Blogia
Filosofía desde la trinchera

Esbozos

                               Ecosocialismo.

                Probablemente la única alternativa de la izquierda sea el ecosocialismo dentro de los límites de la democracia. La democracia debe ser el marco sobre el cual se monte esta visión del mundo y esta forma de hacer política que aúna dos pensamientos que no pueden ir, en la actualidad, separados. Por un lado el socialismo y por otro el ecologismo. Voy a describir muy someramente sus características esenciales y su inserción. El socialismo es una visión de la sociedad y de la relación del hombre con el hombre que tiene como horizonte la justicia social y su base reside, fundamentalmente, en Marx. No se puede olvidar que no hay izquierda sin marxismo. El marxismo es el pensamiento que más ha aportado a la izquierda, es más, que la ha construido, desde el siglo XIX hasta ahora, tanto desde el punto de vista ético, político, económico e histórico. El marxismo puede tener sus errores en cuanto a la interpretación de la historia y de la economía, pero no es ninguna falsedad. Podemos decir, incluso, que desde el punto de vista de la ciencia económica es una teoría falsada, pero eso no implica que sea falsa. Es el mismo caso que la física clásica, que queda falsada con la de Einstein, pero seguimos utilizándola porque tiene un valor o verdad restringida. El caso del marxismo es el mismo. El análisis que hace Marx de la acumulación del capital, del valor de uso y valor de cambio, del proceso de globalización del mercado y la mercantilización del mundo, así como su visión de la historia como una lucha de clases en la que existen los opresores y los oprimidos, siguen siendo, en lo esencial, válidos, por mucho que haya que matizar. No debemos olvidar que las teorías son conjeturas. Pero además de estos análisis lo más valioso de Marx es su impronta ética. Es decir de lo que se trata es de la consecución de la justicia social y la justicia social implica la igualdad, no aritmética, sino ético-política. Es decir, igualdad de oportunidades, de derechos, de deberes e igualdad ante la ley. Estos principios son básicos e irrenunciables y proceden todos de la tradición marxista y de la tradición de la izquierda. Y esto nunca se debe olvidar. Porque el opresor nunca ha regalado nada, se le ha arrebatado a fuerza de lucha ciudadana. Por eso digo que la izquierda es marxista y que si se renuncia a la herencia marxista se renuncia a la izquierda. La renuncia al marxismo viene por la deriva del marxismo en formas totalitarias de gobiernos que degeneraron en genocidios brutales. Es cierto que el germen está en el marxismo en tanto que entendemos el marxismo como una teoría verdadera de forma absoluta, es decir, lo convertimos en una creencia y, por otro lado, está el germen de la utopía. El pensamiento utópico genera totalitarismos. Si creemos en qué consiste una sociedad perfecta y tenemos los instrumentos para llevarla a cabo, lo hacemos y eso supone el exterminio, genocidio, del disidente. Y el siglo XX nos ha enseñado bien a las claras esta degeneración. Pero todo ello no implica la validez del marxismo que defendíamos al principio y que debemos seguir defendiendo. Además, hay que tener en cuenta que el sistema alternativo, el capitalista, nos llevó, tanto a los fascismos como a otros modos de destrucción masiva que tienen que ver con la otra pata de nuestra propuesta política, la ecológica. El desarrollo del capital implica el crecimiento y el crecimiento es amorfo, unas zonas crecen a costa de las que se empobrecen. El enriquecimiento de unos pocos países lleva a la ruina al resto de los países. El capitalismo del siglo XX ha seguido la línea del colonialismo de los siglos anteriores, pero por la vía del mercado. De esta manera el capitalismo, basado en el dogma del crecimiento, literalmente, mata. Y todo el siglo XX es un auténtico genocidio en nombre del crecimiento y el progreso, los lemas del capital, más que lemas, dogmas. Pero es que, además, el capitalismo es otra utopía como el mal marxismo. Es la creencia de que el crecimiento económico resolverá todos los problemas y nos llevará a la igualdad por medio del reparto de la riqueza a través de una supuesta mano invisible. Falso, por el contrario, el capitalismo nos ha llevado a la acumulación de la riqueza y a la miseria. Los países occidentales han vivido en una burbuja a costa de la muerte de sus semejantes y de esquilmar la tierra. Y aquí aparece el ecologismo de los pobres. El daño del capital se ha hecho sobre los más pobres, empobreciéndolos más, utilizándolos como mano de obra barata o esclava y esquilmando sus riquezas y recursos naturales hasta la extenuación. Y éste es un punto de inserción entre el ecologismo y el socialismo. El socialismo, en tanto que justicia social debe luchar por la igualdad, sin la cual no hay libertad, y esa igualdad pasa porque el hombre no sea considerado una mercancía y por la consideración de que los recursos naturales pertenecen a la humanidad y son recursos limitados, por tanto, es imposible un crecimiento ilimitado, como mantiene el capitalismo.

