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Filosofía desde la trinchera

Pensamientos contra el poder

 

26 de febrero de 2010

Progreso y autoengaño

            El cielo y la tierra son implacables. Los seres de la creación son para ellos meros perros de paja. Lau Tzu

            Todas las religiones, casi todas las filosofías, una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia. Jacques Monod.

            La obra de John Gray, Perros de paja es estupenda. Viene a analizar las falsas creencias de los hombres que anidan en un falso humanismo según el cuál el hombre es el centro de la naturaleza. Esta obra viene a confirmar mis tesis ahondando en sus análisis y en la profundidad argumentativa. Y las tesis que yo vengo defendiendo me llevan a un nihilismo naturalista que procede de la idea de la evolución. El hombre es un animal más de la naturaleza. Todo el error procede de la religión, pero tiene su raíz en la necesidad que tiene el hombre de autoengañarse con el motivo de dar un sentido a la existencia. La vida, nuestra existencia en tanto que individuos, incluso en tanto que especie, no tiene ningún sentido. Es fruto del azar y la necesidad. Nuestra existencia es contingente. Pero, curiosamente, somos seres inacabados o, dicho de otra forma, desadaptados al medio, de tal manera que nuestra conciencia de finitud nos lleva a la conciencia de la muerte. Y es esta conciencia de la muerte la que nos lleva a la búsqueda desesperada de un sentido de la existencia. La religión, la filosofía y la ciencia han sido los intentos fundamentales de dotar de sentido a la vida humana y a la humanidad. Pero todo ello no es más que el fruto del engaño. Para poder vivir necesitamos del autoengaño, sin el sentido lo que nos queda es el abismo de la contingencia. El hombre es un ser contingente de la naturaleza, como cualquier otra especie. La religión y el mito nos dieron un lugar especial en la naturaleza, intermediarios entre los animales y los dioses. Se nos dotó de un sentido y de una misión. Nuestra civilización occidental, basada en el mito del Génesis, nos convirtió en los reyes de la creación, dueños y señores de la naturaleza. Y nos ofreció una idea de la historia como progreso hacia la salvación. Y este mensaje ha pervivido, secularizado en la filosofía, la moral y la ciencia. Pero, si lo desmontamos, lo que nos queda es el nihilismo. Como diría Nieszche, no nos veremos libres de dios hasta que no nos veamos libres de la gramática.

            El hombre, entonces, es un animal más que pugna por su supervivencia. Aunque sí tiene sus peculiaridades. Si aceptamos, y yo lo hago, la tesis de Lovelock de Gaia, la tierra como un sistema de autorregulación, al modo de un organismo, entonces el hombre tiene un lugar especial. No me refiero a privilegiado. El hombre es fruto de la evolución, por tanto, de la contingencia, pero su carácter es depredador. Pero la depredación humana es asimétrica. El hombre destruye el equilibrio biológico. Es como un cáncer o como un virus. Lo que sucede es que el virus cuando mata al huésped, también muere. No será el caso éste de la tierra. La biosfera es más antigua y más fuerte que el hombre. La situación a la que nos está llevando el desarrollo humano es a la de colapso. La tierra no puede sostener a los miles de millones de personas. El daño que le hemos hecho es ya irreparable, no hay vuelta atrás, se puede paliar algo, pero la venganza de la tierra está en marcha. El cambio climático y las grandes catástrofes asociadas reducirán drásticamente la población humana al límite soportable por la biosfera. Éste es el final de nuestra civilización. Y estamos asistiendo al comienzo de esta agonía, aunque haya altos y bajos y recuperaciones. Nuestro error ha sido creernos seres privilegiados, primero desde el punto de vista de la religión y después desde la tecnociencia. Esto ha dado lugar a un falso humanismo antropocéntrico. El cambio tiene que ser hacia una visión ecocéntrica. Otra cosa es que el hombre pueda hacer esto. Somos animales depredadores que sobreviven a través de la destrucción del medio. Ése fue el cambio que representó el neolítico y que no tiene vuelta atrás.

            Pero, como digo, nuestra existencia sólo tiene sentido natural, es decir, ninguno, porque se reduce a la contingencia. Pero, claro, las religiones nos dijeron –sobretodo referido a la cultura occidental- que éramos seres especiales, que podríamos dominar la tierra y progresar, el centro. Y ésta fue la justificación ideológica de la acción del hombre frente a la biosfera. Y también el autoengaño que nos permitió vivir y conquistar-destruir la tierra. Y a la base de esta concepción antropocéntrica está la idea de progreso. El progreso no es más que un mito, como he argumentado en otras partes, pero es aún más es una creencia en la que se necesita creer. Esto es, que el hombre es un animal de creencias. Y ello quiere decir que, cuando abandonamos la religión no abandonamos la creencia. Seguimos creyendo en cosas, como el progreso de la humanidad a través de las ciencias y el progreso moral de la civilización. Pero todo ello es falso y autoengaño. Necesitamos creer en la creencia para poder seguir viviendo o soportar la nada del sinsentido y la contingencia. Somos seres finitos y contingentes y no lo aceptamos. Inventamos tablas de salvación. Por supuesto que ha habido un progreso tecnocientífico de la humanidad, esto es innegable, pero ello no tiene nada que ver con un progreso ético de la humanidad. Es más, el progreso tecnocientífico ha hecho posible la ampliación del mal en el hombre. Ha amplificado su capacidad de exterminio. Esto, por un lado, por otro, el progreso tecnocientífico no está asegurado. La ciencia puede desaparecer. El discurso racional para entender el mundo puede desaparecer; y más de una vez ha ocurrido en la historia. No está garantizado. Es más, en la situación de hoy en día estamos asistiendo a un declive del conocimiento racional científico que se está trasladando hacia lo pragmático, la mera aplicación que baila al son de los intereses económicos. Además, el propio desarrollo tecnocientífico ha hecho posible la superpoblación y la eliminación de la ecosfera, extinción masiva de especies, equiparable a la mayor de la historia de la tierra. Y esto significa que el desarrollo tecnocientífico nos aboca a la catástrofe. Pero los hay que se resisten a esta idea. Muchos piensan que es precisamente la tecnociencia la que nos salvará de nuestro propio cataclismo. Exigen más ciencia. Su error es el autoengaño de la idea de progreso. No hay progreso en nada. Hay creencia en el progreso. Y con la tecnofilia han aparecido las nuevas utopías del siglo XXI que nos prometen la inmortalidad y la supervivencia en otros planetas. Tonterías y supersticiones, religión y mito enmascarados de ciencia. Nada nuevo bajo el sol. Los utópicos de hoy en día no hacen más que repetir las utopías del renacimiento y el barroco basadas en el desarrollo del conocimiento científico de la época. Ilusiones, nada más. Poco se puede hacer con el fuste torcido de la humanidad, que diría Kant. Si la evolución tuviese una intencionalidad, lo cual no es más que un antropomorfismo, podríamos decir que el hombre ha sido un acto fallido. De la evolución ha surgido una especie que está acabando con tres cuartas partes de los seres vivos. Pero no podrá con todos. Gran parte de los seres vivos, entre ellos los insectos y las bacterias sobrevivirán. El hombre, como dice Margulis, no puede acabar con la vida sobre la tierra ni aunque se lo propusiera. Las bacterias y otros seres unicelulares sobrevivirían y todo comenzaría de nuevo.

