23 de octubre de 2009
Terminé hace un par de días un libro buenísimo Los límites del patriotismo. Se trata de una compilación en la que se arranca de un ensayo patriotismo y cosmopolitismo de la filosofa norteamericana Martha Nussbaum a la que le sigue una serie de ensayos en respuesta al primero lo que muestra la gran polémica que suscitó. Se cierra el libro con una réplica magistral de la filósofa. La idea general es muy sencilla, Nussbaum defiende el cosmopolitismo, frente al patriotismo y considera que hay que introducir los valores del cosmopolitismo en la educación; se refiere fundamentalmente a los EE.UU. Su tesis arranca de Diógenes el perro, cuando a éste le preguntaron de qué ciudad era, respondió: yo soy “Kosmo polita”, esto es, ciudadano del mundo. A lo largo de la tradición filosófica occidental ha habido múltiples defensores del cosmopolitismo, los estoicos griegos y después los romanos, Séneca, Marco Aurelio, Cicerón, entre los modernos nos encontramos a Adam Smith, a Kant que sería el más completo. Luego el siglo XIX trajo la terrible enfermedad de los nacionalismo y del advenimiento de un hombre nuevo, que después se uniría, curiosamente, al internacionalismo socialista y comunista (que en principios deberían ser cosmopolitas) con la intención de luchar contra la opresión. Por mi parte pienso, y lo he discutido mucho con marxista, como M. M. que esto es una contradicción de los marxistas de la que no han sido capaces de salir. De todas formas este no es el tema, pero sí tiene que ver mucho con el fracaso de la izquierda y sobre todo, aquí en España. Una cosa sí es verdad, tanto al marxismo, como a los nacionalismo le anima el mismo espíritu, el romanticismo irracional y utópico.
Pero vamos al asunto del cosmopolitismo que a mí desde mi adolescencia, cuando por primera vez tuve acceso a los estoicos, me fascinó. Cuando escuché por primera vez esta teoría me sentí raptado en mi pensamiento, encontré una explicación, que de alguna manera, me daba alas, me liberaba de las normas y costumbres que me rodeaban y coartaban y que yo consideraba, como buen adolescente rebelde, vacías e hipócritas. Desde entonces para acá me he considerado cosmopolita, igual que soy, desde el punto de vista ético, universalista, además, esto con un fundamento en la naturaleza. La naturaleza humana, que es sólo la biológica, es universal. Pero el cosmopolitismo tiene un mensaje ético mucho más profundo que desarrollaré después. Primero analizaré la crítica fundamental que se le puede hacer. Se dice que para el ser humano es imposible la vida, como ser social que es, y esto es ya desde Aristóteles, sin la identidad; y que ésta tiene lugar a través de la familia, el pueblo, la ciudad y, como mucho el estado y la nación. Bien, nada hay aquí incorrecto. Nuestro proceso de socialización tiene que pasar por un proceso de identificación, pero éste al final tiene que trascenderse. Esto es, que tenemos que llegar a lo universal a través de lo particular y vuelta. Nos reconocemos en lo universal a través de lo particular y en lo particular a través de lo universal. Por otro lado, el paso de lo particular a lo universal se encuentra en el propio proceso de humanización que lo podemos estudiar desde la antropología. Primero eran los clanes en el paleolítico, y se luchaba entre ellos, luego las ciudades, más tarde los estados y, por último la globalización, aunque se me diga que ésta es sólo económica. Es cierto que sí, pero no sólo, también tenemos los derechos humanos, el derecho internacional, la corte penal internacional. Todo en pañales, sí, pero ahí están para ser desarrollados. De modo que la crítica si bien es cierta, lo que le ocurre es que no entiende el mensaje ético que tiene el cosmopolitismo. No sólo lo encontramos en los estoicos, griegos y romanos, sino también en los evangelios, parábola del buen samaritano, piedra angular de la ética cristiana. Lo encontramos desarrollado también en las teorías del derecho de gentes que tiene uno de sus máximos defensores en Bartolomé de las Casas que quiere considerar a los indios en pié de igualdad con los cristianos, a pesar de no ser bautizados. Está surgiendo el concepto de dignidad y así seguiremos hasta Kant, que es el que le da toda la dimensión universal que se merece, aunque el no le saque, en la práctica, las consecuencias que llevaba implícito en sí mismo su imperativo de la dignidad: obra siempre como si el otro fuese un fin en sí mismo y no un instrumento. Y esto es precisamente el gran logro del cosmopolitismo. El ciudadano