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Filosofía desde la trinchera

Reflexiones de un francotirador

Probablemente vivamos una época en la que el escepticismo se confunda con el relativismo y el vacío. El escepticismo es una actitud intelectual que es la característica del filósofo. Es búsqueda. Su máximo representante es Sócrates. De ahí nace el pensamiento escéptico, de su sólo sé que no sé nada. Después Platón transformaría el pensamiento del maestro en lo que el llamó una filosofía verdadera. Se acabó el escepticismo y nos adentramos en el dogmatismo. El escepticismo es un sano método intelectual que nos cura del dogmatismo. Éste último se relaciona con el fanatismo y la violencia. Así, el escepticismo es una medicina contra los excesos del intelecto y presunción humana. El escepticismo es la conciencia de los límites, la sabiduría de que para el hombre está vedado el conocimiento absoluto y la certeza. El conocimiento, la ética, la política, la estética, es provisional. Pero aquí es donde surge el problema. Y es donde se confunde el escepticismo –sano antídoto- y método para alcanzar la felicidad, con la negación y el relativismo radical del posmodernismo.

 

            El escepticismo niega la posibilidad del conocimiento absoluto en todos los ámbitos del saber, pero eso no es lo mismo que el relativismo o el todo vale. Lo que el escéptico nos dice es que no podemos acceder a la certeza y a la verdad última, pero que sí tenemos mecanismos para huir del error. Es decir, que no todo vale. Sí podemos refutar lo que es falso. El escepticismo reconoce los límites del conocimiento humano. No podemos acceder a la verdad, porque nuestro intelecto tiene un límite: la inducción, ésta no nos permite un conocimiento definitivamente verificado, como mostrara Hume y después Popper. Pero si podemos refutar, vía deductiva, el conocimiento erróneo. Esto en lo que se refiere al conocimiento científico. No entramos aquí en la consideración de que la ciencia no es sólo búsqueda del saber, sino un complejo social, industrial, militar y como fin último el consumo. El análisis de esto es mucho más complejo. Pero, no acepto, como hacen los posmodernos, que de ello se siga la irracionalidad del saber científico y la equiparación con cualquier otro saber. Lo más que acepto es que la objetividad es construida, pero desde la universalidad humana. El irracionalismo y el nihilismo que se desprende del discurso posmoderno lo único que hace es alimentar el fascismo político y económico. Así que decíamos, que no podemos saber con certeza que es la verdad, la justicia, la bondad y la belleza. Pero tenemos mecanismo que nos dicen qué no es. En la verdad científica están muy claros. En el asunto estético, ético y político, son menos claros. Pero me voy a ceñir brevemente a estos dos últimos. No es posible el conocimiento de lo que sea el bien y la justicia. Es más, cuando se ha pretendido saber hemos caído directamente en los totalitarismos políticos. No hay un fundamento ni transcendental, ni trascendente del bien y la justicia. Tampoco unos derechos naturales inscritos en la biosfera. Lo único que tenemos es un argumento pragmático histórico para justificar la justicia y la bondad. Por eso, en la ética y en la política, es muy importante el escepticismo como terapia. El escepticismo, decíamos, se puede considerar una filosofía terapéutica que nos cura de nuestros excesos intelectuales y de la vanidad humana, así como del entusiasmo mesiánico-político que cautiva a algunos líderes y sojuzga a la masa deseosa de una liberación del sufrimiento. Decía que con lo único que contamos es con los argumentos pragmáticos-históricos y con el fundamento naturalista de nuestra biología. El hombre es un animal y nada más que un animal. La peculiaridad propia del hombre es el lenguaje simbólico que procede de una mutación genética. El lenguaje ha hecho posible la emergencia de una nueva realidad, no escindida de la naturaleza, que es la cultura. Y es esta cultura la que ha transformado el medio en el que vivimos y éste es el proceso de adaptación. Lo hacen todos los animales. El concepto de adaptación pasiva es erróneo. Nos adaptamos transformando el medio, pero esto todos los animales. Lo que ocurre es que el hombre es consciente de ello por el lenguaje y proyecta estas transformaciones. Decía Popper que la diferencia entre una ameba y Einstein es que éste es consciente de sus errores. La diferencia es de cantidad, no cualitativa. Somos seres sociales y, como tales, nos regimos por el principio del altruismo recíproco que tiene su base, para ser efectivo, en la empatía. Ésta es por tanto, la base de la moral: la empatía, ser capaz de ponerse en el lugar del otro, por un lado, y la teoría de la mente, ser capaz de pensar lo que el otro piensa. Esto unido a la etología, el altruismo recíproco, son las bases de la ética naturalista. Y a ello habría que sumarle la ética ecológica, siguiendo el principio de responsabilidad de Jonas. De todo ello ya hemos hablado en estos escritos.

