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Filosofía desde la trinchera

 

                                   07 de mayo de 2010

 

Empirismo, relativismo y posmodernismo. La eliminación de la enseñanza.

 

            El artículo de Antonio Gallego Raus ha señalado lo que, a mi parecer, es una relación muy interesante entre el empirismo como filosofía de la ciencia y el relativismo de la posmodernidad. Quisiera abundar un poco en esta tesis con la intención de señalar los orígenes epistemológicos del mal en la educación. Por su puesto, y esto va de suyo, estas cuestiones epistémicos van ligadas a cuestiones ideológicas que, aunque alguna vez se toquen de pasada no son el centro de este artículo.

 

            Pero antes de comenzar esta reflexión interesante, pero difícil quiero señalar dos puntos que han aparecido, uno en el artículo de Raus y otro en el debate. El primero de ellos es la cuestión del poder. ¿Quién ostenta el poder? ¡son inteligentes los que lo ostentan o son, más bien, listos, trepas y aprovechados? La verdad es que hay de todo. No se puede responder a estas preguntas con un reduccionismo. Ahora bien, y sin caer en  una teoría conspirativa de la historia, creo que al poder económico y político, fundamentalmente el primero, le interesa un tipo de ciudadano (esclavo o borrego.) Con ello quiero decir que las cosas están muy bien pensadas desde hace tiempo. El poder político que nosotros vemos no son más que los acólitos de poderes superiores. Ellos también viven en el engaño. Han sido en parte consciente de él pero están sometidos a él. Aunque pertenezcan a la clase del poder, de los dominanates, viven esclavos de la ideología del poder. De ahí su empecinamiento a la hora de defender ciertas posturas: en nuestro caso es la educación, pero de forma más general, en la economía y su creencia en el mito del progreso que se plasma en la idea del crecimiento ilimitado. Y esto último a lo que he aludido aquí tiene mucho que ver con el tema de la enseñanza. Por eso he dicho siempre que el mal de la educación, aunque nosotros tenemos que aportar vías concretas de solución, y la primera es hacer que se tome consciencia del mal, viene de una marea de fondo de carácter social. Existe una ideología social dominante desde hace cuarenta años que afecta a todos los sectores de la sociedad. El de la educación es especial porque es precisamente el vehículo de la ideología del poder. De ahí que muestren tanto empeño y que intenten confirmar su ideología (falsa conciencia y falso pensamiento no argumentado) con pseudoteorías científicas de origen psicopedagógico. El engaño es global y se extiende a través del llamado pensamiento único que se vehicula por lo que se llaman las democracias liberales que no son ni democracias ni liberales. No son democracias porque son partitocracias oligárquicas en las que realmente el poder lo tienen los grandes monopolios. El poder político es comparsa e intermediario entre estos y el pueblo. Tampoco es liberal porque realmente lo que menos se defiende es la libertad, salvo la del enriquecimiento de unos pocos. Al contrario, es una sociedad cada vez más burocratizada. Una sociedad que vive en el engaño de la neolengua al estilo orwelliano, del doble pensar. Si hay un pensamiento único no hay pensamiento, porque el pensamiento es diálogo. No se admiten desde el poder las heterodoxias ni las disensiones. Por eso no hay libertad. La libertad es la libertad ilustrada: atrévete a saber, atrévete a pensar por ti mismo, a usar tu propia razón. El conocimiento es la libertad. Por eso la enseñanza elimina el conocimiento y la diferencia. La enseñanza es ideología. El poco conocimiento que hay está perfectamente dirigido. Vivimos en Matrix (bienvenido al desierto de lo real) o en la caverna platónica. Pensando que sabemos cuando no sabemos, creyendo que somos libres cuando no lo somos. Los medios de comunicación nos hacen creer que somos felices y libres, que podemos movernos donde queramos. En definitiva lo que están haciendo es moldear nuestras conciencias con determinada escala de valores que generan después un tipo de acción o de conducta. Nuestra libertad es una ficción