otro y lo conviertes en el culpable de tus males.
El miedo es una carencia de Ser.
El miedo nos escamotea nuestra existencia, la disminuye, la disuelve.
El miedo te paraliza ante la acción. El miedo nos hace esclavos.
Es el valor, la valentía, la virtud, la fuerza, la confianza en que eres, simplemente, el que puede vencer al miedo. Sin valor no hay ninguna virtud, ninguna excelencia. Porque la excelencia es la virtud, aquello en lo que sobresalimos. Aquello en lo que nuestro Ser se desborda.
Virtud es fuerza y excelencia. Y requiere de valor, de coraje.
El miedo está ahí, es el sentimiento de carencia, de que no somos suficiente, de que nos falta algo, es la falta de confianza, de fe, de apertura. El miedo siempre estará.
El héroe no es aquel que no tiene miedo, sino el que supera el miedo por medio del valor y conquista la libertad. Héctor no es que no tuviese miedo de salir a luchar contra Aquiles, quien posiblemente lo mataría, como así fue, sino que fue valiente y se superpuso al miedo. Fue libre, pudo elegir entre salir a luchar o poner una excusa.
Todos ponemos excusas cuando no somos capaces de actuar vencidos por el miedo. Tenemos que tranquilizar nuestra conciencia porque, de lo contrario, el miedo sería un tormento insoportable. Claro, de esta manera nos contamos una historia que justifica nuestros actos, más bien la falta de acción, y esa es la historia inventada a la que nos aferramos y quedamos esclavizados.
Pero el miedo, al impedir actuar, produce rencor y resentimiento, contra uno mismo y contra el resto. El miedo produce odio y es destructivo. El miedo es producto de un falso pensamiento sobre nosotros mismos que fomenta nuestra falta de fe y de confianza y nos priva de la alegría de Ser.
La alegría es el antídoto del miedo. La alegría surge del pensamiento correcto sobre nosotros mismos, de nuestra autoconfianza, de nuestra fe. De saber que no estamos solos, que pertenecemos a este gran entramado que es la Vida, o como cada cual le quiera llamar. Que no somos ninguna pieza suelta ni separada, que jugamos un papel, pero que no debemos ser ciegos e identificarnos con ese papel, sino ser un observador instalado en la paz.
Es esa paz interior la que me lleva a la armonía con todo lo que hay y esa armonía me da la confianza, la fe. Desaparece el sentimiento de soledad, y, por tanto, el de carencia y el de miedo. Somos vida y eso es todo lo que hay. La cuestión es sentir, pero hemos pensado todo, de tal manera que nos hemos convertido en objetos de nuestro pensamiento. El pensar debe ser un pensar sentido con todo el cuerpo, con lo que anima al cuerpo, que es la Vida.
De la alegría surge la espontaneidad, la acción, la exuberancia de ser. La alegría produce la sintonía y la armonía, la apertura y el amor hacia uno mismo y lo que nos rodea.
La alegría es el sentimiento que da origen a las virtudes. Pero la alegría es el motor que pone en marcha el coraje. Alegría y valor. No habría valor sin alegría. Ni alegría sin un pensamiento adecuado y positivo.
La calma interior es la fuente de la tolerancia. Si no estamos en calma, si nuestros pensamientos y sentimientos están agitados, entonces estamos en guerra con nosotros mismos y con los demás.
Para ejercer la tolerancia es necesario, primeramente, aceptarse a uno mismo. No podemos tolerar sin tolerarnos. Y la tolerancia no es el simple aguantar o soportar, eso es resistencia, es quererse, comprenderse en las virtudes y los defectos.
Nuestros defectos no los corregiremos si luchamos contra ellos, sino, si los comprendemos. Comprendiéndolos nos enseñan nuestros límites y cómo superarlos con valor. Y la tolerancia es comprender. Y comprender es aceptar. Y aceptar es amar. Si no nos amamos lo suficiente, no podremos aceptarnos, ni tolerarnos.
Pero quien no se tolera a sí mismo, quien no se acepta, nunca aceptará al otro. Al contrario, el otro será el objeto permanente de sus juicios, de sus proyecciones. Todo lo que no soporta en sí mismo lo proyectará en el otro y lo convertirá en culpable de sus males.
Cuando uno no se tolera, no se comprende, ni se acepta, busca un chivo expiatorio de sus males. Y es por eso que se lleva todo el día enjuiciando.
Contra esto es aconsejable el silencio, la soledad, la introspección, el autoanálisis, pararse y tener calma y paciencia. No atropellarse ni atropellar, dejarse llevar, fluir con nuestros sentimientos, no enfrentarse a ellos, comprenderlos y aceptarlos, no negarlos, ni resistirse.
La introspección es el camino hacia la calma y la tolerancia de sí mismo. Y, una vez que la tolerancia y la calma se han instalado en nosotros mismos, entonces somos capaces de tolerar al otro. Lo comprendemos, porque entendemos que es igual que yo, lo aceptamos, porque me acepto a mí mismo y no puedo exigir a nadie lo que no me puedo exigir a mí. Lo respeto como ser humano, como un igual, como alguien dotado de dignidad al que no puedo dañar en absoluto.
Y la calma y la tolerancia se dan desde la armonía. Una virtud esencial. La armonía es el equilibrio interior. Equilibrio que se consigue cuando contactamos con nuestro ser interior y alcanzamos la confianza en nosotros mismos. Entonces la armonía es el equilibrio entre nuestros pensamientos, lo que sentimos y nuestras actitudes y nuestras acciones, incluidas todo aquello que decimos. La armonía nos da la autonomía y la libertad. En la filosofía occidental es el ideal de la Ilustración, el “atrévete a saber”, el conocimiento, la introspección, nos hace libres. Pero no sólo el pensar, sino el sentir y actuar consecuentemente.
Y el resultado de la armonía interior es la armonía con los demás. Porque cuando hay un equilibrio interno, hay un respeto y tolerancia hacia los demás, tanto de obra como de palabra. Y esto es un principio absolutamente revolucionario.
No tenemos que pensar en cambiar el mundo, eso es una idea inútil, tenemos que cambiar nuestra conciencia y esto empieza por cambiar nuestra forma de pensar, de tal manera que genere, actitudes y sentimientos, que no dañen a nadie, que produzcan acciones y palabras que conlleven el respeto y la tolerancia. Entonces habremos creado armonía en nuestro alrededor. Y ése es el comienzo de la revolución exterior.
La armonía interior crea la Paz en el exterior. Como decía Gandhi: El mundo que quiero ver (el cambio en el mundo) es el que tengo que producir en mí mismo. Si no empiezo por mí mismo, todo es resistencia y lucha.
La Paz va de dentro a fuera. No habrá cambio vociferando contra el orden establecido, sino cambiando el orden establecido en nuestro interior.
“El éxito consiste en aquello que me produce paz, fortaleza y alegría.” Ahora bien, hay que hacer una matización. Cuando hablamos de éxito, al vivir en una sociedad en el que el pensamiento hegemónico es el materialista, confundimos éxito con tener, con posesión. No, no es éste el éxito del que se nos habla, (es el del Ser) sino que estamos en la dimensión espiritual. El propio éxito es precisamente la alegría, la paz, la calma, la felicidad y la fortaleza. El éxito es que mis pensamientos sean correctos y me lleven a este estado de armonía conmigo mismo y con lo que me rodea. El éxito es trascender el ego y pensar desde el espíritu, salvar la escisión. Cuando estamos tristes, sentimos ira, no tenemos fuerzas,...entonces estamos instalados en el ego, nuestro pensamiento es incorrecto, es una percepción aparente, falsa, ilusoria.
Por el contrario, si mi estado es la alegría, el entusiasmo, es porque he cambiado la percepción y ya no es desde el ego, particular, desde el que percibo y me percibo, sino desde el Espíritu Universal. Entonces he salvado la escisión y he vuelto al Hogar, la Unidad.
Y, el entusiasmo, es una virtud, una cualidad del alma esencial para conseguir ese estado de alegría.
El entusiasmo es la capacidad de maravillarse ante lo que me rodea y ante uno mismo, la capacidad de quedarse perplejo. Y, cuando uno se queda perplejo ante el misterio de lo Real está en un estado de admiración. Y es la admiración lo que despierta nuestro respeto ante todo lo que nos rodea y el deseo de conocerlo.
Pero conocerlo, no sólo intelectualmente, esto último también, pero no sólo, pensar que el conocimiento es sólo el intelectual es la herencia del pensamiento racionalista hegemónico desde hace cuatro siglos para acá.
Conocer, en su último grado es Amar, comprender y aceptar. Pero conocer, también es lo que el arte nos proporciona, un modo de acceso a nosotros mismos. Pero no un conocimiento empírico, que es el científico y muy valioso, sino experiencial.
