«Las cuestiones filosóficas, en cuanto las reduces al ponerlas a hervir, cambian su aspecto totalmente. Lo que se evapora es lo que el intelecto no puede apresar».
Ludwig Wittgenstein
Efectivamente, se convierten en cuestiones cuya solución sólo se puede mostrar, como el mismo autor dice, no demostrar, que es el caso de los problemas científicos. El bien, la justicia, la belleza, el sentido del mundo, de la vida, de la historia, la trascendencia, todo ello es lo verdaderamente importante o lo que verdaderamente nos importa, pero ello está dentro de lo inefable, no se puede hablar de ello, sólo mostrar. Así pensaba, ciertamente, uno de los mayores genios del siglo XX. Y la filosofía cuando intenta solucionar estos problemas cae en sinsentidos, en enredos del lenguaje. Por eso la filosofía debe ayudarnos a salir de los enredos del lenguaje y a mostrarnos el camino de lo mostrable y diferenciarlo de lo demostrable, el ámbito de la ciencia. La filosofía, en ese sentido, es una terapia contra los problemas filosóficos, que no son en realidad problemas, sino pseudoproblemas debidos a un mal uso del lenguaje. Así, de esta manera, recoge, y sin saberlo, el aspecto terapéutico que el pensar filosófico tuvo en sus orígenes. Tenemos el caso paradigmático de un Sócrates o del mismo Diógenes el perro.
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