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Filosofía desde la trinchera

Reflexiones de un francotirador

Cada vez me certifico más en el diagnóstico de que vivimos en una sociedad que ha dado lugar al nihilismo y que éste genera el fascismo. Considero, como he señalado en múltiples ocasiones, que nuestra sociedad está encaminada hacia el fascismo, el económico es ya un hecho, gobiernan los gestores de las grandes multinacionales. Es curioso que los políticos de primera línea mundial tengan intereses muy concretos y lucrativos en estas empresas, ello dice bastante del sentido del orden mundial. Pero este fascismo económico nos llevará de la mano hacia el fascismo político. El gran engaño de occidente ha sido perpetrado. La sociedad orwelliana es una realidad. Hay una inmensa ideología que, promulgando una libertad aparente, lo que fomenta es la obediencia y la sumisión, pero desde la más absoluta ignorancia e inconsciencia. El desarrollo de las fuerzas productivas, la base material de la historia, ha generado un tipo de “individuo” instalado en el mayor de los nihilismos. Primero se ha fomentado el relativismo, la apariencia de la libertad de expresión, de ideas y de consciencia, cuando realmente sólo existe una única consciencia que lo abarca todo: el pensamiento hegemónico, las discrepancias son epidérmicas. Y el relativismo anula el pensamiento porque defiende el todo vale. El ciudadano, individualizado, escindido de lo público y su sentido, se retrotrae a sus opiniones y sólo busca su placer inmediato. Su bienestar, que no es más que el suyo y el de sus miembros más cercanos. La cosa pública no le interesa. La propia actividad política ha hecho méritos, interesadamente, para que no le interese. A los políticos les ha interesado convertirse en una clase que lucha por obtener una mayor cota de poder. Para ello necesita de un ciudadano, en primer lugar, sumiso, que no ejerza la crítica, por un lado, que cuando vote realice el llamado voto útil, es decir, un engaño y un intento de terminar con la pluralidad de ideas. Pero también necesita del ciudadano nihilista y desencantado que vive desde una ética pragmática y egoísta. Este ciudadano, que no participa en la cosa pública ni siquiera para votar, que piensa que la política es corrupción, que da lo mismo a quien votes, está participando, inconscientemente, de la treta del poder para anular el pensamiento y producir un mayor número de esclavos. Quizás el fondo, como venimos diciendo, sea la condición humana. Aquello que la Boête definía en el título de su más conocida obra “La servidumbre humana voluntaria”, renunciamos, por naturaleza a nuestra voluntad y libertad a cambio del bienestar y la seguridad, sin ser capaz de ver más allá de nuestra propia cercanía. Se nos obnubila con el pan y el circo del bienestar y la seguridad. Pero la inmensa mayoría lo aceptamos. Esto, sospecho, procede del hecho de que somos animales gregarios que nos organizamos a partir de principios jerárquicos.

 

            Pero aquí subyace, además de un problema político, uno moral importante. La organización político-económico-social en la que vivimos genera la actitud nihilista que hemos descrito y que deja las manos libres al poder. El ciudadano occidental sólo es capaz de verse a sí mismo y su propio bienestar. Es un caso clásico de alienación, falsa consciencia, o consciencia engañosa. El mundo es un caos organizado por la razón instrumental. Tiene su racionalidad, pero es inhumana. Todos somos partícipes, desde nuestra inacción -no hace falta ser un héroe, sólo votar y cambiar los partidos- y nuestro nihilismo, de la tremenda miseria de la humanidad, como de los problemas globales de justicia social que asolan el planeta, por no hablar de los problemas ecosociales (porque ya no se puede entender el problema ecológico o medioambiental desvinculado de los social: económico, político, moral…) Así, el nihilismo del ciudadano occidental satisfecho y egoísta, sin una ética universal, favorece el fascismo económico y político en el que nos estamos instalando. La pérdida de los valores universales, conquistados por las religiones y la filosofía, a manos del relativismo y el triunfo de la tecnobarbarie, no sólo ha desencantado el mundo, como sostenía Weber, sino que ha dado lugar a un individuo sin valores, salvo los particulares. Por eso estoy hablando de individuos, no de ciudadanos. Somos ciudadanos formalmente, pero el poder, y nuestra inconsciencia, nos ha convertido en individuos. Objetos e instrumentos manipulables desde el poder (que tiene nombres y apellidos, no es algo totalmente abstracto) para mantener la maquinaria del sistema. La base material de la sociedad ha creado un tipo de persona con una tremenda incapacidad para ver más allá de sí mismo porque ha perdido la experiencia y el aprendizaje de los valores morales universales, como la justicia, la igualdad, la libertad, la fraternidad. Y su consciencia ha sido llenada con la ideología neoliberal. Un ciudadano que ha claudicado de su deber con la cosa pública, en fin, lo que los griegos llamaban, un idiota: aquel que sólo vive para sí mismo desinteresándose de la cuestión pública. Por su parte, el poder político, participando de la razón instrumental, esa perversión de la razón ilustrada, quiere presentarse a la ciudadanía como gestión. La política renuncia a las ideologías y, peor aún, a las ideas, y se transforma en mera gestión de la cosa pública. Al presentar la política como gestión la estamos intentando neutralizar y separar de las ideologías. La estamos considerando como una ciencia supuestamente neutral de la que deben encargarse una serie de expertos, los que se dedican a la política profesional. Sin embargo, lo que subyace a esta postura de la clase política, es precisamente una inmensa ideología, el “pensamiento” neoliberal. Y es esta ideología, con sus valores, los que se transmiten a la ciudadanía produciendo el nihilismo y dejando las manos libres al poder.

