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Filosofía desde la trinchera

Sanación

EXPERIENCIA TRANSPERSONAL.

Sanación.

“El dolor es inevitable pero el sufrimiento se puede superar.”

Néor

 

La confusión entre ideas, creencias y opiniones es una forma de eliminar el poder del discurso. Es el inicio del relativismo epistemológico. Pero este relativismo nos lleva también al relativismo ético y político. Al final, el inicio de la equivalencia de las opiniones en nombre del respeto a éstas, lo cual es un tremendo engaño, porque lo respetable son las personas, no las ideas, ni creencias, ni opiniones; es el inicio de la tiranía y el totalitarismo. El inicio del poder del más fuerte a la hora defender sus opiniones, ideas o creencias. En las creencias se está; por tanto, a menos que se hagan conscientes y uno las asuma tras un análisis, es esclavo de ellas. Las opiniones son ideas particulares, sin fundamentación racional o empírica. También son nuestras tiranas, porque nos va la vida en su defensa. Las ideas, por el contrario, se tienen, porque son fruto del análisis, el estudio, la experiencia, la constatación, pero, aún así, no son, para nada, definitivas, son conjeturas, hipótesis, con una validez parcial. No somos esclavos de ellas, las tenemos, pero si encontramos errores y otra idea mejor, la eliminamos, o la integramos en otra idea mayor.

En este sentido, podemos decir que nos enferman las ideas que proceden de la sociedad. La sociedad la mantenemos después nosotros, con nuestro consentimiento. La cuestión es que no somos lo suficientemente valientes como para criticar estas ideas y buscar otras. Preferimos la comodidad y la pereza, o zona de confort, que dicen ahora los psicólogos. Pero es indispensable la sanación de uno mismo para sanar la sociedad y a la inversa. Hacer lo uno es hacer lo otro, siempre y cuando lo que se pretenda es la autotransformación, o la transformación social sin ningún tipo de apego. Es decir, de forma desinteresada.

A MODO DE APUNTES.

Pareciera que algo se está moviendo a nivel de consciencia. Pero nuestro problema es el autoengaño y la autocomplacencia. Esto, por un lado, por otro está el de aquellos negativistas recalcitrantes, pesimistas antropológicos, que afirman que no podemos hacer nada, un juicio autojustificativo para no hacer nada, no cambiar su estado de consciencia, porque el hacer viene después. En este caso, al pensamiento del cambio se le acusa de utópico. Yo no creo que lo sea, al menos en mi caso, soy lo suficientemente escéptico y realista como para caer en la trampa de las falsas esperanzas, digamos que me muevo en el ámbito de un escepticismo esperanzado. Pero, el caso es que cuando se afirma eso, no se dan cuenta de que estamos viviendo una DISTOPIA, esto es, una utopía negativa, que es la utopía del capitalismo hiperdesarrollado, o del mercantilismo que está produciendo un genocidio y un ecocidio delante de nuestras narices y con nuestro consentimiento. Esta distopía está tan bien preparada por los poderes mundiales que hace el efecto del cuento de la rana que si la echas en el agua hirviendo salta y se salva, pero si la pones en agua y la calientas poco a poco, muere cocida. Pues ese último es nuestro caso. Eso son los efectos del psicopoder y la sociedad del entretenimiento, no ya del consumo, porque ya no se consume por tener, sino que el consumo lo que hace es entretenernos, porque si no consumimos nos enfrentamos a nuestro propio vacío. (El caso más de actualidad es el del turismo de masas, el viajar por el mero hecho de que si no se viaja, qué se hace) Esto es, se nos ha vaciado de contenido al eliminar todas nuestras dimensiones, menos la del valor mercantil, que cuando no consumimos, no podemos soportar la existencia porque no recordamos que tenemos otras dimensiones.

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No existen los hechos puros; es decir, los hechos no interpretados. Toda nuestra vida es una interpretación, un “delirio necesario”, que diría Castilla del Pino, una forma de ver las cosas desde nuestra perspectiva. Y esa perspectiva depende de cómo nos hemos ido construyendo, de nuestras creencias que son las que han creado un estado mental y emocional, lo cual nos lleva a una forma de actuar.

Si cambiamos nuestras creencias, que han sido absorbidas desde el útero materno hasta ahora mismo, cambiaremos esa perspectiva y ello implica un cambio en lo profundo de nuestro ser. Como siempre la clave de esta alquimia del cuerpo y el alma es el valor, la valentía, sin él no podremos cambiar. De ahí esa creencia establecida de que no podemos cambiar, porque nos falta el valor para hacerlo. Ésta es la clave, ni más ni menos, del “Conócete a ti mismo” y no hay nada más. Éste autoconocimiento (deconstrucción de todo lo que creo ser y pensar) es la clave de todo, esto es Despertar y reconectar con el que realmente eres. Conectar contigo mismo y conectar con los demás y con todos los seres de la tierra y del universo. Y, no olvidemos al viejo Platón, que nos decía que conocer es recordar. Pues eso, en definitiva, nuestro autoconocimiento, en definitiva, es un recordar, conectar con la profundidad de nuestro verdadero ser. Pero, insisto, para ello es necesario desapegarse de todo ese conjunto de mentiras que nos construyen y que utilizamos como autojustificación de nuestra pereza.

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Lo normal es vivir automáticamente. Con el piloto automático, como si dijéramos. Es decir, con algo de consciencia, pero sin autoconsciencia. Por eso nos dejamos arrastrar por la corriente de nuestros pensamientos y de nuestras emociones y por eso somos esclavos de nuestras creencias adquiridas, acríticamente, desde la más tierna infancia. Por eso el primer paso es “darse cuenta” o “caer en la cuenta”. Tomar consciencia de uno mismo. Tomar consciencia de que respiramos, tomar consciencia de nuestras sensaciones, de nuestras ideas, sentimientos y emociones. Y, cuando tomamos consciencia lo hacemos como observador, eso es la autoconsciencia. Pero al ser el observador no estamos implicados y estamos en una posición de una gran ventaja, estamos fuera de la línea temporal. Estamos en el aquí y el ahora, que no es un momento en el tiempo, sino la ausencia del tiempo. La Presencia.

Y esto es “caer en la cuenta” porque, inmediatamente el mundo interpretado deja de ser interpretado y juzgado, sino que hay como un “parar” frente a mi construcción y sentido de la realidad, mis creencias, mis ideas, emociones y sentimientos. Al caer en la cuenta lo que hacemos es, ni más ni menos, que liberarnos de la tiranía de la automaticidad de los pensamientos y emociones, de las creencias infundadas y limitantes. Es un primer Despertar. Es, si seguimos a Platón, el momento en el que el esclavo se deshace de sus cadenas y toma consciencia de que todo lo que veía no eran más que apariencias, sombras. Este primer Despertar es el primer paso del camino de la liberación y de la autoconsciencia. Y aquí autoconsciencia es consciencia ampliada. Y, por supuesto, conocimiento, ser y acción van unidos, no existe separación. Ese dualismo entre el conocimiento y la acción (lo que viene llamándose la práctica) es una falsa creencia occidental instalada desde la intelectualización de la filosofía, cuando la filosofía dejó de ser un modo de vida y pasó a ser erudición. Pero la erudición no es conocimiento. El conocimiento a la vez que conocer y conocerse es praxis revolucionaria como consecuencia de ese conocimiento. Si el conocimiento no nos cambia no es más que pedantería y vanidad.

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Hay que tener cuidado con la fe en ideas, personas, religión...si uno se identifica con ellas no es la Consciencia, sino el ego. Cuando uno reclama el respeto por las opiniones propias puede ser que esté apegado a su sistema de creencias. Las ideas, religiones, personas, son como escaleras que nos sirven para ascender. Una vez que asciendes en tu estado de Consciencia, entonces no necesitas ni de personas (maestros,…), religión, ideas, política… Nuestro maestro es el maestro interior. El Ser mismo.

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El dolor y el sufrimiento con el que nos toca bregar son nuestros maestros. Mientras que nos identifiquemos con ellos y nos sintamos las víctimas de todo lo que nos rodea, o de la mala suerte, sólo alimentaremos nuestra tristeza e incapacidad de ser. En cambio, si no nos identificamos con lo que nos toca vivir, no nos sentiremos víctimas, ni pobres desgraciados, sino que buscaremos la forma de realizar nuestro Ser trascendiendo ese sufrimiento. No es que dejen de existir el dolor, la injusticia,...pero nosotros no nos identificamos con ellas, ya no interpretamos el papel de víctima, ni el de verdugo, que surge de la envidia y la tristeza, sino que podremos transmutar por la alquimia de la ACEPTACIÓN el sentimiento de desgracia e impotencia en el de realización y creatividad.

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La vida es sufrimiento. nacemos, vivimos, sufrimos, enfermamos, morimos, perdemos a los seres queridos, hay guerras, hambre, acabamos con otros seres igual de sintientes que nosotros…todo es sufrimiento y muerte. Ninguno nos quedaremos aquí, no sabemos cómo enfermaremos, ni cómo moriremos, ni tampoco nuestros seres queridos. Hemos sufrido en el pasado, en la infancia, en la adolescencia. Todo eso es cierto, pero en cierto modo también es ficticio, porque todo esto pertenece al pasado y al futuro. Hay una forma de salir de ese estado de sufrimiento, angustia, dolor. Todo es VIDA, todo está relacionado con todo, yo no soy yo, sino que soy un conjunto de relaciones que me relacionan con todo el universo, empezando por mi madre de la que nací y de los hijos que tengo hasta los primeros átomos del universo. Pero es necesario tomar consciencia de ese aquí y ahora y hay una vía fácil y sencilla para buscar mi Paz interior, mi calma, mi sosiego; y es la respiración. Ser consciente de mi respiración, de mi inhalación y exhalación. Este acto me trae al eterno presente y me inunda de felicidad y me reconcilia con mi cuerpo, con mi Ser, con todo lo que me relaciono y, entonces me disuelvo, rompo las barreras de la falsa creencia de ser un yo separado, porque realmente ese yo es relación, no existe ni sólo ni separado. Me viene al presente el dolor del pasado y lo abrazo, me reconcilio conmigo mismo, no me juzgo, me acepto, no lucho, me dejo llevar. El universo funciona solo, yo no tengo nada que hacer, no tengo tampoco que resistirme para dejarme ser en el universo. Todo es fluir e interrelación, no hay fronteras, solo el universo que respira por mí y a través de mí, yo soy, respirando, el universo y el universo se expresa a través de mi respiración. Así, tomando contacto con mi respiración permanezco en la Unidad y en la relación. Se me presentan las penas y tristezas del pasado, pero ya no me identifico con ellas, si no que las acepto y las comprendo, se me presentan los temores del futuro, pero ya no los temo porque sé que todo ocurrirá como ha de ocurrir y más allá de todo ello está el latir profundo de la VIDA, de algo que nunca desaparecerá, porque es el Ser y eso es lo que se me muestra en el acto de respirar conscientemente. Así permanezco en el aquí y el ahora.

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El compartir es una necesidad en tanto que somos seres en relación. La equivocación de occidente es la cosificación. El yo no es una cosa, es una relación. En definitiva cada uno de nosotros albergamos toda la humanidad, incluso, toda la humanidad que ha sido. Tomar consciencia de ello alivia nuestro sufrimiento, pero también activa nuestra compasión, porque hay mucho dolor debido a las injusticias y la ignorancia, como decía Buda, los tres venenos: la ignorancia, el deseo y la agresividad. Tomar consciencia de que somos la humanidad es tomar consciencia de ese dolor y, por ello es despertar la compasión y comprensión. A la vez que descargamos nuestros hombros del peso del egocentrismo nos hacemos uno con el dolor de todos y ello nos lleva a la compasión y ésta debe actuar eliminando la ignorancia, la agresividad y el deseo que son los venenos que producen el sufrimiento de la humanidad.

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Pues no sé qué pensar. Ni uno es una especie de adivino ni nada por el estilo. Además de que el futuro se recrea dentro de múltiples futuros posibles. Por eso no hay adivinación, sino oráculos.

Pero a lo que me quería referir es que si los dirigentes mundiales, es decir, los altos políticos y las grandes corporaciones económicas, no toman consciencia de que el planeta Tierra es un gran ser vivo y nosotros formamos parte de él, que no somos sus señores, pues, el resultado inevitable es el fin de la civilización y especie humana, con casi toda probabilidad, como un invento fallido de la evolución. En la inmensidad del cosmos esto carece de importancia, por eso, no sólo hay que tener una consciencia ecocéntrica, sino también cosmocéntrica y, de paso, así nos unimos en nuestra raíz con la divinidad, el cosmos, el Ser, lo que es. Y también aprendemos a aceptar la impermanencia de todo lo que es.

Esta mañana observaba en mi paseo meditativo por el campo cómo las máquinas arrancaban el fruto a la tierra, cómo ya no hay, prácticamente, contacto entre el hombre y lo que la tierra produce, todo está mediatizado. Y eso me trajo a la memoria a los agricultores valencianos arrancando los naranjos porque es más rentable traer las naranjas de miles de kms. Eso es una locura, no cabe en la cabeza de nadie, salvo en la cabeza de alfiler de un economista, que te dirá que es más rentable. Pero, ¿qué es ser más rentable? ¿qué valores se barajan en la ecuación de la rentabilidad? Esta es la monstruosidad de la matematización de la economía, cuando la economía pertenecía a la filosofía moral, de donde nunca debió salir.

El caso es que se me vino a la mente esta cantinela de mi buen amigo el filósofo, matemático y poeta Riechmann que habla de la hybris humana. El hombre es un ser doble, bifronte, que alberga un monstruo en su interior. Y ese monstruo, su demonio, su obscuridad, su sombra lo devora a la par que intenta devorar, de forma fallida a su madre, la tierra. Ese demonio es el de la avaricia, el orgullo, la vanidad, el poder, la envidia, la competitividad. En cada hombre y en la humanidad en su conjunto hay la lucha de esos demonios contra sus ángeles opuestos: generosidad, amor, magnanimidad, fraternidad, valor…Es la lucha entre la luz y la sombra. La lucha que se representa en el héroe trágico, porque la vida y la historia es una tragedia que no tendrá un final feliz, podrá ser más o menos malo, pero no feliz, así son las cosas. Todos en este momento llevamos una doble lucha heroica, la que tenemos como individuos y la que hemos heredado históricamente. Depende de si somos capaces de transmutar alquímicamente esos demonios y, aceptar nuestra propia naturaleza y, de esa manera tener dominio sobre ella, por un lado, y, por otro que a través de ello alcancemos una ampliación de consciencia en la que nos sintamos uno con la tierra, las estrellas y el cosmos, el que nos podamos salvar como especie, no hablo de civilización, ahí reside el mal…y lo que se está haciendo es parchearla.

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No solemos fijarnos en que ha habido una evolución en nuestra consciencia. Muy bien lo describe Ken Wilber. Desde la consciencia primal en la que no nos sentíamos diferenciados de la naturaleza que nos rodeaba, no había, ego, por tanto, a la consciencia egoico, mítica y de pertenencia, que es en la que nos encontramos hoy en día. Aunque bien es verdad que muchos han trascendido esta consciencia al nivel transpersonal, es decir, han transcendido lo egoico y el nosotros, incluida la Tierra, es su estado de consciencia a lo largo de la historia; algunos de ellos son los grandes maestros de la humanidad. Incluso algunos han llegado a los estados sutiles de consciencia de no dualidad. Esto quiere decir que el ser humano puede llegar a ese nivel de consciencia. Y en ese nivel de consciencia no hay competencia, no hay diferencias, porque nos reconocemos en el otro, el amor personal se transforma en compasión, sentir con el otro, pero no ya desde un ego, sino desde un nosotros. Lo que surge es una consciencia global, o la participación en la consciencia colectiva humana y, más allá aún, terrenal y cósmica. Es este cambio evolutivo el que necesitamos dar si queremos salir del embrollo en el que el ego-mítico nos ha metido. Y no es que el ego sea el malo de la peli, no, es que ya hay que trascenderlo, jugó un papel muy importante y tuvo grandes conquistas, como la de las virtudes, la democracia, la libertad, el valor, la igualdad de los hombres y su dignidad y autonomía….pero ahora se ha pervertido, o se ha gastado, por eso ya no es un mecanismo de adaptación y desarrollo sino que se ha convertido en el mayor factor de autodestrucción. El ego es el padre también del egoísmo y éste del miedo y de ahí surgen todos los vicios: la guerra y violencia arbitraria, la venganza, la injusticia, la soberbia, la vanidad, la desigualdad, la escisión…y, con todo ello estamos acabando con nuestra propia existencia. Por ello es necesario dar el salto evolutivo hacia lo transpersonal.

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El silencio es el alimento del espíritu. Demasiada algarabía es la que nos rodea. Todos hablan, todos informan, todos opinan, todos quieren ser escuchados. Es la forma de sentirse alguien y no sentir el vacío interior. El silencio es el camino hacia nuestro interior, el camino para reencontrarnos con el Ser que somos. Pero nos empeñamos en el decir y, a través del decir, mostrar nuestro yo. No hay nada que decir, sólo mostrar. O hablar con uno mismo siendo ese sí mismo el Ser eterno innombrable que somos.

Seguimos, equivocadamente, el camino del exterior, hablamos, nos entretenemos, pasamos el rato, el día, la vida. Y, al final, todo es un tremendo vacío. Las palabras, el ruido que hemos montado y en el que nos hemos sumergido era un sinsentido, ruido que se lleva el viento, nada. El verdadero camino está hacia nuestro interior. Es recorrer el camino de vuelta a casa. Un día salimos de ese Hogar y nos perdimos en la banalidad y vanidad, quisimos ser algo por medio de lo que no es, las apariencias, pero no hay nada. Sólo la Presencia que es el Hogar, el Ser, nuestra mismidad. Parloteamos, discutimos, conversamos intranscendentemente para pasar el rato. El lenguaje fue, nos cuentan biólogos, antropólogos…muy importante en la evolución. No digo que no, pero de no haber existido ese paso evolutivo no hubiese pasado nada, todo permanecería igual. El problema es que miramos al  Ser desde el ser, o, dicho de otra manera, antropomórfica y antropocéntricamente. Y por eso le damos tanta importancia y sobredimensionamos al hombre y a nosotros mismos en particular. La vía del silencio es la de la humildad, el desprendimiento (desapego) de todo, de todo lo material y de lo intelectual: creencias, ideas, prejuicios y aceptamos nuestras emociones, las dejamos ser… la del desasimiento. No más de lo uno que de lo otro, que decían los filósofos escépticos griegos. En el silencio brotan las palabras de la Soledad, del Ser. Y entonces estamos en casa, reconfortados, sin necesidad de juzgar, sin necesidad de saber, sin necesidad, en fin, descansando del recorrido del camino de vuelta (el camino del héroe) y de sus tremendas dificultades. Sin lastre que soltar, soltamos amarras y nos dejamos llevar adentrándonos y fundiéndonos en la inmensidad infinita del Ser. Por eso, al sabio le gusto ocultarse.

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Los sistemas de pensamientos, las ideas, ya sean científicas, humanistas, filosóficas, religiosas o políticas, las creencias, son sólo, o, ni más ni menos, que guías en el camino de la vida. Si nos aferramos a alguna de ellas, perdemos la verdad que anida en las demás. Además de que fomentamos una actitud dogmática y fanática que, en algunos casos, llega incluso a la violencia. Por el contrario, es necesario practicar el desapego o desasimiento de nuestras ideas, verlas desde la distancia, entonces llegaremos a aquello de sólo sé que no sé nada Sócratico, (o al dicho del budismos zen "Si te encuentras con el Buda, mátalo"), pero no retóricamente, sino de una forma vivencial y nos sentiremos en el vacío, pero libres. Y es en esa posición en la que podemos iniciar el diálogo, porque no nos sentimos poseedores de ninguna verdad y, por medio del diálogo pretendemos llegar a acuerdos comunes, no a la verdad. La Verdad está en otro nivel que el de las ideas o creencias. En un nivel experiencial en el que no hay razón, sino intuición. Pero ese nivel no es del que podemos hablar es sólo mostrable e inefable. En cuanto a las ideas, religiones, creencias vitales y políticas y demás, son ayudas en el camino que hay que saber usar. Uno no es sus ideas, cuando creemos en nuestras ideas nos identificamos con ellas y nos reducimos a ellas. Eso es el apego y la reducción del yo. Esa postura es ético-políticamente muy peligrosa, nos lleva incluso al genocidio, pero a pequeña escala, símplemente, no nos permite hablar y dialogar y, espiritualmente, nos cierra el camino hacia la autotrascendencia, que necesita del desasimiento o desapego.

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La gran aportación de los griegos a la civilización occidental y a la humanidad ha sido el Logos, la Razón y, por encima de ella, el Nous. Lo malo es que todo lo humano está cargado de su luz y sus tinieblas. Y las tinieblas de la razón, el espíritu prometeico, conquistador, dominador avasallador, manipulador ha triunfado y nos está llevando a nuestro propio exterminio. La salvación está en el mismo regalo, en la luz de la razón, no en sus tinieblas. En definitiva, en la condición humana y su estado de consciencia. Pero no es el Logos en sí, porque el Logos es la propia luz, sino la naturaleza humana. El hombre es el animal autoconsciente que, como tal, tiene una naturaleza especial, siente la carencia. Y esa carencia le impulsa a la completud, pero esa completud ya la tiene como parte del Ser. El Ser habita en él, pero su naturaleza caída consiste en la ignorancia de esta verdad. Por eso la historia de la humanidad es la andadura del hombre en pos de su complementariedad, de su infinitud y ahí es donde encuentra múltiples caminos, pero ha escogido, entre todos ellos, el de su propia autodestrucción. Por eso, no es el propio Logos, o la Razón, sino ésta cuando se encarna en el hombre, que es el caso en el que estamos, la que, desde la naturaleza ignorante, violenta y pasional del hombre la que le da fuerza y dirección. Por eso la tarea es la de erradicar, no la Razón, el Logos, sino los tres venenos que empozoñan la naturaleza humana: la ignorancia, la violencia y el deseo.

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El nihilismo y la angustia ante el vacío. La pérdida de los grandes relatos.

La gente está muy perdida porque el miedo y la cobardía es lo que nos domina. Quieren soluciones rápidas, no quieren el más mínimo dolor, ni físico ni anímico. Han olvidado la primera noble Verdad: la vida es sufrimiento. Ahora bien, se conoce la causa del sufrimiento y se puede eliminar en lo que tiene de superfluo, mientras estemos vivos, por muy despiertos que estemos siempre habrá sufrimiento o, al menos, dolor, porque es una de las características de la carne.

Al vaciarse la cultura de todos los grandes relatos filosóficos, míticos, religiosos, políticos…pues el hombre queda suspendido en el vacío. Y lo peor que puede pasarle a alguien es estar suspendido en el vacío sin saber a qué atenerse, qué hacer, a dónde agarrarse para sujetarse y no caer. Entonces, nuestra sociedad, el sistema en el que vivimos y todos mantenemos y hemos fabricado, porque lo demás sería pensar en una teoría conspiratoria de la historia y yo prefiero, aunque lo haga mal, la libertad, a ser un borrego, aprovecha sus propios engranajes y nos vende, en forma de consumo todo lo que haya que vender, incluida la espiritualidad. Por eso la espiritualidad es un producto de consumo que prescinde de la ética. Y, sin ética, individual y social (política) no vamos a ninguna parte. La ética ha sido sustituida por el discurso de “todo vale”, que se basa, a su vez, en el relativismo constructivista, de que todos los discursos son equivalentes; esto es, no hay verdad, sino verdades. Pero cuando esto sucede, en nuestro sistema, no triunfa la verdad de la mayoría, ni la más útil para lo que sea: la economía, los pobres, la tierra,… sino la del más fuerte. Y fuerte en nuestro sistema es fortaleza económica que conlleva, claro, fortaleza industrial-militar-tecnocientífica.

De tal forma que el individuo hoy en día, hipercomunicado, está más sólo que nunca y necesita consumir comunicación: la ideología del poder, claro, con la que comulga ignorantemente. En definitiva, se está alimentando el miedo a la soledad y, curiosamente, ese miedo a la soledad provoca que el individuo, aparentemente, esté menos sólo porque está más comunicado, pero está más solo aún. Está viviendo una situación angustiosa. Por eso la angustia, salvo casos concretos, no es más que una enfermedad social. Cuando la prioridad es buscar qué comer no hay angustia patológica, hay angustia adaptativa: o como y doy de comer a mis hijos o nos morimos, y el imperativo biológico me lleva a buscar comida. La angustia que se padece es la del miedo a la nada. Y es curioso porque nuestra naturaleza, como la de todo es la “eterna impermanencia” todo es impermanente, es decir la nada o vacuidad. Todo está relacionado con todo y depende de todo, no hay ser, sino interser o relación. Pero el propio lenguaje crea las cosas, que no son más que objetos mentales, no realidades externas, la realidad no es ni externa, somos en la realidad. Pero al hombre le da miedo ver su vacío, está apegado a su cuerpo físico, a su biografía, su familia, su yo, es decir, la construcción que se ha hecho de sí mismo, la idea que tiene de sí mismo como un objeto. Pero eso es un objeto mental, no existe como realidad última, sí como realidad mental, claro, pero, la confusión, es identificarnos con ese yo que abarca todas nuestras dimensiones, fundamentalmente la física, de la que tenemos más consciencia. Y, entonces, cuando todo esto queda suspenso en el vacío, nos agarramos a cualquier cosa para sobrevivir. Y, en una sociedad de depredadores y genocidas que es la que hemos ido construyendo, y teniendo en cuenta nuestro estado de consciencia evolutivo que se corresponde con el egoico-mítico y de pertenencia a un grupo, por tanto, excluyente de los demás, pues el individuo intenta sobrevivir eliminando cualquier obstáculo. Y si nos hemos quedado sin ética y sin los valores fundamentales: igualdad, libertad, fraternidad (que graciosamente ahora lo llaman en la neolengua del poder: empatía) pues el individuo-isla, nihilista-egoico, pisará a quien se le ponga por delante para sobrevivir. Incluso se autoexplotará, a eso lo llaman ser emprendedor (es curioso que sólo se piensa en emprendedor en el que es rentable económicamente, no al que escriba un libro sobre la ética de Spinoza, por ejemplo, o de Aristóteles, por irnos más a los orígenes olvidados, perdidos y enterrados) En esta situación estamos asistiendo a la guerra de todos contra todos, a nivel de los estados y las supuestas naciones y a nivel de los individuos. Todos luchan con todos. Es aquello de Hobbes: “La guerra de todos contra todos” y es curioso como se coincide con Hobbes, porque este autor también decía que el origen de esa guerra permanente de todos contra todos es el miedo. Así pues, el nihilismo de la sociedad actual ha producido a un individuo que se siente vacío y con miedo y, como no tiene dónde agarrarse pues se aferra a cualquier cosa. Pero, cualquier cosa se le ofrece como objeto de consumo y el consumo es lo único que construye o da sentido a su existencia, de tal manera que el consumo es compulsivo. Y, mientras más consumimos, más nos consumimos.

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Nada nuevo bajo el sol

Definitivamente vivimos en la sociedad del entretenimiento y el cansancio: la sociedad nihilista. Hasta lo supuestamente más serio no es más que un entretenimiento. Ayer me asomé, no más de diez minutos a la prensa, llevo años desconectado de las comunicaciones, incluidas las redes sociales, aquí, símplemente, pongo lo que siento y pienso y comento lo que me sugieren, no suelo navegar por la red social, salvo caso excepcionales y esporádicamente porque me salen en mi muro, comento algo de lo que ponen amigos o conocidos. Pero, aún así, es inevitable enterarse de muchas cosas, como por ejemplo que vamos de nuevo a elecciones, de las anteriores me enteré porque me tocó una mesa electoral. Considerarán ustedes que esto es una falta de responsabilidad, pero no lo es, es higiene intelectual y lealtad ética para no caer en discursos victimistas ni vengador, no caer en la agresividad, la violencia, el juicio y culpabilización del otro y demás. Si no hiciésemos caso al teatro que se representa en los medios de comunicación toda la clase política carecería de sentido, en realidad no hacen nada, puesto que ya no hay ideologías, salvo obedecer las leyes del mercado, de las que se dice que son inamovibles (un mito, claro) Ello no implica que no me interesen los grandes problemas de la humanidad. Todo lo contrario, son lo prioritario en mi vida junto con mi familia, aunque, dadas las circunstancias de crisis final o colapso civilizatorio, preocuparse de lo uno es preocuparse u ocuparse de lo otro. En fin, el caso es que busqué a un autor que solía leer antes con asiduidad y me di cuenta que, en años, no había cambiado de discurso, que seguía con los mismos moldes para entender la realidad, que en el fondo no ha cambiado, porque sigue igual solo que peor. Y de ahí me fui, accidentalmente, a un autor que desconocía, pero que el título de su columna u artículo me interesó porque es algo que me preocupa. ¿Por qué no se moviliza la gente en la calle? Y me encontré con lamentos, eso sí, primero se loaba las últimas movilizaciones de unos y de otros, la convocatoria de huelga por el clima y así…pero luego el autor caía en el paletismo y hablaba de que el pueblo español, como si hubiese diferencias entre humanos (eso es conciencia mítica-egoica y de pertenencia) no se manifestase con la cantidad de corrupción que hay, con la poca eficacia de la justicia, con los privilegios de unos y de otros, con la marcha de los partidos y sus giros para obtener más poder. En fin, más de lo mismo. El psicopoder, la sociedad del cansancio y del consumo, la desinformación masiva y control de los medios de supuesta comunicación e información…todo ello, junto con la propia naturaleza humana, la servidumbre humana voluntaria de La Boétie, o la pereza y cobardía de la que nos hablaba Kant lo explica muy bien.

Es decir, que el personal lee los periódicos deportivos masivamente, luego ve la Tv y sus series y concursos y algunos leen los periódicos y de los que los leen, pues una minoría leen las páginas de opinión. Pues el caso es que todo, incluido leer las páginas de opinión, no es más que echar el rato para, si acaso, comentarlo en un breve instante con alguien y olvidar todo rápidamente, porque la información se acumula, es masiva. Es una de las estrategias de la desinformación, ahogar con supuesta información, que no es tal. De tal manera que, incluso las páginas de opinión, donde se deberían barajar las ideas que creen conciencia de lo que es uno y dónde está, no son más que puro entretenimiento. Yo creo, que salvo la excepción de algún artículo, no son más que páginas de revistas del corazón y su objetivo ya no es el diálogo sino el mero entretenimiento. Y los medios de desinformación lo saben y saben también que la opinión es un bien de consumo y contrata en sus filas a aquellos que tienen más tirón de lectores. En fin, una forma de autofinanciarse. Resulta que el día anterior, el domingo, dediqué la mañana a leer el Evangelio según San Mateos, y pude ver y sentir la naturaleza humana en carne viva y el mejor instrumento para analizar la sociedad de hoy en día, en muy pocas frases estamos todos fotografiados, da lo mismo que allí hablase al pueblo judío, porque en el fondo se habla al Hombre. Y lo bueno es que se le ofrece un camino a seguir para acabar con el mal, la oscuridad, nuestros demonios y miedos y los de la sociedad. Consejos de carácter imperativo, que son perennes.

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No existe el gobierno. Las instituciones de poder están vacías. El gobierno o el poder se han hecho ubicuos. Está en cada móvil, en cada aplicación cibernética. Funciona en red. Absorbe al ciudadano y éste deja de serlo, pensando que es más ciudadano que nunca, que elige a sus representantes y que vive en democracia. No hay democracia. El poder ya no está fuera del individuo, sino que el propio individuo se está autogobernando según la evolución del estado social. La evolución de la sociedad por sus propias leyes engulle al ciudadano y lo convierte en un ciborg del ciberpoder cibernético. Las redes sociales no producen ninguna revolución, ni la aceleran, lo que producen es control o autocontrol cibernético. El individuo se hace transparente en la red, a la par que se disuelve en la uniformidad de la infinita información. El fondo de la caverna es la creencia de que somos algo y comunicamos algo a través de las redes sociales. No, el poder disuelto en la cibernética nos conoce y maneja a través de nuestra publicación, pública o privada, en las diferentes redes sociales. Y todos estamos en las redes sociales, ya sean de mera comunicación, o laborales. Todos decimos quiénes somos en la gran red en la que se ha convertido el poder. Los parlamentos ya no tienen poder, son lugares vacíos donde se representa una pantomima. El ciberpoder se ha mimetizado y, claro, expresa lo que queremos, a la vez que nos hace querer lo que expresamos. ¿Cómo salir de este bucle infernal? Y, todo esto que acabo de decir es como la paradoja de Epiménides el cretense.

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Ha existido una evolución desde el inicio de la humanidad, o si queremos del universo y resulta que de esa evolución surgimos nosotros. Y el homo sapiens sapiens se va haciendo consciente y autocosnciente de sí mismo. Lo cual significa que el universo a través del hombre, seguro que otros seres también, se hace autoconsciente de sí mismo. Ahora bien, el recorrido de esa autoconsciencia es largo y es a lo que llamamos la evolución de la consciencia humana. El salto que debemos dar ahora y los que hemos ido dando, no han sido sólo por imperativo biológico, sino por la propia voluntad y finalidad del hombre. Por un propósito, como humanidad y como individuo, que, en el fondo, es el propósito del universo, porque no hemos de olvidar que somos el universo o que estamos formados de las partículas que se produjeron en el inicio de los tiempos.

Pero, hasta ahora toda organización política y social ha sido jerárquica y esa jerarquía nos ha escindido de nuestra propia naturaleza y de la Tierra de la que formamos parte. La cuestión ahora es ser capaz de tomar consciencia de quiénes somos, somos un trozo de Tierra que respira, piensa, siente, come…y una vez que hayamos tomado consciencia de quiénes somos podremos actuar en la Tierra. Pero esa autoconsciencia dará lugar a una forma de actuar en IGUALDAD con los demás seres y con la misma Tierra. De tal forma que todo ha de cambiar, desde las formas de producción, agricultura, economía, política, educación, justicia, sanidad,… hacia una forma de autoorganización en Red, como un gran organismo en el que la inteligencia está en cada nodo de la red y en la red en su conjunto. Ya se funciona así en parte a partir de lo que se ha llamado la globalización económica, pero ésta no es la red de la que yo hablo, porque esa es una red perteneciente a un poder jerárquico que quiere someter. Una red basada en la antigua consciencia de dominación. La nueva consciencia es no dual y, por ello, integradora sin jerarquía, en igualdad, libertad y fraternidad. Pero, si no cambia la conciencia de los hombres no se producirá el cambio en la tierra. La nueva consciencia planetaria surgirá de la nueva consciencia, no dual, de cada uno de nosotros, una consciencia no egoica, sino transpersonal.

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“La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de adorno a los ricos”. Diógenes el perro.

La juventud es osada, desconoce el mundo y se desconoce a sí mismo, es atrevida e imprudente, es necia. Cree que lo puede todo, que está por encima de la ley natural, que es eterna e imperecedera. La juventud es petulante y vanidosa. Está llena de vicios tremendos que acarrean grandes desgracias, no quiere decir que no tenga virtudes, que las tiene, claro: el valor, la fuerza, la decisión, el coraje, la claridad, la nobleza… Pero la sabiduría es inalcanzable para la juventud; es más, la pone en su sitio. Y es interesante esta reflexión de hace más de dos mil años para nosotros que vivimos en una sociedad epidérmica, una sociedad de las apariencias que elogia, alaba y ensalza la juventud como una virtud en sí misma, cuando, realmente, la juventud, lo que tiene de bueno, es que es un estado pasajero, porque la juventud, por su imprudencia es un estado muy inconsciente. En cambio, la sabiduría, que está en la arruga, aunque no en todas, es consciencia y, a más sabiduría, más amplitud de consciencia.

A los pobres les sirve de riqueza. La riqueza no es posesión de cosas, sino una forma de estar en el mundo en el que se da la aceptación de lo que es, en la que no hay ni lucha ni escisión. Hay pobres porque hay ricos. Es decir, porque hay desigualdad, poder y propiedad. Pero la sabiduría no es una propiedad por eso es la auténtica riqueza del pobre. Pero tampoco nos solemos encontrar pobres sabios, ni jóvenes, ni viejos, ni ricos. La sabiduría es un bien escaso, raro.

Por su parte, la sabiduría es consuelo para el viejo. Evidentemente, el que haya vivido rectamente y conforme a la virtud se hará sabio con el tiempo, en la vejez, precisamente, cuando ya se han acabado las prisas, cuando lo esencial se ha hecho, cuando sólo queda la aceptación.Ahora bien, el que no vive conforme a la virtud y va aceptando los ciclos propios de la vida llega a la vejez desesperado, renegado y lleno de miedo. Y, la vejez, es deterioro y merma de nuestro ser físico. La sabiduría nos enseña, si hemos ido aprendiéndolo, poco a poco, que todo es perecedero, que la vida es impermanencia, que existe la vejez, la enfermedad y la muerte. En ese sentido, la sabiduría es la más profunda aceptación.

Y, claro, la riqueza es una forma de corrupción. La riqueza se interpone entre lo que pensamos de nosotros y nuestro verdadero ser. Por eso, la sabiduría, en el rico, no es ya sabiduría, es mero artilugio, un adorno más, una posesión, cuando, realmente, la sabiduría no es un objeto que se posee, sino una forma de habitar en el mundo, de ser en el mundo y con el mundo.

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El hecho de que haya habido una movilización mundial por el clima es una muestra, en principio, de que ha habido una consciencia, no global, sino planetaria. Pero esa consciencia no debe concebir al hombre y la tierra como objetos separados, sino como un mismo ser dentro del universo, con el que formamos también un mismo Ser. La consciencia planetaria es la consciencia del equilibrio entre todo lo que hay en el universo y, en particular, en la tierra. Es esencial que esta concepción parta de la eliminación de cualquier vestigio de antropocentrismo y de ideología del progreso (explotación, crecimiento económico,…) y de la sustitución de estas falsas ideas y creencias que nos han llevado a las puertas de nuestra extinción, además de la extinción de cientos de miles de especies, por las de el ser humano como un ser en relación. En realidad, no hay seres, sino relaciones, los seres, incluido el humano, es porque existe en relación con lo que le rodea. La existencia de cualquier ser es viable en la medida en la que está en relación con todo lo demás. Por eso esa relación debe ser una relación de equilibrio, si se da un desequilibrio, ese “ser” muere. Y ése es el caso del ser humano. Desde esta humildad, otro gran golpe a nuestra vanidad, desde que se nos sacó del centro del universo, es desde la que hay que ver la relación con la tierra y con los demás seres que la habitan. Somos parte de este gran ser que llamamos tierra y que, a su vez, está en relación con lo que le rodea. Esta concepción del ser humano como ser en relación con la tierra, los seres que la habitan y los demás seres es la que nos puede llevar a la idea de unidad. Somos Uno con la tierra en la medida en la que estamos en relación con todo y todo está en relación con nosotros. Mantener el equilibrio de esta relación compleja es mantener una relación horizontal, en lugar de vertical y de poder y dominación, como hasta ahora hemos tenido.

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Libertad frente a miedo e hipocresía.

“¿Por qué la gente da dinero a los mendigos y a los filósofos no? (Le preguntaron a Diógenes) Porque piensan que algún día pueden llegar a ser mendigos pero, filósofos, jamás.” Diógenes el cínico.

Hay que contextualizar un poco esta frase. En primer lugar, Diógenes vivía en la absoluta indigencia, no tenía posesiones, salvo su bastón y su escudilla, ésta última la tiró viendo que un niño comía con las manos y dijo: “un niño me ha superado en sencillez”. Ésta era la vida de Diógenes, un filósofo admirado, tanto que, incluso el emperador Alejandro Magno fue a visitarlo para aprender de su filosofía a cambio de todas las riquezas; a lo que el filósofo respondió, lo único que quiero es que te apartes para que pueda darme el sol. Diógenes vive desapegado de toda riqueza, por un lado, nos muestra esto y que éste es el camino de la sabiduría y la libertad y, por otro, nos muestra su valor y coraje, frente al hombre más poderoso del mundo, no es que se amedrante, o le rinda pleitesía; sino que, muy seguro de sí mismo, le dice que se aparte para poder seguir tomando el sol. Alejandro Magno y todo lo que simboliza (que, entre otras cosas es lo que ha triunfado en Occidente) son prescindibles para el filósofo, porque éste, al prescindir de todo, al no necesitar de nada, al carecer de deseos, es LIBRE. La liberación es el no deseo, la ausencia de apegos. Encontramos aquí toda una línea común a toda la sabiduría perenne. Vemos que esta enseñanza, ya en Sócrates y Pitágoras, es la base y el centro del Budismo, así como del Taoísmo, el Hinduismo advaíta y la mística: Cristiana y Musulmana.

Por otro lado, en aquel tiempo, los filósofos eran personas de prestigio, muy valoradas (filósofo era el que sabía y vivía conforme a su saber, no había diferencia de especialidades, ni de teoría y práctica) que vivían muy bien bajo el amparo y la protección de los más ricos que demandaban su enseñanza. Diógenes, como muchos otros, pues elige, para alcanzar la sabiduría, el camino de la vida sencilla, sin mortificaciones, vivir con lo necesario y lo natural, lo más cercano a la naturaleza, como un perro, de ahí lo de cínico. Pues bien, en su frase, Diógenes muestra algo muy importante para la vida del filósofo, y muy difícil, por lo cual casi nadie puede llegar a serlo, pero por nuestra consustancial falta de coraje, miedo e hipocresía. Lo que nos muestra es el desapego de todo. La gente da limosna a los mendigos y no a los filósofos, ¿por qué?, pues porque cuando se da limosna no se es caritativo, ni se ejerce la fraternidad, (en términos generales, claro) sino que se actúa bajo otra emoción o sentimiento más inconfesable y éste es: el egoísmo. ¿Por qué? Pues porque se da limosna, se hacen campañas solidarias y demás, no por resolver los problemas, sino por el miedo que tenemos a vernos en esa situación. Tenemos miedo de caer en la indigencia y, por eso hacemos con el otro lo que un día el otro queremos que haga con nosotros. (Damos limosna, cuidamos a los enfermos, a los ancianos, a nuestros progenitores y familiares, generalmente renegando, o porque es lo que hay que hacer, lo que está establecido y lo que espero que hagan conmigo un día) Actuamos por egoísmo, no por desprendimiento o por amor incondicional. Y, de ahí, que el filósofo, en este caso representado por Diógenes, que vive en la más absoluta indigencia, no se le de limosna, porque, en el fondo, al filósofo se le teme. Porque el filósofo es indigente porque quiere; es decir, es libre y, sobre todo, no tiene miedo. Y, al no tener miedo está totalmente al margen y es el espejo de nuestro propio egoísmo, esclavitud, ignorancia e hipocresía. El filósofo, si ha conseguido el desapego, vivir conforme a la naturaleza, en la sencillez de satisfacer lo que la naturaleza nos demanda y ya está, más allá del poder, sin necesidad de pedir, entonces es libre y virtuoso. Y, en la libertad (individual y política) reside su felicidad. Y esto es lo realmente difícil, conquistar la libertad y, su libertad, que todos tememos, es su posición privilegiada y que le permite ser a la vez el Testigo y el espejo de la humanidad. Lástima que la humanidad no siguió el ejemplo vital de los primeros filósofos, sino el de los guerreros, los ricos y los políticos y ello nos ha llevado a una historia de degeneración, no de progreso. Pero aún siguen estos filósofos y los grandes sabios y místicos de la historia alumbrando como lumbreras perennes el camino de la libertad y sabiduría. Camino que es necesario recuperar en esta encrucijada civilizatoria final en la que nos encontramos todos.

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Hay tres papeles fundamentales que representamos en nuestras vidas: el de salvador, el de verdugo y el de víctima. Los tres están íntimamente ligados. Lo que sucede es que el que aparece más ante nuestros ojos y el que nos creemos, porque los otros no queremos confesarlos, es el de víctima. Nos consideramos víctimas de todo lo que nos sucede. Pero, al hacerlo, actuamos como verdugos y justicieros de los otros. Y al ser los justicieros juzgamos sin piedad e, indicamos, cómo hay que ser; es decir, adoptamos al papel de salvador. Como digo, los tres, independientemente de los biográficos particulares: soy padre, soy filósofo, soy mujer,...se representan a la vez, pero sólo nos gusta reconocer el de víctimas por comodidad y cobardía.

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Educación, democracia y totalitarismo.

La universalización de la enseñanza y, sobre todo, su obligatoriedad, no es más que la universalización de la ignorancia para producir, literalmente, como mercancía, mano de obra para el sistema capitalista. La Ilustración, sin intención, ignorantemente, puso las bases de esta tropelía que convirtió el sistema educativo en un sistema de producir mano de obra para el mercado laboral. Y, eso, requería, la universalización de la ignorancia. Es decir, la transmutación de la educación en la búsqueda del saber y la conquista de la libertad por medio del conocimiento que nos hace autónomos, en universalización de la ignorancia, en el relativismo del todo vale, en el constructivismo del conocimiento... El centro de la educación, ya no es el conocimiento y la libertad, siendo el maestro o el profesor, el vehículo o mero transmisor de este legado de milenios y la posibilidad de aumentar dicho legado, sino el alumno. Éste se convierte en el centro del proyecto nihilista de aprender a aprender. ¿Cómo se puede aprender a aprender si no hay unos contenidos desde los que lanzarse a ese aprender? Dela Nada, Nada sale. Es la mayor farsa educativa que se ha producido y que el sistema educativo, vigilado por políticos y el propio mercado, han hecho cumplir desde la Segunda Guerra Mundial para mantener el orden del nuevo mundo llamado socialdemocracia o estado de bienestar que no es más que el estado de ignorancia de la inmensa mayoría para ser mano de obra disponible para el mercado. Mano de obra sumisa y obediente. ¡Qué lejos nos queda el ideal de la Ilustración y aquel sapere aude (atrévete a saber por ti mismo) kantiano! El engaño ha sido perpetrado y la educación, en nombre de la democracia ha instaurado un totalitarismo en el que estamos inmersos y del que la inmensa mayoría es ignorante, se encuentra dentro de la caverna. Como nos lo dice admirablemente Sánchez Tortosa:

 

“La libertad ciudadana que la Ilustración soñó y que acabó siendo el reconocimiento jurídico de una ciudadanía con la que proletarizar a los sujetos productivos, materializada por la Revolución Industrial, se convirtió, en materia educativa, en una libertad escolar, también soñada, que no resultó ser sino la extensión del radio de acción del Estado sobre lo que antes quedaba al margen, medida con la que producir analfabetos por medio del sutil recurso de escolarización  universalizando la ignorancia. Esta es la sentencia imparable coronada en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y, en España, con las leyes de 1970 (Villar Palasí) y de 1990 (Logse).” Sánchez Tortosa.  “El culto pedagógico”, p. 107

Dicho más llanamente. La educación es una forma de domesticación, una forma totalitaria de mantenernos en la ignorancia y disponibles para la producción, el consumo y entretenidos. De ahí la idea de educación para toda la vida. Como si eso fuese algo nuevo, como si los grandes sabios de la historia no hubiesen estado estudiando hasta su último aliento. Eso sí, no pagando "masters", que te acrediten como apto para un trabajo.

Lo grave de todo esto es que asistimos a una sociedad del cansancio, nihilista y que opta, por salir de su vacío existencial, psicológico y ontológico, por el entretenimiento. Y el entretenimiento está basado en el consumo. Y el consumo es una forma de auto devorarse. La paradoja de todo esto es que se nos enseña que estamos en sociedades democráticas, en las que hay un estado de derecho y todo es una farsa. La educación, que es el eje sobre el que debe pivotar la formación de individuos libres y, por ende, democráticos, es una forma de totalitarismo. Una forma de vehículo de transmisión de la ideología del poder, pero, no sólo del gobierno, sino del Estado. Cuando el Estado se hace cargo de la educación, es el educador del pueblo, como es el caso, estamos ante una forma de totalitarismo brutal. El estado transmite el status quo social, que en este caso es el neoliberalismo, el gobierno transmite su ideología, que no se distingue, en lo esencial, de la del Estado y de la globalizada y el mercado impone su regla de transformarlo todo en mercancía. Por tanto, estamos ante una Plutocracia, Partitocracia y Mercantilismo. Y estos sistemas de ideas totalitarias son los que rigen la educación, desde la cuna hasta la tumba, todo está controlado y el Gran Hermano nos vigila. Resulta ya un poco grosero seguir llamando a esto democracia: el poder reside en el pueblo. Pero, qué poder y qué pueblo. Todo es un baile de máscaras y hasta que no aprendamos a desenmascarar no conquistaremos nuestra libertad. Pero tenemos miedo a la libertad, porque el suelo de la libertad es el vacío. De ahí que ya señalara Kant, que no somos mayores de edad, es decir libres, por pereza y cobardía.

De modo que asistimos impertérritos a la farsa que durante años representan nuestros políticos y, sorprendentemente, les seguimos el juego y votamos. Y nos creemos el cuento de que no hay nada que hacer, que no hay alternativa y que el sistema capitalista es el único posible, como si hubiese existido siempre…y, en fin, así todo. Vivimos en una sociedad absolutamente enferma. Lo cual significa que, no sólo los dinamismos sociales están enfermos, sino los nodos de esas redes. Y esos nodos somos nosotros. Y la cura de nuestra enfermedad es salir del veneno de la ignorancia. Pero la ignorancia no es no saber, no, la ignorancia es algo mucho más profundo y hasta inmensamente peligroso. Es no saber que no se sabe. El ignorante, al no saber que no sabe se resiste a salir de su ignorancia y replica sus creencias y hasta muere y mata por ellas. Es un fanático. Los ignorantes son creados por los sistemas totalitarios. Por eso, en una educación totalitaria, se dan todas las condiciones para bloquear cualquier insurrección, porque estará vista como un atentado a la misma democracia. Se nos ha enseñado que la sociedad se basa en los valores de la democracia, pero es una enseñanza invertida, totalitaria, como hemos visto. Lo que se nos ha enseñado es a obedecer sin ser consciente de nuestra obediencia. Se nos ha enseñado a participar del sistema y construirlo y defenderlo como propio, cuando, realmente, somos sus víctimas, porque se nos ha arrebatado la libertad.

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¿Qué somos sin pasado histórico? Probablemente sólo inconsciente y obscuridad. El conocimiento aporta la luz, es la vía de la liberación. La ausencia de conocimiento abre las puertas a la superstición, la obscuridad y la esclavitud. Y precisamente, el mal de todos los tiempos es la ignorancia. Pero, hoy, paradójicamente, que vivimos en una sociedad hipercomunicada e hiperinformada, la ignorancia sigue siendo la misma, sino más. Porque los medios de comunicación y las supuestas redes sociales liberadoras, son más un sistema de control que una forma de información y conocimiento. Además de que estamos bajo el mito de la información. Primero no hay información, sino, más bien, desinformación, y luego, la información no es lo importante, ni el fin, sino que es el material para organizar el conocimiento que es una racionalización crítica de esa información sin forma, ni sentido, o con sentido inspirado en prejuicios, porque toda información, todo dato, es un dato interpretado, no existen los hechos, ni datos puros. El conocimiento es la organización de todo ello en una visión del mundo, una visión racional, crítica y abierta. Y, más allá del conocimiento, pero del que no podemos prescindir, llegamos a la sabiduría, que es la praxis, la acción que se deriva del conocimiento organizado más nuestra intuición, una forma de saber que salta por encima de las barreras de la razón, que va a los primeros principios de todo lo que hay, que simplifica el conocimiento y lo diluye en una actitud y forma de estar en el mundo en la que se da la Paz, la Serenidad, la Armonía, el Agradecimiento…pero en nuestro mundo sólo impera la prisa, la incoherencia en el conocimiento, la ansiedad frente al vacío existencial, la pereza para utilizar nuestra razón y organizar un mundo interpretado más allá de lo que nos dicen, de las ideologías, de la superstición de todo índole, el miedo a parar, pararse y no hacer y esperar a que surja de nuestro interior, del silencio absoluto, el sonido de nuestro maestro interior, de nuestro Ser…esperar que surja la armonía oculta. Pero, para ello es menester parar, estarse quieto: físicamente y mentalmente, observar todo lo que nos pasa y lo que acontece en nuestro interior, sin implicarse, sin juzgar…dejarse llevar para encontrar la armonía. Respirar y ser consciente de nuestra respiración y, a través de ella, conectarnos con el Universo. La respiración como forma de reconocernos como parte integrante del Universo y de la armonía cósmica. Esa respiración es la Paz, pero no sólo una paz interior narcisista, sino la Paz interior que nos lleva a la Paz con los hombres y con la Naturaleza.

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Los negacionistas del origen humano del cambio climático.