 

            Por otro lado hay que hacer notar una precisión sobre el progreso moral y político. Nada hay que garantice tal progreso. El progreso hacia lo mejor debe ser una idea regulativa de la praxis política, no un fin en sí mismo. Lo mejor, a mi modo de ver, es lo más universal, sin que esto arrastre tras de sí las diferencias, como hace el pensamiento dogmático que acaba en totalitarismo. Así, el progreso, la confianza en tal, ha de concebirse como una actitud ética, no como una verdad ontológica. Y esto conlleva que en cada momento debemos luchar por mantenerlo. Visto desde esta perspectiva, la actitud que subyace a lo que vengo diciendo es la del escepticismo, la provisionalidad. Todo lo conquistado es provisional, además de estar sujeto a la crítica, resulta que pude ser falso y habrá que cambiarlo por otra cosa. La actitud escéptica es la de la provisionalidad, pero el escéptico no se regodea en ella, sino que busca superarlo por algo menos provisional. El pragmatismo ético-político se basa en encontrar modos de vida y de organización política que hagan el mayor bien a la inmensa mayoría evitando, por supuesto, el mal radical y los males de las minorías. El pensamiento político debe ser un pensamiento abierto y en construcción y debe partir de nuestra propia naturaleza y del reconocimiento de nuestros propios límites. Frente a esto, el posmodernismo, filosofía e ideología dominante, lo que predican es el relativismo radical, el todo vale. Y esto no es más que alimentar la dinámica del más fuerte. El posmodernismo se convierte en un dogmatismo, una creencia, una forma de valores y de ver la vida, una ideología en suma, que nos esclaviza y deja las manos libres al poder. El escepticismo, en cambio, es una actitud de crítica. El escéptico se sabe instalado en la provisionalidad, que la razón humana no da más de sí, pero sabe distinguir el grado de los errores y elige el menos pernicioso y es una vacuna contra los dogmatismos. El escepticismo, en suma, está es una actitud positiva de construcción. El posmodernismo es la actitud, o bien del vencido, o, peor, del cínico, en el sentido peyorativo del término. (En sus orígenes existe una comunidad teórica entre cínicos y escépticos, lo que los diferenciaba eran sus métodos, que tenían, a mi modo de ver, más que ver con el temperamento, que con el pensamiento.) Por eso se puede decir que cada filósofo tiene la filosofía que le corresponde. El pensamiento surge más de nuestras pasiones que de la razón.