 

            De todo esto, a mi modo de ver, hay que sacar una conclusión importante. La política es demasiado importante como para que esté en manos de los políticos, los partidos y el poder económico. La política es la que genera y produce nuestro espacio vital a partir de las leyes que genera. Las diversas formas sociales emergen de estas legislaciones. Es necesario la intervención política, como mínimo votar. Afiliarse masivamente a partidos y sindicatos para intentar cambiarlos desde dentro. O cambiamos la forma política refundando y profundizando en la democracia o vamos abocados a un tremendo fascismo en el siglo XXI, que se retroalimentará con las crisis económicas, los problemas ambientales, la ausencia de recursos alimenticios, de agua y energéticos. En fin, todo un caldo de cultivo para la aparición del fascismo y de ideologías que alimenten la guerra, como es aquella del choque de civilizaciones de la que sólo hemos empezado a contemplar sus consecuencias…

La tesis fuerte marxista es que la realidad social determina la consciencia. Es decir, que pesamos dependiendo de nuestra realidad social, la base material de la sociedad, lo que se llama la infraestructura económica. Dicho de otra manera, y siguiendo a Marx: “no es nuestra consciencia la que determina nuestro ser social, sino que es nuestro ser social el que determina nuestra consciencia.” Estas afirmaciones y otras le valieron a Marx ser acusado de determinista histórico, pero no voy a discutir este endiablado tema aquí. Arranco de él para realizar una breve reflexión sobre cómo los diferentes soportes de adquisición de cultura, y la lectura, en particular, determinan nuestra forma de pensar y de ser. Atendiendo a estos soportes podemos dividir la historia en varias etapas. La primera es la invención de la escritura. Platón, por boca de Sócrates, nos cuenta que la escritura es una maldición, es la muerte del pensamiento. Se ve aquí el toque reaccionario platónico, defensor de la antigüedad arcaica. Pero, como siempre, sus juicios, por muy de reaccionarios que se les pueda acusar, como ocurre con su crítica a la democracia, encierran grandes verdades. La escritura fue el fin de la cultura oral. De alguna manera, fue la muerte del pensamiento tal y como se entendía y fue conquistado por los griegos. El pensamiento es diálogo, siempre es fluir, está entre dos, es una construcción, un camino, una búsqueda. Requiere de la participación activa y de la memoria. La escritura elimina todo esto. El pensamiento escrito es la muerte del pensamiento. Ya no hay un interlocutor delante, el logos, la razón, es lo común. Lo escrito es ya invariable. Aunque sea un producto de una construcción es un producto acabado. Por eso Platón escribe en forma de diálogo. Y sus diálogos de juventud no tienen conclusión. Pero, poco a poco, el diálogo en Platón pasa a ser algo retórico. Por eso su discípulo, el gran Aristóteles, el padre de todas las ciencias, ya no escribe diálogos, salvo en su juventud. Escribe tratados, algo así como manuales para sus clases en el Liceo. Esto implica que la transmisión del pensamiento ha cambiado totalmente. Y eso conlleva un cambio en nuestra forma de entender la realidad. No es lo mismo el diálogo en el ágora, o tras un banquete… que leer los sesudos tratados científicos y filosóficos de Aristóteles.

 

            Pero, curiosamente, la lectura a la que muy pocos tenían acceso, sobretodo tras la llegada del cristianismo, se hacía en voz alta. Pero fue, San Ambrosio, con una rapidez lectora increíble, el que introduce la lectura en silencia. Pensamos que esto es algo natural, pero no lo fue. La lectura en silencio fue otro gran cambio. En primer lugar, aumentaba la rapidez lectora y, en segundo, producía un fenómeno de aislamiento y ensimismamiento que, desde entonces, es algo mágico que no ha abandonado a la lectura. Y esta lectura, que requería el silencio y el aislamiento era de largo alcance. Quiero decir con ello, que accedíamos a grandes tratados y crónicas que se podían devoran linealmente durante horas y horas. La lectura silenciosa inaugura una nueva forma de pensamiento: el pensamiento interior. Leer es una forma de diálogo con el autor en el que se interioriza el pensamiento o narración del mismo para recrearse en diálogo continuo en nuestro interior. Vuelve el pensamiento como diálogo interior. Y aparece el ensimismamiento de la lectura y el gran lector.

