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Filosofía desde la trinchera

La desobediencia civil.

            Uno de los temas más peliagudos de la política y la ética de hoy en día. Una sociedad se mantiene como tal, cohesionada, si sus ciudadanos obedecen las leyes. De lo contrario reinaría la anarquía. Y, como sostenía Kant, hasta un pueblo de demonios necesitan sus normas para poder convivir. Ahora bien, sucede, a veces, que el poder utiliza su fuerza y crea leyes que violentan a los ciudadanos. El sentido de la ley es, en primer lugar, garantizar la libertad de los ciudadanos. Parece algo paradójico, pero no lo es. Somos libres porque obedecemos leyes. Si no obedeciésemos leyes seríamos esclavo del miedo y la inseguridad. Porque cualquiera podría actuar como nosotros. Es decir, que las leyes están para protegernos, máxime en un estado democrático. Para garantizar nuestra seguridad, libertad y tranquilidad de tal forma que podamos llevar una vida satisfactoria y plena. Que nos podamos realizar libres del miedo de ser oprimidos por los otros o cualquiera que se alce con el poder.

            Por eso insisto en que las leyes sirven para hacernos libres y es en ese sentido en el que podemos decir, que las leyes nos humanizan. El hombre tiene dos procesos evolutivos, uno de hominización, en el que llega a ser Homo sapiens sapiens, y otro de humanización que es el que se inicia, con la comunicación y el lenguaje que crea la cultura. Y, todo ello, porque el hombre es un animal que no es capaz de estar solo. El hombre es un animal social, político, que vive en polis y ciudades y éstas han de ser gobernadas por leyes. Y las leyes obedecidas por los hombres. Y la obediencia del hombre a la ley es la que garantiza su humanidad. Nos hacemos humanos porque inventamos normas morales y leyes que obedecemos y nos liberan de la naturaleza. Por medio de las leyes nos alzamos por encima de nuestra naturaleza biológica. Es nuestra doble naturaleza, si bien ésta segunda emerge de la primera. No planteamos aquí una dicotomía, aunque este no es el tema ni el sitio. Pues bien, decía que las leyes nos humanizan y nos hacen libres, libres de las ataduras de la naturaleza. Pero el caso es que ha habido una evolución en la ética y la legislación y esa evolución, a mi entender, ha ido dirigida a la consecución de la mayor libertad de los hombres. Me explico. En primer lugar, desde el punto de vista ético se ha conquistado un conjunto de normas que consideramos comunes y universales a toda la humanidad. Y desde el punto de vista legal hemos conquistado la república o la democracia cuya característica legal es el imperativo de la ley. Y bien, esto quiere decir que la ley está por encima de todos. Esta es la esencia de las democracias desde el punto de vista legal. Y a esto lo llamamos isonomía. Todos estamos bajo el imperio de la ley pero, a su vez, la ley emana del ciudadano (sobre todo en la república donde se exige la virtud y excelencia del mismo)

            Pero cuál es el problema que nos encontramos y que nos lleva a la desobediencia civil. La democracia, la república son las máximas conquistas éticas y políticas de la humanidad y emergen del uso del logos, la razón. Y la característica del logos es que no pertenece a nadie; como decía el viejo Heráclito, es lo común. Y en política el logos se ejerce en el ágora, que es la plaza, el lugar vacío en el que se discuten las leyes y se establecen siguiendo al logos, lo que nos hace iguales. En el ágora todos somos iguales porque el logos la razón nos unifica. Y el fruto de ese logos, en las democracias, son las leyes que están por encima de todos. Ese es el imperio de la ley, que es discutible desde el logos, pero que hay que obedecer mientras que no se nos convenza de lo contrario, de ahí lo de la isonomía. Y esto es importante. La democracia nos hace a todos iguales y sometidos de la misma manera a la ley, que por su parte nos protege y es fruto del consenso de la comunidad. Procede del ágora, lugar vacío en el que se expresa el logos por boca de los ciudadanos. Hasta aquí la obediencia a la ley es inviolable. A la ley o se la obedece o se la convence de su error. Y el lugar del convencimiento de su error es el ágora. Pero lo que ocurre es que las democracias se pervierten y la perversión de la democracia procede del poder, cuando éste, en sus múltiples formas, ocupa el ágora y eludiendo el logos y utilizando la fuerza impone sus leyes. Entonces hay quien está por encima de la ley y tiraniza a los ciudadanos. Es en este momento en el que se produce una violación de la democracia, el poder no emana del pueblo, y se rompe la isonomía, y aún peor, una violencia ética, porque en cuanto haya individuos que estén por encima de la ley e impongan su ley por el poder, entonces los ciudadanos dejan de ser tales, de ser personas y se convierten en instrumentos en manos del poderoso. Es decir, perdemos la dignidad, nos deshumanizamos. Y es esto, ni más ni menos, que la tiranía. Y es esto, lo que está ocurriendo hoy en día. ¿Y qué hacer ante esto? Sólo se puede contemplar una salida, la desobediencia civil. Ésta es el instrumento que le queda al ciudadano para restablecer la isonomía y para recuperar su dignidad. Si no nos rebelamos ante el poder extrademocrático, nos convertimos en cosas, objetos, perdemos la dignidad, somos esclavizados. Y lo peor es, como es el caso ahora mismo, cuando esta tiranía procede de la propia democracia, de su perversión. Por eso la democracia, mejor república, exige ciudadanos virtuosos, es decir, valientes y dignos, que conozcan y exijan el sentido de la ley. La desobediencia civil es un estado de excepción legal, no revolucionario que tiene como fin instaurar la isonomía, la justicia y la dignidad. Pero al poder le interesa confundir, y el pueblo anda en esta confusión, la desobediencia civil con la revolución y la violencia. Nada más lejos de la realidad. La revolución y la violencia proceden de la tiranía, precisamente de aquel que tiene el poder y se ha excedido en su administración convirtiéndose en un tirano que está por encima de la ley y de los ciudadanos. Cuando en una democracia se dice que no hay alternativas estamos ante la claudicación de la democracia frente a un poder externo y estamos acabando con la dignidad de los ciudadanos.

            Hoy más que nunca es necesaria la desobediencia civil, perder el miedo y recuperar nuestra dignidad. De lo contrario caeremos en el mal consentido y seremos coparticipes del poder tiránico que nos oprime.

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