            También se cree en un progreso moral y político de la humanidad. Que duda cabe que podemos hablar de progreso ético-político, pero es circunstancial, no es necesario, ni permanente, ni determinado por las leyes de la historia. Los progresos ético-políticos son invenciones del hombre para sobrevivir mejor, pero los retrocesos no son inevitables. Dos cuestiones hay que plantearse aquí. En los últimos decenios hemos asistido a una merma en los derechos éticos de la humanidad y en la calidad de nuestras democracias que han hecho del planeta un mundo más totalitario. Esto implica un retroceso. En segundo lugar, el supuesto desarrollo ético-político de la humanidad ha sido parcial y ha sido la justificación del imperialismo de los ricos sobre los pobres. Los países ricos hemos vivido en una burbuja a costa de los pobres a los que paulatinamente hemos ido empobreciendo. Los derechos humanos universales han sido los derechos particulares de los ricos para someter a los pobres. Una autojustificación y un autoengaño. El hombre no sólo ha aniquilado el medio en el que vive, sino que, también, para poder sobrevivir ha aniquilado a los otros. Y eso es lo que ha ocurrido a lo largo de toda la historia. Y el siglo veinte es el de los grandes genocidios porque ha sido el siglo en el que hemos contado con la mayor tecnología del crimen. El siglo XXI, cuando los recursos energéticos y alimenticios escaseen, no le irá a la zaga. Esto no es una profecía, no es más que una repetición de la historia desde el neolítico para acá. Así que no hay ninguna garantía de progreso ético de la humanidad. Ese progreso, cuando lo ha habido ha sido, circunstancial y limitado. Y, además, perfectamente reversible. Nuestra propia condición biológica nos convierte en depredadores. Toda moral no es más que la justificación del altruismo recíproco del que hablan los etólogos y sociobiólogos. Por eso sobre el siglo XXI se cierne una amenaza de nihilismo y fascismo. Tarde o temprano será la biosfera la que nos ponga en nuestro lugar. Tenemos que asumir nuestra contingencia, ésta es la única tabla de salvación que veo, y aprender y comprender que no somos nada más ni nada menos que cualquier otro ser de la naturaleza. Y que a la tierra y al universo le importamos más bien poco; es decir, nada en absoluto. Es necesario, pues, un giro ecocéntrico en nuestra conciencia si queremos sobrevivir, pero, por supuesto, ya nunca más como lo hemos hecho hasta ahora. El tiempo de la abundancia y del despilfarro empieza a tocar a su fin.

 

            25 de febrero de 2010

 

La actualidad del pensamiento político de Hobbes.

            El pensamiento hobbesiano es el fundamento del absolutismo político.  Lo podemos considerar como los cimentos del despotismo ilustrado. Pero el pensamiento hobbesiano va más lejos porque de sus principios se puede seguir que nos encontramos en un orden social hobbesiano o absolutista enmascarado de democracia.

            Hobbes es partidario del materialismo determinista. Todo se puede reducir a materia y ésta se rige por leyes necesarias. Y ésa es la labor de las ciencias y lo que había conseguido la ciencia de Newton. Pero el hombre también es materia y, por ello, su comportamiento se puede explicar por medio de leyes deterministas. Esto nos lleva a pensar que el hombre no es libre. Éste es el fundamento antropológico del absolutisno de Hobbes. Si el hombre no es libre el estado no tiene que garantizar la libertad. El poder debe ser absoluto y los ciudadanos le deben obediencia, son, llanamente, súbditos. La ausencia de la libertad real justifica, pues, el poder absoluto. Hemos mencionado aquí, varias veces, el problema de la aporía de Hume, que el hombre valora la libertad como el mayor de los bienes pero delega en otro su posibilidad de decidir. También nos hemos referido a la tesis de la Boète de la servidumbre humana voluntaria. El hombre voluntariamente decide ser siervo. Lo que nos aporta Hobbes es que el hombre, desde su fundamento antropológico natural, simplemente, no es libre. La libertad, pues, será una apariencia. Y éste es el presupuesto de un estado absoluto. Pero curiosamente, y se me ocurre pensar ahora, Spinoza, también consideraba que la libertad es un espejismo y lo reduce todo a la sustancia infinita, dios y acaba, con ello, en el panteísmo, pero es un defensor a ultranza de la tolerancia y la libertad de pensamiento. Su tratado teológico político abre las puertas al pensamiento ilustrado sobre la tolerancia, los derechos humanos y la democracia. Ésta observación es interesante y digna de estudio. De todas formas apunto, como sugerencia, que el pensamiento de Spinoza es metafísico-ético, mientras que el de Hobbes es naturalista (cientifico-mecanicista) y político. Aquí podemos encontrar la explicación de esta discrepancia.

            En fin, volvamos ahora al tema de Hobbes. Si la voluntad humana no es libre será porque se rige por leyes necesarias como las que describen el movimiento de los planetas en la física de Newton. Efectivamente así es. Hobbes considera que la libertad se reduce a la voluntad; esto es, querer o no querer. Pero no somos libres de querer o no querer. Nuestra voluntad está gobernada por leyes necesarias que se pueden enunciar de la forma siguiente. Principio de la avidez natural. Toda persona quiere para sí mismo todos los bienes. Esta ley regula nuestro querer. Queremos todo aquello que nos permite vivir y nos produce placer. Básicamente alimento y sexo. Y lo queremos todo, porque el querer o el deseo es insaciable. Esto es semejante al conatos de Spinoza, todo ser intenta persistir en su ser, o al principio darwiniano de la supervivencia. Todo ser aspira a su propia supervivencia. O los genes impulsan a la supervivencia de los individuos y de las especies para su propia perpetuidad. El principio de Hobbes, como vemos, se puede llenar de contenido empírico desde las ciencias actuales. También sería similar al principio del placer freudiano. El segundo principio es el del miedo. Éste regula el no querer. Huimos del dolor, el sufrimiento y de la muerte. Huimos de todo aquello que nos puede aniquilar. Y el impulso de la huida es el miedo, temor. Así, nuestra voluntad queda regida por estos dos principios. El estado de naturaleza, donde no hay leyes, sería un estado de guerra de todos contra todos. De ahí lo de Hobbes homo hominis lupus est. Frase que no hace demasiado favor al lobo, animal social, pero, en fin. Y, además, el lobo, como cualquier depredador natural es un depredador que vive en simbiosis con la naturaleza. Sin embargo, el carácter depredatorio del hombre es parasitario. El hombre es un parásito de la biosfera. En definitiva, en el estado de naturaleza estaríamos sumergidos en el miedo, estaríamos paralizados. No podríamos vivir. Todos queremos todos los bienes y tenemos que luchar por ellos, siempre habrá alguien más fuerte que yo que me ponga fin, siempre habrá un momento en el que tenga que descansar y que el enemigo aproveche. El estado de naturaleza es un estado de miedo por máxima inseguridad. Y esto es lo que da lugar al contrato social. Los hombres se unen para elegir a un gobernante al que se le otorga el poder absoluto. El gobernante, desde el poder absoluto y estando más allá del poder y la ley, garantiza la seguridad de los súbditos por medio de la ley. Ley que los súbditos deben acatar por su propia seguridad. La seguridad elimina el miedo, pero también la libertad. Pero esto a Hobbes no le importa  porque sabe que el hombre no es libre y que ante el miedo prefiere la seguridad que, al menos, le permite vivir. La libertad es un estado de ansiedad que te paraliza y te impide vivir. Y esto enlaza muy bien con lo de la servidumbre voluntaria y con la autoculpable minoría de edad kantiana. Pero, sobretodo, y es lo que quería señalar cuando hablaba de la actualidad del pensamiento político de Hobbes, enlaza con la política internacional enmascarada de democracia y libertad. La política internacional es hobbesiana. Se fomenta el miedo para que el ciudadano renuncie a su libertad en pos de la seguridad que garantiza el estado. Y esto es lo que sucede en el nuevo orden social en el que vivimos. Vivimos en un estado de miedo permanente que permite la guerra preventiva permanente, de tal forma que el ciudadano va perdiendo su ciudadanía y va convirtiéndose en súbdito paulatinamente. Es la servidumbre humana voluntaria.

            Creo que los principios de Hobbes son en lo esencial correctos y vienen abalados por las ciencias biológicas contemporáneas. Pero hay algo que le falta, además del principio de la avidez, que es el principio de supervivencia, el hombre es un animal social. Y esto lo unifica Kant cuando habla de la sociable insociabilidad humana. Hoy en día lo podemos entender, desde la etología contemporánea, como el altruismo recíproco o egoísmo mutuo, da igual. Pero lo que sí nos queda claro es que la libertad es extraña al hombre. Es una invención que puede eliminar dolor y sufrimiento al defenderse desde un prden jurídico. Pero, antológicamente, nuestra propia naturaleza, tiende a la servidumbre para protegerse y esto es lo que da alas al poder y por eso éste tiende siempre a absolutizarse.

24 de febrero de 2010

El realismo político.