Siempre he defendido que la iglesia tiene un doble rasero moral. Que es hipócrita. La iglesia ha luchado siempre contra el placer. Este elimina el dolor, sin dolor ni sufrimiento no hay dios que valga. Creemos en los dioses porque somos seres indigentes y contingentes. Creamos a los dioses, como defiende el ateismo más antiguo, según nuestras necesidades. Pero también he defendido que la iglesia, como institución, es un poder que intenta controlar las consciencias y el pensamiento. La hipocresía de la iglesia a la que me refiero ahora es a la valoración moral que realiza sobre los males morales de sus sacerdotes. La pederastia entre los curas que se han realizado y se realizan en colegios, internados, residencias, son calificados como deslices e intentan ocultarse por todos los medios. Pero lo que señalo es que, escandalosamente, se les presta poca atención y son considerados de poca gravedad. En cambio, la crítica dentro de la iglesia, el disentir, el discutir los dogmas, todo ello es declarado anatema. A todo aquel que intenta discrepar se le amenaza con la excomunión. La dogmática es férrea. Lo importante es la supuesta verdad de la misma, no la inmoralidad intrínseca ni de la iglesia ni de los sacerdotes. Esta institución, a no ser que se regenere, está podrida de inmoralidad. Debe ser bien conocida para aprender de ella. El mensaje ético evangélico es impresionante, aunque tiene sus contradicciones. Frente a una ética social, también se ofrece una ética escatológica: abandónalo todo y sígueme, pues el fin de los tiempos está cercano. Son las contradicciones de un mensaje construido durante los cuatrocientos primeros años de la iglesia. Pero es muy aprovechable. En cambio, lo que la iglesia realiza y ha realizado es una auténtica connivencia con el crimen. Una auténtica colaboración con el genocidio del que nunca se ha arrepentido. Tenemos el ejemplo de la segunda guerra mundial, el nacionalcatolicismo en España, la destrucción de las indias, los crímenes sexuales contra niños. Pero lo que a la iglesia le importa es que sus teólogos no discrepen, no cuestionen la moral ni la dogmática. Es la ausencia de pensamiento de todo régimen totalitario. Y, de paso, la hipocresía moral de la iglesia, es también relativismo moral. Lo cual es rizar el rizo. La iglesia pretende luchar contra el relativismo moral de las sociedades posmodernas y ahí, como he señalado, coincido, pero no se aplica sus principios, relativiza su propia moralidad y valores. Lo importante es el dogma, la institución. El mal, la injusticia social y la miseria, le importan poco. Es el precio que tienen que pagar para seguir siendo una institución con poder. Estos señores son poco creíbles y poco de fiar, a no ser que sean tan cínicos de ser los mayores ateos e inmorales de la historia. Lo cual es una posibilidad muy probable. Cuidado, que ser ateo no implica ser inmoral, como nos quieren hacer pensar ellos. Lo que ocurre es que ellos, en pro de la institución y la obediencia a la jerarquía, atropellan los propios valores del cristianismo. Y como conocen que el pueblo es supersticioso y tiene miedo a la libertad pues atropellan sus propios principios.

Stephen Hawking, el famoso cosmologo, considera que el fin de la humanidad está cerca, entre cien y doscientos años. Su propuesta es que debemos salir de la tierra y colonizar el espacio, siento mucho discrepar con el astrónomo y cosmólogo al que he leído y seguido. Pero aquí, como en otras cuestiones filosóficas, yerra desmesuradamente. Son muy interesantes las aportaciones a la cosmología de Hawkins, y su divulgación a un público medianamente culto. Pero sus reflexiones filosóficas son simplistas y llenas de prejuicios cientificistas. En este caso comento sólo sus últimas reflexiones que he mencionada más arriba. Creo que es absolutamente absurdo querer salvar al planeta tierra y a la humanidad colonizando el espacio. Lo que es necesario es cambiar la ética, la política y la encomia. Precisamente, frente al paradigma del crecimiento ilimitado, que es el que subyace a la propuesta del cosmólogo, lo que hay que proponer es el paradigma del decrecimiento, de la autocontención, que diría Riechmann. Por cierto, este autor tiene un libro, el segundo de su pentalogía, sobre la ética de la autocontención, ensayos de ecología, titulado “Gente que no quiere ir a Marte”. El filósofo, poeta y matemático español se adelanta al cosmólogo y le realiza una crítica exhaustiva. Es absurdo el gasto de energía, tecnología, capital, en el intento de colonización del universo, para que se salve una pequeña fracción de la humanidad, una supuesta élite. Absurdo. De lo que se trata es de encaminar los esfuerzos para la supervivencia de la ecosfera, lo cual hará posible la del hombre. La propuesta de Hawkins es maquiavélica, reconoce la inviabilidad del hombre y apuesta por la salvación de unos cuantos que serían los garantes del conocimiento científico-tecnológico. En realidad, esto no es más que una distopía tecnocientífica que tiene como origen la religión del cientificismo. En una cosa quizás si tenga razón Hawkins, el hombre no tiene solución, pero si eso es así, ¿merece la pena que unos cuantos se salven?…envenenaran otros mundos. Aunque seamos pesimistas, el esfuerzo debe estar dirigido sobre nuestra humanidad y nuestro planeta, unidad indisoluble. Y si nos hundimos, nos hundimos todos. Pero las soluciones se buscan dentro. Lo de Hawkins, más que un sueño, me parece una pesadilla.

