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Filosofía desde la trinchera

Esbozos

Benedicto XVI: posmodernidad e Ilustración.

                Independientemente de la renuncia al papado del Cardenal Ratzinger, sus motivos y causas, que pueden ser oscuras o, quizás, no tanto, pero en lo que no voy a entrar por desinterés y desconocimiento, lo que si sospecho para mí es que la corrupción “política maquiavélica” del Vaticano supera las capacidades de un intelectual que ha consagrado su vida al estudio de la teología y a la defensa de la ortodoxia cristiana con un brazo, para mi gusto, y además tremendamente equivocado, demasiado rígido que ha hecho perder la oportunidad de una iglesia social y no dogmática. Pero, en fin, esto son cosas de palacio, intrigas y luchas de poder. Algo que se me escapa y que quizás se le ha escapado de las manos al intelectual alemán y de ahí su renuncia.

Pero lo que a mí me interesa es una obsesión de Ratzinger con la que coincido en parte. Su tesis viene a ser, de forma simple, que el mal de la sociedad actual, su crisis de valores, su crisis profunda, de carácter filosófico-religioso y teológico es el posmodernismo. Y, más en concreto, una doctrina que emana de la filosofía posmoderna, el relativismo. La noción de que todo vale, de que no hay verdad, ni bien, ni belleza, ni justicia implica la disolución de la sociedad. La aniquilación de los valores y del sentido de la existencia. Si todo está justificado por la subjetividad caemos en un egoísmo hedonista que, en última instancia nos lleva al nihilismo, al vacío de nuestra conciencia, al sinsentido. Los hombres han perdido el norte y pululan por el mundo como zombis, muertos vivientes. Buscando un asidero, hambrientos de sentido, buscando su supervivencia, anárquicos y egoístas. Un panorama dantesco e infernal, como la antesala del infierno. Y esos hombres están sedientos de sentido porque se les ha vaciado de los grandes discurso, de los grandes relatos ético-filosóficos y ético-religiosos que daban orden y sentido a su existencia. Pero la sociedad actual, con el poder omnímodo del capital, se ha encargado de disolver las conciencias, ni siquiera de alienar, sino de vaciar. El individuo ya no es capaz ni de pensar ni de sentir. Ha perdido los valores de la libertad, que se ha confundido con una muy limitada libertad económica, comprar; y la fraternidad. El yo se ha encerrado en sí mismo sin capacidad de salir y comprender al otro, sin verse en él como otro yo. Nos hemos convertido en islas hedonistas y egocéntricas que buscan autosatisfacción en la rueda infinita del deseo que el capital pone en nuestras manos para mantenerse. Pero este individuo, súbdito porque ha perdido la libertad y, por tanto, la ciudadanía, busca un sentido. Un sentido en las religiones de rebaja que les vende el sistema, en los libros de autoayuda, un refrito de distintas sabidurías que al cocinarlo pierde todo rastro de sabiduría. Porque el hombre busca trascendencia.

                Pues bien, en todo este análisis coincido con el Cardenal, pero no con lo que él considera la causa y la solución. La causa la ve en la Modernidad, la Ilustración. Y considera que la Modernidad, con su ensalzamiento de la razón y su crítica a la religión que acaba con la muerte de dios trae precisamente este sinsentido del que hemos hablado. Para mí esto es un error. La Ilustración trajo, como su propio nombre indica, luz. Y esa luz era la luz de la razón que rivaliza con la oscuridad de la superstición que era la de la religión, poder en el que se asentaba el antiguo régimen. Es decir, que la Ilustración, la Modernidad, lo que trajo es la libertad, y con ella la igualdad y la fraternidad. Curiosamente conceptos, que, desde un punto de vista religioso mítico, estaban contenidos en el cristianismo, pero que éste había practicado más bien poco; así como el señor Ratzinger tampoco lo hace al condenar a la teología de la liberación. Es bien cierto, y está probado y, por ello es indiscutible, que la razón ilustrada se endiosó, se convirtió, paradójicamente, en una religión, se hizo absoluta. Y de ahí surgieron los totalitarismos del siglo XX, pero no de la negación de la religión o del sometimiento de ésta a sus propios límites. Aquí lo que se produjo es una perversión de la razón ilustrada. Y el neoliberalismo que vivimos es la última forma de perversión de la razón ilustrada que viene de la mano del endiosamiento racional de una nueva ciencia, la economía. Pero insisto, es ésta la causa, el endiosamiento por perversión de la razón ilustrada, no la eliminación de la religión o su relego a su lugar particular, no universal y con poder absoluto.

Por eso el cesante Papa, considera que para recuperar el camino es necesario recuperar los valores de la religión cristiana, apostólica, católica y romana. Aquí está el otro error. Para empezar que esto es irrecuperable, cuando se produce un progreso ético en la humanidad, ya no hay retroceso, me explico. Puede haber un retroceso de hecho, pero el descubrimiento ya está hecho, por ello está en la conciencia de los individuos. Podemos volver a caer en la esclavitud, pero el concepto de libertad ya ha sido conquistado y el hombre luchará por él. De modo que, el laicismo que se conquista con la Ilustración y que va indisolublemente ligado a la democracia y sus valores, entre los que se encuentra la aconfesionalidad del estado y el relego de la religión al ámbito de lo privado es ya irrenunciable. Es una conquista ética de la humanidad que tiende hacia lo universal. De modo que el intento de recuperar el discurso religioso como un discurso universal no es más que caer en el mismo error histórico preilustrado. Ello no quiere decir que, a nivel particular, para el creyente, su discurso religioso tenga un valor universal. Pero eso es otra cosa.