                Y esto nos lleva al ecologismo y al ecosocialismo. El socialismo, como pensamiento del XIX, sigue anclado en el paradigma de la revolución industrial. El mismo Marx no contempla el problema ecológico, puesto que no tiene perspectiva. Es más, su afán de justicia social y de eliminación del sufrimiento humano le lleva a defender la industrialización a toda costa y el crecimiento del capital. A medida que aumente la mecanización de la producción la mano de obra será menos necesaria y se disminuirán la jornada laboral, así como el duro trabajo del obrero. Y todo ello es cierto, pero con un límite que no contempla ni el capitalista ni el socialista a la antigua usanza. Ambos están, a su modo, sumergidos en el paradigma del crecimiento, del consumo, del progreso ilimitado y del antropocentrismo. Y estos son los errores de ambos. Lo que el ecosocialismo debe hacer, siguiendo la senda de la política del decrecimiento, es forzar el cambio de paradigma, de visión del mundo y de las relaciones entre hombre y naturaleza y de los hombres entre sí. Es, como decía el filósofo marxista Manuel Sacristán, allá por el principio de los ochenta, el paso del paradigma del consumo al paradigma del cuidado. Vamos a ver en qué consiste esto en términos generales. En primer lugar hay que desechar el concepto y la idea de crecimiento ilimitado. El crecimiento tiene límites puesto que el planeta tiene límites. Ya hemos traspasado esos límites, desgraciadamente, luego es necesario aplicar una política de decrecimiento. En realidad, la crisis en la que nos hayamos sumergidos, que no es tal crisis, sino una quiebra del capitalismo global como sistema de producción, nos está llevando por la senda del decrecimiento, pero un decrecimiento que no es guiado políticamente, sino que viene impuesto por los mercados y por los nuevos amos del mundo. Un decrecimiento que lo que está es generando desigualdad, miseria y agotamiento de los recursos energéticos y alimenticios del agotado planeta tierra. Una política del decrecimiento se engarza con el ecosocialismo en la medida que de lo que se trata es de ir decreciendo sosteniblemente. Y cuando digo sosteniblemente, digo humanamente, no económicamente. Se trata de vivir con menos, se trata de cumplir el viejo principio socialista, ahora inspirado en el ecologismo (principio de los límites del crecimiento) de la redistribución de la riqueza y el trabajo, disminuyendo éste y aumentando el ocio. Pero no un ocio de consumo, sino un ocio de calidad, un ocio humano. Un ocio que nos haga crecer internamente y no en riqueza, que nos permita disfrutar de lo pequeño y que dé paso a la contemplación, el silencio, el paseo, la lectura, la conversación sosegada, recuperar la lentitud y a través de ella nuestro ser. Es decir, cultivar el ser y no el tener. Es muy importante la redistribución del trabajo, porque no se trata de producir más, sino de producir para vivir. Además, es que no es posible superar los límites. Ya hemos visto que el crecimiento mata, y lo ha hecho durante todo el siglo XX.