 

El principio del realismo político lo introduce Maquiasvelo y marca lo que será la filosofía política moderna o, más bien, la política moderna. El problema planteado era el de la legitimación del poder político. Una vez que ha desaparecido el orden feudal y se introduce el secularismo, separación del estado y la iglesia, entonces la garantía que legitima al poder no reside en dios que es la verdad y la justicia. Hay que buscar qué es lo que legitima el poder.

            Lo que hará Maquiavelo es separar, ya para toda la modernidad, la ética de la política. Y eso es lo que traerá consigo el principio del realismo político. El gobernante, el príncipe, tiene que ocuparse del bien común. Y no sólo ocuparse sino convencer a los ciudadanos de que así lo hace. El trato del príncipe con los ciudadanos debe ser exquisito, no puede ponerlos en su contra. Tiene que mostrar que todo lo que hace, todas sus decisiones las toma para el bien del pueblo, por el bien común. Pero tenemos un problema. No se puede satisfacer a todos. El principio del realismo político nos muestra un límite de la acción política. Una polis es la suma de una serie de individuos que tienen principios e intereses distintos. A veces estos intereses pueden entrar en conflicto. La acción política no satisface nunca a todo el mundo. Ése es el límite de la política. Pero si esto es así cómo legitimamos el poder político. Pues por medio de la acción. La separación entre ética y política es el principio de que en política el fin justifica los medios. Una acción política no se puede evaluar éticamente. La ética tiene que ver con la individualidad, la política con la comunidad. Esto quiere decir que las acciones políticas sólo se pueden evaluar por sus resultados. Y ahí es donde podemos ver el bien común. Que no será nunca el de todos. Por eso, lo que nos dice el realismo político es que toda acción conlleva daños a una parte de la población, pero que si el fin es bueno, entiéndase, coincide con el bien común, entonces los medios son justificables. Las acciones son los medios. Por ello los medios, que son las decisiones que se toman desde la política, el poder, no son valorables éticamente, son neutrales, exentos de valor. Por eso en la acción política está impresa el mal. Nunca el bien es para todos.

Pero hay más. Las acciones políticas quedan justificadas plenamente una vez que se llevan a la práctica. Esto es lo que se conoce modernamente como la política de hechos consumados. La política es acción. El poder político toma las decisiones que, de inmediato deben realizarse. Porque la verdad de la política está en la propia acción. Es el hecho consumado el que otorga veracidad a la decisión política tomada. De tal forma que, lo que nos viene a decir en última instancia el principio del realismo político es que la justificación y legitimación del poder está en el mismo poder. El poder se garantiza a sí mismo por medio de la propia acción. La legitimidad del poder reside en el poder que sigue el bien común. Una vez que una decisión política ha sido realizada en la praxis, siempre será juzgada buena. Además, el poder hará todo lo posible para que esto sea así. Intentará convencer al pueblo de que las medidas tomadas son por su bien. Y este principio del realismo político rige para toda la política desde Maquiavelo hasta ahora. Modernamente lo llamamos la realpolitick. Es decir, que los hechos se imponen y no son valorables. Ahora bien, si separamos totalmente la ética de la política, que el fin justifica los medios, entonces estamos rayando en el totalitarismo. El problema es el que sigue. La legitimación feudal era el poder de la iglesia que emanaba directamente de dios. Dios es lo absoluto, por tanto la garantía y legitimación del poder es total. Cuando nos quedamos sin esa legitimación tenemos que recuperar un poder fuerte si no queremos caer en el caos. Maquiavelo lo encuentra en el realismo político que justifica el poder absoluto del gobernante en el supuesto de que actúa por el bien común. El fundamento del poder no puede ir más allá del poder. Por eso el poder, para justificarse, no busca la reflexión, sino la acción.

            Hoy en día, aunque vivamos en democracia, y el poder político esté sometido a una serie de sistemas de control, se actúa también desde el principio del realismo. Y esto es así porque el realismo en política marca no sólo una forma de hacer política, sino un límite en la forma de hacer política que nunca puede ser perfecta, porque la condición humana no lo es. Ahora bien, lo que la democracia nos debe garantizar, pero la realmente existente no lo hace, es que no se produzca una escisión total entre ética y política. La ruptura total nos lleva al todo vale. Por eso hoy en día el pensamiento relativista está de moda porque se salta toda clase de ética y justifica todo tipo de acción. El poder sólo tiene que inventarse el bien común y los ciudadanos creérselo y convertirse en súbditos.

 

 

24 de febrero de 2010

 

Democracia, relativismo y educación.

 

            El problema de la educación tiene su origen en la democracia. Más bien, en la falsedad de la democracia en la que vivimos. Otra cosa es que quizás no pueda perfeccionarse las democracias y, por el contrario, tiendan a convertirse en oligarquías partitocráticas en la que los ciudadanos, debido a eso de la servidumbre voluntaria, abandonan la acción política. Es cierto que la democracia es el mejor de los gobiernos posibles. Pero no es menos cierto que hoy vivimos en democracias que no son tales. Que son formas de totalitarismos encubiertos. Probablemente es que el hombre no pueda desarrollar su libertad. El hombre quiere ser esclavo, quiere obedecer, prefiere la seguridad a la libertad. Éste es el asunto de los hermanos karamozov de Dostoyesvki. Lo del gran Inquisidor. Cuando Jesús vuelve a la tierra en la ciudad de Sevilla, el Inquisidor le pregunta que a qué ha venido. Que ellos han transformado su mensaje de libertad en orden y seguridad. Que en realidad los hombres no quieren la libertad. Es la mayor crítica a la religión. El hombre no ha nacido para ser libre. Eso de la libertad es un engaño del poder y un autoengaño. Creemos que vivimos libremente y que hemos alcanzado esta libertad en los regímenes democráticos, pero esto no es más que demagogia. La educación, como he sostenido en algunas ocasiones, es una réplica de la ideología del poder; es decir, es pura propaganda.

 

            Se ha hecho mención aquí al tema del relativismo, por parte de Raus y ha sido muy acertado. El relativismo no es más que una forma de manifestarse esa ideología de la democracia que pretende engañarnos. Pero el problema de fondo es que el hombre se autoengaña, quiere mensajes mesiánicos, sustituye la religión por la política y la tecnociencia. Y en ésas estamos. Somos animales tribales y vivimos jerárquicamente, por eso no todos pueden disfrutar de la libertad. El miedo nos atenaza y preferimos la seguridad autoengañándonos. Pero vamos con el tema del relativismo.

 

El relativismo es una doctrina filosófica muy antigua, de la época de los sofistas. Y hay que tener en cuenta que precisamente era la filosofía que le cuadraba a la democracia. Los sofistas mantenían que la verdad era relativa, que se identificaba con lo útil, por tanto dependía de la retórica, del arte de convencer. A los sofistas se enfrentan Sócrates y Platón, pero de sus reflexiones surgirá un estado totalitario gobernado por los filósofos verdaderos (esto tiene semejanza con el elitismo tecnocrático de hoy en día, pero esto merece otro artículo a parte). Lo que ha sucedido hoy en día es que ha surgido un pensamiento que defiende el relativismo, creyendo que han descubierto las Américas. Es el posmodernismo. Pero esto ya lo había hecho Protágoras en el siglo IV a. de C. Lo que sucede es que, igual que caló el relativismo sofístico en la joven democracia ateniense, también ha calado el posmodernismos en nuestras viejas y agotadas sociedades democráticas. El relativismo es la filosofía que se ajusta a las democracias. Pero aquí hay varias interpretaciones problemáticas. El problema, tanto en la sofistica como en el discurso posmoderno, es que el relativismo se convierte o da paso a la demagogia con lo que se transforma en un instrumento del poder que además se absolutiza. El relativismo mantiene que todo vale y esto es absoluto. Es una autocontradicción pero que interesa al poder. Porque cuando todo vale la opinión válida es la que defiende aquel que tiene más poder. Un sano relativismo mantendría que en democracia nadie tiene la verdad, que es una cuestión de consenso y de acuerdo; es decir, fruto del diálogo. Palabra griega que viene a significar que el logos, la razón, es lo común a los individuos. La democracia se desarrollaría por medio del diálogo. La razón es el instrumento, siempre provisional, por supuesto. Porque toda verdad es provisional y falible. Pero eso no quiere decir que sea relativa, que dependa de las circunstancias y mucho menos del poder. Este sano relativismo es la base de la democracia como diálogo crítico que exige la existencia de una comunidad de ciudadanos libres y autónomos. Cosa que nos hemos planteado y de la que tenemos serias dudas, por eso las democracias no acaban de cuajar, siendo la única alternativa al totalitarismo. Pero no es este relativismo que he expuesto aquí el que se defiende en las democracias actuales, ni en la demagogia en la que derivó la democracia ateniense, sino otro muy distinto. El relativismo de hoy en día es la eliminación absoluta de la verdad. El conocimiento no es falible, sino que no existe. Lo mismo le ocurre al bien, la belleza y la justicia. Todo es cuestión de opinión. Y a esto hemos llegado por un falso entendimiento sobre qué sea la libertad. Hemos confundido, más bien se nos ha engañado y la ciudadanía lo ha aceptado, la libertad de expresión con el respeto a las opiniones. Y hemos confundido el respeto a las opiniones con la equivalencia de las mismas. Puesto que yo tengo libertad de pensamiento y de opinión, mis opiniones deben ser respetadas y son igual de válidas que las de cualquier otro. Ahí reside el error. Las opiniones no son respetables. Y esto no es violar la libertad de expresión, sino fomentar la libertad como el uso autónomo y responsable, con esfuerzo, de la razón. Las opiniones están para ser discutidas y debatidas. Y no son equivalentes, las hay bien fundadas y mal fundadas. Las hay que son prejuicios, ideologías o creencias. Las hay doctas y documentadas por las pruebas y la razón. Las opiniones no son todas iguales. La tarea del ciudadano libre es traspasar el nivel de sus opiniones para transformarlas en ciencia, conocimiento bien fundado. Lo cual exige el autoconocimiento que viene mediatizado por la formación, es decir, la educación, la más bella corona.