El arte es una autoindagación sobre quién soy yo y qué es la humanidad y cual es su sentido. El arte es una forma de espiritualidad irreductible a lo meramente empírico.
La admiración que suscita el entusiasmo ante lo real me lleva hacia lo insondable de la realidad, hacia lo que ignoro, lo ignoto. Pero, si parto de la soberbia de la ciencia mal entendida, no podré trascender mi propia ignorancia. Para ir más allá en el conocimiento es necesario la humildad, el reconocimiento de mi propia ignorancia.
Cuando no reconozco mi ignorancia lo que hago es jactarme de lo que creo que sé y en realidad no sé. Pero, peor aún, me privo de la admiración ante lo que no sé y del entusiasmo de la aventura del saber y el Ser.
Porque el entusiasmo es vivir en la aventura. Es, como decían los griegos, como el que está poseído por los dioses. Como el niño que fácilmente se entusiasma. Si perdemos la capacidad de entusiasmarnos, de maravillarnos, nos volvemos rígidos, nos acercamos a la muerte. Porque la muerte es rigidez. El entusiasmo es la capacidad de variabilidad, flexibilidad, apertura a todo lo que está por venir y que, de entrada, lo vivo y lo acepto con alegría.
Porque el que vive desde el entusiasmo, vive en el eterno presente. No tiene ni pasado ni futuro. El niño se entusiasma porque no proyecta en el futuro, ni se queda anclado en el pasado.
Mantener el entusiasmo es mantenerse en el Ser, la alegría de vivir. Y este estado, no nos confundamos, no es egoico, sino que se irradia a nuestro alrededor. Es plenitud, y la plenitud se desborda a sí misma. Se contagia. Y es la alegría, el entusiasmo el que debe contagiarse, no el pesimismo, la tristeza, que te impiden actuar.
Los medios de comunicación, dirigidos por el poder, irradian tristeza, calamidad,…porque todo ello produce miedo y el miedo nos incapacita para actuar y, de esta manera, nos pueden controlar, que es lo que quieren. Éste es el fin del psicopoder, controlarnos a través de controlar nuestro pensamiento. Por tanto, es cambiando nuestro pensamiento como cambiamos nosotros y cambiamos el mundo. Es una auténtica revolución. La mayor revolución.
No hay maestros, toda la realidad es tu maestra, cada animal, cada planta, cada persona, cada gesto, cada emoción, cada pensamiento, cada obra artística, cada expresión cultural del hombre... No hay maestros si quieres ser libre. La libertad se conquista cuando uno se suelta de la mano del maestro y empieza a pensar y ser por sí mismo.
"Todo es tu Guru; Las rocas te enseñan silencio, los árboles te enseñan compasión, y la brisa te enseña el no apego. Usted puede tener muchos gurús, y profesores y psicólogos, pero el Satguru es Uno. ¿Cómo conocer a este maestro? Sin ego.
Satguru está dentro de su propio Ser y en ninguna otra parte.
Su Satguru mora en su Corazón
Y en el Corazón de todos los Seres."
Papaji
“Bacon fue el primero en formular una teoría clara del enfoque científico empírico y abogó por su nuevo método de investigación de un modo apasionado y frecuentemente avasallador…Es preciso atajar “los devaneos” de la naturaleza, escribió Bacon “obligarla a servir” y “esclavizarla” Había que “constreñirla” y el objetivo del científico era ”torturar la naturaleza para obtener de ella su secreto”
…Bacon utilizaba la imagen tradicional de la naturaleza como hembra y que su recomendación de que se la torturara para extraerle sus secretos con la ayuda de instrumentos mecánicos era eminentemente sugerente de la generalizada tortura de mujeres en los juicios por brujería a principios del XVII. En realidad, Merchant, demostró que Francis Bacon, como fiscal general del rey Jacobo I, estaba íntimamente familiarizado con los procesamientos de brujas y sugirió que había trasladado las metáforas de las audiencias a sus escritos científicos.” F. Capra. “Sabiduría insólita. Conversaciones con personajes notables” p. 269
La razón que manejamos hoy en día nada tiene que ver con el Logos de los griegos, ni menos aún con el Nous, es una razón instrumental, cuantificadora, lógico-matemática y con el objetivo de explotar la naturaleza. El conocimiento, ya desde Bacon, no es el saber por el mero hecho de saber, no es contemplación ni admiración ante lo real, ni maravillarse ante el misterio de lo real (eso queda para el momento creativo de los grandes genios científicos de la historia), sino explotación, poder. Y, hoy en día, el poder es el económico. La razón se ha reducido a razón económica, mientras que el Logos ha sido reducido a opinión. Y, las opiniones, desde la posmodernidad, se han convertido en equivalentes, lo mismo da lo que diga un catedrático de historia sobre la segunda guerra mundial, que un oignorante del tema perteneciente a un grupo neonazi. Y cuando las opiniones son equivalentes todas valen igual. Pero, claro, alguna ha de llevarse a la práctica y es aquí donde entra en juego de nuevo el poder económico. La opinión política que vale es la que tiene el más fuerte. No vale más la del científico en su departamento universitario que la del interés de una multinacional farmacológica, por ejemplo. Es decir, que si queremos una revolución social hemos de trascender el ámbito de la razón, no porque no sirva, sino porque ha sido prostoituida y hay que avanzar hacia el Nous, la comprensión que unifica el Logos con el sentir. En ese nivel recuperamos la Unidad perdida. Pero desarrollar esto es ya otro tema. Lo que sí es necesario decir es que hay que empezar aplicándose el conócete a ti mismo socrático, pero no retóricamente, sino de verdad y llegar a sus últimas consecuencias.
La virtud del contento, la alegría:
"Es un arte que requiere pausas para apreciar lo que tienes. El cimiento de aquello que haces. Un espacio interior fuerte, lleno de paz que resiste a todo, entonces reverbera en tu interior e impacta en los demás. El placer y el trabajo conviven en armonía." Brahma Kumaris.
La alegría procede de dentro, no hay nada de fuera que pueda darnos un contento duradero. Al contrario, la alegría que viene de fuera es pasajera. Ha de cultivarse el contento, la alegría de vivir interior, siguiendo al maestro Spinoza. Una actitud que emerge de un pensamiento. De esta manera nuestros actos estarán en armonía y habrá paz fuera y dentro. El contento, entonces, es equilibrio y armonía.
Y, así, seguimos con la revolución social que viene de la mano de la revolución interior. La emergencia de unj cambio en nuestra conciencia, un nuevo pensamiento sobre la naturaleza y los hombres y sus interrelaciones, generan una actitud, un sentimiento positivo, de Unidad, no de lucha. Y, siempre que hay un sentimiento de unidad, comprensión y tolerancia, hay paz y armonía. La crítica, por el contrario, divide. Hay que comprender al otro, practicar la tolerancia y, entonces podremos ejercer la fraternidad o la compasión. Y, desde la fraternidad sólo se dará la Unidad, no identidad indiferenciada, sino Unidad en lo esencial de lo que parece diferente. La crítica nunca nos llevará al entendimiento, porque la crítica nos pone a la defensiva, y atacamos para defendernos. Y, desde el ataque no puedes entender las RAZONES del otro, sólo atacas su persona, pero porque te sientes atacado. Desde la tolerancia nace la comprensión, fraternidad y compasión. Y, entonces vemos al otro, no como lo diferente, sino como otro yo, comprendemos y asumimos sus RAZONES. Nadie está libre de culpa, nadie e, pues, culpable. Todos somos responsables del mal. Y sólo aceptando esta responsabilidad afrontamos el mal de dentro y el de fuera, porque no eliminaremos el de fuera si no sanamos el de dentro. Si elegimos sanar el de fuera sin habernos enfrentado a nuestros demonios, pues proyectaremos nuestras herida en los demás, culpabilizaremos, no arreglaremos nada, sino que entraremos en guerra, llevaremos fuera nuestra guerra interior.
De ahí que la fraternidad (compasión, anunciado por el budismos, el taoísmos y el cristianismo y un ideal ético de la Ilustración, nunca se haya llevado a cabo, porque nunca nos hemos puesto en el lugar del otro. Nunca hemos comprendido que somos el otro. La guerra continuará mientras nuestra conciencia esté dividida, mientras no hallemos la paz interior, la calma, la tranquilidad, no podremos eliminar la guerra.
Lo que es, es. Pero lo que Es, es todo lo que Hay, que es el Ser. Y no hay vuelta de hoja. Pero, pensar y Ser, son una y la misma cosa. Así como el Logos es lo común. Porque todo es un eterno fluir de lo mismo, con lo que al final, nos queda que el Todo es la Nada, la vacuidad (potencialidad de llegar a Ser.) Pero, claro, si abordas esto desde tu mente, desde la razón, desde la lógica y su principio de identidad y no contradicción, entonces ya no sólo hay el Ser, sino, el ser pensado por tu mente. Es decir, dos cosas, dualismo, que, además están en guerra. Tu mente está en guerra con el ser que ha inventado y con ella misma. Pero todo es una fábula, un engaño. Es la vía de las apariencias que nos enseñó Parménides, que era un místico, no un lógico, como nos han enseñado. Y como Occidente lo ha transmitido y por eso vivimos la locura de escisión y sufrimiento en el que estamos.