Existe una campaña orquestada desde hace décadas, concretamente tiene su inicio con el famoso libro “El ecologista escéptico”, que son negacionistas del origen humano del cambio climático. Bueno, lo curioso es que cuando empezó este movimiento no se negaba la antropogénesis del cambio climático, sino que se negaba el cambio climático mismo, así como los límites de los recursos naturales (fósiles, metales, animales y vegetales). Ahora que el cambio climático se nos ha hecho evidente y nos da en la misma cara, pues van y cambian de estrategia y niegan el origen humano. Cuidado con los farsantes de turno, no actúan solos, seguro. El libraco de ”El ecologista escéptico” es infumable, está lleno de datos, tablas, estadísticas, números…, falta argumentación, y, además, las estadísticas y tablas son muy ambiguas, como sabemos, se pueden interpretar de ,muchas formas… sobre ello todo para despistar de algo que se puede decir en un breve manifiesto bien documentado científicamente. Pero como no se puede documentar científicamente esa falsedad, pues se atiborra con datos al ignorante lector que cierra el libro a las pocas páginas dándole la razón al autor por tan apabullante documentación. También a este movimiento se suman ciertos grupos de la new age que achacan el cambio climático a un fin apocalíptico del mundo, pero nada más lejos de la verdad. Esto no es más que superstición. Algo a lo que agarrase porque ya hemos perdido todo referente y nos creemos cualquier cosa porque tenemos la necesidad de creer, simplemente, porque no nos atrevemos a ser libres. Hay que dejarse de milongas y coger el toro por los cuernos y aceptar nuestra responsabilidad, sin hundirnos en el discurso de la culpabilización, que nos vuelve a hacer esclavos, y tener esperanza, no en parar lo inevitable, pero sí en en que las cosas puedan ser distintas y mejores y quizás no apocalípticas.

No es así exactamente, como dicen los negacionistas poniendo como ejemplos otros cambios climáticos de nuestra historia natural. Los cambios climáticos a los que se refieren son de origen natural. El actual, tiene dos factores fundamentales, el natural, como el último de hace 14.000-12.000 años o, más recientemente, en la edad media, la época de hielo, y, otro, perfecta e igualmente documentado, que es de origen humano porque al emitir, CO2 y Metano, fundamentalmente, a la atmósfera se produce un efecto invernadero que conlleva al cambio climático. La deriva de ese efecto invernadero es impredecible, o se produce una glaciación inminente o un calentamiento progresivo o un calentamiento brutal y rápido. A este cambio climático ayuda también las causas naturales, que son similares a las de hace entre doce y catorce mil años. Es una irresponsabilidad el eliminar al hombre, la humanidad o, mejor, el sistema de producción capitalista de desunión con la naturaleza, de competitividad, de eliminación y explotación de fauna y flora, así como de metales y recursos fósiles y la producción de una terrible desigualdad entre los hombres para poder mantener la huella ecológica que nosotros los países ricos producimos para mantener nuestro nivel de vida que requiere el de varios planetas tierras. No se trata de culpabilizarse y darse golpes de pecho. No, somos así y punto, pero también somos animales maravillosos, creadores de mundos ficticios, científicos, artísticos, sociales, políticos… Somos productores de un mundo para adaptarnos a un medio, parafraseando a Lain Entralgo y Ortega y Gasset. Y, puesto que somos creadores y reflejos del universo (La voz del universo en la fuga cósmica, que decía el entrañable astrofísico Carl Sagan) podemos actuar en la tierra y no evitar lo inevitable, que es el cambio climático, pero sí ser lo más compasivos posibles y evitar el mayor sufrimiento posible de humanos y demás seres vivos. Deseemos de corazón y actuemos con la razón impulsada por el corazón, que a todos los seres vivos les vaya bien, que sean felices y que tengan paz.

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"El mundo es nuestra cabaña(…) Todo lo que poseemos y somos constituyen dones de la totalidad de la que provenimos y a la que regresamos (…) Los atisbos de la unidad despiertan una compasión natural y un sentido de la justicia... Al despertar a la unidad, descubrimos que poseemos el mismo apellido que las montañas, los ríos, los árboles. El océano de la vida sube y baja en nuestro interior". J. Kornfield

 

Ésta es la idea que tiene que aparecer en nuestra consciencia. Ser parte de…habitar en…, frente a la idea de posesión, explotación, competitividad… En realidad, lo que formamos con todo el universo es una relación. Somos procesos, relaciones, cambiantes, mudables, en eterno fluir…nada permanece, pero todo es igual. Es el eterno fluir de lo mismo. Tomar consciencia de que toda acción tiene una reacción, de que nuestras acciones están retroalimentando nuestra propia vida, que vienen de vuelta como un búmeran y son inevitables; entonces, tomaríamos consciencia de que todo está entrelazado y que ese entrelazamiento es nuestra pertenencia al todo. Y que ese todo es nuestra Casa Común y que es inevitable salir de esa casa. Que es una locura, como dirían los estoicos, intentar explotar esa casa porque nosotros no somos distintos del lugar que habitamos, somos el lugar que habitamos. Ésta es la idea profunda de la Unidad de todo lo real, de la unidad de la que formamos parte. Pero la idea sola, en sí, entendida, no vale, no es suficiente. Es necesario que esa idea cree un sentimiento de pertenencia y de compasión hacia todos los seres del universo y solo a través de ese sentimiento tendremos una acción. Acción que es interna y externa, la primera de autoconocimiento y desapego de lo que creemos que son nuestras pertenencias y la segunda de organización social y política de tal forma que esa nueva estructura no sea más que una Biomímesis, que dice Riechmann, un imitar a los procesos naturales. Hasta ahora hemos hecho lo contrario. Si llegamos a sentir, interiorizar la Unidad que somos, el interser o la relación con todos los seres que nos constituye, entonces estaremos preparados para el gran cambio.

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No hay camino, hay caminantes, no hay fin, hay búsqueda que es el propio fin.

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Vivimos en una sociedad jerárquica, independientemente que se le llame sociedad democrática. Lo de la democracia no existe, ni formal, ni en contenido, ni psicológicamente. El hombre no está preparado para ser libre, necesita, aún, desgraciadamente, de un amo, quiere ser siervo. El acto de consumir es hoy en día la forma que tenemos de servidumbre y de inconsciencia de lo que verdaderamente necesitamos.

Consumimos incluso al poder. Es más, el poder político, que no es el último, existe porque nosotros estamos aquí. Porque no nos atrevemos a pensar por nosotros mismos, sino que preferimos contemplar el espectáculo, el teatro que montan para nosotros. Si no les hiciésemos caso, por ejemplo, animo a apagar los medios de desinformación y control de masas y a no votar, esto último es muy importante, no tendrían sentido. Actuarían para nadie y se darían cuenta de su tremendo ridículo, de su propia farsa. Porque ellos tampoco son conscientes de la farsa que representan, hay poderes superiores al político. Y no votar, cuidado, no significa irse de fin de semana, no, significa una abstención activa. Una toma de consciencia de que el control sobre nuestra vida lo tenemos que tomar nosotros. Que nadie puede vivir nuestra vida. Y esto nos llevaría muy lejos, porque esto implica la autonomía del individuo y la libertad en todos los ámbitos. ¿Estamos preparados para aceptar la responsabilidad de nuestra libertad? ¿O el miedo ante el abismo nos consume aún? ¿Somos capaces de soltarnos de la mano de un guía, un maestro, un gurú, un padre, una ideología, una creencia, una forma de espiritualidad, una religión…y enfrentarnos al vacío que se nos abre ante la libertad?

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No hay, en lo esencial, nada nuevo que aprender hace milenios en lo que a la sabiduría se refiere. Otra cosa es el conocimiento científico técnico, la Historia y demás, así como la erudición. Ninguna de ellas es despreciables. el conocimiento es una forma de organizar lo real, aunque lo real se nos escape, pero lo objetivamos, que no es poco. Y nos sirve de autoconocimiento. El problema es que hoy en día ya no hay conocimiento sin interés mercantil. Todos los intereses del conocimiento se han reducido al del mercado.

La sabiduría, por su parte, puede depender o no del conocimiento. El conocimiento no le es necesario, pero no le estorba, le puede venir bien o mal. La sabiduría es un conocimiento intuitivo, directo y eminentemente práctico: saber vivir.

 

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En cuanto al interés por la espiritualidad, la meditación, la vida después de la muerte...Me inquieta que la gente esté tan inquieta. Me pregunto, ¿Qué es lo importante: hacer el bien y que haya justicia social o persistir después de la muerte? ¿Por qué le inquieta tanto a tanta gente esto ahora? ¿Cuánto hay de espiritualidad y cuánto de narcisismo? Ya lo dice el evangelio: "El que pretende salvar su vida, la perderá..." ¿No estamos dejando en el camino la ética, nuestra libertad y responsabilidad, por nuevos mitos, nuevos salvadores?

 

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Estamos en la misma batalla. La autonomía. El problema es la condición humana. No hay autonomía del paciente, en este caso, porque el propio paciente no quiere. El médico, y la medicina como institución se endiosan en su status quo, y aplican el paternalismo. En el fondo hay un proceso de retroalimentación entre médico y paciente que se basa en el miedo, la vanidad y la ignorancia. Pero lo que ocurre en la medicina no es más que una muestra de lo que ocurre en todas las dimensiones humanas en general. Por eso creo que el hombre no tiene remedio. Que hemos llegado a un colapso civilizatorio por nuestra ignorancia, nuestra agresividad y nuestros deseos. Los tres venenos de los que hablaba Buda. No creo que exista una solución política a lo que se avecina o en lo que estamos, porque el mal es antropológico (filosófico y espiritual), no externo al hombre y la política es una proyección. Creo que la salida es una retirada, pero una retirada es ya una acción. En esa retirada, cada cual, desde su posición, debe intentar conectar con su propio Ser y su relación con todos los seres y difundir como pueda toda esa sabiduría. Y desengancharse, poco a poco, de la sociedad en la que estamos. Tampoco es posible salirse de ella, ni tampoco se puede volver a la naturaleza; es más, ésta nunca existió, ni hubo un ser humano idílico, esto es el romanticismo de Rousseau y sus seguidores. La naturaleza humana es una hybris y tenemos que bregar con ella. Después del colapso habrá un renacer y, como siempre, volveremos a un estado más primitivo, como ha ocurrido en todos los colapsos civilizatorios. Lo malo es que éste es el primero que es global e implica, de lleno, a la naturaleza. En fin, que la cuestión es humana y hemos de retirarnos hacia dentro, hacia nuestro interior y conquistar nuestro verdadero poder: que es nuestra autonomía y libertad.

 

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Quizás todo se reduzca ya a una retirada activa. A no hacer nada de tal manera que nuestro hacer no dañe más. Quizá todo se reduzca a acompañar a la naturaleza y disolver la diferencia entre nosotros y la naturaleza. Quizá toda la cuestión sea reconocernos vivos en la naturaleza viva como unos con la naturaleza. Y todo sea asumir, aceptar el cambio de todo lo que hay, el proceso de muerte y resurrección, el fin de una era, para el renacimiento de otra. Y, en este proceso sentir a la naturaleza para sentirnos nosotros con ella. Aceptar, para soltar todo nuestro ego que lo proyectamos en ella, incluso cuando queremos protegerla. El cambio, la impermanencia, es la esencia del Ser. Esto es, que el Ser es Devenir. Y el cambio es la muerte de lo que hay para que surja lo nuevo. Claro, lo difícil de asumir es que ese cambio esta vez se produce como consecuencia de nuestra acción. A lo mejor, lo mejor es una retirada, una acción sin reacción. Un estar con, pero sin intervenir, un fluir con el propio cambio. Dejar que todo fluya, que todo pase. Es el miedo y el apego a nuestro yo el que nos da una imagen de la naturaleza como algo cosificado, como una máquina, y al hombre como otra cosa, otra máquina diferente a la naturaleza. Y, ahora, que vemos el deterioro de la naturaleza por nuestra causa nos sentimos culpables e intentamos intervenir. Pero, en el fondo, es nuestro ego, lleno de sentimiento de culpabilidad el que quiere actuar y, cuando lo hace, lo pone todo peor. Debemos desapegarnos, entregarnos al fluir del río de la vida, del proceso de muerte y resurrección de la naturaleza, aceptar; que no es claudicar, ni renunciar. La aceptación es algo que se da en lo más profundo de nuestro ser y es una forma de acción, muy difícil, por cierto.

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La vida es sufrimiento, porque la vida es deseo y hasta que no aceptemos que el deseo nos hace sufrir seguiremos optando por buscar lo que deseamos. La cuestión es saber que el deseo se puede superar. Como bien dice Epicuro, o Buda, o los estoicos. Y no es utópico, lo que ocurre es que nos cuesta muchísimo, pero es que, además, no nos lo proponemos. Por eso vivimos en una insatisfacción continua y un miedo que nos aterra ver. Miedo a perder lo que tenemos: trabajo, familia, salud, vida...Pero, todo, al final, lo vamos a perder. Por eso, como bien decía Platón, filosofar es prepararse para la muerte. El desapego y la aceptación.

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El deseo como el origen del sufrimiento y la liberación del hombre.

Para Epicuro, Buda, los estoicos y muchas otras éticas, el deseo es el origen del sufrimiento. El deseo crea una dinámica en el hombre que lo hace estar en tensión. A la vez, el envés del deseo es el miedo a perder lo que se tiene, porque se sigue deseando o a no obtener lo que se desea. De ahí, también el miedo a la muerte. Por eso la muerte no es lo que nos aterra, sino que es el perder lo que tenemos, el deseo de tener es lo que fundamenta nuestra vida. Basamos la vida en la posesión, pero la posesión no es nuestro ser, es un impulso de nuestro ser que, mal dirigido, nos lleva a la esclavitud de las pasiones o deseos que no son ni naturales, ni necesarios.

Por ello, la vida puede basarse en el placer y así debe ser, pero el placer de lo natural y necesario, por un lado y los placeres del conocimiento y la contemplación de la belleza, artística o meramente natural y de la que emerge del mismo conocimiento y del acto de conocer. La propia perplejidad ante el misterio del universo es ya un placer natural, aunque no necesario, lo mismo que la curiosidad, la respuesta al por qué, la pregunta de los niños y los genios, que nos es cercenada en el proceso de educación, paradójicamente. Se nos enseña una serie de contenidos sin relacionarlos con la pregunta del por qué.

Los placeres naturales son los de la alimentación, el vestido, el cobijo y los que hacen posible la vida. Los naturales pueden ser necesarios o no, en lo que se refiere a poder vivir. Si dirigimos nuestra atención a la satisfacción de los placeres naturales y necesarios y aplicamos la moderación en ellos no caeremos en la dinámica del deseo. Por otro lado, es necesario fomentar los placeres estáticos, es decir, los del conocimiento y la contemplación. Esos placeres son los que nos producirán la máxima felicidad, además de que nos alejarán de los placeres dinámicos. Es cuestión de atención y de cultivo del alma.

Si consideramos que lo importante es profundizar en nuestra alma pues cultivaremos los placeres estáticos y la amistad, que es el mayor placer, siempre que sea entre almas nobles y puras, cuyo deseo sea, meramente el de enriquecer al otro, no el de la amistad interesada. La amistad entre hombres nobles es desinteresada. Pues bien, aún así, la máxima sabiduría está en el desapego, es decir, en no querer perder lo que se tiene, no desearlo, sino disfrutarlo en el instante presente. Lo que nos propone Epicuro es, por un lado, una vida austera, que da más felicidad que una vida llena de placeres, porque el placer dinámico y no natural esclaviza, al final uno no es el que es, sino el coche que tiene, la casa que tiene, los empleados que tiene, y así; y teme perderlo…y, por otro, el desapego de los placeres naturales y necesarios, así como de la amistad, que es lo más valorado. El desapego, no desear lo que se tiene, nos permite vivir en el presente. Esto es muy importante y nos une con toda la mística, tanto Oriental, como Occidental. El desapego nos ancla en el momento presente, es decir, fuera del tiempo. Porque el desapego, al ser, no desear, pues implica que uno no desea nada del futuro, no teme nada del futuro, porque no teme perder nada, por eso, ni siquiera a la muerte teme el sabio, puesto que la muerte no puede tocarlo, ya que la muerte es un concepto que se da en el tiempo, el sabio está instalado en la eternidad, en la Presencia, por eso, cuando la muerte está, yo no estoy, cuando yo estoy, la muerte no está, como decía Epicuro. Ni siente culpabilidad del pasado, no está atado al pasado. La culpabilidad y la falsa esperanza, es decir, la esperanza egoica, son formas de deseo y, por ello, de esclavitud. El estado del sabio es la Presencia y el disfrute y el placer que proporciona la misma. En realidad, no es que exista una felicidad positiva, sino una eliminación de todo aquello que produce infelicidad o, mejor, sufrimiento; y ello es el deseo y el temor, como la otra cara del deseo. El deseo y el miedo van unidos, son lo mismo. El miedo es miedo a perder lo que se tiene, por eso el mayor miedo es a la muerte y a no tener lo que se desea.  Pero es fácil satisfacer los deseos de lo que necesitamos para vivir. Por eso esta austeridad es una alternativa a la ética del consumo y del valor mercantil que es el discurso predominante. Ahora bien, para ello es necesario un cambio de consciencia, además de una deconstrucción de nuestro yo o ego. Porque nuestro ego se compone de lo que se cree que tiene y del miedo a perder lo que se cree tener.
El ego es una construcción a partir del deseo. El ego es el deseo mismo. Y, por eso, todos los contenidos del ego son fruto del deseo. En la sociedad actual lo que se ha hecho, después de vaciar de contenido a la subjetividad y de llevarla al nihilismo, es acelerar el mecanismo del deseo y centrar el yo en el deseo. De esta manera nuestro deseo es compulsivo, patológico y somos en tanto que deseamos, porque lo que obtenemos en poco tiempo ya no nos satisface y necesitamos seguir consumiendo: ropa, viajes, casa, inmobiliario, relaciones (porque están objetualizadas), conocimientos (porque están mercantilizados) y así sucesivamente. De ahí que el vacío existencial nunca se llene y la angustia es el estado natural del sujeto de la sociedad de consumo. Pero el consumo nunca llenará el vacío del relato de su existencia y del mundo que ha perdido y que no puede recuperar. Es más, ahora, los relatos, como la espiritualidad a la carta de la new age, se le ofrece como objeto de consumo.

Pero la sabiduría perenne, está ahí, podemos alcanzar ese estado, o aproximarnos, claro, y deshacer el engranaje de esta civilización moribunda que muere matando y en esa muerte nosotros participamos mientras sigamos en la dinámica del consumo. Y esta sabiduría perenne nos ofrece un camino de liberación.

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Democracia, política y miedo.

Nos encontramos en una encrucijada universal de la humanidad. Una encrucijada que es consecuencia del fin de nuestra civilización, que no el fin de la humanidad, aunque todo pudiera ser, pero eso es fruto de la impermanencia del ser. De la propia constitución de lo que hay. Pero no es ese el tema. Esa encrucijada crea en los ciudadanos, universalmente hablando, ciudadanos del mundo, por tanto, que es lo único que realmente somos, las naciones y estados son constructos, una incertidumbre e, incluso, una angustia y vacío existencial y ese vacío ya no puede ser llenado por la política. La política se refería a los Estados, procede de la constitución de los Estados y, posteriormente, de la caída del antiguo régimen y el surgimiento de la democracia.

Pero resulta que eso de la democracia ya no hay quien se lo crea, en el fondo, aunque casi todo el mundo actúe, como sí hubiese democracia. En el fondo es un mecanismo de defensa para no aumentar nuestra sensación de vacío, caída y sinsentido. El nuevo orden del mundo, no tienen nada que ver con la política y, menos aún, con la supuesta representación de la clase política de la voluntad de los ciudadanos-vasallos. La relación entre el ciudadano y lo que se hace no tienen nada que ver con los políticos. Los políticos van a lo suyo para salvar su casta. Porque la política, desde la globalización económica, fue perdiendo poder hasta claudicar en un poder externo y superior al político que es el económico representado por multinacionales, corporaciones, la banca, los grandes ricos del mundo…Y, claro, si desaparece el poder político, pues lo que está desapareciendo es el Estado. Ya no hay Estados, o los Estados no mandan prácticamente nada. Seguimos las directrices, en nuestro caso, de la UE, pero ésta sigue las del BCE, que, a su vez sigue al FMI y al BM, que siguen el dictamen de multinacionales o el capricho de un hombre muy rico y poderoso…así de sencillo y de siniestro.

Lo grotesco y gracioso de todo esto es que los políticos montan un espectáculo para que los ciudadanos los voten. Y les hacen pensar que son muy importantes, y lo son, pero no lo saben ni toman el poder, simplemente, obedecen, de ahí lo de vasallos. Les dicen que su voto cuenta, que sin su voto puede haber una hecatombe, un apocalipsis. Infunden el miedo. Pero ese miedo que se le infunde al votante no es más que el miedo que el político tiene de perder su legitimidad y, por tanto, su subsistencia. El político existe porque lo votamos. Juega un papel de intermediario entre los ciudadanos y el poder real que mueve el mundo. Es el vehículo de transmisión de la ideología del poder, es el aceite que lubrica el antagonismo de clase para que no se produzca el choque. Es el mecanismo de acción para que los ciudadanos se sientan libres siendo esclavos, se sientan dueños, siendo vasallos, se sientan importantes, cuando realmente lo que hacen es firmar lo que el poder quiere hacer. Los políticos se juegan su existencia en cada elección. Es un momento de lucidez del político, en el que se da cuenta de que su existencia se debe al votante y, por ello, se desespera pidiendo el voto. Luego se olvida y sigue jugando el juego de la política, que no es más que medrar y seguir los dictados de los poderosos.

Pero el pueblo no es valiente, no quiere quitarse la máscara de ciudadano y tomar consciencia de que no es libre, de que es esclavo. De que la democracia no existe, pero se podría conquistar (cuidado que esto no es un discurso salvador, la democracia es imperfecta y limitada por definición) y con ello, el pueblo ser más libre y dueño de lo que quiere. Pero para ello hace falta valentía y eliminar la pereza. Hace falta descorrer el velo del miedo y saber que lo que haya que hacer, si queremos ser libres, lo tenemos que hacer nosotros, de lo contrario, lo harán por nosotros.

Y, claro, para esto es necesario un cambio, pero no externo, éste sería la consecuencia, sino interno. Hace falta una maduración intelectual: ser capaz de pensar por uno mismo, ser coherente y ser consecuente: actuar según se piensa. Y hace falta una maduración ético-espiritual, ser capaz de pensar y sentir al otro, por muy egoísta y malo que nos pueda parecer, como otro yo. Porque cada uno de nosotros, como dice el judaísmo, alberga la humanidad, o como decían los estoicos, la fraternidad, todos somos humanos, por eso todos somos cosmopolitas, ciudadanos del mundo. Y no se trata, ahora, de salvar el terruño, sino de mirar hacia la humanidad y cambiar su condición, del egoísmo, al altruismo y la fraternidad. Si no damos estos dos pasos en nuestro interior, ir a votar es seguir repitiendo la pantomima del miedo en forma de supuesta democracia.

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Dudas plausibles.

¿Lo que se ha venido en llamar la tecnoevolución es una utopía, que puede devenir en distopía, o, más bien, es un muy posible futuro de la humanidad que resolverá el problema ecosocial en el que nos hallamos? ¿No será quizá un exceso de pesimismo y falta de miras el plantearnos que no existe viabilidad para la civilización? ¿Y su la evolución tecnológica nos permitiera transformar la tierra? ¿Acaso no es la evolución un cambio y todo cambio es sustituir lo nuevo por lo viejo, un proceso de muerte y renacimiento?

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A cada poco salen noticias de que la ciencia puede explicar esto y lo otro y que con esas explicaciones pues se terminaron los problemas, o alguno de los problemas perennes de la humanidad. Las neurociencias, que son las que hoy en día parten el bacalao, vamos, que están de moda, porque meten las manos en lo más íntimo del ser humano, que es su pensamiento, creencias, emociones, sentimientos, libertad,…parecen que están cada vez más cerca de decirnos dónde reside la moral humana, o la ética, con lo que se le acabó el chollo a la religión, la filosofía y la espiritualidad.

Vamos a ver. La ciencia es un modo de acceder a la realidad. Y un modo que determina la realidad, es decir, que la cosifica o la objetualiza, convirtiendo la realidad en algo cognoscible universalmente por el ser humano, pero limitada a las categorías o conceptos del ser humano. Es decir, que el conocimiento científico condiciona la realidad de forma epistemológica, de forma psicológica y de forma social. La ciencia constituye un objeto de conocimiento que no agota la realidad. El problema reside en el reduccionismo cientificista que equipara: ciencia y realidad, pero esto es algo que ya desde hace varios siglos quedó claro que es imposible. El mismo que pone los fundamentos de la ciencia, el señor Kant, pone también sus límites. La ciencia es un saber objetivo y universal. Pero, eso, objetivo, que conoce objetos constituidos por nuestra apercepción, o nuestros sistema sensorial y neurológico, si se quiere, pero es eso, no conoce la realidad que subyace al objeto, sino una forma de manifestarse la realidad en el acto (además activo) del conocimiento. A esto se le puede sumar la cuestión psicológica y sociológica. Insisto, la ciencia no es la verdad, la ciencia es muchas cosas y, una de ellas, la búsqueda de la verdad. Eso sí, la ciencia se ha convertido, tras la muerte de Dios, en un mito y el hombre es un animal de mitos y creencias, que necesita aferrarse a cualquier cosa para soportar su existencia y donarle un sentido. La misma ciencia ha descubierto sus límites, tanto desde la física, como desde la matemática, como lenguaje formal incompleto y la teoría de la información, por señalar algunos límites. Las propias neurociencias han descubierto la complejidad de la acción humana, la ubicuidad del yo, o su ausencia, la vacuidad o impermanencia de las emociones, con lo cual, a medida que ahondamos en las ciencias nos acercamos más a lo espiritual, como decía el astrofóisico Wemberg, “cada vez el universo se parece más a un gran pensamiento”. La ciencia surge de la admiración, de maravillarse ante la realidad, de quedarse perplejo ante lo poco que conocemos, (reconocer nuestra ignorancia) no es un bálsamo de fierabrás que cure todos nuestros vacíos existenciales. Además, no está hecha para eso. Y quien busque la verdad en la ciencia se equivoca, como decía Bunge: “Hay más verdades en una guía de teléfono que en toda la ciencia junta. Y la guía de teléfonos no es ciencia.” El problema son los medios de control y desinformación de masas, una mala divulgación científica y la credibilidad humana, la incapacidad del hombre de servirse de su propia razón. Por eso el hombre necesita mitos. Para ir tirando.

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"Querido amigo, haz cuánto puedas para vivir tu vida como Quan Am Thi Kinh. Regresa a tu verdadero hogar, la isla de tu yo verdadero. Ayuda a tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo a recuperar la esperanza, la alegría, la paz y la felicidad y a reconciliarse con sus familias y con la sociedad. Tengo la gran esperanza de que serás una prolongación de Buda y llevarás la luz, la práctica, la alegría y la paz a mucha gente. Siento profundamente que Buda, Jesús, Mahoma y todos nuestros maestros espirituales de muchas generaciones están detrás de ti, guiándote, y que quieren que continúes su trabajo en el futuro para el bienestar de todos los seres vivos del planeta". Tich Nath Hant. “El monje”

Sí profundizamos en nuestro verdadero Ser conectamos con la esencia de la humanidad y vemos nuestra igualdad, aceptamos nuestras grandes limitaciones y defectos, comprendemos al otro y, entonces, aportamos luz a nuestra oscuridad y a la de los demás y vemos su luz y virtud. La luz es comprensión y compasión, la oscuridad es ignorancia y egoísmo.

"Cuando usted se engaña a sí mismo creyendo que trabaja para el bien de los otros, aún lo empeora más, puesto que no debe guiarse por sus ideas de qué es bueno para otros. Una persona que sabe lo que es bueno para los demás es peligrosa" Nisargadatta.

Gran verdad. Los que creen cuál es el bien del otro están en el papel del salvador y los salvadores de la humanidad o del prójimo son muy peligrosos porque son fanáticos y violentos y al imponer sus ideas, si tiene poder, usan la fuerza y acabamos en genocidios y totalitarismo. El salvador es un tirano, un intolerante, un ignorante que no sabe que no sabe.

 

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El no hacer nada es la mejor forma de hacer. Cuando uno se afana en hacer lo que ocurre es que se pierde en el fin de lo que hace y no vive el momento en el que está. Y cae en una espiral de deseo. Cada vez necesita más para alimentar aquello que le puede ayudar a conseguir el fin, por muy noble y loable que sea, pero él se ha perdido en los meandros del camino. Es mejor la acción sin reacción, el wu wei. No pasa nada, todo está bien, nada importa. Confía en ti mismo y en el universo. No te afanes por el futuro, porque como decía aquel, cada día, o cada momento, tiene su afán. Vive el momento, no te atormentes por lo que ha de llegar, no lo sabes, ni lo puedes saber, vive el presente, expándete en ese presente, no lo juzgues, no te quedes anclado en el pasado, suelta las culpas y sus redes. Sé tú en este instante. Observate y salte del tiempo. Mira desde los ojos de la eternidad, no desde tus propios ojos biográficos. Relájate y húndete en la tierra y reconoce tu luz interior, eso que tienes escondido, lo mismo que tus vicios. Ábrete en el instante presente y deja emerger tu luz hacia el sol, el cielo y forma Uno con Todo.

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Esta sabiduría de siglos, que pertenece a la Sabiduría Perenne, sustituye a toda la cháchara espiritual que nos rodea. Yo recomiendo volver a los clásicos porque en ellos, si son clásicos es porque lo que dijeron permanece más allá del tiempo; luego, lo que dijeron pertenece a otro ámbito que el de las meras ocurrencias o verdades pasajeras. En realidad, gran parte, si no todo, de lo que hoy se dice que tenga importancia en la dimensión ética y espiritual y que tenga que ver también con la evolución de la consciencia de la humanidad ya ha sido dicho hace siglos e, incluso, milenios. Es ahí donde debemos ir. Beber en las mismas fuentes del saber, no en los sucedáneos. El problema de la educación, uno de los infinitos, es que ha vedado el acceso al conocimiento que no sea el meramente técnico y aplicable mercantilmente y nos quedamos fuera todo lo que tiene que ver con las otras dimensiones del ser humano sin las que no hay una evolución armoniosa. Este texto, para los que se han asomado al vacío, los que se proclaman buscadores, puede servir como una guía práctica para saberse encontrar en su existencia, saber por donde andan en su propio camino que siempre es perderse en las profundidades de uno mismo. Es un poco de luz en nuestra oscuridad y un poco de esperanza al constatar que no andábamos tan perdidos.

“¿Qué es la madurez espiritual?
1. Es cuando se deja de tratar de cambiar a los demás y nos concentramos en cambiarnos a nosotros mismos.
2. Es cuando aceptamos a las personas como son.
3. Es cuando entendemos que todos están acertados según su propia perspectiva.
4. Es cuando se aprende a "dejar ir".
5. Es cuando se es capaz de no tener "expectativas" en una relación, y damos de nosotros mismos por el placer de dar.
6. Es cuando comprendemos que lo que hacemos, lo hacemos para nuestra propia paz.
7. Es cuando uno deja de demostrar al mundo lo inteligente que se es.
8. Es cuando dejamos de buscar la aprobación de los demás.
9. Es cuando paramos de compararnos con los demás.
10. Es cuando se está en paz consigo mismo.
11. La madurez espiritual es cuando somos capaces de distinguir entre "necesidad" y "querer" y somos capaces de dejar ir ese querer.
12. Se gana la madurez espiritual cuando dejamos de anexar la "felicidad" a las cosas materiales.”
-Hz Mevlana Rumi
Sabiduría Sufí.

 

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La luz y la oscuridad, la guerra y la paz, el bien y el mal, la injusticia y la justicia, todo convive en un eterno fluir. No podemos desprendernos de la oscuridad si no la atravesamos y transmutamos. Nuestras desgracias, limitaciones se convierten en destructivas cuando no las aceptamos, cuando luchamos contra ellas. Ahora bien, si las aceptamos, si nos rendimos, que no resignarnos, al devenir del universo y tomamos las riendas de nuestra responsabilidad; es decir, nos atrevemos a ser libres, entonces toda esa oscuridad se convierte en un motor de impulso hacia la claridad, la lucidez, la belleza y el bien.

Nadie nace en el bien, ni ninguna existencia escapa a las vicisitudes de la enfermedad, las desgracias, el sufrimiento y, al final, la muerte. Todo ello es necesario vivirlo, pero no para quedarse ahí, sino para que nos sirva como nuestro maestro interior. El maestro interior es nuestra propia existencia y nuestra propia existencia es un vivir con, con nosotros, con los demás y con el universo. Nuestra propia existencia es una interrelación, un fluir, cambiar. Quien se resiste al cambio se anquilosa, no crece, se petrifica. Se hace duro y su dureza es la fragilidad, se rompe porque es quebradiza. En cambio, el que aprende de sus heridas las hace suyas, las acepta, las cuida y hace que brote de ellas una nueva vida. Y éste es el proceso constante de la vida, porque la Vida no es más que Aprender y aprender-enseñar, como he dicho en alguna ocasión es Amar.

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Solo Ser, dejarse Ser, no actuar, no reaccionar, Ser, no buscar, dejar que todo aparezca, descubrir a través de la observación pura. Fluir con todo, sin contradicción. Recordar lo que uno Es. Ser la Esencia que uno Es, no perderse en la accidentalidad, no correr tras de nada, todo llega, si tiene que llegar, no forzar nada, dejar que fluya de dentro de uno, que emerja la acción del propio ser. Sin propósito, sin pensar. Ser en la acción de lo cotidiano. El quehacer cotidiano contemplado desde nuestro Ser, que es la Consciencia absoluta y plena. Todo fluye y nada permanece. Nada cambia en el fondo porque el cambio es mera apariencia, es juego, Lila, es un cambio constante permanente, un eterno retorno. Permanecer en el Ser, nuestro Ser y contemplar imperturbable la impermanencia, la vacuidad…

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“El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre; una cuerda sobre un abismo.

Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.” Nietzsche. “Así habló Zaratustra”

 

“Tenemos ahora una clase superior global que toma todas las grandes decisiones y lo hace con total independencia de los Parlamentos y, con mayor motivo, de la voluntad de los votantes de cualquier país dado. R. Rorty (1999)

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En realidad, ya no existe ni la derecha ni la izquierda. Lo que existe es una tecnocracia económica sustentada por un pensamiento único que apoya las diferentes ideologías a su conveniencia disolviendo lo que pueda ser de izquierda y derecha. Hablar hoy en día de esto es algo trasnochado. Por un lado, hemos de trascender esta dualidad, pero, por otro, hemos de trascender el orden global, que no es que sea de derechas, ni conservador, al contrario, es muy innovador, pero errado. Y trascender este orden es mirando a nuestro interior, recuperando nuestra dimensión ética y espiritual. Ello nos hará conectarnos con nuestra naturaleza biológica, como seres del planeta Tierra, nuestra única Casa, así nuestro pensamiento se tornará ecocéntrico y abandonaremos el teocentrismo del dinero, o el capital y el antropocentrismo de considerarnos los dueños y señores de la Casa que nos acoge, que nos es prestada y que es el único legado que podemos dejar a nuestros descendientes para su supervivencia, uso, que no abuso y disfrute. Porque estar unido al planeta es estar unidos a nuestra naturaleza, estar en equilibrio y armonía, ecuanimidad. De ahí que nuestra salud física esté minada por la desconexión con la propia tierra y sus ciclos. Ello nos lleva a enfermar psíquicamente, ansiedad, depresión estrés, psicosis…, y perder y olvidar nuestra dimensión espiritual. Todo está interconectado y todo es impermanente. Y todos los ídolos tienen los pies de barro.

                                          ---o---

Las paradojas, contradicciones, absurdos, sin sentidos de la condición humana...lo malo es que la condición humana es la de todos. Cuando en un diálogo nos situamos en un bando y nos identificamos con él deja de haber diálogo y lo que hay son dos monólogos enfrentados situados en la dualidad; en el que cada uno de los que participa cree llevar la razón y ser víctima. Por eso no hay realmente diálogo, que sería que el Logos es lo común, lo que nos une, porque es lo que tenemos en común. Así nace en Grecia, pero allí mismo muy pronto se pervierte porque es sobornado por la ambición humana, la vanidad y el ansia de poder. Entonces nos instalamos en la agresividad y ésta, en el fondo, no es más que la expresión de la ignorancia. Desde mi punto de vista ésta es una de las causas del fracaso de las democracias. Pero, aunque la democracia sea un fracaso, de momento es mejor que cualquier otro medio de gobierno. Cuidado, que, a veces, se habla de democracia y no es tal, símplemente existe la posibilidad de votar, pero un autoritarismo o totalitarismo incluso que viene de otro lado.

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DERECHA E IZQUIERDA

En realidad, ya no existe ni la derecha ni la izquierda. Lo que existe es una tecnocracia económica sustentada por un pensamiento único que apoya las diferentes ideologías a su conveniencia disolviendo lo que pueda ser de izquierda y derecha. Hablar hoy en día de esto es algo trasnochado. Por un lado, hemos de trascender esta dualidad, pero, por otro, hemos de trascender el orden global, que no es que sea de derechas, ni conservador, al contrario, es muy innovador, pero errado. Y trascender este orden es mirando a nuestro interior, recuperando nuestra dimensión ética y espiritual. Ello nos hará conectarnos con nuestra naturaleza biológica, como seres del planeta Tierra, nuestra única Casa, así nuestro pensamiento se tornará ecocéntrico y abandonaremos el teocentrismo del dinero, o el capital y el antropocentrismo de considerarnos los dueños y señores de la Casa que nos acoge, que nos es prestada y que es el único legado que podemos dejar a nuestros descendientes para su supervivencia, uso, que no abuso y disfrute. Porque estar unido al planeta es estar unidos a nuestra naturaleza, estar en equilibrio y armonía, ecuanimidad. De ahí que nuestra salud física esté minada por la desconexión con la propia tierra y sus ciclos. Ello nos lleva a enfermar psíquicamente, ansiedad, depresión estrés, psicosis…, y perder y olvidar nuestra dimensión espiritual. Todo está interconectado y todo es impermanente. Y todos los ídolos tienen los pies de barro.

Las paradojas, contradicciones, absurdos, sin sentidos de la condición humana...lo malo es que la condición humana es la de todos. Cuando en un diálogo nos situamos en un bando y nos identificamos con él deja de haber diálogo y lo que hay son dos monólogos enfrentados situados en la dualidad; en el que cada uno de los que participa cree llevar la razón y ser víctima. Por eso no hay realmente diálogo, que sería que el Logos es lo común, lo que nos une, porque es lo que tenemos en común. Así nace en Grecia, pero allí mismo muy pronto se pervierte porque es sobornado por la ambición humana, la vanidad y el ansia de poder. Entonces nos instalamos en la agresividad y ésta, en el fondo, no es más que la expresión de la ignorancia. Desde mi punto de vista ésta es una de las causas del fracaso de las democracias. Pero, aunque la democracia sea un fracaso, de momento es mejor que cualquier otro medio de gobierno. Cuidado, que, a veces, se habla de democracia y no es tal, símplemente hay la posibilidad de votar, pero es un autoritarismo o totalitarismo incluso que viene de otro lado.

La Izquierda dejó de existir desde que la propuesta marxista se vino abajo y lo hizo porque es una visión muy certera de la historia, pero, falsa, además de llena de contradicciones. Hay más cosas en común entre la economía marxista, de fondo filosófico, digo, y el liberalismo económico, que contradicciones. Los dos creen en el poder de las máquinas para realizar el trabajo, los dos quieren el crecimiento económico, los dos son partidarios de la idea, que es un mito, de progreso. Esto, por un lado. Por otro, la izquierda se desarrolla como socialismo real en forma de totalitarismo, ya sea al modo stalinista, ya sea al modo maoista o al modo actual de China. En el fondo todos capitalistas. Todos tienen en común el capitalismo y se diferencian en sus diferentes formas de totalitarismos.

De otro lado, como decía Vaclav Havel, pues tenía miedo de que cayese el muro de Berlín porque entonces sólo quedaba como alternativa el totalitarismo del capitalismo disfrazado de democracia que es lo que tenemos hoy en día. Antes, la izquierda en los países desarrollados, existía como crítica al capitalismo, inspirados, erróneamente, en los países llamados comunistas, pero había un referente. Hoy no lo hay. Por eso el estado de bienestar se viene abajo y se impone triunfalmente el neoliberalismo, porque ya no hay oposición, ya no hay un referente.

Si a eso le sumamos que ese neoliberalismo acaba con el pensamiento, por ejemplo, vía consumo, y creando nuevos ídolos: futbolistas, cocineros...pues, apaga y vámonos...si antes la diferencia entre izquierda y derecha era casi aparente y no real, porque los partidos de izquierdas ya no eran ni marxistas, pues hoy en día ya no hay diferencias. Las políticas que se llamaban de izquierdas, las políticas progres, digo, las asume la izquierda de la misma manera, además de que no son más que pensamiento políticamente correcto: igualdad, ecología...

En definitiva, pues pasa que el capitalismo es una forma de transformación económico-social que se impone aprovechando la ideología que se le ponga por delante. Hoy en día ese neoliberalismo es hegemónico, y no es ni de derechas ni de izquierda.

Eso sí, como bien dices mi corazón me traiciona. Pero lo que sucede es que mi corazón digamos que está con los desheredados y perdedores de la historia (no quiere decir que mis actos lo estén, ni mucho menos), pero eso, resulta que no es ni de izquierda ni de derecha. Eso está trasnochado. Hay que trascender la política desde el nivel egoico en el que la pensamos al nivel transpersonal.

Por eso, si tomamos el mensaje social de Jesús de Nazaret es absolutamente revolucionario. Va contra el opresor, pero eso no es ser de izquierda, eso es intentar realizar la justicia, lo que él llamaba traer el reino de los cielos a la tierra. Y el opresor podría ser religioso o político, o las dos cosas a la vez. Pero se pensaba desde el nosotros. Cuando hoy en día se habla tanto de inmigración se hace desde la dualidad, desde la política que hemos de trascender4, si nos situásemos en lo no dual, lo transpersonal, pues diríamos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” Evangelio Según San Mateos.

Como sabes, esto es una metáfora: el cielo es la paz, la ecuanimidad, la unidad...mientras que el infierno es la violencia, la agresividad, la escisión...

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“No deseamos lo bueno porque lo sea, sino porque lo deseamos.” Spinoza.
Las cosas nos afectan en la medida en la que las consideramos; es decir, en la medida de la idea que tengamos de ellas. No son las cosas en sí mismas las que nos afectan si no las ideas que de ellas nos hacemos. Si nos hacemos una idea adecuada pues nos alegrarán, si nos hacemos una idea inadecuada pues nos entristecen. La alegría aumenta la potencia de ser, la tristeza la disminuye. La alegría genera el amor desinteresado y las demás virtudes, la tristeza el odio y el miedo junto con el resto de los vicios.

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Una amiga me pide que por qué no soy yo el que refute a Schpenhauer, la cita que puse anteriormente. Y le respondo lo que sigue. Es un breve apunto, lo mismo me animo a escribir algo más sólido.
Es que yo no lo puedo refutar, yo soy un pesimista esperanzado. O, como decía otro: "Optimista del corazón, pesimista de la razón."
Schopenhauer heredó mucho de Kant y del Budismo, pero su ética es más de carácter budista. Para el budismo y Schopenhauer, la vida es sufrimiento, primera noble verdad de Buda, y el origen del sufrimiento es el deseo, segunda noble verdad, pero el deseo se puede moderar, por tanto se puede eliminar el sufrimiento. Claro, eliminar el sufrimiento no es la felicidad, sino la Paz y la Serenidad. Ésta es mi idea también. Pero a ello le añado algo más y es la Ética de Spinoza y cultivo (es decir me procuro, intento, pongo los medios...) la alegría. La alegría es el sentimiento, afecto o emoción, que está a la base de todas las virtudes, elimina el miedo, que es la causa de todos los vicios, el sentimiento de odio, que está a la base de todos los vicios o emociones negativas y los deseos. Quien está alegre no desea nada superfluo; está satisfecho mientras tenga sus necesidades materiales cubiertas y se deleita en la contemplación: el estudio, el conocimiento, el arte, la naturaleza y, sobre todo, la amistad.

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La cuestión de la libertad es un tanto paradógica en Spinoza. Por un lado, se nos dice que sólo hay una substancia, la substancia divina, Dios, y que se identifica con la Naturaleza o todo lo que hay; y que todo está sujeto a reglas o leyes naturales-divinas absolutamente determinadas. Sin embargo, la Ética es un libro en el que se nos muestra la liberación. La cuestión es que se habla en diversos niveles. Spinoza describe, perfectamente, cómo es la servidumbre humana a las pasiones o afectos; es decir, describe el comportamiento humano determinado por las pasiones. Y nos dice cómo salir de esa esclavitud o determinación; y es siguiendo el orden natural. Lo que nos lleva a la servidumbre es la ignorancia (nos recuerda a Sócrates y Buda), las ideas inadecuadas. Y lo que nos lleva a la liberación de esa servidumbre es el conocimiento (ideas adecuadas de las cosas y sus causas) más el deseo o la alegría de vivir y ser. Pero ésta no es la última liberación. La liberación genuina tiene lugar en el tercer grado de conocimiento, en lo que es el amor intelectual de Dios que es el reconocimiento de nuestra naturaleza divina. Amar a dios, es la beatitud y es la expresión del amor de Dios hacia sí mismo. Porque Dios, para Spinoza, es todo y está en todo.

“Por tanto, somos más libres cuanto menos constreñidos estamos por las causas exteriores y así se comprende la necesidad de unas leyes de la naturaleza que nos determinen. A continuación, la liberación de la servidumbre aumenta nuestra potencia de obrar y nuestra alegría para conducirnos,… hasta la alegría infinita de la beatitud. Inteligencia de la necesidad, liberación: así es como se puede comprender la redefinición de la libertad operada por Spinoza y, una vez más, me asombra constatar hasta qué punto esta concepción coincide con la del hinduismo y el budismo, que plantean el mismo determinismo cósmico y la misma posibilidad de alcanzar la alegría perfecta a través de un conocimiento verdadero que procura la liberación (moksha o nirvana).” Frederic Lenoir “El milagro Spinoza” P. 132

La cuestión de la libertad es un tanto paradógica en Spinoza. Por un lado, se nos dice que sólo hay una substancia, la substancia divina, Dios, y que se identifica con la Naturaleza o todo lo que hay; y que todo está sujeto a reglas o leyes naturales-divinas absolutamente determinadas. Sin embargo, la Ética es un libro en el que se nos muestra la liberación. La cuestión es que se habla en diversos niveles. Spinoza describe, perfectamente, cómo es la servidumbre humana a las pasiones o afectos; es decir, describe el comportamiento humano determinado por las pasiones. Y nos dice cómo salir de esa esclavitud o determinación; y es siguiendo el orden natural. Lo que nos lleva a la servidumbre es la ignorancia (nos recuerda a Sócrates y Buda), las ideas inadecuadas. Y lo que nos lleva a la liberación de esa servidumbre es el conocimiento (ideas adecuadas de las cosas y sus causas) más el deseo o la alegría de vivir y ser. Pero ésta no es la última liberación. La liberación genuina tiene lugar en el tercer grado de conocimiento, en lo que es el amor intelectual de Dios que es el reconocimiento de nuestra naturaleza divina. Amar a dios, es la beatitud y es la expresión del amor de Dios hacia sí mismo. Porque Dios, para Spinoza, es todo y está en todo.

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“Por tanto, somos más libres cuanto menos constreñidos estamos por las causas exteriores y así se comprende la necesidad de unas leyes de la naturaleza que nos determinen. A continuación, la liberación de la servidumbre aumenta nuestra potencia de obrar y nuestra alegría para conducirnos,… hasta la alegría infinita de la beatitud. Inteligencia de la necesidad, liberación: así es como se puede comprender la redefinición de la libertad operada por Spinoza y, una vez más, me asombra constatar hasta qué punto esta concepción coincide con la del hinduismo y el budismo, que plantean el mismo determinismo cósmico y la misma posibilidad de alcanzar la alegría perfecta a través de un conocimiento verdadero que procura la liberación (moksha o nirvana).” Frederic Lenoir “El milagro Spinoza” P. 132

“Como habrá comprendido, querido lector, amo profundamente a B. Spinoza. Ese hombre me conmueve por su autenticidad y su profunda coherencia, por su dulzura y su tolerancia, también por sus heridas y sufrimientos, que supo sublimar en su búsqueda incansable de la sabiduría, me encanta también porque es un pensador de la afirmación. Es uno de los raros filósofos modernos que no se sumergieron en el negativismo, en una visión esencialmente trágica de la vida, sino que encaró de manera positiva la existencia y propuso un camino de construcción de sí mismo que conducía a la alegría y a la beatitud. De entrada, me reconocí en ese procedimiento constructivo que no impide, sino más bien al contrario, arrojar una mirada lúcida sobre la naturaleza humana y el mundo. Amo a Spinoza porque es un pensador generoso que desea ayudar a sus semejantes con su filosofía y que se toma muy a pecho mejorar el mundo en el que se encuentra. Y lo amo, por último, y quizá por encima de todo por su valor: contra viento y marea, siguió fiel a su amor a la verdad, prefiriendo la libertad de pensar a la seguridad de la familia, de la comunidad y del conformismo intelectual. Fue víctima de las peores calumnias, los suyos renegaron de él, vivió bajo amenazas permanentes y siempre se mantuvo fiel a su línea de conducta. Fue odiado, pero no odió nunca. Fue traicionado, pero no traicionó a nadie. Se burlaron de él, pero siempre respondió con respeto. Vivió sobria y dignamente, siempre en perfecta coherencia con sus ideas, eso que casi ningún intelectual (y en esto me incluyo) es capaz de hacer. Amo a Spinoza y lo considero un amigo querido en mi búsqueda de la sabiduría.” pp. 142-143 F. Lenoir. “El milagro de Spinoza.

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Vivimos sumergidos en un presente efímero. En la ausencia de tiempo, sin perspectiva porque se nos ha robado el pasado, tanto histórico, como biográfico y nuestro futuro está diseñada sin que nosotros seamos partícipes de ello. Pero así, todo está muy bien, somos vasallos que se creen ciudadanos libres y estamos muy satisfechos de ello, no tenemos ni la carga del pasado, ni la necesidad de pensar, ni el dolor que produce el conocimiento de nuestra historia y nuestro ser y, sobre todo, estamos exentos de decidir. No somos libres, pero aparentemente lo somos. La paradoja de la realidad o el cuento, la creencia en la que vivimos.

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“Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, a la burocracia o a las distintas y más sutiles formas de totalitarismos, como ya es el caso de las actuales mercadocracias.” Joordi Jovet. “Adios a la Universidad. El eclipse de las universidades.” Galaxia Gutemberg, 2011.

Rescato este texto con el que me he tropezado leyendo también a un clásico del siglo XX, Carlos García Gual en “La luz de los lejanos faros”. Es interesante volver a recordar aquel libro que hacía una crítica a la sociedad que estábamos y seguimos construyendo, basándonos sólo en la tecnociencia, perdiendo todos los demás valores, excepto el del mercado, nos hemos vuelto esclavos, ambiciosos, codiciosos, egoístas y narcisistas-nihilistas. Hemos olvidado quiénes somos y qué hacemos aquí. Sólo estamos alumbrados por un faro imaginario de una nueva religión, la religión de la tecnociencia y el dios mercado. Vivimos instalados en el presente, en el momento, sin consciencia de nosotros, ni del otro. Todo ha ido siguiendo como un plan preestablecido, aunque no fuera así, las leyes mismas que hemos ido creando en nuestra fabulación del mundo nos han llevado a este momento de olvido de sí mismo. Probablemente, en otras épocas, quitando en la de los cazadores-recolectores, la gran regresión vino con el neolítico, la inmensa mayoría de las personas vivían así también, desconociéndose a sí mismos, sin posibilidad de salir de sí, pero existía un contacto con el otro más directo y con la naturaleza, aunque fuese como explotación, pero no industrial. Hoy estamos en el fin no ya de una civilización, sino del homo sapiens, o bien por destrucción, o bien por transformación en otro tipo de homo.

Las palabras de Jovet, como las de García Gual, como la de muchos otros, entre los que me sumo, desde mi pequeña posición, son anacrónicas. Es imposible ya la comunicación con el gran público, éste solo obedece, como un zombi, al mercado. Es la verdadera época de los zombis, todos estamos preparados para la gran catástrofe o la gran transformación, o las dos cosas a la vez, que también puede pasar; lo cual no deja de ser una catástrofe. Aunque tampoco caben juicios ni valoración. Desde dónde, con qué autoridad. Ya no hay escala de valores, ni autoridad, sólo un invento: dinero.

El pasado es olvidado, la sabiduría perenne y milenaria es ridiculizada en cuatro sloganes baratos de la new age con los que se compra el acceso a la espiritualidad e, incluso, la iluminación. La sabiduría, ni se sabe lo que es y suena a algo añejo y fuera del tiempo y de nuestras posibilidades. El conocimiento se reduce a internet, por tanto, ni hay sabiduría, ni conocimiento…todo es desinformación y, donde hay desinformación, hay control. Por eso, si el ciudadano no se libera, y ello implica liberarse de sus cadenas internas, lo cual requiere un gran esfuerzo intelectual, el totalitarismo que vivimos hoy en día (plutocracia, partitocracia, mercadocracia) será aún más fuerte y violento. Si no nos reinventamos, si no construimos otra narración que podamos soportar después de la muerte de dios, seguiremos agarrándonos al dios de la tecnociencia y el mercado como sustituto de la muerte de dios y de los demás relatos que el hombre ha forjado para darse sentido. Porque todo, en última instancia, es dar respuesta a la pregunta: ¿quién soy yo?, pero para encarar esa tarea es necesario valor, es decir, es necesario atreverse a ser libre. Pero, parafraseando a el sabio Don Quijote: “la libertad es el bien más preciado, amigo Sancho...”, pero aún siendo el bien más preciado preferimos la comodidad de la inconsciencia, del no saber, de la ignorancia, del que no sabe que no sabe.