 

            Pero un cambio en la base material de la sociedad hace que la lectura sea de acceso público. La invención de la imprenta permite el acceso a los libros de un mayor número de personas. Y aparecen las novelas, desde el XVI, culminando en las grandes noveleas del XIX. La novela es un género que permite la interiorización de las pasiones y emociones de los otros. Por eso una historiadora americana, en un libro reciente, defiende que la aparición de las noveleas y el hecho de que la burguesía tuviese acceso a ellas hizo posible la aparición de los derechos humanos en el XVIII. Las novelas, al mostrar las vidas de los otros, sus goces y miserias, nos hacían participes de lo común de la humanidad. Por eso se llegó a considerar los derechos humanos como algo evidente, cuando realmente fueron una conquista histórica en la que la lectura de novelas, como el retrato, la representación teatral, tuvieron mucho que ver. El desarrollo de estas grandes novelas, junto con la imprenta y la sucesiva alfabetización de la ciudadanía, hicieron de la lectura un acto singular de empatía, diálogo y razonamiento. Pero siempre lineal. He repetido esta palabra varias veces porque es lo que hoy en día, con las nuevas tecnologías de la comunicación, ha cambiado y ello puede dar lugar a la aparición de unas estructuras cognitivas distintas.

 

            En primer lugar tenemos la televisión, también el cine, pero en menor medida, al menos en sus orígenes. Ésta elimina de un plumazo la lectura. Sustituye el pensamiento activo y la recreación de la imaginación que exige la lectura por la imagen. Con la televisión, nuestras estructuras cognitivas sufren en vuelco tremendo. El filósofo italiano Sartori hace un excepcional análisis en su ya clásica obra “Homo videns” la televisión sustituye el pensamiento, la memoria y la imaginación por la imagen. Por eso pasamos de homo sapiens a homo videns.

 

            Pero la última transformación es la de Internet, que integra el sonido, la imagen y la lectura-escritura. Se suele decir que con la llegada de Internet se lee más. No estoy seguro, lo que sí sé es que la lectura ha sufrido una nueva transformación. Y aquí es donde entra en juego la palabra lineal a la que hice alusión. La lectura siempre ha sido lineal de largo alcance y de largo recorrido. Exigiendo una atención y una memoria al sujeto importantes. Los argumentos, las pruebas requieren su tiempo. Las narraciones requieren un ritmo que van desde su inicio, su nudo y su desenlace. La lectura requiere de la pausa, la interiorización del diálogo con el autor, la soledad… pero Internet es fragmentario. La lectura aquí no es lineal, es fragmentaria y en red. No se sigue ningún argumento en profundidad. Se picotea de titular en titular. Se leen las primeras líneas y poco más. Rápidamente se pasa a otro tema. La consciencia no descansa sobre ninguno. La lectura en Internet es vertiginosa, como la vida posmoderna. Nos falta el tiempo, la soledad, el reposo, el silencio, la memoria, la facultad de argumentación. Para las generaciones que se están educando en esta forma de acceso a la lectura y la información se producirá un cambio en sus estructuras cognitivas que condicionarán, como hemos probado en los otros cambios, el entendimiento de la realidad. El individuo que emerge de estas tecnologías tendrá una identidad fragmentaria, una capacidad increíblemente reducida de argumentación, una reducción de la atención y una anulación de la memoria: todo está en la red. Pero no olvidemos que sin memoria, mal que les pese a los psicopedagogos y políticos progres, no hay inteligencia. Esperemos que pueda mantenerse una coexistencia entre Internet, la lectura tradicional y el diálogo racional de la tradición oral.