y responde a los intereses del gran poder económico. Lo que sucede es que un estado orwelliano puro nunca es posible. Por eso existen los disidentes, los herejes (los que piensan de otra manera) los que se atreven a discrepar, los hombres libres que ven el nihilismo al que va abocada esta civilización. Lo peor es que al nihilismo le sigue el fascismo. Si el ciudadano se convierte en un autómata que sólo mira su propio bienestar, que no tiene conocimiento ni criterio es un esclavo. Y ahí es donde emerge el fascismo. Fascismo en el que ya creo que estamos inmersos. Por ejemplo, cuando hablamos de relativismo estamos habando de una forma de fascismo. El relativismo implica que todo vale. Y ello significa la muerte del pensamiento. Porque para poder pensar es necesario el diálogo y éste se ejerce cuando hay algo en común, la razón, el logos. Es decir cuando admitimos que el otro puede tener más razón que yo o toda la razón, que yo puedo estar equivocado. Que el diálogo es aprender. Que aprender es abandonar la opinión personal para ascender a un conocimiento mejor probado y fundamentado, más universal y común. El relativismo, al negar todo esto, que es la base del pensamiento critico, niega el pensamiento y de aquí es de donde surge el fascismo. No olvidemos que la pretensión del sistema de enseñanza es la de educar en el relativismo de las opiniones con la máscara de la democracia y la libertad de expresión, pero esto es un error, otro engaño de la ideología del poder. Y en qué consiste entonces el fascismo. Si todas las opiniones son equivalentes entonces la que se establece como verdad es la del más fuerte, la del poder. Y en esas estamos, tanto a nivel político, militar, como económico. La fuerza es la que otorga la razón. Y, el ciudadano, engañado en la dinámica del consumo, obedece sumiso y obediente, sin conciencia, ni siquiera, de su estado de sumisión. La barbarie tecnocientífica y tecnoeconómica en la que vivimos, y que nuestro sistema educativo reproduce (éste es el mal de fondo al que me quiero referir) se ha transformado en religión. Una religión débil, sin ética. Sólo mito y ritual. Una religión formal y vacía que ni siquiera reconocemos como tal, pero en la que participamos en cada acto de consumo y en la creencia en el progreso de la humanidad. Es esta idea de progreso, un mito, el sustrato de toda la ideología en la que vivimos. Y esta religión es opio para el pueblo. Mantiene a la ciudadanía adormecida sin capacidad de reflexión y de toma de consciencia del estado oprimido en el que se encuentra. A lo peor, tampoco le interesa. Porque ya decía Kant que el hombre es autoculpable de su minoría de edad (su esclavitud), por dos vicios, la pereza y la cobardía. El optimismo ilustrado nos hacía pensar que el hombre ayudado por los doctos, y con las condiciones políticas apropiadas podría alcanzar la libertad, pensar por sí mismo. Dos siglos después tenemos que ser escépticos al respeto. Puede más el vicio, la pasión que la razón. Sólo la pasión de la libertad lo sobrepasa. Pero, quizás, éste es mi pesimismo antropológico, que lo apoyo en la etología y la evolución, la condición humana no dé más de sí. Somos seres gregarios por naturaleza. La democracia es una construcción para eliminar injusticias y producir igualdad y libertad, pero también es una forma de vida que tiene que ver con los ideales ilustrados, y esto, quizás, no esté al alcance de todos. Como se ve, el tema del poder es más complejo de lo que parece. Por eso me he alargado un poco en la reflexión. Además he querido unir el mal en la enseñanza con el problema del poder y la sumisión. Esto es la paradoja de Hume. Este autor decía que la paradoja del hombre es que nada valoraba más que la libertad, pero que en cuanto podía delegar en otro su uso, prefiere la comodidad del obedecer, mientras esté seguro y tranquilo. Y esto lo sabe el poder. Por eso nos distrae con la apariencia de la libertad que es el consumir. Por eso la rebeldía cada vez es menor y el fascismo sutil en forma de democracia mayor. Y por eso los políticos que nosotros vemos están inmersos en esta ideología y son los más esclavos de ella: es su catecismo, su religión.