Sólo hay el Ser, o el Tao, o lo inefable, o lo Uno de Plotino, o el Dios de Spinoza,…muchos nombres porque es inefable. Y si sólo hay el Ser, por seguir a Parménides y nuestra tradición, no hay un yo que contemple el Ser, eso es un sueño, o, peor, una pesadilla, la del sufrimiento. El sufrimiento viene de nuestra no aceptación del Ser, la Vida, LO QUE HAY, ni más ni menos. Aceptación absoluta y plena para disolver nuestro ego, o, mejor, quitarlo de en medio, quitarle su importancia, la que el se ha dado, o nos hemos dado y, por eso, las cosas, el mundo y los demás nos producen sufrimiento. Pero en la plena aceptación de que lo que ES, ES, no hay división, no hay ni tú ni yo, sólo hay Unidad. NO hay otro, hay fraternidad. El SER, en tanto que ES, sólo puede ser aceptado o amado, y eso es comulgar con el Ser, estar en comunión con la naturaleza, con todo lo que hay. El fin de la guerra. Ésta es producto de nuestra ilusión, de la fabricación de un ego que analiza todo y nos separa. No hay separación, sólo comunión con lo que Es. Y sólo hay un camino: Aceptación (amor incondicional, desinteresado) y rendición (que no resignación, sino la humildad cargada de valor, porque hay que ser muy fuertes para ser humildes, no se trata de ser pusilánime.)
Comentarios a dos textos:
El primer texto, no estoy en absoluto de acuerdo con su tesis. Precisamente defiendo lo contrario. Al estilo de Spinoza, que es mi último libro “Comentarios a la Ética de Spinoza”. Intenta, por todos los medios salvar la dualidad Dios-mundo, por un lado, y la institución de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo por el Reino de los cielos en la tierra y, por tanto, la guardiana de la fe y el amor de Dios al hombre y la redención del hombre por el Hijo de Dios, todo a través del Amor de Dios, como gratuidad. De ahí que se le exijan al hombre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, sin las cuáles no obtiene la Gracia divina a través del Amor de Dios. Todo está muy bien. El caso es que esa redención, ese conocimiento de Dios, ese estado de Gracia, tiene que pasar por la Iglesia. Por tanto, se cae en un tremendo dogmatismo. Si te das cuenta, arremete contra el misticismo, claro, el movimiento místico en la iglesia, aunque ahora muchos son Santos, otros fueron quemados o recluidos en monasterios y tomados por locos, se salta la institución de la Iglesia. El místico establece una relación directa con Dios, pero, no sólo eso, sino que hace de Dios el propio Ser e, incluso, como dice el Maestro Eckart, “Yo estoy en Dios, yo soy Dios, Dios sin el hombre no existiría”. Es decir, es un panteísmo, pero no monista, sino, no dual, como en el vedanta advaita hindú. Por eso la Iglesia consideró a Spinoza ateo, cuando Spinoza decía: “Deus sive natura, natura sive deus”. Pero, claro, él no caía en un monismo, sino que consideraba que el hombre se identificaba con Dios o conocía a Dios, en lo que él llamaba, siguiendo a los antiguos, San Ambrosio, por ejemplo, el tercer grado del conocimiento. El primer grado es la sensibilidad, el segundo, el entendimiento y la razón y el tercero la intuición (artística, mística y filosófica), pues este tercer grado de conocimiento en Spinoza es el Amor. Es decir, que el conocimiento de Dios es posible por la apertura máxima del hombre al Ser que se da, no por el entendimiento (la ciencia, que es el ídolo de hoy en día), sino por el amor incondicional, que, a su vez, es posible porque la propia naturaleza divina es Amor y nosotros somos parte (atributos) de la naturaleza divina. Por eso el conocimiento supremo que nos lleva a la libertad de las pasiones (libro V de la Ética) es el amor intelectual de Dios. Pero ése acto de conocimiento, no es intelectual (sujeto-objeto), sino amoroso, por tanto hay una fusión con lo divino que es, no un ser personal, creador y separado, como mantiene el texto, sino el Ser parmenideo, o el Bien de Platón, o lo Uno de Plotino…en fin, toda esa corriente que se ha descabezado en la historia de la filosofía y en la religión. Si mantenemos a la Iglesia como institución desde la que se nos ofrece la salvación, pues tenemos el control. De ahí el lema “Fuera de la iglesia no hay salvación”, pero, la teología de la liberación, Jon Sobrino, en concreto, tiene un libro que se titula “Fuera de los pobres no hay salvación”. Y ahí, y eso me encanta, entra el texto del Papa, la Misión cristiana es extender el evangelio, pero sólo el evangelio y su sentido, no con demasiados preceptos eclesiales. Y, el mensaje del evangelio es el Amor Universal y que, el Reino de los Cielos está dentro de cada uno. Y eso significa que si uno quiere llegar al Reino de los Cielos ha de morir primero. Para renacer en la vida del Espíritu (el Amor Incondicional) es necesario morir (abandonarlo todo, el desapego que se dice hoy en día, de ahí lo del rico y el ojo de la aguja) Una vez muertos, es decir, una vez que ya no somos el yo que éramos, porque nos hemos transformado por medio del Amor, que es un estado de Gracia y se obtiene con Fe y ascesis, renacemos espiritualmente y estamos en Comunión con el mundo, los otros y Dios, porque reconocemos en cada cosa y en el otro a Dios. Por eso si nos transformamos, que es el mensaje de Jesús (no quiere la guerra contra los romanos, no le interesa la cuestión política como primer problema, sino la antropológica), pues transformamos el mundo. De ahí que, según el Papa, para transformar los grandes problemas del mundo y cambiarlo, hay que extender el mensaje evangélico desde todos los rincones de la Iglesia hacia el exterior. Pero no habla de la Iglesia como garante de la Verdad, ni nada. Habla de la Misión, que no es más que la conversión del otro en un cristiano, hombre nuevo o renacido, porque se ha transformado por dentro y lleva el mensaje evangélico, que es, el de la parábola del buen samaritano y el de las bienaventuranzas. Y, también, muy importante, la parábola del hijo pródigo, que es una parábola, para mí, en la que se puede enmarcar todo el mensaje evangélico. Y, si te das cuenta, tampoco se habla de muerte-resurrección, pasión. No, todo eso es un mensaje para culpabilizar a la humanidad de un pecado original, un mensaje manipulador que está en la mente de todos, porque está en el inconsciente colectivo. De ahí la capacidad de dominio de todo poder. Porque estamos preparados para ser esclavos. O, como decía La Boétie: “La servidumbre humana voluntaria”, o, el mismo Kant, somos autoculpables de nuestra minoría de edad por nuestra pereza y nuestra cobardía. Por eso, el mensaje evangélico, es un mensaje que, como dice el Papa, te saca de la comodidad, porque, en definitiva, Jesús, como Sócrates, o Buda, lo que predicaron fue la libertad o la liberación del hombre, pero no meramente política (a dios lo que es de dios y al cesar lo que es del cesar); sino total. Y esa liberación total es el camino que sigue la mística. Pero una vez alcanzada esa liberación hay que volver a la plaza pública, a ocuparse de los asuntos públicos y convertir a los demás. Como decía Platón, no se puede quedar el filósofo en la isla de los Bienaventurados, sino que ha de volver al interior de la caverna, al Ágora, como hizo Sócrates, y si eso le cuesta la vida, pues bienvenido sea. El objetivo no es la felicidad, sino la virtud pública y privada. Y, en la virtud está la felicidad. Porque virtud en griego es areté (Excelencia) y en latín, fuerza o coraje y valor. Y no hay excelencia sin valor y coraje- Y eso es lo que hace falta para realizar los dos viajes, el de la conversión o renacimiento de uno mismo y el de realizar la Misión evangélica, es decir, predicar el Amor Universal: la fraternidad. La Unidad de todos los hombres entre sí, con la naturaleza y con Dios. Y, una vez que cambia la conciencia del hombre individual y se hace universal (fraternidad), entonces se resuelven los problemas políticos, porque ya no se actúa desde el egoísmo, sino desde lo universal, desde la conciencia planetaria, global y universal.