Lo que yo propongo, por el contrario, es precisamente la recuperación del proyecto inacabado de la Ilustración que se inscribe dentro del gran proyecto ético de la humanidad. El posmodernismo, junto con otras teoría como la del fin de la historia y la muerte de las ideologías, no es más que la ideología que el poder ha utilizado para domesticar y vaciar las conciencias de los ciudadanos para convertirlos en súbditos fieles y serviles. Lo que hay que recuperar son los valores universales humanos de la Ilustración y un concepto limitado de razón aprender del error de que la razón no puede ser omnipotente ni omniabarcadora, ni en el ámbito de las ciencias naturales y, menos aún, en el ámbito de las ciencias sociales y humanas. Si así lo consideramos caemos en las distopías que han sembrado en nombre de la razón y el progreso la historia de millones de cadáveres, como ahora hace el capitalismo sin bridas, el capitalismo salvaje. La recuperación de una razón limitada que nos recuerde nuestra condición de seres limitados, de seres sin una importancia especial, productos azarosos de la evolución. Pero de seres que se alzan sobre su propia condición biológica para darse un sentido. Porque nuestro cerebro está constituido de tal forma que quiere trascenderse y, además, éste es un mecanismo de adaptación que funcionó, fue exitoso. Por ello el hombre tiende a la creencia. Y, de tal forma debemos recuperar esos valores que pertenecen al proyecto ilustrado y que, como salta a la vista, no han sido realizados, es un proyecto inacabado y sumarnos a su conquista. Y es en esto en lo único que consiste el progreso de la humanidad. Es un progreso provisional, no exento de saltos y retrocesos. Y no se trata en este progreso de anular la religión, como anunciaron dogmáticamente los que defendían la muerte de la religión, sino de asumirla dentro del discurso, como forma particular, pero con un mensaje ético, pero de todas las religiones, cuidado, que tiende a lo universal. Y, para recuperar este proyecto el enemigo es común. Es el capitalismo salvaje que ha anulado las conciencias de los individuos convirtiéndolos en vasallos. De lo que se trata es de salvar esta situación de que el hombre, desde la ética y la razón política y el derecho, recupere las riendas y domestiquemos este capitalismo desembridado.

Réquiem por Occidente. Bienvenido al desierto de lo real.

                Creo que Occidente ha llegado en estos momentos a una encrucijada. Estamos ante la posibilidad de un fin de nuestra civilización. Del fin de la civilización occidental. De todo lo conquistado por Occidente. Está claro que Occidente está lleno de claroscuros y no seré yo el que defienda acríticamente la civilización occidental. Es más, soy de los que piensa que nuestra civilización, con su idea de progreso de fondo, si la entendemos, no allá en sus orígenes griegos, sino en su renacimiento, pues es una historia sembrada de cadáveres. Pero algunas florecillas también hemos sembrado y hemos podido recoger. Es decir, que, a pesar de todo, en Occidente hemos sido capaces de realizar una serie de conquistas ético-políticas que podemos entenderlas como un cierto progreso de la humanidad. Un progreso contingente, claro. Hemos conquistado la democracia y los derechos humanos. Y consideramos que todo ello debe vertebrar la vida social. Y en el fondo de este logro lo que se encuentra es una concepción de la persona y esta concepción es la de considerarla como un sujeto de dignidad. La andadura de todo ello comenzó en Grecia, cuando se conquista la democracia y se llega a la conclusión de que la ley que gobierna al pueblo es autónoma; es decir, que viene del pueblo, no de allende al pueblo. La ley tiene el fundamento en el pueblo y no en un poder sustraído y heterónomo, como el militar, el religioso, el supersticioso, el económico…la base reside en el pueblo y es el pueblo el que autónomamente se dirige. Y se dirige mediante el logos, que es la razón, aquello que media entre los hombres para entenderse y que nos permite llegar a acuerdos, consensos, verdades particulares. Porque la democracia, señores, elimina la verdad absoluta. La verdad absoluta es enemiga de la democracia. La verdad absoluta quiere el poder para imponerse y lo quiere absolutamente. Por eso la democracia se desarrolla en el ágora. Lugar vacío donde sólo está el logos. Cuando ese lugar es usurpado por un poder entonces se acabó la democracia. Porque el poder se apodera de la razón, la hace suya. Al poder le interesa eliminar la razón, que es diálogo y establecer una tiranía del pensamiento, un pensamiento único. Un gobierno desde y por la fuerza. Y ello supone la eliminación del hombre y de su libertad. Porque lo que nace con la democracia es la isonomía, la igualdad ante la ley y le isegoría, la libertad de pensamiento y de expresión pública, que es lo que hace posible el diálogo. Pero si no hay razón como intermediario no hay diálogo y la persona desaparece, en tanto que desaparece la libertad. La democracia se conquista, alcanza su esplendor en la época de Pericles, pero degenera. Y degenera en demagogia y plutocracia, algo muy similar a lo que está ocurriendo hoy en día. Y el punto de inflexión de esa degeneración es la muerte de Sócrates. Sócrates, un hombre justo, es condenado a muerte por la democracia, un gobierno supuestamente justo. Y esto se convierte en una tragedia. En el fondo la tragedia del hombre: es imposible un gobierno justo. La democracia es un gobierno imperfecto y perfectible. Que sea imperfecto significa que tiende a degenerar y que sea perfectible significa que lo podemos perfeccionar. Pero ello depende de nuestro esfuerzo. Es decir, de atrevernos a ser libres, a ser ciudadanos. Pero ésta es la tragedia del hombre. El hombre aunque lo que más aprecia sea la libertad, prefiere vivir entre las cadenas, prefiere obedecer. La comodidad y la cobardía son las aliadas naturales de la condición humana y de la servidumbre humana voluntaria.

Sócrates representa la libertad, la audacia y la valentía del pensamiento, Sócrates es el tábano de Atenas, el personaje molesto que siempre te hace tomar conciencia y no deja que te adormiles, no permite que te arrastre la pereza, el vicio, ni la cobardía. Pero la democracia que juzga a Sócrates representa a la tradición, a la comodidad, a la ausencia del pensamiento. Los demagogos y oligarcas en este contexto triunfan. Han secuestrado el logos del ágora, igual que hoy en día. El poder económico que se extiende y aferra al político y el de los medios de control de masas lo que hacen es domesticar al ciudadano, darle y ofrecerles desde el hedonismo egoísta las cadenas que a gritos el mismo pueblo, por cobardía y comodidad pide. Es nuestra cobardía la que nos hace esclavos. Es nuestra obediencia la que permite el gobierno de los tiranos. Son los tiranos los que nos tiranizan con nuestro permiso y con nuestra propia complacencia. No nos rebelamos porque es peligroso. Pensar es peligroso. Por eso pensar es siempre pensar contra el poder. Y pensar contra el poder no es más que desenmascarar, desmitificar, demostrar y desmontar los engaños y las argucias del poder. Actividad peligrosa donde las haya porque te lleva a la soledad, el pensamiento es solitario. El rebaño no piensa, obedece. Es el espíritu gregario, el de grupo el que nos mantiene unidos en una inopia absoluta y placentera en la que preferimos pacer y obedecer a pensar y caminar en solitario. Y pensar es peligroso porque uno se enfrenta al poder. Y el objetivo del poder es la eliminación del disidente, como es el caso de Sócrates, que ilustra e ilumina toda la historia. Pero también es peligroso para el poder. Porque todo poder es reaccionario, todo poder quiere mantenerse en el poder, es inmovilista, quiere el control. Y cuando aparece la disidencia pues se asustan, se ponen nerviosos, porque la disidencia es lo único que hace que el poder se tambalee. Por eso la democracia es disidencia. Claro, pero para ejercer la disidencia es necesaria la libertad. La disidencia es la que hace posible el diálogo entre personas libres. Por eso la muerte de Sócrates es paradigmática y representa la corrupción de la democracia. La democracia ateniense, como la actual, se había vuelto corrupta, gobernaban los demagogos y oligarcas, querían a un pueblo domesticado y vertido a sus pasiones, como hoy en día que triunfa el hedonismo egoísta, el nihilismo. Fruto todo ello del posmodernismo. Y ese poder corrupto no quiere el pensamiento, lo ha secuestrado, quiere la sumisión. Por eso la muerte de Sócrates es el enfrentamiento entre la libertad y el poder de las costumbres, de la tradición, de la comodidad y de la pereza de un pueblo domesticado. La muerte de Sócrates significa el fin de la filosofía, del pensamiento y de la democracia que es el caldo de cultivo de la filosofía.