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Nos da más miedo pensar que la propia muerte porque, en realidad, pensar es como morir; es ponerlo todo patas arriba, someterlo todo a duda, no saber a qué atenerse...es el desapego de toda idea, creencia u opinión a los que nos agarramos para mantenernos en la inconciencia de la cotidianeidad.

Y seguimos en la línea de Sócrates y Bertrand Russell. La filosofía es subversiva es un pensamiento contra el poder, contra lo establecido, pero no contra el poder político, sino contra el poder en general que se expresa de múltiples formas. el carácter beligerante de la filosofía cambia el mundo. Es absolutamente útil, lo que pasa es que su utilidad no interesa, es peligrosa para el orden establecido. Pero, la filosofía, igual que es subversiva con el mundo que nos rodea, comienza siendo un acto de rebeldía contra uno mismo, contra sus ideas, prejuicios...si uno no se libera, mal puede liberar a nadie. En tal caso, en lugar de ser un filósofo sería un demagogo. Por eso la filosofía comienza por uno mismo.

 

“La libertad de pensamiento que nos da la filosofía es la de poder preguntarnos sin miedo: cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podríamos ser de otra manera.

Rebelarse no es romper con todo porque sí: es interrogarnos acerca del sentido de lo que hacemos y asumir las consecuencias de esa reflexión.”

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Sigo absolutamente lo que nos dice Víctor Bermudez Torres en su página de opinión. Sugiero que al tener miedo al pensamiento hemos dado paso a la mera opinión, a que piensen por nosotros. Pero esta democracia no es tal. Confundió, desde un inicio, el respeto a las personas con el respeto a las opiniones. Y, las opiniones, no están para ser respetadas, sino para ser debatidas. Claro, al imponerse el respeto a las opiniones pues nos hemos encontrado con un relativismo extremo. Si las opiniones son respetables, pues todas las opiniones valen. Esto es muy peligroso porque elimina de un plumazo el conocimiento y lo deja todo en manos del poder, ya sea económico, militar o por fama u honor. Nada tiene que ver con la verdad en un mundo de postverdad. Toda narración, toda opinión sirve y vence, la del más fuerte, o la del más famoso. Seguimos sin aplicar la lógica y caemos en la demagogia. por eso nuestra democracia es todo lo contrario de una democracia ilustrada, la única posible, es una mediocracia, no hay opiniones fundadas, sino creencias infundadas. Se impone la opinión del más fuerte. Y el que intenta introducir el conocimiento fundado, el análisis lógico del lenguaje es relativizado, sino, aún peor, ridiculizado, porque, no lo olvidemos en esta mediocracia, partitocrática y plutocrática el llamado pueblo está en la caverna. Claro, esto que digo, y lo que dice Víctor Bermudez Torres, pues también será relativizado y ridiculizado.

“La «celebritycracia» parece un corolario de la democracia liberal: se sigue de la idea de que en asuntos éticos y políticos nadie tiene más autoridad que nadie y cualquiera puede opinar (y votar) sin más credenciales que su particular idiosincrasia moral. Y claro, puestos a lucir personalidad, ¿qué mejor exponente que el artista o personaje que hace oficio de ello? Las celebrities representan también –pese al presunto relativismo reinante– un ideal colectivo de virtud: el del individuo que ha logrado triunfar (ser rico y famoso) merced a su propio esfuerzo. ¿Quién más apropiado que él –por tanto– como modelo y consejero moral?
La sociedad no ha cambiado en esto un ápice. Sigue necesitando –en lo más profundo de la caverna– de mitos y apariencias, de famosos que nos cuenten su vida en las revistas (incluyendo esa revista del corazón para machotes que es la prensa deportiva) o que nos la dirijan, más explícitamente, desde el púlpito mediático.” Victor Bermudez.

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R. Dennet escribió una obra fulminante que se titulaba  “La peligrosa idea de Darwin” allí se señalaba el peligro de la idea de Darwin cuando se hacía extensiva al ser humano y se confirmaba la muerte de Dios y cómo todo se rige por la selección natural. Pero muchos años después, el filósofo y biólogo español, muy desconocido,Carlos Castrodeza, escribió el tercer libro de una tetralogía que es “La darwimnización del mundo”, en torno al 2010, aquí lleva la idea de Darwin al mundo ético y político, en una obra anterior “Nihilismo y Darwinismo” la había llevado a la misma ciencia, al conocimiento en general y su tesis era demoledora. Todo conocimiento, incluido el científico, es una adaptación biológica. Vamos, una narración que nos contamos, incluida la narración de la objetividad, que nos permite subsistir mejor en el medio, tanto como grupo, como, como individuo y, por tanto, reproducirnos. Y su última obra perteneciente a esa tetralogía, publicada en el 2012, póstumamente, moriría a los 67 años poco después de finalizarla, es “El flujo de la Historia y el sentido de la vida”; aquí la idea de Darwin lo permea todo y llega hasta la estética. Toda idea, todo conocimiento, todo sentimiento, creencia que se impone es porque nos permite sobrevivir, pero, en el fondo, todo lo que nos permite sobrevivir nos produce un cierto placer estético. Nos sentimos bien en ese cuento, en esas ideas y nos sentimos bien porque, en el fondo nos parecen bellas y si nos parecen bellas las admiramos y las consideramos buenas (ética y religión) y verdaderas (filosofía y ciencia). En definitiva, no hay ningún sentido, incluso la narración de que no hay sentido es una narración metafísica. Nada escapa a la metafísica; esto es, a una narración más allá de los hechos: religión, filosofía o ciencia) que intenta dar un sentido a lo que simplemente, es. Es decir que lo que hacemos es convertir en sobrenatural, lo que es natural. No hay nada más allá del universo, ni un sentido más acá del universo. Todo es lo que es. Y esto me suena a Parménides, a Heráclito, a Spinoza, Einstein y a la mística en general. La cuestión es a ver quién se atreve a vivir en ese estado. El discurso mismo es ya, metafísica. La construcción del yo, también es metafísica. Pero mucho yo (exceso de responsabilidad) nos deprime, poco yo (ausencia de un sentido con el que identificarnos) nos diluye, a no ser que lo podamos trascender por la mística y lleguemos a aquello que decía el sabio griego: “Nada importa nada”. El escepticismo hasta sus últimas consecuencias, sin que el escepticismo sea un discurso, evidentemente. Ni todo esto que Castrodeza viene diciendo, ni yo mismo. Es una ironía que después de escribir esta tetralogía muriese súbitamente.

Sí, efectivamente, los textos son literatura. Ahora bien, están los que creen en ellos como verdad trascendente y dogmática, estos caen en el dogmatismo, si no, en el fanatismo, aún peor. Y los que piensan que en los diversos escritos sagrados de todas las religiones encontramos directrices para vivir mejor: menos violencia, menos ignorancia, más fraternidad...pero, aún así, todo texto sagrado, toda filosofía e, incluso, la ciencia, no son más que narraciones o discursos para sobrevivir. Un mecanismo de supervivencia de la especie. No hay sentido, salvo el del propio universo; y, el hombre es un ser más del universo que se mueve con él. Todo discurso, incluido éste, que hagamos sobre el hombre o el cosmos es metafísica; es decir, un cuento que nos contamos a nosotros mismos y, si funciona (sobrevivimos) lo consideramos verdad. Pero eso de la verdad, la belleza, la justicia...no existen. Para eso habría que trascender el yo, en tal caso, entraríamos en el ámbito de lo transpersonal y, ahí, habita el silencio.

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Exacto, Agustín, es el juego imparable de la selección natural a nivel natural, cultural, geológico, e, incluso, cósmico. La idea de Darwin es como una descripción intrínseca del cosmos que nos elimina de un plumazo del centro del mismo. Somos una gota más en el río de la evolución cósmica. Eso sí, dentro de la adaptabilidad, cuando hablamos de ética, aunque nos pueda parecer a primera vista lo contrario, nos va mejor si nos llevamos bien con el otro. Pero, claro, como la Supervivencia no es solo a título individual, sino colectivo, pues, al final, y al principio también, pues se forman grupos que luchan entre sí. A esos grupos los podemos llamar clanes o tribus del paleolítico o estados, o naciones en la actualidad. O el grupo de los ricos frente al de los pobres. Pero, la lucha no es una lucha sin cuartel, sino que, la cosa es más compleja, todo está relacionado con todo y, entonces, los ricos existen, de alguna manera, digo, porque hay pobres. Es decir que no hay un parasitismo total, ni un mal absoluto, sino una especie de parasitismo que acaba en simbiosis. Precisamente, la intervención de Carlos Castrodeza cuando vino a Villafranca fue la del papel que jugaron las clases intelectuales, no sólo Heidegger, en el genocidio nazi, y no fue una conferencia llena de generalidades, sino, todo lo contrario, nombres y apellidos, empezando por los más conocidos del mundo de la ciencia, la ingeniería, la historia, la filosofía, a los más desconocidos. Y apoyaron la causa porque creyeron en la ideología darwiniana, o el darwinismo social y su consecuente eugenesia (extirpar políticamente el mal). Pero, claro, también esto se hacía la mayor de las veces desde la ignorancia, no siempre, claro. Alguien sabía que mentía, porque hay siempre dirigentes. Y, también, a esto se le suma la explicación de Hanna Arendt, por muy dura que nos parezca, el mal es banal en la historia. Es el Caso Eichmann. El asesino de cientos de miles o millones de judíos, el que planificó el tramado de los campos de concentración, era un hombre vulgar, más que vulgar. Un hombre de la calle, con una sensibilidad moral igual que la de cualquier ciudadano normal, pero, símplemente, su moral le ordenaba obedecer órdenes. Órdenes en las que, por supuesto, creía.

Es muy complejo, por eso, no existe la justicia en la historia, lo cual no implica que uno no tenga tendencia a compadecerse por el más débil, pero lo que nos sucede es que lo hacemos con el débil del grupo. Eso sí, quizás con el fenómeno de la globalización seamos capaz de tomar consciencia planetaria y nuestra compasión pueda dirigirse a todos los débiles de la humanidad. Pero, desengañémonos, de momento, todos barremos para casa. Bastante es el que seamos capaces de salir de la ignorancia y que esto nos lleve a no mostrar la ira contra el otro porque lo comprendemos y sabemos muy bien que el mismo mecanismo que hace funcionar al otro y que a nosotros nos parece mal, pues funciona también con nosotros, sólo hace falta que nos encontremos en situación similar. En fin, que como muy bien has dicho, ya lo decía Hume, y Castrodeza lo cita; y a mi me gusta citar a Spinoza porque también nos dice que "No queremos algo porque sea bueno, sino que decimos que es bueno porque lo deseamos", una de las frases más enigmática de la Ética. Y, para terminar, también nos dice esto: "La actividad más grande que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre". Muchas gracias por tus intervenciones desencarnadas y por tu agudeza.

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Nuestra tendencia natural a mantenernos en la ignorancia y la inconsciencia.

 

“El peor pecado del hombre es la inconsciencia, pero, es consentido, piadosamente, incluso en aquellos que deberían servir a la humanidad como maestros y modelos.” C. G. Jung, en “La psique como sacramento.” John P. Dourley

La inconsciencia es el estado de ignorancia, es algo así como un estado de diversión y entretenimiento en el que nuestro ego se disuelve entre los demás, las cosas y el juego. La inconsciencia es un estado que nos negamos a abandonar y que, la mayoría no abandona en toda su vida. Porque, en el fondo, no quiere y porque, la inconsciencia nos hace feliz, en el sentido actual de la palabra, no en el noble sentido antiguo. Esa inconsciencia nos impide despertar de la ilusión en la que vivimos, de la farsa que interpretamos y con la que nos identificamos. Pero, tomar consciencia, es confrontar los opuestos; para empezar, confrontarnos con nosotros mismos, con nuestra sombra, con aquello que nos negamos a mirar, con nuestra miseria y nuestro lado oscuro. Y es esa sombra el antagonismo de nuestro Espíritu, el bien, el Sí Mismo. Nuestra vida es un proceso de ir tomando consciencia, o de autoconocimiento, o de ir abandonando la ignorancia; un proceso de integración de los opuestos. Porque no somos ni el bien, ni el mal, somos la armonía (particular e individual) de esos opuestos. Y, por eso, en ese sentido, nuestra vida es el proceso de tomar consciencia de lo que no queremos ver para integrarlo en lo que, aparentemente, nos creemos ser. Y, de esta forma irnos individualizando, creando nuestro yo-mismo; llegar a la armonía de la realidad que somos. Vamos despertando, vamos tomando consciencia y cada vez que lo hacemos vamos integrando lo otro desconocido y oscuro en nuestra luz o virtud. Nuestra integración de nuestros opuestos es dar luz, iluminar nuestra zona oscura y para eso hay que atreverse a darle luz y a mirar. De ahí que la inmensa mayoría vivan en el sueño y la oscuridad (o el interior de la caverna)

Pero esto, tampoco es nada nuevo, está en toda la filosofía taoísta, en Sócrates y muy específicamente, en Heráclito. “El mundo de los dormidos es diferente para cada cual, el mundo de los despiertos es el mismo para todos”. “La vida es un eterno fluir de los opuestos”. “La armonía no manifiesta es más real que la armonía manifiesta.”

De ahí que todo el batiburrillo del mercadillo espiritual no sea más que un engaño, un no querer mostrar al hombre su lado oscuro, lado oscuro que, por cierto, nunca lo abandonará, lo que está en nuestra mano es hacernos consciente de él, Despertar, y armonizarlo por el proceso de integración. Y, por otro lado, todos los movimientos sociales y políticos, no son más que otra manera de entretener al personal, para mantenerlo dormido y ausente. Para que, en el fondo, lleguen a la muerte sin haber nacido. Porque Despertar, tomar consciencia de que no se sabe nada (Sócrates), y esto no es retórica, es nacer. Por eso se dijo también que es necesario nacer de nuevo, pero no físicamente, sino despertar de nuestra ignorancia; ser consciente de la ignorancia que nos está consumiendo. Eso sí, una vez que uno muerde la manzana ya no tiene vuelta atrás: ha Despertado y comienza su proceso de individuación (armonía de los opuestos e integración) y de la conquista del Ser. Pero este camino, compañero, es un camino de sufrimiento, de desgarro o de desencanto, (no de espinas, porque no hay flagelación, es tranquilo, el camino de los castaños, que decía Diderot, pero arduo de recorrer) por eso es desasimiento, desapego. Y por eso se dice: el que me quiera seguir que lo deje todo. Y dejarlo todo, es dejarlo todo y mirarnos tal cuales somos, en nuestra miseria, oscuridad, impermanencia, vacuidad, inseguridad, miedo… No hay luz sin sombra. No podemos eliminar la sombra de nuestra vida, es un autoengaño. El proceso de llegar a ser es de un gran coste y de una alta dosis de sufrimiento, no es apto para casi nadie, casi todos prefieren permanecer en la Matrix, por utilizar el símil. Como nos señala sabiamente Jung: “…esta cooperación consciente para realizar la síntesis también llamada proceso de Individuación, entre lo consciente y lo inconsciente, es un esfuerzo anímico supremo.”

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¿Qué subyace al transhumanismo?

Independientemente de que muchas de las cosas que el transhumanismo vaticina se cumplan o no, a mi modo de ver, no es más que una nueva religión, procedente del cientificismo y acrítica con la idea de progreso y de Ilustración. Una nueva religión que, como todas, no hablo de espiritualidad, aunque sí la que se nos vende ahora, promete lo que todas: felicidad e inmortalidad. La diferencia es que el transhumanismo habla de que esto se podrá conseguir dentro de poco, unas décadas, un siglo a más tardar para llegar a la inmortalidad y extender nuestra inteligencia ampliada por medio de la fusión con los organismos cibernéticos. Pero, en definitiva, y no voy a hacer la crítica epistemológica al asunto, que muchos autores serios ya la han hecho, a mi modo de ver, todo esto, que ya lo estamos viviendo, por eso no dudo que, en parte, el transhumanismo se realice y el hombre deje de ser lo que es para ser otra cosa y, por tanto, los valores humanistas queden desbancados, como ya lo están siendo, por otros valores. Aquí hay casi una inevitabilidad histórica que se da entre la confluencia de la propia naturaleza humana y la autonomía, en parte, de la tecnología aliada al capitalismo que da lugar al imperativo tecnológico: todo lo que se inventa y se puede aplicar, se aplica, tarde o temprano. Y las cosas van por ahí. La tecnología no es un atributo del hombre, sino que el hombre es, esencialmente, un animal tecnológico, como ya nos dijera Ortega, y eso implica que la tecnología nos transforma, nos crea, nos construye. No se trata de tener un móvil, sino de que el móvil te tiene a ti, y no hay que escandalizarse por esto, es que es así. Un móvil va a cambiar la forma de relacionarte con los demás y contigo mismo, sin entrar en juicios de valor, simplemente es un hecho. Y lo mismo que digo del móvil lo digo del clásico ejemplo del invento del estribo, o del arado y así sucesivamente. Como ya decía Lain Entralgo: el hombre es un animal que no tiene medio, sino mundo. Es decir, creamos el mundo en el que vivimos. Pero esa creación de ese mundo es una autocreación. Por ello, todo lo que la tecnociencia pueda ir desarrollando en los campos de la biotecnogenética, IA, Cyborgs, telecomunicaciones y todos los ámbitos de la vida, pues se llevarán a cabo. Hasta el momento lo que hemos visto es que la consciencia del hombre es más plana, más superficial, más domesticable. Pero hay cierto progreso científico-técnico que nos hace la vida más fácil, más llevadera y, con las promesas del transhumanismo, probablemente, no tengamos ni esos achaques…y, claro, todo el mundo firmaría por ello. Igual que ya nadie puede prescindir del móvil, no porque no puede por falta de voluntad, sino porque su ser social está construido con ese tipo de tecnologías que se le hacen indispensable para su trabajo y relaciones sociales. Pero, en fin, esto es lo que hay y no se trata de juzgar, todos preferimos vivir en el siglo XXI, mejor que en la edad media, con el paleolítico no quiero comparar, tengo mis reservas porque, a mi modo de ver, una de las grandes mentiras de la humanidad fue el decirnos que el paso del paleolítico al neolítico (domesticación de plantas y animales) fue el mayor progreso de la historia. Y no soy partidario de la teoría rousseauniana del buen salvaje.

Pero mi atención se quiere fijar en lo esencial del hombre, en lo que llamamos nuestra naturaleza y nuestra consciencia. El hombre, el común de los hombres, el llamado hombre normal, por tanto, no enfermo, no una desviación de la personalidad, vamos, alguien que pasa por el aro, quiere la felicidad (que curiosamente identifica con bienestar y posesión, lo de la virtud, el ser, la gracia, la beatitud…eso ni lo ha escuchado) y la inmortalidad. Es decir, que nos encontramos, en lo que diría Ken Wilber, en un estado mítico egoico de consciencia. Es el yo el que predomina en nuestra consciencia, ni la racionalidad, ni la fraternidad, ni la libertad y, mucho menos, los estados sutiles de consciencia, tienen vigencia aquí. Por tanto, hay una confluencia entre nuestra naturaleza actual y la sociedad en la que estamos inmerso voluntaria e involuntariamente. Pero si cada vez se nos va dando más “soma”, más felicidad, menos autoconsciencia tendremos y querremos expandirnos hasta el infinito, espacial y temporalmente. Es el ansia de nuestro yo que es insaciable. Y todo el transhumanismo se basa en eso, en que somos un yo deseante y, lo que hace el transhumanismo, lo que se viene haciendo hace muchas décadas ya, es alimentar ese yo deseante, con lo cual disminuye el yo autoconsciente. Y esto lo digo sin hacer juicios de valor. Si el curso de la historia da lugar a esta transformación y a la extinción del homo sapiens por otro tipo de homo, pues nada. Es que nunca pasa nada. O, “nada importa nada” que decía la sabiduría griega. El hombre siempre ha perseguido la inmortalidad y la felicidad, pero, curiosamente, por ello ha cometido las mayores barbaries posibles, que son las que son y punto…qué pasará ahora, pues nada,…lo que tenga que pasar. O bien triunfa el yo, y nada cambia (escisión, violencia, separación, guerra…), o bien accedemos al ámbito transpersonal (previa conquista de la racionalidad y la libertad-fraternidad) y dejamos de ser un yo deseante y apegado, por tanto, sufriente, (aunque esto quizás también lo pueda resolver la ciencia) para pasar a ser un nosotros, una Consciencia universal, incluso cósmica. Es curiosa esta coincidencia, de alguna manera, pero muy distinta, con el transhumanismo. Por mi parte, ya hora sí me posiciono, opto por la sabiduría perenne, por la disolución del ego, la conquista de la racionalidad, la libertad, el nosotros y, por último, que sepamos, los estados no duales o sutiles de Consciencia.

Y termino con una cita del teólogo Tillich:

“La razón técnica tiende a causar patología, porque despoja a la persona de su subjetividad…Tillich…escribe:

“Esta actitud acarrea un rápido declive de la vida espiritual…En psicología y sociología, en medicina y filosofía, se ha descompuesto al hombre en los elementos que lo componen y lo determinan…el hombre se ha convertido en lo que el conocimiento controlador considera que es, una cosa entre las cosas, un engranaje en la máquina tiránica de la producción y el consumo, un objeto deshumanizado de tiranía o un objeto normalizado de las comunicaciones públicas. La deshumanización cognoscitiva ha generado la deshumanización real. “Sacado de: John P. Dourley. “La psique como sacramento. Un estudio comparativo entre la psicología de C. G. Jung y la teología de Paul Tillich.” P. 69

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A los filósofos académicos y profesionales les costará admitir que no existe una separación tan honda, en sus orígenes entre Oriente y Occidente, pero así es. Otra cosa es los derroteros que ambas filosofías hayan tomado, aquí si hay mucha diferencia, como en el resto de sus historias.

La filosofía nace como una iniciación. El poema de Parménides es una iniciación hacia la verdad. Mostrar que hay dos caminos, el de la opinión y el de la verdad. Que el primero es el de los hombres comunes y el segundo es para los elegidos y esta verdad se nos muestra como la luz y es El Ser, pero el que alcanza la verdad debe vivir entre opiniones, sigue en el mundo y debe intentar enmendar entuertos. Pero a él ya nada le afecta. Si leemos el poema de Parménides lo que vemos es una filosofía práctica, con una base metafísica, claro, una forma de vivir; que es la de vivir Despierto. La de aquel que ha salido de la caverna, Platón, ya se sabía el cuento y dramatiza, pero tiene que vivir entre los hombres. Y los hombres son una opinión cada uno, están dormidos y viven en mundos diferentes.

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Protágoras: “El hombre es la media de todas las cosas" y "Tal y como las cosas son para ti, así son, tal y como las cosas son para mí, así son, pues hombre eres tú y hombre soy yo." Representan al relativismo, a la opinión, Sócrates y, Platón a través de él, se enfrentan al relativismo. Eso intentan hacernos ver, que no todo vale. El conocimiento del Ser, de lo que es, trasciende el relativismo, que es dualidad y nos lleva a la consciencia plena. Por eso la filosofía no es mera erudición, como la han convertido, sino un camino ascético de conocimiento. Esto es común con el pensamiento Oriental.

Lo que se plantea es quién soy yo y la respuesta está en el Ser. Pero el quién soy yo implica qué son las cosas, es la multiplicidad. ¿Por qué hay multiplicidad?, ¿cómo se puede explicar? El Ser, en el caso de Platón el Uno-Bien, es la causa de todo ser singular, pero no causa eficiente, sino que del ser emanan los seres como multiplicidad. Ahora bien, el que confunde el conocimiento de los seres (opinión), con el conocimiento verdadero, está en el error. Es la doxa. Para acceder al conocimiento verdadero, el de las ideas y el de la idea de Bien, es necesario el Nous, el entendimiento puro. Y esto es semejante a lo que después sería el tercer género de conocimiento o la intuición. Y también es semejante al Conocimiento último del advaita, el conocimiento del Uno sin segundo.

Por eso la ciencia no puede llegar a las últimas preguntas, porque la ciencia es ciencia y está muy bien siendo ciencia, pero no es metafísica. Y, por otro lado, la metafísica de la que estamos hablando no es un saber intelectual, sino que seguir al “nous” y captar la idea del Bien, Ser, Uno, Dios, Tao,… implica y exige una transformación que te hará ver el mundo de la multiplicidad como realmente es y nunca más te identificarás con él. Estarás en el mundo, pero no serás del mundo.

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El mal en el mundo, el mal radical, sin sentido, arbitrario, da al traste con la existencia de un dios personal, o lo relega al misterio de los creyentes. En cambio, el mal arbitrario, radical, absurdo, tiene sentido en un orden del mundo. Y tiene sentido porque el mundo es como es y sigue sus leyes. Ahora bien, esto no implica que adoptemos una actitud conformista, que más bien es evasiva y esconder la cabeza debajo del ala, sino que nos pone ante la tesitura de elegir. Elegir, precisamente, consentir el mal, o no consentirlo, aunque sea sólo denunciándolo porque uno no pueda llegar más lejos, o no tenga ni más capacidad, ni fuerza, ni valentía. Pero, la cuestión, es que el mal consentido es una connivencia con el mal. Todo esto no implica una flagelación, no, todo lo contrario, cuando nos flagelamos, lo que está sucediendo es que asumimos el papel de la culpa, nos consideramos culpables y así lavamos nuestra consciencia, que queda igual de manchada, o más. Y, la culpabilidad, es una forma de domesticarnos, nos impide actuar. Por el contrario, ser consciente, tomar consciencia del mal en el mundo e ir, en nuestra medida contra él, es nuestra responsabilidad. Y es en esa responsabilidad en la que emerge la acción inspirada en la posibilidad de un mundo mejor. Luego, el universo, transcurrirá como tenga que transcurrir, pero no nos hemos contado ninguna historia, ni científica, ni religiosa, para consentir lo que no soportamos sentir. Creo que esto es un buen principio para acción ética universal.

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El mal del que yo he hablado era el mal radical, fundamentalmente, el hacer daño al otro desde el odio. El mal es algo que además de producir daño al otro te lo hace a ti, porque nace de tu carencia; es decir, del vicio moral: odio, envidia, ira...todo mal moral es un malestar de uno consigo mismo y, de ahí su proyección en los otros. Pero ese malestar de uno consigo mismo, el vicio moral, es un desconocimiento, una idea inadecuada de las cosas, de los otros y de sí mismo. Aquí sigo a Sócrates y Spinoza, aunque no solo. El mal nace de la ignorancia, pero no sólo es ignorancia, no basta el conocimiento para salir del mal, sino que es necesario, también, el valor o la valentía, el esfuerzo y, después, el hábito y la costumbre.

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"De niño me sentía solo y todavía me siento así, porque sé cosas e insinúo cosas que otros parecen no conocer y que la mayoría no quiere saber.
La soledad no consiste en no tener personas alrededor, sino en no poder comunicar las cosas que a uno le parecen importantes, o de callar ciertos puntos de vista que otros encuentran inadmisibles." C.G. Jung

Llevo muchos años hablando de la soledad, viviendo la soledad,... y ahora me encuentro con lo que siempre he querido decir, palabra por palabra. Y, es curioso, esto me viene de la mano de Jung al que he estudiado a fondo ya pasados los cincuenta años y con el que me he sentido identificado en sus teorías sobre el mundo y la psique humana, pues ahora me siento aún más identificado con su sentimiento de soledad. En términos de Jung, una sincronicidad.

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El tema es despertar. El cómo es hacerse consciente, pero eso es lo mismo, cómo nos hacemos conscientes. Y, la cosnciencia es ya de por sí un acto de rebeldía contra todo, evidentemente. Para despertar, para hacerte consciente por lo general necesitas de un estímulo externo, ya sea de alguien despierto, un axccidente, una enfermedad grave o terminal, la muerte de un ser querido,...es decir, algo que te haga tomar consciencia que quiela "vida es sueño", que estás interpretando un papel. entonces, en el momento de despertar, de tomar consciencia te das cuenta de que interpretas un papel, te das cuenta de tu identificación. Tomar consciencia, darse cuenta, o caer en la cuenta es desidentificarse de uno mismo, del papel que interpreta.
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Nos solemos juzgar con dureza, o solemos tener una imagen de nosotros muy distorsionada y que tiende a la falta de confianza e, incluso, el desprecio. Generalmente procede de un intento competitivo de proyectar ante los demás una buena imagen, por un lado, por otro, el creernos el centro de todas las atenciones. En este sentido las palabras afectuosas que nos pueden decir los demás y que nos tenemos que decir a nosotros mismos son importantes porque nos ayudan a tener un conocimiento más adecuiado de nosotros y a querernos, incluidas nuestras limitaciones que pueden ser inevitables y otras de las que nos podemos responsabilizar. Otra parte importante es no considerarnos el centro de ninguna atención, no juzgar lo que creemos que pueden estar juzgando de nosotros, probablemente los demás van a lo suyo sin percatarse de nosotros. Y no juzgarnos, observarnos para aceptar lo inevitable y tomar las riendas de la responsabilidad de nuestra propia autoconstrucción, pero con distancia, con ironía, sabiendo que ni somos perfectos, ni lo podemos ser, que somos ignorantes e inconscientes, pero que, símplemente, darse cuenta de esto nos despierta y nos hace tomar consciencia de la ignorancia de la caverna donde estamos.

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Reflexión sobre la tecnología.

El hombre es un animal que no tiene una naturaleza fija, sino dinámica y en construcción, no es que no tenga naturaleza como dice Ortega, sino que es peculiar. Pero, a la vez, el hombre es un animal cultural y dentro de lo cultural está la tecnología, técnica, en principio. Y, ello quiere decir, que la tecnología, como el lenguaje, es algo que le va al hombre de suyo, es imprescindible, no se puede pensar al hombre sin cultura (animal cultural indisociablemente e inseparablemente y lo uno se define por lo otro y a la inversa), sería como pensar al león sin garras y colmillos. Si bien hay una diferencia, nuestra cultura, que nace del cambio biológico de la aparición del lenguaje, previamente había cultura, pero no simbólica, nos modela y modela el medio transformándolo en mundo. No hay tecnologías neutras, no hay un uso bueno o malo de la tecnología, la tecnología es una proyección, una extensión de nuestro cerebro que se extiende en nuestro derredor y nos transforma. Un móvil no es un simple móvil, es la historia de la ciencia concretizada en un artilugio y es una amplitud social; es decir, una condición de socialización, otra cosa es que nos guste o no el cómo nos socializa el móvil, pero lo hace y no hay vuelta atrás.

Y eso tiene que ver con la autonomía de la tecnología. Las tecnologías son autónomas, pero no independientes. Es decir, surgen del hombre y, en cuanto realidades emergentes tienen sus reglas y leyes, pero son impensables sin el hombre. Ahora bien, hay una autonomía de la técnica o más bien la tecnología y tecnociencia que es lo que se ha dado en llamar el "imperativo tecnológico", hace muchos años luché contra el determinismo que éste conlleva, pero creo que no lo entendí bien. En realidad, no hay un determinismo, lo que pasa es que su formulación es newtoniana y da la impresión de determinismo. Viene a decir que todo lo que se descubre y se puede aplicar, al final se aplica. Pues bien, lo que yo intentaba mantener es un debate ético por encima de ese imperativo; pero hoy me he dado cuenta de que la cuestión no es lineal: newtoniana, sino global y compleja. La tecnología transforma el mundo, ahora bien, aunque sabemos que determina la transformación del mundo y de nuestra consciencia y que nuestra consciencia a su vez determina la tecnología, no podemos predecir, en un caso concreto, porque es una relación compleja, por tanto, estocástica, qué cambia a qué y cómo lo va a cambiar. Por ejemplo, la construcción del acelerador de partículas de Ginebra dio lugar a un descubrimiento revolucionario que era impensable y no estaba previsto y fue Internet, en concreto el protocolo www, para que todos se pudiesen comunicar y el conocimiento fluyese con rapidez y todos supiesen lo que se estaba investigando en cada campo a parte en cada momento. ¿Quién iba a decir que de ahí iba a salir las redes sociales y la pornografía infantil o las revistas científicas hiperespecializadas con acceso a un clic de ratón?

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“Si uno llega lo suficientemente lejos se llega al concepto indio de Maya, que el mundo externo es como un gran escenario donde actúa nuestro inconsciente. Es un gran conocimiento o sabiduría que acaba con tu ingenua relación con el mundo. Un conocimiento que nos suele llegar con el lecho de muerte y algo que te ayuda más a morir que a vivir. Si este conocimiento tuviera efecto en la gente les haría más responsables de su propia realidad. Dejarían de pensar que son víctimas de sus enemigos, de un gobierno incorrecto etc; aceptarían una completa responsabilidad de sus destinos. Este conocimiento pertenece a la segunda mitad de la vida y si llegas a él entonces puedes beber del vaso de vino hasta la última gota, sabiendo que tampoco pasaría nada si no lo hicieras” M.L.Von Franz

El conocimiento de que lo que me rodea y yo mismo es ilusión, es Maya. Los occidentales inventamos el concepto de apariencias, devenir…Lo que ocurre es que en Occidente se olvidó que la filosofía, el conocimiento es iniciático. De lo que se trata es de llegar al Ser, a lo eterno, lo inmutable; pero no conceptualmente, como viene entendiéndose, sino vivencialmente. Por eso la filosofía es un tipo de saber que te transforma, de lo contrario no es más que erudición y palabrería.

El caso es que, si llegamos al concepto de ilusión, del gran teatro del mundo, entonces nada tiene el sentido que creemos que tiene. Ya no hay apegos, ya no hay identificaciones. De repente, nos convertimos en los Testigos que observan la tragedia humana o su simple devenir; pero si todos alcanzásemos este conocimiento, que ya digo, nos transmuta alquímicamente en oro, pues entonces, eso que es una tragedia debido a la ignorancia, la soberbia y la agresividad, ya no existiría; porque habríamos acabado con la ignorancia que es la causa del mal. Porque el ignorante está apegado totalmente a lo que tiene, ya sea material o emocional, no es capaz de desvincularse, de desidentificarse, no sabe que está apegado. Pero esa identificación con el papel que representa en el gran teatro del mundo le produce un tremendo sufrimiento y, a su vez, él produce un gran sufrimiento. Por eso, la salida de la ignorancia, la transformación desde el interior, la salida de las sombras de la caverna, con su gran impacto en nuestras almas es la transformación social, sin ella, sólo podremos contemplar sus ruinas.

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No hay más que hablar, las relaciones humanas son un infierno. Te llevan al sufrimiento. (Aunque son la vía para llevarte al reino de los cielos) Y es muy claro, te llevan al infierno porque tú ya lo llevas dentro y lo que buscas en los demás es completar tu sentimiento de carencia (tu infierno), por eso envenenamos todas las relaciones, porque lo que intentamos es dominar al otro, incluso cuando adoptamos el papel de víctima, el otro es un enemigo que queremos domesticar.

El problema es que nuestra consciencia es egoísta, demasiado pesada, incapaz de volar por encima de los intereses personales. Si queremos ser libres hemos de soltar los apegos, y me refiero a los emocionales, los otros, los de las sustancias físicas son fáciles comparado con lo que vengo diciendo. Los apegos a las personas. Y cuidado con la palabra apego, porque puede que pensemos en un apego positivo, pero, en realidad, lo que tenemos es un apego negativo. Me explico, odiamos al que consideramos que nos hace daño, que ha destrozado nuestra vida, que nos envenena. Pero, miren qué curioso, no podemos prescindir de él. El odio necesita su objeto. Por eso la cuestión es soltar, tanto si se odia, como si se ama. Y, de esta manera se es libre, porque el que ama no ama a nadie, ama a su idea, de ahí la incomprensión absoluta entre los enamorados cuando dejan de estarlo. Y de ahí los continuos reproches de unos a otros. El intento de destrucción recíproco que anida en ambas partes y el sentimiento de culpabilidad. Cuando, realmente, nadie es culpable. Ahora bien, sí hay mucha ignorancia. Y es ésta la que hay que superar. Pero cuán difícil es que la venda caiga de los ojos y, de esa manera, ser libres, entre otras cosas, porque uno se resiste a ser libre porque sabe que para ello ha de renunciar a sus apegos y deseos y eso es renunciar a su yo. El miedo nos vence. Vivir fielmente es dejar la fidelidad al yo y atender a la Consciencia, al Ser. Somos una mota de polvo indeferenciada en el océano del Ser, nuestra necesidad de imponernos no es más que una forma de locura, por tanto, de sufrimiento.

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La libertad no es meramente la libertad de expresión, ni mucho menos la libertad de opinión, que acaba convirtiéndose en la tiranía de las opiniones. Si no que, la libertad, es la liberación de los apegos, es la disolución de todo aquello que nos ata a nuestro yo. A mayores ataduras, menos libertad, más infelicidad y sufrimiento. A mayor libertad mayor felicidad, o no identificación con el sufrimiento (una construcción, no el dolor, que es real) y mayor autorealización: amor o identificación con el Ser.

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Lo que yo llamo el mito del progreso. Pensamos, creemos, que el progreso tecnocientífico y social tendrá una repercusión de la misma manera en el progreso humano y ético del hombre; por el contrario, el progreso se ha convertido en el nuevo ídolo, un nuevo dios con los pies de barro y, por doquier abunda la infelicidad que se llena por medio de los deseos, de tal manera que nos convertimos en máquinas de desear.

Los regímenes autoritarios comunistas, por ejemplo, tenían este bienestar, se alimentaba mucho menos el deseo y se cultivaban las relaciones humanas, la solidaridad, fraternidad. Cuidado, que no se me malinterprete, no estoy defendiendo el totalitarismo genocida de Stalin, sino otros países con ideología comunitaria-anarquista que fomentaban la comunidad y la cooperación frente al individualismo. Sí, eran más pobres, pero había justicia social y bienestar humano.

Pero, al final ha triunfado el monstruo del capital que se alimenta de nuestro deseo compulsivo y, a más deseo, más infelicidad, competencia, esclavitud y soledad.

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Me parece que se está abordando el tema desde perspectivas distintas, contrarias, pero no contradictorias. Por otro lado, el tema del progreso, como nuevo ídolo y que está a la base del crecimiento económico no ha sido tratado. Mi tesis era que el progreso es un mito, una creencia, además común a las dos grandes ideologías: capitalismo y comunismo. Y, como creencia es infundada y acrítica.

Pero ha salido otro tema que es la acción. El cómo cambiar la sociedad. Por un lado, está el espíritu de lucha para cambiar la sociedad, sus instituciones e incluso su estructura, por otro lado, está la defensa de que no hay una reforma social que persiga y consiga la justicia social si no es desde el ámbito espiritual; esto es si no hay un cambio espiritual en cada uno de nosotros.

A mi modo de ver son dos perspectivas y, más que nada, depende del enfoque que cada uno le dé, pues será, o no, válida. Aquel que quiere justicia social y piensa que ha de luchar contra lo establecido, contra el orden social vigente, contra las instituciones, manifestarse, practicar la desobediencia civil, pues, mientras lo haga desde una ética del respeto y la tolerancia: considerar al otro como un fin en sí mismo, no como un instrumento, pues está lo suficientemente evolucionado espiritualmente y liberado como para seguir en esa lucha e indignarse ante la injusticia que siempre es tratar al otro como un medio, como un esclavo, como un instrumento. Por tanto, este revolucionario social ya tiene su cambio espiritual realizado; que no sea un liberado absoluto, no pasa nada, tiene una realización parcial importantísima y una gran sensibilidad ética y se diferencia del hombre espiritual en una cuestión, meramente de talente.

Por otro lado, el que considera que es necesario previamente un cambio interior para que se produzca el cambio social, pues también tiene razón. Evidentemente, la inmensa mayoría de la población no tienen el nivel espiritual de libertad y compromiso ético del que quiere luchar y cambiar las cosas, sino que vive en la inconsciencia de las apariencias, en la ignorancia y en la comodidad y la pereza. Necesita Despertar. El que quiere luchar, ya lo ha hecho. Por eso la inmensa mayoría tiene primero que despertar porque tenemos la sociedad que tenemos porque la mayoría está dormida y, una de las misiones del activista social es pedagógica, despertar consciencias. Pero ese Despertar de la consciencia puede ir mucho más allá, eso sí, y llegar a un punto en el que ve la lucha como algo también del mundo de las apariencias, como un peligro de caer en dogmatismos, aunque no necesariamente y empieza a trascender el velo de Maya que es la sociedad, las relaciones humanas y el propio yo. Entonces estamos ante un Despertar muy elevado y profundo. Este que ha despertado o se ha hecho consciente de tal forma ya es un desapegado, es decir, no tiene un yo que lo ate al mundo a través de los deseos. Este hombre sólo tiene una misión en el mundo y es la de enseñar la paz, la armonía, el amor, la ausencia de realidad de lo que llamamos real, el desapego y alumbrar el camino de la autorealización. Pero, mientras, la inmensa mayoría debe llegar a unos despertares previos como son el de la consciencia de racionalidad (eliminación de mitos y creencias limitantes) y la consciencia de libertad (autonomía, aquel que se da la ley a sí mismo porque su ley es la ley del cosmos); pero, para que se produzca este salto hace falta mucho tiempo de evolución de la consciencia humana. Ahora mismo estamos en un estado de consciencia mítico-egoico; no obstante, el mensaje de una consciencia absolutamente realizada tiene milenios. Es decir que ya ha habido muchos homo sapiens que han accedido a ese estado de autorealización, como muchos han accedido a realizaciones parciales que los han llevado a la lucha por la justicia social sin imponer dogmas ni una supuesta verdad, a ayudar a morir a los moribundos, a asistir a los enfermos, a enseñar al que no sabe, a intentar despertar consciencias…en fin el universo es perfecto y no hay nada que le sobre ni que le falte. Lo que sí es necesario es que cada uno de nosotros nos conozcamos y sepamos qué lugar ocupamos, cuál es nuestra misión en él y la sigamos con honestidad y respeto a los que son todos nuestros hermanos, todos los seres sintientes.

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Pertenecer al mundo, pero no ser del mundo. La búsqueda de la libertad, de la liberación debe pasar por el proceso de la muerte. Morir para renacer. Y no me refiero a la muerte física, sino a la muerte del yo. Esa muerte es la desidentificación que tenemos con el mundo y con nosotros mismos. La identificación se produce por el deseo, que es el que produce la tensión y el movimiento para obtener lo deseado. A esto se le llama el apego. Mientras estemos apegados a nuestro cuerpo físico, a nuestros estados mentales, al mundo social,… seremos esclavos, aunque nos creamos libres. La toma de consciencia de que estamos apegados, de que aquello que hacemos, incluso aquello que hacemos que creemos es muy noble, fraternal y por los demás, no es más que para satisfacer nuestro yo, nuestro deseo; es el primer paso para desidentificarnos. Comprender este proceso y que el mundo se nos presenta según nuestra identificación y apegos, es el inicio de la liberación. Cuando uno se libera, entonces no está atado a nada, el pasado no existe y si no hay pasado, no hay nada que condicione el futuro, por tanto, sólo hay la visión desde la eternidad, pero no la visión de mi yo, sino la del Ser. Y es entonces cuando podemos decir que se permanece en el mundo, pero no se es del mundo. Se ha producido la muerte del ser para renacer en el Ser. Solo hay Paz, pero ni siquiera deseo de Paz y, si no la hay, uno no es la intranquilidad, la tensión, eso es una proyección, apariencias, sombras en las que estamos, pero no somos.

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La angustia ante la nada.

Estoy releyendo a Jung y algunos estudios sobre su pensamiento. Hay una idea que me llama la atención. Los psiquiatras y psicólogos junguianos llaman la atención sobre el gran número de personas que acude a la consulta porque, en el fondo, lo que declaran es que la vida no tiene sentido. Estas obras están escritas en la primera mitad del siglo XX, otras son más cercanas, el caso es que todo tiene que ver con una tremenda revolución que fuela causada por la muerte de Dios (su significado, el grito de Nietzsche y su Zaratustra resuena den la posmodernidad). El significado de la muerte de Dios ha producido la angustia existencial, nada tiene sentido o la neurosis de la mediana edad, según cómo lo queramos abordar. El caso es que, desde entonces para acá ha transcurrido un tiempo en el que hemos seguido el camino de pérdida de nuestra identidad y, por tanto, hemos aumentado la neurosis, ansiedad o la angustia existencial. Y ello es así porque hemos perdido el referente de los símbolos (la religión y el sustituto de la ciencia: la ciencia también es el mal desde las bombas atómica y la gran destrucción de civiles en la segunda guerra mundial) que nos unen a nuestro Ser, ya no nos representan y, claro, esto nos hace sentirnos vacíos. Y ese vacío existencial pues lo mismo se dirige a la búsqueda desesperada de sentido en una secta, en la ideología de un partido, cosa que ocurrió en la primera mitad del siglo XX: capitalismo-comunismo, o hacia la psicosis, o hacia la soledad no asumida, vivida como desarraigo, hacia el narcisismo o bien hacia el poder y su capacidad de eliminar al otro por la ira acumulada del sinsentido, o, por el contrario, al suicidio. Es interesante notar aquí como son los países “más desarrollados”, con un desarrollo de estado bienestar magnífico, los que tienen el índice de suicidios más elevado. Estos países han perdido la referencia con la luz originaria, no son capaces de ver su sombra, no se pueden autoconocer, viven como en una niebla sin sentido. Se ha confundido en la historia el desarrollo económico y el estado del bienestar con el desarrollo de la persona. Éste último requiere de un autoconocimiento, de un viaje interior para recuperar nuestra esencia, nuestra pertenencia al Ser, sin identificarnos con él (narcisismo) En la contemporaneidad estamos perdidos como islas egoicas y narcisistas, que sobreviven por el entretenimiento del consumo que ha de ser compulsivo, porque si uno para, se da cuenta del vacío de su existencia, de su desconexión con el Ser. El propio sistema se ha dado cuenta de esto y ahora procura un turismo de relax y de unión con la naturaleza, retiros de silencio y meditación, todo bien pagado y organizado, para, al final, volver a la cotidianeidad del sin sentido de la existencia actual. La muerte de Dios, como no hemos sabido adaptarnos, que sería por la vía de la espiritualidad, porque la muerte de Dios, la verdad, la superstición y el poder son índices de madurez de la humanidad, va a ser, o lo está siendo, la muerte del hombre. De ahí el discurso transhumanista que pretende trascender al homo sapiens con algo nuevo, una especie de hibrido o de IA que estará a años luz del hombre. Pero, si nos fijamos en sus discursos, sólo hablan de los aspectos funcionales del hombre y de los transhumanos, no hablan de su anclaje en el Ser. No se dan cuenta de que por mucho que aumenten nuestras capacidades, si no sabemos quienes somos, si no hemos realizado, siguiendo a Jung, nuestro proceso de individuación, que es la relación correcta entre el ego y el Sí Mismo (inconsciente personal y colectivo), siempre estaremos en un estado de vacío, de angustia existencial y, de neurosis, e incluso psicosis (que son caras opuestas de lo mismo) si hablamos patológicamente. Sin saber quienes somos nuestra crisis de la mediana edad es la angustia ante la nada y no hay solución psicológica que valga, ni biológica (pastillas, que eliminan el síntoma, el dolor y eso impide iniciar tu propio proceso de individuación porque vives en un engaño de pseudofelicidad con el consumo de soma, que diría Husley); la única manera es atravesar el desierto, o viajar al inframundo, o al infierno, depende de las tradiciones, para encontrarnos a nosotros mismos reflejados en los símbolos de la humanidad, concretados en nuestra experiencia particular. Otra opción es vivir en la mera diversión, cual autómata, pero ya sabemos lo que decía Sócrates al respecto. Una vida sin análisis no merece la pena de ser vivida. Hay una cosa que llama la atención y es que el autoconocimiento, el viaje hacia nuestro Ser, nuestro equilibrio entre el ego y el Sí mismo está plagado de sufrimiento. Sin sufrimiento no hay consciencia. Es el sufrimiento el que nos va a llevar a comprender más hondo y, por tanto al Amor y la compasión, al perdón de uno mismo y de los demás. Por eso ese sufrimiento que tenemos que pasar es una forma de transformación interior que afecta, del mismo modo, a los demás.

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“La virtud es tan difícil como rara”. Spinoza.

La virtud es muy difícil de alcanzar por eso es escasa y rara. Lo normal es la mediocridad y el vicio. La tendencia natural es hacia el vicio. Pero todo vicio, toda pasión o afecto no es más que fruto de nuestra ignorancia y esta ignorancia nos hace esclavos de la pasión. El origen de las pasiones es la ignorancia, un conocimiento inadecuado de como las cosas son. De tal manera que para alcanzar la virtud se requiere el conocimiento. Pero no sólo el conocimiento, el salir de la ignorancia nos sirve; sino que necesitamos del valor, la valentía, el coraje y la fuerza. Conocimiento y coraje son los cimientos de nuestra libertad, del salir de la ignorancia y de las pasiones. La envidia, la ira, la tristeza, la lujuria, la agresividad… son afectos que nos dominan una vez que nos hemos instalado en ellos. Lo primero que se requiere es el análisis racional y pormenorizado del origen de nuestras pasiones, saber de dónde vienen, qué carencias pretenden suplir, porqué seguimos inmersos en esa pasión. Una vez hecho este análisis y respondidas todas estas cuestiones pues hemos de basarnos en nuestro propio conatus, como decía Spinoza, nuestra intención de permanecer en el Ser, que es lo que nos define y que, además, es la alegría misma. Y, desde ahí, iniciar el camino de ascenso, por seguir a Platón, para salir, no sin esfuerzo y coraje, de nuestro vicio que se ha transformado en un hábito. Y la vida es hábito y costumbre, por ello es tan difícil enmendarse. Cuando conocemos el origen y el error de nuestros afectos negativos hemos dado el primero paso para abandonarlos porque carecen de sentido y lo que nos espera es la libertad. La libertad es autoliberación o realización de nuestro propio ser. El coraje es la virtud que funciona como un gozne entre los vicios y virtudes, es, como si dijésemos, la virtud que nos permite ser virtuosos.

El estado de virtud es un estado de conocimiento correcto y cuando hay conocimiento correcto no hay ignorancia y al no haber ésta, no hay pasiones. La virtud es libertad y equilibrio: autorealización. Aunque el ser virtuoso es encontrarse, después de un duro trabajo, de atravesar nuestro desierto, nuestra sombra, a las puertas de la auténtica liberación, que es lo que podríamos llamar la tercera fase, o tercer género de conocimiento o fase unitiva que es el reconocimiento en la divinidad o el Ser. Esto sería el amor intelectual de Dios que expresa la Unidad última, a la vez que, paradójicamente, nuestra máxima libertad.

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El estado de presencia completa es la Presencia en y del Ser, sin la implicación del yo personal y biográfico. Ser, Presencia, Esperar (en el sentido de esperanza en tanto que Ser, no en tanto que se espera algo). Si esperamos algo nos instalamos en la dualidad.

La Presencia es el fin del ego, no del mundo, del tiempo, porque el tiempo es psicológico, mental. Sólo hay Ser, luego eternidad. De lo que se trata es de comprender esto y asumirlo para serlo. Leed los evangelios, las parábolas. Todas ellas se instalan en el fin del tiempo o Reino de los Cielos.

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La cuestión de que haya otro final es que el problema es que es el final. Por eso lo del libro de Riechmann “Otro final es posible”. Ya no es: otro mundo es posible, no, se nos han acabado las posibilidades, ya sólo queda aguardar el final, ahora bien, nadie sabe cómo será ese final, pero sí podemos hacer que en ese final no se produzca un genocidio y ecocidio inmenso. El problema es que la inmensa mayoría no quiere ver, o no se da cuenta de que estamos en el final de nuestra civilización que comenzó hace unos doscientos años. Es decir, que habrá un colapso civilizatorio como tantos otros, no el fin de la humanidad, eso es otra cosa. Pero no podemos seguir viviendo así, de hecho, sólo lo hacemos unos cuantos, ni una tercera parte de la población mundial. El cambio, por supuesto que es interior, de consciencia, pero no se ve por ninguna parte. A pesar de ello no se puede quedar uno de brazos cruzados e intentar que haya un colapso lo más pacífico posible. Sólo un dato para darnos cuenta de la magnitud del cambio, porque no sólo es tener consciencia y crearla, sino estar dispuesto a que institucionalmente se lleve a cabo. Para que podamos vivir la mayor parte de la población es necesario que reduzcamos nuestro consumo energético a un diez por ciento de lo que ahora hacemos: calefacción, aire acondicionado, viajes, compras…es inmenso lo que hay que hacer. Cuando se produce un colapso lo que ocurre es que se va de estructuras sociales muy complejas y con gran gasto energético a estructuras simples, descentralizadas, comunitarias y con muy poco gasto energético, así como con una economía simple.

