Cuidado con lo intrascendente e innecesario, que a veces se vuelve peligroso. Soy un clásico y un defensor de la Ilustración y por ello, pienso, que verdad, justicia, bien y unidad se convierten. O, dicho de otra manera, como soltó Aranguren, cuando José Maria Valverde fue expulsado de la universidad, “no hay ética sin estética” y a la inversa. El posmodernismo, ese que acaba con el arte, con la ética, con la ciencia, con el ciudadano, ese defensor dogmático del relativismo moral, cultural y de las opiniones. Esas tiranas, las opiniones, que esclavizan al débil que no se atreve a pensar por sí mismo y por ello exige que sus opiniones sean respetables, o que sus opiniones, absolutamente particulares, infundadas y consuetudinarias, son equivalentes a las del sabio, a las del catedrático que lleva treinta años estudiando y trabajando en pos del conocimiento y la claridad, liberándose de fantasmas y de creencias, de mitos y poderes. Él, sólo, en el camino del saber. Esas opiniones, digo, son, muchas veces, fruto de falsas filosofías, algunas de ellas, pretendían perseguir sólo la estética. Y esto es lo que ha ocurrid con el posmodernismo que nos ha llevado al fascismo de la mediocracia. Y los medios de comunicación amplifican esta mediocracia, y las nuevas tecnologías, amplifican, tanto la inteligencia, como la estupidez. Lo malo es que ésta última está más extendida. Cuidado con guiarse de la belleza, las ideas nacionalistas que aparecen en el XIX, son estéticamente bellas, además se exponen de forma mítica, haciendo recordar un pasado mítico paradisíaco que se nos robó. Esos nacionalismos románticos y heroicos han sembrado el siglo XX de cadáveres. No hay ideas intrascendentes. Todo tiene sus consecuencias. Hay que perseguir la verdad, la belleza y la justicia…por muchos matices que tengan. No defiendo la verdad, la belleza y la justicia como absolutos, sino como objetivos, que es distinto. Y el filósofo debe perseguir la unidad, una visión integradora del mundo y de la vida, que decía Unamuno, e intentar trascender la doxa, por eso la filosofía es paradoxa y saber radical, que decía Ortega. Y, por eso Ortega descalificaba a la democracia, porque el sujeto de éstas son las masas y éstas están deshumanizadas. Y la característica del hombre masa es la del señorito satisfecho. Un ignorante de toda la tradición occidental que se cree con todos los derechos, cuando estos han sido conquistados. Lo que no sabe es que estos derechos se les están usurpando y, mientras, se les engaña, con ese mito del respeto y equivalencia de las opiniones, con el mito, del hedonismo, lo importante soy yo mismo y mi placer. Éste es el camino de desaparición de la polis. Pues bien, todo esto, que anula al ciudadano y que nos impulsa hacia un fascismo político y hacia una dictadura del hombre masa, del señorito satisfecho e insaciable, a su vez, no es más que el fruto del posmodernismo. De la negación de los grandes relatos de occidente que han intentado dotar de sentido al hombre y a la humanidad. Después de haber conquistado el estado y la ciudadanía, estamos volviendo a la tribu. Curiosa contradicción ésta en una sociedad que se dice globalizada.
0 comentarios