 

            Pero esto nada tiene que ver con lo que le interesa al poder, por muy democrático que se declare, ni con el sistema educativo que defiende. El relativismo está en la raíz del propio sistema educativo en la medida en la que se pone en pie de igualdad al profesor con el alumno en el llamado proceso de enseñanza aprendizaje. Al profesor se le ha arrebatado la autoridad intelectual y moral con la intención de fomentar el relativismo del todo vale. El mal entendido respeto de las opiniones pone en pie de igualdad a los alumnos, profesores y padres, de tal forma que la enseñanza queda vaciada de contenido. El profesor no tiene nada que enseñar, puesto que está recluido en su opinión. Y esto es lo que realmente le interesa al poder. Que no se alcance ni la libertad ni la autonomía; pero haciendo pensar a la ciudadanía que son absolutamente libres y que sus opiniones son siempre válidas. Cuando se exige el respeto de las opiniones se cierran las puertas del conocimiento, cosa que al poder le interesa porque el conocimiento va ligado a la libertad y la virtud pública. Y estos son enemigos del poder. Para conocer es necesario el reconocimiento de la docta ignorancia, el saber que no se sabe. El reconocimiento de que nuestras opiniones se pueden superar y que hay señores que tiene más conocimiento que yo y son una autoridad para mi de las que yo puedo aprender. Por ello, los que tiene el conocimiento tienen autoridad y yo les debo respeto. Éste es el fundamento de la enseñanza y la apertura al saber. Pero nada más lejos del sistema de enseñanza actual, que como digo, no es más que un vehículo de propaganda, da lo mismo la derecha que la izquierda. El poder siempre es el poder. Desde la enseñanza se fomenta el relativismo identificándolo con la libertad. Pero esto es un error. El relativismo es una tiranía, la tiranía de las opiniones. Aquel que considera que sus opiniones son respetable y perfectamente equivalentes a las de cualquiera, empezando por su profesor, es esclavo de sus opiniones y está condenado a la ignorancia y al vicio, lo contrario de la virtud público. Pero todo ello se hace en nombre de la sacrosanta libertad de opinión. Pero la libertad de opinión tendría que ser la libertad de buscar las verdades provisionales y la virtud. Todo ello desde la razón que es lo común. Pero lo que interesa al poder no es la formación de ciudadanos, sino de máquinas, clones, que obedezcan sumisos al sistema y que crean disfrutar de una falsa libertad cuando, en realidad, no son más que esclavos de sus opiniones, que ni siquiera les pertenecen, sino que vienen de fuera, precisamente de lo que al poder le interese que piensen. Y esa es la situación de la enseñanza como sistema de propaganda para perpetuar el poder. Del sistema de enseñanza no salen ciudadanos, sino individuos intercambiables en el mundo laboral, engañados con una formación permanente (como si esto fuese una novedad: la educación no tiene fin, como decía Popper, educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia) para enriquecer a los más ricos. Se trata de producir individuos autosatisfechos que tiene su capacidad de crítica extirpada en la medida en la que se han convertido en esclavos de las opiniones. Son viejos de catorce años. Cambiar el sistema educativo exige una reflexión sería y profunda sobre el sistema democrático realmente existente, que para nada es la democracia.

 

 

                                   19 de febrero de 2010

 

            John Gray es un autor interesantísimo al que tengo que leer. Acabo de leer un libro suyo que consta de una conferencia y una entrevista. Su pensamiento es demoledor, pero lúcido. Un ataque tremendo a la idea de progreso y a las utopías. En la línea en la que yo vengo reflexionando. Hay dos libros al respecto que tengo que leerme del autor: Perros de paja y contra el progreso.

 

            La idea es importante. La creencia en el progreso no es más que la necesidad de creer que viene después de la caída de las religiones tradicionales y de las utopías políticas. No hay progreso en la humanidad. Ni siquiera podemos hablar claramente de un progreso tecnicocientífico. Todo progreso en la ciencia tiene implicaciones sociales devastadoras y ambientales, por supuesto. Si entendemos el progreso separadamente de la ética y la política, pues sí se puede hablar de progreso tecnocientífico, pero esto es erróneo. La actividad científica y técnica se dan dentro del marco social. Tampoco hay un progreso moral. Hemos conquistado los derechos humanos, abolido la tortura, pero en los últimos decenios estamos volviendo a un estado de barbarie. Los totalitarismos acechan por doquier, se admite la tortura en los países más “civilizados”. La democracia ha degenerado en un totalitarismo débil. El progreso moral y político es un mito. La historia nos enseña que entre progreso y progreso hay tremendos retrocesos. El siglo XXI se nos presenta como una amenaza de nihilismo y fascismo. De ahí que se intente mantener la creencia en la idea de progreso. Sin el concepto del progreso lo que nos queda es la nada, la provisionalidad. Nuestro futuro es incierto. El cambio climático está en marcha hace tiempo, lo único que podemos hacer es paliar los efectos catastróficos. La crisis económica y energética es sistémica. Es necesario reestructurar todo nuestro modo social. Pero frente a estos peligros lo que surgirán serán tremendos enfrentamientos por los recursos energéticos y alimenticios. No es el fin del mundo, es el fin de nuestra civilización. La creencia en el progreso de la ciencia y la técnica ha sido una barbarie ilustrada, o una perversión de la ilustración. Ni nuestros políticos ni nuestros economistas lo aceptan. Quieren seguir con el mito. Porque sin él lo que nos queda es el abismo.

 

19 de febrero de 2010

 

 

Comentario a los artículos de Cesar y Alicia.

 

            Como os dije me han parecido estupendos y me han dado que pensar porque, de alguna manera, me he planteado esos problemas desde otras perspectivas. No quiero cansaros ni robaros tiempo así que haré, porque os lo dije, y como deferencia con vosotros, unos breves comentarios telegráficos de vuestros artículos.

 

Cesar.