Lo inefable, precisamente es que, auque conozcamos a la perfección el funcionamiento del cerebro, nuestras emociones y sentimientos seguirán siendo los mismos. Eso es lo que tiene la emergencia de cualidades nuevas, que no se reducen a lo anterior. Un ejemplo. Un artículo sobre actualización de la física relativista que leí ayer venía a decir que una de las consecuencias físicas de la teoría de Einstein es la eliminación del tiempo, o, más exactamente, que el tiempo pasa a ser algo secundario, en relación con la masa y la velocidad. Es decir, que el tiempo, al no ser esencial, es apariencia, una cualidad emergente, pero no del mundo físico, sino del de la vida. Conclusión, curiosa, es precisamente la consciencia la que crea el tiempo. Y, la consciencia es, precisamente, la separación del mundo físico, la identidad. Si nos identificásemos con todo lo real desaparecería el tiempo, es decir, sólo tiene realidad la eternidad del universo. Por qué crees sino que todos los misticismo lo que pretenden es la anulación del yo, como fuente del dolor y el sufrimiento. Estos últimos sólo se pueden dar en el tiempo. El nirvana budista es la eliminación del yo, por tanto, la eliminación de la consciencia que es lo mismo que la eliminación del tiempo. El tiempo es una forma de adaptación de nuestro organismo al medio. Gran parte de animales no lo tiene. Tampoco el niño pequeño. Nosotros introducimos esa creencia en la “inocente consciencia” infantil. Recuerda que la sabiduría bíblica decía. Hasta que no os hagáis como uno de estos no entraréis en el reino de los cielos. Y el reino de los cielos es el paraíso, la ausencia del tiempo.

Toma ya discurso filosófico…estoy afilando las armas para el inicio del curso… aunque me temo que estos no se enteran ni de papa, o, lo peor, que no les interesa nada.

 

Estoy leyendo un libro de un neurofisiólogo sobre el origen del cerebro humano a través de la evolución. Es increíble como una serie de reacciones bioquímicas inestables entre neuronas, den lugar a la consciencia y la memoria. La memoria es evocación de lo que fue (un fue construido.) recordar es la unidad de nuestra conciencia. Escuchando esta canción (Le meteque) puedo evocar perfectamente la primera vez que la escuché en el instituto y el profesor que nos la mostró, luego, la unidad de la conciencia, que es la memoria, puede hacer un viaje por toda mi vida. Y esas reacciones bioquímicas son todo: placer y dolor. Por eso la muerte no es más que el fin de esta inestable unidad bioquímica. La ciencia es poesía, nos lleva a lo inefable.

Aparece un reportaje interesante en las páginas de El País del 23-8-2010. Lo que se pone en cuestión es si la cultura, especialmente, las creencias religiosas, como sostendría Weber, condicionan el desarrollo económico. Lo que de nuevo pretende aportar el reportaje es que, hoy en día, y siguiendo a un doctorando en economía de Estados Unidos, la tesis weberiana es falsa. Se basa en un conjunto de datos objetivos de diversas ciudades tanto protestantes como católicas desde 1.300 hasta el siglo XIX. Según sus datos, el hecho de que fuesen o no protestantes era irrelevante para su desarrollo económico.

 

            Como es bien sabido, lo que mantenía Weber, es que la ética protestante fue un influjo decisivo en el desarrollo del capitalismo. Lo que podemos aprender, como siempre, es que los fenómenos, y menos los históricos y económicos, no se pueden reducir a una única línea causal. Pero lo que no acepto es lo que hay debajo de los estudios del doctorando que cita el reportaje y de muchos sociólogos y economistas. Lo que estos vienen a defender es que la cultura, en su caso la religión, no afectan para nada al desarrollo económico de una ciudad o nación. Todo depende, dicen, de la gestión. Los países ricos son bien gestionados, los pobres son la causa de una mala gestión de sus recursos. Éste es el grave error. En primer lugar esto no es más que positivismo científico. Los sociólogo, pedagogos, economistas, andan anclados en una antigua y falsa filosofía de la ciencia que es el positivismo lógico. Ésta viene a decir, a grosso modo que, la ciencia es el único conocimiento legítimo (ya tenemos aquí el primer error) se reduce a hechos que captamos por la experiencia y que la verdad es objeto de la inducción y, por tanto, de la verificación. La verdad científica es aquello que se puede verificar. Por tanto, quedan fuera de la ciencia todo aquello que no es verificable, como los valores, las creencias,… Ésta es una filosofía errónea como probara en primer lugar Popper, que viene a decir que en ciencia nada es absolutamente verificable, sólo falsable, con lo que el conocimiento se convierte en algo provisional, hipótesis, conjetura. Pero luego vendrá Kuhn y los postkuhnianos que nos enseñarán que en la ciencia hay todo un conjunto de valores y de creencias e ideologías que operan a la base de lo que se llama un paradigma científico, que influyen directamente en el proceso de investigación. El problema que se le plantea a la economía de hoy en día, como a otras ciencias sociales, es que, en su pretensión de ser científicas, quieren alcanzar el viejo ideal positivista, y esto es un error. Toda ciencia está cargada de valores y, mucho más las ciencias sociales, entre ellas, la economía. Podemos decir, y no creo equivocarme, que la ciencia más ideologizada que existe hoy en día es la economía. Por eso no puedo compartir el hecho de que el crecimiento económico depende de la gestión. Esto no es más que la ideología de la que participa hoy en día la economía, que es el neoliberalismo. Existen muchos otros factores que tienen que ver con el pensamiento, los valores y las creencias e, incluso, con las conspiraciones, como las que realizan los miembros de las multinacionales que también participan en la política, que condicionan el desarrollo económico de los pueblos. Lo que los economistas ortodoxos nos quieren hacer ver es que la economía es una ciencia neutral, exenta de valores e ideologías y creencias y que, por tanto, hay que admitir sus datos. Falso. La economía al uso no es más que un armazón teórico para defender una ideología vigente que es la que llamamos neoliberal. El debate interno en la economía es un hecho. Lo que ocurre es que el pensamiento hegemónico es el del poder y a éste le apoya la ciencia económica presentada como neutral. Es más, esta ciencia está haciendo un flaco favor a la posibilidad, tanto de salir de la crisis en la que nos encontramos, como, algo más importante, la urgencia de pasar de un paradigma a otro, que nos permita refundar un nuevo mundo. Los economistas neoliberales, que se creen poseedores de la verdad científica absoluta, cosa que no existe para nada, son partícipes del gran desorden y desastre mundial. Participan alimentando ideológicamente al poder. Son los nuevos teólogos, los portadores de la verdad sagrada de la que nadie podrá verse libre. Mal asunto. La economía, como la sociología, la pedagogía,…deberían aceptar que se enfrentan a fenómenos irreductibles en los que participan sujetos y que todo reduccionismo mecanicista es, precisamente por tratar con sujetos, un atropello a la dignidad. Así que los factores culturales influyen en el desarrollo económico y en interacción dialéctica con la base material de la historia. Lo de la gestión es también ideología. La gestión suena a neutralidad, profesionalidad. Pues esa gestión, no es, ni más ni menos, que la ideología neoliberal del poder puesta en marcha en las decisiones económicas.