                En segundo lugar, el ecosocialismo tiene que cambiar la ciencia económica. La economía se ha construido como una ciencia separada y supuestamente neutral. Y ello no es cierto. Se ha convertido en un credo, el credo neoliberal. Hay que volver a la antropomorfización de la economía. La economía es una ciencia humana inseparable de la ética. Por eso la economía debe estar dirigida por la política. No como ocurre en la actualidad en la sociedad hipercapitalista en la que vivimos. Por otro lado, el ecosocialismo supone un cambio de la visión del hombre. Hasta ahora, tanto socialistas como capitalistas han vivido en un paradigma antropocéntrico. El centro del mundo era el hombre. Es una vieja idea heredada de la religión, como el mito del progreso, pero, igual que hay que deshacerse del progreso hay que hacerlo del antropocentrismo. De lo que se trata es de pasar al biocentrismo o ecocentrismo. El centro es la biosfera o la ecosfera, sin la cual el hombre no es nada. El hombre habita en la ecosfera como una de las miles de millones de especies que han sido y que son. De lo que se trata es de que la ecosfera puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Por ello hemos de basar nuestro sistema de producción en una forma de simbiosis con la propia ecosfera. Hemos de naturalizar la producción. A esto se le llama biomímesis. Nuestros sistemas productivos deben imitar los sistemas productivos naturales en los que no existe desperdicio, todo se aprovecha, pero no hay derroche, como en el sistema productivo industrial en el que participan, tanto el capitalismo como el socialismo. Extenderse en este punto sería interesantísimo, sólo puedo recomendar un libro de Jorge Riechmann que lo dedica exclusivamente al análisis de este concepto “Biomímesis”. Y, por último, un cambio en la ética. El cambio en la ética tiene dos sentidos. El primero es el de una ética antropocéntrica, como han sido todas las que se han dado en la historia, a una ética ecocéntrica. Ello consiste en que hay que reconsiderar nuestra relación ética con la naturaleza a través del principio de responsabilidad de Hans Jonas. Es decir, nosotros somos responsables de nuestros actos en la medida en la que afectan a otras personas. Ahora bien, si nuestros actos van dirigidos a la naturaleza, la ética tradicional no los considera valorables, es decir, dentro del ámbito de la ética. Pues bien, una ética econcéntrica, sí. Porque si mis actos sobre la naturaleza afectan al que está lejos en el espacio, pues yo soy responsable del mal que le pueda hacer. Incluso si mis actos afectan a los que están lejos en el tiempo, como las generaciones futuras, pues también soy responsable de sus daños. Por ello, si quiero actuar justamente (ideal socialista) no debo actuar con respecto a la naturaleza de tal forma que dañe al no nacido o al lejano. Pero es que esto sólo se consigue si valoro a la naturaleza de por sí, no como un instrumento o un medio, sino como un fin en sí mismo. Un fin puesto que si la naturaleza no está, el hombre tampoco está. Y la naturaleza tiene y cobra valor por sí mismo. Una segunda forma del cambio ético, y con esto termino, es la de recuperar un sano hedonismo. Un hedonismo al estilo Epicuro. La vida es placer, la felicidad consiste en el placer. Pero el placer se consigue con poco, sobre todo si vivimos en la austeridad, que es una virtud. El placer es medida de lo que necesitamos y hay que seguir y cultivar los placeres naturales y necesarios y privarse de los no naturales e innecesario porque estos te llevan a la rueda infernal del deseo y el vicio. Así mismo hay que cultivar los placeres intelectuales, el saber, el conocimiento, la contemplación, la creación artística. Seguir un modelo de vida austero y placentero a la vez. Y todo ello no implica vivir ni en la miseria, ni con el taparrabos, ni eliminar el progreso científico técnico, sino asignar a cada cosa su justa medida.

La muerte de Sócrates, la corrupción de la democracia y el fin de la filosofía.

                De todos es conocida la muerte de Sócrates, no solo su aspecto físico tomando la cicuta y paseando serenamente para que el efecto fuese poco a poco surtiendo su efecto y luego sentado y tumbado y sin dejar de filosofar por un momento. Una muerte serena, llena de felicidad y un pleno acto de libertad. Una muerte plagada de significado que se extiende a través de su alargada sombra hasta nosotros. Una muerte llena de significado, pero una muerte, que como sugiere Hegel, no es un drama, no es algo conmovedor, es una tragedia. Ambas partes tienen razón, o hay una tensión irresoluble entre Sócrates como individuo, portador de la eticidad y, con ello, del germen de la libertad, y la ciudad de Atenas portadora de las costumbres, la cohesión social, lo establecido. Sócrates, como tábano de Atenas pone en duda los cimientos del orden ateniense. Orden que se ha corrompido puesto que la forma de gobierno ateniense se ha transformado de democracia en demagogia. El gobierno por la palabra y la seducción, en definitiva, el gobierno del rico y el poderoso que engaña al pueblo con la sofística, lo seduce y elimina cualquier posibilidad de virtud. Y Sócrates es consciente de esto, de esta corrupción, de esta demagogia y la denuncia, y al denunciarlo se enfrenta al poder, a lo establecido, a los intereses particulares de los poderosos y a la plebe ignorante que han dejado de ser ciudadanos para convertirse en vasallos. Y los quiere poner, con su picotazo, sobre aviso de que están perdiendo su libertad, que son esclavos fieles e ignorantes de su propia esclavitud. Sócrates es la conciencia de su propia ciudad, es la conciencia que alumbra a occidente y que cada cierto tiempo se apaga porque el pensamiento es secuestrado y se transforma en un pensamiento único dominante que lo nubla todo y que lleva al hombre a la barbarie. Porque Sócrates es el pilar fundamental, acompañado del cristianismo, de la tradición occidental. Es occidente. Y occidente es lo que está hoy en juego. De ahí la tragedia de la muerte de Sócrates, es el hecho ejemplar del enfrentamiento entre el poder y el pensamiento, la fuerza y la razón. Y, como sabemos, a lo largo de la historia de la humanidad, casi siempre ha predominado la razón de la fuerza, frente a la fuerza de la razón. Por eso Sócrates, el pensamiento representan la luz, la Ilustración, un momento de claridad fulgurante que se esfuma en las tinieblas de la barbarie, la ausencia de pensamiento, la superstición y la tiranía de la fuerza.