A partir de entonces la filosofía se ejerce como una tarea de sálvese quien pueda. Se ejerce en escuelas aisladas, es perseguida, no llega a la ciudadanía, sino a unos cuantos elegidos. Y así pervive durante todo el imperio romano hasta que todo el poder romano es secuestrado por el poder de la religión (esto no significa que sea la causa de la caída del imperio romano, que hay muchas, y que en el fondo es como todas las caídas de las civilizaciones, un colapso civilizatorio de origen ecológico, un acabar con los recursos de los que se vive, por múltiples causas) que se hace con el pensamiento del mundo antiguo y lo elimina en gran parte y otra lo adapta a su mensaje que pretende ser la verdad absoluta. En poco tiempo retrocedemos ocho siglos y nos sumimos en la barbarie. Y es esa la barbarie que, si no lo enmendamos, la que nos espera a la vuelta de la esquina.

                Nuestra sociedad globalizada está a punto de entrar en un colapso civilizatorio, no es una crisis económica propia del capitalismo a lo que estamos asistiendo, es una quiebra del capitalismo global. La democracia, desde sus orígenes para acá, hace 250 años, ha ido degenerando. Y ha ido degenerando porque se ha unido al capital, su desarrollo ha ido parejo al del capital. Y el capitalismo lo devora todo; porque sólo tiene una forma unidimensional de ver el mundo. El mundo como mercancía. Y el capitalismo solo tiene un camino, el crecimiento, y el crecimiento, por las propias leyes de la física no puede ser ilimitado en un sistema limitado, como es el sistema tierra. Pues bien, es el poder oligárquico el que ha secuestrado todo el poder político, a nuestros representantes, de tal forma que ya no nos representan, sino que representan a la oligarquía, a un puñado de ricos. Los ciudadanos han dejado de ser tales, han perdido la dignidad que le otorgó la razón ilustrada de Kant y que se materializa en los derechos humanos y se vertebran a través de las constituciones democráticas y se han convertido en instrumentos. En instrumentos de producción. Las propias leyes de educación nos lo dicen. Se educa para la empleabilidad.

Y esta oligarquía, este poder económico ha forjado una forma de pensamiento que es el pensamiento único, por eso se ha secuestrado la democracia y por eso los políticos nos dicen que no hay alternativas porque ese pensamiento único es determinista. Tiene una concepción determinista de la historia, es el pensamiento neoliberal. El pensamiento neoliberal es la utopía negativa de la actualidad. Se nos dice que sólo hay un camino hacia una sociedad perfecta, justa, que elimine el sufrimiento y todos los problemas, ese camino es el de las democracias liberales. La historia progresaría determinísticamente por este camino. Pero no hay progreso de la historia, esto es un viejo mito cristiano del que me he ocupado muchas veces y en el que, para el mal radical de la humanidad, han caído todas las utopías del siglo XX, de izquierdas o de derechas. Este pensamiento neoliberal pretende la liberalización absoluta de la economía, la privatización de todo lo que se había convertido en público porque era la forma que la democracia tenía de salvaguardar nuestros derechos. Pero, curiosamente, cuando se producen pérdidas, el sector privado pide rescate al sector público, hasta que poco a poco lo va hundiendo. Y esto significa la desaparición del estado y, con él, de nuestros derechos, porque es el estado, con el dinero de todos, el que los protege, pero ya no hay estados. Ahora hay, y cada vez más, oligopolios, que competirán unos con otros y que fijaran sus reglas y que, además, se saltarán la ley de los límites de crecimiento. El ciudadano dejara de ser tal, será instrumento, carne del sistema, que por haber sobrepasado estos límites del crecimiento se autodevora. Por eso el escenario para el futro es un escenario de guerra. De guerra por los recursos energéticos, alimentario y de agua potable. Y la competencia estará en manos de unos cuantos oligopolios. Ése es el desierto del mundo real, el mundo que ya tenemos ante nosotros.

Y, por otro lado, este pensamiento único ha forjado también su propia ideología, como cualquier sistema de producción, una ideología que ha alienado a los ciudadanos convirtiéndolos en esclavos sumisos y obedientes. Y es la filosofía posmoderna. Y los pilares de este pensamiento, o ausencia de pensamiento, de esta nueva religión de la tecnobarbarie en la que vivimos son los siguientes. Primero la anulación de la validez de cualquier discurso. Es el relativismo. Todo vale, todo se puede decir, todo se puede defender. No hay discurso verdadero, todos los discurso son equivalentes. Pero si todos los discursos son equivalentes alguno será el que tenga el poder, pues ese será el del más fuerte. Las ideas y creencias que triunfan son las ideas del más fuerte. Frente a la ausencia de verdades objetivas pues tenemos el triunfo de la fuerza. La falsa democracia del pensamiento único nos ha hecho caer en la soberbia de querer y creer que nuestro pensamiento, opiniones y creencias son, por el mero hecho de tenerlas, verdaderas. Pero esto es un atropello y un arma del poder contra la ciudadanía. Por eso es necesario el pensamiento crítico, para deshacer este entuerto. Pero el poder elimina el pensamiento crítico y controla los medios de sumisión de masas.