 

            Y con estas reflexiones, más extensas de lo que quería, enlazo con el segundo tema previo. La famosa frase de Ortega. Como bien señala Raus, la ha utilizado con la intención de ligarla, como vulgarmente se hace, al relativismo, como podía haber utilizado cualquier otra. Pero me ha gustado la aclaración de que ésta es la mitad de la sentencia orteguiana. Yo soy yo y mis circunstancias, si las salvo a éstas me salvo yo. Es bien sabido que la teoría de Ortega es el perspectivismo, una forma débil de relativismo, nada de radical y nihilista, como el posmoderno. La segunda parte sugiere que la vida es tarea. Y una de las tareas para Ortega es la de conquistar la paradoxa, es decir, la filosofía. Filosofar (entiéndase pensar libremente) es trascender la opinión propia y vulgar. El relativismo es la defensa de la opinión propia. Pero cuando defendemos nuestras propias opiniones sólo por el hecho de ser las nuestras (ideología dominante) lo que sucede es que las opiniones se convierten en nuestras tiranas. El relativismo nos hace esclavo de nuestras propias opiniones. Ahora bien, dudar de nuestras opiniones es la tarea de la libertad y del conocimiento. El conocimiento como ejercicio de la libertad. ¿Por qué se fomenta el relativismo en la escuela y se disminuye el conocimiento? Pues para producir ciudadanos borregos o esclavos del sistema de producción. En suma, replicantes, clones. Nuestro sistema educativo se ha ido convirtiendo, progresivamente, en un sistema fascista de pensamiento único en el que el objetivo es extirpar la libertad y producir ciudadanos moldeables y maleables con la intención de ser personal perfectamente adaptado al sistema prevalente. Individuos poco conflictivos y autosatisfechos. Y aquí enlazo con otro punto de Ortega. La democracia, es el gobierno de la mayoría, pero la mayoría es amorfa, es la de los señoritos satisfechos. Aquellos que sólo son capaces de mirar su ombligo, los que no tienen ni pasado ni futuro. Funcionan como autómatas. Nuestros sistemas de enseñanza eliminan las ciencias básicas y las humanidades. Armas indispensables para conocerse a sí mismo. Se sustituye el conocimiento por las competencias básicas, un saber hacer pueril, pero perfectamente adaptado a la sacrosanta sociedad de la comunicación en la que vivimos. (Nótese aquí el mito del progreso que está a la base de todo, aunque no puedo analizarlo en este artículo.) Ortega fue un gran crítico de la democracia y defensor de la meritocracia porque veía que podíamos acabar en éste nihilismo en el que nos encontramos. De ahí que la segunda parte de la sentencia de Ortega sea tan importante. Porque requiere de la tarea y del esfuerzo que es la libertad. Y, precisamente, esta tarea y este esfuerzo son los que superan el relativismo radical posmoderno en el que nos encontramos.

 

