06 de mayo de 2010
Utopía y neoliberalismo.
Releyendo la obra póstuma de Popper, Después de la sociedad abierta, he recordado algunas reflexiones que ya hace tiempo hiciera sobre el pensamiento único. He mantenido siempre que el establecimiento del pensamiento único en las sociedades democráticas, las que Popper denominó sociedades abiertas, da al traste con estas democracias convirtiéndolas, precisamente, en sociedades cerradas. Si mantenemos que sólo hay una forma de pensamiento verdadera, una única forma de organizarse en la sociedad; y que, precisamente, a esto lo llamamos democracias liberales, entonces estamos anulando la base de la democracia. La base de la democracia es el dialogo y para que exista tal, es necesario la posibilidad de disentir. Pero cuando se disiente lo que sucede es que hay formas alternativas de pensamiento. Lo importante de las sociedades abiertas es que garantizan la libertad de los individuos a través del uso libre de la razón, es decir, la crítica. El pensamiento racional o el racionalismo crítico es la base epistémico de las democracias. Y el racionalismo crítico es la aceptación de la ignorancia socrática. O, la llamada por Nicolás de Cusa, la Docta ignorancia. Al partir de este presupuesto estamos abiertos al debate y el dialogo entre pensamientos distintos e incluso enfrentados. La democracia debe garantizar, institucionalmente, que este debate tenga lugar. Además, esta actitud genera una virtud eminentemente democrática: la tolerancia. La base epistémico de la democracia es la aceptación de que nadie tiene la verdad y de que yo puede ser que sea el equivocado; por tanto, tengo que atender a los argumentos del otro para confrontarlos con los míos y buscar una verdad compartida y consensuada que surja del diálogo. Es decir, de la razón que es lo que tenemos en común. Y esta base epistémico tiene también un fundamento ético como hemos dicho: el de la tolerancia. Tolerar no es aguantar el error del otro, sino admitir su posible verdad. Es decir, que la tolerancia es la virtud que exige del respeto del otro. Y éste es su fundamento ilustrado. Por eso las sociedades abiertas son las que defienden la libertad de los individuos y esto es lo mismo que defender su dignidad. Y con ello queremos decir la consideración del otro como un sujeto no como un instrumento. El reconocimiento del imperativo kantiano de que el hombre es un fin en sí mismo. Esto es lo que nos garantizan las sociedades abiertas. Todo sistema político que no considere al ciudadano como tal; esto es, como fin en sí mismo, está instrumentalizando al hombre y lo convierte en objeto. Y esto es lo característico de los totalitarismos. Toda acción política o del poder que tome al ciudadano como instrumento es una acción totalitaria. Pero esto nos lleva a un tema delicado. En democracia también se puede instrumentalizar a los individuos por parte del poder. Es más, se hace continuamente. Cuando los partidos políticos buscan el poder y no el bien común están instrumentalizando a los ciudadanos. Cuando el poder político engaña, y lo hace excesivamente está atentando contra la dignidad humana. Está considerando al ciudadano como un instrumento para obtener sus fines que son, precisamente, los de alcanzar el poder. Y todo esto tiene mucho que ver con las sociedades neoliberales de hoy en día y con el pensamiento único. Éste último anula la posibilidad de disentir, por tanto, elimina la característica propia del hombre que lo convierte en un sujeto dotado de dignidad y de libertad. Es decir, elimina la capacidad de criticar, y usar libremente su propia razón. Por tanto se lo convierte en un esclavo, un instrumento.
Pero el pensamiento único va ligado también con el utopismo. Precisamente, una de las características fundamentales del pensamiento utópico es la creencia de que poseen la verdad última sobre el cómo deben estar organizadas las sociedades para alcanzar la justicia y la felicidad plena. Es decir, las utopías muestran un único pensamiento que todo ciudadano debe aceptar. Por eso las utopías, al intentar llevarse a la práctica conducen a regímenes totalitarios, tiránicos y violentos. Porque, en última instancia, hay que eliminar al disidente. Ahora bien, ¿en qué situación nos encontramos hoy en día? Pues sencillamente en una visión utópica del sistema político. Si las democracias neoliberales defienden un pensamiento único, éstas se convierten en sociedades cerradas y utópicas. Cerradas, porque eliminan la libertad, con lo que ello conlleva de pérdida de la dignidad y la instrumentalización de los ciudadanos. Y utópicas porque lo que se nos viene a decir no es sólo que existe una única manera de organizarse; sino que esta forma neoliberal de entender la sociedad nos llevará a la sociedad perfecta: la eliminación del sufrimiento, la pobreza y la consecución de la libertad y la justicia. Pensamiento utópico perfectamente consolidado que, además, se ve fuertemente alimentado por el desarrollo tecnocientífico: una nueva religión. Por eso, las medidas que el neoliberalismo considera que toda sociedad debe adoptar se han convertido en un catecismo. El catecismo neoliberal, que lo llama el economista Stigliz. Pero un catecismo es un conjunto de verdades dogmáticas que no admiten crítica: un sistema cerrado de creencias, una religión, en última instancia. Por eso el modelo neoliberal es una religión económica y social que no admite la menor crítica, un pensamiento cerrado y utópico que, como todos, genera una sociedad totalitaria. Popper nos advirtió de los peligros del totalitarismo. También nos dijo que la democracia era el mejor sistema para echar a los gobernantes sin utilizar la violencia. Y nos dijo que las sociedades democráticas eran las sociedades abiertas que garantizaban la libertad y la dignidad de los hombres. Pero también, en una línea kantiana, nos advertía, y a pesar de su defensa de la ilustración, de que los progresos ético y políticos no garantizan, de ninguna manera, la exención de retrocesos. Toda conquista es accidental y depende del esfuerzo de la ilustración: del atrévete a pensar por ti mismo, a ser, en fin, libre. Pero lo que ha ocurrido, curiosamente, es que nuestras sociedades democráticas se han convertido en totalitarismos encubiertos, incluso podríamos hablar de fascismos. Esto último lo digo porque el neoliberalismo parte de la idea del crecimiento ilimitado, pero cuando esto se lleva a cabo se hace a costa de otros. Esto es, que el crecimiento mata. Y esto es un axioma. Para que pueda haber riqueza de unos cuantos hay que producir un desequilibrio que produce miseria y muerte del que está fuera de la órbita de los países ricos y de las generaciones futuras. Por eso el crecimiento mata. Las ideas tienen consecuencias y la idea del crecimiento ilimitado es una idea asesina, además de esclavista. Crecemos a costa del mal del otro.
Como decía, las democracias son totalitarismos encubiertos porque tras la cáscara formal se esconde un pensamiento único excluyente y utópico. El totalitarismo se ejerce por la promulgación de un pensamiento único incontestable, como toda buena religión. Y al pueblo, para tenerlo adormecido, se lo instrumentaliza por medio del consumo, que es lo que mantiene el crecimiento ilimitado del sistema. Que no es el enriquecimiento de todos, sino la acumulación de las riquezas en pocas manos. El consumo es, actualmente, el opio del pueblo.
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