Por otro lado el pensamiento único nos ofrece su propio opio, la religión que nos amordace y nos adormile. Tras la muerte de dios lo que nos salva es la tecnociencia y el hiperconsumo. Nuestro ser es nuestro consumir. Y mientras que hemos ido consumiendo hemos dejado de pensar, nos hemos distraído del mundo que se estaba creando a nuestro alrededor, del desierto que se nos acercaba. Y esa ideología, es la del hedonismo egoísta que nos ha impedido ver más allá de nosotros mismos y consumir compulsivamente seducidos por el poder de las nuevas tecnologías. Y esto es lo que ha llevado a nuestras conciencias al nihilismo. Hemos permanecido obedientes y sumisos y con la soberbia del que cree saberlo todo, porque en estas falsas democracia lo que se ha confundido es la libertad de pensamiento con la equivalencia de las opiniones. Y estas conciencias nihilistas son conciencias insatisfechas, que han perdido el norte, que necesitan de un sentido, de algo a lo que agarrarse, aferrarse. Y mientras estábamos distraídos, mientras occidente estaba mirándose su propio ombligo y seguía el proceso de colonización del mundo por otros cauces a los del viejo colonialismo, el desierto se instalaba a nuestro alrededor. Y ahora el monstruo se devora a sí mismo. Porque el capitalismo no tiene bridas. Ahora devora al estado y al ciudadano que en su estado de enajenación no ve de dónde le vienen los tiros y, como un zombi, camina por el desierto de lo real. Y este es mi canto fúnebre por las mayores conquistas del hombre, la libertad, la dignidad, la igualdad y la fraternidad, todo convertido en polvo, desierto…

 

                               ¿Qué pruebas necesitamos ya?

                Lo de ayer en el Parlamento, la visita del señor Draghi, presidente del BCE, al Parlamento español no tiene sentido, es bochornoso, un ataque a la ciudadanía, a los pilares mismos de la democracia. Y el papel de nuestros políticos es una auténtica vergüenza. Permitir ese “formato” de reunión, como así lo llamaron, es vejatorio para la ciudadanía y una traición más de los políticos al pueblo. Y ahora que vengan los intelectuales orgánicos, al estilo de Savater, a decir que el grito del 15 M de que no nos representan es una tontería, una chorrada de niños desocupados. Pues no señor, no nos representan. Y hace años que los partidos en España no representan a los ciudadanos, que los traicionan y los engañan en las elecciones para conseguir su preciado voto que es el que alimenta su poder. Porque no es una democracia lo que hemos creado, sino una partitocracia, un poder interesado de los partidos. Un poder que se autoprotege y que no quiere saber nada de la ciudadanía de la que dispone en las elecciones para legitimarse y olvidarse de ella. Pero lo de ayer en el congreso es un ataque a los cimientos del sistema democrático, que no existe, porque es una pantomima, y ayer quedó palmariamente demostrado.

Una reunión a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos, en el Parlamento, donde están nuestros representantes. Esto es inadmisible. Los señores diputados no deberían haber asistido. Y no vale sólo con presentar una queja por cómo se han hecho las cosas. Habría que haber hecho un plante. Pero el plante a la clase política, al poder de los partidos y a la corrupción de todas las instituciones del estado a través de este poder, lo tiene que hacer la ciudadanía. Es necesaria una rebeldía total y pacífica. No se puede admitir por más tiempo esta farsa. Que no se queda sólo en farsa, sino que trae hambre y miseria. Además de que es una forma de fascismo económico y de totalitarismo político. Basta ya de ser víctimas y vasallos. Hemos de recuperar el poder de la ciudadanía; es decir, nuestra libertad y nuestra dignidad.

                Un frente común contra un enemigo común.

Desde hace casi una década la vida social en nuestro pueblo se ha deteriorado bastante. No es que fuese sana, simplemente es que cuando no hay problemas, no se discute y no surgen las diferencias. Pero lo que todo ello nos ha enseñado, que son muchas cosas y sólo señalo alguna, es que lo necesario para resolver los problemas en democracia es el diálogo. Y si no hay diálogo entre las partes, pues la democracia tiene sus instituciones para que se pueda llegar a un acuerdo. En este caso la justicia ha dado la razón a los once imputados y, con ello a la Plataforma Ciudadano en contra de la refinería y, por otro lado, el gobierno se ha pronunciado con una DÍA negativa para el proyecto. No nos entendíamos, no hubo diálogo. Es más, hubo coacción por parte del poder, multas, imputaciones, se prohibieron manifestaciones que hubo que recurrir el TSJ y fueron legitimadas como derecho básico de los ciudadanos. Se dijo que no habría debate mientras no se disolviesen las manifestaciones en el parque. Esa sentencia es una amenaza y una conculcación del derecho básico de concentración y reunión. El rodillo del poder absoluto luchó con todas sus fuerzas pero perdió. El entusiasmo de unos ciudadanos convencidos de sus razones, que se informaron y aprendieron y que fueron incansables en la lucha por la dignidad les dio al final la razón y su recompensa.

Pero la brecha social que se abrió, sobre todo por parte del poder (aunque nadie está libre), puesto que el poder es para todos y aquí se ejerció sólo para algunos, sigue abierta. Y esto es penoso y lamentable. Tenemos que ir más allá de los partidos que están en el poder. Ha llegado la época de los ciudadanos, de los movimientos civiles, del pensamiento alternativo. Es la hora de provocar la caída de este sistema de partidos. Por eso es necesario escuchar todas las iniciativas y luchar todos contra un enemigo común. Y ese enemigo común es el neoliberalismo. Forma de entender el estado, las relaciones de producción y las relaciones entre las personas que reduce al hombre a un mero objeto, una mercancía, un número. Los partidos que nos gobiernan han participado de esta ideología y, peor, el partido socialista, ha sido cómplice encubierto de este pensamiento, cuando la izquierda es contraria al mismo. Pero el partido socialista se equivocó y se sigue equivocando y debe aprender. Y la forma de aprender es recuperar el pasado histórico, pero no el de la transición, ahí comienza su apuesta por el neoliberalismo, sino mucho más atrás. Hay que remontarse al final del XIX y a la segunda república. Y lo mismo sucede con IU, que es una jaula de grillos dogmáticos y que siguen la misma dinámica que los partidos mayoritarios. Pactan hasta con el diablo creyendo que esa es la forma de hacer algo y, al final, son absorbidos.

