30 de diciembre de 2009
Ya hemos hablado aquí de la educación e ilustración. Antes hacíamos una relación de estos temas a través del fanatismo. También hemos hablado de la actual educación como una corrupción del ideal ilustrado. Una perversión de la razón, como fue el nacionalismo y los estado totalitarios. Ahora quiero, en la línea del párrafo anterior contra el fanatismo, señalar que una solución o tarea que hay que emprender para intentar desenredar el desaguisado de la educación actual, pasa por la recuperación de la ilustración. Otra cosa es, como ya he señalado a veces, porque lo sospecho, que la ilustración sea imposible. En tal caso habrá que considerarla como una idea regulativa de nuestra acción práctica: ético-política.
La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Y ésta consiste en que el hombre es esclavo voluntario, delega su voluntad y su libertad en una autoridad exterior. La ilustración es la salida de este estado de dependencia. Obsérvese que se nos dice que el hombre es culpable de su propio estado de esclavitud, de minoría de edad. La causa es el miedo y la pereza, preferimos la esclavitud por miedo y por pereza. Somos gregarios y siguiendo al grupo nos sentimos a gusto. Incluso somos capaces de cometer las mayores atrocidades si nos vemos identificados con el grupo. En tal caso perdemos hasta la noción de responsabilidad. Esto es lo que ha ocurrido con el mal radical. Los que lo llevaron a cabo, los peones, digámoslo así, eran gente que decía que obedecía ordenes. Los ciudadanos normales, por miedo y pereza consentían. Así todos eran partícipes de exterminio y del etnocidio. A estos límites insospechados nos lleva la renuncia a la libertad por miedo y pereza. La libertad es el maximo bien que poseemos, pero rápidamente delegamos nuestro bien en manos de otro para eliminar semejante peso de encima. De ahí que seamos culpables de nuestra minoría de edad y de nuestra esclavitud. Ésta es la conclusión a la que llega Kant y lo que encontramos en La Boéte, Discurso sobre la servidumbre humana voluntaria. Ahora bien, nuestra renuncia a nuestra libertad nos pone en manos del poder. Y el poder siempre se monta sobre el miedo. El instrumento del poder es la superstición. Ésta es la base de toda ideología, pensamiento acrítico y supersticioso enmascarador de la realidad. El poder fomenta la superstición para aumentar el miedo natural del hombre a la soledad que procede de la libertad y la crítica, el uso libre y autónomo de la razón. Por medio de la superstición el poder puede actuar casi impunemente. La obediencia de los individuos, que no ciudadanos, es ciega. Y para ayudar a esta obediencia es preciso crear un clima de bienestar, de falsa felicidad. En nuestro tiempo esto nos viene dado por el consumo que ha producido un tipo de hombre peculiar: el egoísta consumista hedonista, que no tiene más norte y principio que sí mismo. Un hombre superficial que se agota en su propia piel y en sus propias posesiones que no son más que prótesis adicionales incapaces de crear un ser. El individuo se ha diluido en el tener, pero este tener es efímero y, por eso, continuamente debe ser alimentado. Así, tenemos dos fundamentos de la obediencia, el temor y la satisfacción ante lo dado, la conformidad. De ahí surge la pereza, la madre de todos los vicios, porque la virtud es fuerza, esfuerzo, ejercicio, en el sentido aristotélico. La virtud requiere de la valentía y ésta es un hacer autónomo e independiente que se enfrenta a lo comúnmente aceptado. Por ello, para salir del estado de autoculpable esclavitud necesitamos de la virtud. Pero, ¿se educa en la virtud en los planes de estudio?. De ninguna manera. Se sustituye la virtud por un pensamiento en valores políticamente correcto y, con ello, nuevamente gregario. Y el fundamento epistemológico de la educación está absolutamente alejado de la virtud. La virtud depende de la voluntad: querer o no querer, dominar nuestros deseos, etc. Pero la voluntad es algo inobservable. Y la pedagogía al uso está basada en la epistemología del neopositivismo para el que sólo de lo observable podemos hacer ciencia. Por eso la voluntad queda fuera del fundamento de la educación. No se educa la voluntad. Pero si no hay una educación de la voluntad, ni en la escuela, ni en la familia, lo que tendremos serán niños y futuros hombres caprichosos, sumidos en la tiranía de las pasiones. Y estas pasiones, como hemos visto, ya vienen alimentadas por el propio sistema: el consumo desenfrenado, compulsivo y autoidentitario. Por eso el sistema educativo no pretende formar personas, sujetos libres y autónomos, ni ciudadanos. Pretende domesticar por el miedo y la pereza. A la base hay un fanatismo, por su puesto, el de la ideología hegemónica cuyo contenido habría que analizar a parte, pero que tiene mucho que ver con el neoliberalismo, el individuo autista, la libertad identificada con el consumo, la idea del crecimiento ilimitado, etc. Si en la misma base epistemológica del sistema educativo no está la voluntad, lo que está es la motivación y la teoría constructivista. Dos errores epistemológicos colosales, pero en fin, estos progres pseudocientíficos, están anclados en un paradigma científico remoto. Y se creen modernos. El estimulo, sin contenido y sin esfuerzo es ciego y vacío. Necesitamos de los contenidos, de la memoria y del esfuerzo para aprender. No podemos construir todo el saber nosotros, es necesario la memoria. Pero sí es posible una presentación histórica del saber que nos identifique con la tarea heroica de la humanidad en pos del conocimiento y su autoliberación. Esto requiere del esfuerzo y la voluntad, pero nos llevara a amar y continuar en lo posible la obra más digna del espíritu humano: el conocimiento, la ciencia, la filosofía y el arte. En suma, fruto todo ello de la virtud humana. Consecuencia del esfuerzo del hombre por autotrascenderse en lo universal. El conocimiento es engendrar en lo universal desde nuestra particularidad contingente y limitada. Como ya decía Platón, el amor es engendrar en la belleza. Y entiéndase que el amor es búsqueda de lo que no se tiene y que va de lo particular a lo universal, de amar la belleza en un cuerpo bello a la belleza en sí pasando por toda la jerarquía, desde la naturaleza, la ciencia, el orden social, etc. El amor (una pasión positiva, Spinoza), por tanto, ya desde Platón y Aristóteles, es lo que anima al conocimiento. Ya sabemos que la razón no puede ir sin pasión. La razón fría es para los ordenadores. Mero mecanismo algorítmico. La razón humana está animada por la pasión del saber y la búsqueda de la libertad.
