Blogia
Filosofía desde la trinchera

Reflexiones marginales

El proyecto de la refinería se queda sin respaldo político.
Sin un movimiento ciudadano crítico con sus gobernantes con conciencia social y luchando por la dignidad, la democracia y la salud, no hubiese sido posible. El poder pertenece a los ciudadanos, no a los gobernantes. Este grupo de ciudadanos ha sido un ejemplo de ejercicio de la democracia, de esfuerzo, de tesón. Ha luchado contra los intereses particulares de los partidos mayoritarios, se ha comprometido con la dignidad y la democracia. Se ha informado y formado. Ha buscado el debate racional y se ha encontrado con todas las artimañas del poder. Pero David y la razón han vencido a Goliat la sinrazón y la brutalidad. Sin este movimiento ciudadano, absolutamente plural, hubiésemos asistido a un atropello contra los derechos de los ciudadanos. Nos habríamos enfrentado con una política de hechos consumados. Esto nos demuestra y nos anima a defender la democracia y a luchar contra la corrupción de las instituciones que la sostienen, incluida, la de los partidos políticos. Y esto nos enseña que, aunque con muchas trabas, es posible la política de verdad: el poder ciudadano.

Iglesia y eutanasia.

 

            La actitud que la iglesia mantiene con respecto a la legalización de la muerte digna es, no ya anacrónica, que eso no es un argumento, sino insultante a los derechos humanos y a la raíz de todos ellos que es la dignidad humana. Podemos admitir, en contra de lo que hace un laicismo anticlerical, que la iglesia, la religión en general, (porque eso es otra cuestión, hay una pluralidad de cleros, no una religión universal y verdadera, como significa católica), pueden participar en el debate público, pero no pueden imponer su creencia particular. Esto sería presunción, vanidad e intolerancia. Lo mismo que subyace a la postura frente a la eutanasia.

            Hay que tener en cuenta una cuestión esencial que a la iglesia se le escapa por intolerancia, fanatismo y desvergüenza, teniendo en cuenta su pasado y, por qué no, su presente… Esta cuestión esencial es la diferencia entre dos valores, el de la vida y el de la dignidad. La vida no tiene valor en sí mismo, es la dignidad la que le aporta valor a la vida. Una vida sin dignidad no merece la pena de ser vivida. Y una vida digna es la que está dirigida por nuestra voluntad, la que es libre. Uno es libre siempre y cuando es un fin en sí mismo, se pone sus propios fines, puede disponer de sí mismo dentro de una legalidad vigente democrática. Ahora bien, si ponemos la vida por encima de la dignidad lo que estamos haciendo es privar al hombre de su libertad. Entre vida y dignidad hay que elegir la vida digna. Y aquí hay que señalar también que lo que considera uno una vida digna, partiendo del hecho de la libertad, es subjetivo, en el sentido de que cada cual, dentro también de una legalidad democrática y autónoma, considera un modelo o modo de vida digno. El contenido de una vida digna no tiene porqué coincidir, eso entra dentro del pluralismo religioso, ideológico, político y filosófico. En lo que coincide la vida digna es en que es fruto de la libertad. Y, si la libertad está por encima del valor meramente biológico de la vida, entonces, un acto máximo de libertad es ser dueño de nuestro propio fin. La ley debe amparar este derecho. Porque el derecho a la vida es también el derecho a decidir sobre tu propia vida, es más, a decidir cuándo, si las condiciones para ti no son dignas, terminar con ella. Pero la intolerancia religiosa, que seguimos sufriendo desde siglos, es de la mayor hipocresía. Primero, además de que la tradición cristiana ha eliminado la posibilidad de la eutanasia, la permanencia de ésta se debe al poder de la religión cristiana como supuesta identidad cultural de occidente. El cristianismo intenta imponer su idea particular de la vida sobre la res pública. Esto es bochornoso, no sólo el intento, sino que en pleno siglo XXI siga siendo así. La concepción de la vida del cristianismo es particular y debe restringirse al mundo privado. La ley es para todos, es universal y debe proteger la pluralidad, no debe imponer una ideología particular que es lo que hace la ley contra la eutanasia y la muerte digna. Por otro lado, el respeto absoluto a la vida de la religión cristiana tiene su fundamento en la creencia en lo trascendente. En un dios que es dueño de nuestra propia vida. La vida es sagrada porque no nos pertenece, es un don divino. Que éste sea el fundamento teológico, filosófico y cultural de la ley no es más que una señal de nuestro déficit democrático.