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La sombra de Dios es alargada. No hay sentido en el hacer, ni futuro, sólo un huir hacia adelante en una producción material insostenible que, además, nos deja vacíos. De ahí que la muerte de Dios sea nuestra propia muerte. Y cuando hablo de Dios, no me refiero a un Dios personal, que también, para el que así lo desee, mientras no lo imponga a nadie, sino a la dimensión espiritual y sagrada del hombre. La reducción del hombre a lo meramente material y mecánico lo ha empobrecido y esclavizarlo, en lugar de emanciparlo como se pensaba. Una cosa es la superstición, de la que el buen uso de la razón nos libra y otra el reduccionismo racionalista, mecanicista y materialista. Esta última filosofía nos ha llevado al colapso en el que nos encontramos.

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Me temo que el inconsciente colectivo de la humanidad es Dios y está animado por la Vida de la divinidad. Y ese inconsciente colectivo de la humanidad abarca el inconsciente cósmico, porque, a pesar de nuestros escasos 100.000 años de edad, como especie, somos fruto del origen de todo, no hay nada en nosotros que no fuese en el origen y en el origen era y siempre fue lo que llamamos la divinidad, el tao, el dharma…infinidad de nombres. En realidad, lo innombrable, porque cada parte de nuestra consciencia consciente, no es más que un resplandor de esa consciencia cósmica, de ese inconsciente colectivo hecho consciente. Y, como todo lo que conocemos es puro cambio, puro devenir, lo permanente es la consciencia, lo que está fuera del tiempo. Y todo lo que creemos que es como cosa, como suceso, no es más que una forma de autoconocimiento de lo que nos da por llamar Dios, lo INEFABLE. Todo fluye y todo permanece son una y la misma cosa. Heráclito y Parménides hablan de lo mismo viéndolo desde distinta cara. Lo paradójico es que estando en el Ser y siendo Ser, podamos ser, a la vez, Testigo. Pero las paradojas sólo tienen lugar en el nivel noético o intelectual, no en el intuitivo.

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Bueno es que la religión atrae sin si quiera saberlo. Te puede atraer como fenómeno cultural e histórico, o más fenomenológicamente; es decir, qué hay detrás de las creencias, o psicológicamente, sociológicamente...el caso es que el hombre es hombre en tanto que se hace religioso y comienza a dar sepultura a sus muertos. A partir de ahí nacen toda una serie de ritos que vertebran la socialización humana. Por eso significa tanto la "muerte de Dios" que anuncia Nietzsche; y no es que él lo mate, sino que anuncia su muerte y, tras él: el nihilismo. Estamos viviendo las consecuencias de sus palabras. La muerte de Dios es la muerte de todo su significado: psicológico, sociológico, ontológico, espiritual,... Y, cuando no hay nada de esto, pues lo sustituimos por otra creencia: política (totalitarismos), psicológicas (todo tipo de delirios), ideológicas, ontológicas (la naturaleza se reduce a un mecanismo determinista descifrable por la matemática y ya no nos hace falta Dios...) todo ello vertebrado por la creencia en el nuevo Dios: El PROGRESO POR LA TECNOCIENCIA.

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Realidad, ciencia y reduccionismo.

Y, ¿Qué es la realidad: el grapho, o el grupo físico de personas? ¿Los nodos o las personas? Desde el punto de vista matemático es muy interesante la demostración de esa teoría, que, si vosotros necesitáis varias vidas para entenderla, yo necesitaría la eternidad. Pero en la propia estructura del planteamiento de la cuestión, lo que le pasa a la ciencia, incluido la ciencia formal de la matemática, cuando no se tiene una visión más sintética (filosófica, histórica, poética, digamos) es que, sin darse cuenta confunde lo matemático con lo real. Probablemente la REALIDAD, sea matemática, pero no las teorías matemáticas que  la humanidad ha inventado, porque, insisto, nuestra matemática habla de fenómenos (objetos) Como sabéis muy bien la física empezó porque se hizo platónica y comenzó a tratar a los cuerpos matemáticamente; es más, el iniciador de la física decía aquella famosa frase, que yo suscribo: “La naturaleza está escrita en lenguaje matemático, si quieres entender la naturaleza tienes que hablar su lenguaje”, suscribo, pero en parte. Es decir, que a la naturaleza a la que se refiere es a la de los objetos. Fue imprescindible y apasionante esta historia. Hoy en día cuando se enseña física o matemática aplicada a cualquier fenómeno: económico, biológico, demográfico,…pues no se piensa mucho en esa revolución cuando al inicio del planteamiento se reduce la realidad a objetos matemáticos, como puntos, o nodos, por ejemplo. Una persona, un nodo. El problema es cuando nuestra cabeza, y lo hace, y la ideología, que también lo hace, reduce a la persona a punto o nodo, u objeto con capacidad de consumir X, entonces es cuando caemos en los reduccionismos. Es apasionante leer los “Principios matemáticos de la filosofía natural” de Newton, el mayor libro de física que haya escrito y que pocos físicos conocen y menos habrán leído, y ver cómo el ingenio de Newton, después de la formulación de las leyes de la mecánica, que son los principios fundamentales de la dinámica de la física clásica, pasa a lo que él llamaba el cálculo fluxional (integral, infinitesimal) y lo adapta de tal manera que pueda abordar los problemas planteados por sus colegas, filósofos de la naturaleza, por aquel entonces, que no eran capaces de resolver. Una vez hecho eso da el paso decisivo. El nuevo método, con el que polemizaría con el filósofo y matemático Leibniz, una de las mentes más brillantes de la historia, aunque no sea santo de mi devoción, pero es admirable e impresionante, pues decía que va a aplicar el nuevo método a la realidad, pero, claro, aquí está el tema. En realidad, no se puede aplicar el método a la realidad (que ni si quiera es la REALIDAD, es el objeto o lo fenoménico, lo que nos aparece), como ya Galileo y Kepler se habían dado cuenta, sino que lo que Newton hace es decir, consideremos un punto matemático (cuidado con esto que el lenguaje de los Principia es geométrico) y ese punto es un planeta. Con un punto sí podemos operar matemáticamente, pero ese punto no es la Luna, ni Marte. Sin ese reduccionismo es imposible el milagro de la revolución científica que ya estaba en germen en Platón y que se desarrolla, por otro lado, en Alejandría, pero desapareció por cuestiones históricas diversas. Por eso los creadores de la ciencia son platónicos y pitagóricos, y esa es parte de la filosofía que está en su paradigma, además está el mecanicismo y el materialismo de Descartes o el racionalismo dogmático. El problema es que el gran mérito se convierte, a lo largo del tiempo, siempre los científicos se saltaron a Kant (profesor de matemática, física, lógica y metafísica. Defensor a ultranza de la ciencia, en concreto, la física newtoniana. Su obra fundamental es una fundamentación de por qué la física es “verdad”, él la considera un factum, un hecho el que sea Verdad, mientras la filosofía no es ciencia, por tanto es ilusión de la razón pura, lástima que esto tampoco fuese entendido bien) y a Hume, se convierte, digo en su reverso. Es decir, lo que es un reduccionismo epistemológico se convierte en un reduccionismo ontológico y se confunde el punto matemático con Marte, la persona con el consumidor (poder adquisitivo) Ahí es cuando la razón se convierte en instrumental y deja de ser razón.

El modelo que habéis puesto es tremendamente intuitivo, se capta rápido y uno está cansado de verlo en la vida cotidiana en la dinámica de los grupos sociales, desde las pandillas de amigos, con sus matones hasta los liderazgos políticos. Por eso ayer os hablé de la revolución francesa cuando salió este tema. Lo novedoso, matemáticamente, es la demostración del teorema y nada más y nada menos. El teorema no crea la “realidad” ésta ya está ahí. Ni el sistema newtoniano hace que el sistema solar se mueva, esto ya está ahí. Bueno, pues cuando se produce un reduccionismo ontológico, se produce esta barbaridad que, presentado así, va contra lo obvio y lo vemos con claridad meridiana. Os decía que la revolución francesa fue de unos pocos, y fue burguesa, es el ejemplo de los nodos que tienen mucha influencia, muchos contactos. Pero también os dije que, históricamente, es un problema el entender el cómo aquellas ideas, tan alejadas del orden establecido pudieron calar en la población y os conté la hipótesis de una historiadora que no recuerdo que intenta responder a esta pregunta por el desarrollo del arte; concretamente, la pintura y, sobre todo, la novela romántica, como la misma “La nueva Eloisa” de Rousseau, que es lo que hace posible que el pueblo cambie de consciencia y, en germen, ya el otro comienza a ser una persona y no una cosa, un esclavo. Es decir, que esos nodos, no son simples nodos, sino personas con consciencia que tuvieron la capacidad de recibir el mensaje de la Ilustración e ir a la revolución. De ahí lo del reduccionismo. Y que conste que sigo siendo un “místico de la matemática”, en el sentido de Kepler, “…el orden del mundo es matemático, dios creó el universo a través de la matemática, Dios es la misma matemática.” Ahora bien, de momento, mientras pensemos con nuestro cerebro, producto de la evolución aquí en la tierra, la matemática que construimos es una matemática que se limita a los objetos, no a lo que está más allá de los objetos, que es inefable porque el lenguaje matemático no lo puede abordar, el nuestro, claro. Todo este discurso me sirve para insistir en el tema del reduccionismo científico que da lugar al cientificismo, que es un mito, una creencia que produce un sentimiento y una acción. Y, el resultado de la acción, lo tenemos delante de nuestras narices. El fin de nuestra era. Dicho de otro modo, el mito del Progreso, basado entre otras cosas, en el reduccionismo científico: cientificismo, se ha convertido en el apocalipsis (colapso de la civilización, no fin del mundo). Y, por cierto, todo colapso, por definición es un decrecimiento, es el paso de una estructura complejas a estructuras más simples. Ahora bien, si estamos hablando de un colapso de una civilización, estamos hablando del colapso en un orden social que dará lugar a muerte, hambruna, sufrimiento…no caigamos tampoco en reduccionismos históricos.

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Leía esta mañana a Claudio Naranjo “Sanar las mentes para arreglar el mundo” sobre el viaje del héroe y cómo todo proceso de despertar tiene este esquema y cómo este esquema tiene dos partes. Una ascensión y un descenso. Y esta tarde leía un libro titulado “Jesucristo Transpersonal” y se comentan cuarenta sentencias del Jesús evangélico. El caso es que rápidamente he relacionado una de las sentencias, aquella que habla de que no debemos preocuparnos del mañana y ser como los lirios del campo y los pajarillos y demás criaturas.

El mito del héroe es la base de la estructura de la vida y de la vida bien vivida. Porque, para algo se le llama héroe, porque no todo el mundo es capaz de vivir una vida heroica que es una vida espiritual, un reencuentro con tu verdadero ser, con tu naturaleza primordial. En los evangelios hay una parábola que es la del hijo pródigo que muestra este viaje con claridad, aunque esta parábola es una parábola de parábolas. La cuestión es que el camino espiritual que recorremos para encontrarnos a nosotros mismos, el llegar a ser el que eres o el conócete a ti mismo. Tiene un momento de ascensión, que es cuando uno decide marcharse e iniciar el camino. En ese momento, como ocurre en la meditación, o la oración, o el deporte, todo es novedoso, aventura e, incluso, al cabo de un tiempo y cierta disciplina se puede llegar a tener una experiencia culmen, un samadhi, o éxtasis, el nombre da igual. El caso es que se puede producir un despertar y, a veces un despertar de la consciencia profundo en el que se produce un desapego y muere el antiguo yo, pero siempre queda algo de ese yo que se va desprendiendo en el descenso. El caso es que una vez que uno sale de la caverna, pues no se puede quedar en la isla de los Bienaventurados, sino que ha de volver al interior, a la plaza pública, a la cotidianeidad. Y es aquí donde se inicia, según la mística cristiana, la noche oscura del alma, es aquí el momento de atravesar el desierto y de sufrir las mayores pruebas. Hasta ahora todo ha sido fácil, de alguna manera, ahora al héroe se le complican las cosas, ya nada es fácil. El yo antiguo no le sirve, no se identifica con ningún yo, ni personaje, pero tiene los ojos nublados por la luz y es engañado por cualquiera, siendo el sabio e iluminado. Las tentaciones de regreso al antiguo papel pueden acechar y uno se puede perder, y es lo que ha ocurrido en muchos casos: locura, nihilismo, resentimiento, ira…pero, si se supera entonces es cuando llegamos al reino de los cielos, es decir al reconocimiento de nuestra propia naturaleza y ya no nos preocupa el mañana y vivimos como los lirios del campo y como los pájaros que cantan sin preocupación alguna. Entonces somos y somos sensación mudable, como el río de Heráclito, no hay nada, fluir, vacuidad, impermanencia, no hay un yo que observe esto, el yo es otra sensación mudable, nadie dirige nada, nadie controla nada, todo es experiencia mudable, no hay identificación porque no hay nada con lo que identificarse, ni nada que se identifique. Silencio quietud, vacío, fluir, impermanencia, meros nombres…

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La competitividad y la individualidad son ideas y creencias de la ideología del capitalismo neoliberal. Ideología sin las que el capitalismo no funcionaria, pero son falsas. La ciencia las desmiente. La evolución, que es de la teoría de la que surge nunca dijo nada de eso, ni la biología en general. Al contrario, la evolución es cooperación, el surgimiento de la vida es cooperación. La realidad es coordinación, todo está relacionado con todo. No estamos solos, ni somos los dueños de nada, ni controlamos nada, todo es universo, no nos podemos salir del universo, todas nuestras grandes creaciones son naturaleza porque surgen de nuestra naturaleza, la creencia de nuestra separación surge del mito de la caída. Pero, si tomamos consciencia debemos de recorrer el camino de vuelta a casa y reconocernos en la colaboración con los otros seres, humanos y no humanos. Esto significa un darse cuenta, un tomar consciencia. La ciencia nos ayuda a ello, la filosofía perenne, también, las tradiciones espirituales, igual. Abandonemos las falsas creencias, los pensamientos erróneos que van a acabar con la humanidad, una manifestación más del cosmos, y asumamos la idea que nos sitúa en la red de Indra de todo el universo, somos múltiples universos interrelacionados dentro de otro universo.

 

Cambiar la consciencia para cambiar el mundo.

Quisiera escribir esta breve nota en homenaje a Claudio Naranjo, el Psiquiatra ecléctico, filósofo, erudito, sabio y hombre autorealizado. Su obra es inmensa, pero en sus últimos años recaló, no sólo en sus investigaciones sobre la psique humana, sino sobre la relación de ésta con el mal en el mundo y cómo éste se podría cambiar. Amplía su ámbito de acción a lo social, lo ético, lo político y lo educativo. Y desarrolla todo un programa para terapeutas y educadores, fundamentalmente, aunque para todo el público en general sobre cómo llevar a cabo ese cambio de consciencia.

              Hay una primera cosa importante que señalar y es que el origen del mal en el mundo lo ve Claudio Naranjo en el Patriarcado, pero no ya sólo como estructura social, sino lo que es más difícil de erradicar, como estructura mental. De ahí que sea necesario un cambio de consciencia y ese cambio tiene que venir de la mano de la educación, pero no de la educación tal y como la concebimos hoy en día, sino de una educación integral. Aquí la palabra integral no es un mero nombre de moda, sino que tiene su origen y explicación en la propia estructura del cerebro. Todo esto que vengo comentando no son más que apuntes de una obra inmensa de Claudio, que además está perfectamente sistematizada y sometida a prueba empírica, desde Jung y Ken Wilber no ha habido otro pensador igual de omniabarcativo y sintetizador. La cuestión es que el patriarcado aparece en el neolítico es una forma de violación y agresión sobre la mujer y sobre el niño. El hombre se hace con el poder con la fuerza para mantener las estructuras sociopolíticas que el neolítico va produciendo debido al sedentarismo y el crecimiento de la población. No sólo es una cultura de violencia, sino que lo es también de abuso y esclavitud. Es la máxima desigualdad a la que la humanidad ha llegado. Y todavía persiste, tanto socialmente, incluido los países “civilizados-democrático”, como en el resto del mundo y, sobre todo en nuestra psique. Sigue funcionando la idea o la creencia patriarcal, a partir de la cual estructuramos nuestro conocimiento del mundo y permitimos y justificamos el mal y la violencia, el poder de los fuertes sobre los débiles, la competencia económica, la esquilamación del planeta y de otras especies, la creencia de que el hombre es dueño y señor de todo lo existente, el antropocentrismo…todo esto, y más, son ideas que están en nuestra psique y que actúan por acción o por omisión en el orden de violencia arbitrario y gratuito establecido que es el orden neoliberal y el poder del más fuerte militarmente y del rico sobre el pobre. Este origen del mal del mundo en la mente patriarcal viene abalado por las religiones monoteístas y las políticas patriarcales con las que se aliaron en el neolítico de los grandes estados y del surgimientos de las grandes religiones patriarcales. Este paso al neolítico fue francamente un gran retroceso en la psique humana y, por ende, en la sociedad.

              Pero, claro, siempre se ha pretendido cambiar el mundo cambiando las instituciones. Y no es que esto esté de más, sino que no es ni el modo, ni lo único. No podemos cambiar lo de fuera si lo de dentro está podrido, nos quedaremos con sepulcros blanqueados. Es necesario un cambio de consciencia, pensar de otra manera, sentir de otra manera, más bien sentir, porque hemos dejado de sentir para actuar como autómatas, actuar de otra manera para que la sociedad y el mundo cambien. Lógicamente, esto conlleva que a la par se funden nuevas instituciones basadas en la nueva consciencia integradora y no patriarcal. ¿De dónde ha de venir el cambio? Pues de la educación. La educación es el vehículo de transmisión de los valores del poder, en este caso de los valores patriarcales. Así que lo primero que habría que hacer no es un cambio en la educación, que es lo que se viene haciendo, sino cambiar de educación. Y esto consiste en una educación integradora. La educación que tenemos se basa en el desarrollo de una parte de nuestro cerebro que es el neocortes, la parte más nueva evolutivamente y encargada del pensamiento racional, crítico y lógico-matemático. Y este desarrollo se vio potenciado por el surgimiento de las ciencias modernas y afecta a otra parte del cerebro dando prioridad a emociones como la competitividad, el éxito, el dominio, el poder, la lucha,…emociones que tenemos en nuestro mesoncéfalo, cerebro intermedio mamífero, sede de los sentimientos y emociones: positivas y negativas, los afectos que los llamaba Spinoza o las pasiones. La educación impulsó con el desarrollo de las ciencias que se hizo posible con esta parte del cerebro, pues la conquista y el dominio de la naturaleza a lo que se le llamó Progreso, un mito, porque estaba basado en un cuento que no tenía nada que ver con la realidad y, un mito, en el sentido más profundo, porque nos cuenta una historia de la realidad que es una distopía y que debemos superar, como es el mito de Prometeo o, modernamente, faústico. La educación debe ser integral y eso significa que debe integrar las tres partes de nuestro cerebro y no hiperdesarrollar una y, por otro lado, debe armonizar los dos hemisferios para que podamos tener una visión global del universo y del hombre en el universo. La visión que nos ofrece el neocortes, muy útil e imprescindible para la tecnociencia, es fraccionada y escindida del todo. La integración de los tres cerebros, más los dos hemisferios nos situaría en un estado de consciencia global e integral, en la que los opuestos coexisten armónicamente y se complementan, como lo masculino y lo femenino, la acción y la contemplación…, sin desmerecimiento, ni de las ciencias, ni las artes, ni la filosofía, ni las relaciones humanas de cooperación, altruistas y compasivas y la dimensión espiritual: la apertura a lo nouménico, a lo inefable. Esta visión integral nos devolvería a la humildad perdida por el camino del patriarcado violento, conquistador y depredador.

 

“El que sufre antes de lo necesario sufre más de lo necesario.” Séneca.

 

              A los estoicos y las filosofías en las que ha influido se las considera pesimistas. Es decir, que tienen una consideración del hombre, la vida y el mundo negativas. Para nada esto es cierto. En primer lugar, es un juicio cargado de valor, una representación del mundo, una creencia. En cambio, el estoicismo, como el budismo, que viene a defender lo mismo de otra manera lo que nos ofrece es una constatación de hechos sin valorar y, además, una forma de salir de ese sufrimiento constatado. La vida es lo que hay y aceptar lo que hay es la ecuanimidad. Cuando no se es ecuánime no se acepta lo que hay, sino que nuestras creencias dan lugar a juicios optimistas o pesimistas-nihilistas. Nada de esto se da en el estoicismo y en el budismo.

La vida es sufrimiento. Es la primera noble verdad del budismo. Ahora bien, es necesario constatar esto para aliviar e, incluso, salir, personal y colectivamente del sufrimiento. Si negamos la enfermedad, la muerte, la guerra, el genocidio, no le damos la dimensión que tienen para poder paliarlos y erradicarlos en la medida de lo posible. Pero, para ello, es necesario aceptar lo que Es, lo que viene dado.

Somos seres que nacen, crecen y mueren y, mientras, desean, tienen alegrías, pérdidas, sufrimiento, enfermedad y muerte. Todos vamos a enfermar y a morir, todos albergamos sentimientos positivos hacia nosotros y hacia los demás, pero también negativos: ira, odio, envidia,… y, precisamente, esos sentimientos, que muchas veces proceden de creencias, ideologías falsas son los que nos producen sufrimiento y los que hacen sufrir. Una cosa muy importante es que todo lo que a nosotros nos hace sufrir también está haciendo sufrir al otro. Si odiamos, sufrimos, pero además hacemos sufrir, incluso llegamos a matar por el odio u el resentimiento. Por eso es tan necesario, como sostienen los estoicos, epicúreos, Spinoza, el Budismo, sanar nuestra consciencia para sanar nuestras relaciones.

Porque, de la misma manera que, cuando sufrimos hacemos sufrir, cuando estamos alegres, la alegría fundamental de Ser, Existir, simplemente, no la de la satisfacción de un deseo particular, pues transmitimos alegría y nos encontramos en armonía con el resto de lo que nos rodea e, incluso, si la alegría es profunda, con el cosmos. Pero, para ello hemos de sanar nuestra consciencia. Y cómo lo hacemos. Pues la sabiduría perenne, tanto occidental, como oriental, que vienen a decir lo mismo desde contextos diferentes, nos ofrecen respuestas. No son recetas, sino caminos que el alma debe recorrer. Y son muy oportunos en estos momentos que corren, porque, por lo menos, desde los orígenes de la modernidad, nos hemos ido alejando de ellos. Y, simplemente, lo que hace falta es volver a ellos. Recuperar nuestra sabiduría ancestral y que somos naturaleza y, en tanto que naturaleza, cuerpos, no máquinas pensantes; sino cuerpos sintientes y que se piensan a sí mismos desde su totalidad. Se conocen a sí mismo desde el propio cuerpo y no sólo, aunque también, desde el pensamiento lógico formal.

En primer lugar, está la aceptación que es asumir la realidad de los hechos sin darle ninguna valoración. Es un hecho que enfermamos y que no nos gusta, que sufrimos pérdidas y nos produce sufrimiento…y así. Pero, claro, igual que no hay que negar, tampoco hay que regocijarse en ello, porque entonces caemos en otro juicio que nos lleva a la tristeza, el desánimo el pesimismo, el nihilismo y la inacción, muerte. No, la aceptación es una actitud activa, pero de no resistencia. Acepto mi muerte, no me resisto a ello. Si me resisto tengo un doble sufrimiento, la resistencia, la lucha y la propia muerte, como bien nos señala Séneca. No es posible evitar la muerte, tras determinados pasos psicológicos hemos de aceptarla, lo ideal sería aceptarla cuando uno está sano y olvidarse ya de ella. Por eso decía Platón aquello de que filosofar es prepararse para la muerte y Spinoza, en nada piensa menos el sabio que en la muerte. Para el sabio Spinoza la muerte, en todo caso, es una bendición, es fundirse con lo universal, dejar de ser un modo particular de lo universal. La aceptación, pues es activa porque no se resigna, eso sería caer en el pesimismo, sino que actúa en la medida de que cambia nuestra consciencia para abrazar, desde la alegría, lo inevitable y, mientras, mantener una actitud de alegría. Y, cuando uno está alegre hace cosas. Y nuestra naturaleza es la acción.

En segundo lugar, es importante no juzgar porque cada vez que juzgamos nos proyectamos en el futuro o en el pasado y recreamos una realidad que depende de nuestros deseos y miedos. De lo que se trata es de vivir en el cuerpo, sentir el cuerpo y el cuerpo es presencia, es aquí y ahora, es eternidad. En cambio, el pensamiento, las preocupaciones, no me refiero al pensar para resolver un teorema, o hacer la lista de la compra o algo similar, sino a ese ruido de fondo que siempre tenemos y que nos mueve del pasado al futuro y a la inversa. Si nos damos cuenta, ni pasado, ni futuro tienen entidad salvo en la consciencia. Son la representación de la realidad en nuestra consciencia. Y esas representaciones nos hacen sufrir y producen inmenso sufrimiento. La cuestión es pensar desde el cuerpo, es decir, vivir, sentir, no reducir el vivir al dirigente (cogito ergo sum) de la máquina del cuerpo, no, el cuerpo no es una máquina, es sintiente, lo que ha ocurrido es que lo hemos reducido desde el pensamiento lógico formal, lo hemos anulado, por eso hemos perdido consciencia. Si pensamos y sentimos desde el cuerpo experimentamos el cuerpo como presencia, sus placeres, el de estar vivo es esencial, sus dolencias, pero no proyectamos y podemos observar, como testigos, nuestros estados mentales negativos que nos afectan a nosotros y a los demás. Por eso la cita de Séneca, si anticipamos el sufrimiento lo doblamos, además de que puede herir a otro. El sufrimiento es inevitable, pero si lo aceptamos deja de ser sufrimiento y es dolor, no hay milagros, el dolor existe, pero no es lo mismo que el sufrimiento que arruina mi vida y la de los que me rodean.

Y, por último, además de la aceptación y del no juicio, es muy importante el cultivo de las virtudes; empezando por la alegría, la gratitud, el amor, el asombro, la curiosidad, el deleite ante la belleza, la magnanimidad, la generosidad,….todo ello produce bienestar en nuestro espíritu que se transmite hacia los demás. Pienso que este análisis vendría muy bien para lo que tenemos encima, que ya lo teníamos, pero no habíamos caído en la cuenta. Vivíamos una distopía creyendo que era una utopía. Pero la verdad acaba apareciendo y el colapso civilizatorio es una realidad, el fin de la civilización tal y como la conocemos es algo real, ahora bien, si lo aceptamos, entonces no tiene que ser una tragedia.

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“Sal de ti mismo a esconderte de tu tirano interior.” Paco Grande. Hendiduras. Aforismos de la individuación.

 

 

 

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Atisbos de luz. Conferencia con las estrellas

Atisbos de luz y del Ser. Conferencia con las estrellas.

La escritura mata al pensamiento auténtico. Éste es una unión, una identificación con el Ser. Una identificación desde la diferencia. El pensamiento intelectual tiene su misión, desde la propia vida cotidiana hasta la ciencia más profunda, pero no es el Conocimiento.

Nuestro Ser es fluir con la totalidad de lo que hay, esto es ser Sabio. Conocer intelectualmente es un gran valor, pero no es la sabiduría. Cada uno puede decidir a qué se quiere dedicar. También uno puede caminar hacia la sabiduría y tener como oficio el intentar entender cómo funciona todo esto; es decir, recorrer el camino de la sabiduría y el del conocimiento intelectual.

No obstante, el fin propio del conocimiento es la acción; esto es, el Ser. ¿Cómo vivir?

En la medida en la que nos consideremos diferenciados, separados de Lo que Hay, sufrimos, en cuanto nos reconocemos como Lo que Hay, nuestra consciencia se hace Consciencia.

Todo lo que es, Es, pero lo que Es, no es una cosa, sino un Proceso. Pero un Proceso sin tiempo. El tiempo es psicológico, no existe un tiempo físico, ni cosmológico ni, por tanto, metafísico. Lo que Es, es desde la eternidad. Y la eternidad no es duración. Sintonizar con este Conocimiento es permanecer en el Ser, permanecer inalterable.

La sabiduría se vive, no se puede escribir. El docto puede hacer teorías sobre los caminos hacia la sabiduría, pero, en la medida en la que la sabiduría se alcanza sólo queda mostrarla o el silencio, no hay demostración y, mucho menos, una receta para llegar a ella.

La libertad no consiste en la resistencia, sino en actuar conforme al propio Ser. El problema es la ignorancia del Ser. Cuando luchamos, no estamos en el Ser, sino en las apariencias. Soñamos, curiosamente, que estamos despiertos.

La libertad es aceptación. Cuando aceptamos lo que hay, entonces pueden empezar a cambiar las cosas.

Pero no se trata de discutir esto como una teoría. Esto es una práctica. La espiritualidad es experienciable, no es una teoría.

Si vivimos esta libertad, pues la entenderemos, pero no con los ojos del entendimiento, sino con los del corazón. El resto de libertades, como por ejemplo la libertad política, vienen por añadidura. No son lo primero. Si uno acepta, llega a ser libre. Entonces accede a la compasión. Sus actos se basarán en este sentimiento.

Además, el que vive desde la aceptación no vive separado del Ser. Tiene Consciencia y no vive en la dualidad. Siente el dolor del otro como suyo; porque, en realidad, somos Uno. En un mundo organizado desde esta Consciencia no existe el conflicto, aunque existan los opuestos, pero los opuestos son la esencia del Ser. La armonía de los contrarios, pero no la lucha. Lucha es escisión, armonía es Amor incondicional.

Vivir es dejarse llevar, estar en sintonía con el Ser, si luchas, pierdes.

El mal es una realidad ineludible. Ahora bien, ni el mal ni el bien existen de forma independiente, ni absolutas, son una comunidad, están en armonía. Ahora bien, no siempre.

El mal está en nuestra falta de conciencia, en nuestra ignorancia. El mal es, entonces, sufrimiento, para uno mismo y para los otros. Pero los humanos no aprendemos por placer, sino a base de equivocarnos, de la ignorancia, del sufrimiento. Las emociones y los sentimientos son nuestras maestras.

La armonía de los opuestos es el Ser: bien y mal conforman el Ser. Esto quiere decir que, si queremos contemplar el Ser, tener conciencia plena, inevitablemente, hemos de sufrir. Ahora bien, que la vida sea sufrimiento no quiere decir que haya que anclarse en él, sino que es el modo de aprendizaje, aunque nos lleve, que es lo normal, la vida entera. La experiencia del mal nos lleva a la realización del bien. El que no tiene conciencia de que hace el mal y de que vive en el mal, no sale del mal y produce un gran dolor y se lo produce a sí mismo.

El problema del mal hace estallar al entendimiento. Sólo podemos acceder a la comprensión del mal desde una conciencia plena, pero esto sólo ocurre en raras ocasiones. Por ello, lo esencial es permanecer en la conciencia de desapego, en el olvido de nuestra historia personal para no caer en el lado egoico y pensar cósmicamente. Es decir, soñar desde lo universal. Soñar la realización de un mundo mejor y hacerlo en nuestro entorno y en nosotros mismos.

El desapego o desasimiento es la clave para superar nuestro dolor, pero ello no evita el sufrimiento del mundo. Pero en la medida en la que cada cual se hace conciencia más universal y desapegada el mal universal retrocede, encuentra su equilibrio.

La eliminación del mal universal comienza por la toma de consciencia de uno mismo. En todo caso, el mal universal no se elimina, sino que encuentra su equilibrio. En última instancia lo que sucede es un acto de comprensión y, tras él, una acción. Pero el mal siempre estará ahí, si no, no habría bien.

El fondo de todo es la no dualidad, que es el no dos, no la Unidad indiferenciada. El cosmos se hace consciente de sí mismo a través de nuestras emociones que nos muestran la separación. El cosmos, o Todo lo que Hay es un acto de creación permanente. Y en ese acto de creación se produce la diferencia y escisión, que en el hombre y en cada ser se expresa por el dolor y el sufrimiento, que no cesa hasta que no recuerda su origen, la Unidad (no dos). La Unidad indiferenciada es una abstracción imposible. Si el universo se está autocreando continuamente está produciendo su diferenciación y la aparición de la diversidad. Que es lo que le permite su autoconocimiento. Somos el Ser en su proceso de autoconocimiento.

Ahora bien, dentro de la diversidad está lo esencial de la Unidad. Por eso la Unidad habita en cada ser, pero también la diferencia. Es el equilibrio entre la unidad del Ser y su diferencia lo que buscamos. La diferenciación nos ha llevado al olvido del Ser, al intento de dominación de todo lo que hay. Es el espíritu prometeico y por eso destruye la tierra, los animales y al hombre. Si no recordamos quienes somos y alcanzamos la armonía de los opuestos nos autodestruiremos, pero podemos hacerlo, podemos evitarlo.

La forma es el desapego, el desasimiento. Olvidar que somos una historia personal. No identificarnos con la historia personal, somos más que esa historia, somos Yo Soy, consciencia plena. Si nos desidentificamos de todas nuestras historias, nuestra consciencia se ampliará.

Generalmente, todas nuestras historias se basan en tres arquetipos: víctimas, verdugos, salvadores. Pues, cuando nos identificamos con una de estas tres cosas o, normalmente, con las tres, nos separamos de la Fuente, de nuestra esencia, del Yo Soy. No es que no existan esas historias personales, sino que no podemos identificarnos con ellas. Ése es el juego. Y ése es el camino del guerrero espiritual o la senda del Chamán, da igual cómo lo llamemos.

De ahí lo del desapego o desasirse de todo. Es el desprendimiento de todo lo que creemos que nos pertenece lo que nos libera. Pero lo más difícil no son las cosas materiales, incluso los seres queridos, sino, que lo más difícil es el yo que hemos ido construyendo en nuestra vida. Ese yo es la historia personal que hemos ido construyendo. La misión del guerrero es atreverse a deconstruir todo aquello que significaba su vida: desasirse, desprenderse. Y eso es la liberación.

Porque de lo que nos liberamos es del yo, de ese pequeño yo. Entonces surge el Yo Soy, la consciencia plena y desidentificada. Ya no tiene sentido lo anterior. Y, por eso, aparece el miedo a la nada. Porque es la muerte de nuestra historia personal, de nuestro pequeño yo. Pero es ese yo egoico el que nos hace sufrir, si desaparece, desaparece el sufrimiento y la intención de producir sufrimiento porque ya no hay egoísmo, ni miedo, por tanto, todos los vicios, todos nuestros demonios, desaparecen.

Y nos instalamos en la consciencia plena y miramos desde la eternidad, lo que llaman el aquí y el ahora. Estamos fuera del tiempo, aunque nuestra existencia psicológica transcurra en él. Pero no nos identificamos con él.

El tiempo y el yo van unidos. Sin yo, no hay tiempo. Y sin tiempo no hay miedo, ni soledad. El miedo es el origen de todos los vicios. Y ese miedo es miedo, fundamentalmente, a la soledad. Un vicio es un apego: emocional, a substancias, a personas, a cosas…todo aquello que creemos que nos va a devolver nuestro ser, cuando, en realidad, nos está alejando de él.

Por eso, son los apegos, los vicios, los que nos hacen sufrir, pero, si los escuchamos, son los que nos permitirán desasirnos del yo y ampliar nuestra consciencia desidentificándonos de nuestra historia personal.

Y esto entra dentro del mito del héroe. No se trata de ser feliz y, mucho menos, en el sentido en el que se le da hoy en día. Si hablásemos de la felicidad en el mundo griego, que tenía que ver con la virtud, pues, bueno, entonces, sí.

No se trata de la felicidad, una quimera que se persigue por doquier, un artículo de consumo más. Sino de una vida heroica en el sentido de vivir al límite, de enfrentarse con la muerte y traspasar sus fronteras.

Una vida heroica es aquella en la que uno lucha consigo mismo para vencer sus demonios. No es un plato de buen gusto para nadie. Y, de hecho, nadie lo quiere. Todos prefieren la normalidad, lo establecido, lo heroico lo dejamos para las películas y así satisfacemos nuestra conciencia herida.

Pero es la vida heroica la del camino de la iluminación o el despertar. Sin autoconocimiento, sin autoindagación, no hay heroísmo. Si no nos damos cuenta de quienes somos y quienes no somos, no saldremos de nuestro autoengaño. Y ese engaño no es más que la justificación de nuestro ego y, socialmente, la justificación del orden establecido.

El conócete a ti mismo, la autoindagación, son pilares de tradiciones sapienciales muy antiguos y que, de ninguna manera, han sido superados. Pero nadie dice que el conocimiento de uno mismo sea un camino de rosas. Al revés, el conocimiento de uno mismo es el enfrentamiento con nuestra máscara, con nuestro engaño o con nuestra sombra.

Conocerse a sí mismo es poner al descubierto nuestras emociones y nuestras creencias. Ambas nos limitan a lo que creemos ser. Pero eso que creemos ser, donde nos sentimos a gusto, no es más que un teatro de máscaras. El autoconocimiento es desenmascararnos. Es darnos cuenta de saber que no somos lo que creemos ser.

El autoconocimiento es un proceso aniquilador. Un proceso doloroso que nos lleva a la nada. Es decir, no somos nada de lo que creemos ser, ninguna de nuestras ideas se sostiene porque todas quieren sostenernos. Lo único que somos es una negación de todo lo que creemos ser, de todas las máscaras y personajes que representamos.

Pero, para llegar a este punto es necesario el desengaño de lo que se cree ser. Y, por eso, el autoconocimiento es una tarea heroica. No está hecha para débiles ni pusilánimes, y, menos, cobardes, es necesario: valor; es decir, virtud, fuerza.

Y es heroica porque es un desgarro, un enfrentamiento con nuestra sombra. Aquella que siempre nos persigue. Tenemos que adentrarnos en esa sombra y ver en las tinieblas lo que somos, de dónde venimos, qué ocultamos a nosotros mismos y a los demás. Entonces, cuando hayamos disuelto la sombra, aparecerá la luz. Pero la luz es la nada de nuestro ser. Lo que somos auténticamente es vacuidad.

Pero la vacuidad es la ausencia de ser, de cosas, no de procesos ni relaciones. Lo que somos realmente en esencia es el Ser o, mejor, la Conciencia. Claro, pero para darse cuenta de ello es necesario el camino del desapego o desasimiento, cuando no tenemos nada, no somos nada, entonces somos libres, nos hemos liberado de los confines de las máscaras del ego y hemos trascendido a lo transpersonal, al Ser, o como le quieran ustedes llamar.

Por eso, la liberación, requiere de un acto de heroísmo. Pero también requiere del soñar. Soñar con que se puede. La esperanza, aquello que quedó en la caja de Pandora. Y esto último sí es el aspecto positivo del pensamiento. El pensamiento positivo como fuerza creadora del soñar. Soñando nos donamos de sentido a nosotros y al mundo. Nos autocreamos. Y aquí es donde sí que juega un papel importante el pensamiento positivo.

El pensamiento positivo tiene que ver con la capacidad de ensoñar. Y ensoñar es recrear. Sin la capacidad de soñar no podemos crear otro mundo ni cambiarnos.

El mundo es una representación. En la medida que esto es así, nosotros tenemos la capacidad de cambiar esa representación.

Nuestras emociones dibujan la representación del mundo que tenemos, lo mismo que nuestras ideas y creencias. Es decir, que el mundo es fruto de nuestra representación subjetiva, independientemente de que existan patrones neuronales que hagan que todo el mundo perciba el mundo, más o menos, de la misma manera. Aunque esto sea así, pasan dos cosas. La primera es que esta representación no agota la totalidad de la realidad y la segunda es que la representación es fruto de nuestras creencias, opiniones, estado emocional…y cosas similares.

Y aquí es donde entra la capacidad de ensoñar y el pensamiento positivo (éste no tiene nada que ver con el positivismo psicológico que no ve sombras en el mundo, que ve todo de color de rosas) La capacidad de ensoñar es la recreación del mundo y de nuestra vida a partir de un cambio en nuestras creencias, opiniones, emociones…

Como bien decía Spinoza, los afectos o pasiones proceden de un estado de conocimiento adecuado o no adecuado. Un conocimiento erróneo nos lleva al estado de miedo, odio y tristeza. Mientras que un conocimiento adecuado, correcto, nos lleva a la alegría, el agradecimiento y el amor.

Ensoñar es la capacidad que tenemos de recrearnos a nosotros y al mundo. Pero, claro, ensoñar es esa capacidad ejercida desde el lado positivo de nuestro Ser. Desde la alegría y el amor.

Ensoñar es un acto de la voluntad a partir del cual recreamos una imagen, una representación del mundo y de nosotros, como desearíamos que fuese. Pero, eso sí, siempre desde el pensamiento correcto y adecuado que genera una actitud positiva que es la alegría de vivir. Y, una vez que tenemos una representación del mundo y de nosotros, basada en la intención, la voluntad, pues viene la acción.

Por eso es muy importante el pensamiento adecuado, correcto y positivo. Porque el pensamiento genera la representación, esa representación está guiada por los afectos o emociones. Ahora bien, las emociones adecuadas son las positivas: la alegría, porque son las que potencian nuestro ser. A partir de esta emoción deben surgir las representaciones, porque las representaciones crean un sentimiento y el sentimiento una acción.

Si queremos cambiarnos y cambiar el mundo lo tenemos que hacer desde el pensamiento positivo, desde lo que Spinoza decía, la alegría y el amor. Estas emociones básicas condicionan nuestra acción. Y, en último término, es la acción la que transforma el mundo.

La realización espiritual no puede ir separada del cambio social.

Es necesario aunar la sabiduría, la unión mística y su búsqueda, con la búsqueda de la justicia.

El hombre es un animal social y, como tal, se realiza en sociedad; bregando consigo mismo y con los demás. Tiene que vérselas con su sombra y con la sombra de la humanidad.

El conocimiento de nuestra sombra, de nuestra separación y el camino de nuestro autoconocimiento que nos lleva hacia la luz iluminando la sombra, una vez reconocida y asumida es un proceso absolutamente necesario para transformar el mundo.

La transformación del mundo no puede venir sólo de una transformación exterior, de un cambio, meramente, de instituciones, sino de un cambio del sujeto. Y este cambio implica contemplar y desarrollar la dimensión espiritual que somos.

Y esa dimensión espiritual que todos somos consiste en el reconocimiento-vivencia de que somos Uno. Es necesario recordar-revivir nuestra unidad primigenia. El problema desde el comienzo del neolítico es que nos hemos ido separando de la tierra y el cielo y, a media que hemos perdido esa conexión, nos hemos desconectado de nuestro propio ser. Hemos creado mundos artificiales que no son más que delirios: religiones, ideologías, en el fondo todos cuentos para acceder a lo que hemos ido perdiendo y cuentos que el poder ha utilizado para dominar. Porque el poder ha eliminado, en la medida que ha podido, la espiritualidad, porque la dimensión espiritual del hombre es una dimensión revolucionaria. Implica y conlleva un cambio radical de la sociedad, un vuelco. Se trata, ni más ni menos, que de trascender el antropocentrismo.

En la actualidad hemos llegado a las cotas más altas de delirio colectivo e individual. La escisión es máxima, el hombre está perdido. Es necesario una vuelta a la naturaleza, como ya reclamara Rousseau. Esto no es un primitivismo, sino que se trata de una recuperación de la naturaleza en el sentido del cambio de nuestras falsas ideas sobre el ser humano y la tierra.

No somos los dueños de nada. Somos Vida, pero lo somos como todo lo que hay. Y en la Vida no hay grados, Todo lo que Hay es Vida y nosotros formamos parte de esa Vida. Ni estamos separados, ni mucho menos, somos dueños y señores de nada. Es decir, que el cambio pasa por cambiar nuestras falsas creencias, nuestro sueño prometeico y eliminar la hybris, el monstruo, que llevamos dentro. Ese monstruo no es más que una falsa percepción.

Y todo cambiaría cambiando esa percepción. El mundo en el que vivimos es el mundo que interpretamos. Pero lo hemos interpretado mal. Y ese es el mal del mundo y del hombre. El mal del poder y de la dominación. El hombre, en su separación lo que ansía es poder, es dominar. Y el poder y la dominación se ejercen por la violencia. Es un dominio del hombre sobre el hombre y del hombre sobre la naturaleza.

La sumisión, no es tampoco una victimización. La sumisión es permitir el dominio. De ahí que la sumisión sea cómplice del poder del hombre sobre el hombre, de la tiranía, de los totalitarismos y de la explotación de la Madre Tierra. Aquí reside todo el mal.

Por eso no es necesario más que un cambio de percepción. Si miramos de otra manera, veremos otro mundo. Pero es que, además, tenemos la posibilidad de mirar de otra manera que es la manera primitiva o, mejor, primigenia. Tenemos la posibilidad de mirar con el ojo del espíritu, no sólo con el de nuestro ego, ni las manipulaciones ni mitos de la mente.

Y esa forma espiritual de mirar nos muestra un mundo en el que habitamos, en el que estamos en relación, interser, no hay nada separado, un mundo en el que participamos y al participar, creamos y soñamos.

Por eso, el cambio en el mundo es el cambio en el sujeto, en su forma de mirar. Para ello ha de luchar con sus demonios internos, con su sombra, que está llena de creencias y falsas ideas y de apegos, que condicionan su visión del mundo y su hacer en el mundo. Si cambiamos ese interior por la Luz de la Unidad, entonces ya hemos empezado a cambiar el mundo. Y a medida que caminamos hacia la sabiduría lo hacemos hacia la justicia.

Y, todo ello, tiene que partir del silencio interior, de escucharnos a nosotros mismos: nuestras emociones, nuestros sentimientos, las ideas que tenemos (de dónde vienen y cómo me condicionan.) Tenemos que ponernos en comunión, por otro lado, e imprescindible, con la naturaleza. Somos naturaleza, estamos conectados a ella, pero lo hemos olvidado y hemos creado un sueño de grandeza y dominación que es el sueño prometeíco y bíblico de creced, multiplicaos y dominad la tierra.

No se trata de reformas políticas superficiales, ni de sostenibilidad. Todo esto está dentro del marco de la conciencia escindida y dominadora. Se trata de una comunión real y profunda con la naturaleza. De un volver a sentir la vida que es la naturaleza en nosotros mismos y ser capaz de recuperar nuestra identificación con ella. Se trata de sentir el viento, el olor de la flor, el olor del amanecer, la inmensidad del firmamento plagado de estrellas, la fuerza del mar, la altivez de un árbol, la ligereza de una gacela, la panciecia colaboradora de los insectos, la precisión del águila… Se trata de una inmersión en la naturaleza, en tanto que vida, y sentirnos acogidos en su profundidad.

El cambio de nuestra sociedad, lo que llamamos justicia social, depende de nuestro cambio interior y, nuestro cambio interior depende de nuestro autoconocimiento y de nuestro reconocimiento en la naturaleza en tanto que pertenecemos a la naturaleza, somos naturaleza, somos vida, ni más ni menos que otra vida.

Y eso no es ninguna cuestión intelectual, ni de argumentación. Es un proceso del sentir, si no lo sentimos, de más están los discursos bienintencionados de miles de libros. Hemos de reconocer-sentir que todo lo que nos rodea es Vida y que estamos sumergidos en esa corriente de la vida. El olvidarlo es el separarse y esa escisión es el mal, el sufrimiento particular, de la humanidad y de millones y millones de seres.

Por eso, la percepción dominadora, además de ser un genocidio, es un ecocidio. Aunque, en realidad, el genocidio es una parte del ecocidio, porque nosotros somos parte de la ecosfera. Es necesario el sentir, no el pensar, no se trata, en primer lugar, de tomar medidas, eso vendrá después, cuando se haya producido el cambio de conciencia. Se tata del cambio interior; de disolverse como ego particular y en guerra con todo y fundirse en la Tierra y de la Tierra al Cosmos.

El antropocentrismo, que ha creado la dominación, el poder, el ecocidio, el colapso civilizatorio en el que nos encontramos, es una percepción que conlleva el mal, es ignorancia y olvido de nuestro Ser. Recobrar nuestra identidad es recobrar una percepción correcta: ecocéntrica e, incluso, cosmocéntrica. Pero toda nuestra sombra, y la sombra del inconsciente colectivo de la humanidad está anclada en el antropocentrismo que nos ha llevado casi al final, a nosotros y a la tierra (no sólo es un clamor el dolor del hombre, lo es aún mayor, el dolor de la tierra, pero nuestra visión antropocéntrica nos impide verlo.) Por eso hemos de desarmar el antropocentrismo, pero no sólo con argumentos, sino con la facultad superior del Espíritu; es decir, desde el amor que nos lleva a la Unidad.

Son muchos los fantasmas y demonios, interiores y exteriores con los que nos vamos a encontrar si nos atrevemos a iniciar este proceso, pero es imprescindible soñar desde la mirada amplia del místico, el mago, el chamán. Y percibir que hay otros mundos, que no todo se reduce a la materia y a nuestra dominación sobre ella. Que todo está en relación, que todo es un flujo de energía y que nada ocurre porque sí.

No merece la pena perder el tiempo en las viejas formas políticas. Mientras no se consiga un salto en nuestra conciencia egoica a una conciencia transpersonal y en unión con la naturaleza, no habrá cambio social, ni justicia. Seguirá la guerra, el hambre, la destrucción de la vida en la tierra, la esquilmación de todo lo que la tierra nos da pero nosotros nos tomamos la licencia de robárselo, sin agradecer, todo lo contrario, hiriendo, destruyendo, sin sensibilidad.

Y la clave del cambio de nuestra conciencia es el agradecimiento y el amor. Esos son los motores que nos animarán, desde un pensamiento positivo, desde la capacidad de ensoñar, a luchar en la senda del guerrero contra los demonios de dentro y de fuera.

No existen las cosas, o las sustancias. Todo es un proceso, un eterno fluir de lo mismo. El río de la Vida.

Las cosas, separadas, son una forma de nuestra percepción, pero no son la realidad. La equivocación comienza cuando creemos que las cosas que vemos son la realidad toda.

Esas cosas que percibimos, además de concebirlas como separadas, como sustancias, las pensamos como materiales e identificamos lo físico, con lo material y lo material con todo lo real.

Esta forma de percepción no es más que el sueño del interior de la caverna. Evidentemente, una estructura adaptativa del cerebro, pero, que sea una estructura adaptativa del cerebro, no implica que sea la realidad toda. Cada especie percibe de una manera. Y, el hombre, como ser cultural, percibe de múltiples formas. Recrea la realidad.

La realidad es una realidad participada. Fruto de lo de fuera y de nuestra construcción, pero, con cuidado, no estamos separados de lo de fuera. No hay ni fuera, ni dentro. Todo es lo mismo.

Que todo sea lo mismo significa que todo está en relación, lo que podemos llamar el interser. No hay ser sino interser o relación. No existe lo aislado, todo está en relación con todo lo demás. Si cogemos un objeto y lo analizamos, por ejemplo el teclado sobre el que escribo, inmediatamente me pone en relación con el vendedor, a su vez con el fabricante, después con el fabricante de materiales, con el diseñador, con el que extrae las materias primas. Y, si sigo ahondando, llego, ni más ni menos, que al origen del universo.

Cada objeto del universo me pone en comunión con el todo, con el fondo creador de todo lo que hay, con el Ser. Y, lo mismo sucede con mis emociones y sentimientos. Por eso, lo importante, respecto a éstas, es el desapego, es la autoobservación, la autoindagación, el desidentificarse, de lo contrario, cosificamos las emociones y nos convertimos en: ira, cólera, envidia, egoísmo,…

Sin embargo, si observamos nuestro mundo interior de afectos o emociones, nos daremos cuenta de que, para empezar, no somos nosotros y, para continuar, observamos que son en tanto que relación con lo que nos rodea y fruto de esa falsa visión de considerar a lo que me rodea “cosas” materiales que me afectan.

Por el contrario, si ilumino desde la luz de la alegría todo mi Ser, no me sentiré separado, sino que vivenciaré a lo otro, como algo que no es otro, sino yo mismo. Me podré identificar con lo otro. Entonces, los vicios, nuestros demonios, desaparecen en la alegría de la Unidad.

Esta alegría llega a su máximo grado, en lo que Spinoza conocía como el tercer grado del conocimiento, que él decía que era el amor intelectual a Dios. Es el éxtasis de los místicos, los chamanes, el samadhi de los yoguis, el nirvana budista…en fin, cada cultura ha producido su imaginario que las hace tan diversas. Pero la esencia es la misma.

El amor a Dios, que Spinoza identifica con todo lo que hay, no personifica, sino que es todo lo que hay y que él llama: Naturaleza, lo cual es importante, porque la naturaleza es la vía directa de ascenso a la divinidad, es algo que se da de forma directa, una intuición, una inspiración, un estado de gracia, no hay intermediarios, ni mucho menos, argumentación.

Lo de la naturaleza tiene una doble importancia. En primer lugar, llamar a todo lo que hay, naturaleza, crea un vinculo con aquello de lo que nos hemos desconectado y por ello nos sentimos vacíos. Y eso es, la naturaleza. La naturaleza en su dimensión de lo Sagrado. Y en la que estamos inmersos. Cuando captamos esta dimensión surge la intuición del amor a la naturaleza y el estado de alegría. Ya no puede existir la soledad, el abandono, uno es la naturaleza. Uno lleva el universo dentro. Porque si nos remontamos en lo que somos, interser, llegamos al origen mismo del universo y porque cada ser del universo es el centro del mismo y su circunferencia, su fin, no está en ninguna parte.

Pero lo importante es que estas palabras no sean más que una guía hacia el sentir. Lo importante de estas palabras, no es lo que dicen, sino lo que muestran, a donde apuntan. Lo místico, no se puede decir, sólo se puede mostrar.

