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Filosofía desde la trinchera

Réquiem por Occidente. Bienvenido al desierto de lo real.

                Creo que Occidente ha llegado en estos momentos a una encrucijada. Estamos ante la posibilidad de un fin de nuestra civilización. Del fin de la civilización occidental. De todo lo conquistado por Occidente. Está claro que Occidente está lleno de claroscuros y no seré yo el que defienda acríticamente la civilización occidental. Es más, soy de los que piensa que nuestra civilización, con su idea de progreso de fondo, si la entendemos, no allá en sus orígenes griegos, sino en su renacimiento, pues es una historia sembrada de cadáveres. Pero algunas florecillas también hemos sembrado y hemos podido recoger. Es decir, que, a pesar de todo, en Occidente hemos sido capaces de realizar una serie de conquistas ético-políticas que podemos entenderlas como un cierto progreso de la humanidad. Un progreso contingente, claro. Hemos conquistado la democracia y los derechos humanos. Y consideramos que todo ello debe vertebrar la vida social. Y en el fondo de este logro lo que se encuentra es una concepción de la persona y esta concepción es la de considerarla como un sujeto de dignidad. La andadura de todo ello comenzó en Grecia, cuando se conquista la democracia y se llega a la conclusión de que la ley que gobierna al pueblo es autónoma; es decir, que viene del pueblo, no de allende al pueblo. La ley tiene el fundamento en el pueblo y no en un poder sustraído y heterónomo, como el militar, el religioso, el supersticioso, el económico…la base reside en el pueblo y es el pueblo el que autónomamente se dirige. Y se dirige mediante el logos, que es la razón, aquello que media entre los hombres para entenderse y que nos permite llegar a acuerdos, consensos, verdades particulares. Porque la democracia, señores, elimina la verdad absoluta. La verdad absoluta es enemiga de la democracia. La verdad absoluta quiere el poder para imponerse y lo quiere absolutamente. Por eso la democracia se desarrolla en el ágora. Lugar vacío donde sólo está el logos. Cuando ese lugar es usurpado por un poder entonces se acabó la democracia. Porque el poder se apodera de la razón, la hace suya. Al poder le interesa eliminar la razón, que es diálogo y establecer una tiranía del pensamiento, un pensamiento único. Un gobierno desde y por la fuerza. Y ello supone la eliminación del hombre y de su libertad. Porque lo que nace con la democracia es la isonomía, la igualdad ante la ley y le isegoría, la libertad de pensamiento y de expresión pública, que es lo que hace posible el diálogo. Pero si no hay razón como intermediario no hay diálogo y la persona desaparece, en tanto que desaparece la libertad. La democracia se conquista, alcanza su esplendor en la época de Pericles, pero degenera. Y degenera en demagogia y plutocracia, algo muy similar a lo que está ocurriendo hoy en día. Y el punto de inflexión de esa degeneración es la muerte de Sócrates. Sócrates, un hombre justo, es condenado a muerte por la democracia, un gobierno supuestamente justo. Y esto se convierte en una tragedia. En el fondo la tragedia del hombre: es imposible un gobierno justo. La democracia es un gobierno imperfecto y perfectible. Que sea imperfecto significa que tiende a degenerar y que sea perfectible significa que lo podemos perfeccionar. Pero ello depende de nuestro esfuerzo. Es decir, de atrevernos a ser libres, a ser ciudadanos. Pero ésta es la tragedia del hombre. El hombre aunque lo que más aprecia sea la libertad, prefiere vivir entre las cadenas, prefiere obedecer. La comodidad y la cobardía son las aliadas naturales de la condición humana y de la servidumbre humana voluntaria.