En las páginas de tribuna de la gaceta Independiente aparece un artículo de Manuel Montanero Fernández, titulado: Bolonia, año I, ¿privatización o  decepción? Mis máximos respetos para el autor al que he admirado siempre, a pesar de no conocerlo demasiado, no llegó nunca a ser mi profesor, pero la leyenda lo precedía. Ha sido un hombre dedicado intensamente a la educación y a su mejora. Pero siento discrepar con él en el asunto éste de Bolonia. Aquí sigo al viejo Aristóteles, que una vez que empezó a no compartir las ideas de su maestro y amigo Platón, dijo que era amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. Pues lo mismo puedo decir yo con respecto al autor del artículo, a pesar de mi admiración y respeto por su labor educativa, siento disentir y, además, por principios básicos. No es que yo pretenda estar en la verdad, siempre he defendido que las verdades son provisionales, cuidado, no relativas, eso es otra cosa. Pero lo que yo voy a discutir aquí es de índole ideológico o de falsas filosofías.

 

            El artículo me parece perfectamente argumentado, lo que sucede es que me parece excesivamente positivista. Me explico. No analiza los entresijos del plan Bolonia, sino que, aludiendo a las reivindicaciones más superficiales de los antibolnia, la privatización de la universidad y la desaparición de titulaciones, nos ofrece una serie de datos que refutan lo que mantiene los primeros. Estoy de acuerdo en la forma de estos argumentos, pero me parecen parciales, sería necesario un análisis estadístico riguroso de toda la nación española. Pero esto no toca, tampoco, la cuestión ideológica que subyace al plan Bolonia y que es lo que yo quiero comentar, casi telegráficamente, aquí, pues en otros lugares me he extendido suficientemente sobre el tema. Hacia el final del artículo también dice el autor, que es necesario que algunos que están contra esta reforma se atrevan a renovarse y a salir de sus cubículos medievales. Es cierto que la universidad española necesitaba de una gran reforma en profundidad, que existen males perennes y una endogamia temeraria, a la par que un alejamiento de la sociedad peligrosa. Todo ello es cierto, pero Bolonia no tiene nada que ver con esto, la endogamia seguirá, además, se amplificará. Es necesaria la reforma, pero tampoco hay que caer en el error de pensar que toda innovación es un progreso, sobretodo si esa innovación viene de las nuevas tecnologías y de la pseudociencia de la pedagogía. Aquí caemos en el mito del progreso y entramos de lleno en la ideología que subyace al plan Bolonia. Por mi parte considero que, como profesor, aunque no universitario, no estoy anclado en la época medieval, cuando surgieron las universidades, la primera en Bolonia, como recuerda el autor. Yo me voy más lejos. No he salido de la época de Sócrates. Y pensar que las nuevas tecnologías mejoran la enseñanza a partir del diálogo, enseñanza abierta que busca y construye el conocimiento a la par que construye al ciudadano es un error peligros. No se pueden confundir los fines con los medios. Las tecnologías, por lo demás, mucho más prescindibles de lo que parece, son instrumentos, no el medio. Creer en que el aumento de las tecnologías aumenta la calidad de la enseñanza es un mito que, por lo demás, lo desmiente toda la historia de la educación, desde Sócrates hasta nuestros días.