Que todo lo que hay sea interser, relación implica que nada tiene un comienzo ni un fin, eso es otro error de la percepción, otro sueño, otra apariencia del interior de la caverna. Observar que lo que es, es relación, es fluir, es sumergirse en el río de la Vida, que es el cambio constante de siempre lo mismo. Nada nace, ni perece, porque, en realidad, no hay nada.

Que lo que hay sea relación nos ayuda al desapego. Nada nos pertenece, todo pasa, todo fluye, todo es una relación. Y, si seguimos profundizando en esa autoindagación, nuestro ser, como ser en relación nos lleva a la vacuidad.

Precisamente, la vacuidad es la ausencia de ser, pero no la Nada. Es decir, la ausencia de cosas, pero la potencialidad infinita de Ser (entendiendo ser como proceso, como corriente de un río que a la vez nunca es el mismo, pero siempre permanece el mismo) es la emergencia no dual de todo lo que es.

Otra cuestión importante de considerar a lo que hay como Naturaleza, al modo de Spinoza, es que nos permite tomar conciencia ecológica. Y esto tiene una dimensión política. Una conciencia ecológica profunda, no meramente de postín, ni publicitaria. Y nos conecta, como ya hemos dicho, con la más antigua forma de espiritualidad: el chamanismo (o, mejor, los chamanismos)

Y esto nos permite, nos da acceso a dos cosas, la primera es el cuidado de la naturaleza más cercana, la naturaleza, y nosotros como tal, formamos el ámbito de lo sagrado, de ahí la reverencia que se merece, no es objeto de mercado. Este simple cambio de conciencia sería una revolución para la humanidad. Y, en segundo lugar. Volver a conectar con la naturaleza, lo Sagrado, no abre las puertas de la percepción. Y dejamos de identificar lo real, con lo físico y lo físico con la materia. El Universo se amplia y el observador es lo observado. El Testigo se funde con lo atestiguado.

Y, para ello, sólo es necesario observar, con apertura y desde el amor, y desbordando alegría, como le gustaría decir a Spinoza. No con el intelecto y los límites del lenguaje. Estos sirven para hacer ciencia, que está muy bien, pero que ni agota lo Real, ni tiene nada que ver con la visión mística, la gracia…

Desde siempre me he sentido atraído, como si fuese por una fuerza magnética por la pintura de Goya, especialmente por sus pinturas negras. Goya ha visto el lado oscuro de la vida, del hombre y de la naturaleza humana. Lo ha podido transitar. De lo contrario, no hubiese podido llegar a tal precisión y virtuosismo en sus pinturas.

Sus pinturas son un reflejo de los demonios que nos habitan. Del sufrimiento que nos producen. Nos ponen en contacto con aquello que no queremos ver, que queremos olvidar u obviar, aquella parte que debemos sanar, pero que, mientras que no lo hagamos, somos.

No es explicable la historia de la humanidad y de su relación con el planeta, que le dio la vida, sin contar con estas fuerzas oscuras que nos dominan y nos pueden llevar al autoaniquilamiento individual o colectivo. La historia de la humanidad, en gran medida, es la historia del horror, del genocidio, del abuso del débil, del crimen consentido y frío. Pensar lo contrario es simplemente engañarse.

No estoy diciendo que la historia de la humanidad y el hombre mismo se reduce al mal. Estoy diciendo que forma parte de su naturaleza. Y que no es una dualidad. Mal y bien conviven en el hombre y en la historia, pero olvidar el horror es volver a repetirlo, tanto individualmente, como colectivamente.

El mal es nuestra sombra. Nos persigue y es inseparable. Pero no nos atrevemos a bucear en ella. La frontera que nos separa de nuestra sombra no es, ni más ni menos, que el miedo. Sentimos pavor a saber quiénes somos, lo que piensan de nosotros, nos ocultamos a nosotros mismos nuestra propia naturaleza y la proyectamos en el otro. De esta manera nos vemos libres de culpa y encontramos un chivo expiatorio: el otro.

El mal es el horror que sentimos a la mirada del otro que es el único que descubre nuestra naturaleza y en el que nos vemos reflejado. Consideramos al otro como diferente porque no nos reconocemos en él. Entonces es objeto de nuestro miedo y el miedo desata nuestros demonios: la ira, el egoísmo, la envidia, la culpa, la vergüenza… y entonces arremetemos contra él.

Creemos que eliminando al otro nos veremos libres de nuestra sombra, pero la sombra no se despega de nosotros. La sombra solo puede iluminarse. Y se ilumina desde la aceptación y la rendición a nuestra naturaleza.

Pero para que esto se pueda dar es necesario el autoconocimiento. Porque, en el fondo, el mal es la ignorancia más el miedo. Porque la ignorancia, el no saber, produce miedo. Y, por eso, es necesario saber, atreverse a saber. Admitir nuestra ignorancia para empezar, de lo contrario seremos víctimas del demonio, o vicio de la vanidad.

Y, como sabemos ya desde el Eclesiastés, todo es vanidad. Todo lo que hacemos lo emprendemos desde un presunto saber. Saber que no es más que una justificación de nuestra ignorancia y una huida hacia delante, un no querer saber quienes somos, qué guardamos dentro de nuestra historia personal que nos impele a actuar tal y como lo hacemos.

Ese miedo y esa vergüenza nos llevan a arremeter contra el otro (nuestro espejo, nuestro reflejo) nos lleva a su aniquilación, a la humillación, a consentir el mal que otro hace. No habría habido totalitarismos en el mundo, hoy estamos bajo uno de ellos, el sistema neoliberal tardocapitalista que está cometiendo un genocidio y ecocidio, si no lo consintiésemos.

Pero lo consentimos porque en el fondo tenemos miedo, porque nuestra propia sombra nos arrastra. Porque nuestra historia personal está en la sombra, porque no nos hemos atrevido a iluminarla.

Sólo nos deslizamos de la oscuridad a la luz por el conocimiento, por la toma de conciencia. La luz y el bien iluminan. Son como las ideas platónicas que iluminan el mundo del interior de la caverna, son la luz en las tinieblas, como dice el evangelio de San Juan. Porque luz y tinieblas se complementan, no existen separadamente, ni puede existir una de ellas sola. No hay luz, sino hay oscuridad. Pero ambas son lo mismo manifestándose de una forma distinta.

Pero no podemos acceder a un estado de conocimiento luminoso si estamos dominados por el miedo. Por eso es necesario el valor. El atreverse y, una vez que ponemos en marcha el motor del valor, hace falta esfuerzo. Sin esfuerzo, todo es vano.

La virtud del valor, casi una repetición, es el fiel de la balanza entre los vicios y las virtudes, entre los ángeles y los demonios. El valor es el que nos permite adentrarnos en el alma y en la sombra que esta proyecta, ya sea a nivel individual o colectivo, y llegar hasta la herida e ir sanando poco a poco, con aceptación de quién soy y con la alegría de ser, el bien, la belleza, o la luz, como lo llaman otros.

Pero ésta es la lucha del héroe, aquel que se atreve a estar por encima de su destino, aquel que no se somete a su sombra, aquel que es capaz de crear y autocrearse. El que es capaz de soñar una vida nueva y mejor, para sí y para la humanidad.

Con la mirada heroica, llena de valor, alegría y amor, se retiran las sombras, se diluye el miedo, se acaba el sentimiento de soledad y de vergüenza y con ello, se disipan: la ira, el odio, la venganza… Nada de esto tiene sentido ya.

Pero el viaje del héroe es imprescindible para conquistar la luz, la verdad y la libertad. Y todos nuestros mitos (saber ancestral) nos lo recuerdan. Y estos mitos están en nuestro inconsciente, Ulises, por ejemplo, que es el más paradigmático, y en el de la humanidad. El problema es que lo inconsciente es inconsciente. Y de lo que se trata es de un viaje alquímico, de transmutación de los demonios en ángeles, de los vicios en virtudes. Y, para ello, es necesario hacer consciente lo inconsciente, salir de las sombras de la caverna hacia la luz del mundo exterior.

Pero, aún así, una vez que hemos salido, que hemos contemplado la luz, el bien, la belleza, nuestro sino es volver. Nuestro lugar no es la isla de los bienaventurados, como dijera Platón, sino el de los hombres. O, como dijera Jesús de Nazaret, de lo que se trata es de estar en el mundo pero no ser del mundo.

El héroe ha recreado un nuevo mundo para sí y para los demás, pero ha tenido que pasar innumerables pruebas, ha tenido que reconocer su ignorancia y su autoengaño y su naturaleza maligna debido a ellos, y su debilidad y miedo y aceptarlo todo hasta llegar a la muerte misma. Y de su muerte, como ego, renacerá de nuevo, con una conciencia ampliada, permaneciendo en el Ser, en el equilibrio, viviendo desde el amor y la alegría, pero en el ajetreo de la vida cotidiana entre los hombres. Como el pastor que vuelve al mercado en el budismo zen después de alcanzar la iluminación.

La espiritualidad ha sido expulsada del mundo por el reduccionismo científico. Pero la ciencia no abarca ni explica la realidad. El reduccionismo científico es la muerte para el hombre. Es la transformación del hombre en objeto, en máquina. El mundo queda desencantado.

La ciencia es un discurso que se basa en la razón mecánica, pero la razón mecánica no explica la totalidad de lo que hay, ni la totalidad, sino lo parcial y una forma determinada de presentarse lo parcial.

La creencia de que la ciencia lo explica todo no es más que una fantasía. Una ilusión peligrosa porque deshumaniza al hombre y lo pone a merced del poder.

Pero el hombre deshumanizado queda vacío, hueco, sin sentido. Y entonces entra en el juego de la competitividad, la lucha, el egoísmo, que es lo que esta sociedad ha producido pensando que es progreso. El progreso no es más que otro sueño, más bien una pesadilla que puede terminar muy mal.

El hombre, bajo el paradigma científico, está desconectado de sí mismo y de la naturaleza. Tiene su mente desbordante de pensamientos y de autojustificaciones, porque, en definitiva, está viviendo un sueño o pesadilla horrorosa.

Pero el hombre es el ser del sentido. El hombre es el ser que busca el sentido de la existencia, del mundo, de la vida, de la trascendencia… y todo ello no se lo da la ciencia. La ciencia puede aportar comodidad, pero no felicidad. Ésta última entra dentro del ámbito de lo espiritual y tiene que ver con el sentido, pero la ciencia no habla del sentido. El sentido no es empírico, ni demostrable por la razón matemática.

Y si unimos la ciencia al poder, que es como realmente se da, pues resulta que la ilusión de la ciencia que crea un mundo mejor, que produce el progreso, no es más que ideología, un nuevo opio para el pueblo para mantenerlo, dormido, esclavizado y engañado. Es la ideología que hace que el hombre sea un títere. Pero la inmensa mayoría vive a gusto siendo títere. Es aquello de la servidumbre humana voluntaria.

La ciencia, en su modo no reduccionista es un modo de acceso a la realidad, pero sólo uno y ni si quiera el más importante. Puede ser el más eficaz, pero, claro, se valora porque vivimos en una sociedad que valora la eficacia, no la felicidad, ni la justicia. Por eso se ensalza e, incluso, se diviniza.

Por eso el hombre se ha vuelto incrédulo, nihilista, lo niega todo y pide pruebas de todo. Pero esto no es más que un paradigma, una forma de mirar el mundo. Existen otras. Además, una forma que, aliada al poder, es excluyente de otras miradas del mundo. Por tanto, es dogmática, fanática e intolerante. Por eso el hombre de este paradigma es un hombre en guerra con los demás y con la naturaleza. Es un competidor nato. Pero es un hombre vacío, porque todo lo que acumula, no son más que productos materiales a los que, curiosamente, llama bienes, pero no lo son, sino que son sus ataduras, aquello con lo que el poder lo mantiene esclavo y sumiso, ignorante, confuso y permanentemente en estado de alerta y de incompletud.

La verdad del espíritu, a la que tenemos acceso por el tercer género de conocimiento, la intuición, no necesita de pruebas, ella misma es la prueba. Es vivencial. De lo que necesita es de la apertura, de la confianza. Hay que dejarse llevar y dejarse embriagar por esa verdad que se nos muestra, pero de la que no se puede hablar, ni se puede decir.

Sólo la metáfora, el arte, el ejemplo, nos muestran esa verdad y sólo la confianza en el que la dice y en sus actos nos pueden mostrar el camino de acceso a ella. Por ello, frente a la exigencia de pruebas, frente a la asepsia, especialización, mecanización de la ciencia, lo que tenemos es el calor de la confianza. Uno confía y se entrega y ahí hay libertad, pero cuando uno pide pruebas se esclaviza.

La confianza y la entrega es apertura y se da desde la amistad-amor. Sólo esta relación ya llena el vacío interior producido por la sociedad de producción que nos ha legado un mundo desencantado, pobre y cruel. Dominador y genocida. Y desde el amor incondicional que se da en la confianza plena podemos ir por la estrecha senda del camino espiritual, pero alegres y gozosos. Y esto ni es engaño, ni superstición. El engaño y superstición es la creencia en la tecnociencia como motor del progreso humano y de la felicidad. Hay que darle la vuelta a este gran engaño.

Las verdades están apuntadas desde hace milenios. Pero no hay oídos que escuchen. Ya lo decía Jesús de Nazaret, “El que tenga oídos para oír que oiga”. Y no se trata del acto mecánico de escuchar, sino de la confianza en el que tiene la palabra. Y aquí no caben las críticas, eso queda para el nivel intelectual, que está muy bien, para las verdades superiores, lo que hay es que experienciar. Recorrer el camino que se nos indica. No hay otra. No hay discusión previa, porque estamos en el nivel del sentido, de lo místico, de la totalidad y aquí, la razón, simplemente, es obsoleta.

Para que haya un cambio global es necesario un despertar de la conciencia. Mucha gente que tengan confianza en las verdades de milenios. No han cambiado, se pueden formular de otra manera, pero son las mismas. Además, esas verdades nunca han sido dichas, sino apuntadas y sólo se han podido vivenciar y, una vez, vivenciadas se pueden señalar.

Tras la vivencia de esas verdades, del ámbito de lo místico, sólo queda el silencio.

"Según es mi pensamiento así es la visión que tengo de la vida."
Es decir que de lo que se trata es de cambiar la forma de pensar y cambiará nuestra forma de ver el mundo. No podemos cambiar lo que no se puede cambiar y no tenemos una mirada completa de las cosas, no sabemos el por qué y el para qué. Es mejor adoptar un pensamiento que se enraice en la alegría, la compasión, el amor, la unidad y, así veremos el mundo y así lo transformaremos. La revolución comienza por la revolución de la conciencia, de nuestra percepción de las cosas.

“Aquello que crees con convencimiento se convierte en realidad”

No se trata de magia, ni truco, ni embaucar a la gente con más opio. Se trata del poder que tiene nuestro pensamiento y nuestra confianza. El mundo es y nosotros somos en el mundo. Ahora bien, nuestra mente, inteligencia e intuición son puertas abiertas a la percepción del mundo. Si nosotros cambiamos nuestro estado mental estamos, literalmente, cambiando lo de fuera. Porque, lo de fuera, no está fuera, sino que es una representación, una proyección de nuestra voluntad. Lo primero que hemos de hacer es confiar en nosotros mismos, alejar nuestros miedos, ser valientes y tener una actitud basada en la alegría. Una esperanza que se transforme en un sueño. Y, en la medida que soñamos un mundo de posibilidades podemos soñar la posibilidad del mundo que queremos. Pero es necesario otro factor, no se trata de ensoñar un mundo privado para mí; es decir, desde el egoísmo, sino un mundo mejor para todos. Eso sí, partiendo del sueño de nuestra propia autotransformación, de nuestro cambio de conciencia. Es decir, del amor incondicional. Esto es, que es la alegría de ser, la aceptación y el amor los que nos permiten soñar con una nueva realidad que se irá materializando desde nuestra confianza y apertura. Pongo sólo dos ejemplos del siglo XX: Martin Luther King y Gandhi.

“Según sea tu pensamiento eso atraerás a tu vida”

Ya hemos dicho que nuestro pensamiento es una representación del mundo y que esa representación depende de nuestra voluntad. Y esa voluntad está cargada de nuestro estado de ánimo. La tristeza ve un mundo gris, cargado de amenazas y de peligros. Y eso hace que nosotros estemos a la defensiva. La alegría, en cambio crea un mundo agradable, en el que podemos actuar, sobre todo, si vemos injusticia y mal. Pero no nos dejamos arrastrar por la tristeza, ni la ira.

Nuestros pensamientos modelan el mundo y a las personas. Los convierten en cosas, los enmarcan y clasifican. El pensar es conceptualizar y cosificar. Si, encima, ese pensamiento es un pensamiento que procede del ego, pues es un pensamiento de rechazo, de separación que, al final, produce odio, enfrentamiento y guerra. Vamos, el estado de conciencia en el que vive la humanidad y da lugar a lo que tenemos.

Pero si nuestro pensamiento se apoya en la alegría de vivir, ya no conceptualiza, ya es apertura. Porque deja al otro ser quien es. Nuestro pensamiento, cuando se basa en la alegría y la aceptación es un pensamiento de libertad.

Cuando vamos por la vida, por este camino que todos recorremos, desde la cuna a la tumba, con un pensamiento positivo, basado en la alegría, el mundo se nos abre a nuestro paso y atraeremos al bien. Si somos bien atraeremos al bien, o sabremos transmutar, por la alquimia de la alegría, aquello que nos venga. Es cuestión de perspectiva.

Mientras más ampliado es nuestro estado de conciencia más capacidad de alegría y amor incondicional tendremos, pero también de sufrimiento, porque veremos el sufrimiento de los demás. Pero este sufrimiento dispara la compasión, que es querer el bien incondicional del otro y actuar en consecuencia, no, meramente, como se nos ha transmitido culturalmente, lástima. La lástima crea diferencia y no deja al otro vivir, lo humilla, la compasión lo acompaña, porque siente al otro uno en su dolor.

No estamos diciendo que el mundo sea un camino de rosas, no. Sino que nuestro pensamiento lo puede transformar, pero primero hemos de transformar nuestra conciencia (sentir y pensar) y nuestro actuar.

Muerte y renacimiento. El ciclo inexorable de la vida. El eterno retorno de lo mismo. La eternidad. El eterno fluir del río de la Vida, que siendo siempre distinto es siempre el mismo. Somos Vida y es lo único que hay.

“La paz es una energía creada en el interior.”

La paz es la ausencia de miedo, de resistencias, de contradicción, de lucha.

La paz es la aceptación. Y ésta es la capacidad de asumir todo en el aquí y el ahora. Asumir que estamos alegres, que estamos tristes, que tenemos miedos, esperanzas. La aceptación es el estado en el que el tiempo desaparece.

Aceptar es vivir en lo universal y desde la eternidad, donde ya no hay un yo particular que vive instalado en el tiempo, sino la conciencia donde se da todo, donde, todo, se hace presencia. Y todo, es todo, lo que queremos y buscamos y lo que rechazamos.

Mientras que sigamos rechazando y buscando no habrá paz. Si rechazamos, en el fondo, no nos aceptamos. Si rechazamos nuestros miedos, nuestras tristezas, nuestros fracasos, no estamos en paz porque no nos hemos aceptado, porque, en el fondo, seguimos apegados e identificados con ese pequeño yo.

Aunque persigamos la alegría, la paz, el bien en el mundo, todo lo bueno, estamos divididos, estamos en la dinámica del deseo. No estamos en paz, estamos en estado de resistencia. Estamos aferrados al miedo a la guerra, al fracaso, a la muerte, a la enfermedad.

Aceptar es asumir en la profundidad de nuestro Ser, que somos vida y muerte, salud y enfermedad, alegría y tristeza y todos los opuestos. Y cuando aceptamos profundamente esto en una experiencia íntima, entonces los opuestos encuentran su equilibrio y no los vemos desde la dualidad, sino desde la Unidad (no dos.) Pero ya no hay conceptos no yo para describirlos.

La senda espiritual es engañosa. Cuando creemos recorrer un camino, en realidad es nuestro ego el que nos lleva por ese camino, porque en realidad no hay camino. La aceptación es vivir el ahora, todo lo que se da ahora. Pero, todo lo que se da ahora es todo lo que hay. Perseguir el despertar, la iluminación, también nos puede llevar a los engaños del ego, al apego al despertar, esto es, a un ego despierto. No existe ego despierto, porque no hay ego en el despertar.

En el estado de presencia todo se da de una vez, porque ya no hay argumentación, no hay tiempo, ni intermediarios. No hay yo. Esa es la profunda aceptación, pero no hay un ego que acepta, todo ocurre en la consciencia plena y no hay un yo que juzgue.

La paz surge del interior y se funde con el exterior que vienen a ser lo mismo por medio de la aceptación.

La aceptación es un eterno decir sí, pero sin un ego que lo diga y, por tanto, sin miedo ni resistencia. Dejando que ocurran las cocas en el momento. Sin salir de él.

Lo curioso y, paradójico a la vez, es que uno ya es esa aceptación, el problema es que no lo ve. Y ya lo es, porque el yo, no es que no exista, es que es una ilusión, una visión distorsionada o aparente de las cosas. En esa forma de ver entra el tiempo, por eso nos preguntamos, cómo llegar. Pero eso es erróneo, no podemos llegar, no hay un yo que llegue a ninguna parte. Hay una Conciencia en la que ocurre todo. Sentir esto último, no desde el yo, sino desde la Conciencia, es estar en el ahora, ya no hay tiempo. Y, si no hay tiempo, no hay un cómo llegar. Lo que sí es cierto es que necesitamos mucho tiempo para comprender-sentir esto.

En definitiva, como dice Alan Watts: “Así como no existe otro tiempo, y nada salvo el Todo Absoluto, nunca hay en realidad nada que alcanzar, aunque el aliciente del juego sea fingir que lo hay.”

“Cuanto más me entiendo a mí mismo, más fácil me es permanecer feliz y pacífico.”

El viejo conócete a ti mismo. Si te conoces a ti mismo conoces a los demás y si conoces a los demás te conoces a ti mismo. El autoconocimiento es la vía hacia la paz interior. Pero esa vía ha de salvar el miedo a los fantasmas y demonios que llevamos dentro.

Nuestra intranquilidad procede de la ignorancia. Nuestra infelicidad, ser esclavo de los vicios (nuestros demonios), es cuestión de ignorancia. Y, a su vez, la ignorancia es fruto de la falta de valor. No nos conocemos porque la vía de nuestro autoconocimiento son los demás. Y lo que nos ocultamos a nosotros se lo ocultamos a los demás.

Nos pasamos la vida contándonos historias, batallitas para poder soportar cierto grado de sufrimiento que nos permita sobrevivir, pero, ni alcanzamos la paz, ni somos felices. Al revés, albergamos, rencor, envidia, codicia, odio, resentimiento…y, cada vez a más.

Y todo reside en la aceptación. No nos conocemos, o nos negamos, porque no nos aceptamos, porque adoptamos el papel de víctimas. Porque nos identificamos con las historias que nos autojustifican en las que nos sentimos a salvo. No nos atrevemos a permanecer en la intemperie, sin ningún calificativo, solo el Yo Soy.

La infelicidad es desasosiego, es un tender hacia algo que creemos que no tenemos y creemos merecer o que nos lo han arrebatado. La infelicidad es el sentimiento de carencia. Ambas cosas son ilusorias, es decir, ficciones. No es que no existan, cuidado, todos lo sentimos, sino que son apariencias; es decir, lo que las cosas parece que son, pero que no son. Son un sueño del que no despertamos y con el que estamos plenamente identificados.

La infelicidad, pues, es falta de autoconocimiento. Si iniciamos nuestra autoindagación nos daremos cuenta de que no hay carencia, de que la carencia es una historia que necesita el yo para permanecer como tal. Si nos aceptamos tal como somos en profundidad, no hay carencia, todo es como Es; es que no hay otra manera de Ser. Porque nos instalamos en la eternidad.

Es el yo, que vive proyectado en el tiempo el que crea las necesidades de futuro y pasado. Por eso vive en el miedo y la angustia. Pero cuando hay profunda aceptación, no hay tiempo. Todas las emociones, todos los estados de ánimo, todo pensamiento es admitido, por que son. Y, una vez que están ahí, son. No se puede luchar con ellos. Pertenecen a todo lo que hay. Ahora bien, si los acepto, si acepto el miedo a la muerte, entonces empiezo a dejar de ser yo, comienza a emerger una mirada más amplia que es la de la Conciencia, desaparece el miedo.

Si nos aceptamos surgirá una profunda calma de nuestro interior. De nuestro verdadero Ser. Ya no nos temeremos, porque no nos identificamos con pensamientos y emociones, desaparece el papel de víctima y el de culpable y, de paso, dejamos de temer a los demás. Para empezar porque los comprendemos, nos damos cuenta de que somos como ellos, nos percatamos de que somos Uno en la diferencia. Esencialmente Uno, existencialmente diversos.

Sin miedo al otro y con el sentimiento de unidad hay paz. La paz es la armonía, la calma. Y la calma es la felicidad serena, la ausencia de movimiento y deseo, la alegría.

La ironía y el sarcasmo son los mejores instrumentos para el autoconocimiento. Y para ese conocimiento necesario de sí mismo para lograr la paz interior que nos lleva a la paz exterior es imprescindible ser capaz de reírse de sí mismo. Si uno no se toma en serio emprende el camino de su autodisolución, de los apegos, de las identificaciones, de las representaciones de personajes y comienza a verse al desnudo, tal cual es, sin adjetivos. Lo sustancial o esencial. Y ahí no hay ego, sino una consciencia que observa.

Los que no son capaces de ponerse a sí mismo entre paréntesis, de dudar de sus creencias, de no tomarse demasiado en serio, están demasiado identificados con su papel, estos no aguantan la ironía y, por tanto, no les sirve para desarmarlos e iniciar su propio autoconocimiento. Estos necesitan del sarcasmo, de la burla intelectual, de la ridiculización.

El sarcasmo nos desarma de una vez, no es argumentativo, nos pone frente a un espejo y nos muestra que el rey va desnudo. Es un auténtico revulsivo. Por eso la sociedad no admite ni la ironía ni, menos aún, el sarcasmo. La sociedad y los que la conformamos nos consideramos muy en nuestro papel, nos creemos algo importante, porque, si no, no somos nada, que es lo que realmente somos.

Dos grandes maestros de la ironía y el sarcasmo fueron, Sócrates, la ironía, le costó la vida y se lo tomó con serenidad, puesto que había alcanzado la paz. Y Diógenes el perro, el sarcasmo, entre burla y burla aseguraba que era un filántropo disfrazado. Y es cierto. La enseñanza, la educación o medicina del alma es el amor. Se enseña por amor, para mostrar el camino de salida del laberinto. Pero, para ello, debe saber uno que está en un laberinto y en qué lugar se haya y, luego, tratar de salir de él. Y esto es autoconocimiento. Por eso, la ironía y el sarcasmo son una forma de filantropía.

Pero la filantropía, el amor desinteresado, siempre ha sido sospechoso porque produce la paz, la armonía y la felicidad: la Unidad. En cambio, la mente quiere la separación, la guerra, alimentar el ego. De ahí que nadie enseñe a nadie, sino que todos murmuren de todos, todos juzgando al unísono, nadie en silencio y en paz. Todos saben lo que está bien del otro, pero nunca han visto su sombra. Mientras más se habla de los demás mayor es el miedo que nos tenemos a nosotros mismos.

Mientras mayor es el silencio, más nos hemos adentrado en nuestro interior y luchado con nuestros demonios, más nos hemos aceptado y más amor brota de nosotros y se ofrece como filantropía. Pero no como un concepto abstracto, sino como una necesidad vivencial que procede de un sentir.

De ahí también aquello de Nietzsche de “filosofar con el martillo.” El filántropo ama a la humanidad y ese amor le lleva a destrozar a martillazos las múltiples corazas en la que se esconde su corazón, en tanto que individuo y en tanto que sociedad. Nos escondemos detrás de la historia personal que nos contamos, nos escondemos detrás de las creencias heredadas. Nos maniatamos a nosotros mismos. Servidumbre voluntaria. Por eso necesitamos de la burla, el sarcasmo, la ironía.

La risa es la medicina del alma. Reírse de uno mismo es desidentificarse, ver lo ridículo del papel que vamos interpretando por la vida. Enseñar es un acto de amor a través de la ironía y el sarcasmo y, tras ello, el silencio. Porque, en realidad, no se puede enseñar nada, salvo el error; señalar hacia nuestra máscara o nuestra sombra y derribarla con el martillo.

La calma y la tolerancia nos hacen más flexibles y nos permiten ver al otro como un hermano.

La calma emana de dentro cuando nos hemos aceptado, cuando, por fin, sabemos quién somos, o lo vislumbramos, o quiénes no somos, entonces tenemos tranquilidad. Las cosas son como son y no soy, salvo aparentemente, diferente a los demás.

Y es entonces cuando caen todas las barreras y ya el otro, no es inaccesible, ni peligroso, entonces emerge la tolerancia.

Pero la tolerancia no es una mera idea, aunque lo es y hubo que conquistarla por medio de la razón, pero no es meramente racional, ha de ser sentida, sin el sentimiento, jamás hay tolerancia y fraternidad.

La tolerancia, como mero concepto, no es más que un comodín en el discurso político. La tolerancia que emerge de nuestro interior cuando el interior está en calma profunda, es una vivencia de la comunidad que somos. Del sentimiento de Unidad y pertenencia.

Si no pasamos por este sentir, todo se queda en lo meramente mental, que no está mal, pero que no llega a realizar nada. Es sólo la idea. Y la idea debe producir una actitud, un sentimiento y de ahí se deriva la acción. Y el sentir es el de la compasión (que no lástima) o fraternidad. Si se siente esa fraternidad ya no existe el otro, sino que el otro pasa a ser otro yo.

Pero es desde la calma y la paz interior desde la que brota la tolerancia con alegría y entusiasmo. Porque la tolerancia une y la unión es la alegría, es la fuerza del amor de la que habla Spinoza, mientras que el que no se ve en el otro, se separa, comienza el rencor, el resentimiento, la ira y el odio. La separación. Y, con la separación el miedo.

Y el miedo genera el ataque, la guerra. Si tememos al otro nos preparamos para la guerra y lo mejor es atacar primero. Pero si tememos al otro es porque no nos conocemos. No reconocemos la común de la humanidad. No nos aceptamos y, por ello, nunca aceptaremos al otro.

El discurso político se hace políticamente correcto y habla de solidaridad. Esto son palabras huecas, son ideas que pretenden controlar las acciones, crear una mala conciencia. No nos llevan a un sentir. A la profunda aceptación, sino a lavar nuestra conciencia.

Por eso la política, además de ser un discurso caduco, es peligrosa. Alimenta el odio, los miedos, las diferencias. Alimenta a nuestros demonios contra los otros, que en definitiva, es alimentarlos contra nosotros mismos. Nos solivianta, no nos da la paz, ni la libertad. Nos esclaviza a ideales abstractos, absurdos e inventados.

La política ha de empezar por la educación y la educación por el conocimiento de uno mismo: yo Soy. Sin más. Todo adjetivo que le podamos poner es ya una diferenciación. En cambio, todos podemos decir: Yo Soy y todos somos lo mismo en esencia, aunque diferentes en existencia. Nuestra esencia se manifiesta de forma diferente.

Y es desde este conocimiento de sí mismo desde el que alcanzamos la paz, la serenidad, la calma, la felicidad y la libertad. Si aceptamos nuestro ser, somos libres. Si seguimos una bandera, aunque lleve el nombre de libertad, somos esclavos de la bandera y del que porta la bandera.

La política utiliza, en nuestros tiempos, el biopoder y el psicopoder. El poder biológico, control del cuerpo: Educación, medicina, salud mental, cárceles… y el psicopoder es el de la seducción por medio de “ideas”, más bien creencias impuestas por la propaganda de forma sutil a través del cual aceptamos nuestra propia esclavitud. Nunca el poder había sido más refinado. Nos convierte en esclavos haciéndonos creer que así somos libres.

El problema es que nuestra falsa libertad está alimentada de la competencia y destrucción del otro. Por eso, la verdadera política, comienza por la educación, por cambiar la conciencia particular y escindida en una conciencia ampliada y universal en la que el otro tenga cabida como otro yo, como hermano. El mensaje es muy antiguo. Hunde sus raíces en la sabiduría perenne, está en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento, en los Vedas hindúes, en el taoísmo, en la filosofía griega Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón…

Sin embargo, nos creemos herederos del progreso y hemos confundido el progreso humano con el desarrollo tecnológico.

Nuestro autoconocimiento nos debe llevar a la recuperación de la sabiduría antigua vestida con nuevos ropajes. Esa sabiduría nos llevará al mayor de los viajes, un viaje interior sin fin. Hoy todos viajan y lo ven necesario. El único viaje necesario es el interior. Antes, cuando se viajaba, a la vez, era un viaje interior. “La verdad habita dentro de ti” S. Agustín. “Lo mismo es fuera que dentro” Trimegistro.

“Si no sigues a alguien te sientes muy solo. Estate solo, entonces. ¿Por qué te da miedo estar solo? Por que te encuentras cara a cara contigo mismo tal como eres y descubres que estás vacío, sumido en la culpa y la ansiedad, que eres anodino, estúpido, feo…, una entidad mezquina, sórdida, sin la menor originalidad. Afróntalo, mira la realidad de frente, no escapes de ella. En erl momento que escapas, empieza el miedo.” Krishnamurti.

La aceptación no tiene que costas, entonces es resistencia. Lo que sí puede pasar es que no seas capaz de aceptar, entonces, acepta que no puedes aceptar en este momento. Todo está ya dado. Es imposible la resistencia, cuando te resistes estás en la separación, en lo ilusorio y, por ello en el sufrimiento. Por otro lado, el hecho de aceptar, no implica el fin del sufrimiento, sino que aceptas que en el aquí y el ahora estás sufriendo, pero ya no es el ego el que mira y se identifica, sino que es algo que ocurre en la conciencia. Pero, para nada es el fin del dolor, ni del sufrimiento. Esto es un error del camino espiritual. Pensar que la espiritualidad te lleva a la felicidad es una intromisión del ego. La espiritualidad es un camino de ampliación de la conciencia, tanto de la alegría como del sufrimiento. Es más te lleva a la compasión y eso es sufrir con; es decir, ser capaz de sufrir el dolor del otro. La espiritualidad, el reconocimiento de que no somos un ego, es la vuelta a casa, el reencuentro con la Conciencia, con nuestro verdadero ser. No es la felicidad, es la libertad. la búsqueda de la felicidad es una trampa del ego que nos mantiene esclavos.

“La belleza de todas las cosas está en mi habilidad de apreciarlas.”

El mundo es mi representación. Depende de mi pensamiento así es el mundo. Y dependiendo de mi pensamiento así será mi actitud y mis sentimientos. Y de la actitud y de los sentimientos procede una acción. Y toda acción tiene una reacción. Si actuamos negativamente, esa negatividad se vuelve contra nosotros.

Es como decía el sabio Spinoza, “las cosas no las deseo porque sean buenas, sino que son buenas porque las deseo.” Ello implica un profundo cambio de mis pensamientos. los vicios surgen de los pensamientos negativos. Y los pensamientos negativos son pensamientos erróneos, siguiendo a Spinoza, son ideas inadecuadas. Es decir, que no se corresponden con la realidad, distorsionan la realidad.

Esas ideas negativas son ideas de ataque y proceden y producen inseguridad y miedo. Generan los vicios: la ira, la envidia, la codicia, el odio, todos los demonios que llevamos dentro. Y ese estado de ánimo nos impide la acción, nos vuelve contra nosotros mismos, renegamos de nuestro verdadero ser y lo proyectamos hacia el mundo y los otros. Nos sentimos víctimas del mundo y de la acción de los demás, cuando, realmente, sólo veo en los otros una proyección de mi miedo, de mi debilidad, una idea errónea.

Ahora bien, si mi pensamiento es adecuado, positivo, nace de la alegría de Ser, del contento, del entusiasmo, de la paz. Ya no hay miedo, hay autoconfianza. Se que soy un Ser pleno de paz y de amor. Ya no proyecto mi carencia (una falsa idea de mi mismo) en los otros, y no los culpabilizo. Mi paz interior, que es imperturbable, se extiende a la de todos mis hermanos y al mundo.

De la misma manera ocurre con la belleza, porque bien y belleza, así como, verdad y unidad, van unidas. La belleza de las cosas, del mundo, de los otros, no depende de lo exterior, sino de mi capacidad de entender, comprender y apreciar esa belleza. Son mis ojos, mi mirada la que ve la belleza en el mundo. Y solo puedo ver belleza si miro desde el Amor; es decir, si miro desde la Unidad, sin escisión, ni división.

En la relación con los otros hemos de suspender los juicios negativos, o, si se quiere, no apegarse a ellos, no identificarse con nuestros juicios negativos, porque estos son el conjunto de pensamientos que me separan del otro. Por el contrario, debo pensar desde la belleza y el bien. Fijarme en las cualidades positivas del otro. Y, de esa manera, surge la amistad, si yo hablo de lo que considero que son los defectos del otro, además de que esto es una proyección de mi idea de carencia y de mi miedo, pues me separo del otro. Por el contrario, si pienso bien y veo las magnificas cualidades del otro y lo que me pueden enseñar y aportar, me siento unido al otro en su Ser verdadero. Y esta es la amistad espiritual, o la amistad de los sabios u hombres nobles que los llamaba Aristóteles.

La amistad se basa en un pensamiento positivo que une y que va creciendo en nuestro interior y que no tiene fin. Es la comunión con el otro, es la compasión, el amor incondicional y nos produce el contento del alma. Y del contento sólo se pueden seguir buenas acciones que nos hagan crecer juntos y extiendan la paz por todo el planeta y entre todos los seres.

El ser humano es un ser que en su propia naturaleza tiene lo que se llama "la carencia" y, en tanto que es un ser que potencialmente puede ser más, pues en esa medida siente la carencia. Por otro lado es un ser dividido, escindido, entre sus deseos y su entendimiento. El entendimiento nos forja un yo desde que nos construimos como seres egoicos que juega el papel de guardar la herida y en torno a esa herida se va forjando nuestro inconsciente, que a su vez está inmerso en el inconsciente colectivo. Y eso es lo que constituye nuestra sombra. Pero, qué es lo que pasa, por qué ese sentimiento de carencia o soledad. Pues porque tenemos una falsa percepción de nosotros mismos, no es que necesitemos a un terapeuta, sino a un amigo. Y antes de a un amigo, a nosotros mismos. Es decir, si no tenemos amor propio, seguiremos instalados en nuestro desprecio, en lo que llaman baja autoestima. Y lo que haremos es no curar nuestra carencia, que es una ficción, no carecemos de nada, somos perfectos, pero hemos olvidado nuestro origen. Y cuando no curamos esa herida lo que hacemos es fortalecer las corazas del ego mediante el ataque a lo de fuera. Es decir, por ejemplo, mediante el juicio al mundo, la sociedad, el otro, la humanidad en general. Pero ahí no está el mal, el mal no está en ninguna parte, solo es nuestro estado mental, nuestra forma errónea de percibir las cosas y percibirnos.
"No eres realmente capaz de estar cansado pero eres muy capaz de agotarte a ti mismo. La fatiga que produce el juzgar continuamente es algo realmente intolerable." UN curso de milagros. Cap. 3
Es decir, aceptación, que es comprensión y la compresión: amor incondicional. No juzgues y no serás juzgado. Cada vez que juzgamos proyectamos nuestro sentimiento de culpa hacia nuestro hermano, o hacia el mundo o hacia la humanidad e, incluso, si estamos desesperados, hacia el cosmos entero. Entonces ese juicio se vuelve contra nosotros y nos hunde más en el sufrimiento, en la mente incorrecta, en el autoengaño, en autoconsolarse....No hay nada de esto. Si estamos en la actitud del AMOR, no pedimos nada, ni necesitamos nada, ni juzgamos nada. Desbordamos la alegría y nos identificamos con nuestro hermano, con la humanidad, con el resto de los seres y con el cosmos entero, o Dios, el Tao, el Dharma...

Hoy sólo añadiría que lo que nos hace falta es valor. que nuestro sufrimiento y el de los demás, el que sufren por sí mismos y el que nosotros les podemos producir procede de nuestra cobardía, de nuestros pensamientos negativos, de nuestros juicios, de no aceptarnos, de vivir en el tiempo, proyectados al pasado o al futuro, no en el ahora. de no estar conectados con el Poder de nuestro verdadero Ser. Nuestros pensamientos crean la percepción de la realidad y, nuestros pensamientos, generalmente, lo que hacen es ocultar nuestra herida, la vergüenza que sentimos de nosotros ante los demás. Y eso nos hace ocultarnos, desconectarnos del Ser, hundirnos en la falsa imagen que nos hacemos del mundo y de nosotros mismos. Podemos cambiarnos por nuestros pensamientos y, a través de ello, cambiar el mundo.

“Exploramos las estrellas y las profundidades del mar, pero ¿Cuánto sabemos de nosotros mismos y de la razón por la que estamos aquí?”

El hombre en su naturaleza prometéica, de dominio y poder sobre la naturaleza y sobre los demás, sale de sí mismo e intenta realizarse por la conquista.

Su objetivo es el tener, no el ser.

Se olvida de sí mismo y cree que se encontrará en la conquista del mundo y el poder sobre los demás. Pero nada más lejos de la verdad. A medida que conquista el mundo y lo somete, se va olvidando de su propia naturaleza, de su esencia y de su ser. Se va separando de lo que es.
Y cuando nace la ciencia, no como admiración, asombro y perplejidad ante lo real y ante uno mismo, sino como tecnología, como afán de dominación, entonces se produce la gran escisión entre hombre y naturaleza. El hombre al someter a la naturaleza, explotarla y esquilmarla, se olvida de su propia naturaleza. Se olvida de que él mismo es naturaleza.

La ciencia en sus orígenes es un saber primigenio; basado en la admiración ante la belleza de todo lo que me rodea, en el asombro ante el misterio de lo real y en la perplejidad de mi propia ignorancia. Hay una actitud de respeto y de comunión con todo. Pero esto sólo fueron los orígenes, cuando el logos era el camino de acceso a la naturaleza porque el logos que habita el interior del hombre y de la naturaleza es el mismo. El logos, la palabra, el discurso, la razón, son lo común. Por eso conocer la naturaleza es conocerse a sí mismo y estar en comunidad con ella.

Por ello es necesario una vuelta hacia nuestro interior. Es urgente recordar. Conocer es recordar nuestra propia esencia, lo que hemos olvidado. Y, para eso, hace falta el silencio, el contacto con la naturaleza, la humildad ante lo real y el gran misterio de su mecanismo, de su funcionamiento, por mucho que la ciencia sepa, en el fondo, la totalidad de lo que hay, nos es incognoscible. El simple hecho de que hay cosas y no más bien nada, de que podemos pensar las cosas y sentirlas, es ya mistérico, místico. No tiene ni respuesta científico racional, ni la ciencia, en tanto que ésta está sujeta a sus límites tiene acceso al misterio del todo, al sentido.

No sabemos nada de la pregunta por el sentido, tanto del todo como de la vida, como de la humanidad o de cada uno en particular. Por ello, en lugar del espíritu prometeico, esa hibrys, que es nuestra naturaleza, es necesario cultivar la humildad y reconocer nuestra ignorancia.

Es necesario recuperar esa actitud de admiración, asombro y perplejidad. Y, desde esta actitud se nos abrirán las puertas de lo místico, pero no ya a la razón, sino a la intuición o el discernimiento. Y ese conocimiento nos hará mejores moralmente. Primero porque partimos de la humildad, que no la humillación ni la debilidad, al contrario, el valor de enfrentarse al misterio, y segundo porque accederemos al terreno de lo transpersonal, superaremos lo meramente egoíco. Es el salto de conciencia que necesitamos. Y, en esa nueva conciencia es en la que podremos experimentar la fraternidad.

Pero, para eso es necesario iniciar el camino de la interiorización y abandonar la huida que significa la conquista del mundo, de lo material, de la confusión del ser con el tener. No se es lo que se tiene, solo se tiene lo que se Es y sólo se tiene el Ser que uno es, toda posesión material es perecedera y si nos proyectamos en lo que tenemos y aparentamos ser el papel que representamos, pues estamos muertos en vida.

“Si me aferro al pasado, el presente se me hará difícil, y el futuro parecerá imposible.”

 

El tiempo lineal es la representación mental que se hace el yo para tener consistencia.

Sin tiempo el yo carecería de identidad. El yo, o el ego, es una ficción. Una ficción o ilusión que tiene su cometido desde el punto de vista adaptativo biológico. Ahora bien, el problema deviene cuando identificamos a la conciencia con el yo y al yo con el yo físico.

Entonces caemos en un reduccionismo fruto del engaño porque, en realidad, ni pasado, ni futuro tienen una existencia real, sino ilusoria, lo cual no quiere decir que no existan, claro que sí, pero son ilusiones. Y si me identifico con las ilusiones pues puede ser que me pierda en el mundo de las apariencias.

El dolor y el sufrimiento proceden del yo. Es el yo el que sufre. Pero el yo, o ego, sufre porque se identifica con la idea de tiempo en la que permanece. La identidad necesita permanencia. Pero todo es impermanente, vacuidad. Y no es necesario acudir a la mística occidental, ni menos aún a la oriental, por mucho que de ambas tengamos que aprender. El pensamiento filosófico occidental ya generó esas ideas, lo que ocurrió es que las intelectualizó, no las vivenció. Por citar sólo a uno tenemos a David Hume, quien sostenía que el yo y el mundo no son sustancias, no son cosas. Son un haz de percepciones, de intuiciones o sensaciones. Y las sensaciones son concretas y singulares y nada tienen que ver las unas con las otras. Ahora bien, lo que hacemos es asociar esas sensaciones bajo una idea prefabricada, como es la del mundo o el yo.

El ego se aferra a esa idea, porque es su permanencia. Y, además la característica del ego es la de intentar no desaparecer porque ello implicaría, piensa, la muerte. Mientras que, en realidad estamos esclavizados a esa falsa idea. A pensar que somos un cuerpo físico y una biografía. Todo eso no es más que una representación y, como tal, tiene el valor de la representación, no más. Liberarse de esa falsa creencia es, precisamente el renacer. Pero, primero, hay que morir.

Pero el caso es que vivir de esta manera produce sufrimiento. Y el sufrimiento procede de los deseos, los apegos, que son el producto de la identificación de nuestro Ser con el ego. Por eso nos aferramos al pasado que es el que nos da nuestra identidad, que no es más que una ilusión, nadie piensa de nosotros lo mismo que nosotros pensamos y nadie piensa igual de nosotros. Todos nos montamos una historia singular. ¿Quiénes somos, entonces? Pues un sueño, una ilusión, apariencias. Estamos en el fondo de la caverna.

Ahora bien. Al aferrarme a la historia que yo me he contado lo que hago es identificarme con un papel, en el que soy víctima, verdugo y salvador. Y esta identificación no es más que la historia personal que yo me cuento para no afrontar mi realidad, para huir de mí mismo. Es decir, para no aceptarme.

Necesito una profunda aceptación de mí mismo, un mirarme a la cara, con todos mis demonios y ángeles, vicios y virtudes y aceptarlos tal cual son, sin juzgar, sin justificar, sin ser víctima, ni culpable…comprenderme. Ser capaz de amarme tal y como soy. Y eso me permitirá salir del vicio, transmutar alquímicamente, por la alegría de ser, el contento, mis vicios en virtudes. Y, en segundo lugar, si puedo amarme a mí mismo y comprenderme-tolerarme, también podré hacer lo propio con los demás y entonces no los juzgaré, no veré su mal, los comprenderé y así podré amarlos, eso es el perdón. El perdón no es aceptar un supuesto mal del otro, sino amarlo, porque, en definitiva, es otro yo y lleva su infierno dentro como yo.

Y, si consigo perdonar, entonces ya no habrá lucha, porque lo que emergerá será la unidad. El reconocimiento de lo esencial y lo común.

Si no me aferro a mi pasado, si me acepto tal cual soy, entonces vivo en el ahora, en la eternidad. No habrá miedo al presente, porque el presente, el momento eterno en el que se da todo, nada falta y es perfecto, es todo lo que hay. Y el futuro no me puede inquietar, porque, en el fondo está ya dado y, aceptado. La profunda aceptación está fuera del tiempo porque el tiempo no es. Y ya no hay ego, sino un nosotros, una conciencia transpersonal.

Cuando se produce esa profunda aceptación, el vivir en el ahora, estamos en la Conciencia plena no dual. No hay tiempo y el observador es lo observado. Y de ahí surge la Paz. Nuestro verdadero Ser, no hay lucha. Hemos vuelto al Hogar.

“La calidad de nuestros pensamientos determina nuestro grado de felicidad.”

El pensamiento determina nuestro ser.

Si nuestro pensamiento es inadecuado nos instalamos en el vicio, pero el vicio es esclavitud y la esclavitud es infelicidad.

Si nuestro pensamiento es positivo, si amplifica el alma, si nace de la Paz y la serenidad, de la alegría, el contento y el entusiasmo modifica nuestras acciones y elimina los vicios que no son más que el fruto de la ignorancia de la virtud.

El vicio es ignorancia, pero esa ignorancia está alimentada por la pereza. Es la falta de valor la que nos lleva al vicio. Porque el vicio es la falta de acción, mientras que la virtud, es fuerza, acción, coraje.

Lo primero es conocer nuestros pensamientos. Una vez que los conocemos, saber si generan acción o inacción, si construyen o destruyen, si producen tristeza o alegría. Si un pensamiento produce tristeza es un pensamiento que nos destruye, que disminuye la potencia del alma. Un pensamiento positivo, en cambio, aumenta nuestra potencia del alma y, con ello, nuestra acción.

Pero mientras más hacemos es porque estamos instalados en la alegría y el contento y, al estar instalados en éste, pues mayor es nuestra felicidad. Por tanto, el grado de nuestra felicidad depende del tipo de pensamiento que tengamos.

No se trata aquí de negar que existen los pensamientos y las pasiones negativas, sino del poder que tenemos de transformarlas, desde el poder interior que reside en el conocimiento adecuado, la Paz, el contento, el entusiasmo y la alegría de ser. Todo ello genera el amor. Y, donde hay amor, no hay tristeza. Y el que ama da, y el que da recibe y, por tanto, no necesita nada. Por eso, el amor a todo lo que hay, al ser, es el amor incondicional, infinito, la profunda aceptación y nos lleva a la máxima alegría, porque nos damos cuenta de que estamos completos y amamos toda completud, toda perfección.

Y la puerta de entrada hacia ese amor infinito es el amor propio, para empezar y el amor a la naturaleza, para continuar. Y ese amor a la naturaleza y a nosotros mismos nos lleva a la aceptación del otro, de los demás como iguales, porque todos formamos parte de esa “Sagrada” naturaleza. Deus sive natura, natura sive Deus.” Spinoza.

La fe es una virtud muy mal entendida. En realidad, salvo el catolicismo, que la considera una virtud cardinal o teologal es algo más bien, mal visto.

La razón de ello es doble. En primer lugar, la fe entendida por la religión no se ha practicado como virtud, sino como un deber. La fe se ha entendido como una creencia ciega. Es decir, se ha entendido desde un modelo de la verdad racional. En tal caso se entiende por fe la creencia en algo indemostrable e, incluso, irracional.

Por otro lado, la ciencia, al convertirse en discurso hegemónico pues elimina la fe porque la considera lo contrario a la argumentación y a la prueba empírica.

En ambos casos se entiende mal lo que es la fe, porque ésta, no es una cuestión de experiencia empírica, ni de verdad científico-racional, sino más bien una clase de actitud ante uno mismo y lo real.

La fe es una forma de estar en el mundo, que no anula, para nada, el discurso racional. Son niveles distintos. Incluso, podríamos decir, que el discurso racional necesita, como bien sugiere el filósofo Popper, de la confianza y la fe en que, en última instancia, los principios de la razón funcionen, en que nuestro conocimiento objetivo, racional y empírico describa, de alguna manera, aunque muy parcial, la realidad.

La fe como forma de estar en el mundo es una apertura a lo real y a sí mismo, una aceptación de lo que uno es.

Fe es confianza en uno mismo y en las circunstancias que lo rodean.

Fe es unidad, es no resistencia ante uno mismo y lo otro. La fe como confianza es una forma de Gracia.

Si uno no confía se instala en el enfrentamiento a lo otro y los otros. Su estado es el de guerra, el de lucha y defensa. Por el contrario, la confianza es apertura porque esperamos del otro la comunicación. La fe, como confianza en uno mismo, es la comunión con nuestro Ser interior, la confianza en nuestro propio poder.

Y, cuando confiamos en nosotros mismos, estamos instalados en la alegría, el contento del alma y el entusiasmo. La fe, la confianza, nos hace vernos y ver el mundo de otra manera. Es la puerta hacia un pensamiento que cambia el mundo.

La fe no está referida a una creencia en un objeto irracional, ni no empírico, la fe es el estado de ánimo de la confianza, de la no resistencia, del fluir con el universo y con uno mismo como parte del universo. Por eso, la fe es aceptación.