Sin libertad no hay Despertar. La libertad, precisamente, es liberación. Pero la liberación exige eliminar todo aquello que nos condiciona a pensar y ser lo que somos. Y eso que creemos ser, no es lo que verdaderamente somos, no es más que un producto de lo ya pensado. Son un conjunto de creencias admitidas desde siempre con las que nos identificamos. Con las que estamos apegados. La libertad consiste en atreverse a pensar por uno mismo e indagar en ese conjunto de creencias con las que nos identificamos y no distinguimos que no somos esas creencias, sino que estamos más allá de ellas, que somos el fondo donde descansa todo eso. Somos el Yo universal, el Ser que puede observar. Por eso, primero hay que pensar por uno mismo. Y pensar por uno mismo requiere de la distancia, la ironía, ser capaz de reírse de uno mismo, lo cual hace que nos demos cuenta de que no somos las creencias ni los pensamientos limitantes, sino, el Observador imparcial, la Conciencia. Y la libertad se da en la Conciencia, que no tiene condicionantes, no el yo identificado con los pensamientos, con los calificativos que lo definen. La Conciencia no tiene calificativos porque no tiene condicionales. De ahí que sea el testigo.
Pero es necesario el pensar, porque sin el pensamiento no discernimos el engaño, ni creamos la distancia entre quien verdaderamente somos y las creencias y pensamientos.
Pero es la pereza, la comodidad y la cobardía, los que nos impiden pensar y, por tanto, ser libres y, en última instancia liberarnos y Despertar a la Consciencia. El camino es la autoindagación, el conócete a ti mismo, en sus dos versiones, a trevés de los demás y a los demás a través de ti mismo (somos Uno) y, en la segunda versión, conócete a ti mismo y conocerás al mundo y a los dioses (o Dios, el Ser, el Tao, el Dharma…)
Ante tanta pseudoespiritualidad hay que reclamar el pensamiento, la autonomía, la búsqueda de sí mismo. Olvidarse de los caminos fáciles, de los atajos. Recuperar la verdad de la tradición, enfrentarse a la sombra, la personal y la colectiva. No es un camino de flores, tampoco de espinas, es un camino de en medio, el camino de los castaños, suave, pero largo y con sus cuestas y sorpresas, un camino de búsqueda interior. Un viaje hacia dentro que nos lleva hacia afuera, hacia el Ser. Porque lo mismo es fuera que dentro.
Aceptación de todo lo que es. De todo lo que nos pueda pasar, lo que podemos sentir, las carencias que creemos tener. Aceptación es ver desde el presente, el aquí y el ahora, todo tu pasado y tu futuro.
Pero todo lo que es pasado y futuro, al estar en el momento presente se disuelve en el tiempo. Y para disolverlo en el tiempo es necesario no identificarse con ello. Hay que observarlo, sentirlo, sentir las sensaciones físicas donde se manifiesta el sufrimiento psicológico y amarlo desde el amor de sí, ese amor no es identificación, sino, todo lo contrario. Es desidentificación, distancia. Porque es el yo testimonial, el Testigo, el que desde la Presencia de Ser da testimonio de ello.
La cuestión es que, cuando uno no se identifica ni con su pasado, ni con su futuro, no se proyecta ni en el uno, ni en el otro. Y cuando esto ocurre, entonces lo que sucede es que el diálogo interno cesa.
Porque el diálogo interno, que es el que realmente crea el sufrimiento, alimenta la identificación con el yo que sufre. Pero el yo que sufre es un yo ficticio, que está en el pasado o en el futuro, es decir, una proyección. Porque sólo existe la Presencia, el eterno presente.
Es cierto que siempre vamos a funcionar en el tiempo psicológico, no se trata de anular éste, es imposible, como no podemos parar las funciones de los órganos del cuerpo. Lo que sí podemos hacer es no identificarnos con el papel que desempeñamos en el pasado y el futuro, sino observarlo desde la distancia de la Presencia, no alimentar ese yo con el diálogo interno: debería haber hecho, yo no puedo con esto, el culpable de todo es él, yo no soy más que una víctima de mi pasado,…y así.
La Presencia es ver desde la eternidad y es ver con amor, amor propio o amor de sí, aceptando todo aquello que somos, lo que nos produce alegría, como lo que nos produce tristeza. Observaremos, que si hacemos esta práctica nos mantenemos en nuestro centro, que es el aquí y el ahora, desaparece el sufrimiento psicológico porque ya el tiempo no existe al no existir el diálogo.
Es el amor incondicional, que conlleva el Perdón (empezando por perdonarse a uno mismo), que viene a ser lo mismo, el que nos lleva a la aceptación y, por supuesto, a la rendición. Después de mucho luchar, de mucho batallar, nos rendimos, que no es lo mismo que claudicar, sino aceptamos nuestros límites y los queremos, los vivenciamos, pero desde el presente. No intentamos ni juzgarlos ni justificarlos.
En el eterno presente, lo que es, es. Y no hay más que eso. Es la totalidad del Ser. Y, si estamos instalados en esa totalidad del Ser, en la Presencia, tenemos la mirada, como decía Spinoza, desde la eternidad. Y en la eternidad sólo hay Ser.
Cuando aceptamos estamos, automáticamente, en el estado de Presencia, y esto es lo mismo que amarlo todo incondicionalmente. Eso sí, empezando por nosotros mismos. El amor de sí, el amor propio, la aceptación incondicional de todo lo que somos, en el aquí y el ahora que abarca todo el tiempo, es la condición indispensable del amor al otro y a todos los seres vivos.
Cuidado con el engaño del poder, que ha negado el amor propio y lo ha identificado con el egoísmo. Nada más lejos de la verdad. Egoísmo es amar al otro para ser amado, buscar el amor del otro porque no se acepta el sentimiento de carencia. Si no vemos, aceptamos y amamos nuestra carencia, nunca amaremos al otro, buscaremos un trueque, un intercambio. Por eso viviremos en el engaño, la ilusión. Y no cesaremos de juzgar, de culpabilizar, de sentirnos las víctimas, de pensar en el qué dirán, qué harán…Amor de sí es Aceptación. Y Aceptación es Presencia. Y, la Presencia es la ausencia de tiempo, porque todo él, pasado y futuro sólo pueden existir en el ahora, el resto no es más que proyección e ilusión.
“Los verdaderos sabios de antaño,
eran hombres confusos, cual turbias aguas.” Tao Te King. Lao Tzse.
“A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado de la recta vida.” Dante. La divina comedia.
“¿Cuándo, cuántas veces te sientes en la encrucijada? En la primera, muchos caminos; en las siguientes, cada vez menos. Como un abanico que se va cerrando. Porque la encrucijada, en realidad, no es una, sino una tras de otra, toda una serie, que se convierte en la “selva oscura” donde se encuentra Dante en el medio del camino de su vida. La vida como camino, el hombre viajero.” Iñake Preciado. “La ruta del silencio. Viaje por los libros del Tao.” P. 114.
Sólo los sabios reconocen la ignorancia y sólo los sabios se saben perdidos y reconocen la "selva oscura" que es la vida y la "noche oscura del alma" que es necesario recorrer. El resto se afana en permanecer en la ilusión, en forjarse una doctrina confortable que lo aleje del acto de valentía de enfrentarse a la eterna pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Qué debo hacer?, ¿Qué puedo esperar?
La puerta de la sabiduría es la duda, el escepticismo, pero no nos podemos quedar atrapados en la duda, porque entonces nos quedamos atrapados en la razón, en la dualidad. Hemos de abrir la puerta, no a la irracionalidad, sino a la VIDA, sentir la Vida, eso es la metaracionalidad. Tomar consciencia de que todo es un sueño, de que somos soñados por alguien al que, tal vez, nosotros soñamos. Sueño que dios me sueña o es dios el que sueña que está soñando. abrir la puerta, dar el paso, atreverse a saber, a trascender el sueño para, al final, suspender el juicio porque la razón es insuficiente. Fundirse con la VIDA.
La vida es sufrimiento y muerte. Tanto uno como otro se pueden trascender. Pero no todos lo pueden hacer. El miedo a la muerte es natural al hombre. La rabia contra ese destino que corta la vida en su pleno apogeo, en la infancia, o en el final, es respetable. El no querer comprender es respetable. El cómo cada uno vive la vida desde su verdad es respetable, así cómo cada uno encara la muerte, igualmente, es respetable. La muerte es el enigma, el misterio, la puerta, quizá, para los que tienen fe, para los que no, les quedan sus actos. Lo que han realizado en su vida. La muerte y su presencia desencadena el proceso de autoindagación, de autoanálisis. Es el momento de evaluar. Hay diferentes etapas en el proceso de la muerte y todas ellas deben ser respetadas por los seres que están al lado. El sufrimiento del que se enfrenta a la muerte es único y pertenece sólo a aquel que lo sufre. No valen discursos consoladores, sólo la presencia. La muerte y lo que la antecede es algo que nos toca a todos vivir, que nadie nos arrebate la libertad de pensar nuestra propia vida, de evaluarla por nosotros mismos. Que nadie nos quite la libertad de elegir nuestra forma de morir. Todo está bien, toda decisión está bien. El miedo, la tristeza, la rabia, la ira, la aceptación, la rendición, están bien. Y todo momento es respetable y hemos de comprenderlo desde lo más profundo, como si fuésemos nosotros, que algún día lo seremos, el que está muriendo, el que mira de frente a la muerte. No valen los discursos ante el que tiene a la muerte de frente, porque él, aunque esté lleno de dolor, rabia y miedo, es más sabio que nosotros. No valen paños calientes ante la muerte. Hay que respetar la libertad del otro, sus creencias y sentimientos. La muerte es la puerta a lo inefable y mientras no estemos frente a la muerte no podremos ver lo inefable. El resto son palabras, discursos vacíos, bien intencionados, pero vacíos.
