22 de octubre de 2009
Acabo de terminar una de las tareas más tediosas de la enseñanza tal y como nos la tienen impuesta. Acabo de terminar, nada más y nada menos, que la programación general del curso. Ahí es nada. Esto es lo que quieren estos burócratas de la enseñanza que no tienen la más mínima idea del acto mismo de enseñar, de la transmisión, inefable, de conocimientos y valores. ¿Cómo vamos a reducir un arte y un saber práctico a un conjunto de términos pseudocientíficos que lo único que hacen es encubrir la nada de la educación? La nada a la que estos ideólogos, ¿qué digo? No creo que lleguen a tanto, estos creyentes obedientes del mito del pseudoprogresismo de la escuela que ha llevado la enseñanza a una cuasihecatombe, de la que tendrán que pasar lustros para ver un poco de luz. El daño que esta izquierda progre ha hecho a la enseñanza no tiene parangón. Ya nos hemos referido aquí a su peligrosa falacia, por aquello de ser un mito, y en los mitos se cree y, por tanto, se imponen, de la democratización de la enseñanza. Esto es una auténtica barbaridad. La enseñanza debe potenciar la excelencia. Y esto no quiere decir que la enseñanza deba ser elitista (para los que tiene poder económico o de otra clase), no. La enseñanza debe ser universal; pero su objetivo debe ser el de producir ciudadanos. Enseñar y educar debe ir encaminado a la misión casi mágica de hacer que un individuo, casi un homínido, se transforme en un ciudadano, un ser libre y autónomo. Pero las diferentes leyes de educación, con palabras robadas a la democracia, han hecho todo lo contrario. Nos han engañado, no quiero pecar de vanidad, pero desde el principio de la LOGSE, allá por los noventa, ya lo sospechaba. Siempre fui crítico de la LOGSE, pero poco a poco me he ido dando cuenta da la tremenda carga ideológica que tiene la misma y de lo bien pensada y planeada que está. Lo deja todo atado y bien atado. Es como una religión, o se niega la totalidad, o no hay forma de meterle mano. La LOE, que la ha sustituido es aún peor, porque no sólo es más de lo mismo, sino que profundiza aún más poniendo los instrumentos necesarios para que se transmita la ideología de la pseudoizquierda de la igualdad. Y a los inspectores y a las juntas directivas, lo único que les importa es el papel. Que haya papeles y justificaciones de todo. ¡Qué sabrán ellos de la magia y el arrebato del enseñar y aprender! Nunca el aprender es cuantificable.
Como filósofo y ciudadano que soy mi deber es hacer una crítica a la ley de educación. Aquí tengo que matizar. Kant hacía una doble distinción del uso de la razón. Hay un uso privado y un uso público. Es una distinción muy sutil y de gran calado, pero en otro momento la abordaremos. Sólo decir, que el uso privado implica la obediencia. Yo, como funcionario del estado, tengo que obedecer la ley. Pero como ciudadano y, más aún, como filósofo, porque es mi deber, tengo que hacer una crítica pública de la ley, cosa que hago por escrito y ante mis alumnos para despertar sus conciencias y animarles a que sigan el ejemplo. Se podría ir aún más allá, desobediencia civil, también ésta en algún ámbito la practico. Pero esto es más complejo de lo que parece. En realidad, tenemos la enseñanza que nos merecemos. Los profesores hemos aceptado indiferentemente las leyes educativas, ni se han criticado en profundidad y de forma generalizada, ni se ha protestado, ni ha habido huelgas, manifestaciones, encierros. Cuando se nos presenta este estado de cosas, entonces uno se echa las manos a la cabeza y dice: pero, bueno, cómo es posible que los que se encargan de la educación, los que tratan con las ideas, los supuestos intelectuales, son tan cómodos, tan poco críticos y tan borregos. Cómo es posible enfrentarse a las leyes ideológicas del poder si el profesorado ha sido el primero en dejarse –a lo mejor es que es inconsciente, lo que es peor todavía- domesticar. La educación es el vehículo de transmisión de la ideología del poder. Es un mecanismo de control. Y los profesores han sido la transmisión de esta ideología. Pieza clave del sistema. Han sido obedientes y sumisos. Se han vendido, esto cuando han tenido cierta conciencia, por un plato de lentejas. Para cobrar los sexenios, pues, ala, allá que van todos a los CPR a escuchar estupideces y tonterías pseudocientíficas sobre la didáctica de yo qué sé que naderías. Y así, poniéndose un velo en los ojos, estos los más críticos, cubren el expediente y engordan sus sueldos. No, aquí, desobediencia civil. El profesor tiene que formarse en su materia, porque supuestamente la ama y vive entre otras cosas para ella. Pero no, el profesor está instrumentalizado. Y ahora se llevan las manos a la cabeza con la violencia en las aulas, el fracaso escolar, el absentismos, pero la cosa viene de mucho más lejos y estaba todo muy bien pensado. Los últimos en caer, donde creíamos que residía el último baluarte del espíritu crítico, el tribunal de la razón, la universidad. Éstos se han rendido al plan Bolonia, también, por un plato de lentejas, eso si, para estos más abundante. En fin, que no se hable de los alumnos, alumnos y profesores están hechos de la misma pasta, materia maleable y domesticable.
Pero también quisiera hablar de algunas de esas profundizaciones que la LOE ha hecho en la ideología que se venía defendiendo y que nos hacen creer que es la izquierda, cuando en realidad no es más que el pensamiento único hegemónico, el pensamiento neoliberal que sólo mira la productividad y que lo convierte todo en mercancía. Me refiero a ese invento de las competencias básicas. Ahora el objetivo ya no es el conocimiento –que ya antes casi tampoco lo era- sino, las competencias básicas. Sólo la palabra competencia está ya dentro de la ideología mercantil. Cuando decimos que el objetivo es el de alcanzar una serie de competencias básicas, lo que estamos diciendo es que el conocimiento está instrumentalizado, es un medio para obtener otra cosa. El conocimiento pierde el fin en sí mismo, por tanto, su dignidad. Claro, en una sociedad en la que todo vale, el conocimiento ha de perder el valor. De lo que se trata es de la adaptabilidad. Las competencias básicas no son más la forma de que la escuela produzca individuos adaptables al sistema, no ciudadanos libres, sino individuos sumisos. Se nos pone como un algo inevitable el mundo en el que tenemos que vivir, y las competencias básicas son las que nos van a permitir vivir en este mundo. Por tanto, lo que se nos está enseñando es a obedecer a algo, que de entrada, se da como inmutable: la estructura social en la que vivimos. Y esto es lo mismo que ocurre con el plan Bolonia, de lo que se trata es de la adaptabilidad. Pero la verdadera educación lo que debe perseguir es la capacidad de crítica y, por ello, la posibilidad de cambiar el mundo que nos rodea, si consideramos que es injusto y desagradable. Eso es ser libre e ilustrado. Se ha confundido el ideal ilustrado con la educación universal y obligatoria. El ideal de la educación de la ilustración era ofrecer el conocimiento que nos librase de las cadenas de la superstición y de las creencias, en aquel momento religiosas y aristocráticas. Hoy en día el pensamiento ilustrado sigue siendo válido. El objetivo de la educación es la libertad, luchar contra las ideologías, las creencias y las supersticiones con las que el poder pretende domesticarnos.
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