De ahí que en los evangelios se diga: “Tu fe te ha curado…” No hay alguien que cura, es sólo un mediador entre uno mismo y el universo, alguien que te ayuda a reestablecer el contacto contigo mismo y con el universo. Por eso, el obrador de milagros, no obra milagros como tales, sino que intercede, es un facilitador. Alguien que te ayuda a recuperar tu confianza y, cuando recuperas tu confianza, recuperas la armonía.

Pero, cuidado, en estos tiempos estamos deseosos de milagros materiales, de sanaciones físicas. No es eso lo que nos dice el evangelio, ni lo importante. No es el milagro “físico”, si es que lo hay, sino el de la fe, el de volver a tu origen, a tu Ser y, de ahí, a tu conexión con la Unidad. Entonces se produce la sanación. Pero es una sanación espiritual, no tiene por qué haber sanación física. Cuando esperamos esto es que no tenemos fe, sino que estamos apegados a la materia. Caemos en el materialismo espiritual. Sanación es armonía, unidad. Y ello implica fe, confianza. Y la confianza genera alegría de ser, lo cual hace que nuestra visión del mundo cambie, puesto que el mundo depende de nuestros pensamientos.

“El espacio de Einstein no está más cerca de la realidad que el cielo de Van Gogh. La gloria de la ciencia no estriba en una verdad más absoluta que la verdad de Bach o Tolstoi sino que está en el acto de la creación misma. Con sus descubrimientos, el hombre de ciencia impone su propio orden al caos, así como el compositor o el pintor impone el suyo: un orden que siempre se refiere a aspectos limitados de la realidad y se basa en el marco de referencias del observador, marco que difiere de un periodo a otro, así como un desnudo de Rembrandt difiere de un desnudo de Manet.” Arthur Koestler. Sacado de Lawrence LeShon y Henry Marguenau. “El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh.”

El problema actual es la reducción de la realidad al discurso científico. Pero, a su vez, el discurso científico se ha reducido al de la eficacia y, éste, al del mercado. De esta manera la realidad ha quedado cosificada mercantilmente y, el hombre, como sujeto de la realidad, ha dejado de ser sujeto, ha perdido su intimidad, su interioridad, su multidimensionalidad y ha quedado reducido a la productividad, a un objeto del mercado.

Pero todo esto no es más que una ideología, una máscara de la realidad en manos del poder de unos pocos, muy pocos, que controlan todo desde el psicopoder que pretende hacernos creer que somos libres mientras nos esclaviza con lazos invisibles, los lazos de la seducción retórica del mercado.

Esta ideología no es más que una creencia, un prejuicio, algo que funciona como un pensamiento directriz. Y, como todo pensamiento, crea en nosotros una actitud, un sentimiento hacia nosotros y el mundo que, a su vez, genera una forma de actuar.

Liberarse de las cadenas de la esclavitud a la que la sociedad está sometida es liberarse de este pensamiento negativo, tomar conciencia de que este pensamiento produce en nosotros un sentimiento de carencia. Una visión estrecha y unidimensional de la realidad.

La realidad nos excede y hay múltiples formas de acceder a ella, siempre parcialmente y de forma complementaria y no excluyente.

El miedo es la fuente de nuestra incapacidad y el origen de todos los vicios.

El miedo te repliega sobre ti mismo y te hace juzgar al mundo y a los demás de los males que tú mismo te produces por falta de valor. El miedo te hace proyectar tu incapacidad en el otro y lo conviertes en el culpable de tus males.

El miedo es una carencia de Ser.

El miedo nos escamotea nuestra existencia, la disminuye, la disuelve.

El miedo te paraliza ante la acción. El miedo nos hace esclavos.

Es el valor, la valentía, la virtud, la fuerza, la confianza en que eres, simplemente, el que puede vencer al miedo. Sin valor no hay ninguna virtud, ninguna excelencia. Porque la excelencia es la virtud, aquello en lo que sobresalimos. Aquello en lo que nuestro Ser se desborda.

Virtud es fuerza y excelencia. Y requiere de valor, de coraje.

El miedo está ahí, es el sentimiento de carencia, de que no somos suficiente, de que nos falta algo, es la falta de confianza, de fe, de apertura. El miedo siempre estará.

El héroe no es aquel que no tiene miedo, sino el que supera el miedo por medio del valor y conquista la libertad. Héctor no es que no tuviese miedo de salir a luchar contra Aquiles, quien posiblemente lo mataría, como así fue, sino que fue valiente y se superpuso al miedo. Fue libre, pudo elegir entre salir a luchar o poner una excusa.

Todos ponemos excusas cuando no somos capaces de actuar vencidos por el miedo. Tenemos que tranquilizar nuestra conciencia porque, de lo contrario, el miedo sería un tormento insoportable. Claro, de esta manera nos contamos una historia que justifica nuestros actos, más bien la falta de acción, y esa es la historia inventada a la que nos aferramos y quedamos esclavizados.

Pero el miedo, al impedir actuar, produce rencor y resentimiento, contra uno mismo y contra el resto. El miedo produce odio y es destructivo. El miedo es producto de un falso pensamiento sobre nosotros mismos que fomenta nuestra falta de fe y de confianza y nos priva de la alegría de Ser.

La alegría es el antídoto del miedo. La alegría surge del pensamiento correcto sobre nosotros mismos, de nuestra autoconfianza, de nuestra fe. De saber que no estamos solos, que pertenecemos a este gran entramado que es la Vida, o como cada cual le quiera llamar. Que no somos ninguna pieza suelta ni separada, que jugamos un papel, pero que no debemos ser ciegos e identificarnos con ese papel, sino ser un observador instalado en la paz.

Es esa paz interior la que me lleva a la armonía con todo lo que hay y esa armonía me da la confianza, la fe. Desaparece el sentimiento de soledad, y, por tanto, el de carencia y el de miedo. Somos vida y eso es todo lo que hay. La cuestión es sentir, pero hemos pensado todo, de tal manera que nos hemos convertido en objetos de nuestro pensamiento. El pensar debe ser un pensar sentido con todo el cuerpo, con lo que anima al cuerpo, que es la Vida.

De la alegría surge la espontaneidad, la acción, la exuberancia de ser. La alegría produce la sintonía y la armonía, la apertura y el amor hacia uno mismo y lo que nos rodea.

La alegría es el sentimiento que da origen a las virtudes. Pero la alegría es el motor que pone en marcha el coraje. Alegría y valor. No habría valor sin alegría. Ni alegría sin un pensamiento adecuado y positivo.

La calma interior es la fuente de la tolerancia. Si no estamos en calma, si nuestros pensamientos y sentimientos están agitados, entonces estamos en guerra con nosotros mismos y con los demás.

Para ejercer la tolerancia es necesario, primeramente, aceptarse a uno mismo. No podemos tolerar sin tolerarnos. Y la tolerancia no es el simple aguantar o soportar, eso es resistencia, es quererse, comprenderse en las virtudes y los defectos.

Nuestros defectos no los corregiremos si luchamos contra ellos, sino, si los comprendemos. Comprendiéndolos nos enseñan nuestros límites y cómo superarlos con valor. Y la tolerancia es comprender. Y comprender es aceptar. Y aceptar es amar. Si no nos amamos lo suficiente, no podremos aceptarnos, ni tolerarnos.

Pero quien no se tolera a sí mismo, quien no se acepta, nunca aceptará al otro. Al contrario, el otro será el objeto permanente de sus juicios, de sus proyecciones. Todo lo que no soporta en sí mismo lo proyectará en el otro y lo convertirá en culpable de sus males.

Cuando uno no se tolera, no se comprende, ni se acepta, busca un chivo expiatorio de sus males. Y es por eso que se lleva todo el día enjuiciando.

Contra esto es aconsejable el silencio, la soledad, la introspección, el autoanálisis, pararse y tener calma y paciencia. No atropellarse ni atropellar, dejarse llevar, fluir con nuestros sentimientos, no enfrentarse a ellos, comprenderlos y aceptarlos, no negarlos, ni resistirse.

La introspección es el camino hacia la calma y la tolerancia de sí mismo. Y, una vez que la tolerancia y la calma se han instalado en nosotros mismos, entonces somos capaces de tolerar al otro. Lo comprendemos, porque entendemos que es igual que yo, lo aceptamos, porque me acepto a mí mismo y no puedo exigir a nadie lo que no me puedo exigir a mí. Lo respeto como ser humano, como un igual, como alguien dotado de dignidad al que no puedo dañar en absoluto.

Y la calma y la tolerancia se dan desde la armonía. Una virtud esencial. La armonía es el equilibrio interior. Equilibrio que se consigue cuando contactamos con nuestro ser interior y alcanzamos la confianza en nosotros mismos. Entonces la armonía es el equilibrio entre nuestros pensamientos, lo que sentimos y nuestras actitudes y nuestras acciones, incluidas todo aquello que decimos. La armonía nos da la autonomía y la libertad. En la filosofía occidental es el ideal de la Ilustración, el “atrévete a saber”, el conocimiento, la introspección, nos hace libres. Pero no sólo el pensar, sino el sentir y actuar consecuentemente.

Y el resultado de la armonía interior es la armonía con los demás. Porque cuando hay un equilibrio interno, hay un respeto y tolerancia hacia los demás, tanto de obra como de palabra. Y esto es un principio absolutamente revolucionario.

No tenemos que pensar en cambiar el mundo, eso es una idea inútil, tenemos que cambiar nuestra conciencia y esto empieza por cambiar nuestra forma de pensar, de tal manera que genere, actitudes y sentimientos, que no dañen a nadie, que produzcan acciones y palabras que conlleven el respeto y la tolerancia. Entonces habremos creado armonía en nuestro alrededor. Y ése es el comienzo de la revolución exterior.

La armonía interior crea la Paz en el exterior. Como decía Gandhi: El mundo que quiero ver (el cambio en el mundo) es el que tengo que producir en mí mismo. Si no empiezo por mí mismo, todo es resistencia y lucha.

La Paz va de dentro a fuera. No habrá cambio vociferando contra el orden establecido, sino cambiando el orden establecido en nuestro interior.

“El éxito consiste en aquello que me produce paz, fortaleza y alegría.” Ahora bien, hay que hacer una matización. Cuando hablamos de éxito, al vivir en una sociedad en el que el pensamiento hegemónico es el materialista, confundimos éxito con tener, con posesión. No, no es éste el éxito del que se nos habla, (es el del Ser) sino que estamos en la dimensión espiritual. El propio éxito es precisamente la alegría, la paz, la calma, la felicidad y la fortaleza. El éxito es que mis pensamientos sean correctos y me lleven a este estado de armonía conmigo mismo y con lo que me rodea. El éxito es trascender el ego y pensar desde el espíritu, salvar la escisión. Cuando estamos tristes, sentimos ira, no tenemos fuerzas,...entonces estamos instalados en el ego, nuestro pensamiento es incorrecto, es una percepción aparente, falsa, ilusoria.

Por el contrario, si mi estado es la alegría, el entusiasmo, es porque he cambiado la percepción y ya no es desde el ego, particular, desde el que percibo y me percibo, sino desde el Espíritu Universal. Entonces he salvado la escisión y he vuelto al Hogar, la Unidad.

Y, el entusiasmo, es una virtud, una cualidad del alma esencial para conseguir ese estado de alegría.
El entusiasmo es la capacidad de maravillarse ante lo que me rodea y ante uno mismo, la capacidad de quedarse perplejo. Y, cuando uno se queda perplejo ante el misterio de lo Real está en un estado de admiración. Y es la admiración lo que despierta nuestro respeto ante todo lo que nos rodea y el deseo de conocerlo.

Pero conocerlo, no sólo intelectualmente, esto último también, pero no sólo, pensar que el conocimiento es sólo el intelectual es la herencia del pensamiento racionalista hegemónico desde hace cuatro siglos para acá.

Conocer, en su último grado es Amar, comprender y aceptar. Pero conocer, también es lo que el arte nos proporciona, un modo de acceso a nosotros mismos. Pero no un conocimiento empírico, que es el científico y muy valioso, sino experiencial.
El arte es una autoindagación sobre quién soy yo y qué es la humanidad y cual es su sentido. El arte es una forma de espiritualidad irreductible a lo meramente empírico.

La admiración que suscita el entusiasmo ante lo real me lleva hacia lo insondable de la realidad, hacia lo que ignoro, lo ignoto. Pero, si parto de la soberbia de la ciencia mal entendida, no podré trascender mi propia ignorancia. Para ir más allá en el conocimiento es necesario la humildad, el reconocimiento de mi propia ignorancia.

Cuando no reconozco mi ignorancia lo que hago es jactarme de lo que creo que sé y en realidad no sé. Pero, peor aún, me privo de la admiración ante lo que no sé y del entusiasmo de la aventura del saber y el Ser.

Porque el entusiasmo es vivir en la aventura. Es, como decían los griegos, como el que está poseído por los dioses. Como el niño que fácilmente se entusiasma. Si perdemos la capacidad de entusiasmarnos, de maravillarnos, nos volvemos rígidos, nos acercamos a la muerte. Porque la muerte es rigidez. El entusiasmo es la capacidad de variabilidad, flexibilidad, apertura a todo lo que está por venir y que, de entrada, lo vivo y lo acepto con alegría.

Porque el que vive desde el entusiasmo, vive en el eterno presente. No tiene ni pasado ni futuro. El niño se entusiasma porque no proyecta en el futuro, ni se queda anclado en el pasado.

Mantener el entusiasmo es mantenerse en el Ser, la alegría de vivir. Y este estado, no nos confundamos, no es egoico, sino que se irradia a nuestro alrededor. Es plenitud, y la plenitud se desborda a sí misma. Se contagia. Y es la alegría, el entusiasmo el que debe contagiarse, no el pesimismo, la tristeza, que te impiden actuar.

Los medios de comunicación, dirigidos por el poder, irradian tristeza, calamidad,…porque todo ello produce miedo y el miedo nos incapacita para actuar y, de esta manera, nos pueden controlar, que es lo que quieren. Éste es el fin del psicopoder, controlarnos a través de controlar nuestro pensamiento. Por tanto, es cambiando nuestro pensamiento como cambiamos nosotros y cambiamos el mundo. Es una auténtica revolución. La mayor revolución.

No hay maestros, toda la realidad es tu maestra, cada animal, cada planta, cada persona, cada gesto, cada emoción, cada pensamiento, cada obra artística, cada expresión cultural del hombre... No hay maestros si quieres ser libre. La libertad se conquista cuando uno se suelta de la mano del maestro y empieza a pensar y ser por sí mismo.

"Todo es tu Guru; Las rocas te enseñan silencio, los árboles te enseñan compasión, y la brisa te enseña el no apego. Usted puede tener muchos gurús, y profesores y psicólogos, pero el Satguru es Uno. ¿Cómo conocer a este maestro? Sin ego.
Satguru está dentro de su propio Ser y en ninguna otra parte.
Su Satguru mora en su Corazón
Y en el Corazón de todos los Seres."
Papaji

“Bacon fue el primero en formular una teoría clara del enfoque científico empírico y abogó por su nuevo método de investigación de un modo apasionado y frecuentemente avasallador…Es preciso atajar “los devaneos” de la naturaleza, escribió Bacon “obligarla a servir” y “esclavizarla” Había que “constreñirla” y el objetivo del científico era ”torturar la naturaleza para obtener de ella su secreto”

…Bacon utilizaba la imagen tradicional de la naturaleza como hembra y que su recomendación de que se la torturara para extraerle sus secretos con la ayuda de instrumentos mecánicos era eminentemente sugerente de la generalizada tortura de mujeres en los juicios por brujería a principios del XVII. En realidad, Merchant, demostró que Francis Bacon, como fiscal general del rey Jacobo I, estaba íntimamente familiarizado con los procesamientos de brujas y sugirió que había trasladado las metáforas de las audiencias a sus escritos científicos.” F. Capra. “Sabiduría insólita. Conversaciones con personajes notables” p. 269

La razón que manejamos hoy en día nada tiene que ver con el Logos de los griegos, ni menos aún con el Nous, es una razón instrumental, cuantificadora, lógico-matemática y con el objetivo de explotar la naturaleza. El conocimiento, ya desde Bacon, no es el saber por el mero hecho de saber, no es contemplación ni admiración ante lo real, ni maravillarse ante el misterio de lo real (eso queda para el momento creativo de los grandes genios científicos de la historia), sino explotación, poder. Y, hoy en día, el poder es el económico. La razón se ha reducido a razón económica, mientras que el Logos ha sido reducido a opinión. Y, las opiniones, desde la posmodernidad, se han convertido en equivalentes, lo mismo da lo que diga un catedrático de historia sobre la segunda guerra mundial, que un oignorante del tema perteneciente a un grupo neonazi. Y cuando las opiniones son equivalentes todas valen igual. Pero, claro, alguna ha de llevarse a la práctica y es aquí donde entra en juego de nuevo el poder económico. La opinión política que vale es la que tiene el más fuerte. No vale más la del científico en su departamento universitario que la del interés de una multinacional farmacológica, por ejemplo. Es decir, que si queremos una revolución social hemos de trascender el ámbito de la razón, no porque no sirva, sino porque ha sido prostoituida y hay que avanzar hacia el Nous, la comprensión que unifica el Logos con el sentir. En ese nivel recuperamos la Unidad perdida. Pero desarrollar esto es ya otro tema. Lo que sí es necesario decir es que hay que empezar aplicándose el conócete a ti mismo socrático, pero no retóricamente, sino de verdad y llegar a sus últimas consecuencias.

La virtud del contento, la alegría:

"Es un arte que requiere pausas para apreciar lo que tienes. El cimiento de aquello que haces. Un espacio interior fuerte, lleno de paz que resiste a todo, entonces reverbera en tu interior e impacta en los demás. El placer y el trabajo conviven en armonía." Brahma Kumaris.
La alegría procede de dentro, no hay nada de fuera que pueda darnos un contento duradero. Al contrario, la alegría que viene de fuera es pasajera. Ha de cultivarse el contento, la alegría de vivir interior, siguiendo al maestro Spinoza. Una actitud que emerge de un pensamiento. De esta manera nuestros actos estarán en armonía y habrá paz fuera y dentro. El contento, entonces, es equilibrio y armonía.
Y, así, seguimos con la revolución social que viene de la mano de la revolución interior. La emergencia de unj cambio en nuestra conciencia, un nuevo pensamiento sobre la naturaleza y los hombres y sus interrelaciones, generan una actitud, un sentimiento positivo, de Unidad, no de lucha. Y, siempre que hay un sentimiento de unidad, comprensión y tolerancia, hay paz y armonía. La crítica, por el contrario, divide. Hay que comprender al otro, practicar la tolerancia y, entonces podremos ejercer la fraternidad o la compasión. Y, desde la fraternidad sólo se dará la Unidad, no identidad indiferenciada, sino Unidad en lo esencial de lo que parece diferente. La crítica nunca nos llevará al entendimiento, porque la crítica nos pone a la defensiva, y atacamos para defendernos. Y, desde el ataque no puedes entender las RAZONES del otro, sólo atacas su persona, pero porque te sientes atacado. Desde la tolerancia nace la comprensión, fraternidad y compasión. Y, entonces vemos al otro, no como lo diferente, sino como otro yo, comprendemos y asumimos sus RAZONES. Nadie está libre de culpa, nadie e, pues, culpable. Todos somos responsables del mal. Y sólo aceptando esta responsabilidad afrontamos el mal de dentro y el de fuera, porque no eliminaremos el de fuera si no sanamos el de dentro. Si elegimos sanar el de fuera sin habernos enfrentado a nuestros demonios, pues proyectaremos nuestras herida en los demás, culpabilizaremos, no arreglaremos nada, sino que entraremos en guerra, llevaremos fuera nuestra guerra interior.
De ahí que la fraternidad (compasión, anunciado por el budismos, el taoísmos y el cristianismo y un ideal ético de la Ilustración, nunca se haya llevado a cabo, porque nunca nos hemos puesto en el lugar del otro. Nunca hemos comprendido que somos el otro. La guerra continuará mientras nuestra conciencia esté dividida, mientras no hallemos la paz interior, la calma, la tranquilidad, no podremos eliminar la guerra.

Lo que es, es. Pero lo que Es, es todo lo que Hay, que es el Ser. Y no hay vuelta de hoja. Pero, pensar y Ser, son una y la misma cosa. Así como el Logos es lo común. Porque todo es un eterno fluir de lo mismo, con lo que al final, nos queda que el Todo es la Nada, la vacuidad (potencialidad de llegar a Ser.) Pero, claro, si abordas esto desde tu mente, desde la razón, desde la lógica y su principio de identidad y no contradicción, entonces ya no sólo hay el Ser, sino, el ser pensado por tu mente. Es decir, dos cosas, dualismo, que, además están en guerra. Tu mente está en guerra con el ser que ha inventado y con ella misma. Pero todo es una fábula, un engaño. Es la vía de las apariencias que nos enseñó Parménides, que era un místico, no un lógico, como nos han enseñado. Y como Occidente lo ha transmitido y por eso vivimos la locura de escisión y sufrimiento en el que estamos.

Sólo hay el Ser, o el Tao, o lo inefable, o lo Uno de Plotino, o el Dios de Spinoza,…muchos nombres porque es inefable. Y si sólo hay el Ser, por seguir a Parménides y nuestra tradición, no hay un yo que contemple el Ser, eso es un sueño, o, peor, una pesadilla, la del sufrimiento. El sufrimiento viene de nuestra no aceptación del Ser, la Vida, LO QUE HAY, ni más ni menos. Aceptación absoluta y plena para disolver nuestro ego, o, mejor, quitarlo de en medio, quitarle su importancia, la que el se ha dado, o nos hemos dado y, por eso, las cosas, el mundo y los demás nos producen sufrimiento. Pero en la plena aceptación de que lo que ES, ES, no hay división, no hay ni tú ni yo, sólo hay Unidad. NO hay otro, hay fraternidad. El SER, en tanto que ES, sólo puede ser aceptado o amado, y eso es comulgar con el Ser, estar en comunión con la naturaleza, con todo lo que hay. El fin de la guerra. Ésta es producto de nuestra ilusión, de la fabricación de un ego que analiza todo y nos separa. No hay separación, sólo comunión con lo que Es. Y sólo hay un camino: Aceptación (amor incondicional, desinteresado) y rendición (que no resignación, sino la humildad cargada de valor, porque hay que ser muy fuertes para ser humildes, no se trata de ser pusilánime.)

Comentarios a dos textos:

El primer texto, no estoy en absoluto de acuerdo con su tesis. Precisamente defiendo lo contrario. Al estilo de Spinoza, que es mi último libro “Comentarios a la Ética de Spinoza”. Intenta, por todos los medios salvar la dualidad Dios-mundo, por un lado, y la institución de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo por el Reino de los cielos en la tierra y, por tanto, la guardiana de la fe y el amor de Dios al hombre y la redención del hombre por el Hijo de Dios, todo a través del Amor de Dios, como gratuidad. De ahí que se le exijan al hombre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, sin las cuáles no obtiene la Gracia divina a través del Amor de Dios. Todo está muy bien. El caso es que esa redención, ese conocimiento de Dios, ese estado de Gracia, tiene que pasar por la Iglesia. Por tanto, se cae en un tremendo dogmatismo. Si te das cuenta, arremete contra el misticismo, claro, el movimiento místico en la iglesia, aunque ahora muchos son Santos, otros fueron quemados o recluidos en monasterios y tomados por locos, se salta la institución de la Iglesia. El místico establece una relación directa con Dios, pero, no sólo eso, sino que hace de Dios el propio Ser e, incluso, como dice el Maestro Eckart, “Yo estoy en Dios, yo soy Dios, Dios sin el hombre no existiría”. Es decir, es un panteísmo, pero no monista, sino, no dual, como en el vedanta advaita hindú. Por eso la Iglesia consideró a Spinoza ateo, cuando Spinoza decía: “Deus sive natura, natura sive deus”. Pero, claro, él no caía en un monismo, sino que consideraba que el hombre se identificaba con Dios o conocía a Dios, en lo que él llamaba, siguiendo a los antiguos, San Ambrosio, por ejemplo, el tercer grado del conocimiento. El primer grado es la sensibilidad, el segundo, el entendimiento y la razón y el tercero la intuición (artística, mística y filosófica), pues este tercer grado de conocimiento en Spinoza es el Amor. Es decir, que el conocimiento de Dios es posible por la apertura máxima del hombre al Ser que se da, no por el entendimiento (la ciencia, que es el ídolo de hoy en día), sino por el amor incondicional, que, a su vez, es posible porque la propia naturaleza divina es Amor y nosotros somos parte (atributos) de la naturaleza divina. Por eso el conocimiento supremo que nos lleva a la libertad de las pasiones (libro V de la Ética) es el amor intelectual de Dios. Pero ése acto de conocimiento, no es intelectual (sujeto-objeto), sino amoroso, por tanto hay una fusión con lo divino que es, no un ser personal, creador y separado, como mantiene el texto, sino el Ser parmenideo, o el Bien de Platón, o lo Uno de Plotino…en fin, toda esa corriente que se ha descabezado en la historia de la filosofía y en la religión. Si mantenemos a la Iglesia como institución desde la que se nos ofrece la salvación, pues tenemos el control. De ahí el lema “Fuera de la iglesia no hay salvación”, pero, la teología de la liberación, Jon Sobrino, en concreto, tiene un libro que se titula “Fuera de los pobres no hay salvación”. Y ahí, y eso me encanta, entra el texto del Papa, la Misión cristiana es extender el evangelio, pero sólo el evangelio y su sentido, no con demasiados preceptos eclesiales. Y, el mensaje del evangelio es el Amor Universal y que, el Reino de los Cielos está dentro de cada uno. Y eso significa que si uno quiere llegar al Reino de los Cielos ha de morir primero. Para renacer en la vida del Espíritu (el Amor Incondicional) es necesario morir (abandonarlo todo, el desapego que se dice hoy en día, de ahí lo del rico y el ojo de la aguja) Una vez muertos, es decir, una vez que ya no somos el yo que éramos, porque nos hemos transformado por medio del Amor, que es un estado de Gracia y se obtiene con Fe y ascesis, renacemos espiritualmente y estamos en Comunión con el mundo, los otros y Dios, porque reconocemos en cada cosa y en el otro a Dios. Por eso si nos transformamos, que es el mensaje de Jesús (no quiere la guerra contra los romanos, no le interesa la cuestión política como primer problema, sino la antropológica), pues transformamos el mundo. De ahí que, según el Papa, para transformar los grandes problemas del mundo y cambiarlo, hay que extender el mensaje evangélico desde todos los rincones de la Iglesia hacia el exterior. Pero no habla de la Iglesia como garante de la Verdad, ni nada. Habla de la Misión, que no es más que la conversión del otro en un cristiano, hombre nuevo o renacido, porque se ha transformado por dentro y lleva el mensaje evangélico, que es, el de la parábola del buen samaritano y el de las bienaventuranzas. Y, también, muy importante, la parábola del hijo pródigo, que es una parábola, para mí, en la que se puede enmarcar todo el mensaje evangélico. Y, si te das cuenta, tampoco se habla de muerte-resurrección, pasión. No, todo eso es un mensaje para culpabilizar a la humanidad de un pecado original, un mensaje manipulador que está en la mente de todos, porque está en el inconsciente colectivo. De ahí la capacidad de dominio de todo poder. Porque estamos preparados para ser esclavos. O, como decía La Boétie: “La servidumbre humana voluntaria”, o, el mismo Kant, somos autoculpables de nuestra minoría de edad por nuestra pereza y nuestra cobardía. Por eso, el mensaje evangélico, es un mensaje que, como dice el Papa, te saca de la comodidad, porque, en definitiva, Jesús, como Sócrates, o Buda, lo que predicaron fue la libertad o la liberación del hombre, pero no meramente política (a dios lo que es de dios y al cesar lo que es del cesar); sino total. Y esa liberación total es el camino que sigue la mística. Pero una vez alcanzada esa liberación hay que volver a la plaza pública, a ocuparse de los asuntos públicos y convertir a los demás. Como decía Platón, no se puede quedar el filósofo en la isla de los Bienaventurados, sino que ha de volver al interior de la caverna, al Ágora, como hizo Sócrates, y si eso le cuesta la vida, pues bienvenido sea. El objetivo no es la felicidad, sino la virtud pública y privada. Y, en la virtud está la felicidad. Porque virtud en griego es areté (Excelencia) y en latín, fuerza o coraje y valor. Y no hay excelencia sin valor y coraje- Y eso es lo que hace falta para realizar los dos viajes, el de la conversión o renacimiento de uno mismo y el de realizar la Misión evangélica, es decir, predicar el Amor Universal: la fraternidad. La Unidad de todos los hombres entre sí, con la naturaleza y con Dios. Y, una vez que cambia la conciencia del hombre individual y se hace universal (fraternidad), entonces se resuelven los problemas políticos, porque ya no se actúa desde el egoísmo, sino desde lo universal, desde la conciencia planetaria, global y universal.

Sin libertad no hay Despertar. La libertad, precisamente, es liberación. Pero la liberación exige eliminar todo aquello que nos condiciona a pensar y ser lo que somos. Y eso que creemos ser, no es lo que verdaderamente somos, no es más que un producto de lo ya pensado. Son un conjunto de creencias admitidas desde siempre con las que nos identificamos. Con las que estamos apegados. La libertad consiste en atreverse a pensar por uno mismo e indagar en ese conjunto de creencias con las que nos identificamos y no distinguimos que no somos esas creencias, sino que estamos más allá de ellas, que somos el fondo donde descansa todo eso. Somos el Yo universal, el Ser que puede observar. Por eso, primero hay que pensar por uno mismo. Y pensar por uno mismo requiere de la distancia, la ironía, ser capaz de reírse de uno mismo, lo cual hace que nos demos cuenta de que no somos las creencias ni los pensamientos limitantes, sino, el Observador imparcial, la Conciencia. Y la libertad se da en la Conciencia, que no tiene condicionantes, no el yo identificado con los pensamientos, con los calificativos que lo definen. La Conciencia no tiene calificativos porque no tiene condicionales. De ahí que sea el testigo.

Pero es necesario el pensar, porque sin el pensamiento no discernimos el engaño, ni creamos la distancia entre quien verdaderamente somos y las creencias y pensamientos.

Pero es la pereza, la comodidad y la cobardía, los que nos impiden pensar y, por tanto, ser libres y, en última instancia liberarnos y Despertar a la Consciencia. El camino es la autoindagación, el conócete a ti mismo, en sus dos versiones, a trevés de los demás y a los demás a través de ti mismo (somos Uno) y, en la segunda versión, conócete a ti mismo y conocerás al mundo y a los dioses (o Dios, el Ser, el Tao, el Dharma…)

Ante tanta pseudoespiritualidad hay que reclamar el pensamiento, la autonomía, la búsqueda de sí mismo. Olvidarse de los caminos fáciles, de los atajos. Recuperar la verdad de la tradición, enfrentarse a la sombra, la personal y la colectiva. No es un camino de flores, tampoco de espinas, es un camino de en medio, el camino de los castaños, suave, pero largo y con sus cuestas y sorpresas, un camino de búsqueda interior. Un viaje hacia dentro que nos lleva hacia afuera, hacia el Ser. Porque lo mismo es fuera que dentro.

Aceptación de todo lo que es. De todo lo que nos pueda pasar, lo que podemos sentir, las carencias que creemos tener. Aceptación es ver desde el presente, el aquí y el ahora, todo tu pasado y tu futuro.

Pero todo lo que es pasado y futuro, al estar en el momento presente se disuelve en el tiempo. Y para disolverlo en el tiempo es necesario no identificarse con ello. Hay que observarlo, sentirlo, sentir las sensaciones físicas donde se manifiesta el sufrimiento psicológico y amarlo desde el amor de sí, ese amor no es identificación, sino, todo lo contrario. Es desidentificación, distancia. Porque es el yo testimonial, el Testigo, el que desde la Presencia de Ser da testimonio de ello.

La cuestión es que, cuando uno no se identifica ni con su pasado, ni con su futuro, no se proyecta ni en el uno, ni en el otro. Y cuando esto ocurre, entonces lo que sucede es que el diálogo interno cesa.

Porque el diálogo interno, que es el que realmente crea el sufrimiento, alimenta la identificación con el yo que sufre. Pero el yo que sufre es un yo ficticio, que está en el pasado o en el futuro, es decir, una proyección. Porque sólo existe la Presencia, el eterno presente.

Es cierto que siempre vamos a funcionar en el tiempo psicológico, no se trata de anular éste, es imposible, como no podemos parar las funciones de los órganos del cuerpo. Lo que sí podemos hacer es no identificarnos con el papel que desempeñamos en el pasado y el futuro, sino observarlo desde la distancia de la Presencia, no alimentar ese yo con el diálogo interno: debería haber hecho, yo no puedo con esto, el culpable de todo es él, yo no soy más que una víctima de mi pasado,…y así.

La Presencia es ver desde la eternidad y es ver con amor, amor propio o amor de sí, aceptando todo aquello que somos, lo que nos produce alegría, como lo que nos produce tristeza. Observaremos, que si hacemos esta práctica nos mantenemos en nuestro centro, que es el aquí y el ahora, desaparece el sufrimiento psicológico porque ya el tiempo no existe al no existir el diálogo.

Es el amor incondicional, que conlleva el Perdón (empezando por perdonarse a uno mismo), que viene a ser lo mismo, el que nos lleva a la aceptación y, por supuesto, a la rendición. Después de mucho luchar, de mucho batallar, nos rendimos, que no es lo mismo que claudicar, sino aceptamos nuestros límites y los queremos, los vivenciamos, pero desde el presente. No intentamos ni juzgarlos ni justificarlos.

En el eterno presente, lo que es, es. Y no hay más que eso. Es la totalidad del Ser. Y, si estamos instalados en esa totalidad del Ser, en la Presencia, tenemos la mirada, como decía Spinoza, desde la eternidad. Y en la eternidad sólo hay Ser.

Cuando aceptamos estamos, automáticamente, en el estado de Presencia, y esto es lo mismo que amarlo todo incondicionalmente. Eso sí, empezando por nosotros mismos. El amor de sí, el amor propio, la aceptación incondicional de todo lo que somos, en el aquí y el ahora que abarca todo el tiempo, es la condición indispensable del amor al otro y a todos los seres vivos.

Cuidado con el engaño del poder, que ha negado el amor propio y lo ha identificado con el egoísmo. Nada más lejos de la verdad. Egoísmo es amar al otro para ser amado, buscar el amor del otro porque no se acepta el sentimiento de carencia. Si no vemos, aceptamos y amamos nuestra carencia, nunca amaremos al otro, buscaremos un trueque, un intercambio. Por eso viviremos en el engaño, la ilusión. Y no cesaremos de juzgar, de culpabilizar, de sentirnos las víctimas, de pensar en el qué dirán, qué harán…Amor de sí es Aceptación. Y Aceptación es Presencia. Y, la Presencia es la ausencia de tiempo, porque todo él, pasado y futuro sólo pueden existir en el ahora, el resto no es más que proyección e ilusión.

“Los verdaderos sabios de antaño,
eran hombres confusos, cual turbias aguas.” Tao Te King. Lao Tzse.
“A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado de la recta vida.” Dante. La divina comedia.
“¿Cuándo, cuántas veces te sientes en la encrucijada? En la primera, muchos caminos; en las siguientes, cada vez menos. Como un abanico que se va cerrando. Porque la encrucijada, en realidad, no es una, sino una tras de otra, toda una serie, que se convierte en la “selva oscura” donde se encuentra Dante en el medio del camino de su vida. La vida como camino, el hombre viajero.” Iñake Preciado. “La ruta del silencio. Viaje por los libros del Tao.” P. 114.

Sólo los sabios reconocen la ignorancia y sólo los sabios se saben perdidos y reconocen la "selva oscura" que es la vida y la "noche oscura del alma" que es necesario recorrer. El resto se afana en permanecer en la ilusión, en forjarse una doctrina confortable que lo aleje del acto de valentía de enfrentarse a la eterna pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Qué debo hacer?, ¿Qué puedo esperar?

La puerta de la sabiduría es la duda, el escepticismo, pero no nos podemos quedar atrapados en la duda, porque entonces nos quedamos atrapados en la razón, en la dualidad. Hemos de abrir la puerta, no a la irracionalidad, sino a la VIDA, sentir la Vida, eso es la metaracionalidad. Tomar consciencia de que todo es un sueño, de que somos soñados por alguien al que, tal vez, nosotros soñamos. Sueño que dios me sueña o es dios el que sueña que está soñando. abrir la puerta, dar el paso, atreverse a saber, a trascender el sueño para, al final, suspender el juicio porque la razón es insuficiente. Fundirse con la VIDA.

La vida es sufrimiento y muerte. Tanto uno como otro se pueden trascender. Pero no todos lo pueden hacer. El miedo a la muerte es natural al hombre. La rabia contra ese destino que corta la vida en su pleno apogeo, en la infancia, o en el final, es respetable. El no querer comprender es respetable. El cómo cada uno vive la vida desde su verdad es respetable, así cómo cada uno encara la muerte, igualmente, es respetable. La muerte es el enigma, el misterio, la puerta, quizá, para los que tienen fe, para los que no, les quedan sus actos. Lo que han realizado en su vida. La muerte y su presencia desencadena el proceso de autoindagación, de autoanálisis. Es el momento de evaluar. Hay diferentes etapas en el proceso de la muerte y todas ellas deben ser respetadas por los seres que están al lado. El sufrimiento del que se enfrenta a la muerte es único y pertenece sólo a aquel que lo sufre. No valen discursos consoladores, sólo la presencia. La muerte y lo que la antecede es algo que nos toca a todos vivir, que nadie nos arrebate la libertad de pensar nuestra propia vida, de evaluarla por nosotros mismos. Que nadie nos quite la libertad de elegir nuestra forma de morir. Todo está bien, toda decisión está bien. El miedo, la tristeza, la rabia, la ira, la aceptación, la rendición, están bien. Y todo momento es respetable y hemos de comprenderlo desde lo más profundo, como si fuésemos nosotros, que algún día lo seremos, el que está muriendo, el que mira de frente a la muerte. No valen los discursos ante el que tiene a la muerte de frente, porque él, aunque esté lleno de dolor, rabia y miedo, es más sabio que nosotros. No valen paños calientes ante la muerte. Hay que respetar la libertad del otro, sus creencias y sentimientos. La muerte es la puerta a lo inefable y mientras no estemos frente a la muerte no podremos ver lo inefable. El resto son palabras, discursos vacíos, bien intencionados, pero vacíos.

Todo está en la trampa del pensamiento. Y la trampa del pensamiento es el lenguaje. El Tao que puede ser nombrado no es el Tao, el Tao que no se puede nombrar no es el Tao. No podemos hablar de lo que no se puede hablar. Y de lo que no se puede hablar es lo inefable. Luego lo único que nos queda es el silencio. Una mística radical invita al silencio, todo lo más que podemos hacer es hablar negativamente de lo que es para decir lo que no es. Pero, aún así, nos equivocamos, porque lo que es, es tanto en negativo como en afirmativo. Porque el lenguaje es dual, pero la Realidad sobrepasa toda dualidad. Y esto es la vacuidad. La vacuidad es la salida de la forma. Lo sin forma. La pura potencialidad del Ser, pero sin afirmación, sólo como pura potencialidad, como pura posibilidad.

Y esto, antropológicamente, aplicado al hombre es la posibilidad de ser lo que es y su negación. No hay nada, sino todo, o todo es nada, que es lo mismo. Toda definición es una determinación. Y una determinación es un límite y la vacuidad es la ausencia de límite-. La pura posibilidad. Ni lo muerto ni lo vivo, ni lo eterno, ni lo temporal… contemplar la temporalidad es la trascendencia de todo lo que es. Ni amor, ni odio. Si todo es Amor, estamos dejando fuera lo opuesto, el odio. Y todo lo que hay es la unión de los opuestos. No valen paños calientes en la mística radical. Y lo radical no es extremismo, sino ir a las raíces de las cosas. Y las raíces son lo originario, lo que hay, no se pueden eliminar, no se pueden obviar.

Lo real es la armonía de los opuestos. Y  la armonía de los opuestos es la unidad, que es, a su vez, la negación. La negación es la Nada, la vacuidad. Porque no es la nada como no ser, que es una parte de los opuestos, sino la nada como potencialidad de Ser y No ser.

No hay ni sentido, ni azar, ni sentido, ni absurdo, hay lo que hay, que es innombrable y, lo innombrable, es la vacuidad. Todo fluye, nada permanece. De nada hay que preocuparse. No hay futuro, no hay pasado, sólo el eterno presente. Y lo presente es la observación del ser desde la eternidad sin juicio.

Todo nuestro afán es permanecer. Pero el intento de permanecer es apego, y el apego tiene su último origen en el ego. No hay ego. El ego es una construcción. Hay que dejarse llever, fluir, no presentar resistencia a la naturaleza, el Universo, el Tao, todo lo que hay. Hay que estar en los demás. En los demás, en el cambio y fluir de las relaciones está lo que es, que nunca permanece. Porque todo fluye y cada cual no es más que un haz de percepciones, un eterno fluir de lo mismo en otro y el otro un eterno fluir de lo mismo en mi mismo. Todo es apariencia y esa apariencia es todo lo que hay, porque apariencia y realidad son lo mismo. El lenguaje explota delante de nuestras narices en la medida en la que intentamos comprender. No podemos comprender por el lenguaje. Sólo el Ser puede comprender. Pero el Ser es el Silencio. Guardar silencio, ir hacia el interior. Ése es el camino, lo demás es alejarse del centro. Descentrarse. Buscar recetas. Y no hay recetas en lo radical, en las raíces, sólo raíces. Las recetas son para los débiles, los pusilánimes, los que no tienen valor de enfrentarse a la Nada, la vacuidad, el interser, el nirvana. Y lo sustituyen por recetas, por palabras como Amor y demás. Lo que es, es, y no se ama a sí mismo porque entocences es dos, además de carencia. Simplemente es. Y, cada cual, en tanto que es, es lo que hay y el amor de lo que hay no es el camino del ser, sino de la dualidad. Aceptación, rendición, entrega absoluta. Dios, lo que hay, el bien y el mal, exigen la entrega incondicional, sin amor ni odio, sino con la unión de ambas en su armonía del ser, con Fe y con confianza. Y sin miedo. La vacuidad es el abismo. Acercarse al umbral de nuestro yo es vislumbrar el abismo de nuestro vacío. Porque el ego es la vacuidad, lo que no es. Y de ninguna de las maneras puede ser ni llegar a ser. La vacuidad, por otro lado, es lo eternamente cambiante, es la naturaleza de nuestro ser. Asomarse a nuestra vacuidad es asomarse al abismo de la nada. Es dejarse caer, desasirse de cualquier asimiento o apego., incluido, y, sobre todo, el apego del ego. No hay apegos, no debe haber apegos, ni al del ego, ni al de la sanación, ni al de la curación, ni al del desarrollo personal. Todo eso es apariencias, todo eso es dualidad. No hay dualidad, salvo la dualidad pensada que procede de nuestros deseos. El sufrimiento es deseo. Si queremos parar el sufrimiento debemos parar el deseo, simplemente, Ser, dejarnos ser. Seguir la naturaleza, cómo la naturaleza se expresa en nosotros. Abrazar nuestra propia naturaleza como expresión de la naturaleza, de lo que hay. Y lo que hay es armonía de los opuestos. Para no sufrir hay que aceptar nuestros opuestos, nuestro querer y no querer, dejar de querer. Estar, Ser.

La vida es dolor y sufrimiento. Sin ellos es imposible aprender, pero aprender implica eliminar el deseo y sustituirlo por el amor y la compasión.

Nada se puede aprender realmente más allá de lo que se pueda mostrar. En realidad no sabemos nada de lo que es importante, o de lo que tiene realmente importancia: el sentido de la vida, la muerte, la belleza, el bien... Y ante esto lo que queda es una gran carcajada ante la gran broma cósmica.

Ni teocentrismo, ni antropocentrismo, ni ecocentrismo, mejor cosmocentrismo o vacuicentrismo. El vacío como centro y circunferencia, la nada como las apariencias y el todo.

Salir de la caverna totalmente es encontrarse en el vacío. En lo inexpresable que es el fundamento y origen de todo. Es la Unidad y el origen de la Unidad, la forma y la vacuidad, las apariencias y la realidad. No hay palabras.

Las teorías sólo son teorías, los pensamientos son limitaciones de la realidad. La realidad está más allá de la puerta de salida de la caverna. Fuera de la caverna nos encontramos la nada y el todo. Es como perder pie y caer en el abismo a la par que uno se disuelve y resuena una gran carcajada. Fin de la búsqueda, solo nos queda el instante presente, la Presencia, o la eternidad, que bien podría ser la Nada. Y, ante todo esto, distancia y humor, un poco de ironía y cinismo. Pues no era para tanto. El fin de la búsqueda está en el principio. Pero había que recorrer el camino. Porque el fin, paradójicamente, no existe, no hay fin, el fin es el camino. Y cuando caemos en la cuenta, pues se acabó la búsqueda, pero no la vida, una gran carcajada de nuevo. En realidad, no nos encontramos, nos perdemos, porque no hay un yo que sostenga ningún juicio. No hay conocimiento, ni esperanza de conocimiento. Hay el Gran Misterio, que sólo es vivenciable.

Y en esto consiste en Despertar, que no hay Despertar, (en realidad estamos Despiertos, pero somos ignorantes de ello y ese es nuestro pesado sueño, nuestra pesadilla), sino camino. Y cuando se descubre, lo que se descubre es nuestra profunda ignorancia, el sólo sé que no sé nada. Y cuando vivenciamos eso es cuando realmente salimos de la caverna. Es como un Despertar súbito. Pero la vida sigue hasta que muramos, aunque ahora todo sea más cómico. En realidad, carece de importancia, porque la importancia la da el ego, pero si el ego se ha vuelto funcional, sólo hay aceptación y rendición plena y activa. Nos queda la acción en tanto que compasión: amor de todo lo que he considerado otro, pero que es Uno. Pero no hay teorías de la compasión, ni del amor, nada sirve. Cuando se despierta nos damos cuenta de que todo está gastado. Porque todo pertenece al sueño.

Despertar es una gran carcajada desde nuestra ignorancia. Todo sigue igual. Pero la mirada ha cambiado. Ahora vemos desde la inocencia, sin prejuicios, sin teorías, sin ideas, ni creencias preconcebidas. Hemos vuelto a la vida cotidiana sin escisión, sin ruptura, sin dualidad, sin prejuicios. Es como un cierto cinismo que nos permite reírnos de todo. Pero una risa que procede del Todo y desde la inocencia.

Y, una vez que hemos salido de la caverna, que hemos despertados súbitamente, hemos visto la luz del exterior y hemos salido dando un portazo, qué hacer. El mismo Platón nos lo dice. El filósofo no puede vivir en la isla de los bienaventurados, sino que ha de volver a la caverna y enseñar, aportar la luz, a los que habitan en el interior. La cuestión, u otra cuestión es cómo.

Al filósofo que ha despertado le tocan dos tareas, la del conocimiento y la de la educación-compasión. Porque la educación es una forma de amor, pero está dentro de algo más amplio que es la compasión hacia todos los seres.

Aguijoneando las consciencias dormidas, como buen tábano, en estas pseudofiestas que han perdido todo su sentido originario en el que había una relación directa con la naturaleza y la vida. Porque toda fiesta era una conmemoración sagrada de un cambio de ciclo vital y natural, claro, lo uno y lo otro, no se podían separar. Cuando se han separado, pues hemos llegado a la esquizofrenia de la sociedad actual. Bueno, no tan actual, así llevamos siglos y siglos, pero la esquizofrenia se hace cada vez más insalvable.

“¿Por qué hay ser y no más bien nada?” Hedegger.

“La pregunta más simple de toda la filosofía es: ¿Qué es todo esto?” Whitehead.

Un Koan Zen dice así: “Cuál era tu rostro cien años antes de nacer y cuál será tu rostro cien años después de morir?”

Hay tres caminos que no se pueden recorrer por separado, pero que sí tienen que ver con la personalidad de cada uno y, por eso, cada cual practica más uno que otro, aunque al final todos confluyen en la armonía:

  1. El de la devoción. Que es la oración hacia lo divino a través de lo que cada cual necesite y su cultura le ofrezca.
  2. El de la compasión, que es el de la acción. Es el del amor incondicional hacia los demás. Vivir por y para los demás.
  3. El del conocimiento o sabiduría. Que es el del conócete a ti mismo, el de la autoindagación. Y comienza por la pregunta ¿Quién soy yo?

No está mal todo esto como programa para una vida. Aunque una vida, con lo dormidos que estamos, -sólo despertamos cuando la vida nos da un revés, un bastonazo, que siempre es a tiempo- se nos queda demasiado corta.

La política que tenemos, el pensamiento político y sobre todo las ideologías, son formas caducas que no acaban de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Muere una consciencia egoica, dual y maniquea y nace una no dual y fraternal, pero aún no acaba de nacer. Mientras nos debatimos con las identificaciones porque no acabamos de ser libres; es decir, pensar por nosotros mismos sin necesidad de ideologías (que, por cierto, es un sistema de contrapensamiento) Y esta nueva consciencia, que engloba también, por supuesto, una ética y una filosofía, serían la base para una nueva civilización. La que estamos se hunde, está muerta, hay que salvar a los pasajeros del barco con una consciencia nueva, no intentando parchear el barco.
Por ejemplo, intentamos argumentar y, lo que hacemos es utilizar el Logos, la razón instrumentalmente, cuando, en realidad, tal y como aparece el Logos en Grecia sería que el hombre vive en el Logos. El Logos es lo común dice Heráclito. La nueva consciencia de los pilares de una nueva civilización, si es que ello es posible, no es algo ex novo, sino mucho de recuperación y actualización de la sabiduría antigua, de lo que se llama, desde Huxley "Sabiduría o filosofía perenne". 

Sí, en la enseñanza reglada hay un acoso hacia el buen estudiante y, por parte de los gabinetes psicopedagógico, al solitario, al de gustos raros y exquisitos lo quieren normalizar, es decir, llevarlo a la mediocridad, al rebaño.

Es la política del rebaño, la ética del débil.

La tarea del filósofo es ayudar a que la ciudadanía se forje un carácter.

Los filósofos somos demasiado duros y diáfanos para estos tiempos líquidos y traslúcidos.

El filósofo es un camino, no un conjunto de conocimientos. Por eso el filósofo es un viajero, alguien que va hacia el interior para conocer el exterior. Vamos, no un turista.

Como la gente está perdida, pues viaja, como si fuesen a encontrarse. Lo que en realidad hacen es huir de sí mismos.

“Buda y Cristo, aunque son figuras del pasado, son en realidad, figuras del futuro.” Ken Wilber.

Por mi parte, yo añadiría también a Sócrates.

Lógicamente esto habría que explicarlo, pero lo dejo para que lo reflexionen ustedes mismos.

Todo tiene la importancia de la perspectiva desde la que se mire. Jesús, Buda y Sócrates nos enseñaron a mirar desde la eternidad, cada uno a su manera: Jesús desde el amor incondicional, Buda, desde la conciencia plena y la superación del sufrimiento causado por el deseo, Sócrates desde la serenidad de la razón cordial y la entrega a la ciudad (humanidad, la ética: "Es mejor padecer una injusticia que cometarla" Y, el divino Spinoza nos lo recuerda en su ética. En su libro quinto. La libertad humana no existe, no hay libertad. Hay liberación de las pasiones a través del conocimiento (amor) de Dios o Naturaleza. Y ésta es la aspiración del arte: lo sublime.

Nuestros vicios: la rabia, la ira, la tristeza, el odio, la vanidad, la envidia, no son más que formas incorrectas de mirar, ignorancia. Y todas proceden de una excesiva concentración en nosotros mismos, de una falta de perspectiva, de incapacidad de mirar desde la distancia y con ironía. De darse demasiada importancia. Si cambiamos la percepción los demonios se transmutarán alquímicamente en ángeles: La rabia en ternura, la ira en generosidad, el odio en amor incondicional, la vanidad en humildad (que no humillación), la envidia en admiración y alabanza…

Quizá la única oración, mantra, invocación, plegaria, contemplación...sería el dar Gracias. Quizá dar Gracias y que ésta emerja de nuestro corazón sea un camino de acceso hacia la ampliación de nuestra conciencia. La gratitud es la forma superior, por desinteresada, en la que se manifiesta el amor incondicional.

Una cosa importante es que no hay que buscar el Despertar, el despertar es la misma búsqueda, si nos paramos y nos autoobservamos, inmediatamente dejamos de identificarnos con el yo. No es que el yo desaparezca, eso no puede ocurrir, tiene su función y muy importante, lo que desaparece es la ilusión de que somos un yo, el sueño de ser un yo separado, cuando en realidad no somos más que la expresión de la Unidad de lo Divino, el Espíritu, el Vacío,…

El hecho del buscar, al final produce la dualidad, el yo que busca al yo despierto (no puede haber un yo despierto, es una contradicción). Y, encima, todo se llena de técnicas para ayudarnos a Despertar, pero, no hay técnicas, cada cual es una puerta abierta al Despertar, a ser más consciente y, para ello, lo que es necesario es pararse, silencio, soledad y convertirse en amor (luz), o recordar qué es lo que somos.

El Despertar, la Iluminación, salir de la Caverna es un comprenderlo TODO súbitamente y no poder decir nada. Sólo queda el silencio, una sonrisa, una carcajada atronadora y, todo lo más que se puede decir es: GRACIAS.