                Y es eso lo que hoy en día está ocurriendo. Lo que hoy en día llamamos crisis, que no es sólo eso, sino una quiebra del capitalismo global, por tanto una crisis radical y definitiva, una crisis de nuestro modelo productivo que obedece a una cosmovisión, a una filosofía, a una forma de ver el mundo, pues todo ello es lo que está en quiebra. No es posible ni viable el capitalismo por más tiempo, estamos en los inicios del fin. De ahí, que en su sentido profundo y radical sea una crisis filosófica, una crisis del pensamiento. El pensamiento que alimenta a esta forma de organizarse y de ver el mundo se ha agotado por autocontradición. La historia no es viable, es el fin de esta etapa de la historia. Y de ahí que surjan triunfantes ideas del fin del pensamiento y de la muerte de las ideologías para proclamar una ideología triunfante. Ideología que, como vemos, es precisamente la que está en quiebra. Pero los grandes poderosos del mundo quieren mantenerla en pie. Son los que quieren mantener el orden corrupto, degenerado, demagógico establecido porque a ellos les convienen, pero es la ruina de la polis, de la sociedad y, en nuestro caso, de la humanidad y de la civilización. Un mundo insostenible que se apoya en presupuestos y pilares filosóficos inviables. Pero esta filosofía que la sustenta es la que se quiere mantener como verdad incuestionable. Y esa filosofía es la del capitalismo sin bridas, el capitalismo salvaje o el tardocapitalismo. Muchos nombres, tantos como autores. El caso es que esta forma de ver el mundo, esta cosmovisión, que engloba una forma de relacionarnos con la naturaleza que consiste en la explotación del medio que nos rodea, en esquilmar los recursos que nos permiten vivir, una relación de autofagotización, porque devoramos el medio en el que vivimos y que nos permite vivir. Y esto por un lado, y, por otro, las relaciones entre los hombres. Estas relaciones son fundamentalmente mercantilistas. Todo se ha ido reduciendo a su valor mercantil y monetario. La sociedad se ha convertido en unidimensional. Todo se reduce al intercambio monetario. Triunfa la errónea visión darwinista social de las relaciones humanas. Esta cosmovisión, esta filosofía falsa e ideológica es una de las formas de alienación que el poder utiliza para domesticar a la masa, al ciudadano-vasallo. Por otro lado triunfa la filosofía posmodernista, que no es más que una negación de la filosofía, de la razón y del pensamiento. Es el triunfo de la demagogia relativista, el triunfo de la degeneración de la sofística, aquella degeneración contra la que Sócrates luchaba desde la dialéctica, el pensamiento en diálogo y en construcción. Pues bien, este posmodernismo es la justificación de cualquier discurso, el triunfo del relativismo radical que nos lleva a dos epígonos. El triunfo del subjetivismo relativista y la imposibilidad de ejercer el pensamiento porque este relativismo, curiosamente, establece un dogma, ni más ni menos que el de la equivalencia de las opiniones. Y si todas las opiniones son equivalentes no hay pensar, porque no hay diálogo. La demagogia ha confundido el respeto a la persona con el respeto a las opiniones que la persona porta, o mejor, las opiniones que esclavizan a las personas convirtiéndolas en esclavos fanáticos. Siendo esto así, el pensamiento es imposible, ha muerto, ha sido expulsado del ágora y en ella se han instalado las tinieblas del interés particular. Por ello es la muerte de la democracia. Donde no hay pensamiento, filosofía, no hay democracia, donde no hay democracia, no hay filosofía. Y eso es lo que ocurre hoy en día. Y otra consecuencia del posmodernismo es la ausencia de la ética. Todo valor ha sido sustituido por el nihilismo hedonista. El disfrute compulsivo de lo superficial, el valor del consumo, de objetos y personas. Es más, las personas al ser cosificadas por medio del mercado, mercantilizadas, son objetos de consumo, tanto mercantil, como de uso. Porque el valor de la dignidad ha desaparecido frente al del disfrute superficial y transitorio. El hombre se autodevora en una orgia sin fin de placer nihilista. Porque detrás de este placer no hay nada. Salvo el sinsentido de la existencia y el monstruo del deseo no satisfecho. En el fondo y al final de ese desenfreno egoísta-narcisista y hedonista está la nada. Porque en el fondo el monstruo del deseo desenfrenado que es el que el capitalismo ha puesto en marcha con el consumo es un monstruo que se devora a sí mismo. Un monstruo que tras devorar todo lo que le rodea se devora a sí mismo.

