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Filosofía desde la trinchera

 

21 de enero de 2010

 

            Nihilismo y fascismo en el siglo XXI. Reflexiones a propósito del libro de Jorge Riechmann La habitación de Pascal

 

            Ya hemos descrito en algunas ocasiones que la situación en la que nos estamos adentrando por diversos motivos que hemos analizados y que volveremos a señalar es la del nihilismo. El hombre, la humanidad ha perdido el norte, el sentido. Vive ensimismada en sus propios placeres y preocupaciones, sin ser capaz de mirar al otro y sin ser capaz, por tanto, de trascenderse y pensar en términos de humanidad y globalidad. El problema es que este nihilismo, este vacío, es el caldo de cultivo perfecto para la aparición de los fascismos o, al menos, los totalitarismos. Es más, si nuestras democracias son, en parte, totalitarismos encubiertos es debido precisamente a este nihilismo de la civilización occidental. Y como hemos dicho muchas veces hemos de aprender de la historia. Esta situación, similar, se nos presentó en el primer tercio del siglo XX y a ello le sucedió la segunda guerra mundial con la emergencia de los diferentes totalitarismos. La cosa es para pensarla, máxime, cuando nuestra situación es más crítica, puesto que nos estamos enfrentando a una crisis ecosocial Terminal, en la que los recursos energéticos se agotan y pueden desatarse tremendas guerras por su control.

 

            En primer lugar hay que vigilar el discurso tecnolatra. Esto es, aquellos que nos vienen a decir que la tecnología resolverá todos los problemas. Estos señores creen en el imperativo tecnológico asociado a la idea optimista del progreso imparable de la humanidad. Y relacionan causalmente el progreso tecnocientífico con el progreso humano. Ya hemos rebatido y refutado estas opiniones en este escrito. La visión del imperativo categórico es una visión determinista de la historia que deja sin lugar a la libertad humana. Por tanto, es una instrumentalización del hombre por medio de la técnica. En definitiva, éste es un discurso interesado, es ideología. Lo que se pretende es anular al hombre para poder controlarlo. Engañarlo con la tecnología. Por otro lado, este discurso se apoya en la creencia ciega en la idea del progreso. Pero, como ya hemos dicho, la idea de progreso es una secularización de la concepción cristiana de la historia como historia de la salvación del hombre. En definitiva, un mito. El progreso no está garantizado, ni viene determinado, sólo, por el desarrollo industrial y tecnicocientífico. Esta ideología vuelve a instrumentalizar al hombre. Y esta instrumentalización es una anulación de la dignidad humana. Y, por eso de aquí se sigue una actitud nihilista. Si todo está determinado, si todo está en manos de la economía y el desarrollo tecnocientífico, poco podemos hacer, sino dejarnos llevar. Pero claro, este discurso es un engaño y un autoengaño. Es un engaño porque el progreso económico no puede ser ilimitado en un planeta limitado. Se nos está engañando por parte del poder. Es necesario un cambio en el sistema de producción. Es imprescindible eliminar la idea capitalista del crecimiento ilimitado, puesto que ya hemos chocado con los límites del planeta. El crecimiento depende de los recursos energéticos y estos son limitados. No podemos seguir creciendo porque los recursos se agotan. Y esta situación, en nombre del mantenimiento de nuestro estado de sociedad de consumo, nos puede llevar a guerras insospechadas en las que se extermine a gran parte de la humanidad. Pero en nombre de la seguridad se pueden abolir las garantías democráticas como, por otra parte, ya se viene haciendo, y el nihilismo de los ciudadanos acepta. El peligro de la emergencia de un totalitarismo es grande puesto que estamos llegando al límite. Ya lo estamos viendo en las políticas de inmigración en Europa y los EEUU. Son pequeños pasos que nos pueden llevar a un final tremendo. La lucha por los recursos que mantengan a las civilizaciones que se agotan ha sido una constante en la historia. Y de esta lucha por la supervivencia ha surgido el exterminio del otro, del diferente, del pobre, del inmigrante, del de otra religión. Todo esto han sido las ideologías en las que nos hemos basado para exterminarlos. Los colapsos civilizatorios, que siempre han sido por razones ecológicas, agotamiento de recurso, han generado genocidio y exterminio. Pero la situación es más grave en nuestro sistema globalizado. Nuestra crisis civilizatoria es una crisis global. Estamos en un mundo lleno en el que no cabemos todos si queremos llevar el nivel de vida de los países desarrollados. Por tanto, la lucha puede ser general. Y, si a esto le añadimos los efectos del cambio climático, entonces la civilización humana, como la conocemos, no llegará a final de siglo. Por otro lado, decía que nos autoengañamos. Nos creemos, debido a nuestra vida cómoda en la que nuestros deseos son satisfechos y no somos conscientes de la energía necesaria para mantenerlos, que esto durará siempre. Y aceptamos casi inconscientemente el discurso tecnófilo. El dios de la tecnología remediará los problemas. Esto es un error. Mi tesis es que el desarrollo económico y tecnocientífico debe estar regulado por la ética. Y ésta debe estar dirigida por los políticos. Ésta es la situación actual. Si no la aceptamos vamos encaminados a los totalitarismos y al caos civilizatorio. Debemos salir de nuestro nihilismo y recuperar el discurso ético de la ilustración. Recuperar la dignidad humana. Los principios universales de la ética. Los derechos humanos y las garantías democráticas deben ser la guía de la globalización. Y a esto hay que añadir el abandono de la ideología del crecimiento ilimitado, porque el crecimiento, simplemente, mata. Hay que optar por un cambio de paradigma y pasar a una política económica de decrecimiento que debe apoyarse en una ética de los límites humanos y de la autocontención. Una ética, no antropocéntrica, sino ecocéntrica. Todos somos miembros de la biosfera y no podemos sobrevivir sin ella. Hemos de encontrar el equilibrio y nuestro límite. Esto no significa un abandono de la tecnociencia, sino que ésta viene regulada por la política y no por la economía. Y, a su vez, la política se rige por principios éticos universales. Ésta es la cuestión.