Y todo esto viene porque debemos luchar por un enemigo común. Y no debemos criminalizar a los grupos civiles emergentes que luchan por lo público por el hecho de las personas que allí estén, o algunas de las personas. Eso es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Hay que unir fuerzas, no separar. Si lo que nos interesa es preservar los derechos civiles, laborales y sociales que durante más de doscientos años hemos ido conquistando y que estamos perdiendo aceleradamente, pues no tenemos que tener remilgos; y saber diferenciar entre los grupos civiles y los partidos políticos y los sindicatos. Hay gente que piensa que esos grupos son necesarios, pero que los partidos políticos también lo son y que esta es la vía de su regeneración. No es ésta mi opinión, desde luego, pero eso no implica que esos grupos civiles sean o se identifiquen con un partido, no señor, en esos grupos lo que está ocurriendo, precisamente, es todo lo contrario, se está poniendo en jaque a los partidos, los están desarmando, los mismos miembros del partido. Quizás algunos no sean consciente de ello, pero es así. Lo que hacen estos movimientos civiles, y me refiero a la Cumbre Social y a una de sus organizaciones, “Por la defensa de lo público”, es el trabajo que deberían hacer los partidos de la izquierda. Luchar por lo público y los derechos civiles que han sido secuestrados por el poder. Por el poder de los partidos y sindicatos y por el poder que está detrás y que, en muchas ocasiones, les acompaña: el económico. Fijemos la mirada en el enemigo, facciones, partidos e ideologías siempre habrá y siempre habrá discrepancia. Pero estas se resuelven por el diálogo, no por la descalificación. Descalificar a alguien por pertenecer a un partido es una falacia (argumento erróneo), pero además es una desfachatez y una falta de respeto. Es ahora cuando la ciudadanía tiene la oportunidad de luchar contra el enemigo común. Y somos más, pero si nosotros mismos nos dividimos entonces sí que seguro que saldremos vencidos y derrotados. Y hay que tener cuidado porque lo que se nos viene encima es la barbarie, el fascismo económico y el fascismo político. No repitamos la división y el enfrentamiento de las izquierdas en la segunda república. El enemigo es fuerte y es uno.

Laicismo y enseñanza pública.

Con la nueva y enésima ley que se pretende hacer en educación caemos más hondo que nunca. Jamás sospeché que podríamos llegar tan lejos. Mis quejas sobre la educación han sido extensas e intensas, pero lo que se nos muestra ahora es algo increíble. Para empezar, el propio Ministro nos dice que va a hacer una reforma ideológica. Esto en parte le honra; porque, desde mi punto de vista, toda reforma educativa tiene una carga ideológica. Ahora bien, el problema es el tipo de ideología que subyace a la pretendida nueva ley de educación que ojalá nunca vea la luz, porque es la más nefasta de todas y nos lleva a la barbarie, la ignorancia, la privatización y a encumbrar al clero en la élite de un sistema democrático que, de por sí, la excluye como élite, no como entidad. La reforma de la educación, en primer lugar, no toca, para nada, el gran mal y el gran cáncer de la educación que es o son sus supuestos psicopedagógicos, se mantiene en los mismos. Es decir, que si lo que subyace no cambia, todo lo que cambie en la superficie será para peor.

                La nueva ley quiere potenciar la enseñanza privada y la concertada, que no es más que otra forma de decir enseñanza privada. No es que yo esté en contra de la enseñanza privada. En un sistema mixto debe existir y es saludable. Ahora bien, financiar la enseñanza privada con el camelo de lo concertado es un engaño y un robo a todos los españoles. Máxime cuando en este país, que se cree todavía la reserva espiritual de occidente, la inmensa mayoría de los colegios concertados son religiosos. Es decir, que nos encontramos con otra forma de subvencionar a la privilegiada iglesia católica. Por tanto, nos encontramos ante un engaño a los ciudadanos y ante una medida que se salta la aconfesionalidad del estado. La iglesia tiene un trato de favor en un estado aconfesional, amprándose siempre en el nefasto acuerdo con la Santa Sede, acuerdo que, muchos constitucionalistas, no es mi opinión sólo, consideran inconstitucional. Además, a la iglesia se le dieron tres años para autofinanciarse, allá por los ochenta y todavía la mantiene el estado, pero no con la crucecita en la casilla, sino con los impuestos de todos los españoles. Y entramos aquí en uno de tantos dislates de la nueva ley, hay muchos, la enseñanza de la religión. Pues con el nuevo ministro la religión vuelve a recuperar espacio cuantitativo y cualitativo. Es decir, aumenta su presencia en el horario y, además, es evaluable. Pero aquí llega el colmo, que es una cesión ante la iglesia, se oferta una alternativa a la religión, algo así como valores éticos. Pero, vamos a ver, esto qué carajos es. Cómo puede ponerse en pie de igualdad la ética con la religión. Primer error, la enseñanza de la religión en los centros públicos. La religión tendría, simplemente, que suspenderse del sistema educativo, incluido de los centros concertados, pues para ello se les paga con el dinero de todos los españoles. En segundo lugar, la ética es un saber universal. Un análisis reflexivo, con su asiento en la historia de las ideas y de la filosofía, sobre la conducta moral del hombre. Por su parte, la religión, católica, fundamentalmente, se enseña desde la doctrina. Hablando en plata, hay un adoctrinamiento del alumnado en una creencia particular. Catequesis, se llama. Por tanto esto es un atentado contra la aconfesionalidad del estado, contra el laicismo. Y que no se me distinga entre laicidad y laicismo porque es una soberana tontería. Y, por otro lado, es impensable la democracia sin laicismo. Pero a este gobierno lo que menos le importa es la democracia. De modo que en este punto la reforma es impresentable. Atenta contra la democracia y favorece la enseñanza privada desmantelando la enseñanza pública.