Efectivamente, el silencio frente a la injusticia es estupidez, es lo que nos pasa a todos. Y es la estupidez humana la que aprovecha el poder. Lo que sucede es que la estupidez forma parte intrínseca de la condición humana. ¿Tenemos remedio?

 

                                    ***

 

            ¿Quién dijo que ciencia y poesía están reñidas? La ciencia es poesía, el universo una creación poética. El conocimiento humano es la recreación poética de la naturaleza.

El asalto a la estatua de Hernán Cortés en Medellín, no se puede considerar sólo un acto bandálico, que lo es, por atentar contra el bien público. Pero no nos podemos quedar en esto, que es sólo la superficie. Hay que ir a las causas. La historia oficial, y el pensamiento políticamente correcto, todavía no han admitido que la conquista de América fue un genocidio y etnocidio. Y que los conquistadores fueron sus instrumentos. Por supuesto que todos estamos circunscritos a nuestras circunstancias históricas, pero estas no pueden justificarlo todo. Precisamente, lo que de glorioso surgió de la conquista y destrucción de las indias por los españoles, en primer lugar, y por el resto de potencias europeas, después, fue el surgimiento del derecho de gentes a partir de las reflexiones de fray Bartolomé de las Casas, que consideró al indio, independientemente de ser bautizado, como ser humano, persona. Por tanto un sujeto de dignidad, una criatura de dios en pie de igualdad con el cristiano. De estas reflexiones surgirán después los derechos humanos que universalizarían estos principios. Ahora bien, ni la ideología hegemónica, ni la historia, enseñan la verdad sobre la conquista de América, todavía en nuestro pensamiento se nota un regusto de reconquista, de la España espiritual y eterna. Es en este tema en el que hay que insistir y es el que señala el acto vandálico. Pero, claro, lo políticamente correcto no nos permite ni excedernos en nuestros actos físicos ni en nuestros pensamientos. Cuando se denuncian estos hechos como actos vandálicos, ipso facto, se elimina la carga crítica y de pensamiento que hay detrás. Y esto es lo que al poder le interesa. Es necesario una revisión de la historia y de nuestra política nacionalista identitaria. Hay que tener en cuenta que la conquista de América está ligada, ideológicamente, con la expulsión de los judíos y musulmanes de España. Está ligada con el fanatismo, la intolerancia, la exclusión y la imposibilidad de que en España se desarrollase una sana ilustración en contra del oscurantismo, la superstición y el poder de la iglesia y las clases reaccionarias. Y esta política identitaria sigue existiendo hoy en día tanto explicita como implícitamente

De nuevo la iglesia se despacha con una de sus insensateces. Esta institución ha perdido el norte. Su crítica al laicismo y la modernidad, si bien acertada en lo que se refiere al relativismo y la ausencia de espiritualidad y valores éticos de la posmodernidad, no es más que una apuesta por el oscurantismo. La iglesia no pretende mayor pluralidad, ni tolerancia, ni compasión, ni justicia social. Quiere, poder. Y eso se lo dan los números. La cantidad de “afiliados” a la secta, toda religión es una secta, sólo que cuando son mayoritarias sus sistemas de control son más laxos. La iglesia arremete contra el laicismo y le acusa de todos los males. Y pretende sustituir este logro de la humanidad, base de la democracia, la pluralidad y la tolerancia, por el fanatismo de la verdad única, de la exclusión, del conflicto de civilizaciones.