Sócrates representa la libertad, la audacia y la valentía del pensamiento, Sócrates es el tábano de Atenas, el personaje molesto que siempre te hace tomar conciencia y no deja que te adormiles, no permite que te arrastre la pereza, el vicio, ni la cobardía. Pero la democracia que juzga a Sócrates representa a la tradición, a la comodidad, a la ausencia del pensamiento. Los demagogos y oligarcas en este contexto triunfan. Han secuestrado el logos del ágora, igual que hoy en día. El poder económico que se extiende y aferra al político y el de los medios de control de masas lo que hacen es domesticar al ciudadano, darle y ofrecerles desde el hedonismo egoísta las cadenas que a gritos el mismo pueblo, por cobardía y comodidad pide. Es nuestra cobardía la que nos hace esclavos. Es nuestra obediencia la que permite el gobierno de los tiranos. Son los tiranos los que nos tiranizan con nuestro permiso y con nuestra propia complacencia. No nos rebelamos porque es peligroso. Pensar es peligroso. Por eso pensar es siempre pensar contra el poder. Y pensar contra el poder no es más que desenmascarar, desmitificar, demostrar y desmontar los engaños y las argucias del poder. Actividad peligrosa donde las haya porque te lleva a la soledad, el pensamiento es solitario. El rebaño no piensa, obedece. Es el espíritu gregario, el de grupo el que nos mantiene unidos en una inopia absoluta y placentera en la que preferimos pacer y obedecer a pensar y caminar en solitario. Y pensar es peligroso porque uno se enfrenta al poder. Y el objetivo del poder es la eliminación del disidente, como es el caso de Sócrates, que ilustra e ilumina toda la historia. Pero también es peligroso para el poder. Porque todo poder es reaccionario, todo poder quiere mantenerse en el poder, es inmovilista, quiere el control. Y cuando aparece la disidencia pues se asustan, se ponen nerviosos, porque la disidencia es lo único que hace que el poder se tambalee. Por eso la democracia es disidencia. Claro, pero para ejercer la disidencia es necesaria la libertad. La disidencia es la que hace posible el diálogo entre personas libres. Por eso la muerte de Sócrates es paradigmática y representa la corrupción de la democracia. La democracia ateniense, como la actual, se había vuelto corrupta, gobernaban los demagogos y oligarcas, querían a un pueblo domesticado y vertido a sus pasiones, como hoy en día que triunfa el hedonismo egoísta, el nihilismo. Fruto todo ello del posmodernismo. Y ese poder corrupto no quiere el pensamiento, lo ha secuestrado, quiere la sumisión. Por eso la muerte de Sócrates es el enfrentamiento entre la libertad y el poder de las costumbres, de la tradición, de la comodidad y de la pereza de un pueblo domesticado. La muerte de Sócrates significa el fin de la filosofía, del pensamiento y de la democracia que es el caldo de cultivo de la filosofía.

A partir de entonces la filosofía se ejerce como una tarea de sálvese quien pueda. Se ejerce en escuelas aisladas, es perseguida, no llega a la ciudadanía, sino a unos cuantos elegidos. Y así pervive durante todo el imperio romano hasta que todo el poder romano es secuestrado por el poder de la religión (esto no significa que sea la causa de la caída del imperio romano, que hay muchas, y que en el fondo es como todas las caídas de las civilizaciones, un colapso civilizatorio de origen ecológico, un acabar con los recursos de los que se vive, por múltiples causas) que se hace con el pensamiento del mundo antiguo y lo elimina en gran parte y otra lo adapta a su mensaje que pretende ser la verdad absoluta. En poco tiempo retrocedemos ocho siglos y nos sumimos en la barbarie. Y es esa la barbarie que, si no lo enmendamos, la que nos espera a la vuelta de la esquina.

                Nuestra sociedad globalizada está a punto de entrar en un colapso civilizatorio, no es una crisis económica propia del capitalismo a lo que estamos asistiendo, es una quiebra del capitalismo global. La democracia, desde sus orígenes para acá, hace 250 años, ha ido degenerando. Y ha ido degenerando porque se ha unido al capital, su desarrollo ha ido parejo al del capital. Y el capitalismo lo devora todo; porque sólo tiene una forma unidimensional de ver el mundo. El mundo como mercancía. Y el capitalismo solo tiene un camino, el crecimiento, y el crecimiento, por las propias leyes de la física no puede ser ilimitado en un sistema limitado, como es el sistema tierra. Pues bien, es el poder oligárquico el que ha secuestrado todo el poder político, a nuestros representantes, de tal forma que ya no nos representan, sino que representan a la oligarquía, a un puñado de ricos. Los ciudadanos han dejado de ser tales, han perdido la dignidad que le otorgó la razón ilustrada de Kant y que se materializa en los derechos humanos y se vertebran a través de las constituciones democráticas y se han convertido en instrumentos. En instrumentos de producción. Las propias leyes de educación nos lo dicen. Se educa para la empleabilidad.