Todo está en la trampa del pensamiento. Y la trampa del pensamiento es el lenguaje. El Tao que puede ser nombrado no es el Tao, el Tao que no se puede nombrar no es el Tao. No podemos hablar de lo que no se puede hablar. Y de lo que no se puede hablar es lo inefable. Luego lo único que nos queda es el silencio. Una mística radical invita al silencio, todo lo más que podemos hacer es hablar negativamente de lo que es para decir lo que no es. Pero, aún así, nos equivocamos, porque lo que es, es tanto en negativo como en afirmativo. Porque el lenguaje es dual, pero la Realidad sobrepasa toda dualidad. Y esto es la vacuidad. La vacuidad es la salida de la forma. Lo sin forma. La pura potencialidad del Ser, pero sin afirmación, sólo como pura potencialidad, como pura posibilidad.
Y esto, antropológicamente, aplicado al hombre es la posibilidad de ser lo que es y su negación. No hay nada, sino todo, o todo es nada, que es lo mismo. Toda definición es una determinación. Y una determinación es un límite y la vacuidad es la ausencia de límite-. La pura posibilidad. Ni lo muerto ni lo vivo, ni lo eterno, ni lo temporal… contemplar la temporalidad es la trascendencia de todo lo que es. Ni amor, ni odio. Si todo es Amor, estamos dejando fuera lo opuesto, el odio. Y todo lo que hay es la unión de los opuestos. No valen paños calientes en la mística radical. Y lo radical no es extremismo, sino ir a las raíces de las cosas. Y las raíces son lo originario, lo que hay, no se pueden eliminar, no se pueden obviar.
Lo real es la armonía de los opuestos. Y la armonía de los opuestos es la unidad, que es, a su vez, la negación. La negación es la Nada, la vacuidad. Porque no es la nada como no ser, que es una parte de los opuestos, sino la nada como potencialidad de Ser y No ser.
No hay ni sentido, ni azar, ni sentido, ni absurdo, hay lo que hay, que es innombrable y, lo innombrable, es la vacuidad. Todo fluye, nada permanece. De nada hay que preocuparse. No hay futuro, no hay pasado, sólo el eterno presente. Y lo presente es la observación del ser desde la eternidad sin juicio.
Todo nuestro afán es permanecer. Pero el intento de permanecer es apego, y el apego tiene su último origen en el ego. No hay ego. El ego es una construcción. Hay que dejarse llever, fluir, no presentar resistencia a la naturaleza, el Universo, el Tao, todo lo que hay. Hay que estar en los demás. En los demás, en el cambio y fluir de las relaciones está lo que es, que nunca permanece. Porque todo fluye y cada cual no es más que un haz de percepciones, un eterno fluir de lo mismo en otro y el otro un eterno fluir de lo mismo en mi mismo. Todo es apariencia y esa apariencia es todo lo que hay, porque apariencia y realidad son lo mismo. El lenguaje explota delante de nuestras narices en la medida en la que intentamos comprender. No podemos comprender por el lenguaje. Sólo el Ser puede comprender. Pero el Ser es el Silencio. Guardar silencio, ir hacia el interior. Ése es el camino, lo demás es alejarse del centro. Descentrarse. Buscar recetas. Y no hay recetas en lo radical, en las raíces, sólo raíces. Las recetas son para los débiles, los pusilánimes, los que no tienen valor de enfrentarse a la Nada, la vacuidad, el interser, el nirvana. Y lo sustituyen por recetas, por palabras como Amor y demás. Lo que es, es, y no se ama a sí mismo porque entocences es dos, además de carencia. Simplemente es. Y, cada cual, en tanto que es, es lo que hay y el amor de lo que hay no es el camino del ser, sino de la dualidad. Aceptación, rendición, entrega absoluta. Dios, lo que hay, el bien y el mal, exigen la entrega incondicional, sin amor ni odio, sino con la unión de ambas en su armonía del ser, con Fe y con confianza. Y sin miedo. La vacuidad es el abismo. Acercarse al umbral de nuestro yo es vislumbrar el abismo de nuestro vacío. Porque el ego es la vacuidad, lo que no es. Y de ninguna de las maneras puede ser ni llegar a ser. La vacuidad, por otro lado, es lo eternamente cambiante, es la naturaleza de nuestro ser. Asomarse a nuestra vacuidad es asomarse al abismo de la nada. Es dejarse caer, desasirse de cualquier asimiento o apego., incluido, y, sobre todo, el apego del ego. No hay apegos, no debe haber apegos, ni al del ego, ni al de la sanación, ni al de la curación, ni al del desarrollo personal. Todo eso es apariencias, todo eso es dualidad. No hay dualidad, salvo la dualidad pensada que procede de nuestros deseos. El sufrimiento es deseo. Si queremos parar el sufrimiento debemos parar el deseo, simplemente, Ser, dejarnos ser. Seguir la naturaleza, cómo la naturaleza se expresa en nosotros. Abrazar nuestra propia naturaleza como expresión de la naturaleza, de lo que hay. Y lo que hay es armonía de los opuestos. Para no sufrir hay que aceptar nuestros opuestos, nuestro querer y no querer, dejar de querer. Estar, Ser.
La vida es dolor y sufrimiento. Sin ellos es imposible aprender, pero aprender implica eliminar el deseo y sustituirlo por el amor y la compasión.
Nada se puede aprender realmente más allá de lo que se pueda mostrar. En realidad no sabemos nada de lo que es importante, o de lo que tiene realmente importancia: el sentido de la vida, la muerte, la belleza, el bien... Y ante esto lo que queda es una gran carcajada ante la gran broma cósmica.
Ni teocentrismo, ni antropocentrismo, ni ecocentrismo, mejor cosmocentrismo o vacuicentrismo. El vacío como centro y circunferencia, la nada como las apariencias y el todo.
Salir de la caverna totalmente es encontrarse en el vacío. En lo inexpresable que es el fundamento y origen de todo. Es la Unidad y el origen de la Unidad, la forma y la vacuidad, las apariencias y la realidad. No hay palabras.
Las teorías sólo son teorías, los pensamientos son limitaciones de la realidad. La realidad está más allá de la puerta de salida de la caverna. Fuera de la caverna nos encontramos la nada y el todo. Es como perder pie y caer en el abismo a la par que uno se disuelve y resuena una gran carcajada. Fin de la búsqueda, solo nos queda el instante presente, la Presencia, o la eternidad, que bien podría ser la Nada. Y, ante todo esto, distancia y humor, un poco de ironía y cinismo. Pues no era para tanto. El fin de la búsqueda está en el principio. Pero había que recorrer el camino. Porque el fin, paradójicamente, no existe, no hay fin, el fin es el camino. Y cuando caemos en la cuenta, pues se acabó la búsqueda, pero no la vida, una gran carcajada de nuevo. En realidad, no nos encontramos, nos perdemos, porque no hay un yo que sostenga ningún juicio. No hay conocimiento, ni esperanza de conocimiento. Hay el Gran Misterio, que sólo es vivenciable.
Y en esto consiste en Despertar, que no hay Despertar, (en realidad estamos Despiertos, pero somos ignorantes de ello y ese es nuestro pesado sueño, nuestra pesadilla), sino camino. Y cuando se descubre, lo que se descubre es nuestra profunda ignorancia, el sólo sé que no sé nada. Y cuando vivenciamos eso es cuando realmente salimos de la caverna. Es como un Despertar súbito. Pero la vida sigue hasta que muramos, aunque ahora todo sea más cómico. En realidad, carece de importancia, porque la importancia la da el ego, pero si el ego se ha vuelto funcional, sólo hay aceptación y rendición plena y activa. Nos queda la acción en tanto que compasión: amor de todo lo que he considerado otro, pero que es Uno. Pero no hay teorías de la compasión, ni del amor, nada sirve. Cuando se despierta nos damos cuenta de que todo está gastado. Porque todo pertenece al sueño.
Despertar es una gran carcajada desde nuestra ignorancia. Todo sigue igual. Pero la mirada ha cambiado. Ahora vemos desde la inocencia, sin prejuicios, sin teorías, sin ideas, ni creencias preconcebidas. Hemos vuelto a la vida cotidiana sin escisión, sin ruptura, sin dualidad, sin prejuicios. Es como un cierto cinismo que nos permite reírnos de todo. Pero una risa que procede del Todo y desde la inocencia.