Pues bien, al poder, mientras pueda, le interesa mantener esta imagen del mundo y que el ciudadano comulgue con ella. Y nunca mejor dicho lo de comulgar. Porque esta ideología se ha convertido en una religión que unifica toda la realidad social. Es la religión de la globalización, con su catecismo económico neoliberal y con su “moral” posmoderna que es la ausencia de la ética, la ausencia de los valores, de la dignidad y, con ello, de la libertad. Y todo esto es una forma de totalitarismo. Una forma de totalitarismo que tritura al hombre, su propio ser. Elimina la civilización. Y es aquí el campo de juego donde debe intervenir la filosofía. Es más, es este el lugar común del filosofar. Porque filosofar es pensar contra el poder. Desenmascarar las grandes mentiras del poder. Aguijonear a los vasallos para que despierten de su sueño inducido por el poder y se rebelen recobrando su conciencia y su condición de seres humanos, de seres dotados de libertad y de dignidad. Pero, claro, es aquí donde precisamente se libra la tragedia; tragedia urdida por el poder desde hace tiempo. Como decíamos al principio, es la lucha del poder contra la filosofía, el pensamiento. Y lo que le interesa al poder es la muerte del pensamiento. El posmodernismo es una forma de muerte porque trivializa la razón y los valores, después viene la estocada, la eliminación del propio pensamiento por la vía de la enseñanza y del control de los medios de control del pensamiento que crean y modulan la realidad a su antojo. Y en esas estamos, la mosca cojonera es molesta, lo mejor es eliminarla, primero la hemos atontado con esa pseudofilosofia, ahora solo hace falta el zapatillazo final. Y de esta manera el pensamiento sobrevivirá de forma clandestina, como en la época helenística y cual Guadiana se esconderá para resurgir en otro lugar y en otro tiempo. Precisamente tras la quiebra del capitalismo global, como un nuevo paradigma, que como todo nuevo paradigma es un Renacimiento y una nueva Ilustración. Pero nos queda antes la travesía de una Edad Media que comenzó ya hace unas décadas.

Privatización progresiva de la universidad, privatización del conocimiento y del saber. Desigualdad a la hora de acceder al conocimiento. Mercantilización de los conocimientos, todo ello implica desigualdad social y aumento de la brecha entre ricos y pobres y todo lo que ello socialmente conlleva. Hay que apostar porque el conocimiento sea universal, público y gratuito. El conocimiento no puede mercantilizarse ni pertenece a nadie es un bien de la humanidad y hay que crear las infraestructuras sociales y políticas que hagan ello posible. Porque el conocimiento es poder y quien tiene el conocimiento tiene el poder y si éste es el capital, la desigualdad está garantizada. Pues precisamente vamos por el camino contrario; obviamente, estamos en el capitalismo salvaje y la tecnobarbarie, al que aquí sugiero. Mal asunto. Todo se alía con el poder y todo hace que el poder sea más poder y el resto nos convertimos en vasallos.

                               Enseñar filosofía.

                Siempre he seguido dos principios pedagógico que a mí me parecen insuperables. Uno es el socrático y otro es el kantiano. Y eso es lo que he intentado aplicar a mi propio aprendizaje y lo que me ha permitido formarme como filósofo y enseñante y lo que he aplicado en mi actividad profesional en tanto que profesor y, precisamente de filosofía. Pero este método es universalizable. Estos dos principios son el socrático y el kantiano. Sócrates parte de la ignorancia, del sólo sé que no sé nada y, a partir de ahí, inicia la mayeútica que no es más que el dialogo en busca del conocimiento. Un diálogo en el que los que dialogan están sometidos al imperativo de la razón. Es decir, que deben seguir a la razón que, por lo demás, es común a la comunidad de diálogo y, en el fondo, la que hace posible tal comunidad. Pero entiéndase bien esto del imperativo de la razón. Lo que hace posible la comunidad de diálogo es que la razón es común y todos debemos seguirla. Nadie es poseedor de la razón. Ésta es el intermediario entre los dialogantes. Por tanto, los participantes en la comunidad de diálogo, si quieren aprender y abandonar la ignorancia, los prejuicios, las opiniones y las creencias en las que están sumidos y envueltos en tinieblas y apariencias, esclavizados, tienen que abandonar todo ello y seguir los dictados de la razón universal. Y, para seguir los dictados de la razón han de cumplir también un requisito ético, el del respeto. Y aquí entendemos respeto y tolerancia no en un sentido restringido que sería el de aguantar el error ajeno, sino en un sentido profundo y radical. El otro es otro yo, es un sujeto que es un fin en sí mismo dotado, pues, de dignidad. Por eso puede tener tanta o más razón que yo, puede ser alguien que me guíe o me enseñe. De tal forma que el diálogo no es una confrontación de opiniones, creencias o ideologías, sino una investigación, un análisis en el que avanzamos todos juntos, poco a poco, tras aceptar nuestra ignorancia, lo cual la transforma en docta ignorancia, hacia verdades racionales que siempre serán, de alguna manera, provisionales. De ahí que mi otro maestro, además de los dos mencionados, Popper, dijese que educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia. Pues educar es hacer ver la inmensidad de la ignorancia en la que el otro está sumido. Hacerle abandonar sus opiniones, sus creencias, sus ideologías, dejarlo en la intemperie y soltarlo en el vacío con el único arma de la razón y la posibilidad del diálogo. Diálogo que ya no nos volverá a llevar a verdades definitivas, se acabaron los dogmas, las ideologías, las creencias. Nos instalamos en la provisionalidad, siempre investigando, siempre buscando, siempre profundizando, siempre desenmascarando las apariencias que las diferentes formas de poder y nuestra pereza nos imponen para conformarnos y llevar una vida fácil. Se acabó la tranquilidad, pero llega el sosiego y la serenidad de la razón, así como la tranquilidad del respeto y la tolerancia. Y en esta situación hay que estar vigilantes ante cualquiera o cualquier poder que quiera ocupar el lugar de la razón e intentar imponer su interés o su verdad particular. Nuestra docta ignorancia nos ha llevado a la provisionalidad del saber, a la inmensidad de nuestra ignorancia a la infinitud de nuestra tarea, al respeto al otro que siempre tendrá algo que enseñarme, porque la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Esa docta ignorancia es un sano escepticismo fiel antídoto contra el dogmatismo y fanatismo de éste derivado. Pero no significa este escepticismo un relativismo. Todo lo contrario, si partimos de la razón vamos contra el relativismo, porque el relativismo es la muerte de la razón. Lo que aceptamos es que la razón no es omnipotente y, por supuesto, que la fe no es alternativa a la razón. La fe es un estado de ánimo, no un modo de conocimiento. Pero la fe tiene ansia de verdad y, precisamente, de verdad absoluta, por ello la fe es un germen de fanatismo y violencia.