Por otro lado, el objetivo fundamental de la reforma es el de producir una serie de individuos aptos para el trabajo; es decir, la empleabilidad. No se trata de formar ciudadanos, sino máquinas perfectamente intercambiables en el mercado laboral. La enseñanza es mercantilista. Viola el principio básico de la ética que es el de no instrumentalizar; es decir, no tratar al otro como un medio, sino como un fin en sí mismo. Esto se le llama, también, dignidad y libertad. Conceptos a los que este gobierno y la nueva ley temen como a la peste Y, por último, elimina prácticamente la filosofía del currículo. De lo que se trata es de eliminar la capacidad crítica, la visión global, facilitar la domesticación. El futuro del neoliberalismo es la mercantilización absoluta de todo. La filosofía es un estorbo. Pero sin la filosofía perdemos el sentido de nuestra historia, de nuestros valores, de la ciencia, de lo que queremos llegar a ser. Eso sí, sin filosofía nos volvemos romos, unidimensionales y, además, preparados para hundirnos en la barbarie de un pensamiento único que impere en una nueva edad media en la que nos adentramos.

La ética como el gran proyecto de la humanidad. Un comentario a D. Mariano Blanco.

“Aprender es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia”. K. Popper.

“Quizá esté yo equivocado y tú en lo cierto, quizá con un esfuerzo a la verdad nos acerquemos.” K. Popper

“La razón no es todopoderosa, es una trabajadora tenaz, tanteadora, cauta, crítica, implacable, deseosa de escuchar y discutir, arriesgada.” K. Popper

Estimado Mariano, gracias a usted por sus palabras que, de ningún modo merezco, y gracias por su réplica tan educada y serena. Virtudes que no están hoy muy al uso. Y, además, gracias porque esta conversación o diálogo muestra que siempre se puede llegar a acuerdos y que muchas veces hay más en común de lo que parece. Además de que sirve, a pesar de fijar las diferencias de partida, para acercar dichas diferencias. Porque como muy bien dices el diálogo es una forma de compromiso con el otro. El diálogo se basa en el respeto, en la consideración de las razones y vivencias que el otro tiene, en estar dispuesto a escuchar para aprender y para ello hay que considerar al otro un alter ego, otro como yo, un sujeto de fines y no un objeto instrumentalizable. En el diálogo en la sociedad, como bien dices, nos realizamos. Y el diálogo no obedece sólo a la razón calculadora, a la razón lógico-matemática, como dices, sino a los afectos. Y con esto paso precisamente al primer punto, el de la razón.

Cuando yo he hablado de razón nunca me he referido al concepto reduccionista mencionado más arriba. Precisamente me he referido a una razón mucho más amplia que es la razón ética, como le gusta llamarla a José Antonio Marina, o la razón cordial (de corazón) como la llama Adela Cortina, filósofa a la que probablemete es a la que se refiere. Porque precisamente es la categoría que utiliza para enfrentarse a los problemas éticos. Dichos problemas no se resuelven con la razón analítica, sino con la razón cordial, es decir, aquella que necesita de las pasiones o afectos humanos para desenvolverse. Y es precisamente así porque somos sujetos, no objetos o máquinas. Y es esa razón cordial o ética la que nos dice que, al ser sujetos, estamos dotados de dignidad y no podemos ser tratados como objetos, no se nos puede instrumentalizar. Por eso la base de la ética es tratar al otro como fin en sí mismo, como sujeto dotado de dignidad; es decir, de libertad, derechos básicos y deberes. Precisamente toda forma de totalitarismo surge de este error, de una aplicación de la razón analítica al sujeto, de ahí que las utopías que prometen la felicidad plena y la justicia absoluta se convierten en auténticos infiernos. En primer lugar, porque pretenden organizar la vida social como un todo en el que se anula al individuo y, con él, la, o su libertad. En segundo lugar, porque llegan al peor crimen de la humanidad, el genocidio basado en la eliminación del disidente. La razón analítica u objetiva, desencarnada, es precisamente la que nos ha llevado a todas las formas de totalitarismos que hemos padecido y que padecemos, porque hoy en día estamos bajo el totalitarismo neoliberal que es la mercantilización absoluta de la vida según una visión ideológica de la economía que reduce la sociedad a la economía, en concreto, a la economía neoliberal. Esta razón es una perversión de la razón ilustrada. Y precisamente nunca, y menos para hablar de ética, he utilizado yo este sentido. No me habré explicado bien y habrá habido un malentendido. Por otro lado, fue Aristóteles el que definió al hombre como animal racional, por un lado, y como animal político o social, por otro. Pero tampoco entendía él la razón, como razón objetiva o calculadora. Ya digo, esto es una perversión de la razón ilustrada y que para que se dé tiene que existir primero la ciencia que surge en el Renacimiento. Por eso en el mundo griego y en la Ilustración, en un sentido amplio, la razón es más ancha, pero en la Ilustración está el germen de su perversión reduccionista y totalizadora porque bebe de la fuente de la recién aparecida ciencia. Por otro lado, además de ser seres racionales somos seres afectivo, puramente afectivos. Y precisamente de nuestros afectos bien o mal guiados depende nuestra felicidad y esto depende de la razón cordial que es la que nos permite vivir adecuadamente en sociedad. Pero además somos seres abiertos al mundo a través de los afectos, no sólo de la razón o pensamiento puro. Y por eso podemos tener una visión del mundo estética, ética y religiosa además de científica. Y ninguna debe excluir, sino sumar. Todo reduccionismo es peligroso.