Y, una vez que hemos salido de la caverna, que hemos despertados súbitamente, hemos visto la luz del exterior y hemos salido dando un portazo, qué hacer. El mismo Platón nos lo dice. El filósofo no puede vivir en la isla de los bienaventurados, sino que ha de volver a la caverna y enseñar, aportar la luz, a los que habitan en el interior. La cuestión, u otra cuestión es cómo.
Al filósofo que ha despertado le tocan dos tareas, la del conocimiento y la de la educación-compasión. Porque la educación es una forma de amor, pero está dentro de algo más amplio que es la compasión hacia todos los seres.
Aguijoneando las consciencias dormidas, como buen tábano, en estas pseudofiestas que han perdido todo su sentido originario en el que había una relación directa con la naturaleza y la vida. Porque toda fiesta era una conmemoración sagrada de un cambio de ciclo vital y natural, claro, lo uno y lo otro, no se podían separar. Cuando se han separado, pues hemos llegado a la esquizofrenia de la sociedad actual. Bueno, no tan actual, así llevamos siglos y siglos, pero la esquizofrenia se hace cada vez más insalvable.
“¿Por qué hay ser y no más bien nada?” Hedegger.
“La pregunta más simple de toda la filosofía es: ¿Qué es todo esto?” Whitehead.
Un Koan Zen dice así: “Cuál era tu rostro cien años antes de nacer y cuál será tu rostro cien años después de morir?”
Hay tres caminos que no se pueden recorrer por separado, pero que sí tienen que ver con la personalidad de cada uno y, por eso, cada cual practica más uno que otro, aunque al final todos confluyen en la armonía:
- El de la devoción. Que es la oración hacia lo divino a través de lo que cada cual necesite y su cultura le ofrezca.
- El de la compasión, que es el de la acción. Es el del amor incondicional hacia los demás. Vivir por y para los demás.
- El del conocimiento o sabiduría. Que es el del conócete a ti mismo, el de la autoindagación. Y comienza por la pregunta ¿Quién soy yo?
No está mal todo esto como programa para una vida. Aunque una vida, con lo dormidos que estamos, -sólo despertamos cuando la vida nos da un revés, un bastonazo, que siempre es a tiempo- se nos queda demasiado corta.
La política que tenemos, el pensamiento político y sobre todo las ideologías, son formas caducas que no acaban de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Muere una consciencia egoica, dual y maniquea y nace una no dual y fraternal, pero aún no acaba de nacer. Mientras nos debatimos con las identificaciones porque no acabamos de ser libres; es decir, pensar por nosotros mismos sin necesidad de ideologías (que, por cierto, es un sistema de contrapensamiento) Y esta nueva consciencia, que engloba también, por supuesto, una ética y una filosofía, serían la base para una nueva civilización. La que estamos se hunde, está muerta, hay que salvar a los pasajeros del barco con una consciencia nueva, no intentando parchear el barco.
Por ejemplo, intentamos argumentar y, lo que hacemos es utilizar el Logos, la razón instrumentalmente, cuando, en realidad, tal y como aparece el Logos en Grecia sería que el hombre vive en el Logos. El Logos es lo común dice Heráclito. La nueva consciencia de los pilares de una nueva civilización, si es que ello es posible, no es algo ex novo, sino mucho de recuperación y actualización de la sabiduría antigua, de lo que se llama, desde Huxley "Sabiduría o filosofía perenne".
Sí, en la enseñanza reglada hay un acoso hacia el buen estudiante y, por parte de los gabinetes psicopedagógico, al solitario, al de gustos raros y exquisitos lo quieren normalizar, es decir, llevarlo a la mediocridad, al rebaño.
Es la política del rebaño, la ética del débil.
La tarea del filósofo es ayudar a que la ciudadanía se forje un carácter.
Los filósofos somos demasiado duros y diáfanos para estos tiempos líquidos y traslúcidos.
El filósofo es un camino, no un conjunto de conocimientos. Por eso el filósofo es un viajero, alguien que va hacia el interior para conocer el exterior. Vamos, no un turista.
Como la gente está perdida, pues viaja, como si fuesen a encontrarse. Lo que en realidad hacen es huir de sí mismos.
“Buda y Cristo, aunque son figuras del pasado, son en realidad, figuras del futuro.” Ken Wilber.
Por mi parte, yo añadiría también a Sócrates.
Lógicamente esto habría que explicarlo, pero lo dejo para que lo reflexionen ustedes mismos.
Todo tiene la importancia de la perspectiva desde la que se mire. Jesús, Buda y Sócrates nos enseñaron a mirar desde la eternidad, cada uno a su manera: Jesús desde el amor incondicional, Buda, desde la conciencia plena y la superación del sufrimiento causado por el deseo, Sócrates desde la serenidad de la razón cordial y la entrega a la ciudad (humanidad, la ética: "Es mejor padecer una injusticia que cometarla" Y, el divino Spinoza nos lo recuerda en su ética. En su libro quinto. La libertad humana no existe, no hay libertad. Hay liberación de las pasiones a través del conocimiento (amor) de Dios o Naturaleza. Y ésta es la aspiración del arte: lo sublime.
Nuestros vicios: la rabia, la ira, la tristeza, el odio, la vanidad, la envidia, no son más que formas incorrectas de mirar, ignorancia. Y todas proceden de una excesiva concentración en nosotros mismos, de una falta de perspectiva, de incapacidad de mirar desde la distancia y con ironía. De darse demasiada importancia. Si cambiamos la percepción los demonios se transmutarán alquímicamente en ángeles: La rabia en ternura, la ira en generosidad, el odio en amor incondicional, la vanidad en humildad (que no humillación), la envidia en admiración y alabanza…
Quizá la única oración, mantra, invocación, plegaria, contemplación...sería el dar Gracias. Quizá dar Gracias y que ésta emerja de nuestro corazón sea un camino de acceso hacia la ampliación de nuestra conciencia. La gratitud es la forma superior, por desinteresada, en la que se manifiesta el amor incondicional.
Una cosa importante es que no hay que buscar el Despertar, el despertar es la misma búsqueda, si nos paramos y nos autoobservamos, inmediatamente dejamos de identificarnos con el yo. No es que el yo desaparezca, eso no puede ocurrir, tiene su función y muy importante, lo que desaparece es la ilusión de que somos un yo, el sueño de ser un yo separado, cuando en realidad no somos más que la expresión de la Unidad de lo Divino, el Espíritu, el Vacío,…
El hecho del buscar, al final produce la dualidad, el yo que busca al yo despierto (no puede haber un yo despierto, es una contradicción). Y, encima, todo se llena de técnicas para ayudarnos a Despertar, pero, no hay técnicas, cada cual es una puerta abierta al Despertar, a ser más consciente y, para ello, lo que es necesario es pararse, silencio, soledad y convertirse en amor (luz), o recordar qué es lo que somos.
El Despertar, la Iluminación, salir de la Caverna es un comprenderlo TODO súbitamente y no poder decir nada. Sólo queda el silencio, una sonrisa, una carcajada atronadora y, todo lo más que se puede decir es: GRACIAS.
“Quien no es capaz de desprenderse de su yo, de morir y de mirar la muerte cara a cara, tampoco podrá vivir. Son pocas las personas que emprenden el camino de la muerte del yo -el camino místico-, y muchas menos las que van por él hacia el final. Porque antes del morir está el miedo.
Únicamente las personas con un yo fuerte son capaces del desasimiento. . Algunos deberán ocuparse primeramente del fortalecimiento de su ego antes de emprender el camino místico o, por lo menos, ponerse en manos de un terapeuta.” W. Jäger. En busca del sentido de la vida. El camino hacia la profundidad de nuestro ser. pp. 24-25
Una vez más, desprenderse del yo es morir. Pero no es fácil desprenderse del yo. Es más, y muy curioso, mucho de lo que hacemos para desprendernos del yo no es más que una forma de abrazarnos a él. No soportamos la muerte del yo, porque es la pérdida de sentido. La desaparición del yo implica la ausencia de sentido, porque lo que da sentido es el yo. El sistema de pensamiento y percepción del yo es el conjunto de creencias, pensamientos, sentimientos y emociones que me sirven para interpretar el mundo, o LO QUE HAY. Ahora bien, si pongo el yo entre paréntesis, si me suelto (o lo dejo caer) de él, entonces nada tiene sentido. Y si nada tiene sentido es mi muerte. Me he enfrentado a la muerte cara a cara. Es decir, ya no soy yo. Ya no puedo identificarme con nada. He visto la farsa que interpretaba, no hay yo, no hay juicio, no hay forma, todo es vacuidad. Sólo a este estado se le abre la divinidad. Cuando nos hemos reducido a la nada (egoica), entonces surge la totalidad de lo divino, del Ser.
