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Filosofía desde la trinchera

 

La inevitabilidad y la vida.                               

 

Sólo el que vuela alto sabe porqué los pájaros cantan. Javier Rodríguez

A Javier, In Memoriam.

            La vida es el transcurso por lo inevitable. Entre la monotonía diaria del existir se esconde y acecha lo que nos es a todos inevitable, la muerte, el fracaso, la enfermedad, el accidente. Ésta es una característica esencial de la vida. Y lo curioso es que esa inevitabilidad es inevitable. Y precisamente lo es por los límites de nuestro conocimiento. Éste es limitado, sólo se acerca a lo que nos rodea, no tiene capacidad de predicción, el futuro lo vislumbra entre la niebla. Además, la vida, que es en esencia libertad, construcción en el mayor sentido de la palabra para aquel que vuela alto, es sorprendente. El pasado nos arrolla hacia el futuro y éste se esfuma en la niebla, lo mismo que el pasado. Toda nuestra vida la intentamos pasar dándole un sentido a este ir y venir entre la niebla, en la incertidumbre y acosados por la mayor de las incertidumbres, la muerte. La muerte nos está reservada a cada cual de forma inexorable, pero incognoscible. ¿Y qué sentido tendría nuestra vida si supuésemos el momento de nuestra muerte? Seríamos autómatas, no humanos. Seres regidos por las leyes deterministas de la mecánica, no humanos que construyen, cada cual como puede su vida. Teniendo como meta hacer de ella una obra de arte como decía Ortega, algo irrepetible.

            Por eso es necesario volar alto, ir a las altas cumbres, ver a la humanidad en su indigencia, tomar distancia de todo lo que es cotidiano y nos acongoja. En el fondo, todo eso no tiene sentido, es afanarse en un sinfín de actividades para olvidar quiénes somos, seres inevitablemente abocados a la muerte, seres que buscan un sentido. Y ese sentido se encuentra trascendiendo la cotidianidad, lo repetitivo, lo de todos los días. Desde lo alto, todo lo importante pierde importancia y aparece lo importante. Y por eso los pájaros ríen porque ven el gran teatro del mundo en los que los hombres se pierden cada cual en su afán perdiendo la capacidad de dar la importancia justa que cada cosa tiene. Y, por más que nos empeñemos, la importancia es escasa. La importancia de la vida la encontramos en lo que creemos menos importante, en lo que no cuesta dinero y no tiene precio, en una sonrisa, en una caricia, en un amanecer, en la contemplación de un cuadro, o la audición de una pieza musical, en un paseo… En todo aquello que relegamos por el afán del trabajo, en todo aquello que las luchas con los demás nos impiden ver cada día. Porque cada día el mundo está ahí. Y cada día la gran representación del gran teatro del mundo está ahí y podemos participar, como peones de ajedrez, o lo podemos contemplar con la sonrisa huidiza del sabio. Por eso el hombre debe subir a las cumbres, seguir altos ideales, no dejarse atrapar por el fango y cantar con los pájaros. Así será un referente del hombre, una lumbrera de la humanidad, un solitario en marcha con otros solitarios. Pero alguien que en el fondo ha entendido la importancia de lo importante y la necedad de lo que consideramos importante.

            Porque el que vuela alto vuela con las alas de la libertad. Y, la libertad, aunque no nos garantice la felicidad, es el bien más preciado. Es lo que nos lleva al conocimiento de nosotros mismos y de la humanidad. Y de ahí que por eso siempre al hombre libre el que ha volado alto siempre tendrá la sonrisa en el rostro, como sus compañeros los pájaros y cantará para que le acompañemos.

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