 

            Esto último es uno de los aspectos ideológicos en los que cae el plan Bolonia, como la LOGSE-LOE, su antecesor, en la primaria y secundaria. Pero vamos a adentrarnos un poco más en la ideología que sustenta esta reforma. Aunque sea ya manido decirlo, lo que subyace al plan Bolonia, como a las diferentes reformas de la enseñanza secundaria, es la ideología neoliberal. Todos los críticos lo dicen. Y todos los que están en contra lo intentan refutar. Pero lo que hay que hacer es ver en que consiste esta ideología neoliberal. En primer lugar hay que decir que el neoliberalismo está con nosotros desde los setenta y que se transforma en pensamiento único tras la caída del muro de Berlín. Los orígenes del neoliberalismo se encuentran a principios de siglo, pero fueron vencidos por el keynesianismo. Ahora bien, si el neoliberalismo es el pensamiento político-económico, yo diría ideología, entonces lo permea todo. Cualquier tipo de acción está dirigido por los ideales de este pensamiento. Y el rasgo fundamental del neoliberalismo es la primacía del mercado. Es decir, la eliminación del sector público. La crisis actual, que en principio parecía que iba a poner en jaque a tal doctrina, al final la ha reforzado. Pero si el mercado y sus leyes lo regulan todo, ya no es necesaria la política, salvo para justificar las acciones del mercado, que es lo que en la crisis actual está ocurriendo y es lo que ha ocurrido con las diferentes reformas educativas. Ahora bien, el mercado se mantiene si sigue creciendo, por eso lo que interesa es la productividad, que se mide por el PIB, que no tiene nada que ver con la riqueza particular, sino con la macroeconomía, la riqueza de los ricos. Todo aquello que beneficie a las grandes empresas beneficia al PIB de un país, por eso hay que seguir creciendo. Pero, para seguir creciendo, en la supuesta sociedad del conocimiento y la información en la que vivimos, es necesario preparar a los ciudadanos para que se adapten profesionalmente a este mundo “eternamente cambiante.” (Quizás no haya nada nuevo bajo el sol) Por eso la educación tiene como objetivo, no ya el conocimiento, sino las competencias y destrezas, además así se llaman, así debemos programarlas los profesores. El conocimiento pierde importancia, porque es sustituido por una serie de destrezas que es necesario renovar en un mundo eternamente cambiante. Y aquí aparece el mito de la formación continua, panacea de las grandes empresas para enriquecerse y tener acogotados a los sufridos trabajadores, que pasan indolentes e inconscientes por el aro. Pero de esta formación continua hablaremos después. Primero quiero hacer una observación a lo anterior. Decía que el objetivo de la enseñanza secundaria y universitaria hoy en día es el de la adaptación. El ciudadano debe adaptarse, ser maleable. Aquí sucede algo importante. Con la reforma de la universidad tras la ilustración, Kant afirmaba que el tribunal de la universidad es el de la razón. Todo buen ilustrado elogia esto, pues se destierra de la universidad, los intereses aristocráticos, las supersticiones religiosas, y en el “templo” del saber todo debe estar regido por la razón crítica. Ésta es la gran conquista de la ilustración en la universidad, que, a su vez, debe ser la garantía de la ilustración de los ciudadanos. La enseñanza secundaria y la universidad deben hacer llegar la ilustración al pueblo. Pero, lo que ha ocurrido hoy en día, es que el tribunal de la universidad, no es la razón, como en la edad media, tampoco lo era. En este caso, era la verdad revelada, la autoridad religiosa. Hoy en día el tribunal es el mercado y todo lo que ello significa, por eso, lo que se pretende no es formar ciudadanos, sino, individuos capacitados para desempeñar tareas, más o menos, especializadas para la empresa que aumentaría sus rendimientos. Se anula, de esta forma al ciudadano y se le convierte en un replicante sin capacidad de crítica. Si el tribunal de la universidad fuese el de la razón, de la universidad saldría la voz crítica para cambiar esta sociedad tremendamente injusta basada en la tecnobarbarie y el poder del capital representado por las multinacionales ante las cuales el poder político sólo puede asentir. Además de que, en la alta política, muchos representantes de ésta forman parte de los consejos de dirección de las multinacionales. Esto está muy claro en la política norteamericana y, cada vez más, en a europea. Y esto es el neoliberalismo. A esta ideología, que los políticos simplemente suscriben e intentan trasladar a la ciudadanía, como el máximo bien y la mayor garantía de libertad, sólo le interesa el crecimiento económico. El ciudadano es un intermedio. El plan Bolonia es la concreción de esta ideología en la educación universitaria. Y, encima, se nos quiere hacer pensar, desde el mito del progreso, que no hay alternativa posible de desarrollo. Falso, lo que se pretende es adoctrinar, que es, por otro lado, lo que todo sistema de enseñanza en manos del poder pretende hacer. El nuestro está en manos del poder económico, el poder político es, simplemente, la ideología que lo recubre. Una vez que el alumno obtiene su grado y sus másteres públicos entra en el mercado laboral, es decir, la competencia. Y aquí es donde el alumno se ve obligado para conquistar un puesto de trabajo a realizar un master tras otro a precios desorbitantes. Formación que, en el mejor de los casos, le garantiza un puesto precario, puesto que el neoliberalismo, con la connivencia de los políticos socialdemócratas, ya se han encargado de flexibilizar el mercado laboral. Y éste es el mito de la formación continua. El enriquecimiento para la empresa, además, a costa de la universidad. Es decir, desde el bien público. Quiero decir, que las universidades públicas forman a los futuros trabajadores para las empresas privadas. Es decir, que nosotros les hacemos el favor de adoctrinar a los alumnos en las competencias requeridas para la sociedad actual. Pagamos públicamente la formación para las empresas. El chollo de las grandes empresas es increíble. Ahora bien, si la educación estuviese regida por la razón, la universidad formaría a ciudadanos críticos que sean capaces de poner en duda, y plantear alternativas, a este desorden mundial vigente. Pero no es esto, precisamente, lo que le interesa al poder económico.