La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Y el instrumento para salir de ella es el uso de la razón. La razón es la facultad, animada por la pasión, que nos permite salir de nuestra minoría de edad, en la medida en que nos lleva al conocimiento y éste tumba a la superstición. Y sin superstición no hay miedo. El conocimiento es autoliberativo porque elimina el miedo de la superstición, que es el instrumento del poder para sojuzgar. Pero el conocimiento también desenmascara las apariencias y las ideologías. El conocimiento nos muestra al poder, su pasión por dominar y sus instrumentos. Pero el conocimiento como nos libera, nos deja aislados. Por eso el ejercicio de la razón, desde la pasión, es un ejercicio de libertad. Y la libertad nos lleva a la soledad. Pero en la soledad está la creación. Y esa creación es la creación del sí mismo.
Los ilustrados pensaban que se llegaría a una humanidad ilustrada por medio de la educación universal. Y aquí está nuestro problema. Desde el punto de vista teórico la cosa ha quedad clara. La educación basada en los presupuestos que hemos expuesto antes llevaría a la humanidad a una época ilustrada. Pero el problema es que eso no ha sido así. A mi modo de ver hay dos problemas que, además, al interrelacionarse se hacen casi insolubles. El primero ya lo hemos señalado y tiene que ver con la propia condición humana. Esta condición es siempre, a mi modo de ver, de carácter, natural biológico. El hombre renuncia a la libertad. Hemos hablado de miedo y de pereza y es cierto. Estos son los sentimientos que aparecen en el hombre, porque la libertad es heroica en lo que tiene de solitaria. Pero existe un sustrato naturalbiológico. Y ésta es la madre del cordero. Somos animales tribales y gregarios. El hecho de ser tribales implica que nuestra estructura y organización social es jerárquica estableciéndose un orden según fortaleza y posibilidad de replicarse. Siempre habrá una élite con mayor posibilidad de procreación que los vasallos. Pero, a su vez, somos gregarios. No podemos prescindir de los demás y, además, nuestra identificación nos lleva a seguir el comportamiento normal del grupo. Las disidencias y discrepancias son duramente castigadas. La prehistoria y la historia de la humanidad están plagadas de ejemplos de ello. Ésta naturaleza impide el desarrollo de la libertad, si bien no absolutamente en la medida en la que el comportamiento humano es abierto y no cerrado. La cultura, si bien de origen natural, un modo de adaptación, como los dientes del tigre, inventa formas de organizarse que eliminan en cierto grado el tribalismo. Además, todo cambio social depende de la innovación, la cual no es posible sin la crítica a lo antiguo y la disidencia con la presentación de nuevas propuestas. Ahora bien, tenemos que entender aquí que la libertad no es aquí algo ontológico, es un fruto cultural. Es decir, para no salirnos del naturalismo nihilista, un mecanismo de adaptación natural que permite y amplifica la autorreplicación de nuestros genes. Prueba de ello es el hecho de que hemos llegado a 6.500 millones de habitantes. El otro factor que se une al anterior es el del poder. La educación está siempre en manos del poder para que éste se perpetúe. Por tanto, la educación, si viene dirigida por el poder, nunca será educación en la libertad, ni para la libertad, ni desde la libertad, sino para la opresión y el adoctrinamiento, así como para la sumisión, la obediencia y el pensamiento único. El poder es la cúspide de la jerarquía que quiere perpetuarse. Por eso, de ninguna de las maneras, va a perseguir la aparición de individuos críticos y disidentes. Necesita personal obediente y sumiso. Y, además, son explícitos, a tal extremo ha llegado el engaño. El objetivo fundamental de la educación y del plan Bolonia en particularidad es la adaptabilidad del futuro ciudadano a la sociedad cambiante en la que vivimos. Es decir, adaptación (léase sumisión desde la perspectiva éticopolitica) no crítica ni disidencia. El poder es siempre conservador, de lo que se trata es de mantener el status quo, que nada cambie. Y la educación en manos del poder es siempre reaccionaria, por muy de progre que se vista. De lo que se trata es de clonar, de domesticar, a lo que ayuda, y no poco, la propia condición humana.
La educación, basada en la ilustración, debe partir de la libertad, para buscar la libertad. Pero, para ello, nunca debe estar en manos del poder. Pero siempre, y esto es una paradoja, para que el sistema funcione necesitamos individuos obedientes y sumisos. La libertad individual es una conquista que está en manos de muy pocos. Otro cantar es la libertad formal. Un derecho de las democracias formales. Pero esto es otra cosa que presupone, precisamente, el estado de derecho de las democracias. Forma de adaptación cultural exitosa donde las haya.
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