del mundo es el que reconoce en el otro a otro yo, a un semejante, al prójimo. Lo que tiene el cosmopolitismo, y hoy en día es absolutamente necesario para luchar contra la globalización neoliberal excluyente, es una impronta ética de hondo calado. El ser ciudadano del mundo implica el reconocimiento de que cualquier otro, incluso los no nacidos, las generaciones venideras son sujetos de dignidad, por tanto debemos construir un modelo social –conjunto de instituciones que garanticen- la puesta en práctica de este principio moral universal. De lo que se trata es de la capacidad de reconocer lo humano en el otro. Como decía el sabio, hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Pero, claro, esto no implica, y ahí lo entienden mal los críticos, que están cegados por el patriotismo o patetismo, el abandono de las identidades particulares. Uno se construye a partir de estas identidades, pero debe ser capaz de trascenderlas y de mirarlas desde la perspectiva de lo universal. De tal forma que el trato con los de tu propia identidad ya no se basa en el hecho de que sean de tu propia familia, pueblo, ciudad, estado; sino que se basa en el hecho de que son personas, fines en sí mismo, sujetos de dignidad. Y entonces habremos dado un paso importante en nuestro mundo ético. Después viene el asunto político. Tenemos que ser capaz de trascender las instituciones nacionales y estatales, si bien necesarias, en pos de unas instituciones globales que garanticen la humanidad-dignidad de todos los hombres. Y ese es el camino de la sociedad cosmopolita, o, como diría Kant, de la sociedad de repúblicas libres cosmopolitas.
Curiosamente ha coincidido que me estoy leyendo un libro interesantísimo, del que estoy aprendiendo mucho, de la filósofa que despertó la polémica Martha Bussbaum. El libro se titula Las fronteras de la Justicia. El libro hace una crítica a las teorías del contractualismo político, incluyendo la más desarrollada y completa, la del recientemente fallecido Rawls, porque parten de un concepto de igualdad equivocado que les impide tratar tres problemas importantes, que a mi modo de ver, tiene que ver con el cosmopolitismo. Los problemas son: el trato a los incapacitados psíquicos y físicos, la posibilidad de trascender las leyes de la nación (sobre todo cuando ésta es la dominante EE.UU) y la necesidad de extender la justicia a la naturaleza. El problema de los contractualistas es que consideran que el contrato originario se hace entre iguales para obtener un beneficio mutuo, esta sería la base de la formación de los estados democráticos liberales. Pero lo que señala Nussbaum es que si partimos de esa situación originaria nos quedamos fuera esos tres ámbitos, con lo cual, no podríamos construir una sociedad justa, habría tres ámbitos de exclusión. El contractualismo de Rawls es el más completo e introduce dos conceptos muy importantes. El primero es el del velo de ignorancia, según éste el acuerdo al que se llega debe basarse en la ignorancia de lo que es cada cual, de esta forma todos parten de la igualdad, porque deben pensar (por el dilema del prisionero) que se pueden encontrar en la posición más injusta y desfavorable, por eso, en su contrato intentará que todos aquellos que se encuentran en situación desfavorable sean atentidos justamente. Por su parte, Nussbaum considera que hay que pasar de un enfoque cntractualista a otro al que se le sumaría el de las capacidades. Por mi parte pienso que si ahondamos en el velo de ignorancia, también podríamos pensar que nuestra situación inicial fuese de la la discapacidad y ahí estarían incluidos todos los discapaces, mujeres, dependientes por edad, etc. En cuanto al tema de la naturaleza me sumo a lo que ya dijera Hans Jonas el principio de responsabilidad. Tenemos que ampliar nuestra ética desde este principio, que lo podemos considerar como el principio básico de la ética ecológica. Viene a decir lo siguiente, nuestros actos deben tener en cuenta siempre su repercusión en el otro, pero no el cercano (prójimo) sino en aquel que ni conocemos e, incluso, al no nacido. De esta forma nuestras relaciones con la naturaleza vendrían mediatizadas por este principio. El segundo paso sería el político-jurídico que consiste en llevar esto a la práctica desde instituciones internacionales. Volvemos, por este camino también, al cosmopolitismo desde una visión ética universal de la humanidad y que, además, como adelanté antes, tiene una base en nuestra propia naturaleza biológica.
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