                El otro pilar es el kantiano. Y decía Kant que no se enseña filosofía, sino que se enseña a filosofar. Podemos sustituir la filosofía por ciencia, conocimiento, saber, es aplicable a todos los ámbitos. El filósofo, en el sentido que lo venimos entendiendo, que es la única manera que hay de ser filósofo y, de paso, enseñante, es enemigo de las doctrinas y pensamientos dormidos. Las doctrinas, las escuelas de pensamiento, por sí mismas están muertas. Lo único que generan es su adhesión o rechazo, es decir, pura creencia e ideología. Por eso no se enseña filosofía, sino a filosofar. Es decir, a vérselas, cara a cara, con las diversas doctrinas, ideologías, opiniones y creencias, que deben ser sometidas al escrutinio de la razón. El filósofo carece de doctrina, carece de sistema, el filósofo va más allá de todo ello, piensa sobre todo ello, ve sus ventajas y peligros, anuncia sus conveniencias e inconveniencias, pero no participa de ninguna de ellas, porque ninguna agota la realidad, ni ninguno de los planos o dimensiones de la realidad. Y este filosofar es el llamado pensar. El filósofo enseña a pensar críticamente y ya digo que esto no es exclusivo del filósofo, sino del buen científico, del buen artista, del buen político. Todo lo contrario a esto no es más que dogma, creencia, ideología y opinión. Y la filosofía es un instrumento de destrucción de todo esto, porque todo esto no es más que esclavitud. De ahí que el filósofo, siguiendo ahora a Nietszche, sea dinamita. Filosofar es, de alguna manera o de manera radical, puesto que la filosofía es un saber radical, que diría Ortega, una actividad peligrosa o como se dice ahora en este mundo de consumo superficial, lo contrario de radical, una actividad de riesgo. Filosofar es destruir toda forma de totalitarismo. Y toda creencia, toda opinión consuetudinaria o vulgar, toda ideología…no son más que formas de totalitarismos. Totalitarismos que tienen un sentido para el poder porque es éste al que le interesa esclavizar. Por eso el filosofar es una actividad de liberación, es la máxima forma de expresión de la libertad, el pensar. Y es ésta la actividad del filósofo en tanto que filósofo (en su biografía) como en tanto que enseñante. El filósofo ofrece los instrumento y el andamiaje para el pensar, para la búsqueda de la libertad y la huida de la ignorancia. Y este andamiaje es fundamentalmente la historia de las ideas y el uso de la razón crítica, pero una vez que se dominan estos instrumentos el filósofo debe andar sólo. Ha dejado de ser un aprendiz. Y ese es el objetivo del filósofo en la enseñanza, hoy más difícil que nunca. Porque los ciudadanos-vasallos son felices o aparentemente felices y carecen absolutamente de conciencia de su esclavitud. Los mecanismos que el poder utiliza para producir este estado de alienación son ubicuos y la lucha del pensamiento contra esta ignorancia-esclavitud superlativa es titánica y quijotesca. Y esto sí que nos puede llevar al fin de la historia o a una nueva edad media, que es lo mismo. La ausencia del  pensamiento o el triunfo del pensamiento único. Y por eso la filosofía, en el mundo de hoy, y en el que los poderosos quieren construir es un estorbo. De ahí que los sistemas de enseñanzas no estén dirigidos a formar ciudadanos, sino a la empleabilidad. Y, claro, si esto es así, y el poder es omnímodo, pues sobra la filosofía, la historia y muchas otras cosas más…

«Las cuestiones filosóficas, en cuanto las reduces al ponerlas a hervir, cambian su aspecto totalmente. Lo que se evapora es lo que el intelecto no puede apresar».

