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Filosofía desde la trinchera

Ha sido un prejuicio mío, precisamente por saber a ciencia incierta que eres creyente, por otros comentarios que habíamos tenido. Desde luego que, en el sentido que tú dices es más difícil creer que no creer, pero es más difícil porque estás situada en la “docta ignorancia” que decía Nicolás de Cusa “Saber que no se sabe”. Tu conocimiento te hace saber que de todo lo demás, que encima se presenta como dogma, se puede dudar. Pero, ya digo, esto es una actitud sabia. El creyente en este caso sería un ignorante, alguien que no se ha planteado la posibilidad de que sean falsos los discursos que se le ofrecen o que sean interesados. Obviamente, y estoy totalmente de acuerdo con tu exposición, es más difícil ser creyentes. Es más, yo diría que es imposible. Se es escéptico, pero aquí hay que hacer una distinción, el escepticismo como negación absoluta, que hay rechazarlo, es una vía muerta, mientras que la vida es búsqueda. O el escepticismo en su raíz griega, que es el que busca desde la duda, desde la docta ignorancia. Creo que ésta es la actitud. Ahora bien, es menester también no caer, por el hecho de ser escéptico y de que todo es provisional, en el relativismo posmoderno, porque esto nos lleva directamente a la equivalencia de todas las opiniones, lo cual elimina el saber y lo sustituye por el poder de la fuerza que es lo que hoy en día viene ocurriendo en el mundo. En definitiva, la pregunta de a quién creer, se disuelve. No se trata de a quién creer, sino de buscar junto con otros que buscan y, sobre todo, al menos en el caso de los filósofos, deshacer engaños, desenmascarar las apariencias, que es el primer paso y no es poco. Y luego, además, la creencia es mejor dejarla en confianza en ciertas verdades, políticas, económicas científicas (las religiosas no cuentan porque son vivencias: la fe es una vivencia de un misterio) que son provisionales y que forman parte de una cosmovisión más general que hay que intentar que sea coherente y consistente.

Y yo también prefiero los pequeños proyectos biográficos que, por su puesto, pueden ser unos más grandes que otros. Tan grandes como al que tengo confiada mi esperanza de ateo, el proyecto ético político de la humanidad que arranca en Atenas y renace en la Ilustración.

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