 

            Y otro asunto relacionado con Bolonia, que tiene que ver con la tecnobarbarie educativa, que ya padecemos desde la LOGSE en la secundaria, es la introducción de la pedagogía en la universidad. Los pedagogos se han convertido en los nuevos sacerdotes de la enseñanza. Han acabado, con su terminología críptica y pseudocientífica (una perversión de la razón ilustrada que instrumentaliza al alumno, como he analizado en otros lugares) con la enseñanza. Los pedagogos, a mi modo de ver, y al de muchos de mis compañeros, aunque la voz no se haga notar, por comodidad o cobardía, constituyen el cáncer de la educación. Además han producido el lenguaje que la ideología necesitaba. El lenguaje crea la realidad, por eso este lenguaje pedagógico, ha recreado la realidad de la enseñanza reduciéndola a la nada. Además del lenguaje, que vehicula el pensamiento y, por ello, adoctrina -ya se puede ver este fenómeno en los profesores que vienen de la LOSE y pasan por cursillos psicopedagógicos de adoctrinamiento- la pedagogía se ha parapetado tras una burocracia colosal que elimina el arte de enseñar y lo transforma en una supuesta técnica infalible en la que todo debe estar registrado. Ésta es la tecnobarbarie de la pedagogía. Y toda barbarie implica una instrumentalización del hombre. Lo que significa, un atentado contra su dignidad. La psicopedagogía ha instrumentalizado al profesor y al alumno.

 

            Y, para terminar, quiero hacer una mención sobre las titulaciones que, en principio, tienen como salida profesional fundamental, la enseñanza secundaria. Todas estas carreras o grados que son de índole teórica, fundamentalmente, ya sean de ciencias o de humanidades, ven reducido su programa a cuatro años. Y no se comprimen los contenidos. Hay una proliferación increíble de asignaturas, así como, por lo que conozco en algunas de humanidades, un primer año en el que se estudia de todo lo concerniente a las humanidades. El objetivo está claro. Tras obtener el grado se realiza el master psicopedagógico que te “capacita” para la enseñanza. Los contenidos obtenidos en el grado y el master son bastante menores que en las antiguas licenciaturas, además de llevar tu última dosis de adoctrinamiento psicopedagógico para que te adaptes al desierto de lo real de la enseñanza secundaria actual. Además, con los conocimientos que se obtienen en estos grados –muy diversificados y poco especializados-, y los niveles de exigencia escasos de la secundaria, los graduados en humanidades podrán dar cualquier asignatura de estas al igual que los de ciencias. Por ello se rumorea, la cosa está muy avanzada en Andalucía, la reducción de los departamentos a dos: el de humanidades y ciencias sociales y el de ciencias con, eso sí, sus diferentes secciones.