 

            La estructura de tu artículo es impecable para llegar, a mi modo de ver, o conclusiones que yo saco, a un problema de tremenda importancia, la mundialización de la justicia o de la ética. Lo que intentas es buscar un fundamento metafísico en la propia naturaleza del ser humano que pueda abrir las puertas para este reto con el que nos enfrentamos en el siglo recién inaugurado. La categorización del hombre como homo mobiles es muy interesante y vertebra lo que vas a decir después. Ese homo mobiles no es sólo espacial sino interior. Vamos forjando nuestra interioridad culturalmente y en relación con el otro. Somos a partir del otro y el otro es a partir nuestra. De ahí que seamos animales sociales. Y es nuestra predisposición genética la que nos hace así. Ahora bien, es el desarrollo cultural-histórico el que singulariza nuestra conciencia. Es muy interesante un libro que acabo de leer de la historiadora americana Lyn Hunt La invención de los derechos humanos. Relaciona la invención de los derechos humanos con la empatía. Facultad estrictamente natural recogida y estudiada por la etología. Ahora bien, esa capacidad empática que tiene el ser humano como homo sapiens sapiens se realiza en la historia. Tiene, digamos, una historicidad. La pregunta que se hace Hunt es por qué en el siglo XVIII se declararon los derechos humanos como evidentes, tanto en la declaración americana como en la francesa. Y su estudio y la tesis que defiende es que se transforma la intimidad del hombre por medio de las transformaciones sociales de los modos de convivencia. Tres cosas son importante a tener en cuenta: la transformación de la vivienda que da lugar a la aparición de habitaciones individuales que fomentan la soledad y el ensimismamiento y esto nos hace salir de la animalidad. Aparece la vergüenza de las intimidades con lo cual al acentuarse nuestra intimidad somos capaces de vernos reflejados en el otro…Por otro lado aparece la novela, y como caso paradigmático, La nueva Eloisa de Rousseau. Las novelas juegan un papel importante porque hacen posible ponerse en el lugar del otro. Y concebimos al otro como otro yo con pensamientos y sentimientos, un ser sufriente como nosostros. Y esta capacidad de empatía rompe las barreras sociales. Da lugar al nacimiento del concepto de igualdad. Por tanto, son las nuevas formas culturales las que potencian la empatía natural del hombre que son las que le van a permitir proclamar los derechos fundamentales del hombre: libertad, igualdad, fraternidad. En tercer lugar habría que añadir el arte pictórico. En el siglo XVIII empiezan a aparecer los retratos y se busca la semejanza del personaje, la identidad. Pero ya no son sólo retratos de los nobles y el clero, sino que accede también la clase emergente, que es una clase media burguesa. El retrato es otro potenciador de la empatía natural humana. Habría que añadir a estos fenómenos culturales un cuarto: la crítica a la tortura. Es precisamente, la empatía que se va desarrollando al irse haciendo evidente la igualdad de los hombres la que hace capaz de ponerse en el lugar del otro. Y es esto precisamente lo que hace que la tortura, antes un espectáculo divertido, comience a aparecer como algo horrible. Con todo ello quiero decir que los derechos humanos son una invención, una tabla de salvación ética, siguiendo a Marina que surgen de la potenciación de la empatía. Y creo que esto puede ilustrar históricamente la tesis que tú mantienes en tu artículo. Pero hay una pega. Sólo con la empatía y la ética que de ella surge no se pueden realizar los derechos humanos. El mundo en que nos encontramos doscientos años después no ha realizado ni universalizado los derechos humanos. Creo que algo tiene que fallar y te lo comentaré al final.

 

            Me parece estupendo el análisis filosófico histórico que haces de la obra de Pico de la Mirandola. Es una de mis obras preferidas (la tengo puesta en mi blog personal) Discurso sobre el origen de la dignidad humana. Pero hay otra obra en contraposición a éste y que la relacionaré con el artículo de Alicia. La de La Boète, Discurso sobre la servidumbre humana voluntaria. Me parece interesante tu apunte de cómo hubiese sido la modernidad si se hubiese seguido la obra de Mirandola en lugar del desarrollo de la modernidad a partir de Descartes y el concepto de la subjetividad como identidad. Por el contrario, el concepto de dignidad conlleva la alteridad. Y esto lo vemos muy claro también en la obra de Bartolomé de las Casas y el padre Vitoria que fundan el derecho de gentes tras la confrontación y aniquilación cultural con las indias y que serán la base teórica de los futuros derechos humanos. Pero la historia siguió otros derroteros por muchas causas. El ideal cartesiano hizo posible la racionalizacin del mundo por medio de la razón matemática. El mundo se reduce a lo mecánico. Y esto hizo posible el surgimiento de la ciencia. La razón y la subjetividad se identifican con la razón matemática y científica, que es una razón cuantificadora que reduce lo real a la magnitud. El camino de las ciencias se inicia con Descartes hasta nuestros días y se lleva por delante al sujeto y a la ética. El último desarrollo, a mi modo de ver de la modernidad cartesiana, es el desarrollo de la economía como ciencia matemática que elimina al individuo. La economía era una ciencia moral en el siglo XIX, en sus orígenes. Pero el mito de la racionalización que arranca de Descartes y que amplifica una ilustración mal entendida que transforma a la razón científica en una diosa, se lleva por delante al sujeto al considerarlo como una identidad. Y si eso es así, entonces se puede hacer ciencia del sujeto sin contar con él. Y esto es lo que ha ocurrido en la economía, por eso el modelo de las ciencias económicas ha fracasado y está anclado en un paradigma agotado, pero éste es otro tema. Pero también ha ocurrido en la pedagogía, y de ahí el sistema de enseñanza que tenemos y que empezaréis a sufrir ahora en la universidad. Al seguir la línea de la identidad nos hemos quedado sin lo verdaderamente importante del hombre que es la alteridad. El sujeto se construye a través del otro biográfica e históricamente. Y esto no se agota en la razón mecánica. Ni la sociología, ni la psicología, ni la economía pueden entender al hombre. Simplemente lo instrumentalizan. De ahí que nuestro orden social apoyado en este mito científico no produce sujetos autónomos, sino clones. Individuos perfectamente intercambiables que es lo que al final al poder realmente le interesa. Y esto último también tiene que ver con el artículo de Alicia.

 

            Tus últimas reflexiones son sobre el exotismo de Segalen y la alteridad de Levinas. Relacionas el exotismo con el mito de Proteo. Proteo como categoría para entender la naturaleza humana como homo mobilis. El problema es que es precisamente nuestro carácter proteico el que nos ha convertido en un cáncer para el planeta. Y no es que yo sea un ecologista ingenuo que defienda la tierra y los animales, que también, pero lo característico del cáncer es que cuando acaba con el huésped, él también muere. Nuestro espíritu proteico nos lleva a la autoaniquilación, o, al menos, al fin de la civilización tal y como la conocemos. Aquí sigo el pensamiento de mi amigo Jorge Riechmann, la ética de la autocontención y el cuidado. Es necesario un cambio de paradigma si queremos salvar la civilización humana. Pero un cambio de paradigma es una revolución ético, política y económica. He discutido con Riechmann este asunto. Él piensa que es posible este cambio de paradigma de forma suave, es decir, dirigido políticamente. Aunque en su última obra La habitación de Pascal es ya más pesimista y se autocalifica de pesimista activista. Yo pienso, por el contrario, que el cambio de paradigma, y no sabemos el que va a venir, se producirá por un choque. Un agotamiento de la civilización por agotamiento de la economía capitalista (crisis sistémica) y de los recursos energéticos de los que nos alimentamos. El cambio no será una elección, sino una necesidad. Y ahí es donde entra tu concepto de alteridad sacado de Levinas y su experiencia en la Soha. Riechamann, por su parte, recomienda la vuelta a una ética epicúrea. Creo que ambas éticas se podrían complementar. Pero veo dos problemas. Una en la de Riechmann, con el que ya lo discutí, y otra en la tuya. La ética epicúrea de Riechaman es una ética del sabio y no todo el mundo está al alcance de ella, necesita de la disciplina y la austeridad. Lo podemos hacer voluntariamente en nuestro camino a la sabiduría, o a la fuerza porque estamos sumidos en la miseria y carecemos de recursos, pero entonces no seremos sabios sino desgraciados y resentidos. No creo que toda la humanidad sea capaz de alcanzar esta ética. Y el concepto de alteridad que tú barajas creo que tropieza con un principio kantiano. La insociable sociabilidad del hombre. Somos alteridad, pero somos egoísmo y ambos vienen marcados genéticamente. Y ahora, para terminar, enlazo con lo de los derechos humanos. ¿Por qué no se han podido realizar y probablemente no se realicen? Porque nuestra naturaleza no es sólo empatía, sino egoísmo. Y esto es lo que la sociobiología, hoy llamada psicología evolutiva, viene a llamar el altruismo recíproco. Pero, claro, esto nos lleva a una ética naturalista nihilista, si seguimos las consecuencias de la idea de Darwin. A éste respecto es muy interesante el último libro de Carlos Castrodeza La darwinización del mundo, el tercero de una trilogía. Pero aquí ya habría que empezar a hablar de otros temas.