Ludwig Wittgenstein

Efectivamente, se convierten en cuestiones cuya solución sólo se puede mostrar, como el mismo autor dice, no demostrar, que es el caso de los problemas científicos. El bien, la justicia, la belleza, el sentido del mundo, de la vida, de la historia, la trascendencia, todo ello es lo verdaderamente importante o lo que verdaderamente nos importa, pero ello está dentro de lo inefable, no se puede hablar de ello, sólo mostrar. Así pensaba, ciertamente, uno de los mayores genios del siglo XX. Y la filosofía cuando intenta solucionar estos problemas cae en sinsentidos, en enredos del lenguaje. Por eso la filosofía debe ayudarnos a salir de los enredos del lenguaje y a mostrarnos el camino de lo mostrable y diferenciarlo de lo demostrable, el ámbito de la ciencia. La filosofía, en ese sentido, es una terapia contra los problemas filosóficos, que no son en realidad problemas, sino pseudoproblemas debidos a un mal uso del lenguaje. Así, de esta manera, recoge, y sin saberlo, el aspecto terapéutico que el pensar filosófico tuvo en sus orígenes. Tenemos el caso paradigmático de un Sócrates o del mismo Diógenes el perro.

Hoy en día los supuestos intelectuales, artistas y demás caterva están domesticados. Forman parte del sistema. El PSOE hizo una buena labor. Al PP no le ha hecho falta porque sus intelectuales son de fuerte ideología y fieles hasta la muerte. Además el sistema ideológico intelectual mundial les acompaña. Los intelectuales hoy en día son outsider. Están fuera de los circuitos de los grandes medios de control de las conciencias. Son pequeños desconocidos. Células embrionarias que viven a la sombra del poder y vociferando contra él. Son resistentes. Forman parte de una resistencia contra dodo lo establecido, son críticos, no creativos, ya llegará la creación, son insumisos e indomables, solitarios que vociferan en la plaza pública contra las mentiras que emanan del poder. Son defensores de los valores del pasado, son considerados reaccionarios y extremistas, cuando no locos y sinsentido. El mundo ha creado un sistema cultural que lo engulle todo. El intelectual de hoy en día tiene que estar continuamente cambiando, ser un escéptico de servicio, como diría Ciorán. Un desesperanzado pero con apariencia de esperanza. La condición humana, visto lo visto, da poco de sí, o mucho, según se mire. Ha conquistado el planeta fagocitándolo (aquí el fondo naturalista biológico del problema ecológico, no de la pseudoreligión de la ecología que el poder nos administra para adocenarnos y mantener nuestras conciencias domesticadas) El intelectual es un disidente. Poco queda por hacer cuando una sociedad considera que ya no existen los intelectuales y eso lo dicen los que se llaman intelectuales pagados por el poder, columnistas, articulistas, tertulianos y toda esa miseria intelectual que nos rodea. Y mientras tanto las facultades de humanidades y de ciencias básicas dedicadas a los suyo, sobre todo los humanistas, a perder el tiempo en doxografía. Una renuncia nefasta al papel que la sociedad exige de ellos. Merecen desaparecer. En verdad, para lo que hacen quizás no esté mal pensado lo de Wert. El filósofo, el intelectual por excelencia, o sigue el ejemplo socrático y perruno de Diógenes adaptado a las nuevas formas o es un profesional. Lo mismo que los profesores de filosofía (me refiero a los de secundaria) o son filósofos e intentan producir un estado de conciencia que permita al alumnado salir de su estado de alienación, consiga lo que consiga, o no son más que profesionales de la enseñanza. Otra renuncia, tal y como están los tiempos, que viola el deber de ser ciudadano y filósofo.

Como siempre las críticas de Bueno son agudas, esclarecedoras y sabrosas. Me quedo con la función de la filosofía como trituradora de la realidad del presente. La filosofía como crítica de los totalitarismos presentes: el científico, el religioso y el político. La filosofía, en definitiva, como un pensamiento contra el poder. De ahí, que ciertamente, las reivindicaciones de la importancia de la filosofía caigan en una contradicción en la medida en la que consagran ciertos totalitarismos, como es el político (los derechos humanos y la democracia) e, incluso, el científico. Ello es cierto. Y el poder lo sabe. De modo que, la filosofía no sirve de nada, puesto que eso ya lo sabe todo el mundo, porque viven inmersos en esa creencia totalitaria. O bien, la filosofía es concebida como crítica y trituradora de los discursos totalitarios, que no son más que los discursos del poder y, entonces, es peligrosa, luego hay que eliminarla. A los filósofos nos parece que precisamente por eso es esencial, pero al poder le parece que es prescindible o por inútil o peligrosa. Desde luego que es necesaria una formación filosófica de la juventud, que duda cabe, pero eso si se pretende un mundo lo más libre posible. Pero eso no es nada que persiga el poder, ni siquiera aquellos que defienden a bombo y platillo los derechos humanos y la democracia. Y, por eso, también sería bueno recordar aquí el debate entre Sacristán y Bueno sobre la enseñanza de la filosofía. Y, por último, también sería bueno recordar aquí la salida de los cínicos como otra forma de hacer filosofía fuera de la academia. La secuela de Sócrates se divide en dos, la platónica, que funda la academia y la enseñanza reglada, después con su discípulo Aristóteles, y la filosofía callejera antiacadémica, deconstructora y crítica del poder y de todo lo establecido y esa es la línea que llegará a los cínicos. ¿Cómo se puede ejercer esta filosofía trituradora dentro de la academia? Y, ¡cómo se puede convencer al poder de que es necesaria?