 

            Como digo, ahora se despachan con adelantar la edad de la comunión en torno a los siete años. Se nota que más allá empiezan a perder clientes. Y encima le echan la culpa a la sociedad moderna en la que vivimos, que desde luego no es ningún jardín de rosas, y la educación de los padres. Vamos, que la ausencia de fe es culpa de la educación familiar y de los valores modernos.  Algo de verdad hay en esto. Las sociedades posmodernas en las que vivimos lo que alimentan es el hedonismo egoísta. El hombre ha perdido los valores fundamentales y se ciñe a su propio bienestar ensalzando el bien del cuerpo e identificando éste con la felicidad. Cierto, pero estos no son los valores de la modernidad, ni de la ilustración. Los valores modernos son la libertad, la igualdad y la fraternidad, que sólo se pueden desarrollar en sociedades democráticas y plurales basadas en la tolerancia y en la ilustración, la mayoría de edad, de los ciudadanos. Este proyecto de la ilustración es un proyecto vigente. Confundir esto con la posmodernidad, que es la negación de la ilustración y de cualquier gran relato de la humanidad, es intentar introducir la intolerancia, el oscurantismo, la superstición y olvidarse de la ética cristiana, para ceñirse al poder y las formas. Típica hipocresía de la iglesia a la que, por lo demás, ya estamos acostumbrados. Se dice, siguiendo a Pio XI que a los siete años el niño ya tiene uso de razón. Mentira cochina. Lo que se persiguen son clientes para ostentar más poder. Ni a los siete, ni, muchos, a los ochenta, tienen uso de razón. A los siete, como a los cuarenta, son perfectamente engañados. La religión, como las ideologías y la política, son sistemas de control de las consciencias. Es necesario el conocimiento y la ilustración para aceptar una religión. Ni a los siete, ni a los diez, esto se tiene. La iglesia debe realizar su labor de catequesis, pero eliminando el fanatismo de la verdad única para poder convivir en una sociedad plural. Por su parte, el sistema educativo debe formar la enseñanza de la religión, en sus dimensiones socio-históricas y filosóficas, sobre todo la cristiana por formar parte de nuestra raíz cultural, aunque no la única. La participación en la religión debe ser un acto de libertad. Y, por mi parte, pienso, siempre hay que anteponer en la práctica religiosa, la ética a la dogmática teológica.

El tema de la prohibición de los toros trae una amplia polémica, porque se mezclan diversos niveles de discusión: nacionalismos, oportunismos políticos, identidades, cultura, tradición. Me voy a centrar brevemente, comentando un artículo de Adela Cortina en el País del 29 de agosto titulado “Los derechos de los animales.” Coincido plenamente con la catedrática de ética y filosofía política en que los animales no tienen derecho. Pero tampoco los tiene el hombre. Y aquí es donde discrepamos. Adela Cortina sostiene que el hombre es un ser con derechos previos a la legislación porque el hombre es un ser moral. Discrepo. El hombre, como el común de los animales, no tienen ningún tipo de derechos, y los derechos les vienen otorgados por la legislación. El hecho de que nosotros nos consideremos seres morales es una cuestión histórico-cultural. Y la consideración de que el carácter moral es un universal, también es una conquista de la historia. Los derechos han sido siempre los del fuerte sobre el débil. El otro no ha sido un sujeto de derecho. No existen derechos naturales, ni trascendentales. Si dios no existe, no hay derechos naturales. Y si renunciamos a la hipótesis de dios, sólo nos queda el naturalismo: la animalidad. Ahora bien, es cierto que el hombre es un animal que se trasciende culturalmente. Y que el origen de la cultura es el lenguaje y éste es el que construye la realidad. Por medio de la cultura nos damos sentido a nosotros mismos. Nuestro carácter biológicamente abierto, no determinado, nos obliga a dotarnos de sentido y de un conjunto de normas, la moral, que hagan posible nuestra sociabilidad animal. Es esta moral construida la que da el sentido de la responsabilidad de nuestros actos, el resentimiento, la resignación, la alegría. Por tanto, la moral es construcción, por eso se han dada infinidad de morales en la historia y todas particulares y excluyentes, salvo las que proceden de la ilustración. Lo particular del hombre, pero es diferencia de grado, es que es capaz, por medio del lenguaje, de darse normas y derechos y estos se hacen realidad en la legislación. La base de la moral es la empatía, y la necesidad de coacción y cohesión del grupo. No hay moralidad ni derecho previo, en todo caso empatía animal. Con la ilustración, lo que se consiguió fue universalizar los derechos, aunque en un principio esa universalización fue algo pacata, se refería sólo a los hombres blancos europeos, hubo que esperar más de un siglo para una universalización más rigurosa y, aún así, esa universalización no es total.