            Y vamos ahora al tema del empirismo como origen del relativismo. El asunto hay que rastrearlo, a mi manera de ver, en el origen de las ciencias psicológicas y pedagógicas. Y, a mi entender, hay un error en el estatus científico de estas supuestas ciencias. El paradigma en el que se encuentran estas ciencias es el empirista o neopositivista. La filosofía neopositivista de principio de siglo lo que pretendía era demarcar lo que era ciencia de lo que no lo era. Y encontró el criterio de la mano de Wittgenstein (aunque éste tenía otras intenciones) y el Círculo de Viena, en el criterio de verificabilidad. Los enunciados científicos son aquellos que son verificables. Los únicos enunciados con sentido son los verificables. Así, se separa la ciencia de la no ciencia. La ciencia es el conjunto de los enunciados con significado o con sentido; es decir, los verificables. El criterio de sentido es un criterio de demarcación. Pero el neopositivismo fue superado por Popper y por Kuhn. En la primera mitad del siglo XX la psicología y la pedagogía pretenden alcanzar el estatus de ciencia, de modo que para obtenerlo pretenden mostrar que son ciencias empíricas y que cumplen con el criterio de verificación. Y de ahí viene el mal de la psicología y la pedagogía. El empirismo en estas ciencias nos ha llevado a lo que se llama la teoría de la caja negra. Si nosotros queremos investigar el comportamiento humano sólo nos podemos fijar en lo observable. Es decir, siguiendo el esquema de la psicología empírica, el estímulo y la respuesta. Lo que ocurra dentro del cerebro no nos importa. Eso es una caja negra a la que no podemos acceder en psicología. Aquí encontramos precisamente el origen de la teoría de motivación. Si lo observable son los estímulos y las respuestas y nosotros, según la ciencia psicológica, nos dice, podemos modificar la conducta modificando los estímulos, entonces la enseñanza debe alzarse bajo el pilar de la motivación. Todo aquello que es inobservable, como la voluntad, cae fuera de la ciencia psicológica y es un sinsentido. Esto ha sido un tremendo error de la psicología que la pedagogía ha seguido a pié juntillas y que ha dado lugar a uno de los mayores fracasos educativos de la historia en España: la LOGSE-LOE. El fundamento epistemológico de la pedagogía que subyace a estas leyes es la teoría de la motivación. La modificación del comportamiento y la capacidad del aprendizaje se basan en la motivación. Entonces, el papel del profesor es el de animador. Además del error epistémico que esto conlleva, esta visión de la ciencia psicopedagógica, lleva aparejado un error ético-antropológico tremendo con una profunda carga ideológica. Si lo único que nos interesa es la motivación y los resultados de ésta, que es lo únicamente empírico, entonces convertimos al alumno en un instrumento, un objeto. Es decir, estamos violando el principio ético máximo: el de la dignidad. El hombre es un fin en sí mismo, no un medio. Ahora bien, si introducimos el factor de la voluntad, que no es observable, entonces estamos considerando al individuo como un sujeto. Es decir, estamos actuando desde la perspectiva de la ética. Pero, claro, para los psicopedagogos, anclados en el paradigma positivista o empirista, la ética es un discurso sin sentido porque sus enunciados no son verificables. Y ésta es la ideología del cientificismo de la que somos herederos y a la que le debemos muchos de nuestros males educativos. En cambio, si educamos no sólo basándonos en la motivación, sino teniendo como centro la voluntad, entonces estamos tratando al alumno como un sujeto. Porque la voluntad es la libertad. Me explico. La voluntad es la capacidad de dominar mis pasiones. Mis pasiones me hacen esclavo. El dominio de mi voluntad me hace dueño de mis pasiones, me hace libre. Pero, para eso necesito interiorizar la autoridad. La educación de la voluntad requiere de la autoridad y de la disciplina, no de la motivación. Ésta última, en todo caso, es superficial. Esta autoridad es la que vamos interiorizando hasta que la hacemos nuestra y nos convertimos en sujetos autónomos. Aquellos que se dan a si mismo la ley y que la obedecen. Ideal kantiano de la ilustración. La ilustración es pensar por sí mismo, es decir, darse a si mismo la ley, ser nuestra propia guía, ser sujetos, fin en sí mismo, no objetos. Y esta obediencia a la ley, nuestra voluntad, es lo que nos hace libres y autónomos, sujetos únicos e irrepetibles. Pero, claro, nada de esto le interesa al poder. A éste le interesan los clones, lo maleable. De ahí que la motivación anula la libertad y nos hace esclavo de las pasiones. Cuando se dice que hay que enseñar divirtiendo y eliminar toda autoridad y disciplina, lo que se está diciendo y promoviendo es la esclavitud de las pasiones. La motivación funciona siempre a nivel emocional, no racional. La libertad, en cambio, requiere de la reflexión. Sobreponerse a las emociones y las pasiones. Requiere esfuerzo. Educarse es una tarea de la voluntad que intenta sobreponerse por todos los medio a la tiranía de las pasiones. ¿Por qué el relativismo tiene que ver con esto? Si la base de la educación es la motivación resulta que todas nuestras acciones son igualmente válidas porque proceden de la motivación previa. Nuestra conducta procede de las diferentes motivaciones. Pero los juicios de valor sobre lo empírico: estímulo-respuesta, exceden el ideal empirista de la ciencia. Toda conducta es, por tanto, defendible. Ahora bien, la conducta que se promocionará será la que al poder le interesa. En nuestro caso la de las competencias básicas. Por otro lado, el relativismo se introduce para minar las bases cognitivas de la educación. Si todo vale, todo conocimiento es trivial. Lo importante es aprender ciertas destrezas, todo lo demás es cuestionable. El conocimiento, que se basa en la reflexión, excede el esquema empirista, por tanto no es válido, sólo el que necesitemos para las competencias básicas. El conocimiento ha pasado al último plano en la enseñanza porque no cuadra con el esquema empirista de aprendizaje por motivación y con el relativismo que de ahí, junto con la ideología posmodernista que viene a coincidir con él, se sigue.