“Quien no es capaz de desprenderse de su yo, de morir y de mirar la muerte cara a cara, tampoco podrá vivir. Son pocas las personas que emprenden el camino de la muerte del yo -el camino místico-, y muchas menos las que van por él hacia el final. Porque antes del morir está el miedo.

Únicamente las personas con un yo fuerte son capaces del desasimiento. . Algunos deberán ocuparse primeramente del fortalecimiento de su ego antes de emprender el camino místico o, por lo menos, ponerse en manos de un terapeuta.” W. Jäger. En busca del sentido de la vida. El camino hacia la profundidad de nuestro ser. pp. 24-25

Una vez más, desprenderse del yo es morir. Pero no es fácil desprenderse del yo. Es más, y muy curioso, mucho de lo que hacemos para desprendernos del yo no es más que una forma de abrazarnos a él. No soportamos la muerte del yo, porque es la pérdida de sentido. La desaparición del yo implica la ausencia de sentido, porque lo que da sentido es el yo. El sistema de pensamiento y percepción del yo es el conjunto de creencias, pensamientos, sentimientos y emociones que me sirven para interpretar el mundo, o LO QUE HAY. Ahora bien, si pongo el yo entre paréntesis, si me suelto (o lo dejo caer) de él, entonces nada tiene sentido. Y si nada tiene sentido es mi muerte. Me he enfrentado a la muerte cara a cara. Es decir, ya no soy yo. Ya no puedo identificarme con nada. He visto la farsa que interpretaba, no hay yo, no hay juicio, no hay forma, todo es vacuidad. Sólo a este estado se le abre la divinidad. Cuando nos hemos reducido a la nada (egoica), entonces surge la totalidad de lo divino, del Ser.

Es muy difícil emprender este camino, porque implica un poder de decisión irrevocable. Es un decir sí o un decir no. No hay medias tintas. Y, para ello hace falta valor y coraje. Y sólo es un paso el que se necesita dar. Pero es un paso en el abismo. Y cuando se va a dar el paso, que es único y definitivo, después de dar muchas vueltas comprendes que sólo es un paso, pues lo que suele ocurrir es que aparece un ataque de pánico ante el vacío, ante la idea de la nada, ante el pensamiento de caer en el abismo oscuro y sin fondo que es la nada de la ausencia del yo. Y, entonces, sentimos que no tendríamos a qué aferrarnos para interpretar el mundo, por eso la mayoría de las personas que emprenden el camino se enredan en las técnicas y pierden de vista el fin, que es el desprendimiento del yo. Es decir, que les vence el miedo, que es el fundamento sobre el que se levanta el ego. Es su coraza, primera, última y definitiva. El miedo es la base de la construcción del ego. Y este miedo lo sentimos todos: es nuestra soledad más absoluta, es el sentimiento de locura, de separación de todos los demás,…y nos resistimos a soltar, simplemente, o nada más y nada menos, que por miedo.

Por eso es necesario un yo fuerte, que significa tener carácter, voluntad, decisión, valor, coraje. Sin ello, tenemos un yo pusilánime, inseguro, no integrado, ni autónomo ni libre, menor de edad, a medio construir, que se aferra a cualquier ídolo para sobrevivir y resistirse al pánico de no ser. De ahí, que para iniciar el camino espiritual, y no caer en errores, como las diversas formas de materialismo espiritual, de narcisismo, de psicosis y delirios, de locura estrictamente hablando (esquizofrenia) es necesario estar sanos psíquicamente. Es decir, no arrastrar traumas que se proyecten después en la vida espiritual. Porque esos traumas impiden soltar el yo y se transmutan en supuestas experiencias místicas, que no son más que el fruto de un yo desestructurado.

Desde fuera de la caverna. Despertar, lucidez, Consciencia.

Todo es Luz, la luz ilumina todo lo que hay y lo que hay es a partir de la Luz. La luz hace que todo se proyecte y que aparezcan las sombras. Ya no hay un yo, un tú, ni un mí. No hay más familia, nación, estado, ni país que el Cosmos. Todo lo que existe, esencialmente, es Uno. Y el yo se disuelve en ese Uno. El yo, se echa a un lado, para que se adentre el Ser y todo se hace Ser y Devenir. Uno ya no es un yo, sino el Observador, la Presencia Plena, la Consciencia. El pasado Es en el Eterno Presente, no hay un condicionante del eterno presente. El futuro no está dado, ni pensado, ni sentido. Sólo se siente el Eterno Presente, la Presencia. Y esa presencia es Vacuidad, no hay formas porque no hay conceptos, ni lenguaje que describa el exterior de la Caverna, que es el Ser, lo Dado, lo que Es, el Tao, la Divinidad. Impermanencia, fluir de todo lo que hay. El observador sintiente sin palabras. Las palabras mediatizan y dan forma al Ser, entonces aparece el conocimiento y desaparece la sabiduría. La observación sin lenguaje, el meramente estar, por el hecho de estar. Permanecer inalterable en el Ser, pero a la vez, Ser vacuidad impermanente. La ausencia de formas del Ser que es la Consciencia plena que Uno es cuando ya no es un yo, cuando el yo se ha echado a un lado y el ver se convierte en lo visto, lo observado en el observador. Consciencia plena sin forma. Nada a lo que asisrse, nada en lo que proyectarse, nada que sea el sujeto de lo que se aferra a algo, porque ni hay un algo, ni hay un yo desde lo que aferrarse. El instante del eterno presente, a la vez fugaz, impermanente, vacuidad, interser y ausencia de forma…palabras, meras palabras. Sentir sin yo sintiente, Sentir desde el Ser, desde lo que Hay. Desde el Mismo sentir impersonal que fluye y se diluye en el Eterno Devenir. Sentir en el Amor que es el Ser en su Unidad. Ser en la plenitud amorosa de la vacuidad. Sentir la vacuidad como potencialidad del Ser, como Devenir, como fluir que no cambia porque es eterno y no es el mismo porque es autocreación y fluir constante de lo mismo. Agradecimiento como sentir originario que lo llena todo, rendición incondicional a la Presencia Absoluta. Indiferencia absoluta que hace posible el Amor incondicional, la aceptación plena de lo que es, Fue y Será, del Fluir Eterno del Devenir.

La meditación profunda es cuando la mente se vuelve sobre sí misma y se hace consciente de que es consciente, no de qué es consciente. Cuando se medita en un objeto aparece la dualidad. La meditación es el tomar consciencia del Yo Soy. Entonces emerge la paz, la serenidad y la felicidad. La meditación en objetos son el vehículo para llegar al estado profundo de meditación, el estado no dual. Meditar con la atención en la respiración, o en las sensaciones del cuerpo es el medio para la toma de consciencia de que somos consciente de que respiramos, de que estamos tristes, alegres. La consciencia es el estado permanente, mientras que los objetos de la consciencia son como el río que nunca permanece. Pero el río siempre sigue siendo río, la cuestión es no identificarse con lo concreto, sino que lo concreto se unifique con la consciencia inmutable. Tomar consciencia de la consciencia es estar despiertos. La cuestión, después, es integrar esto en nuestra vida cotidiana. Porque la consciencia nos da distancia, es como ver a vista de águila, pero es necesario bajar. Vérselas, desde arriba, con lo de abajo. Meditar es descansar en el Ser, sabiéndose ese Ser.

Vislumbrando la Realidad.

¿Qué es lo real? Esta es la pregunta fundamental de la filosofía, la ciencia o el conocimiento en general. La realidad es polisémica; esto es, que debemos decir qué queremos decir cuando hablamos de realidad. De lo contrario todo será confuso.

La realidad total, la realidad suma y última es inalcanzable, inexpresable, incognoscible e inefable.

Pero la realidad última se autoconoce a sí misma, es su autoreferencia. Es no dual, es presencia sintiente e inteligencia. La realidad se nos manifiesta en lo particular, toda la realidad es percibida, sentida e inteligible desde lo particular, ya sea un objeto o una persona. En realidad, nada es diferente de nada. Todo es una misma inteligencia, una misma mente que se expresa de distinta manera. Y todos, aparentes, ilusorios, sueños pero existentes tenemos acceso a esa realidad total. Es la experiencia culmen.

Pero de nada vale una experiencia culmen si no es transformadora. La realidad es el eterno fluir de lo mismo, yo soy real, por tanto, mi ego se disuelve, cuando fluyo con el Ser. El Ser que nunca es el mismo, porque el Ser que conocemos particularmente es el Ser que se manifiesta, no el no manifestado. La realidad implícita genera la realidad explícita. Pero la realidad explícita es la de la multiplicidad y esa es apariencias, engaño, sueño e ilusión.

Pero las ilusiones, los engaños y los sueños, son. Son apariencias: lo que las cosas parece que son, pero que no son. De esta manera las apariencias son una vía para acceder al Ser real, absoluto y último. El sueño de las apariencias necesariamente debe ser vivido para alcanzar el Ser. Todo es integración. Y la integración se hace desde lo múltiple, desde los opuestos, que, aparentemente están separados, pero están en armoniosa Unidad. Porque lo que hay es pura Unidad. Pero esa pura unidad, que es armonía de los contrarios es incongnoscible para la mente limitada que es el ego. Sólo es posible un conocimiento de lo real y de la armonía de los opuestos si trascendemos el ego lógico y nos entregamos, aceptamos, nos rendimos, al eterno fluir de todo lo que Es. No se puede pensar lo que Es como inmutable, porque entonces la mutabilidad queda fuera, ni como eterno, porque entonces el tiempo queda fuera, y así…ha de sentirse-intuirse como una armonía no manifiesta. Como bien decía Heráclito el obscuro: “La armonía no manifiesta es más profunda que la armonía manifiesta” Y la armonía no manifiesta la captamos con el Logos o, mejor, el Nous, la Inteligencia última de los primeros principios y las últimas causas. Y éste es el verdadero conocimiento. Un conocimiento de principios, no de cosas múltiples, ni de causas, ni de erudición. Un conocimiento que se nos da como estado de Presencia.

El cosmos, la inteligencia, el universo, el tao, dios, todo es la Unidad. Unidad en perpetuo movimiento de lo mismo. En la eternidad y en movimiento, en lo uno y en lo múltiple. En el Ser y el Devenir. Captar, sentir esto es vivir el Ser e instalarse en el verdadero yo que no es el ego biográfico, temporal, egoico, biológico… Aunque, el ego, con todos sus atributos es el instrumento que a la par que nos impide conocer lo real, la verdad, es el único instrumento que tenemos para conocerla. Porque es el conocimiento de los mecanismos de pensamiento del ego y de sus relaciones con el mundo y con los demás el que me permitirá ver la falsedad, el sueño, el engaño.

"Todo lo que es es en Dios" Spinoza, Ética.

Dios es lo que es, lo que hay, todo lo que es y lo que puede llegar a ser. Es la substancia infinita, por tanto, es aquello que contiene todo lo que es y lo que potencialmente puede llegar a ser. En este sentido, Dios es eternidad y tiempo, estático y dinámico, Ser y Devenir. Y todo lo que hay es en Dios, pero es en modo universal, es decir, no diferenciado, pero, a su vez, también en un modo diferenciado, como una parte autoconsciente de Dios, una ínfima parte a la que le podemos llamar sueño o ilusión. Pero no se puede salir de Dios, no puede haber escisión. Dios, o la Naturaleza, o el Ser…es lo manifiesto, en tal caso es lo diferenciado, lo múltiple, o la Realidad no manifiesta, la pura potencialidad de ser, el universo implícito, que llama el físico Bohm. La unión con Dios, en realidad, es un hecho, lo que no lo es es nuestra consciencia de esa unidad porque vivimos, digamos, en el universo, Dios, manifiesto, el mundo de las sombras y de las apariencias, de los sueños y las ilusiones. El problema es que nos identificamos con este mundo explicitado, cuando, realmente, no somos más que una expresión manifiesta del mundo potencial, infinito, implícito y no manifiesto…ahora bien, en ese mundo-Dios, no existe la escisión, la separación, no hay pues un ego, nuestra mente es Una con el Ser, porque sólo habría una mente, la mente de Dios, porque Dios es la única realidad. Pero cuando hablamos de este Dios, no tiene nada que ver con el dios de las religiones, es la realidad última y toda la realidad, no es personal, porque lo personal es lo manifiesto, la ilusión y las apariencias. Ese dios personal es el que mi ego inventa para tener un ritual, un ídolo al que adorar y al que agarrarme. Pero, en realidad, Dios es el camino de salida del mundo manifiesto. Del Dios que hablo, siguiendo a Spinoza, es del dios de la mística, Dios experienciable que excede todo y que es la única realidad, la substancia infinita, la única mente, los infinitos modos del ser y sus infinitos atributos. El Dios absolutamente indiferenciado en el que todo lo que es, pues es.

“La alegría es el paso de una perfección menor a una mayor.” Spinoza, Ética.

La alegría es el contento del alma, el contento de ser, el sentimiento de perfección, de autorealización. Por eso la alegría es como el termómetro de nuestra felicidad. En realidad, no se trata de hablar de felicidad, que es un término multívoco y muy equívoco, sino de alegría. Y la alegría tiene que ver con el deseo de persistir en el ser. A mayor deseo de persistir en nuestro ser, de querer seguir existiendo, mayor autorealización y mayor perfección. Y a mayor alegría aumenta nuestra potencia de ser. Es decir, que deseamos ser más y, con ello, más perfectos.

Por el contrario, la tristeza es el sentimiento que disminuye nuestra potencia de ser. Cuando estamos tristes no queremos ser, no tenemos potencia para ser. Por eso aquí tienen mucho que ver los deseos. Y deseamos, como decía Spinoza, de forma revolucionaria, lo que consideramos bueno. Las cosas son buenas porque las deseamos. Deseamos lo que es bueno para nosotros, lo que aumenta nuestra alegría, no lo que nos destruye. Si deseamos lo que nos destruye, entonces estamos equivocados y debemos revisar racionalmente nuestro error y corregir el deseo hacia algo que aumente nuestra potencia de ser y no, por el contrario, que nos autodestruya. La alegría nos lleva al amor de lo que deseamos, mientras que la tristeza nos lleva al odio. El amor crea, el odio destruye. Y estos son los dos afectos básicos que nos mueven a actuar y de los que somos siervos, si seguimos la tristeza y el odio o nos hacemos libres si seguimos a la alegría y al amor. Porque la alegría aumenta progresivamente nuestra perfección y la alegría nos lleva, en última instancia, al amor de Dios, que es el estado de gracia y de beatitud supremos. El amor de Dios es el tercer grado de conocimiento. Porque a Dios, que es la substancia infinita, todo lo que hay, solo se le puede amar de forma directa, por la intuición, no por la razón. Ahora bien, es la razón la que ha ido corrigiendo nuestros deseos y los ha ido encaminando hacia aquello que nos produce alegría y, por ende, nuestra potencia de ser, que llega al máximo con el amor a Dios o unión con Dios.

“Lo que se opone a la alegría…es la tristeza, no el sufrimiento.” Gustavo Gutiérrez. Citado por Jon Sobrino. “La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas.”

Alegría y tristeza son los sentimientos básicos del ser humano. La alegría aumenta nuestra capacidad de ser, mientras que la tristeza lo impide. Ahora bien, el sufrimiento no se identifica con la tristeza, podemos sufrir por ser victimas de la injusticia social establecida o estructural, pero eso no impide que nuestra actitud sea la de la alegría. Aunque podemos sentir el dolor. Además, ese sufrimiento, al no ser individual, te pone en comunión con el otro y eso hace que el sufrimiento sea una catapulta para la fraternidad y ésta para la rebelión contra la injusticia, el engaño y la mentira establecida por sistema.

Si identificamos la tristeza con el sufrimiento nos ahogamos a nosotros mismos, nos quedamos sin salida, nos aislamos del otro. Porque nuestra salvación es a través del otro, identificarnos como iguales en el otro. Entonces sentimos su sufrimiento, sin caer en la tristeza y la desesperanza, por el contrario, animados en este reconocimiento de la igualdad que somos emprendemos la lucha de la autoliberación y la liberación universal. O la redención y salvación que lo llama el cristianismo o el Despertar, o la justicia social. Pero todo tiene que partir de la capacidad del reconocimiento en el otro y es el sufrimiento el que me lleva a ello. Por el contrario, cuando buscamos en el otro la mera distracción no nos identificamos, sino que nos disolvemos, no vemos el dolor ajeno, ni el origen de la injusticia que lo sostiene, por tanto, aunque entretenidos, pues estamos solos y temerosos. Porque es el miedo el que me impide verme en el otro. Porque el otro será el que me reflejará como soy y viéndome, tal cual, pues puedo Despertar de mi sueño y de mi plácido entretenimiento.

La Presencia

Es como cruzar un umbral, una puerta y, de repente, la luz. Todos los pensamientos, las sensaciones del cuerpo, de lo “exterior”, sentimientos, emociones se hacen presentes. Pero no sólo lo que acaece en ese momento, sino que la presencia es también los pensamientos e ideas del futuro, del pasado. Todo está en el presente, puesto que está en la mente. Todo es presencia. Y, ante esto queda el Testigo en calma, paz, alegría. Pero, aún hay más, llega un momento en el que el Testigo se funde con la luz, es la misma luz, la misma idea, la misma ilusión, lo es todo y todo lo es en él. Es una fusión en la que no se pierde la diferencia, pero si el carácter egoíco o de apego. Lo que sobreviene es un sentimiento que fluye por todos lados de agradecimiento y amor. Ni se puede diferenciar entre uno y otro. Y en ese estado de beatitud se permanece instalado y viendo desde la eternidad, desde el amor intelectual a Dios, que lo es todo, que está en todo, pero que no se confunde con todo. Lo particular emana de la Unidad, pero la Unidad, en tanto que es tal no deja de ser Unidad, porque lo que une la particularidad es el amor y el amor es la misma unidad. Y ese amor es el que se siente en el amor intelectual de dios, en el agradecimiento, la Beatitud.

El Despertar tiene que ver con la liberación y la liberación tiene que ver con el conocimiento. Luego Despertar es salir de la ignorancia que no es, ni más ni menos, que reconocer la propia ignorancia; el solo sé que no sé nada. Todo lo demás son discursos hueros, palabrería new age y textos de autoayuda. Es decir, apariencias, engaños, esclavitud. Hundirte más en la caverna. La cuestión es reconocer con todas nuestras células nuestra ignorancia y saber que, ante el misterio, no podremos salir de ella, que no podemos esperar, ni desear la iluminación, que es imposible. Cuando tomamos consciencia de que ésta es la realidad, entonces soltamos una gran carcajada que es el resultado de dejar caer nuestro ego. No hay nada que buscar, no hay nada que hacer, sólo, estar en estado de Presencia, que, por otra parte, ya estamos, pero no somos conscientes de nuestro estado de Presencia. Parar e instalarse en la eternidad, sin querer nada, sólo Ser, permanecer en el Ser. Entonces surge un estado de agradecimiento y de amor infinito a todo y una sonrisa vuelve a dibujarse en los labios, sino, una sonora carcajada. Y uno se dice: “Tampoco era para tanto.”

Lecciones

“Nada de lo que veo no significa nada.” Lecc. 1

Toda percepción es una percepción cargada de teoría, de ideas y creencias, por tanto, su significado es absolutamente engañoso. El significado de lo que vemos, por ejemplo, de lo que pensamos de los demás, es un significado engañoso. Por eso la mejor opción es no juzgar. Siempre suspender el juicio. Mirar al otro desde ti mismo; es decir, ponerte en su lugar y, de esa manera, no lo juzgas,. Así, asumes que todo lo que uno ve, no significa nada. El mundo que nos rodea es nuestra percepción, pero nuestra percepción es una manera más de ver el mundo, no es ni la única ni la definitiva. Hay que sentir esto como una realidad, no como verdad demostrada. Nada de lo que yo veo puede significar nada. Entonces se produce un vacío en mi mente que me impide juzgar. Puedo observar mi vida, mi pasado, mi futuro, la actualidad. Y es entonces cuando esa ausencia de juicio me lleva a la  suspensión del pensamiento. Y si suspendo el pensamiento me siento en armonía, en el aquí y el ahora. No hay proyección de nada. Todo es armonía.

 

“Le he dado a todo lo que veo todo el significado que tiene para mí.” Lecc. 2

Por eso, cuando tomo en cuenta la percepción le doy a todo lo que veo el significado que tiene para mí, pero, entonces, quedo atrapado en el juicio. Porque nada tiene significado. Y lo que hago, y esto se convierte en un bucle de juicios, es que le doy a todo lo que veo, personas, cosas, acontecimientos…el significado que tienen para mí y los absolutizo. Es decir, que creo que es el único significado que tienen. En cambio, cuando sé que nada significa nada y que lo que hago es darle a las cosas el significado que yo proyecto, pues, entonces, me doy cuenta de que me estoy engañando. Ahora bien, si suspendo el juicio, si no juzgo, solo estoy, soy, pues entonces emerge la armonía, no hay separación y surge la Unidad.

 

“No entiendo nada de lo que veo.” Lecc. 3

En realidad, si me paro a pensar, es que no entiendo nada. Nada tiene sentido, nada significa nada. Y yo, me esfuerzo por dar un significado. Y ese significado viene de mis prejuicios; esto es, del conjunto de ideas y creencias que yo tengo. Pero, si me paro, si soy sincero conmigo mismo, no entiendo nada. Todo son juicios del entendimiento que aumentan mi idea de ego y, por ello, mi separación, si soy valiente y no juzgo, ese no entender nada se queda en suspenso, ya no importa nada. Sólo hay Ser.

 

“Estos pensamientos no significan nada. Son como las cosas que veo en esta habitación.” Lecc. 4

No sólo las cosas que veo no significan nada, sino que si observo mis pensamientos, pues ocurre lo mismo. De dónde vienen, por qué los tengo, cuáles son los efectos que producen en mí, qué emociones despiertan y qué acciones. Si les doy importancia, si considero que lo que yo pienso significa algo, pues entonces estoy atrapado en el efecto del pensamiento, pero si lo veo objetivamente, si lo observo, entonces no los juzgo y pierden el significado. Si suspendo el juicio sobre mis pensamientos, pues no significan nada. Y si admito que mis pensamientos no significan nada pues me siento absolutamente liberado de su poder. Los pensamiento me tienen atado, si siento que no significan nada, soy libre. Y todo pensamiento alimenta al ego, por ello, alimenta la separación. Si no le doy importancia al pensamiento, si estoy convencido; es decir, vivo y pienso que no significan nada, entonces me libero del poder de los pensamientos y me libero del ego, porque los pensamientos alimentan el ego. Ya sólo siento la armonía, la Unidad. Si mis pensamientos son juicios sobre los demás y me doy cuenta de que no significan nada, porque, perfectamente podría juzgarlos de otra manera, entonces suspendo el juicio y no pienso nada del otro, sólo lo observo me miro en él, lo veo a él. Soy él.

 

“Nunca estoy disgustado por la razón que creo” Lecc. 5

Cuando estoy disgustado, lo estoy por un juicio que hago sobre algo, alguien o a mí mismo. Y es ese juicio, su contenido, el que yo creo que es lo que me disgusta. Pero no es ese el caso. Estoy disgustado porque juzgo. Porque el juicio es un falso conocimiento de mí mismo. Si no juzgo, si sé que nada tiene importancia, ni significa nada, entonces no juzgaré. El juicio es fruto de una carencia. Es una proyección hacia el otro o hacia nosotros mismos. Procede de un desconocimiento. De la ignorancia. En el fondo, la causa del juicio que produce sufrimiento es la ignorancia de por qué juzgamos y detrás de ese juicio hay una proyección y más allá un sentimiento de carencia. Pero si somos consciente de que nada significa nada, nuestros juicios carecen de valor. Entonces sentimos nuestro Ser. Somos plenos, y, en tanto que somos plenos, pue no nos sentimos carentes de nada, la carencia alimenta al yo, pero sin sentimiento de carencia no hay ego y sin ego no hay sentimiento de separación, sólo Unidad. Esa unidad es la armonía con lo que Hay. Es la conexión con nuestro Ser real, con nuestra propia naturaleza.

 

“Estoy disgustado porque veo algo que no está ahí.” Lecc. 6

Claro, como ya he dicho, el origen de mi enfado es un juicio. Algo que me dice algo de alguien, o de una situación, o de mí mismo…pero los juicios no significan nada. Es decir, que estoy hablando de algo que no está ahí. Por eso, cuando suspendemos el juicio, que dicen los estoicos, cuando dejamos de juzgar, entonces ya no hay nada ahí. Y, claro, si no hay nada, nada me puede afectar. Pero al juzgar creo la ilusión, la fantasía de que hay algo ahí. Porque todo juicio es una proyección de lo que siento, del significado que yo le doy a las cosas. Pero si nada significa nada. Si no hay nada ahí afuera, salvo lo que yo pongo, entonces no hay nada por lo que me tenga que enojar.

 

“Solo veo el pasado.” Lecc. 7

Cuando juzgo lo que veo es el pasado. Juzgamos, pensamos, desde el pasado y es el pasado el que proyectamos en nuestra forma de ver el mundo. Pero el pasado no existe. Porque el pasado lo juzgamos, es una proyección. Es una historia que nos contamos a nosotros mismos para darnos un sentido. En realidad, es la historia de autoconstrucción del ego. Pero no hay pasado, porque todo pasado es una interpretación. Si suspendo el juicio el pasado se me da como presente. Es como mirar desde la eternidad. Y, al no juzgarlo ni proyectamos sobre él, ni él se proyecta sobre nosotros. Vivimos instalados en el Ser. En armonía y en paz. Sin pasado, no hay ni remordimientos, ni rencor, ni resentimientos. Todo juicio se suspende. No hay pasado porque perdonamos todo lo que hemos hecho, es decir, lo aceptamos con amor incondicional y, entonces, todo aquello que es negativo se transmuta en su opuesto. Y surge la armonía, comprendemos el mal y el bien como productos de nuestros juicios. Pero al suspender el juicio, ni bien ni mal existen. Estamos por encima de los opuestos. Estamos en la armonía de los opuestos. Cuando juzgamos sólo vemos el pasado. Es decir, que proyectamos nuestro pasado en el juicio. Y el pasado, además es una interpretación. El pasado es nuestra biografía que sustenta al ego. Es decir, una ilusión.

 

“Mi mente está absorbida con los pensamientos del pasado.” Lecc. 8

Cuando yo pienso, pienso desde el pasado. Porque es el pasado el que me permite juzgar. Sin una interpretación de las cosas, sin un significado que le doy a las cosas y eso lo hago desde lo que han significado en el pasado, no es posible el juicio. Por eso, mi mente está inmersa en el pasado. Pero si el pasado no es, entonces mi juicio carece de sentido. Es la explicación de que nada significa nada, porque todo lo que juzgo lo hago desde mi mente instalada en el pasado. Pero, claro, resulta que el tiempo es la idea del ego en la que puede vivir. El tiempo lineal es una ilusión en la que estamos. El tiempo lineal nos limita. Nuestra auténtica realidad es la eternidad, la ausencia de tiempo. Ahí no hay juicios. Nuestra mente correcta debe salir a ese estado de plenitud, de Ser. Cuando abandonamos la idea de tiempo nos instalamos en la eternidad. Pero no es esto un acto meramente intelectual. Sino que uno debe comprenderlo desde el corazón, debe integrarlo y pensarlo desde su hemisferio derecho en el que no hay la idea de tiempo. Así, podremos estar en el mundo, pero no Ser del mundo. Es decir, siempre, hasta nuestra muerte, estaremos en el mundo, por tanto, nos regiremos por las leyes del mundo ilusorio, pero no nos identificaremos con ellas, porque sabemos que la Realidad es el Ser y en el Ser no hay, ni tiempo, ni casualidad, ni causalidad, sino pura sincronía de todos los fenómenos. Desde la eternidad vemos como todo coincide sincrónicamente. Por eso lo que hacemos es sentir el Ser, esa sincronicidad y convencernos de que estamos en el mundo de ilusiones, de tiempo, pero no me identifico con eso, sé que no soy eso. Por eso, si abandono el pensamiento, abandono toda proyección del pasado y me libero.

 

“No veo nada tal como es ahora.” Lecc. 9

Si todo lo que veo es una proyección del pasado con la intención de dar sentido y mantener íntegra mi idea de ego, pues entonces, no veo nada tal y como es ahora, lo veo con el significado proyectado de mi pasado. Y, de lo que se trata es de liberarse del poder del pensamiento. Si yo entiendo que mi pensamiento procede de mi pasado y me mantiene en un ego, pues, entonces, lo que tengo que hacer es no pensar, no emitir juicios. Y, de esa manera, el ahora se me presentará como tal. Es el cambio de percepción. De lo que se trata es de cambiar, nuestra percepción, que es particular, parcial y procede de nuestra visión del pasado, es una interpretación, por el conocimiento. Y esto exige un conocerse a sí mismo por completo. Ver de dónde vienen mis juicios. Y, en el momento en el que comprendemos el origen del engaño, entonces el ego se disuelve y aparece el ahora, que es la eternidad, no un momento en el tiempo, porque no hay tiempo lineal, no hay un ahora en el tiempo. Hay un fuera del tiempo en el que todo ocurre de una vez y, si no juzgo, lo siento todo existiendo de una vez: siento, la luz, la Unidad, el Ser…

 

“Mis pensamientos no significan nada.” Lecc. 10

Ya hemos aludido a esto. Lo que yo pienso es una construcción. Pero todo lo que yo pienso. Y he de observar todo pensamiento para ser consciente de que no significan nada. Y no significan nada porque mi mente está inmersa en el pasado y entonces mis pensamientos, que surgen de la mente, pues no significan nada, porque, en realidad, lo que son es una proyección de mi ego. Pero si yo consigo comprender-sentir, que mis pensamientos no significan nada, entonces, me deshago del poder del pensamiento sobre mí. Cambio, inmediatamente, del estado de consciencia de percepción y juicio que sostiene al ego, al estado de conocimiento puro, en el que no hay tiempo y no hay pasado. Esto es una transformación total. Se siente como un clic, digamos. Y, de repente, el mundo aparece bajo otra forma de ver, que es como una ausencia de forma de ver. Ya las cosas son lo que son, no lo que yo creo que son. Mi consciencia se expande, nada significa nada, nada me importa nada. Yo Soy.

 

“Mis pensamientos sin significado me están mostrando un mundo sin significado.” Lecc. 11

Evidentemente, si mis pensamientos no tienen significado y yo me hago consciente de esto, pues resulta que el mundo que se me muestra es un mundo sin significado. Pero el significado que yo le daba al mundo era una proyección de mi ego, algo que me protegía. Ahora que ya sé que mis pensamientos no significan nada, pues el mundo tampoco significa nada. Y si no significa nada, ya ni ataco, ni me defiendo, simplemente soy. Estoy en el Amor o la armonía. He salido de la mente separada, de la mente incorrecta. Estoy en el Ser. Si el mundo no tiene significado, no hay tiempo. Estoy viendo desde la eternidad. Porque, cuando otorgamos significado a algo, lo hacemos en el tiempo. El mundo sin significado es una puerta abierta al Ser.

 

“Estoy disgustado porque veo un mundo que no tiene significado.” Lecc. 12

Claro, la raíz de todo es que nada significa nada. Entonces, inconscientemente le doy un significado, es el ego el que da significado, porque el ego no soporta que nada signifique nada, porque entonces, él no tiene sentido. De qué se va a alimentar un ego que no puede juzgar porque nada significa nada. Por eso, aunque sea a nivel inconsciente, el malestar surge de que nada significa nada. Lo que hemos hecho es cambiar de percepción. Conocernos a nosotros mismos y darnos cuenta de que nada significa nada. Cuando somos consciente de esto, entonces ya no hay un yo que pide permanencia. Y reconocemos dónde está nuestra herida. Pero, si aceptamos-vivimos-amamos, el que el mundo no significa nada, entonces no hay separación. Pero primero hemos tenido que darnos cuenta de esto. Por eso, cuando sufrimos lo hacemos porque el mundo no significa nada y, entonces el ego construye un sentido que nos hace sufrir. Todo está en abandonar el juicio, no juzgar, es decir, no pensar y, entonces abandonamos la mente incorrecta y nos situamos en el Ser-conocer.

 

“Un mundo sin significado engendra temor.” Lecc. 13

Si nada tiene significado sentimos miedo. Y el miedo es lo que mantiene al ego. Y el miedo es separación. Un mundo que no significa nada, que es la Realidad, pues hace que el ego sienta temor, que sintamos temor, porque si el mundo no significa nada el ego se ve amenazado, se ve amenazado de muerte. Porque un ego en un mundo que no significa nada no tiene ningún sentido. Como ya hemos recorrido el camino de vuelta. El que nos ha llevado al conocimiento de que nada significa nada porque todo es una proyección del ego, entonces el ego siente temor. Del temor del ego surge el intento de dar significado al mundo y ahí está el origen del sufrimiento, la escisión y la separación. Cuando llego al conocimiento de que el mundo no significa nada, entonces el ego siente pánico, y no sin razón, está a punto de desaparecer. Resistir ese pánico y dar el paso hacia la aceptación de la ausencia de significado es el cambio total de nuestra percepción, de nuestro estado de mente incorrecta a una mente sanada, en la que no hay herida, todo es armonía. Estamos fuera del tiempo, estamos en comunión. Hemos transmutado los contrarios, no es que hayamos eliminado el mal, es que hemos cambiado la forma de mirar. Y no hacia otra perspectiva, sino hacia la ausencia de perspectiva, porque ya no es el ego el que mira, sino nuestro Ser. Hemos integrado nuestro entender con nuestro sentir. Hemos ampliado nuestra consciencia.

 

“Dios no creó un mundo sin significado.” Lecc. 14

Esto nos parece contradictorio. Dios es el Ser, así nos sentimos más a gusto, porque la palabra Dios arrastra mucho culturalmente. El Ser es, ahora bien, el significado y sentido que nosotros le damos por nuestros pensamientos, es particular, es una ilusión, un engaño y una proyección, y se produce en tanto que es nuestro ego el que lo construye. Todos los horrores del mundo son fruto de nuestros egos, del intento de crear un sentido del mundo. Ahora bien, si abandonamos el ego, nada significa nada. Hemos encontrado el origen del mal en el mundo, no es fruto del Ser, sino del intento de separarnos del Ser. Es muy doloroso ser consciente de esto. Y es un paso importante para redimirnos de nuestro sufrimiento, para abandonar el ego definitivamente. Es la aceptación. Cuando uno acepta, acepta amando lo que es, no por resignación. El que se resigna es el ego. Aceptar es estar en estado de Presencia. No hay mal en ese estado. El mal es un juicio del ego. De ahí el temor del ego a un mundo que no significa nada. El sentido del Ser es el sentido de lo que hay. Es el sentido de recobrar nuestra unidad y, para recobrar la Unidad con el Ser debemos reconocer al hermano; es decir, debemos pasar por la fraternidad. Reconocernos en el otro.

 

“Mis pensamientos son imágenes que yo mismo he fabricado.” Lecc. 15

Volvemos a insistir en lo anterior. Los pensamientos proceden del ego y los he fabricado yo, por tanto, dan un significado al mundo que no es. Porque el mundo no tiene significado, es mi ego, en su afán de supervivencia el que da significado al mundo a través de los juicios, que son siempre de ataque o defensa. El ego sólo existe si y solo sí, se diferencia, se enfrenta, está dividido. Ahora bien, el ego no crea nada. Lo que hace es fabricar. Por eso, todos los pensamientos que yo tengo sobre el mundo son fabricados por el ego, por eso no significan nada, no son más que producto del miedo y la autoconservación. Por eso el ego ataca y, por eso, el mal del mundo es una fabricación del ego. No es que no exista, sino que procede de nuestra ignorancia, de una falsa manera de percibirnos. Al percibirnos separados atacamos y de ahí surge el conflicto con el otro. Y vemos al otro como a un enemigo y no como a un hermano. De ahí que sea tan difícil la fraternidad, porque implica la disolución del ego, el no distinguirse del otro, ni por pensamiento, ni creencia, ni raza, ni ideología, porque comprendemos que todo ello no son más que artificios del ego para identificarse con algo de tal manera que, si se identifica con algo, pues se puede enfrentar a algo. Por ello toda lucha es una lucha de poder del ego, es una lucha de identidad. Pero toda es una ilusión, o ignorancia o apariencias (no confundir apariencias con no ser: las guerras existen, el odio existe, los asesinatos y violaciones existen, pero todo es aparente, todo es una fabricación del ego. Es decir, una búsqueda de diferenciación por la identidad. Pero esa diferenciación es el origen del conflicto), pero nuestra verdadera naturaleza no es la del conflicto, la separación, sino es Ser. De ahí que hayamos de sustituir los pensamientos del ego, por el pensamiento del espíritu. Y eso significa no pensar desde nuestro pasado, no emitir juicios desde la interpretación, sino ver limpiamente desde el Ser que somos, entonces observaremos la comunión con nuestro hermano. Porque empezaremos por ver su propio dolor que se lo inflige a sí mismo y nosotros hemos de ayudar a sanarlo, a que tome consciencia de esa fabricación mental para sobrevivir.

 

“No tengo pensamientos neutros” lecc. 16

Todos mis pensamientos están cargados de teorías, ideas, emociones… y, por tanto, no son neutros. Son interpretaciones del mundo. Son la fabricación del mundo en el que vivo. Por tanto, si emito juicios sobre los demás y sobre el mundo, los emito desde los pensamientos, pero los pensamientos están cargados, no son neutros. En el fondo al juzgar, juzgo el mundo que yo pienso, no el que es. Para liberarme de esta prisión del pensamiento y del lenguaje tengo que dejar de juzgar. Mirar el mundo tal y como se me presenta, sin juicio. Todo juicio es una defensa del ego que lo hemos ido construyendo con nuestras creencias de cómo es el mundo y cómo somos nosotros.

 

“No veo cosas neutras” Lecc. 17

Y claro, si mis pensamientos no son neutros lo que yo veo tampoco es neutro. Es un mundo construido. Hecho a mi medida. A la medida del ego. Porque el ego se aferra a esa visión del mundo para sobrevivir, aunque esa forma de ver el mundo le haga sufrir. El caso es que, de esta manera, se siente identificado con algo. Y al identificarse con algo, se separa. Y, al separarse, permanece en la existencia. Pero, claro, esa existencia es una ilusión. El ego es necesario para tratar con la cotidianeidad. Ahora bien, si vamos más allá, entonces es el caso de la identificación con el ego, pero somos más que el ego. Ahora bien, el ego siempre va a luchar para que nos identifiquemos con él. Es su forma de sobrevivir. Y es el miedo a desaparecer, a que no nos identifiquemos con él, y es ese miedo el que le hace luchar para sobrevivir.

 

“No soy el único que experimenta los efectos de mi manera de ver.” Lecc. 18

Mi manera de ver me afecta, pero afecta a todo el que me rodea. Porque yo juzgo a través de mis pensamientos. Y mis juicios son una proyección de lo que soy. Al proyectarme lo que hago es culpabilizar al otro y ponerme yo como víctima. Por eso, mi manera de ser afecta a los demás. Mi manera de ver las cosas es similar a la de los otros. Por eso la corrección de mi percepción es también la corrección de la percepción del otro.

 

“No soy el único que experimenta los efectos de mi pensamiento.” Lecc. 19

Claro, lo mismo que ocurre con el ver las cosas sucede con el pensar el mundo. No somos únicos. Todos tenemos una forma de interpretar el mundo y a los demás. Es nuestra construcción como seres egoicos. Y la corrección de nuestra percepción en conocimiento es una corrección unitaria. De lo que se trata es de una sanación de la consciencia.

 

“Estoy decidido a ver” Lecc. 20

Aquí hay un salto. Estoy decidido a ver. Es decir, a ver las cosas como son, no como las veo desde mí. Eso significa la pureza en la mirada. Que el objeto se presente como tal. Entonces, si percibimos sin prejuicio estamos en estado de Presencia. Ahora bien, el decidirse a ver requiere de un máximo esfuerzo, requiere de la valentía. Porque de lo que se trata es de ver, no desde el yo, no desde tu envidia, tu rencor, tu resentimiento,…Nada, todo eso, si se decide uno a ver debe quedar fuera, porque todo eso son los prejuicios desde los que ve el ego. Por eso, si se decide uno a ver, tiene que ver con los ojos del conocimiento, no de la percepción. Con el espíritu, no con el ego. Y ver con el espíritu es ver fuera de todo juicio. Éste es un punto de inflexión importante. Y es absolutamente necesario, si queremos trascender el ego y superar la separación. Pero, el ego luchará con todas sus fuerzas y pondrá todas las trampas para que sigamos anclados a él. Y el miedo será su aliado.

 

“Estoy decidido a ver las cosas de otra manera”. Lecc. 21

Una vez que me decido a ver, que suelto el miedo y opto por la valentía, pues me decido a ver de otra manera. Hasta ahora he visto según el ego. Es decir, según el conjunto de ideas, creencias y emociones que construyen mi pensamiento y a partir de los cuales yo doy significado al mundo. Pero, ahora, de lo que se trata es de poner entre paréntesis todo ese contenido del ego y dejar que las cosas sean de otra manera, no como yo las juzgo que sean. Ya he dado un gran paso. Antes era inconsciente de que las cosas las pensaba yo. Ahora soy consciente de que yo pienso el mundo a mi manera y conveniencia para sobrevivir. Tengo que ver cuáles son todo ese conjunto de ideas que me hacen pensar tal y como pienso. Todas son una creación del ego para sobrevivir. Son una imaginación, son Matrix, o el interior de la caverna de Platón, son apariencias. No es que nos muestren un mundo inexistente, sino deformado-interpretado por nuestro pensamiento egoico que pretende sobrevivir. Ahora bien, liberarse de estas ideas es liberarse del ego, por eso, sanarse de nuestra mente errónea es sanar la sociedad, porque es ver a todos como iguales. Surge la fraternidad. Donde no hay ego hay fraternidad, todos somos hermanos, o amor universal e incondicional. Si no nos identificamos con un ego que tengamos que defender no tenemos que atacar a nadie. Nuestra mente está en paz con las cosas tal y como las cosas son.

 

“Lo que veo es una forma de venganza.” Lecc. 22

Como veo a través del ego, pues mi manera de ver es una forma de vengarme. Es un ataque. Mi visión del otro está cargada de ira, rencor, resentimiento. Culpabilizo al otro de todos mis males, yo no puedo ser culpable porque me autodestruyo, por tanto, lo que hago es proyectar mi mal al otro. Entonces cuando juzgo, lo que hago es vengarme. Hablo de los políticos, los ricos,…y digo que son los culpables del mal en el mundo, como si el orden del mundo no dependiese de mis decisiones más simples, entre ellas votar a los que están ahí, obedecer al poder económico, consumir lo que me dicen que consuma… La venganza es una forma de subsistencia del ego. Pero la venganza es la guerra. Por eso toda la historia de la humanidad es una historia de guerras, asesinatos y genocidios. Creemos que eliminando al otro resolveremos nuestros males y no nos damos cuenta que el mal está dentro. Es el ego. Y mientras subsista este ego, viviremos separados y la separación es la guerra.

 

“Puedo escaparme del mundo renunciando a los pensamientos de ataque.” Lecc. 23

Pero, si renuncio a los pensamientos de ataque me puedo escapar del mundo construido, de las apariencias. Sólo he de dejar de juzgar. Cuando dejo de juzgar, entonces el mundo aparece tal y como es. Ya no hay separación, porque no hay ego. El no atacar supone el que no tengo nada que defender, el que no culpabilizo a nadie. El no atacar supone que mi yo ya no se siente identificado con sus ideas sobre el mundo, que se ha dado cuenta de que sus ideas, percepciones y creencias son fabricaciones, fantasías. Entonces, ya no hay razón para el ataque. Así escapo del mundo del sufrimiento. Escapo del infierno y encuentro el Reino de los cielos, que está dentro de cada uno.

 

“No percibo lo que más me conviene.” lecc. 24

En realidad, nuestro sistema de percepción, como ya hemos sugerido varias veces, está determinado a la supervivencia del ego. Por ello son el producto y producen un estado de mente errónea. Por eso cuando percibo lo hago desde el ego. Pero entonces lo hago desde el error, desde la ilusión. Eso quiere decir, que no percibo lo que me conviene para descubrir mi propia verdad y estar en armonía, sino que percibo todo aquello que me lleva a la separación, al miedo y el temor, que realimenta mis juicios de ataque y mi inseguridad. De lo que se trata es de tomar consciencia de que mi percepción, con todo lo que hemos ido explicando, es errónea, verlo en cada caso y corregirlo, para no juzgar a partir de la percepción. Hasta que no nos demos cuenta de que todo es neutral no tendremos una mente limpia que mire sin prejuicios, entonces habremos cambiado la percepción y entraremos en el conocimiento. Y eso es ver correctamente.

 

“No sé cuál es el propósito de nada.” Lecc. 25

Cuando tomo consciencia de que mi percepción me lleva a un estado de mente errónea y percibo lo que no me conviene, porque esa percepción me lleva al ataque, pues entonces caigo en la cuenta de que no sé cuál es el propósito de nada. Es necesario este vacío, sentir que no se hace pie, tener ese pánico, para dejar caer al ego. Porque ese pánico de no ver ningún propósito en nada es lo que el ego no soporta. Significa su autodisolución. Es preciso llegar al punto de no ver propósito en nada para ser consciente de que nada, en realidad, tiene ningún propósito que sirva para justificar mi ataque. Este estado de suspender todo juicio del ego me hará ver con los ojos del espíritu, con la mente correcta y ver el “propósito verdadero de lo que hay, el origen, la Unidad de todo lo real y ser consciente del sueño, la ilusión en la que vivía. Entonces desaparece el sufrimiento y el de los demás. Una mente correcta ya no produce sufrimiento en los demás por medio de sus ataques y venganzas. No tiene nada por lo que atacar, ni vengarse. Sólo puede ver en el otro a su hermano. Éste es el paso más difícil del desarrollo de la consciencia. Por eso, en la Ilustración se proclamaron los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad, pero aquello de la fraternidad nunca se entendió, porque para que podamos realizar la fraternidad es necesario un cambio dentro de nosotros. Una disolución del ego y, por ello, de la dualidad para llegar al no dos (advaita)

 

“mis pensamientos de ataque atacan mi invulnerabilidad.” lecc. 26

En la medida en la que yo emito juicios y, en concreto, juicios de ataque al otro, pues me estoy atacando a mí mismo. La cuestión es que el otro es lo que yo creo que es, es decir, que está dentro de mí, es una fabricación. Entonces, al ser una fabricación que habita dentro de mi mente, es un espejo, por tanto, cuando yo lo ataco, me ataco a mí mismo. Debo ser consciente de que el otro es un espejo, un reflejo. Si no juzgo el otro me aparece tal cual es. Si lo juzgo, el otro me aparece tal cual yo lo veo. Y, de esta menera, si por naturaleza soy invulnerable, mis pensamientos de ataque y mis ataques atentan contra mi invulnerabilidad. Por que esos pensamientos nacen del miedo, la división y la separación en ese estado mental (carencia) me siento vulnerable. Pero resulta que eso es una ilusión fabricado por el ego.

 

“Por encima de todo quiero ver.” Lecc. 27

De lo que se trata es de ver. Y éste es otro gran paso. El decidirse a ver. Pero, como ya hemos visto, de lo que se trata es de decidirse a ver las cosas tal y como son, no tal y como yo las he fabricado. Es decir, se trata de decidirse a ver sin una venda delante de los ojos, sin creencias, ni prejuicios. Verse en el otro, pero no como una frase que se dice y queda muy bien. Hay que decidirse a ver. Estar dispuesto a ver es abandonar todo aquello (creencias, sentimientos, ideas, percepciones…), desde los que yo creía ver.

 

“Por encima de todo quiero ver las cosas de otra manera” lecc. 28

Claro, como hemos explicado, si me decido a ver, lo que yo quiero ver es de otra manera. Es decir que he comprendido y sentido que mi ver es un ver mediatizado por lo que pensamos, creemos… y ahora me decido a ver, pero, sé, que lo que voy a ver es de otra manera. Es decir, que me decido a tener otra percepción del mundo. Éste es el cambio de percepción tras el cual el mundo ya nunca será el mismo. Es lo que hemos perseguido, ver de otra manera, que es conocer. Eliminar el estado de mente errónea.

 

“Dios está en todo lo que veo.” Lecc. 29

Y descubro que Dios está en todo, ya no hay proyección. Todo lo que veo es lo quie Es, no lo que yo creo, ni quiero que sea. En ese sentido yo agradezco a todo lo que hay, siento todo lo que hay. Estoy en estado de Presencia ante lo que hay, o de Yo Soy. No hay nada más. Claro, el Ser, se manifiesta de muchas maneras, pero yo ya no juzgo ninguna de ellas porque no me proyecto, veo con los ojos del Espíritu y entonces veo la divinidad que hay en todo lo que Es. Y la divinidad es simplemente que las cosas son. En ese estado bendigo todo lo que hay y siento agradecimiento ante lo que hay y me siento Uno con lo que hay.

 

“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente.” Lecc. 30

Dios es el creador de todo lo que hay. O todo lo que hay emana de Dios, o es Dios. Por tanto, yo veo a Dios en todo lo que hay porque yo soy un Hijo de Dios y Dios está en mi mente. En mi modo de mente correcta. Y siento al ver en todo a Dios y sentir en mi mente a Dios, que todo es uno y se acabó el sentimiento de separación, escisión, división. La cuestión es sentir, ser y fundirse con esta idea. Integrarla en nuestro ser, en cada una de nuestras células. Somos parte de Dios, luego somos Dios, o Dios está dentro de nosotros, como en cualquier otra criatura que no es más que una manifestación de Dios. Pero cuando asumo esa idea y la hago propia, la vivencio, entonces el otro ya no es nunca el enemigo, sino el igual, el semejante y, por ese emerge el sentimiento de Unidad que va acompañado del agradecimiento. Y esto es lo que nos sana la mente, porque nos reconocemos como Dios en el otro. Somos el Reino de Dios, pero igual que el otro. Entonces mi mirada, es una mirada desde Dios, no desde lo particular separado y, por eso, puedo sentir lo que hay, todo lo que hay y aceptarlo (amarlo) e integrarlo. He trascendido el mundo de las formas y paso al mundo de los sin forma, lo no dual, la vacuidad. Y hay vacuidad y no dualidad, que al fin y al cabo es lo mismo, porque no hay ego. Al estar Dios en mi mente veo desde Dios, entonces veo desde todo lo que hay. Ya no estoy separado, ya no soy, sino que SOY. Insisto, todo esto es una vivencia, una experiencia. La podemos tener ocasionalmente y nos puede durar bastante, pero lo suyo es transformarla en nuestra forma de estar en el mundo “estar, pero no Ser del mundo”, en Ser Presencia.

Una impresión directa de la lectura de “Un curso de Milagros”

Una impresión directa de la lectura de “Un curso de Milagros”

 

“Se puede enseñar de muchas maneras, pero ante todo con el ejemplo.”

“Lo que enseñes es lo que aprenderás.”

“El propósito del ego es infundir miedo porque sólo los que tienen miedo son egoístas.”

“La mente que está libre de culpa no puede sufrir. Al estar sana, sana a su vez su cuerpo porque ella misma ha sanado.”

Es decir que la enfermedad es el sentimiento de culpa, que, a su vez es una ficción, un engaño del yo. Si estamos en armonía con el todo, con el Ser, no hay culpabilidad, en la eternidad no hay culpabilidad. La culpabilidad necesita del tiempo para existir y éste es una ficción del yo. Y sin sentimiento de culpabilidad puedes compartir con el otro esta verdad, puesto que el otro es tu hermano, fraternidad, otro igual que tú. Uno se puede sanar, sanando. Y la fraternidad es amor. Por lo tanto el amor (inocencia) es lo que sana. El amor es la compasión y es lo que entendemos por armonía porque es la unidad del todo. “Los sentimientos de culpabilidad son los que perpetúan el tiempo.”

“Debo haber decidido equivocadamente porque no estoy en paz. Yo mismo tomé esa decisión, por lo tanto puedo tomar otra. Quiero tomar otra decisión porque quiero estar en paz. No me siento culpable porque el Espíritu Santo, si se lo permito, anulará todas las consecuencias de mi decisión equivocada. Elijo permitírselo al dejar que Él decida en favor de Dios por mí.”

“Un ánimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. […] [E]n tu fuero íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia voluntad, no importa si se la nota o no. […] [Q]uien te perturba eres tú mismo a través de las cosas, porque te comportas desordenadamente frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere.” Maestro Eckhart.

“Aunque abandonado a sí mismo, el hombre no queda sin embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la razón no se ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta manera, todo hombre tiene la posibilidad de luchar contra su naturaleza inferior, si bien siempre estará en peligro de ser vencido, y nunca logrará por sus propias fuerzas la victoria total. Ello se debe, por un lado, a que ha de pugnar con enemigos invisibles […]; por otro, a que tiene al traidor detrás de sus propias líneas: la voluntad […]. Con todo, durante esta vida el hombre permanece sometido a la necesidad de luchar. […] La perspectiva del status termini, de la vida de la gloria, en la que contemplará la verdad eterna y se unirá inseparablemente a ella por el amor, se le presenta solamente como recompensa por haber luchado. Tender a este objetivo sin desviarse de él; ésta debe ser la pauta para toda su vida.” Edith Stein

“[E]l verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve.” Maestro Eckhart.

