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Filosofía desde la trinchera

En las páginas de tribuna de la gaceta Independiente aparece un artículo de Manuel Montanero Fernández, titulado: Bolonia, año I, ¿privatización o  decepción? Mis máximos respetos para el autor al que he admirado siempre, a pesar de no conocerlo demasiado, no llegó nunca a ser mi profesor, pero la leyenda lo precedía. Ha sido un hombre dedicado intensamente a la educación y a su mejora. Pero siento discrepar con él en el asunto éste de Bolonia. Aquí sigo al viejo Aristóteles, que una vez que empezó a no compartir las ideas de su maestro y amigo Platón, dijo que era amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. Pues lo mismo puedo decir yo con respecto al autor del artículo, a pesar de mi admiración y respeto por su labor educativa, siento disentir y, además, por principios básicos. No es que yo pretenda estar en la verdad, siempre he defendido que las verdades son provisionales, cuidado, no relativas, eso es otra cosa. Pero lo que yo voy a discutir aquí es de índole ideológico o de falsas filosofías.

 

            El artículo me parece perfectamente argumentado, lo que sucede es que me parece excesivamente positivista. Me explico. No analiza los entresijos del plan Bolonia, sino que, aludiendo a las reivindicaciones más superficiales de los antibolnia, la privatización de la universidad y la desaparición de titulaciones, nos ofrece una serie de datos que refutan lo que mantiene los primeros. Estoy de acuerdo en la forma de estos argumentos, pero me parecen parciales, sería necesario un análisis estadístico riguroso de toda la nación española. Pero esto no toca, tampoco, la cuestión ideológica que subyace al plan Bolonia y que es lo que yo quiero comentar, casi telegráficamente, aquí, pues en otros lugares me he extendido suficientemente sobre el tema. Hacia el final del artículo también dice el autor, que es necesario que algunos que están contra esta reforma se atrevan a renovarse y a salir de sus cubículos medievales. Es cierto que la universidad española necesitaba de una gran reforma en profundidad, que existen males perennes y una endogamia temeraria, a la par que un alejamiento de la sociedad peligrosa. Todo ello es cierto, pero Bolonia no tiene nada que ver con esto, la endogamia seguirá, además, se amplificará. Es necesaria la reforma, pero tampoco hay que caer en el error de pensar que toda innovación es un progreso, sobretodo si esa innovación viene de las nuevas tecnologías y de la pseudociencia de la pedagogía. Aquí caemos en el mito del progreso y entramos de lleno en la ideología que subyace al plan Bolonia. Por mi parte considero que, como profesor, aunque no universitario, no estoy anclado en la época medieval, cuando surgieron las universidades, la primera en Bolonia, como recuerda el autor. Yo me voy más lejos. No he salido de la época de Sócrates. Y pensar que las nuevas tecnologías mejoran la enseñanza a partir del diálogo, enseñanza abierta que busca y construye el conocimiento a la par que construye al ciudadano es un error peligros. No se pueden confundir los fines con los medios. Las tecnologías, por lo demás, mucho más prescindibles de lo que parece, son instrumentos, no el medio. Creer en que el aumento de las tecnologías aumenta la calidad de la enseñanza es un mito que, por lo demás, lo desmiente toda la historia de la educación, desde Sócrates hasta nuestros días.

 