Es muy difícil emprender este camino, porque implica un poder de decisión irrevocable. Es un decir sí o un decir no. No hay medias tintas. Y, para ello hace falta valor y coraje. Y sólo es un paso el que se necesita dar. Pero es un paso en el abismo. Y cuando se va a dar el paso, que es único y definitivo, después de dar muchas vueltas comprendes que sólo es un paso, pues lo que suele ocurrir es que aparece un ataque de pánico ante el vacío, ante la idea de la nada, ante el pensamiento de caer en el abismo oscuro y sin fondo que es la nada de la ausencia del yo. Y, entonces, sentimos que no tendríamos a qué aferrarnos para interpretar el mundo, por eso la mayoría de las personas que emprenden el camino se enredan en las técnicas y pierden de vista el fin, que es el desprendimiento del yo. Es decir, que les vence el miedo, que es el fundamento sobre el que se levanta el ego. Es su coraza, primera, última y definitiva. El miedo es la base de la construcción del ego. Y este miedo lo sentimos todos: es nuestra soledad más absoluta, es el sentimiento de locura, de separación de todos los demás,…y nos resistimos a soltar, simplemente, o nada más y nada menos, que por miedo.
Por eso es necesario un yo fuerte, que significa tener carácter, voluntad, decisión, valor, coraje. Sin ello, tenemos un yo pusilánime, inseguro, no integrado, ni autónomo ni libre, menor de edad, a medio construir, que se aferra a cualquier ídolo para sobrevivir y resistirse al pánico de no ser. De ahí, que para iniciar el camino espiritual, y no caer en errores, como las diversas formas de materialismo espiritual, de narcisismo, de psicosis y delirios, de locura estrictamente hablando (esquizofrenia) es necesario estar sanos psíquicamente. Es decir, no arrastrar traumas que se proyecten después en la vida espiritual. Porque esos traumas impiden soltar el yo y se transmutan en supuestas experiencias místicas, que no son más que el fruto de un yo desestructurado.
Desde fuera de la caverna. Despertar, lucidez, Consciencia.
Todo es Luz, la luz ilumina todo lo que hay y lo que hay es a partir de la Luz. La luz hace que todo se proyecte y que aparezcan las sombras. Ya no hay un yo, un tú, ni un mí. No hay más familia, nación, estado, ni país que el Cosmos. Todo lo que existe, esencialmente, es Uno. Y el yo se disuelve en ese Uno. El yo, se echa a un lado, para que se adentre el Ser y todo se hace Ser y Devenir. Uno ya no es un yo, sino el Observador, la Presencia Plena, la Consciencia. El pasado Es en el Eterno Presente, no hay un condicionante del eterno presente. El futuro no está dado, ni pensado, ni sentido. Sólo se siente el Eterno Presente, la Presencia. Y esa presencia es Vacuidad, no hay formas porque no hay conceptos, ni lenguaje que describa el exterior de la Caverna, que es el Ser, lo Dado, lo que Es, el Tao, la Divinidad. Impermanencia, fluir de todo lo que hay. El observador sintiente sin palabras. Las palabras mediatizan y dan forma al Ser, entonces aparece el conocimiento y desaparece la sabiduría. La observación sin lenguaje, el meramente estar, por el hecho de estar. Permanecer inalterable en el Ser, pero a la vez, Ser vacuidad impermanente. La ausencia de formas del Ser que es la Consciencia plena que Uno es cuando ya no es un yo, cuando el yo se ha echado a un lado y el ver se convierte en lo visto, lo observado en el observador. Consciencia plena sin forma. Nada a lo que asisrse, nada en lo que proyectarse, nada que sea el sujeto de lo que se aferra a algo, porque ni hay un algo, ni hay un yo desde lo que aferrarse. El instante del eterno presente, a la vez fugaz, impermanente, vacuidad, interser y ausencia de forma…palabras, meras palabras. Sentir sin yo sintiente, Sentir desde el Ser, desde lo que Hay. Desde el Mismo sentir impersonal que fluye y se diluye en el Eterno Devenir. Sentir en el Amor que es el Ser en su Unidad. Ser en la plenitud amorosa de la vacuidad. Sentir la vacuidad como potencialidad del Ser, como Devenir, como fluir que no cambia porque es eterno y no es el mismo porque es autocreación y fluir constante de lo mismo. Agradecimiento como sentir originario que lo llena todo, rendición incondicional a la Presencia Absoluta. Indiferencia absoluta que hace posible el Amor incondicional, la aceptación plena de lo que es, Fue y Será, del Fluir Eterno del Devenir.
La meditación profunda es cuando la mente se vuelve sobre sí misma y se hace consciente de que es consciente, no de qué es consciente. Cuando se medita en un objeto aparece la dualidad. La meditación es el tomar consciencia del Yo Soy. Entonces emerge la paz, la serenidad y la felicidad. La meditación en objetos son el vehículo para llegar al estado profundo de meditación, el estado no dual. Meditar con la atención en la respiración, o en las sensaciones del cuerpo es el medio para la toma de consciencia de que somos consciente de que respiramos, de que estamos tristes, alegres. La consciencia es el estado permanente, mientras que los objetos de la consciencia son como el río que nunca permanece. Pero el río siempre sigue siendo río, la cuestión es no identificarse con lo concreto, sino que lo concreto se unifique con la consciencia inmutable. Tomar consciencia de la consciencia es estar despiertos. La cuestión, después, es integrar esto en nuestra vida cotidiana. Porque la consciencia nos da distancia, es como ver a vista de águila, pero es necesario bajar. Vérselas, desde arriba, con lo de abajo. Meditar es descansar en el Ser, sabiéndose ese Ser.
Vislumbrando la Realidad.
¿Qué es lo real? Esta es la pregunta fundamental de la filosofía, la ciencia o el conocimiento en general. La realidad es polisémica; esto es, que debemos decir qué queremos decir cuando hablamos de realidad. De lo contrario todo será confuso.
La realidad total, la realidad suma y última es inalcanzable, inexpresable, incognoscible e inefable.
Pero la realidad última se autoconoce a sí misma, es su autoreferencia. Es no dual, es presencia sintiente e inteligencia. La realidad se nos manifiesta en lo particular, toda la realidad es percibida, sentida e inteligible desde lo particular, ya sea un objeto o una persona. En realidad, nada es diferente de nada. Todo es una misma inteligencia, una misma mente que se expresa de distinta manera. Y todos, aparentes, ilusorios, sueños pero existentes tenemos acceso a esa realidad total. Es la experiencia culmen.
Pero de nada vale una experiencia culmen si no es transformadora. La realidad es el eterno fluir de lo mismo, yo soy real, por tanto, mi ego se disuelve, cuando fluyo con el Ser. El Ser que nunca es el mismo, porque el Ser que conocemos particularmente es el Ser que se manifiesta, no el no manifestado. La realidad implícita genera la realidad explícita. Pero la realidad explícita es la de la multiplicidad y esa es apariencias, engaño, sueño e ilusión.
Pero las ilusiones, los engaños y los sueños, son. Son apariencias: lo que las cosas parece que son, pero que no son. De esta manera las apariencias son una vía para acceder al Ser real, absoluto y último. El sueño de las apariencias necesariamente debe ser vivido para alcanzar el Ser. Todo es integración. Y la integración se hace desde lo múltiple, desde los opuestos, que, aparentemente están separados, pero están en armoniosa Unidad. Porque lo que hay es pura Unidad. Pero esa pura unidad, que es armonía de los contrarios es incongnoscible para la mente limitada que es el ego. Sólo es posible un conocimiento de lo real y de la armonía de los opuestos si trascendemos el ego lógico y nos entregamos, aceptamos, nos rendimos, al eterno fluir de todo lo que Es. No se puede pensar lo que Es como inmutable, porque entonces la mutabilidad queda fuera, ni como eterno, porque entonces el tiempo queda fuera, y así…ha de sentirse-intuirse como una armonía no manifiesta. Como bien decía Heráclito el obscuro: “La armonía no manifiesta es más profunda que la armonía manifiesta” Y la armonía no manifiesta la captamos con el Logos o, mejor, el Nous, la Inteligencia última de los primeros principios y las últimas causas. Y éste es el verdadero conocimiento. Un conocimiento de principios, no de cosas múltiples, ni de causas, ni de erudición. Un conocimiento que se nos da como estado de Presencia.
El cosmos, la inteligencia, el universo, el tao, dios, todo es la Unidad. Unidad en perpetuo movimiento de lo mismo. En la eternidad y en movimiento, en lo uno y en lo múltiple. En el Ser y el Devenir. Captar, sentir esto es vivir el Ser e instalarse en el verdadero yo que no es el ego biográfico, temporal, egoico, biológico… Aunque, el ego, con todos sus atributos es el instrumento que a la par que nos impide conocer lo real, la verdad, es el único instrumento que tenemos para conocerla. Porque es el conocimiento de los mecanismos de pensamiento del ego y de sus relaciones con el mundo y con los demás el que me permitirá ver la falsedad, el sueño, el engaño.