 

            También el nihilismo de nuestra civilización occidental encuentra su apoyo en la actitud de los ciudadanos con respecto a la democracia. El desencanto es generalizado. Las democracias se han convertido en sistemas partitocráticos oligárquicos, en los que el ciudadano tiene, poco o nada, que decir. El sistema alimenta a los ciudadanos con caprichos, pone en marcha la máquina del deseo y así fomenta el consumo para automantenerse y, de paso, anular la capacidad crítica del ciudadano. El ciudadano deja de ser tal y se convierte en un servidor del sistema. Sin conciencia de que está cavando su propia sepultura. El engaño del poder es hacerle creer que vive en una sociedad libre, cuando realmente obedece sumiso al sistema y, encima, alegremente. De esta forma los ciudadanos pierden conciencia de clase y por tanto capacidad de acción. Este ciudadano sólo es capaz de mirar para sí mismo. Luego, por su parte, el poder se encarga de fomentar el miedo, que es la mejor emoción –utilizado por todos los sistemas totalitarios y las religiones- para controlar al posible disidente. Y ésta es la situación de nihilismo en la que nos encontramos. El hombre vive el instante, despreocupado del otro y del futuro. Vive con miedo de perder lo que tiene. Y esta situación nihilista es la que hace que las democracias se conviertan en formas de gobierno totalitario. Todo esto nos hace pensar que la amenaza de totalitarismos en el siglo XXI son más que posibles. Como digo, el progreso de la humanidad no es algo inevitable. Regresiones en la historia ha habido muchas. La existencia de las democracias y de los derechos humanos no garantizan su perpetuidad. La democracia y los derechos humanos son una tarea, están siempre en construcción. La actitud nihilista, el nihilismo posmoderno de occidente, provocado interesadamente por el poder, puede ser el inicio del fin de esas dos conquistas éticas de la humanidad. Por eso digo, que el proyecto de la ilustración es un proyecto inacabado. La tarea de la ilustración es la de la liberación del hombre de la ignorancia y el engaño. Y esto lo hará libre. Desde la ilustración estamos inmersos en un gran proyecto ético vehiculado por las democracias institucionales y los derechos humanos. Con la crisis ecológica hemos dado un paso más. La ética no puede ser antropocéntrica, sino ecocéntrica. Es decir, debemos integrar nuestra praxis en el sistema ecológico. Y, en segundo lugar, nuestra ética debe basarse en el principio de responsabilidad de Jonas, que contempla los efectos de nuestras acciones en las sociedades y generaciones del futuro.

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