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Filosofía desde la trinchera

“La verdad es verdad, es una y única. No tiene matices ni caminos; ningún camino conduce a la verdad. No hay camino hacia la verdad, ella debe llegar a uno. Y solo puede llegar cuando su mente y corazón son sencillos y tienen claridad, cuando hay amor en su corazón; no si su corazón está lleno de las cosas de la mente. Cuando hay amor en su corazón, no habla de organizarse y formar una hermandad, no habla de creencias, no habla de división o de las fuerzas que crean división, no busca reconciliación. Entonces, uno no es más que un ser humano sencillo, sin etiqueta, sin patria. Esto significa que debe despojarse de todas esas cosas, y permitir que la verdad se manifieste; y ella solo se puede manifestar cuando la mente está vacía, cuando la mente deja de inventar cosas; entonces llega sin que se la invite. Llega tan rápida como el viento, inadvertida. Llega secretamente, y no cuando uno mira y desea. De repente está allí tan rápidamente como la luz, tan pura como la noche; pero para recibirla el corazón debe estar lleno, y la mente vacía. Ahora tiene la mente llena y su corazón está vacío.” Krishnamurti

Es indudable que el camino sapiencial, no el conocimiento científico, no el conocimiento erudito pone el acento, cuando se habla de conocimiento, de saber y de verdad en la unidad. Entendiendo en este caso, unidad de sentimientos y emociones con el pensar propio del intelecto. Nuestro pensar total, al que podríamos llamar el conocimiento intuitivo, el tercer género del conocimiento al que aludía Spinoza, desde el modo de la eternidad, constituye una unidad indisoluble entre la compasión y el comprender. Es más, es la compasión la que nos lleva al comprender: el mundo, a nosotros mismos y a los demás. Se me podrá objetar que el conocimiento científico es frío y calculador, pero no es cierto. No podemos confundir el acto de conocer del científico con la ciencia como institución social vinculada inevitablemente a determinados poderes que, por lo demás, hacen de ella un arma de odio y destrucción. El científico parte de la admiración por el Ser e intenta comprenderlo, ama el saber. Y, una cosa, si en la cultura científica se hubiese introducido la compasión, tendríamos resueltos los problemas éticos de la ciencia, entre otras cosas porque no se darían. Se me podrá decir, en tal caso, que soy un ingenuo. Pues creo que no, somos hijos de nuestra tradición. Y en nuestra tradición, en el origen de la ciencia moderna, se unen varias tradiciones. Por una parte la recuperación del ideal griego del conocimiento basado en Pitágoras y Platón, ambos muy relacionados, íntimamente con la ética y la política y con una visión iniciática del saber. Pues bien, para ambos el secreto del universo estaba en la matemática y ésta la unían con una dimensión mística del saber. No había un pensamiento utilitarista ni mercantilista del saber. El mismo Kepler llegaba a decir que el universo era la geometría y que el mismo dios usa de la geometría (eterna) para crear el mundo, que el propio dios es la misma geometría. Cuatro siglos después del surgimiento del conocimiento científico moderno seguimos pensando que la matematización es el ideal del conocimiento científico, aunque sabemos que el conocimiento científico no es la única vía del saber.

Pero a nuestra tradición se le une el pensamiento de F. Baçon que es el padre del pensamiento tecnológico. Y va a ser éste el que une el conocer con el poder y éste con el control y dominio de la naturaleza que después se extenderá también a los hombres. Y, curiosamente, este pensamiento se une a la tradición cristiana, más bien encuentra en ella su fundamento, en la que se nos da el mandato bíblico “Creced y multiplicaos y dominad la tierra.” Y eso es lo que hemos hecho. Pero, ¿qué quiero decir con todo esto? Pues lo que quiero decir es que lo mismo que somos herederos de esta tradición podríamos serlo de otra. Y que si reclamamos una revolución profunda que deba ir precedida por el cambio de nuestras conciencias, pues, precisamente éste es un buen cambio de conciencia. La unión de la ciencia con la compasión y ahí desaparece, también, de un plumazo, el problema de las dos culturas. Que es, por otro lado, un falso problema, derivado del hecho de la dualidad en nuestro pensamiento, dualidad que no es real, sino, cultural.

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