 

            Una cosa más querría añadir. Creo que sería necesario la recuperación del concepto de cosmopolitismo, no como unión de cosmos y polis, sino en su dimensión ética. El cosmopolita es el que ve en el otro otro ser humano. Ésta es la dimensión ética del cosmopolitismo. Es interesante para esta reflexión ver la obra de la filósofa norteamericana Nussbaun

 

Alicia.

 

Me ha parecido tu artículo muy interesante. No conocía esa obra de Jean Luc Nancy, pero ya la tengo encargada. La verdad es que la tesis más interesante, a mi modo de ver, que se defiende en la obra de Nancy y que tú desarrollas en tu artículo es que si queremos recuperar la verdad de la democracia (eso de la verdad es problemático como señalas, ya ofreceré mi visión) es la separación entre política y democracia. La política es gestión y la democracia tendría que ver con un sustrato de verdad ética y política en el sentido de convivencia en la polis.

 

            El problema que se plantea al identificar la política como gestión con la democracia es que la primera anula a la segunda. Es la política como gestión democrática la que anula la democracia misma. Claro, lo que cabe pensar aquí es que al poder político, a los partidos –por eso no estamos en democracia, sino en partitocracias oligárquicas- no les interesa para nada la democracia. Y menos la verdad de la democracia de la que habla Nancy. En mis escritos y reflexiones he definido la democracia (su verdad) como la capacidad de disentir. En esto he seguido muy de cerca la obra de Paolo Flores D´Arcais, fundamentalmente El disidente y el soberano. Estas reflexiones las tengo recogidas en un capítulo de mi libro Filosofía desde la trinchera titulado, precisamente, La democracia como disidencia. En fin, para resumir, la verdad de la democracia reside en la autonomía del individuo. Y esta autonomía se conquista por primera vez en Grecia. Hay una similitud entre el cosmos y la democracia. La idea de cosmos implica la eliminación de las explicaciones trascendentes. El mundo tiene un orden inmanente. El proceso del surgimiento de la filosofía culmina con la conquista de la democracia. La democracia supone la autonomía del individuo frente a la trascendencia. El demos es autónomo en la medida en la que se da a sí mismo la ley. Pero la autonomía es libertad. Por eso la democracia es el descubrimiento de la isonomía, igualdad ante la ley e isegoria, igualdad de palabra. Hoy diríamos la libertad de expresión. Pero, ¿qué hace falta para que una democracia se pueda poner en práctica? Pues ciudadanos autónomos; es decir, libres. Y el ciudadano libre es el que piensa por sí mismo y tiene capacidad de disentir, pensar de otra manera, discrepar. Por eso la democracia implica la pluralidad. Autonomía, libertad, pluralidad.

 

            Pero ahora viene el problema, al poder político, que no está solo, además, pero no vamos a entrar ahora en ello, no le interesa para nada ni la autonomía, ni la libertad, ni la pluralidad. Es más, probablemente habría que preguntarse si es posible la gobernabilidad desde la verdad de la democracia. Yo creo que sí, pero nunca plenamente. Entiendo el ideal democrático, además de cómo una forma de vida, un ethos, como una idea regulativa de la razón práctica política. Siguiendo a Kant el quiliasmo de la humanidad. Pero las ideas regulativas son ideas y dirigen desde la infinitud asintótica la acción. Por eso la democracia no es un gobierno perfecto, sino el único perfectible. Todo gobierno que se considera perfecto es una forma de totalitarismo. Las democracias, tal y como se nos presentan hoy en día, no respeten ni la autonomía, ni la libertad, ni la pluralidad. Para empezar tenemos un pensamiento único con variaciones meramente epidérmicas o folclóricas entre la derecha y la izquierda. Más que nada para entretener y distraer al pueblo. Ahora bien, si lo que existe es un pensamiento único, ya no hay posibilidad de discrepancia, ni de disidencia. Se anula la verdad de la democracia. La democracia se ha convertido en el mejor engaño de los poderosos para mantener a la ciudadanía en su estado de súbditos, sujetos heterónomos. Pero, ¿por qué ocurre esto? Mis reflexiones arrancan de la obra de La Boète Discurso sobre la servidumbre humana voluntaria y llegan a Kant ¿Qué es la ilustración? Vamos a ver, el hombre acepta voluntariamente ser siervo. Renunciamos a nuestra libertad por la seguridad. El miedo es lo que nos hace renunciar a la capacidad de disentir. Y esto tiene sus fundamentos biológicos. Somos animales sociales y tribales; es decir, que nuestra organización social es jerárquica y aceptamos por naturaleza esa jerarquía. Ahora bien, como seres históricos que somos hemos inventado la democracia para defender los valores de la libertad y la igualdad. (También inventados) Pero esa no es nuestra naturaleza, es una conquista histórica. Por eso nuestras democracias reales no son democráticas. El mejor ejemplo son los partidos políticos. En un partido político lo que vale es la lucha por el poder y la obediencia al lider, la heteronomía. Si los partidos políticos son los garantes de la democracia, qué democracia tenemos. Pues mera máscara. Gestión, como dices tu siguiendo a Nancy. Pero hay más, la democracia se ha convertido en boca de los políticos en ideología; es decir, una forma falsa de enmascarar la realidad. Se hace pensar al individuo que vive en democracia cuando en realidad está en un régimen totalitario, débil o sutil, si se quiere, pero totalitario. Hace unos días me invitaron como ponente a unas jornadas sobre ética y periodismo y precisamente defendía esta tesis: las democracias neoliberales actuales son totalitarismos encubiertos que se mantienen por el control de los medios de comunicación que les sirven como propaganda y manipulación de las mentes convirtiendo a los ciudadanos en vasallos. Por eso, en las democracias realmente existente, la política ha absorbido a la democracia, pero, encima, la ha convertido en una ideología para adoctrinar y dominar. Los medios de comunicación son los altavoces de esa ideología produciendo clones al estilo más orwelliano. Por eso, la recuperación de la democracia es la recuperación de la disidencia. Por su parte Hume nos plantea una paradoja, la paradoja de la libertad. El hombre nada valora más que su libertad pero fácilmente la pone en manos de los poderosos para ganarse su seguridad. Es decir, renunciamos a la libertad por la seguridad. Y esto lo vemos a diario. El avance en las leyes es el avance en la seguridad y en la pérdida de libertad y todo ello desde el fondo del miedo que se nos transmite. Y, como dije antes, esto está en nuestra propia naturaleza biológica: somos tribales. Y kant nos dice en ¿Qué es la ilustración? Que el hombre es autoculpable de su minoría de edad. Son la pereza y el miedo los que le impiden llegar a la autonomía. Pero Kant es un ilustrado optimista y a pesar de que decía que no estábamos en una época ilustrada sino de ilustración, pensaba en la posibilidad de la ilustración de la humanidad. Y el vehículo sería la educación universal. Pero aquí está el error. La educación, por sí misma, no garantiza la ilustración. Es más, la educación, es el vehículo por el que se transmite la ideología del poder. Lo que ha ocurrido en estos últimos veinte años con el sistema educativo en España lo certifica. Y ahora le ha tocado a la universidad. En fin, que el hombre por su propia naturaleza no alcanza la mayoría de edad, solo en algunos caso, que, por supuesto, hay que tender a que sean los máximos posibles. Y con esto llego al final. La democracia es un ideal utópico, lo podríamos llamar anarquismo en el sentido moral, porque políticamente éste es inviable. La democracia sería la autonomía moral de todos los ciudadanos. Y esto exige la recuperación de la verdad de la democracia y, como condición necesaria, que la ciudadanía entienda la separación entre política y democracia. Si esto es posible la actitud de los ciudadanos frente a los políticos no sería la de la sumisión o la apatía, sino la de la rebeldía. La democracia sería, como dije antes, una idea regulativa que tiene como horizonte la autonomía de los ciudadanos, el anarquismo moral, como señala Chomski. Y la actividad política debe ir encaminada a la consecución de este fin de la historia, lo de La paz perpetua. Pero esto exige algo también importante. La ética debe formar parte de la política, algo que el realismo político ha eliminado y no aceptaría. Pero, si queremos la salvación de la civilización y de los valores ilustrados y democráticos, es necesario la recuperación de una ética cosmopolita que cuaje en la posibilidad de una legislación internacional vinculante. En fin, el ideal kantiano que mencioné anteriormente.