 

            En conclusión, creo que Bolonia no es más que una piedra más en la construcción neofascista de la sociedad del siglo XXI que estará gobernada por el poder de las grandes corporaciones. Y todo lo demás que se nos cuenta es ideología para domesticar al ciudadano, como, por lo demás, ha ocurrido en todas las épocas.

Entiendo a los vegetarianos como opción, pero no comparto sus razones. Creo que debajo de su decisión hay una serie de prejuicios y creencias erróneas, por un lado, y dogmáticas por otro. Hay que tener cuidado con el dogmatismo porque éste supone que yo estoy en posesión de la verdad, de lo que se desprende que el otro está en el error. El dogmático no admite la crítica. Niega la esencia de la racionalidad, el diálogo. El dogmático se cree superior en la medida en que la verdad está con él. Y esto es muy peligroso. Los dogmáticos sin poder hacen sólo daño a los que tienen a su alrededor. Son insoportables. Pero cuando tiene poder el dogmatismo se convierte en fanatismo, lo que le da un toque de inconciencia colectiva. Y el fanatismo, aliado al poder, es la antesala de la violencia.

 

            Creo detectar entre los vegetarianos cierta dosis de dogmatismo, además, infundado, porque la dieta humana no puede ser exclusivamente vegetariana. Por eso considero que son ciertamente integristas y que, de alguna manera, pretenden ser poseedores de la verdad. Ahora bien, si el vegetariano lo es sólo porque considera que su salud, y sólo esto, es mejor, que consumiendo proteína animal, pues nada que objetar. Pero creo que pocos hay de estos. Debajo del vegetarianismo existe una actitud puritana-religiosa, con respecto a la naturaleza. En primer lugar hay que decir que la evolución y la biología han establecido que el hombre es un animal omnivoro y que el consumo de carne es esencial en el desarrollo del cerebro y en su mantenimiento. Por supuesto, que esto no es una única causa de la aparición de la inteligencia, pero sí importante. El que el hombre sea inteligente y haya desarrollado la cultura, su segunda naturaleza, es una cuestión multicausal y de resiliencia. Por ello no podemos caer en reduccionismos. Pero la primera conclusión que podemos sacar de aquí es que la alimentación vegetariana está en contra de nuestra propia naturaleza biológica, por tanto, no debe ser, cuando es absoluta, beneficiosa para nuestra salud. Somos animales cazadores, recolectores y carroñeros y, por eso, en nuestra dieta está la carne.

 

            En segundo lugar decía que hay una dosis de puritanismo dentro de la opción vegetariana. Generalmente se suele decir, y sigo en esto a los filósofos vegetarianos más importantes del momento, como Peter Singer, que el consumo de carne produce sufrimiento en los animales. Difícilmente se puede estar en desacuerdo con esto. Pero aquí hay que distinguir ciertas cosas. Si lo que se está diciendo es que la ganadería intensiva produce un sufrimiento excesivo e innecesario a los animales, hasta ahí estamos de acuerdo. Pero el problema no se resuelve por medio de la dieta vegetariana, sino por el cambio del sistema de producción. Ahora bien, si se dice que el retinto, por decir, sufre a causa de que yo me lo como, cuando éste se cría en la dehesa, es excesivo. Porque igual sufre la gacela cuando se la come el león. Estos naturalistas y ecologistas integristas no distinguen una cosa de otra. Se maravillan de la naturaleza y de la “crueldad”, esto es una metáfora, que hay en ella y parecen no ver el sufrimiento que representa la cadena alimenticia. Pero, en cambio, consideran que el hombre no debe consumir carne para evitar el sufrimiento, craso error. Hay que partir del principio ético de que hay que evitar el sufrimiento animal en lo máximo posible, pero eso no implica, como digo, el vegetarianismo, que es, como he dicho, contra natura, sino el cambio del sistema de producción. Si la ecología profunda e integrista no entiende esto, entonces tendría que proponer una dieta vegetariana a todos los carnívoros, y esto es absurdo. Y también tendría que eliminar toda la crueldad gratuita que en la naturaleza se produce. No se puede caer en el puritanismo porque esto es una moralina que nos lleva al absurdo y al mantenimiento de tesis infantiles. Además de, como analicé antes, llevarnos al dogmatismo. Ser vegetariano debe ser una opción que sólo implique lo que yo creo que le viene bien a mi cuerpo, como practicar o no ejercicio, pero no debe pasar de ahí. Lo demás es dogmatismo e ideología.

Las pasiones son aquello que más en común tenemos con los animales, especialmente con los mamíferos y, particularmente, con los simios. Nos hacen iguales. Son mecanismos biológicos de adaptación en los animales sociales. Siento hablar a un artista con este tono científico. Pasión y razón están íntimamente unidas. Yo diría que no hay arte sin razón, ni ciencia sin pasión, para destrozar el tópico.