"Todo lo que es es en Dios" Spinoza, Ética.
Dios es lo que es, lo que hay, todo lo que es y lo que puede llegar a ser. Es la substancia infinita, por tanto, es aquello que contiene todo lo que es y lo que potencialmente puede llegar a ser. En este sentido, Dios es eternidad y tiempo, estático y dinámico, Ser y Devenir. Y todo lo que hay es en Dios, pero es en modo universal, es decir, no diferenciado, pero, a su vez, también en un modo diferenciado, como una parte autoconsciente de Dios, una ínfima parte a la que le podemos llamar sueño o ilusión. Pero no se puede salir de Dios, no puede haber escisión. Dios, o la Naturaleza, o el Ser…es lo manifiesto, en tal caso es lo diferenciado, lo múltiple, o la Realidad no manifiesta, la pura potencialidad de ser, el universo implícito, que llama el físico Bohm. La unión con Dios, en realidad, es un hecho, lo que no lo es es nuestra consciencia de esa unidad porque vivimos, digamos, en el universo, Dios, manifiesto, el mundo de las sombras y de las apariencias, de los sueños y las ilusiones. El problema es que nos identificamos con este mundo explicitado, cuando, realmente, no somos más que una expresión manifiesta del mundo potencial, infinito, implícito y no manifiesto…ahora bien, en ese mundo-Dios, no existe la escisión, la separación, no hay pues un ego, nuestra mente es Una con el Ser, porque sólo habría una mente, la mente de Dios, porque Dios es la única realidad. Pero cuando hablamos de este Dios, no tiene nada que ver con el dios de las religiones, es la realidad última y toda la realidad, no es personal, porque lo personal es lo manifiesto, la ilusión y las apariencias. Ese dios personal es el que mi ego inventa para tener un ritual, un ídolo al que adorar y al que agarrarme. Pero, en realidad, Dios es el camino de salida del mundo manifiesto. Del Dios que hablo, siguiendo a Spinoza, es del dios de la mística, Dios experienciable que excede todo y que es la única realidad, la substancia infinita, la única mente, los infinitos modos del ser y sus infinitos atributos. El Dios absolutamente indiferenciado en el que todo lo que es, pues es.
“La alegría es el paso de una perfección menor a una mayor.” Spinoza, Ética.
La alegría es el contento del alma, el contento de ser, el sentimiento de perfección, de autorealización. Por eso la alegría es como el termómetro de nuestra felicidad. En realidad, no se trata de hablar de felicidad, que es un término multívoco y muy equívoco, sino de alegría. Y la alegría tiene que ver con el deseo de persistir en el ser. A mayor deseo de persistir en nuestro ser, de querer seguir existiendo, mayor autorealización y mayor perfección. Y a mayor alegría aumenta nuestra potencia de ser. Es decir, que deseamos ser más y, con ello, más perfectos.
Por el contrario, la tristeza es el sentimiento que disminuye nuestra potencia de ser. Cuando estamos tristes no queremos ser, no tenemos potencia para ser. Por eso aquí tienen mucho que ver los deseos. Y deseamos, como decía Spinoza, de forma revolucionaria, lo que consideramos bueno. Las cosas son buenas porque las deseamos. Deseamos lo que es bueno para nosotros, lo que aumenta nuestra alegría, no lo que nos destruye. Si deseamos lo que nos destruye, entonces estamos equivocados y debemos revisar racionalmente nuestro error y corregir el deseo hacia algo que aumente nuestra potencia de ser y no, por el contrario, que nos autodestruya. La alegría nos lleva al amor de lo que deseamos, mientras que la tristeza nos lleva al odio. El amor crea, el odio destruye. Y estos son los dos afectos básicos que nos mueven a actuar y de los que somos siervos, si seguimos la tristeza y el odio o nos hacemos libres si seguimos a la alegría y al amor. Porque la alegría aumenta progresivamente nuestra perfección y la alegría nos lleva, en última instancia, al amor de Dios, que es el estado de gracia y de beatitud supremos. El amor de Dios es el tercer grado de conocimiento. Porque a Dios, que es la substancia infinita, todo lo que hay, solo se le puede amar de forma directa, por la intuición, no por la razón. Ahora bien, es la razón la que ha ido corrigiendo nuestros deseos y los ha ido encaminando hacia aquello que nos produce alegría y, por ende, nuestra potencia de ser, que llega al máximo con el amor a Dios o unión con Dios.
“Lo que se opone a la alegría…es la tristeza, no el sufrimiento.” Gustavo Gutiérrez. Citado por Jon Sobrino. “La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas.”
Alegría y tristeza son los sentimientos básicos del ser humano. La alegría aumenta nuestra capacidad de ser, mientras que la tristeza lo impide. Ahora bien, el sufrimiento no se identifica con la tristeza, podemos sufrir por ser victimas de la injusticia social establecida o estructural, pero eso no impide que nuestra actitud sea la de la alegría. Aunque podemos sentir el dolor. Además, ese sufrimiento, al no ser individual, te pone en comunión con el otro y eso hace que el sufrimiento sea una catapulta para la fraternidad y ésta para la rebelión contra la injusticia, el engaño y la mentira establecida por sistema.
Si identificamos la tristeza con el sufrimiento nos ahogamos a nosotros mismos, nos quedamos sin salida, nos aislamos del otro. Porque nuestra salvación es a través del otro, identificarnos como iguales en el otro. Entonces sentimos su sufrimiento, sin caer en la tristeza y la desesperanza, por el contrario, animados en este reconocimiento de la igualdad que somos emprendemos la lucha de la autoliberación y la liberación universal. O la redención y salvación que lo llama el cristianismo o el Despertar, o la justicia social. Pero todo tiene que partir de la capacidad del reconocimiento en el otro y es el sufrimiento el que me lleva a ello. Por el contrario, cuando buscamos en el otro la mera distracción no nos identificamos, sino que nos disolvemos, no vemos el dolor ajeno, ni el origen de la injusticia que lo sostiene, por tanto, aunque entretenidos, pues estamos solos y temerosos. Porque es el miedo el que me impide verme en el otro. Porque el otro será el que me reflejará como soy y viéndome, tal cual, pues puedo Despertar de mi sueño y de mi plácido entretenimiento.
La Presencia
Es como cruzar un umbral, una puerta y, de repente, la luz. Todos los pensamientos, las sensaciones del cuerpo, de lo “exterior”, sentimientos, emociones se hacen presentes. Pero no sólo lo que acaece en ese momento, sino que la presencia es también los pensamientos e ideas del futuro, del pasado. Todo está en el presente, puesto que está en la mente. Todo es presencia. Y, ante esto queda el Testigo en calma, paz, alegría. Pero, aún hay más, llega un momento en el que el Testigo se funde con la luz, es la misma luz, la misma idea, la misma ilusión, lo es todo y todo lo es en él. Es una fusión en la que no se pierde la diferencia, pero si el carácter egoíco o de apego. Lo que sobreviene es un sentimiento que fluye por todos lados de agradecimiento y amor. Ni se puede diferenciar entre uno y otro. Y en ese estado de beatitud se permanece instalado y viendo desde la eternidad, desde el amor intelectual a Dios, que lo es todo, que está en todo, pero que no se confunde con todo. Lo particular emana de la Unidad, pero la Unidad, en tanto que es tal no deja de ser Unidad, porque lo que une la particularidad es el amor y el amor es la misma unidad. Y ese amor es el que se siente en el amor intelectual de dios, en el agradecimiento, la Beatitud.
El Despertar tiene que ver con la liberación y la liberación tiene que ver con el conocimiento. Luego Despertar es salir de la ignorancia que no es, ni más ni menos, que reconocer la propia ignorancia; el solo sé que no sé nada. Todo lo demás son discursos hueros, palabrería new age y textos de autoayuda. Es decir, apariencias, engaños, esclavitud. Hundirte más en la caverna. La cuestión es reconocer con todas nuestras células nuestra ignorancia y saber que, ante el misterio, no podremos salir de ella, que no podemos esperar, ni desear la iluminación, que es imposible. Cuando tomamos consciencia de que ésta es la realidad, entonces soltamos una gran carcajada que es el resultado de dejar caer nuestro ego. No hay nada que buscar, no hay nada que hacer, sólo, estar en estado de Presencia, que, por otra parte, ya estamos, pero no somos conscientes de nuestro estado de Presencia. Parar e instalarse en la eternidad, sin querer nada, sólo Ser, permanecer en el Ser. Entonces surge un estado de agradecimiento y de amor infinito a todo y una sonrisa vuelve a dibujarse en los labios, sino, una sonora carcajada. Y uno se dice: “Tampoco era para tanto.”