Y esta oligarquía, este poder económico ha forjado una forma de pensamiento que es el pensamiento único, por eso se ha secuestrado la democracia y por eso los políticos nos dicen que no hay alternativas porque ese pensamiento único es determinista. Tiene una concepción determinista de la historia, es el pensamiento neoliberal. El pensamiento neoliberal es la utopía negativa de la actualidad. Se nos dice que sólo hay un camino hacia una sociedad perfecta, justa, que elimine el sufrimiento y todos los problemas, ese camino es el de las democracias liberales. La historia progresaría determinísticamente por este camino. Pero no hay progreso de la historia, esto es un viejo mito cristiano del que me he ocupado muchas veces y en el que, para el mal radical de la humanidad, han caído todas las utopías del siglo XX, de izquierdas o de derechas. Este pensamiento neoliberal pretende la liberalización absoluta de la economía, la privatización de todo lo que se había convertido en público porque era la forma que la democracia tenía de salvaguardar nuestros derechos. Pero, curiosamente, cuando se producen pérdidas, el sector privado pide rescate al sector público, hasta que poco a poco lo va hundiendo. Y esto significa la desaparición del estado y, con él, de nuestros derechos, porque es el estado, con el dinero de todos, el que los protege, pero ya no hay estados. Ahora hay, y cada vez más, oligopolios, que competirán unos con otros y que fijaran sus reglas y que, además, se saltarán la ley de los límites de crecimiento. El ciudadano dejara de ser tal, será instrumento, carne del sistema, que por haber sobrepasado estos límites del crecimiento se autodevora. Por eso el escenario para el futro es un escenario de guerra. De guerra por los recursos energéticos, alimentario y de agua potable. Y la competencia estará en manos de unos cuantos oligopolios. Ése es el desierto del mundo real, el mundo que ya tenemos ante nosotros.

Y, por otro lado, este pensamiento único ha forjado también su propia ideología, como cualquier sistema de producción, una ideología que ha alienado a los ciudadanos convirtiéndolos en esclavos sumisos y obedientes. Y es la filosofía posmoderna. Y los pilares de este pensamiento, o ausencia de pensamiento, de esta nueva religión de la tecnobarbarie en la que vivimos son los siguientes. Primero la anulación de la validez de cualquier discurso. Es el relativismo. Todo vale, todo se puede decir, todo se puede defender. No hay discurso verdadero, todos los discurso son equivalentes. Pero si todos los discursos son equivalentes alguno será el que tenga el poder, pues ese será el del más fuerte. Las ideas y creencias que triunfan son las ideas del más fuerte. Frente a la ausencia de verdades objetivas pues tenemos el triunfo de la fuerza. La falsa democracia del pensamiento único nos ha hecho caer en la soberbia de querer y creer que nuestro pensamiento, opiniones y creencias son, por el mero hecho de tenerlas, verdaderas. Pero esto es un atropello y un arma del poder contra la ciudadanía. Por eso es necesario el pensamiento crítico, para deshacer este entuerto. Pero el poder elimina el pensamiento crítico y controla los medios de sumisión de masas.

Por otro lado el pensamiento único nos ofrece su propio opio, la religión que nos amordace y nos adormile. Tras la muerte de dios lo que nos salva es la tecnociencia y el hiperconsumo. Nuestro ser es nuestro consumir. Y mientras que hemos ido consumiendo hemos dejado de pensar, nos hemos distraído del mundo que se estaba creando a nuestro alrededor, del desierto que se nos acercaba. Y esa ideología, es la del hedonismo egoísta que nos ha impedido ver más allá de nosotros mismos y consumir compulsivamente seducidos por el poder de las nuevas tecnologías. Y esto es lo que ha llevado a nuestras conciencias al nihilismo. Hemos permanecido obedientes y sumisos y con la soberbia del que cree saberlo todo, porque en estas falsas democracia lo que se ha confundido es la libertad de pensamiento con la equivalencia de las opiniones. Y estas conciencias nihilistas son conciencias insatisfechas, que han perdido el norte, que necesitan de un sentido, de algo a lo que agarrarse, aferrarse. Y mientras estábamos distraídos, mientras occidente estaba mirándose su propio ombligo y seguía el proceso de colonización del mundo por otros cauces a los del viejo colonialismo, el desierto se instalaba a nuestro alrededor. Y ahora el monstruo se devora a sí mismo. Porque el capitalismo no tiene bridas. Ahora devora al estado y al ciudadano que en su estado de enajenación no ve de dónde le vienen los tiros y, como un zombi, camina por el desierto de lo real. Y este es mi canto fúnebre por las mayores conquistas del hombre, la libertad, la dignidad, la igualdad y la fraternidad, todo convertido en polvo, desierto…

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