            Esto último es uno de los aspectos ideológicos en los que cae el plan Bolonia, como la LOGSE-LOE, su antecesor, en la primaria y secundaria. Pero vamos a adentrarnos un poco más en la ideología que sustenta esta reforma. Aunque sea ya manido decirlo, lo que subyace al plan Bolonia, como a las diferentes reformas de la enseñanza secundaria, es la ideología neoliberal. Todos los críticos lo dicen. Y todos los que están en contra lo intentan refutar. Pero lo que hay que hacer es ver en que consiste esta ideología neoliberal. En primer lugar hay que decir que el neoliberalismo está con nosotros desde los setenta y que se transforma en pensamiento único tras la caída del muro de Berlín. Los orígenes del neoliberalismo se encuentran a principios de siglo, pero fueron vencidos por el keynesianismo. Ahora bien, si el neoliberalismo es el pensamiento político-económico, yo diría ideología, entonces lo permea todo. Cualquier tipo de acción está dirigido por los ideales de este pensamiento. Y el rasgo fundamental del neoliberalismo es la primacía del mercado. Es decir, la eliminación del sector público. La crisis actual, que en principio parecía que iba a poner en jaque a tal doctrina, al final la ha reforzado. Pero si el mercado y sus leyes lo regulan todo, ya no es necesaria la política, salvo para justificar las acciones del mercado, que es lo que en la crisis actual está ocurriendo y es lo que ha ocurrido con las diferentes reformas educativas. Ahora bien, el mercado se mantiene si sigue creciendo, por eso lo que interesa es la productividad, que se mide por el PIB, que no tiene nada que ver con la riqueza particular, sino con la macroeconomía, la riqueza de los ricos. Todo aquello que beneficie a las grandes empresas beneficia al PIB de un país, por eso hay que seguir creciendo. Pero, para seguir creciendo, en la supuesta sociedad del conocimiento y la información en la que vivimos, es necesario preparar a los ciudadanos para que se adapten profesionalmente a este mundo “eternamente cambiante.” (Quizás no haya nada nuevo bajo el sol) Por eso la educación tiene como objetivo, no ya el conocimiento, sino las competencias y destrezas, además así se llaman, así debemos programarlas los profesores. El conocimiento pierde importancia, porque es sustituido por una serie de destrezas que es necesario renovar en un mundo eternamente cambiante. Y aquí aparece el mito de la formación continua, panacea de las grandes empresas para enriquecerse y tener acogotados a los sufridos trabajadores, que pasan indolentes e inconscientes por el aro. Pero de esta formación continua hablaremos después. Primero quiero hacer una observación a lo anterior. Decía que el objetivo de la enseñanza secundaria y universitaria hoy en día es el de la adaptación. El ciudadano debe adaptarse, ser maleable. Aquí sucede algo importante. Con la reforma de la universidad tras la ilustración, Kant afirmaba que el tribunal de la universidad es el de la razón. Todo buen ilustrado elogia esto, pues se destierra de la universidad, los intereses aristocráticos, las supersticiones religiosas, y en el “templo” del saber todo debe estar regido por la razón crítica. Ésta es la gran conquista de la ilustración en la universidad, que, a su vez, debe ser la garantía de la ilustración de los ciudadanos. La enseñanza secundaria y la universidad deben hacer llegar la ilustración al pueblo. Pero, lo que ha ocurrido hoy en día, es que el tribunal de la universidad, no es la razón, como en la edad media, tampoco lo era. En este caso, era la verdad revelada, la autoridad religiosa. Hoy en día el tribunal es el mercado y todo lo que ello significa, por eso, lo que se pretende no es formar ciudadanos, sino, individuos capacitados para desempeñar tareas, más o menos, especializadas para la empresa que aumentaría sus rendimientos. Se anula, de esta forma al ciudadano y se le convierte en un replicante sin capacidad de crítica. Si el tribunal de la universidad fuese el de la razón, de la universidad saldría la voz crítica para cambiar esta sociedad tremendamente injusta basada en la tecnobarbarie y el poder del capital representado por las multinacionales ante las cuales el poder político sólo puede asentir. Además de que, en la alta política, muchos representantes de ésta forman parte de los consejos de dirección de las multinacionales. Esto está muy claro en la política norteamericana y, cada vez más, en a europea. Y esto es el neoliberalismo. A esta ideología, que los políticos simplemente suscriben e intentan trasladar a la ciudadanía, como el máximo bien y la mayor garantía de libertad, sólo le interesa el crecimiento económico. El ciudadano es un intermedio. El plan Bolonia es la concreción de esta ideología en la educación universitaria. Y, encima, se nos quiere hacer pensar, desde el mito del progreso, que no hay alternativa posible de desarrollo. Falso, lo que se pretende es adoctrinar, que es, por otro lado, lo que todo sistema de enseñanza en manos del poder pretende hacer. El nuestro está en manos del poder económico, el poder político es, simplemente, la ideología que lo recubre. Una vez que el alumno obtiene su grado y sus másteres públicos entra en el mercado laboral, es decir, la competencia. Y aquí es donde el alumno se ve obligado para conquistar un puesto de trabajo a realizar un master tras otro a precios desorbitantes. Formación que, en el mejor de los casos, le garantiza un puesto precario, puesto que el neoliberalismo, con la connivencia de los políticos socialdemócratas, ya se han encargado de flexibilizar el mercado laboral. Y éste es el mito de la formación continua. El enriquecimiento para la empresa, además, a costa de la universidad. Es decir, desde el bien público. Quiero decir, que las universidades públicas forman a los futuros trabajadores para las empresas privadas. Es decir, que nosotros les hacemos el favor de adoctrinar a los alumnos en las competencias requeridas para la sociedad actual. Pagamos públicamente la formación para las empresas. El chollo de las grandes empresas es increíble. Ahora bien, si la educación estuviese regida por la razón, la universidad formaría a ciudadanos críticos que sean capaces de poner en duda, y plantear alternativas, a este desorden mundial vigente. Pero no es esto, precisamente, lo que le interesa al poder económico.