 

                               Ilustración, libertad y felicidad.

La ley más importante de todo nuestro código es la que permite la difusión del conocimiento entre el pueblo. No se puede idear otro fundamento seguro para conservar la libertad y la felicidad…el impuesto que se paga para la educación no es más que la milésima parte de lo que se tendría que pagar a los reyes, a los sacerdotes y a los nobles que ascenderán al poder si dejamos al pueblo en la ignorancia. Thomas Jeferson.

                Es indisociable en una sociedad sana la unión entre el conocimiento, en el sentido de ilustración, la libertad y la felicidad. Lo que el pueblo quiere es felicidad. Pero hay que tener cuidado con ella. Se nos vende la felicidad como mera diversión, como una forma de alienación por parte del poder que sólo tiene como misión el control de la ciudadanía. Pero la felicidad es más y va unida, indisolublemente, al conocimiento. Es el conocimiento el que nos lleva a la libertad y es esa libertad la que nos proporciona la felicidad. Porque la felicidad es ser dueño de uno mismo, poder realizar un proyecto de vida personal y social. La felicidad es lo contrario de la esclavitud. Y me refiero a esclavitud en el sentido de que uno no sea el dueño de su proyecto de vida personal y obedezca, sumiso e inconsciente, la voluntad del poder.

Pero lo que le interesa al poder es el control de los ciudadanos. Es la única manera de preservar el poder. Y la manera más fácil de controlar al ciudadano es por medio del control de la educación y de los medios de comunicación de masas. Por eso toda reforma educativa tiene una intención ideológica y política. Lo que le interesa al poder es crear un tipo de ciudadanos, que en realidad no lo serán, sino que serán súbditos, que realicen la función social para la que han sido diseñados. Y que la realicen conformes e inconscientes de manera que no puedan ni plantearse que existen otras formas de existencia. Lo que el poder pretende es que el ciudadano no conozca otras formas de existencia. De esta manera el ciudadano cree diseñar y ser el artífice de su propia existencia, cuando en realidad obedece a los designios marcados por el estado. La educación es el vehículo principal de la libertad, el conocimiento y la felicidad. La felicidad nos viene dada por lo que nosotros queremos hacer de nuestra propia vida, no por lo que otros hacen de ella desde fuera. El conocimiento es el que nos hace libres. Porque conocer es iluminar la luz sobre las cadenas que nos mantienen atados y amordazados. Conocer es desenmascarar al poder. Al poder político, económico y religioso. En realidad todos se funden en una religión que crea un modo de vida, una creencia, una forma de estar en mundo que se transforma en hábito y, con ello, en incuestionable

Todo nuestro esfuerzo político tiene que ir dirigido a la liberación de la enseñanza y de los medios de información del poder. Si educación y medios de información caen en manos del poder entonces nuestra libertad y nuestra felicidad son secuestrados. Si no invertimos desde un poder político que emerja del pueblo en educación, entonces los diversos poderes son y se hacen los amos del mundo. Eso es lo que hoy en día está ocurriendo. Y desde un engaño escalofriante y vergonzoso. Se nos habla en las leyes educativas de democracia, libertad, ciudadanía. Pero todas ellas van dirigidas, sin excepción, a la domesticación del ciudadano. A convertirlo en instrumento de consumo del propio sistema. Es decir en un instrumento que es devorado por el sistema. Su vida es planificada desde antes de terminar sus estudios. Y con la apariencia de que todo se hace desde la libertad del propio individuo. Si queremos libertad y conocimiento debemos controlar los medios de información, de lo contrario serán controlados por las distintas formas del poder y nos ofrecerán su mundo, como el único mundo posible, como la única ventana desde la que se puede mirar. Es evidente que, tanto la educación como los medios de comunicación, no vamos a ser ingenuos ni nos vamos a engañar, están en manos de las diferentes formas de poder, luego nuestra existencia está sumida en la ignorancia, la esclavitud y la infelicidad (o, si quieren, existencia inauténtica) de nosotros y de nuestra voluntad depende la conquista de la Ilustración el conocimiento, la libertad y la felicidad.