La razón nos dice, pero nuestra imaginación no lo admite, así como tampoco admitimos nuestra muerte, que la civilización humana va encaminada al abismo. Los motores que mueven este desarrollo son el progreso tecnocientífico, la economía y el beneficio (la lógica del capital) Todo ello ha producido un problema antropológico y ecológico, que, por lo demás, están íntimamente unidos. Porque una nueva visión del hombre exige de una nueva visión de las relaciones con la biosfera a la que pertenecemos y sin la que es imposible nuestra existencia. Las cosas pintan mal. Toda la modernidad se ha montado sobre tres mitos que ha secularizado a las religiones y que, en definitiva, no son más que discursos oscurantistas que han justificado la lógica del poder. Hemos hablado por separado de estos mitos, los agrupo por primera vez, siguiendo a Edgar Morin. El mito del conocimiento de la realidad y de su manipulación, el mito del progreso y el mito de la felicidad. Estos mitos son la ideología que subyace a esos motores de la historia que he mencionado antes. Siempre he defendido que no hay determinismo en la historia. Esos motores funcionan porque hay ideas detrás que las sostienen y hombres, tanto poderosos como débiles, que creen en ellas.
En el siglo XX estos mitos –no voy a hacer un análisis detallado, han caído, sin embargo la lógica del oscurantismo y el dominio de las conciencias hace que resistan. La ciencia no puede mostrarnos un conocimiento absoluto de la realidad. La ciencia es falible y no es neutral, en la actividad científica hay valores que exceden el propio conocimiento o el ámbito epistemológico. La manipulación de la realidad (la tecnociencia) es algo que escapa a nuestro control y ha transformado nuestra sociedad en sociedad del riesgo. Además no podemos conocer, porque existe, desde la lógica, un límite a la predicción de nuestros conocimientos, qué puede ocurrir en el futuro con el desarrollo de una técnica que aún pueda estar en ciernes. Es decir, que en la tecnociencia jugamos a ser aprendiz de brujos, es sólo la codicia, la ambición y la lógica de acumulación de beneficios lo que impulsa esta carrera alocada y sin conciencia. En cuanto a la idea de progreso no es más que una secularización del concepto de historia del cristianismo como emancipación de la humanidad. El progreso es un mito secularizado que nos hace pensar que por medio del conocimiento científico y la razón aplicada a la política conseguiremos el reino de los cielos en la tierra. Esto sólo nos ha llevad a los totalitarismos más espantosos de la historia. Hoy nos encontramos en el último de ellos, la sociedad neoliberal, que extermina a millares de personas diariamente. Y el mito de la felicidad. Desde la modernidad lo que se ha buscado ha sido la felicidad individual, el bienestar. El hombre se ha volcado en la consecución de la misma olvidándose del otro, de lo humano. El desarrollo de la industria y la lógica del beneficio nos han prometido un paraíso en la tierra que viene dado por la lógica del tener. Y aquí hemos entrado en una tremenda confusión: la del ser con el tener. Nuestra humanidad se ha disuelto en nuestras posesiones. Y es así como hemos llegado al nihilismo del ciudadano-individuo de hoy en día. La categoría del siervo señor, que señala Julio Quesada.
La encrucijada ecosocial en la que nos encontramos hace improbable nuestra supervivencia. Pero es aquí donde surge un rayo de esperanza. He defendido que el hombre es un animal de esperanzas. Ésa es precisamente la raíz antropológica de la religión. Lo que ocurre es que tenemos datos históricos a nuestro favor. Ha habido situaciones similares, lo singular de esta es que es una situación global, de las que el hombre ha salido. Y lo curioso de todas ellas es que se veía imposible la salida. Y esa salida se veía imposible porque es necesario toda una transformación o metamorfosis. No es ya una evolución, ni una revolución social, sino una metamorfosis de toda la sociedad. En la situación en la que nos encontramos, o se produce esa metamorfosis, de la cual no podemos tener conciencia porque es el surgimiento de algo distinto, como el surgimiento de la mariposa del gusano, o estamos abocados al fin civilizatorio. Una metamorfosis social es como un cambio de paradigma, por eso no podemos entender el que viene y nos parece altamente improbable. Pero sólo hay dos caminos o se produce el cambio o nos destruimos. Podemos aventurar algunos presupuestos de este cambio: la eliminación del antropocentrismo por el ecocentrismo, disolución de las sociedades del beneficio a favor de las sociedades del cuidado y la colaboración. Recuperación de la política: decisiones humanas basadas en la ética ecocéntrica), frente a la lógica de la tecnociencia, la industria y el progreso. Desenmascarar los mitos oscurantistas que sostiene el sistema. Todo ello requiere del uso y de la confianza en la libertad humana. Y, por último, una ética universal que tiene que partir de los siguientes principios: universalidad del hombre, por encima, pero sin anular las identidades, en tanto que pluralidad, no en tanto que exclusión. Es decir, una ética cosmopolita. El hombre como un animal más de la ecosfera. Y, a partir de este segundo principio, el principio de responsabilidad de Hans Jonas. Este principio sobrepasa la moral tradicional, que se desarrolla en el ámbito de los cercanos y se trasciende al ámbito de lo universal humano, de las generaciones futuras (los humanos no existentes) y el medio ambiente. Es decir, la ética se debe basar en la responsabilidad de nuestros actos que puedan tener repercusión en los otros, incluso no nacidos y los actos sobre el medio ambiente (nuestro medio) que pueden tener repercusiones en el resto de la humanidad o de las generaciones futuras. Por supuesto, esta ética necesita pasar por la política y, a través de ella, convertirse en legislación universal. A todo este cambio ético lo llamo yo una segunda ilustración. O, el desarrollo del proyecto inacabado de la ilustración.
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