 

            Y otro asunto relacionado con Bolonia, que tiene que ver con la tecnobarbarie educativa, que ya padecemos desde la LOGSE en la secundaria, es la introducción de la pedagogía en la universidad. Los pedagogos se han convertido en los nuevos sacerdotes de la enseñanza. Han acabado, con su terminología críptica y pseudocientífica (una perversión de la razón ilustrada que instrumentaliza al alumno, como he analizado en otros lugares) con la enseñanza. Los pedagogos, a mi modo de ver, y al de muchos de mis compañeros, aunque la voz no se haga notar, por comodidad o cobardía, constituyen el cáncer de la educación. Además han producido el lenguaje que la ideología necesitaba. El lenguaje crea la realidad, por eso este lenguaje pedagógico, ha recreado la realidad de la enseñanza reduciéndola a la nada. Además del lenguaje, que vehicula el pensamiento y, por ello, adoctrina -ya se puede ver este fenómeno en los profesores que vienen de la LOSE y pasan por cursillos psicopedagógicos de adoctrinamiento- la pedagogía se ha parapetado tras una burocracia colosal que elimina el arte de enseñar y lo transforma en una supuesta técnica infalible en la que todo debe estar registrado. Ésta es la tecnobarbarie de la pedagogía. Y toda barbarie implica una instrumentalización del hombre. Lo que significa, un atentado contra su dignidad. La psicopedagogía ha instrumentalizado al profesor y al alumno.

 

            Y, para terminar, quiero hacer una mención sobre las titulaciones que, en principio, tienen como salida profesional fundamental, la enseñanza secundaria. Todas estas carreras o grados que son de índole teórica, fundamentalmente, ya sean de ciencias o de humanidades, ven reducido su programa a cuatro años. Y no se comprimen los contenidos. Hay una proliferación increíble de asignaturas, así como, por lo que conozco en algunas de humanidades, un primer año en el que se estudia de todo lo concerniente a las humanidades. El objetivo está claro. Tras obtener el grado se realiza el master psicopedagógico que te “capacita” para la enseñanza. Los contenidos obtenidos en el grado y el master son bastante menores que en las antiguas licenciaturas, además de llevar tu última dosis de adoctrinamiento psicopedagógico para que te adaptes al desierto de lo real de la enseñanza secundaria actual. Además, con los conocimientos que se obtienen en estos grados –muy diversificados y poco especializados-, y los niveles de exigencia escasos de la secundaria, los graduados en humanidades podrán dar cualquier asignatura de estas al igual que los de ciencias. Por ello se rumorea, la cosa está muy avanzada en Andalucía, la reducción de los departamentos a dos: el de humanidades y ciencias sociales y el de ciencias con, eso sí, sus diferentes secciones.

 

            En conclusión, creo que Bolonia no es más que una piedra más en la construcción neofascista de la sociedad del siglo XXI que estará gobernada por el poder de las grandes corporaciones. Y todo lo demás que se nos cuenta es ideología para domesticar al ciudadano, como, por lo demás, ha ocurrido en todas las épocas.

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