18 de febrero de 2010

 

Carta a A. F.

 

Empiezo por el final. El autor no es Zubiri. De éste aunque leí algo en teología y teodicea, poco me ha interesado. Incluso leí algunos textos sobre la materia para la tesis de la mecánica cuántica, pero su pensamiento no lleva a ninguna parte. Es oscurantismo. Me refería al que ya te he citado algunas veces, Carlos Castrodeza.

 

            De Isaiah Berlin conozco su pensamiento político. Especialmente su obra mayor “Cuatro ensayos sobre la libertad humana.”  Hombre muy importante y clave en el liberalismo contemporáneo. Pero, con un problema. Él junto con Hayek han sido utilizados por la derecha económica para encontrar un fundamento filosófico al neoliberalismo que no es más que el capitalismo salvaje. He escrito un pequeño artículo para esbozos sobre Darendorf, otro liberal fallecido el año pasado, a partir de una obra sobre los intelectuales y la resistencia de la libertad frente a los fascismos. En la obra se estudian cuatro autores que pertenecen a la misma década 1900-1910, y es un canto y un elogio a la libertad frente a los totalitarismos. Además de los dos citados están, Popper y Norberto Bobbio. Naturalmente yo al que más conozco es a Popper y al que menos a Hayek. Lo que sé es que todos lucharon contra el totalitarismo y que la derecha neoliberal, otra forma de totalitarismo, los ha utilizado. En fin, ya lo leerás. En cuanto al objeto de la filosofía que me citas de Berlin, estoy de acuerdo con él, pero yo lo amplio. En primero de filosofía me dedico a elaborar un concepto de filosofía propio durante tres meses. Lo que dice Berlin es cierto, pero escaso. Yo parto de Popper, pero lo trasciendo. La filosofía es, en su dimensión teórica, un discurso de segundo orden que parte de las ciencias y de otros saberes para plantearse dos problemas generales. El problema cosmológico y el epistemológico. Además, la filosofía es un saber práctico que se ocupa de la felicidad, el bien y la justicia. Por tanto, la ética y la teoría política. Y la actitud básica de la filosofía es el racionalismo crítico que parte de la docta ignorancia. Y, con esto, y si no eres academicista y te dedicas a la filosofía mundana, que diría Kant, pues puedes tener una imagen general del mundo y de la vida humana. Toda una filosofía, aunque renunciando ya al ideal de sistema filosófico puesto que el gran acervo del conocimiento lo trasciende. Lo de Berlin es cierto, pero escaso.

 

Y ahora viene lo gordo. El desencanto es normal. Pero tienes que hacerte un hueco entre esas honrosas excepciones para tener comunicación filosófica. En mi primer curso estuve a punto de venirme más de una vez para el pueblo. No entendía que siendo la filosofía el diálogo, la crítica, entonces sólo lo barruntaba, en la facultad lo que había era dogmatismo, incomprensión e incomunicación. Pero ten paciencia, encontrarás verdaderos filósofos. Si la universidad es un páramo, mucho más lo son los institutos. Después de veinticinco años dedicado a la filosofía, sigo, en solitario dedicándome a ella a diario. Es más, no entendería la vida sin el estudio de la filosofía. Pero mi camino me ha llevado a una incomunicación casi absoluta que me ha hecho un filósofo sui generis alejado del mundo académico, pero al fin filósofo más que la inmensa mayoría de los académicos, que no son más que profesionales y, algunos, de los malos. Y espera que la cosa, con Bolonia, se pondrá peor. Si algo está mal siempre puede empeorar y eso le va a ocurrir a la universidad. En parte me alegro porque durante veinte años que llevan destrozando la enseñanza secundaria entre los pedagogos, los políticos y el capital, nunca nos han echado una mano. Ahora les tocó a ellos, que se jodan. En mi caso he utilizado la rebeldía, la desobediencia civil hasta que algún inspector de turno me quiera empapelar, entonces sólo me quedará el principio constitucional de la libertad de cátedra. En fin, que tienes que resistir y encontrar el hueco y has empezado por buen camino. Aunque no participo de la filosofía de Choza, es un buen filósofo, honesto, buen maestro y profesor. Está bien eso de ir a tu ritmo, pero no te despegues, ni desconectes del todo. Devora todo el conocimiento que puedas, desde el que te puede aportar el profesor, pasando por los libros (lo principal) hasta la filosofía callejera, muy útil, por cierto, pero, cuidado, que se puede quedar uno en la cuneta.

 

            Y, por último, lo de las notas. Ya te ha dado el disgusto el señor Mancha, lo siento, pero se aprende de los errores. Muy bien tu actitud al hablar con él, escuchar. Éste es de los que se cree poseedor de la verdad absoluta, es muy buen profesor y gran erudito (historia de la ciencia), pero como persona es intratable. Yo no tuve problemas con él y lo tuve dos años, uno de ellos optativo. Pero me cascó un aprobado en filosofía de la ciencia cuando era el alumno que más sabia de todo el curso. De todas formas sólo me superó un notable del número uno de la clase. Y yo tuve la desventaja de hacer el examen oral porque no entendía mi letra. Ya te imaginas, ¿no? El primer paso lo has dado, hablar con él. Ya sabes en qué has fallado, ahora tienes que apechugar. ¿El examen es para Junio, o ya para septiembre? Si es para septiembre podríamos hacer algo. En cuanto a las demás notas están muy bien, pero no son excelentes. Yo te confieso que nunca me preocupé en la carrera de las notas, yo iba por la filosofía. Pero la competencia es tremenda. Si quieres hacerte un hueco tienes que ser brillante y tú lo eres. No basta con serlo, hay que demostrarlo en la práctica. Mi desencanto con la universidad fue del mismo estilo que el tuyo y me olvidé totalmente del expediente, aunque creo que quedé el tercero, y eso es un error. Es muy difícil dedicarse a la filosofía, al estudio diario fuera del ámbito académico. Todo el impulso depende de ti. No hablas con nadie, no asistes a congresos, ni a jornadas, ni seminarios. Sólo aguantar la ignorancia ramplona de los institutos. En mi caso, si no me dedicase a la filosofía no soportaría el instituto. El consuelo de la filosofía, que decía Boecio. No desesperes, siempre se aprende de los desengaños. Las idealizaciones chocan siempre con la realidad, que es más roma y prosaica. Pero sin ilusiones no se puede vivir. La esperanza es una categoría esencial de lo humano. Sin esperanza no hay vida. De ahí, que el fin de la religión sea el fin de la esperanza y nos aboca a los mensajes mesiánicos totalitarios o al nihilismo. Ambos son erróneos. Hay que aprender a vivir en la provisionalidad y desde la provisionalidad. Aceptar la finitud.

 

Saludos,

 

Juan Pedro.