 

            Por eso considero que Adela Cortina está equivocada en otorgar una moralidad al hombre, que lo singularizaría con respecto al mundo animal, lo cuál es, a mi parecer, una herencia del cristianismo, cuando la moral procede de la cultura y ésta es una forma de adaptación al medio. El hombre es capaz de expresar y es consciente de sus relaciones por medio del lenguaje y eso es lo que introduce una diferencia de grado entre los animales superiores y el hombre. Pero yo apuesto por una ética utilitarista, naturalista y ecológica. Me explico. Lo universal en el reino animal es la capacidad de sentir, como sostenía Benthm y hoy en día Singer, Marc Dowkins y Nussbaum. Ahí, sí reside una universalidad y podemos acceder al otro por medio de la empatía. Fue, precisamente la empatía, su desarrollo, lo que hizo posible el surgimiento de los derechos humanos, que aunque nos parezcan evidentes, nunca lo fueron. El sufrimiento de los otros no nos afectaba. El desarrollo de la cultura fue el que nos permitió ponernos en el lugar del otro. Aquí jugó un papel muy importante la literatura, novelas, y la pintura, los retratos. Este desarrollo cultural fomentó la capacidad de que el hombre se pusiese en lugar del diferente, entendiese su dolor. Y fue precisamente la capacidad de entender el dolor del otro lo que nos hizo desarrollar teóricamente los derechos humanos y la democracia. Esto, a su vez, es una ética naturalista porque arranca de nuestra propia naturaleza biológica. No hay un a priori, ni ontológico, ni trascendental, de los derechos del hombre. Y, en cuanto a la ética ecológica me ciño al principio de responsabilidad de Jonas. La ética clásica se basa en las relaciones recíprocas actuales, el principio de responsabilidad de Jonás amplia, la responsabilidad de nuestros actos al otro, absolutamente desconocido, a los no nacidos y a la naturaleza, en tanto que nuestras acciones sobre ésta pueden repercutir en las personas no nacidas. Es decir, lo que hace Jonas es una universalización de la ética, ampliándola al futuro y a la biosfera. Y, por eso, considero que una ética naturalista y ecológica es una consecuencia de la ilustración, porque es una universalización de los principios conquistado en el XVIII. Es una ética pragmática, porque no busca principios, sino que parte de la empatía, la capacidad de entender y sentir el sufrimiento del otro, y éste tiene lugar también en los animales. Justificar las corridas de toros por la tradición, el arte, la cultura, etc., es una barbaridad, es justificar el sufrimiento. Hasta el siglo XVIII existía la tortura como espectáculo, era una tradición, una fiesta y un arte: el de mantener vivo a alguien sufriendo todo el tiempo que podamos. Las torturas eran auténticas fiestas y entreteniniento de los ciudadanos. No teníamos la capacidad de ponernos en lugar del que sufría, eran una forma cultural y una costumbre, entonces, siguiendo a los protaurinos, no habría que haberla prohibido. Justificar algo por medio de la cultura, la identidad, la tradición, el “arte” es superstición. Fue necesario un salto cultural, una recreación del lenguaje que amplificó nuestra facultad natural de empatía, la que pudo otorgar derechos universales. Lo mismo debe ocurrir con los animales o, mejor, con la ecosfera en su conjunto, de la cual dependemos directamente. Los derechos históricamente se los ha otorgado el hombre a sí mismo, y se los puede otorgar a la naturaleza.