Nuestra diferencia de base creo que está en la concepción del hombre. Mientras que usted tiene una concepción religiosa del hombre, la mía es completamente atea. Pero, en la práctica, ambos buscamos la justicia. Por eso comparto plenamente las citas del final que son el programa que usted propone y que enunciadas así, para mí, son completamente aceptables, porque son máximas éticas universalizables. Y todas ellas surgen del imperativo ético que cité más arriba y en mi primer artículo: actúa siempre de tal forma que consideres al otro como un fin en sí mismo y no como un medio, esto es, como un sujeto dotado de dignidad. Además ha tenido la delicadeza de, aunque usted sea creyente, de no fundamentar esas máximas en la existencia de dios, sino en que, por sí mismas, son buenas para la justicia y para la felicidad. Por eso coincido con el jesuita de la liberación Jon Sobrino cuando dice “fuera de los pobres no hay salvación”, frente al dogma eclesiástico: “fuera de la iglesia no hay salvación”. Pues bien, es precisamente su posición de creyente la que le lleva a pensar que la libertad es un don. Lógicamente, para un creyente todo es un don, porque la vida misma es un don y un regalo de dios. Y, además, como dios nos ha creado a su imagen y semejanza pues participamos de sus atributos: inteligencia, voluntad, libertad…y así. Pero claro, esto está muy bien y es coherente, pero dentro de la particularidad, porque toda religión es particular, independientemente de la pretensión del cristianismo de querer ser la religión universal. Otra cosa, y eso es importante, es que la ética de las religiones, como hemos visto en el caso de los evangelios, sea universalizable. Y esa universalización laica es la fuente del debate interreligioso y de la religión frente al no creyentes. Sin embargo, por mi parte, considero que el hombre es un producto más de la evolución, como cualquier otro, sin ningún tipo de privilegio. Existimos como perfectamente podríamos no haber existido. Y tenemos una naturaleza biológica que nos condiciona y de la que emerge lo que llamamos una segunda naturaleza a la que denominamos cultura. Pues en la cultura y a través de un desarrollo histórico es donde emerge la idea de libertad como una conquista ética, como una humanización del hombre. Un vistazo, tanto a la historia general, como a la historia de las ideas nos muestra esto que digo. La historia de la humanidad la podemos considerar como un gran proyecto ético, como dice Marina, en el que hemos ido conquistando una serie de universales éticos como la libertad, el diálogo, la justicia, la fraternidad, los derechos básicos, que no son naturales, no nacemos con ellos, los descubrimos y los desarrollamos socialmente. Y todo este proyecto significa un avance o progreso ético político, un progreso sujeto siempre al peligro del regreso, como muchas veces en la historia ha ocurrido. La conquista de la libertad política, como la libertad individual (ser libres de forjar mi proyecto de vida) está siempre pendiente de un hilo y, como digo, es algo que no siempre ha existido ni existe por doquier. Todo totalitarismo anula la libertad política y, en la medida que quiere controlar al ciudadano, anula su libertad privada, si bien, esta última, nunca del todo. De ahí que puedan darse lugar las rebeldías contra el tirano. También los totalitarismos dejan un margen de acción a esa libertad privada, la de construir un proyecto de vida, pero dentro de unos límites marcados por la ideología del poder totalitario. La libertad, en su origen biológico, es el impulso del hombre hacia la creación, es el espíritu de aventura y de exploración. De ahí que de esta naturaleza biológica pueda emerger la libertad como ideal ético atribuible al hombre y que le da dignidad.

En cuanto a la libertad como equilibrio, desarrollado como lo ha hecho en su segundo artículo, pues no tengo inconveniente en aceptarlo. Es más es lo que yo decía con el ejemplo de Héctor. Eso sí, siempre partiendo del hecho de que esa libertad ha sido una conquista y que sólo se puede desarrollar en sociedad. Es más no existe la libertad en la soledad absoluta, igual que no existe el hombre. Porque como dijera Aristóteles el hombre solo o es un dios o una bestia. Y, en cuanto a lo que dice de la felicidad, pues también coincido. Todos los actos humanos van encaminados a la consecución de la felicidad, otra cosa es que no sepamos o que no podamos o que nos priven de la libertad para alcanzarla o que mi propia libertad en un compromiso ético que me lleva a la dignidad, pero también al dolor e, incluso, a la muerte. Existen éticas de la felicidad, pero también del honor y del deber. Y, además, hay que tener mucho cuidado con el concepto de felicidad. Usted lo usa en un sentido profundo, en el sentido de realizar un proyecto de vida, además basado en el amor, lo cual está muy bien, pero hoy en día se confunde la felicidad con el mero divertimento, con el éxito fácil y la fama efímera. Es, a mi modo de ver, una estrategia del poder para mantenernos entretenidos y así esclavizarnos. Por otra parte, si reducimos la ética a la felicidad y la vida a la búsqueda de la felicidad, entonces nos quedamos sin la ética del deber y sin la ética heroica que no conduce necesariamente a la felicidad. Ahora bien, cumplir con el deber, aunque eso me produzca un padecimiento, me produce también sosiego y serenidad, eso creo yo que es lo que usted dice cuando habla de libertad como equilibrio. Lo que sucede es que esto no es felicidad en un sentido positivo es, más bien, el contento de haber realizado el deber y que ese deber produzca un bien particular en el otro o aumente en algo la justicia social. La felicidad positiva está por un lado en los placeres (prudencia: medida del placer y evitación del dolor) y en las virtudes morales, calcular el justo medio, lo cual requiere esfuerzo y ejercicio (es necesario ejercitarse en la virtud) y las virtudes intelectuales que son la contemplación, tanto artística, como científica, como religiosa o espiritual. Y, por otro lado, para alcanzar la felicidad está el cultivo de la amistad y como forma particular y superlativa de ésta el amor.

En fin, que, como ve, aunque nuestras diferencias son absolutas en cuanto a la concepción del hombre, no divergen tanto en la praxis social. Sobre todo si ambas posturas, la de la creencia, como la no creencia son posturas abiertas al diálogo porque ambas arrancan de la consideración del hombre como un ser dotado de dignidad y merecedor de respeto, sea por una razón o por otra, que es donde reside nuestra diferencia. Y con esto me despido y ha sido todo un placer dialogar con usted. Un cordial saludo.

La libertad no es un don. Es una conquista ético-política de la humanidad.

"Sólo hay una actividad en que el hombre puede ser radical. Se trata de una actividad en que el hombre, quiera o no, no tiene más remedio que ser radical. La filosofía es formalmente radicalismo porque es el esfuerzo para descubrir las raíces de lo demás...La Filosofía es una ocupación que no vive de sus consecuencias; que no se justifica por su logro..." ORTEGA Y GASSET

"La doxa es la opinión espontánea y consuetudinaria, más aún, es la opinión "natural". La filosofía se ve obligada a desasirse de ella a ir tras ella o bajo ella en busca de otra opinión, de otra doxa más firme que la espontánea. Es, pues, paradoxa." ORTEGA. "Qué es filosofía.”

