La desaparición del conocimiento y el saber en manos del saber hacer, el saber mercantilizado y la empleabilidad. En definitiva, la muerte de la universidad. El ideal de la universidad como centro de investigación y transmisión del saber y los hábitos y metodologías de investigación está a punto de desaparecer. Mientras la secundaria se ha vuelto una mala primaria, la universidad se ha vuelto una pésima secundaria. Y el objetivo de toda la enseñanza es el saber técnico. Que no llega a la categoría de científico, es mera técnica. Es un saber hacer, no un saber qué ni por qué. Ahora bien, el saber técnico, el saber hacer es intercambiable mercantilmente. Y el valor del mercado o es el único que existe o el absolutamente hegemónico. Por eso es el que ha de transmitir el sistema de enseñanza. Por eso resulta gracioso oír decir que la enseñanza no debe ideologizarse. ¡Pero si no puede estar más politizada e ideologizada! Es una vía de transmisión de los valores económicos. Y, mientras, nos engañan con las paparruchas del bilingüismo y demás parafernalias que lo único que consiguen es encubrir la segregación y disminuir el nivel de los conocimientos; que, por otra parte, es el objetivo del sistema. Y, entre todo esto, el saber humanístico y científico puro o fundamental, se va al garete, por lo anteriormente dicho. No tiene valor de cambio en el mercado. El profesorado, con perdón, en la inopia, y discutiendo que si la disciplina, que si las llaves de los servicios, que si el plan de limpieza…y así. Así nos va quiero decir. Un mundo orwelliano de engaño y doble pensar. Y, ahora, la farsa de las programaciones con sus competencias (palabra clave del sistema), sus adaptaciones curriculares, por abajo, claro, todavía no las he visto por arriba y eso que he visto a muchos alumnos que se las merecían. Los cursos de formación de los centros de ideologización de los profesores, con el fin de adoctrinar y cobrar los sexenios… Pero, en fin, esto al sistema no le importa. Seguiremos. Y eso que no hemos hecho nada más que empezar, pero, por mucho que se lo proponga uno, ser positivo -como dicen los coaching, psicólogos y nuevos gurús de turno- es imposible. La realidad es testaruda y se impone.
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