 

            Una última reflexión sí quiero hacer. Me parece que existen luchas humanas más prioritarias que la prohibición de las corridas de toros. Me refiero a una forma de tortura universalizada que es la prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido. Aquí la ilustración no ha llegado todavía, porque no se concede el derecho a la vida digna, y, en segundo lugar, porque se tortura institucionalmente, con soporte legal. Esto me parece una auténtica barbaridad. Esto último es nuestra distinción con los animales. Podemos cuidar de nosotros y del resto de la naturaleza. Ser responsable de la biosfera y del hombre que la habita.

El intelectual es el que se las ve a diario con las ideas, el que las cuestiona, las construye, analiza, ve sus consecuencias. Las actividades intelectuales creativas: ciencia, arte, filosofía… son típicas del intelectual. Pero hay un sentido restringido de intelectual y sería el de aquel que analiza las ideas y su repercusión social. El intelectual tiene que tener un saber interdisciplinario y una aspiración política clara y contundente. Me refiero con esto a una preocupación por la polis. La cuestión que me planteo aquí es si es posible el intelectual hoy en día. Hay para mí dos grandes dificultades para que se desarrolle el intelectual como aquel que intenta desenmascarar los engaños y proponer nuevas ideas para una reforma social. Una de ellas es la del relativismo. La sociedad posmoderna ha eliminado la razón como forma de acercarse a la realidad, ya sea natural o social, defiende que todo discurso es fragmentario y relativo. Es lo de la muerte de los grandes relatos de la humanidad. El momento que vivimos es similar al de la Atenas clásica, cuando su democracia degenera en demagogia. A este relativismo del conocimiento se le suma el mito del multiculturalismo en el que se pone en pie de igualdad todas las culturas. Y esto se hace en nombre de la tolerancia, pero lo que fomenta es el mito de la identidad y la imposibilidad del diálogo. Por encima de las culturas está el hombre. No se trata de defender la multiculturalidad sino la interculturalidad. Existen universales humanos previos a la cultura y la identidad. Si partimos de ellos es posible un diálogo entre las culturas que anime y fomente la pluralidad, desde una universalidad de valores mínimos: los derechos humanos.

 