            Y termino con un apunte que me parece el más dramático. La prohibición de la eutanasia y la implicación de la iglesia cristiana en ello me parece, simple y llanamente, un ejercicio de totalitarismo político. Lo que esta ley hace es prolongar arbitrariamente el dolor, físico y moral, de una persona, un fin en sí mismo al que se le está eliminando su dignidad y su libertad. Es decir, la prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido es un ejercicio de tortura totalitaria por cualquier lado que se lo mire. La ideología eclesiástica, cínicamente, justifica esta tortura en nombre de la bondad de un supuesto dios. Y el poder político, débil y tambaleante ante el poder de la iglesia, sigue perpetuando, mientras que no se legalice, esta forma vil de tortura callada, silenciosa e indignante.

Eso es lo importante. Yo me siento un pesimista de la razón y un optimista del corazón, como decía Lukacs. Y no creo en un sentido de la historia, ni en determinismos económicos, ni biológicos, ni imperativos tecnológicos. Asi que hay espacio para la acción humana y, aunque todo pinte mal, hay esperanza (pero ni utópica ni idealista) en la construcción de un futuro mejor.

Además, la idea de que cuando el poder económico subordina al político es la antesala del fascismo es algo que vengo defendiendo y que algunos consideran una exageración. Yo creo que no y que hay que estar avisados. Creo que es la hora de la política…pero no sé el camino…quizás sea demasiado tarde.

Algunos pagan con su vida el derecho a la libertad de otros.

 

M. Onfray, Política del rebelde.

 

"Si es posible preguntar cómo se puede ser hoy anarquista, La respuesta parece inmediata: instalando la ética y la política en el perpetuo terreno de la resistencia, palabra clave, ambición cardinal del libertario. Resistir; esto es, nunca colaborar, jamás ceder, ni por un instante perder de vista lo que constituye la fuerza, la energía y el poder del individuo que dice “no” a todo lo que tiende a debilitar su imperio, cuando no la pura y simple desaparición de su identidad. Rechazar las mil y una ligaduras que, aunque ridículas, irrisorias, terminan por producir el sometimiento de los gigantes más vigorosos…

…el libertario contemporáneo propone una actitud, un estilo, un modo de ser, una manera de decir y de hacer, un temperamento. Esta resistencia manifiesta, esencia de la fuerzas libertaria puede activarse en toda sociedad…en una dictadura o en una sociedad liberal, en un planeta arrasado por el mercado libre o en naciones de poder totalitario…

            La lección cínica no ha perdido su actualidad, enseñar la desnudez del rey, la indistinción de esencia, naturaleza o sustancia entre el primero de los ciudadanos del imperio y el último de los esclavos de la ciudad."

El nihilismo naturalista no es reduccionista. Está dentro de un marco más general que es el materialismo emergentista, no en la visión popperiana de los tres mundos, sino de Bunge. En “Filosofía desde la trinchera” desarrollo estas ideas en el apartado de ciencia. La objetividad de kant se rellena con el contenido empírico de las neurociencias y no es reduccionista. La objetividad es construida pero desde patrones universales filogenéticos. Es decir, que hay un a priori filogenético del conocimiento con el que todos nacemos. Por ello, a pesar de ser construido (el conocimiento) es universal. Lo de la teoría de la mente se refiere a una teoría sobre la inteligencia humana que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, pensar lo que está pensando. Esto distingue al hombre porque es capaz de alcanzar hasta un quinto o sexto nivel, pero los primates superiores también pueden hacerlo en un primer nivel (ver “Del mono al filósofo” y otras obras de Frans de Waal). Los chimpancés pueden engañar y para eso hace falta ponerse en el lugar del otro, pensar qué piensa. Eso es lo de la teoría de la mente, que lo llaman los psicólogos y neurofisiólogos.

 

Sin espíritu libertario sólo hay adocenamiento y servidumbre y, en última instancia, un mal consentido.