 

 

 

                                   19 de febrero de 2010

 

Efectivamente Raus. El libro de Carlos Elias La razón extrangulada es claro y contundente. Un poco cientificista, pero mucho mejor que el naufragio que está produciendo la sinrazón del posmodernismo. El igualitarismo/relativismo es el fin del pensamiento. Y esto procede de la filosofía. El caso del declive de la ciencia no es más que una consecuencia. Como ocurre en el arte y usted muy bien ha analizado. O como sucede en política. Pero, en definitiva, el relativismo y el igualitarismo, en fin, el menosprecio de la auténtica democracia que la encontramos en la oración fúnebre de Pericles y que aboga por la excelencia, es interesado. Quiero decir con ello que al poder le interesa esa ideología. Y no debemos olvidar que la educación no es más que un mecanismo de propaganda de la ideología del poder. Con ese igualitarismo lo que se nos quiere hacer pensar es que vivimos en una democracia plena, casi en un mundo feliz. En definitiva, esto es opio. Porque ese igualitarismo, como conlleva el relativismo, que sufrimos en la enseñanza, porque va aparejado a la pérdida de la autoridad moral e intelectual, no es más que una falsificación para justificar el poder del fuerte. Si todo es relativo y todo se puede defender, entonces la opinión que más vale y que se impone es la del más fuerte. Pero el más fuerte no tiene la razón, sólo la fuerza. Y esto es lo que viene ocurriendo en la política internacional y en la nacional. Y lo que sucede en educación no es más que una consecuencia de esto. La ideología posmoderna igualitarista/relativista se ha impuesto por la fuerza, no por la razón. Para eso se ha vaciado de contenido las conciencias de los ciudadanos y se les ha alimentado con pan y circo, una falsa felicidad. Lo que es la sociedad del consumo que ha producido a un ser individualista y egoísta que no es capaz de mirar más allá de su propio ombligo y de su placer inmediato, un señorito satisfecho, un caprichoso y consentido, carente de voluntad, fuerza y carácter. El sistema de enseñanza es el vehículo de esta ideología. La cosa tiene mala solución en la media en la que los futuros profesores, ya muchos, han pasado por la LOGSE y el sistema de oposición ideologizada para acceder al cuerpo de profesores de secundaria Son un engranaje más dentro del sistema. Pero todavía tienen que llegar los que procedan del plan Bolonia. La universidad se vaciará de sus contenidos y las carreras que tengan su salida en la secundaria, las teóricas, para más gravedad, están viendo reducidos sus contenidos en un porcentaje altísimo. Y a ello hay que añadirle la ideologización que sufrirán por los masters psicopedagógicos, una comedura de tarro que no serán capaces ni de distinguir porque su capacidad crítica ya ha sido extirpada de antemano Los profesores, para lo poco que tendrán que enseñar, se podrán dividir entro los de humanidades y sociales y los de ciencias. Cualquiera podrá dar cualquier asignatura. Se acabó lo de la afinidad. Los contenidos son mínimos y hace falta saber poco. Y los futuros licenciados sabrán muy poco, pero de unas cuantas disciplinas de su ámbito, se acabó el conocimiento profundo y especializado, la excelencia del saber en la que se basa la autoridad en su raíz latina, vuelta a la escuela en peor versión, porque la enseñanza en la escuela es la más importante, pero ésta ya se anuló previamente. Nos aproximamos políticamente a una época neofascista y nihilista y la educación es el instrumento que se está utilizando para adoctrinar. Estamos asistiendo al fin de la modernidad, de la civilización basada en la razón, el respeto, la tolerancia, la libertad. Es más, todo ello se utiliza como neolengua en un mundo orwelliano orquestado por el poder. Urge recuperar la ilustración que considero que no es un proyecto frustrado, sino inacabado. Pero éste es otro tema.

 

 

 

                                    29 de enero de 2010

 

            El otro día, hablando con un amigo socialista, que uno los tiene, aunque políticamente los considere equivocados, no enemigos, puesto que no milito en ningun partido, me dijo que una fuerza política que ha aparecido en nuestra localidad a raíz de la reivindicación contra la refinería pecaba de infantilismo político. Yo, en principio, estaba de acuerdo con él, pero creo que por razones o perspectivas de las mismas distintas. Para mí, el infantilismo del que hablaba mi amigo socialista era la ingenuidad, que en política las cosas se hacen de otra manera que no son democráticas, ni por consenso. Es decir, que lo que él vendría a defender es el realismo político. Éste que en nuestro siglo XXI se ha transformado, a mi modo de ver, en el fin de la política y que nos puede llevar al nihilismo y los fascismos, como ya he señalado. La política de verdad es una lucha por el poder, una lucha de intercambio de intereses y favores, relacionada férreamente con los intereses económicos; en fin, en la política posmoderna poco importan las ideales y las ideologías. Es más, éstas puede ser que, incluso, entorpezcan. Lo único que interesa es la demagogia para cautivar al electorado. Esto sí. Luego todos participan de la misma ideología que es la que venimos llamando aquí el orden democrático neoliberal. Pero esa agrupación de electores a la que se acusa de infantilismo, por el contrario, tiene ideas, lucha por la defensa de las mismas y, sobre todo, reivindica la claridad y transparencia democrática exigiendo un respeto a las instituciones que los políticos representan. Claro, el problema es que esto hoy en día es anacrónico. Cómo se van a defender ideas, si de lo que se trata es de mantener una cuota de poder. El realismo político, la razón de estado, junto con la alianza entre los poderes fácticos y ayudada por el relativismo posmoderno ha dado al traste con la política en su sentido original. La ha profesionalizado y la ha convertido en un modo de medrar en la sociedad. En definitiva, nadie quiere cambiar nada, todos persiguen el poder, y nada más. Los ciudadanos son cómplices porque se han dejado engañar y se han autoengañado, pensando que existen diferencias, cuando los partidos mayoritarios son iguales, no presentan ningún tipo de alternativa. Viven bajo el mismo yugo del pensamiento único. El ciudadano está desideologizado y sin ideas. El relativismo les ha llevado a pensar que todas las ideas son iguales, que todo se puede defender. En definitiva, este relativismo les ha llevado a la eliminación del pensamiento. Y sin pensamiento se han convertido en maquinas manipulables. Hemos perdido nuestra dignidad. Por eso estos grupos alternativos, a mi modo de ver, son un grito en el desierto de lo real, que nos pretenden hacer ver que el mundo es de otra manera. Que la realidad no es la que nos muestran, que es la que aceptamos con facilidad y sin crítica, sino otra muy distinta. Estos grupos reivindican una regeneración de la democracia, en la medida de lo posible. Una recuperación de la dignidad de los ciudadanos, la libertad y la crítica a los relativismos. Por eso no creo yo que pequen de infantilismo político, sino de heroísmo, dados los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Como se ve las razones son las mismas, pero las consecuencias distintas.

 

            En otro orden de cosas, quisiera comentar brevemente la huida hacia delante del sistema polítco-económico español. Ahora resulta que una de las propuestas para salvar el sistema de pensiones y la seguridad social es aumentar la edad de jubilación. Una prueba más de que los políticos están inmersos en el paradigma económico neoliberal capitalista, cuyo modelo es el del crecimiento ilimitado como ya hemos analizado aquí. Mal camino. La propuesta de economía sostenible no es más que más liberalismo económico, con las trampas de éste, porque en verdad exige la intervención política para su conveniencia. No hay economía sostenible. No se puede crecer sosteniblemente de forma ilimitada. Este es el engaño de la sostenibilidad. El objetivo es el decrecimiento. En cuanto a lo de las pensiones ya se nos vuelve a asustar y meternos el miedo en el cuerpo para que obedezcamos sumisos. Lo que necesitamos es un cambio absoluto de paradigma que cambie la ideología del crecimiento ilimitado por la del decrecimiento. Entre otras cosas al paradigma del decrecimiento contempla la redistribución del trabajo reduciendo significativamente la jornada laboral, aumentando las vacaciones y fomentando las relaciones humanas y de creación. En una sociedad del decrecimiento el objetivo no es la producción, sino la vida humana. Nuestra sociedad es una sociedad alienada. Vivimos para producir. El análisis del Marx es correcto, pero falla en el ámbito ecológico. El problema de Marx es que sigue inmerso en el paradigma de la productividad. Y éste es del que trata de salir la filosofía y el modelo económico del decrecimiento. Es la única salida que tenemos, si no queremos darnos el trompazo contra la pared de los límites del planeta que ya hemos superado ostensiblemente. Vivimos del crédito, pero éste tampoco es ilimitado. La aparente salida de la crisis no es más que un espejismo. Nos queda poco tiempo y tenemos que revalorizar nuestra sociedad. Es decir, tenemos que recuperar otros valores que no sean los de la productividad y los económicos. Si no somos capaces de crear este nuevo sistema de valores, seguiremos alienados y viviendo en el engaño. Pero el problema ya no es sólo el engaño, sino que está en juego el fin de la civilización humana. Y que se sepa, esto al planeta tampoco le importa mucho. Hemos de eliminar el antropocentrismo en el que estamos sumergidos y cambiarlo por el ecocentrismo, puesto que somos miembros del ecosistema. Y éste ha de ser el nuevo humanismo. Recuperar la vida humana frente a la vida económica y firmar la paz con nuestra biosfera, porque la guerra la tenemos perdida, aunque arrastremos con nosotros a millones de especies.