            Toda esta filosofía posmoderna que nos invade y es el caldo de cultivo de toda nuestra cultura al mantener el relativismos transforma las opiniones en absolutas. Es decir, que en nombre del respeto a la libertad de expresión se le otorga a las opiniones particulares un valor absoluto. Curiosa contradicción, mientras el discurso posmoderno defiende el relativismo, fomenta el absolutismo y la tiranía de las opiniones. Y éste es el primer gran enemigo del intelectual. Lo que sucede es que la voz del intelectual, que no tiene por qué tener la razón, esto es obvio, pasa, por muy racional y fundamentada que esté, a convertirse en una opinión más, respetable como todas las demás, pero, epistémicamente equivalente. Esto es un grave problema porque la ciudadanía pierde la capacidad de crítica porque se queda en la superficie de las opiniones. Sus opiniones, que son creencias e ideologías y que no han sido adquiridas críticamente, se convierten, en nombre de la libertad de expresión, en sus tiranas. El exige el respeto para sus opiniones. No admite el diálogo y el esfuerzo del uso crítico de la razón, no es capaz de ponerse en el lugar del otro. Sus opiniones, en lugar de fomentar su libertad, lo esclavizan. El que exige el respeto de las opiniones es esclavo de las mismas. Pero, en definitiva, esto es el resultado de un doble engaño. Confundir libertad, con libertad de opinión, por un lado, y, por otro, mantener la equivalencia epistemológica de todas las opiniones. Las opiniones no son equivalentes, ni respetables. Las opiniones son un saber no fundado que necesitan ser trascendidas. Pero mientras que vivamos en esta psuedofilosofía que es el posmodernismo, que tanto le interesa al poder, el intelectual no tiene lugar ni cabida en la sociedad, es un outsider. De ahí que hayamos llamado a estos pensamientos, reflexiones de un francotirador. Si todas las opiniones son equivalentes, para nada nos es necesario el diálogo. Todo lo tenemos ya aprendido. Y al poder esto le viene de perlas, porque cuando todas las opiniones son equivalentes, la opinión más válida es la del más fuerte. Y así está ordenado el mundo. No existe alternativa al pensamiento único, porque el pensamiento alternativo es más débil, no más falso, que el hegemónico y, además, al considerarse una opinión más puede ser olvidado y aplicársele el darwinismo social, si esos pensamientos alternativos no triunfan es porque son falsos, porque no se adaptan. En fin, lo que se llama la lógica del más fuerte. Si todas las opiniones son equivalentes podemos justificar la invasión de Irak, porque el que la realiza, en contra del pensamiento heterodoxo, es el más fuerte y es el que se considera el garante del orden mundial. La idea de que el mercado es el que regula la sociedad es la verdadera, por que es la del más fuerte, la del que ha triunfado. El poder ha echado mano de una filosofía, el posmodernismo, que ha servido para justificar su fuerza. Y, curiosamente, esa justificación tiene al personal satisfecho porque el pensamiento de que todas las opiniones son respetables les da una sensación de libertad, aunque en realidad sea esclavitud. Por eso el intelectual hoy en día tiene que ser, como decía Nietzsche del filósofo, dinamita. Hay que pensar a martillazos. No sólo hay que desenmascarar y esclarecer, sino destruir el discurso hegemónico desde sus cimientos. Es necesario entrar en Matrix y desvelar la realidad. En todo pensamiento único siempre hay brechas. Lo que hace al hombre tal, es el lenguaje. Éste es el que construye la realidad. Cambiamos de realidad y del sentido de ésta cuando cambiamos de lenguaje. El lenguaje nos muestra los límites de nuestro mundo, pero existen diferentes niveles y juegos del lenguaje que nos ofrecen distintas realidades. Las revoluciones históricas, desde el inicio de la humanidad, proceden de revoluciones en el lenguaje que recrea la realidad. Por eso quizás, no seamos capaces de ver que existe otro mundo posible, otra realidad, porque el lenguaje que la recrea no ha surgido todavía.

 

            El otro gran enemigo del intelectual es el intelectual orgánico que existe en dos niveles. El ideólogo del partido y el creador de opinión en los medios de comunicación. Ambos son lo contrario del intelectual, porque éste es un liberal, en el sentido erasmiano del término, alguien que, por encima de cualquier consigna, defiende la libertad. Y sabe que la libertad es accesible por medio del conocimiento. El intelectual es un solitario. Los ideólogos de los partidos lo que hacen es justificar, desde las ideas, el status quo del partido y del orden del mundo, porque el bipartidismo no concede alternativas reales de argumentación. Estos ideólogos, en última instancia, se deben al partido y son fagocitados por él. En cuanto a los creadores de opinión son irrisorios. Gente que habla de cualquier cosa sin conocimiento de causa, además, obedecen al medio que les pague. Son esclavos también del poder. Creo que estos señores hacen un daño tremendo a la ciudadanía, porque ni informan ni forman. Opinan alegremente, sin la más mínima razón crítica, de todo lo humano y divino, fomentando el relativismo de las opiniones desde la perspectiva de lo políticamente correcto. Además, no fomentan la razón, sino que se dirigen, como malos sofistas, porque sus argumentos son ramplones, a las pasiones humanas y su pretensión es crear confrontación a través de realidades inexistentes pero interesadas para el poder al que representan. Las tertulias no son más que programas del corazón. Sofística barata. Entretenimiento para el pueblo que alimenta sus sensaciones de libertad, sus odios y rencores. Platón no se equivocó nunca en esto. Se ha dicho que todo el pensamiento occidental es una respuesta o comentario a Platón, yo lo comparto. Pero, desde luego, donde está clarísimo es en su pensamiento político. Han pasado veinticinco siglos y tenemos los mismos problemas planteados, con las mismas disyuntivas, sólo ha cambiado el escenario. Cada vez que explico la política de Platón a mis alumnos mas me pierdo en las reflexiones sobre la actualidad.