 

“De momento quisiera tan sólo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces a un solo tirano que no dispone de más poder que el que se le otorga, que no tiene más poder para causar perjuicios que el que se quiere soportar y que no podría hacer daño alguno, de no ser que se prefiera sufrir a contradecirlo. Es realmente sorprendente –y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos–, ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y sojuzgados, con la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de uno, al que no deberían (puesto que está sólo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje)”.  Y más adelante apunta: “¿qué ocurre? ¿cómo llamar a ese vicio, ese vicio tan horrible? ¿Acaso no es vergonzoso ver a tantas y tantas personas no tan sólo obedecer, sino arrastrase? No ser gobernados, sino tiranizados, sin bienes, ni parientes, ni mujeres, ni hijos, ni vida propia. Soportar saqueos, asaltos y crueldades, no de un ejército, no de una horda descontrolada de bárbaros contra la que cada uno podría defender su vida a costa de su sangre, sino únicamente de uno solo. No de un Hércules o de un Sansón, sino de un único hombrecillo, las más de las veces el más cobarde y afeminado de la nación, que no ha siquiera husmeado una sólo vez la pólvora de los campos de batalla, sino apenas la arena de los torneos, y que es incapaz no sólo de mandar a los hombres, ¡sino también de satisfacer a la más miserable mujerzuela! ¿Llamaremos eso cobardía? ¿Diremos que los que se someten a semejante yugo son viles y cobardes? Si dos, tres y hasta cuatro hombres ceden a uno, nos parece extraño, pero es posible; ... pero si cien, miles de hombres se dejan someter por uno sólo, ¿seguiremos diciendo que se trata de falta de valor...? ... ¿cómo llamaríamos eso? ¿Cobardía?... ¿qué es ese monstruoso vicio que no merece siquiera el nombre de cobardía, que carece de toda expresión hablada o escrita, del que reniega la naturaleza y que la lengua se niega a nombrar?” La Boétie. “La servidumbre humana voluntaria.”

 

“La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad... El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! “ Kant. ¿Qué es la Ilustración.?

 

 

La libertad no es un don, es una conquista histórica y biográfica. Es, siguiendo con la cita del filósofo Ortega que hace el autor al comienzo, una tarea. La libertad es siempre libertad condicionada. De ahí también lo de Ortega de yo soy yo y mis circunstancias. Pero la segunda parte de esta frase, la menos conocida, es la importante: y si no salvo a éstas no me salvo yo. Es decir, si no soy dueño de mis circunstancias ellas lo serán de mí. Por tanto estaré sometido a ellas sin conocimiento siquiera de tal sumisión.

Tampoco la libertad tiene nada que ver con vivir en equilibrio con uno mismo. Esto es serenidad. La libertad es esfuerzo, valentía y, a veces, tragedia. Libertad es lo que hace Héctor por el honor de Troya y Elena, salir a luchar contra Aquiles, a pesar de saber que morirá en la batalla. Eso es valentía, coherencia y consistencia. Por su puesto que esa actitud nos lleva a la paz con nosotros mismos porque cumplimos con nuestro deber. Porque la libertad es el cumplimiento del deber. Y del deber como imperativo. “Actúa siempre de tal manera que consideres al otro como un fin en sí mismo y no como un simple medio” es decir, que todo acto debe ir dirigido a la mejora de ti mismo en tanto que ser humano y a la mejora del otro en tanto que el otro es otro yo. Por eso la libertad es la asunción de la dignidad del otro.

De ahí que la libertad esté reñida con el mesianismo. El mesianismo es una concepción del hombre histórica, religiosa e ideológica que instrumentaliza al hombre porque sólo ofrece una salida a su salvación, como bien señala el autor. Quien en nombre de la libertad promete un futuro perfecto intenta, a sabiendas o no, esclavizar al otro. Mesianismo y libertad son contradictorios. De ahí que me choque la cita de Juan del final del artículo. Si se defiende la libertad no entiendo esa cita mesiánica.

Y también la libertad exige la posibilidad del diálogo puesto que se basa en el respeto al otro como otro yo, lo que hemos hablado de la dignidad. Por eso tampoco entiendo lo que dice el autor de las opiniones cuando dice que su opinión al menos es o debe ser tan válida como la de los demás. Aquí el autor comete un burdo error que al poder le ha interesado inocular en nuestras conciencias. Es la equivocación entre la libertad de expresión y opinión y la equivalencia de nuestras opiniones. Las opiniones, disculpe señor Mariano, no son equivalentes, las hay más válidas y menos válidas. Es más, el conocimiento, la filosofía, que decía el filósofo que encabeza el artículo, es paradoxa, ir más allá de la doxa, de la opinión. Las opiniones son particulares, no son un saber y no son respetables, son discutibles. La libertad política es la del sujeto que porta esas opiniones. Es decir, que puede opinar libremente, pero su opinión está sujeta al tribunal de la razón. Y este tribunal se ejerce por medio de la razón, el diálogo. Y diálogo significa que la razón está entre medio de dos que hablan o de los que hablan, que la razón no pertenece a nadie. Si confundimos la libertad de opinión con la equivalencia de las opiniones, entonces caemos en el relativismo, en el todo vale, que es uno de los motivos de la crisis actual. Pero cuando todo vale, lo que vale es lo que imponga el más fuerte. Y eso es precisamente lo que ocurre. La ideología predominante no es la verdadera, ni el único pensamiento, es el pensamiento impuesto por el más fuerte que, además, nos engaña con la idea de que somos nosotros libres y dueños de nuestro pensamiento.

Disculpe el autor que un escéptico dude de todo esto. No admito la verdad, porque nos lleva a totalitarismos, no nos hace libres, nos esclaviza, no admito la equivalencia de las opiniones porque nos lleva al poder del más fuerte, no admito el mesianismo porque tras la redención llega, por el contrario, el infierno. La verdad es provisional y fruto del esfuerzo conjunto de los hombres. La libertad es la forma de alcanzar la verdad o, mejor, las verdades. Pero, un escéptico como yo, aunque valore la libertad como el mayor bien, en equivalencia en el ámbito social de la justicia, piensa que la libertad es una carga demasiado pesada para el hombre. Somos demasiado débiles y cobardes. Y la libertad exige, valentía y soledad. De ahí que La Boétie ya lo dijera en su famoso libro “La servidumbre humana voluntaria”. Aceptamos la servidumbre voluntariamente porque nos es más cómodo obedecer y la sumisión dentro del grupo que la rebeldía solitaria y el enfrentamiento contra el poder. Y por eso también Kant aseguraba que la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad, es decir, no ser capaz de servirse de su propia razón para ser libre, se debía a la cobardía y la pereza. Y por eso nunca llegaremos a una época ilustrada, ni conquistaremos un ideal democrático digno, porque nuestra naturaleza es contraria a ello. Preferimos que nos gobiernen a autogobernarnos. Ahora bien, ello no implica, de ninguna manera, y ese es mi empeño, igual que detecto también es el del autor, el luchar por conseguir esa sociedad libre, plural y justa.