 

            Pero, claro, el empirismo es una filosofía de la ciencia errónea, cosa de la que no se han dado cuenta los psicopedagogos. Ya Popper lo superó con su teoría de la refutación. Lo científico no es lo verificable sino lo falsable. Pero, además, la demarcación entre lo falsable y lo no falsable no es una demarcación de lo que tiene o no sentido. Tanto sentido tiene la ciencia, como la ética, lo que ocurre es que los enunciados de la ética no son falsables. La ciencia queda destronada. Pero, además, Popper nos dice que no hay hechos puros. Todo hecho es interpretado a la luz de una teoría. Y toda teoría es una hipótesis o conjetura, no verdad definitiva. En el esquema motivación-conducta cuando lo observamos se introducen nuestras ideas previas, nuestras teorías.

 

            Y aquí enlazamos con Kuhn que nos va a llevar al posmodernismo. Toda ciencia está sujeta a un paradigma. Todo paradigma se compone de varios elementos, el primero de ellos, que es el que nos interesa a nosotros es el conjunto de ideologías, filosofías, visión del mundo, que tiene el científico y de la cual, generalmente es inconsciente. Ésta es la base que está más allá de la ciencia empírica en un paradigma pero que hace que el científico vea las cosas de una manera o de otra. Así, la observación de los hechos y la ciencia en su conjunto, no sólo está cargada de teoría, sino de ideología. Y aquí entramos en el terreno de la posmodernidad. Resulta que, curiosamente, como sugiere Antonio Raus y que espero que pronto desarrolle, aquí el empirismo y el posmodernismo se unen desde la perspectiva del relativismo. El relativismo: todo vale, aunque tiene sus orígenes filosóficos (los sofistas) y antropológicos, no es actualmente una teoría, es una ideología de dominio por parte del poder, como hemos analizado antes. La posmodernidad predica la muerte de los grandes relatos de la humanidad, la muerte de la ilustración y de la ciencia. Y establece como máximo principio el del relativismo y el pragmatismo. Aquí surge una contradicción en la filosofía posmoderna. El relativismo se hace radical. Con lo cual es lo mismo que decir que se hace absoluto. Es decir, que el relativismo se establece como verdad absoluta. Es una ideología, un estado de conciencia. Ahora bien, el relativismo, como hemos demostrado, interesa al poder. Y la educación es el vehículo de la ideología; por tanto, el relativismo tiene que establecerse en la educación. Y, el esquema de la motivación lo hace perfectamente viable. El sistema de educación emerge de la ideología posmoderna-nihilista-fascista en la que nos encontramos y produce replicantes de esta ideología. La cosa es más grave de lo que parece. Espero, en el futuro, seguir analizando este difícil y espinosos tema.

 

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