“Tu resurrección es tu redespertar”

“No veo nada tal como es ahora.”

Lecciones del Espíritu Santo.

“Para tener, da todo lo que tienes”

“Para tener paz enseña paz para así saber lo que es.”

“Mantente alerta sólo en favor de Dios y de su Reino.”

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“Te axhorto a recordar que te he escogido a ti para que le enseñes al Reino lo que es el Reino. Esta elección no admite elecciones porque la falta de excepciones es la lección en sí.”

Y claro, el Reino es el de Dios al que yo pertenezco y tengo su mismo poder. Y es el del Amor y la Paz.

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Cuida tus pensamientos

porque se volverán palabras.

Cuida tus palabras

porque se transformaran en actos,

porque se harán costumbres,

porque forjarán tu carácter.

Cuida tu carácter

Porque formará tu destino.

Y tu destino, será tu vida

Mahatma Gandhi.

 

Es curiosa la semejanza de este texto con el conócete a ti mismo socrático. Es precisamente lo que Sócrates pretende. Cambiar a sus conciudadanos haciendo que cambien sus pensamientos erróneos a través del conocimiento de sí mismo. Si conocemos nuestros pensamientos nos daremos cuenta de que son erróneos. Pero los pensamientos dan lugar a los sentimientos y emociones y, de estos, surgen las acciones. Por eso la única enseñanza de importancia es la del conócete a ti mismo que te llevará a “ser el que eres” y en eso consiste la felicidad. Porque si tus pensamientos son correctos, o adecuados, como dice Spinoza, tus emociones también lo serán y, entonces tus actos se basarán siempre en la bondad y la alegría. Por eso también decía Sócrates que “es mejor padecer una injusticia que cometerla” si uno comete una injusticia es porque piensa mal y tiene malos sentimientos. Y, el que tiene malos sentimientos simple y llanamente sufre porque el vicio lo hace esclavo (ira, venganza, rabia, odio, vergüenza). Y es curioso también cómo este texto coincide con el cristianismo. Me ha traído a la memoria unas palabras del muy cristiano devoto y en profundidad, Unamuno, que dice así: “Un pensamiento genera un sentimiento y un sentimiento da lugar a una acción”. Todos los años les pongo este texto a mis alumnos. El próximo curso le sumaré el de Gandhi. Por último habría que añadir que pensamos mal y no lo corregimos por miedo y pereza. Pero, sobre todo por cobardía. Es el miedo el que nos atenaza y nos atrinchera en el error y nos hace gregarios para disolver nuestro sentimiento de culpabilidad. Porque hay que señalar también, que el que piensa y analiza sus pensamientos y sentimientos se queda sólo en el actuar. Y la soledad nos da pavor porque precisamente es ahí donde surgen los fantasmas, malos pensamientos, que uno lleva dentro. Además de que no soportamos el dedo acusador. Es necesario mucha serenidad y calma para andar fuera del rebaño.

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Vamos a ver cómo me explico. Yo he sido siempre profundamente religioso en el sentido espiritual del término. Desde luego, al comienzo de mi vida consciente cumplía absolutamente con los rituales de la religión y los vivía plenamente. Los vivía desde el sentido interno que va más allá de los símbolos. Bueno, pues cuando empecé en el colegio de los jesuitas a los ocho o nueve años, pues empezamos a dar religión de una forma tremendamente profunda. Leyendo directamente la biblia (todo esto te lo he contado) y explicándonos que no hay una interpretación literal. Aquello fue un cambio de visión tremendo. Requería una gran capacidad de abstracción que a esa edad no se tiene. Disculpa la vanidad, pero yo sí la tenía. Por cierto, mi hijo, también. El otro día tuvimos un diálogo teológico científico sobre dios, la creación, el big bang y la verdad en los libros que muchos de segundo de bachillerato no tienen. Y no lo digo yo, ya me lo había dicho la madre. Y un tío, hermano de Ana, también estuvo hablando con él y lo mareó y le dijo al final que eso lo hablase con su padre. Le di clases, precisamente, a su hijo (el hermano de Ana) que es un superdotado y que ha hecho filosofía, jaja, la madre no me podía mirar. Desperdiciar esa inteligencia de ese modo…por dios.

Bueno el caso es que yo vivenciaba la religión. A la vez empezamos a ver astronomía y eso produjo un estallido en mi cerebro, el concepto de infinitud, algo incomprensible. Y vimos también el concepto de átomo, otro golpetazo. Estoy hablando de las ciencias naturales de cuarto de EGB, lo que equivale a cuarto de primaria. El profesor de religión, que era un jesuita nos mandó a comprar la biblia obligatoriamente. Y eso hice. Y aquí empieza el tema. Las clases de religión las estábamos dedicando al análisis de la historia revelada en el antiguo testamento, con el libro por delante. Previamente nos había dibujado un cuadro conceptual de toda la historia de la salvación y su significado. Como a mí me interesaba mucho aquello y me dijeron que todo estaba en la biblia, pues yo, ni corto ni perezoso, empecé el nuevo testamento. Me leí los evangelios con una atención increíble. Todavía cito de memoria en clase párrafos enteros. Ese momento y los cinco años en los jesuitas fue mi mejor formación religiosa para analizar posteriormente la religión. El instituto fue una pérdida de tiempo en religión y la teología y teodicea en la facultad, igual. Pues como te digo me leí los evangelios y los vivencie. Pero más de la cuenta. Leí y releí la pasión y la muerte de Jesús una y mil veces, con lágrimas en los ojos, porque no lo entendía. No me daba cuenta que para entenderlo no tenía sólo que leer la pasión y muerte, sino todo el evangelio y los hechos de los apóstoles. Pero no se me ocurrió, aunque los leí, no fui capaz de abstraer, ni tenía los conocimientos para poderlo hacer. El caso es que una noche al irme a acostar, pensando sobre el asunto, pues entre sueño y vigilia, surgió una fantasía sobre la que no tenía total control (pues no sé si es la primera vez que cuento eso, quizás a mi primo que éramos uña y carne en aquel momento, sí) en la que yo era Jesús  y padecía y sufría todos los tormentos de la pasión y la muerte. El caso es que no sentía dolor, sino compasión. Pero la cuestión es que no fue un sueño, sino que era algo que, cuando me acostaba me empezaba a ocurrir en el momento de dormirme y entonces yo podía tener cierto control sobre los acontecimientos y recrear los detalles y recrearme también en los sentimientos que tenía. Era mi forma de comprender (como un delirio, pero no, porque fui, poco a poco teniendo control absoluto sobre él). Tanto que estaba deseando de acostarme para que se produjera. Y así todas las noches hasta que me quedaba dormido. Sé que duró mucho, que siempre era igual salvo las pequeñas variaciones que mi imaginación introducía y que era una experiencia emocional. Lo que sí recuerdo es que poco a poco empezó a desaparecer porque no era capaz de provocar la fantasía. Como ahora, por ejemplo, en una meditación que tienes que hacer una visualización de algo y no puedes. Los niños, como todavía tienen mucha imaginación, entran en la meditación con una facilidad tremenda. Poco a poco dejé de tener esas fantasías. Lógicamente desde el psicoanálisis queda explicado como un fenómeno masoquista que tiene su origen en el desarrollo de la sexualidad en la infancia en la que tuvo que haberse producido un conflicto que diera lugar al masoquismo. El problema es que yo de eso sí que no me acuerdo, lo hubiera o no. Y ese es el sueño, más bien una fantasía autoinducida en un estado de conciencia alterada como la meditación o la autohipnosis. Lo curioso es el sentimiento, la compasión. Claro, la compasión está ligada al placer, con lo que tiene su lectura sexual, no necesariamente espiritual, desde el psicoanálisis. El problema científico del psicoanálisis es que lo explica todo, por tanto es autoreferencial. A lo mejor es verdad, pero no es ciencia. Probablemente aquello empezó a desaparecer porque yo sentía vergüenza o sentía culpabilidad (diría un psicoanalista.) El caso es que la vivencia religiosa dio un salto y se intensificó, se hizo más profunda y auténtica. Yo seguía siendo creyente y vivía la religión en un sentido profundo, no ritual ni simbólico. Rezaba mucho por las noches antes de dormir. Pensaba sobre cuestiones teológicas: la creación, la demostración de la existencia de dios, la nada y, cuestiones peores. El problema del mal en el mundo, que es el de la Teodicea. Sobre el juicio final, el sentido de la historia. Y rezaba mucho en la iglesia, me iba en los recreos a la capilla a rezar. Y cuando iba a darle cuerda al reloj de la torre del pueblo, también me paraba en el silencio y la oscuridad de la iglesia a estar allí, simplemente. Siempre he sabido que aquellos sueños estaban ahí, pero nunca los había recordado como un hecho de mi vida, como una vivencia profunda. Salvo cuando leí “Introducción al psicoanálisis” y “La interpretación de los sueños” en el que me hice mi propio autoanálisis del que ya no recuerdo nada. Hasta ahora en el que el recuerdo se me ha hecho presente y me acuerdo todos los días. Pero tengo un recuerdo emocional, no sólo visual. Aunque ocupa un segundo plano. Hay que ver cómo funciona el cerebro.

Pero toda esta creencia se fue diluyendo cuando cayeron en mis manos una serie de libros de pensamiento y religiones orientales. Mi dimensión espiritual aumentó. El cristianismo se convirtió en un símbolo del espíritu último del universo o del Ser, o el vacío. Pero yo ya no podía seguir asistiendo a los rituales religiosos y ahí empezaron los conflictos con la familia hasta la fecha, no sólo en temas religiosos, sino, lógicamente, en todo, jaja. En fin, no sé cómo estará la redacción porque mientras lo hacía estaba también con la cena de los niños.

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“No permitas que el cuerpo sea el reflejo de una mente dividida. No dejes que sea una imagen de la percepción de pequeñez que tienes de ti mismo.”

“Solo la percepción puede estar enferma porque solo la percepción puede estar equivocada.”

“La percepción errónea es el deseo de que las cosas sean diferentes de como son. La realidad de todas las cosas es inocua porque la condición de su realidad es la inocuidad total. Esa es también la condición de la conciencia que tienes de su realidad.”

“La enfermedad, no obstante, no es algo que se origine en el cuerpo, sino en la mente. Toda forma de enfermedad es un signo de que la mente está dividida y de que no está aceptando un propósito unificado.”

Hay que leer entrelíneas. La percepción es conocimiento. Pero no es la sensación pura. La percepción está cargada de teoría. Y toda esa teoría, o pensamientos pueden ser erróneos. Es más, ni siquiera podemos estar seguros de que nuestra vida y todo lo que conocemos no sea una simulación de una inteligencia superior. Es lo mismo que el genio maligno de Descartes, pero en versión moderna y perfectamente creíble o verosímil. Si fuésemos producto de un programa informático no podríamos salir de ese programa para probarlo. Luego no podemos probar que no lo sea. De hecho a lo que llamamos nuestra realidad última, bioquímicamente hablando, no es más que información: ADN. A su vez esta molécula está compuesta por elementos que son también información. En última instancia las leyes son información. Pero, bueno, esto nos lleva a que la realidad se puede poner entre paréntesis. Una puerta no es una puerta para la física cuántica o a los ojos de un microscópico electrónico. Ni la realidad “externa” es la misma para una serpiente que para un homínido o un cánido. Pues eso, más la cultura que arrastran los hombres, que dan lugar a una infinitud de sentimientos, es lo que significa que la percepción no es la realidad. El mundo nace en los pensamientos y los sentimientos. Diría Spinoza, emociones adecuadas darán lugar a la alegría y eso es la salud, emociones inadecuadas (odio, venganza, ira) dan lugar a la enfermedad, el vicio, la infelicidad. Ahora bien, una mente unida es la que tiene pensamientos y emociones adecuados y una mente dividida es la que tiene pensamientos y emociones inadecuados. La mente dividida es la que da lugar a la enfermedad. Salud y enfermedad hay que entenderlos en términos éticos. Aunque también médicos. El sistema inmunológico está deprimido cuando las emociones son inadecuadas, cuando la mente está dividida (el estrés, la ansiedad y la depresión de las que tanto se habla hoy en día, ni siquiera son enfermedades de la mente, sino de la sociedad que hemos construido.) Por eso el origen de la enfermedad es emocional, claro, no absolutamente. Se exagera para que nos demos cuenta de lo importante que es el pensar rectamente que va unido al Ser moral recto, con nuestra salud. Pero, claro, es que en el fondo somos una unidad y por eso somos lo que sentimos y pensamos.

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“Dios es Amor y Él es ciertamente lo que tú deseas. Ésa es tu voluntad. pide esto y se te concederá, porque estarás pidiendo únicamente lo que ya te pertenece.”

“Dile pues a todo el mundo:

Puesto que mi voluntad es conocerme a mí mismo, te veo a ti como el Hijo de Dios y como mi Hermano.”

Lo mismo que los estoicos: “Hombre soy y nada de lo humano me es extraño.”

“Acepta como verdadero solo lo que tu hermano es, si quieres conocerte a ti mismo.”

“Siempre que pongas en duda tu valor, di:

Dios mismo está incompleto sin mí.”

“Pero expresa el deseo de recordarle y… Él te dará todo sólo con que se lo pidas.”

“Dicho llanamente…puede que creas que tienes miedo de la nada, pero en realidad tienes miedo de lo que no es nada (Dios, el universo) y al darte cuenta de esto, sanas.”

“La enfermedad y la perfección son irreconciliables…eres perfecto.” Luego…

“Sólo con que aceptes lo intemporal como lo único que es real, empezarás a entender lo que es la eternidad y hacerla tuya.”

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No sé lo que significa lo que percibo, ni lo que pienso, pero deseo la respuesta. Acepto al maestro, al Espíritu Santo. Y no temo a Dios que es Amor. Quiero y deseo la solución.

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“Dije antes que sólo puedes experimentar dos emociones: amor y miedo…la primera de ellas es inmutable…

La otra adopta muchas formas ya que el contenido de las fantasías individuales difiere enormemente. Más todas ellas tienen algo en común: son todas ellas dementes. Están compuestas de imágenes que no se pueden ver y de sonidos que no se pueden oír. Constituyen un mundo privado que no se puede compartir…únicamente tienen sentido para su hacedor (el ego)…por consiguiente no tienen sentido en absoluto…

No obstante, las imágenes que cada cual ve jamás han sido reales, pues están compuestas únicamente de sus reacciones hacia sus (semejantes) y no incluyen las reacciones de estos hacia él. No se da cuenta de que él mismo las forjó y de que están incompletas…

…la proyección da lugar a la percepción y no puedes ver más allá de ella.”

El ego está sólo y aislado con sus fantasías tan inexistentes como él.

…la única realidad de lo que atacas es tu mente, y al atacar a otros estás atacando algo que realmente no está ahí.”

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Te puede parecer una barbaridad, pero es así. Vamos a ver, tú, en tanto que cuerpo no eres más que un conjunto de átomos, partículas subatómicas campos de fuerza,… eres polvo de estrellas y, si inicias un viaje en tu interior con unos ojos como un microscopio electrónico verías un universo como cuando miramos el cielo estrellado. Por cierto ésta es una meditación bellísima “Del microcosmo al macrocosmo y vuelta”. Dicho de otra manera, nada hay que impida, en la física, que tú puedas pasar por una puerta que está cerrada. Pero, nunca lo haces, espero. Sin embargo, si lo intentas, alguna vez lo puedes conseguir, que ninguna de tus partículas choque con las del otro cuerpo. Éste es el problema más gordo de la física y es el hecho de porqué en el ámbito macrocósmico, no megacósmico, que aquí, sí, no se cumplen las leyes del ámbito cuántico. La realidad es que sí las cumple, lo que pasa es que no nos damos cuenta. Un ejemplo, no ponemos a calentar el café por la mañana con la cucharilla dentro, por ejemplo. Las bombas atómicas hicieron su efecto y, de hecho, podríamos traspasar las puertas, aunque haya una probabilidad muy pequeña, pero existente. Tu cuerpo, la puerta y el universo son lo mismo. Tu cuerpo no es más que una concentración del espacio tiempo, como cualquier otro cuerpo: estrella, planeta o Galaxia. Todo es lo mismo, pero diferenciado.

Vamos a ver, el que se llama el experimento más bello de la física. Fue el del descubrimiento de la doble naturaleza de la luz. Lo decimos así y nos quedamos tan tranquilos. La luz es, a la vez, onda y corpúsculo. Toma ya. Dos cosas contrarias en una. Si lanzamos un haz de luz contra una pantalla que tenga una doble rendija y detrás ponemos un panel que registre la llegada de la luz, lo que observaremos será como una nube de puntos a la altura de una rendija y una nube de puntos a la altura de la otra rendija. Conclusión: la luz es onda y partícula a la vez. Si hay señales de puntos es que es corpuscular, pero como está difuminada formando una nube (onda), pues es una onda a la vez. Claro, la interpretación de la mecánica cuántica, al final, no se quiso romper la cabeza y fue la pragmática. ¿Funciona?, sí, pues entonces es cierta. Ahora bien, todo en última instancia se reduce a ondas electromagnéticas. Es decir que todo tiene una doble naturaleza onda-corpúsculo, que ahora llaman cuerda y que es una especie de vibración cuántica en el espacio tiempo de Einstein. El universo es información transmitida en forma de ondas electromagnéticas en un instante, por eso es eterno, no creado y Uno. Espacio y tiempo son distorsiones, apariencias. El cuerpo un engaño del ego. Es decir, que ciertamente el universo es el vacío budista. Por eso dicen los budistas: “Somos lo que pensamos,
todo lo que somos surge de nuestros
pensamientos,
con nuestros pensamientos hacemos el mundo.”

De ahí la sonrisa del Buda, jaja.

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“Contempla amorosamente el presente, pues encierra lo único que es verdad eternamente. Toda curación reside en él porque su continuidad es real.”

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“la verdad es la verdad, es lo único que importa, lo único que es real y lo único que existe. Permíteme hacer por ti la única distinción que tú no puedes hacer, pero que necesitas aprender. La fe que tienes en lo que no es nada te está engañando. Deposítala en mí y yo a mi vez la depositaré delicadamente en el santo lugar donde le corresponde estar. Allí no encontrarás engaño, sino únicamente la simple verdad. Y la amarás porque la comprenderás.”

“Si quieres ser un alumno feliz tienes que entregarle al Espíritu Santo todo lo que has aprendido para así desaprenderlo. Y luego empezar a aprender las gozosas lecciones que se suceden rápidamente sobre los sólidos cimientos de que la verdad es, la verdad.”

“la quietud de su simplicidad es tan irresistible que te darás cuenta de que es imposible negar la simple verdad, ùes no hay nada más. Dios está en todas partes…”

“Pondré de manifiesto lo que experimente. Si soy inocente no tengo nada que temer. Elijo dar testimonio de mi aceptación de la expiación, no de su rechazo. Quiero aceptar mi inocencia poniéndola de manifiesto y compartiéndola. Quiero llevarle Paz al Hijo de Dios de parte de su Padre.”

“Dile al Espíritu Santo, decide por mí, y está hecho.”

“Él me guía y conoce el camino que yo no conozco. Más nunca me privará de lo que quiere que yo aprenda. Por eso confío en que me comunicará todo lo que sabe por mí.”

“La verdad simplemente con ser lo que es te libera de todo lo que no es verdad.”

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“El instante santo es el resultado de tu decisión de tu deseo de ser santo. Es la respuesta. Desearlo y estar dispuesto a que llegue precede su llegada. Preparas tu mente para él en la medida que reconoces que lo deseas por encima de todas las cosas. No es necesario que hagas nada más; de hecho es necesario que comprendas que no puedes hacer nada más.”

“el milagro del instante santo reside en que estés dispuesto a dejarlo ser lo que es.”

“El cielo no es un lugar ni tampoco una condición, es simplemente la conciencia de la perfecta unicidad y el conocimiento de que no hay nada más. Nada fuera de esta unicidad, ni nada adentro.”

“Si examinases lo que esa sensación de ser transportado realmente supone, te darías cuenta de que es una súbita pérdida de la conciencia corporal, y una experiencia de unión con otra cosa en la que tu mente se expande para abarcarla. Esa otra cosa pasa a formar parte de ti al tú unirte a ella. y tanto tú como ella os completáis, y ninguno se percibe entonces como separado. Lo que realmente sucede es que has renunciado a la ilusión de una conciencia limitada y has dejado de tenerle miedo a la unión.”

“En estos instantes en que te liberas de toda restricción física, experimentas mucho de lo que sucede en el instante santo: un levantamiento de las barreras del tiempo y el espacio, una súbita experiencia de paz y de alegría. Más, por encima de todo, pierdes toda conciencia del cuerpo y dejas de dudar de si todo eso es posible o no.”

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Bueno, pues la reunión con Juanma de ayer fue muy intensa y, como la otra vez, hablamos de muchas cosas. Y eso que el tema ya lo teníamos fijado “El curso de milagros”. Yo le conté un poco mi experiencia y él me contó la suya. Coincidíamos en bastantes cosas. Yo he buscado una fundamentación desde la cual leerlo, que es, como sabes: la ética (metafísica) de Spinoza y la mecánica cuántica y él no me lo dijo. Creo que su actitud es pragmática. ¿Funciona? pues ya está. La verdad es que eso es lo que ocurre. De los que yo sé, incluido Juanma, todo el que ha leído el libro ha sentido un tremendo rechazo antes. Yo incluso lo tuve aparcado en la mesa un mes, luego haciendo rodeos me acerqué a él a través de resúmenes, videos y tal y cuando empecé, pues me repelía, pero me atraía a la vez. Es increíble la cantidad de veces que me levanto con la escusa de que tengo que hacer algo. Pero, a la par, ha ido absorbiendo mi pensamiento y el resto del día, tanto que ni leo los periódicos. Estoy deseando terminarlo, a la vez que dejarlo, pero no puedo. Pero es que lo curioso es que el libro te dice, eres libre. Ahora bien, una vez que empieces el curso de milagros ya no lo puedes dejar. Pero es muy gracioso, pues dice, aunque lo retomes dentro de miles de años, eso no es nada, pues el tiempo en la mente de Dios o en dios, no existe, el tiempo es una ilusión del ego, por lo tanto no existe. En realidad, te dice, tú ya has hecho el curso de milagros, porque la unidad siempre ha existido, tu siempre has estado en dios. No es literal, pero más o menos así es como habla. La primera frase del libro la continúa diciendo: esto es en definitiva todo lo que tienes que saber del curso de milagros. Pero claro, después te dice que tienes que seguir todo el curso de milagros al pie de la letra, las setecientas páginas y los 365 ejercicios. Vamos, que lo tienes que hacer. Y luego te suelta. Que el curso de milagros no es ni el final, sino el comienzo de todo. Que tú eres estrictamente hablando el hijo de dios, como todos tus hermanos, pero no el mesías, sino los que tenéis que anunciar al mesías (en definitiva, la paz y la felicidad). Vamos, increíble. Estas frases sueltas te habrán dejado apabullada. Pero, en realidad, el libro tiene una lógica aplastante. Es decir, si aceptas las premisas, que, por cierto, a mí, como las de Spinoza, me parecen evidentes, pues es una argumentación correcta. Eso sí, la lógica no puede ir más allá. Nos dice si un argumento es o no correcto, pero no si es verdad. De todas formas el curso de milagros también está por encima de esto porque te dice que esto tampoco es la verdad, porque la verdad es sólo dios. Pero también podría ser un engaño del maligno. Y no está mal pensar eso. Porque a mí se me ocurre que el curso de milagros y todo lo relacionado con la búsqueda de la felicidad, quizás sea opio del maligno, el gran capital, para mantener a la gente adormecida. Pero, claro, a la vez el curso de milagros te dices que empezarás a ver resultados muy pronto (milagros). Los milagros son coincidencias, las congruencias de las que hemos hablado y tal. Aquello que pasa desapercibido pero que cuando has empezado a cambiar de percepción, que es el primer paso de un curso de milagros, pues tomas conciencia de ello. Pues como decía el libro te dice que empiezas a darte cuenta de que esos “milagros” se dan. Y efectivamente que se dan. Entonces te sientes arrastrado por la eficacia, efectividad que en uno está teniendo este aprendizaje.

Una cosa que me comentó Juanma, que lleva ya dos años y medio con él y dice que es el libro más importante y que siempre está volviendo a él, yo en cambio le dije que cuando lo termine se acabó, pero no sé, es que en algunos momentos le ha dado miedo y ha sentido como si pudiese perder el juicio. Yo le he comentado, que no me ha dado nunca miedo, lo que me ha dado la impresión es de que pudiese volverme loco por la situación de aislamiento y soledad en la que vivo, jaja, menos mal que estoy trabajando y me veo cada vez mejor y te tengo a ti para controlar si deliro o no, jaja. Lo que sí he sentido es incertidumbre sobre el futuro, tanto inmediato como a corto plazo, de mi vida. Porque llevo más de treinta años construyendo un edificio, que no me lo ha construido nadie y, ahora, parece desmoronarse, pero después de pensar mucho y hacer como dice el libro de milagros, tu no te preocupes de nada (parecido a lo de los evangelios) déjalo en manos del espíritu santo. (Vamos el subsconsciente, el yo superior y un buen sueño reparador, lo que siempre hemos dicho: olvídate y consulta con la almohada) y resulta que a la mañana siguiente cualquier acontecimiento del día, algo trivial y cotidiano, “milagro”, te trae la solución. Y así, te acuerdas de la pregunta insistente del cuerpo, pues era por eso, te lo dije, por la mañana había encontrado una solución a la interpretación desde la que yo podía leer el curso de milagros. Pero no sólo eso, si no que había encontrado una forma en la que, no sé qué va a ser de mí, pero no me importa, eso es lo primero y lo segundo es que sí he encontrado un sentido y significado a todo lo que he estudiado, enseñado y escrito en estos treinta años y es que era una preparación para entender el curso de milagros (la cara y la cruz de un mismo fin, un proceso absolutamente necesario en mi caso, claro) y entenderme a mí mismo, que es por donde empecé cuando era joven. Ayer, en la conversación se produjeron varias circunstancias de estas que el libro llama milagrosas, coincidencias, que no son tales. Antes te dije que yo no pensaba seguir leyendo más el curso de milagros y, probablemente, cuando lo acabe, me daré un gran descanso, para seguir con los ejercicios y que el conocimiento repose en mi cerebro, volver al interés del mundo que me rodea y tal. Pero, fíjate, el libro es tremendo. Cada frase es una sentencia y eso que parece una eterna repetición, por eso no aguantas mucho tiempo leyéndolo, te obliga a ir despacio porque te aburre al darte la sensación de que siempre dice lo mismo, pero, no, siempre hay matices y va cambiando en espiral, ese es su método, como creo que te he comentado. Pues el libro habla de una cosa que llaman las relaciones especiales: las de pareja, las relaciones con los padres, con los hermanos. Todas esas relaciones que nos producen muchos problemas, dolor, felicidad, lo que es la vida misma. Bueno, pues hace un ataque frontal a este tipo de relaciones como relaciones ilusorias en las que nuestro ego proyecta sus culpas en el otro, o se proyecta a sí mismo en el otro. Por eso hay que cambiar la percepción, porque el otro no es quien tú ves, a quien tú ves es a ti mismo y el ego, para protegerse lo proyecta en el otro. Si tú dejas de ver al otro como lo ves, no haces juicios sobre él, el otro cambia. Pero no cambia, cambias tú y el otro comienza a ser el que es. Eso es lo que llama “milagro”. Recuerdas el grupo difícil, pues ahí tienes. Y lo mismo me ocurrió ayer con mi madre, que es otra relación especial y difícil en mi vida. Me iba a echar la bronca por lo de siempre, que si no voy a verla, que tu madre se acaba y nada más que tienes una, que tienes que cumplir con la gente, que no se puede vivir encerrado siempre entre libros. Yo le respondí con una sonrisa y dándole la razón, esquivando como buenamente pude sus acometidas, pero no juzgando y, no entrando en cólera y diciéndole las cosas a la cara, como he hecho toda mi vida, como no encontró resistencia fue suavizándose poco a poco y, al final, me dio hasta la comida para el mediodía y encima le hice hasta chistes cuando me iba de por qué me iba ya. Esa es la cuestión. Pero te iba a contar otra cosa. La relación especial más típica es la de la pareja, salió el tema porque empezamos a hablar del odio y el amor y Juanma empezó a citar cosas del libro, que yo no recordaba y le dije que eso no lo había leído todavía. Pero al cabo del rato me di cuenta que precisamente ayer por la mañana lo había leído y el sábado por la tarde, también. Pero, encima, me di cuenta de que ese es un tema que a mí no me preocupa y que, además, después de la separación y mucha reflexión sobre el porqué, pues había llegado a algo similar a lo que dice el libro, por tanto, no le presté atención. Lo que quiero decir con esto es que el libro es absolutamente particular, se parece al libro de las mutaciones del Taoismo, a cada cual le dice lo que necesita escuchar. Por eso cada frase es lapidaria. Y por eso es tan denso, pero la mayoría lo olvidas, porque en este preciso momento no lo necesitas. Otra cosa curiosa que me ha ocurrido con el libro es lo siguiente. Yo cada vez rechazo más libros. Quiero decir, que no los termino o bien, porque ya sé lo que me va a decir, o bien, porque no estoy de acuerdo con lo que dice y encima sé cómo me lo va a decir. Y, claro, no está uno para perder el tiempo así que lo abandono y punto, sin ningún rubor, es más, con alegría. Cuando joven aguantaba hasta el final todo libro que empezaba, consideraba un sacrilegio abandonar. Ahora casi que abandono más de los que termino. Pues bien, a pesar de la tendencia a dejar de leer el libro, cada vez que lo cojo, es como un imán, me sumerjo en la lectura y siempre me dice algo nuevo, aunque al rato ya esté otra vez aburrido o intranquilo. En fin, o no estoy loco o por lo menos, no estoy solo en la misma locura, ya estamos Juanma y yo. jaja.

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Muy buena la reflexión que has hecho de lo del cordón umbilical al revés. Tal y como me cuentas, tu marido y tú lo tenéis claro y, a mi modo de ver, aunque no soy nadie para juzgar, eso es lo correcto. Lo absolutamente correcto. Y es que es la verdadera concepción del amor. El amor es estar presente, es querer a alguien en su esencia, no en la proyección que uno pone en él. De ahí el fracaso de las parejas. Se empeñan en cambiar el uno al otro. Si tu intentas cambiar a tu pareja es que no la amas, al contrario, estás proyectando tu odio en ella y por eso la ves como una persona detestable. Lo mismo ocurre con los hijos. Lo que pasa es que aquí, como tú muy bien dices, interviene el factor de la crianza, incluso, anteriores. Cuántos hijos no deseados existen, sobre todo antes, cuando la familia patriarcal era casi absoluta y no había ningún tipo de respeto hacia la mujer. Ésta era considerada como un objeto, desde la sexualidad hasta el trabajo doméstico. Las mujeres no deseaban los hijos fruto de la fuerza e, incluso la violación. En esta situación había un rechazo de la maternidad y, por tanto, ya la crianza empezaba por mal camino. Y, luego, el cristianismo, ensalzaba, paradójicamente a la familia, como el mayor valor. Y, por eso, la familia se convierte en el mayor nido de malos sentimientos. De relaciones contranatura y forzadas. Hay que amar a los padres a la fuerza, se les debe la vida. Hay que llevarse bien con los hermanos. Todo es falsedad. Como decía Juanma, cita una sóla frase en la que se defienda, en los evangelios, a la familia. Todo lo contrario. Se aborrece de ella. Se utilizan las palabras más fuertes que se pueda uno imaginar. Jesús reniega de su madre y sus hermanos (que esa es otra, nos han hecho creer que eran primos, cuando dice hermanos con todas las letras y en todos los evangelios) y no los reconoce y dice que su madre y sus hermanos son todos aquellos que tienen la misma voluntad de dios. Y aparta a su madre que intenta retenerlo y le dice una de las cosas más duras que se pueden escuchar: “no te reconozco” Y dice, todo aquel que me quiera seguir, que abandone todo, a su padre, a su hermano, a su madre, a su familia, coja su cruz y me siga. La cosa está muy clara. Y aquí no hay metáfora que valga. Por eso, lo que pensáis vuestro marido y tú me parece absolutamente correcto. Los hijos no nos deben nada. Al revés son nuestra responsabilidad porque los hemos tenido nosotros. Y si ellos quieren dar, pues que den, sino pues que sigan su camino. Ellos son independientes. Los padres nos tenemos que acostumbrar, como decía un amigo, a pasar del amor infinito (en el sentido de cuidado y protección), a el amor cero. Por eso el amor es querer en su esencia a alguien y querer a ese alguien según lo que quiere ser. Todo lo demás es posesión, egoísmo, proyección de tu falta de amor. Porque eso es lo que ocurre en las relaciones de padres e hijos los que exigen el cuidado y el amor en la vejez lo que les pasa es que están proyectando su falta de amor en la infancia debido a una crianza forzada. Son dignos de compasión, ahora bien, son ellos los que tienen que resolver su problema, por muy mayores que sean, consigo mismos, si quieren morir en paz. No se trata de visitarlos y atenderlos por un supuesto deber. Uno no tiene ningún deber. Pero el cristianismo cala y codifica nuestras conciencias. Yo ya había llegado a esto hace siglos, pero me enfrentaba a ello con la ira. El libro de milagros y el ho-ponopono lo que me han enseñado es la compasión, renunciar a mi ira. Lo de siempre, cambiar de león a niño.

Efectivamente, tienes razón, uno de mis choques fue el lenguaje y que al principio no era capaz de traducirlo a otro. Hasta que lo conseguí. Pero, curiosamente, una vez que lo conseguí, leo el libro en el lenguaje que está escrito, con toda la tranquilidad del mundo sin traducirlo a mi lenguaje, supongo que he roto la resistencia y mi subconsciente va haciendo su trabajo. Tienes mucha razón, se parece mucho al ho-ponopono y en algún libro que he leído de ho-ponopono lo citan como un libro extraordinario.

Gracias por leerlo. Y por decir que estoy totalmente cuerdo, jaja, así me siento yo, pero también cualquiera que delira. Pero, como bien dices, el que delira no es consciente del delirio ni es capaz de cambiar de un discurso a otro. Más que nada mi miedo es como un temor difuso a mi cambio de pensamiento y sentimientos que da lugar a un cambio de percepción y, por tanto, de acción y a la inversa. Pero, como te dije ese temor se ha ido difuminando. Pero está ahí, porque el curso de milagros es una sorpresa cada día y una transformación interior. Ya te dije, una reprogramación o, más llanamente, un lavado de cerebro. Por ejemplo, el ejercicio de hoy es tremendo, parece que ya has terminado el cambio en la percepción, pero cada día te introduce algo nuevo. Ayer, por ejemplo, decía “Estoy decidido a ver las cosas de otra manera”. Uno piensa que ya ha acabado el proceso, pues, no, hoy va y te dice: “Lo que veo es una forma de venganza”. Por cierto, muy apropiado para entender esto que hemos hablado más arriba. Muy buenos días.

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“Todo lo que veo es una forma de venganza.

Veo únicamente lo perecedero.

No veo nada que vaya a perdurar.

Lo que veo no es real.

Lo que veo es una forma de venganza.

¿Es éste el mundo que realmente quiero ver?”

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“La mente se extiende hasta sí misma. No se compone de diferentes partes que se extiendan hasta otras. No sale afuera. Dentro de sí misma es ilimitada, y no hay nada externo a ella. Lo abarca todo. Te abarca completamente: tú te encuentras dentro de ella y ella dentro de ti. No hay nada más en ninguna parte ni jamás lo habrá.”

“Cuando la luz llega por fin llega a la mente que se ha dedicado a la contemplación; o cuando finalmente alguien alcanza la meta, ese momento siempre viene acompañado de este feliz descubrimiento: no tengo que hacer nada.”

Éste es el secreto, no hay que hacer nada, no es necesario dedicar la vida a luchar contra los vicios, ni dedicarlo a la contemplación o meditación. No hay que hacer nada. Es decir, lo que hay que hacer es Ser. Yo Soy. Vivir el ahora que es el instalarse en la eternidad. Es muy fácil porque se trata de no hacer nada. Pero, ¿quién es capaz de no hacer nada: ni pensar ni sentir?

“El cuerpo no puede curarse porque no puede causarse enfermedades a sí mismo. No tiene necesidad de que se le cure. El que goce de buena salud o esté enfermo depende enteramente de la forma en que la mente lo percibe y la forma en que quiera usarlo.”

“no pases por alto….que la falta de fe conduce a las ilusiones”

Y, claro, el cuerpo es una ilusión, luego…

“Tener fe es sanar”

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Todo lo que parece una casualidad, no lo es, porque entonces sí que sería un milagro. Y los milagros no existen. Sólo los milagros en el sentido de el curso de milagros, que ya el título echa para atrás. En cambio, lo que consideramos coincidencia no es coincidencia obedece a un orden caótico. Es decir, lo que se explica por la teoría del caos en matemáticas, como es, la economía o la meteorología. En fin, que hoy el ejercicio de un curso de milagros era la reflexión sobre la siguiente sentencia “puedo escapar del mundo que veo renunciado a los pensamientos de ataque”. Los pensamientos de ataque son los juicios que hacemos sobre los demás o sobre la situación del mundo, el país, que son acusatorios y negativos. Fulanito es un tal y tiene la culpa de cual, el mundo es un desastre, los que mandan unos corruptos… vamos muy difícil de dejar de pensar todo esto, pero se supone que ya llevas veintidós días para irte preparando o toda la eternidad, según se mire. Pues bien, hay una cosa que se llama el momento santo que es como el Ahora de Eckhart, pero con la parafernalia de dios, el espíritu santo y el hijo de dios. Sería la unión en el instante con dios a través del espíritu santo (no le hagas caso a la terminología) y eso es el ahora. Primera coincidencia o milagro. Todo empezó a removerse en mi cabeza cuando me hablaste del libro de El poder del ahora, que leí dos veces y después leí varios más e incluso practiqué meditación un par de semanas basándome en eso, pero, sin saber por qué, lo dejé. Y no sé por qué ni cómo. Simplemente lo dejé. Bueno, pues esta mañana me pongo con el capítulo 19, terminándolo, del curso… y vienen las causas por las que no se llega o no llegas (te habla en primera persona, es decir, Jesús mismo hablándote, jaja, impone) al momento Santo y hay cuatro causas. Todas son argucias del ego y que se fundan en el miedo: las dos últimas son el miedo a la muerte y la última el miedo a dios. Son las que he leído esta mañana. Bueno pues el caso es que es una coincidencia con la práctica. Porque en definitiva uno no renuncia a sus pensamientos porque es renunciar a su ego y eso es para él la muerte. En definitiva lo que tememos es a la muerte. Y, mientras más tememos a la muerte más nos aferramos a la vida, pero no a la auténtica vida, sino a la del ego. Vienen unos fragmentos preciosos y de una solidez lógica impecable. Ni que decir tiene que uno se ha creído que no tiene miedo a la muerte y se está (me) autoenganando, porque no renuncio a mis pensamientos, aunque esté en ello y haya avanzado mucho o poco, nunca puede saber uno cuánto. Y luego pasa al miedo a dios. Y, claro, uno que es ateo, pues dice, vamos, hombre, miedo a dios, ninguno. Pero es que ver a dios. Que es el deseo, el momento santo, el aquí y el ahora, es haber renunciado a todo; es decir, a tu ego y todo lo que ha construido. Que es todo, sería olvidarte de todo. ¿No te recuerda esto a los evangelios? En verdad os digo que aquel que quiera seguirme tendrá que abandonar a su padre, a su madre, a su hermano y a su hijo y que tendrá que coger su cruz (esto es un invento puesto después, aunque tiene el significado de hacerse responsable, no culpable. La culpabilidad es un concepto inventado por el cristianismo para dominar) y seguirme. Vamos, que lo acababa de comentar hacía un momento antes. Una sincronía entre el ejercicio y mi lectura. Pero es que en la lectura experimenté, la unidad mezclada con el deseo de la unidad. Y, luego, me encuentro con el artículo de Laura Guttman, que tiene una explicación perfecta a través del desapego, la dualidad utilizando las tesis del libro. Y, para finalizar, decido hacer esta tarde una meditación transcendental, en la que se medita sobre un mantra y la primera que me sale es Soy Amor. Y resulta que el momento santo sólo es posible cuando uno concibe la relación con dios a través del Amor, que es el único que vence al mied que es el gran artificio creado por el ego para sobrevivir y no ser aniquilado. Claro, con todo esto en la cabeza la meditación ha sido fantástica. Así que, el día ha sido espiritualmente fructífero, aunque no haya alcanzado el momento santo, jaja. Ni creo, porque encima, me he encontrado con la amiga que el otro día moderó el debate sobre política y me he puesto a rajar del personal, del instituto, de la política. Vamos que me he desahogado juzgando, por tanto, a seguir en el infierno. Siempre queda el consuelo de que tarde o temprano a todo el mundo le llegará su hora. La verdad es que esto, sobre todo, como era mi forma de hacer filosofía, me va a costar mucho. En fin, tengo que hacer una epojé (suspensión del juicio) como dicen los escépticos. Fíjate por donde, ahora resulta que yo era un escéptico de pacotilla, ahora toca serlo de verdad. Lo que te dije. El libro es una guía de autoconocimiento, tanto por lo que te revela, como por lo que te da que pensar. Ah, se me olvidaba. La meditación ha sido fantástica, como te he dicho, pero lo que he visto en los momentos de silencio es que uno se cree un santo y que todos confabulan contra él y me han empezado a aparecer imágenes de sucesos totalmente olvidados en las que no era yo, precisamente, un modelo a imitar. Mucho cuidado cuando juzgamos. Como dice el evangelio, vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro. Por algo será que la sabiduría se relaciona con el silencio.

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El mundo que ves no es sino un juicio con respecto a ti mismo. No existe en absoluto. Tus juicios, no obstante, le imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. Ése es el mundo que ves: un juicio contra ti mismo, que tú mismo has emitido.”

“Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.”

Tengo que poner mi poder de decisión en el espíritu santo. Esa es mi ofrenda.

“Lo único que se te pide es que le hagas sitio a la verdad. No se te pide que inventes o que hagas lo que está más allá de tu entendimiento. Lo único que se te pide es que dejes entrar a la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado.”

“Ver el cuerpo como una barrera que separa aquello que la razón te dice que no puede sino estar unido, sólo puede ser una locura. ¿Qué puede haber que se interponga entre lo que es un continuo?”

Y, efectivamente, el universo es un continuo espacio-tiempo. Eso es lo que nos dice la razón. Curiosamente en el curso de milagros se apela a la razón para negar el cuerpo y a la fe y el engaño para afirmar su existencia.

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“Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierne a mí.”

“Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad”

“La felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo de lo que no es constante.”

“Desea lo que quieres y eso será lo que contemplarás y creerás que es real. No hay ningún pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o matar. Ni ninguno que pueda abandonar la mente del pensador, o dejar de tener efectos sobre él.”

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“No olvides que la motivación de este curso es alcanzar y conservar el estado de paz.”

“Aprende…requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno de los valores que abrigas. Ni uno sólo debe quedar oculto y encubierto pues ello pondría en peligro tu aprendizaje. Ninguna creencia es neutra. Cada una de ellas tiene el poder de dictar cada decisión que tomas. Pues una decisión es una conclusión basada en todo lo que crees…Tus decisiones proceden de tus creencias.”

Lo que queda bien claro con estas palabras es el objetivo socrático del conócete a ti mismo. Y que una vida sin autoanálisis no merece la pena de ser vivida. Si no conocemos nuestras creencias y el valor que tienen, no conocemos de dónde vienen nuestros actos. Pero nuestras creencias son un cúmulo de opiniones, de errores, de ilusiones. Por tanto, nuestro actuar es erróneo, pero inconsciente. De lo que se trata es de sacar a la luz nuestras creencias para analizarlas, para ver su origen. Y si conocemos cómo son y que no son neutras conoceremos el origen de nuestros actos. Y como somos lo que pensamos (creemos) pues nos conoceremos a nosotros mismos. Ahora bien, el conocimiento de uno mismo debe conllevar, no sólo la parte negativa, que es el reconocimiento de nuestras creencias y el origen de nuestros actos, sino el sustituirlas por el pensar recto. Y el pensar recto es pensar conforme a la razón, conforme al logos que es lo común. Por tanto la razón nos lleva a la unidad que es el ideal de la sabiduría: Ser y pensar son una y la misma cosa. Ahora bien, podemos estar toda la vida intentando dar el primer paso. El segundo es breve y es la sustitución del error por el reconocimiento de la unidad. Pero es como saltar un precipicio.

“Los que se creen especiales se ven obligados a defender las ilusiones frente a la verdad (la unidad)…He aquí el motivo de la batalla que libras contra él (cualquiera)…más él es tu amigo precisamente porque sois lo mismo.” Claro, este es mi error, sentirme especial. Pero es absurdo, si yo he defendido siempre que somos iguales, que nada de lo humano me es ajeno. Pero lo he hecho en la teoría, no en la práctica cotidiana. En éste ámbito me he sentido especial y superior. Todos somos iguales, todos participamos de la unidad cósmica. El cosmos está en nosotros y nosotros en él. Somos la conciencia clara, indefinida e imperturbable. No compararse y no juzgar. Salir de ese enredo.

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“El cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. Considéralo un medio de herir y será herido. Considéralo un medio para sanar y sanará.

Sólo puedes hacerte daño a ti mismo. Hemos repetido esto con frecuencia, pero todavía resulta difícil de entender. A las mentes empeñadas en ser especiales les resulta imposible entenderlo. Pero a las que desean curar y no atacar les resulta muy obvio…Pues los milagros no son más que el resultado de cambiar del propósito de herir al de sanar…lo que le has dado a tu especialismo te ha llevado a la bancarrota, dejando tus arcas yermas y vacías…

No defiendas este sueño insensato, en el que Dios se haya privado de lo que ama y tú te encuentras más allá de la posibilidad de salvarte. Lo único que es seguro en este mundo cambiante que no tiene sentido en la realidad es esto: cuando no estás completamente en paz, o cuando experimentas cualquier clase de dolor es que has percibido un pecado en tu hermano y te has regocijado por lo que creíste ver en él. Tu sensación de ser especial pareció estar a salvo a causa de ello.”

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“Sólo necesitas desear que se te conceda el Cielo en vez del Infierno, y todos los cerrojos y barreras que parecen mantener la puerta herméticamente cerrada se desmoronarán y desaparecerán. Pues no es la Voluntad de tu Padre que tú ofrezcas o recibas menos de lo que Él te dio cuando Él te creo con perfecto amor.”

“Este mundo complejo y supercomplicado no te ofrece ninguna base sobre la que elegir. Pues nadie comprende lo que es lo mismo, y todo el mundo parece estar eligiendo entre alternativas que realmente no existen.

El mundo real es la esfera de la elección hecha realidad, no en el resultado final, sino en la percepción de las alternativas entre las que se puede elegir. La idea de que hay alternativas entre las que elegir es una ilusión. Aun así, dentro de esta ilusión yace el deshacimiento de todas las ilusiones, incluido ella misma.”

“El mundo real es la contrapartida a la alucinación de que el tiempo y la muerte son reales y de que tienen una existencia que puede ser percibida”

“Eso es lo que es toda vida: un aparente intervalo entre nacimiento y muerte y de nuevo a la vida; la repetición de un instante que hace mucho que desapareció y que no puede ser revivido. Y el tiempo no es otra cosa que la creencia demente de que lo que ya pasó todavía está aquí y ahora.”

“¿Qué es el perdón sino el estar dispuesto a que la verdad sea verdad? ¿Qué puede permanecer enfermo y separado de la Unidad que encierra dentro de Sí todas las cosas?”

“Nadie cree que hubo un tiempo en el que no sabía nada de cuerpos y en el que no habría podido concebir que este mundo fuese real.De otro modo, se habría dado cuenta de inmediato de que estas ideas son una mera ilusión, tan ridículas que no sirven para nada, excepto para reírse de ellas.

¡Cuán serias parecen ser ahora! Y nadie puede recordar aquel entonces cuando habría sido motivo de risa y incredulidad. Pero lo podemos recordar simplemente con que recordemos su causa, y al hacerlo veremos que son motivo de risa, no de temor.”

“El secreto de la salvación es este: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque, eso sigue siendo verdad. No importa quién desempeñe el papel de enemigo, y quién el de agresor, eso sigue siendo verdad. No importa cuál parezca ser la causa de cualquier dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue siendo verdad. Pues no reaccionarías a las figuras de un sueño si supieses que eres tú el que lo está soñando. No importa cuán odiosas o depravadas sean, no podrían tener efecto sobre ti a no ser que no te dieses cuenta de que se trata tan solo de tu propio sueño.”

“...pues Él quiere mostrarte la única causa de todo sufrimiento, no importa cuál sea su forma. Y comprenderás que los milagros reflejan esta simple afirmación: “Yo mismo fabriqué esto y es esto lo que quiero deshacer”

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Llevo unas cuantas de lecciones sin tomar notas porque son todas importantísimas. Y acabo de terminar el curso, la teoría, claro.

Me acabo de terminar el curso de milagros. Bueno, me quedan once meses de ejercicios (reprogramación mental) y la tercera parte que es: manual para maestros. El caso es que estoy frito. Abatido, creo que sería la palabra. Ni sé quién soy, ni qué es el mundo ni qué sentido tiene nada. Y, el caso es que mi escepticismo siempre me ha llevado a esa actitud. Pero el tema es que el libro del curso de milagros te da la opción de elegir. Una elección única, el cielo o el infierno. Interprétalo como quieras, yo ya lo leo literalmente para no tener que andar reinterpretando. O, también, entre el cuerpo (la caducidad, la enfermedad, la muerte, el miedo) o el  espíritu (la felicidad, la eternidad, la unidad, el amor-compasión) Y, por más vueltas que le doy, no soy capaz de interpretarlo como metáfora como es el caso de los evangelios. Y encima es la única elección que tomas, porque la libertad es la voluntad de dios, pero tú te escindiste cuando caíste en el sueño de tener un cuerpo, de ahí el despertar. Por eso la elección es de cada cual y dios te dará el cielo si tú le haces un pequeño regalo, el amor por tu hermano, claro, no odiar a nadie, ver a todo el mundo como perfectos hijos de dios. Porque en definitiva el mal que tú ves en el otro es una proyección. Pero además de ser la única, bueno, aunque te equivoques dios te dejará elegir hasta que aciertes, porque en él no existe el tiempo. Puedes estar eternamente eligiendo, lo que es lo mismo que puedes estar siempre condenado. Pues lo que decía, además de ser única, no hay término medio. No hay un camino, el camino es el  curso. Luego hay que saltar la brecha, que es tomar la decisión. Ufff, como si me hubiesen dado una paliza. Y es que además, como dice al principio, la decisión ya la has tomado una vez que tienes el libro entre las manos y te has puesto a leer. Y, además, con todas las resistencias del principio, que después se ha transformado en adicción. El libro, desde la lección 15, que se llama “El momento Santo” (justo la mitad del libro) y que explica con una intensidad que no puede explicar, sino sentir, la unidad con dios, me ha absorbido. Y, sí, notas cosas, notas cambios, pero es como si esperases una revelación que no acaba de llegar. Pero todo está muy bien explicado, si no eliges, si no llega esa revelación es que has elegido el infierno, es que todavía tienes miedo de renunciar al cuerpo y todo lo que ello conlleva. Que prefieres creer en el cuerpo, la mortalidad, el sufrimiento, en lugar de todo lo contrario. Menos mal que también te dice que tú no tienes que hacer nada, sólo estar dispuesto, querer, que lo dejes en manos del espíritu santo (lo que tú llamas el espíritu) que él tomará las decisiones oportunas por ti. Fíjate la primera regla: “Hoy no tomaré ninguna decisión por mi cuenta” y si flaqueas, porque tienes miedo y crees que tienes que decidir, pues lo que tienes que decirte es: “Si no tomo ninguna decisión por mi cuenta pues seré feliz.”

En definitiva, que el libro, o es una verdad como un templo o es un delirio perfecto del que sería aprovechable una reprogramación emocional y, con ello, una sanación psíquica que equivaldría a lo que se llama cielo. Ahora bien, diciendo lo que acabo de decir es como haber tomado una decisión que es la de admitir que todo lo que me rodea es real y, por tanto, me quedo en el infierno que es el sufrimiento. Que todavía tengo miedo, según la lógica implacable del libro. Pero que la lógica sea correcta no implica que sea verdad. Vamos, una pasada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo que debo pensar cada jornada.

 

Hoy no tomaré ninguna decisión por mi cuenta. Dejo que mi yo superior, al que mantengo al margen las tome por mí. Esto garantiza mi libertad. porque el ego es una ilusión, una forma de esclavitud.

Si no tomo ninguna decisión por mi cuenta tendré un día feliz, apacible, tranquilo y sereno. No aparecerá, ni la ira, ni el odio, el mundo de ilusiones se desvanecerá y veré la realidad de la Unidad.

Encontrar dos momentos para meditar sobre Dios o la Unidad.

No tengo que defenderme absolutamente de nada. Estoy totalmente protegido si no juzgo a nadie y siento compasión y autocompasión.

Si no juzgo soy feliz. No tengo cargas, ni sentimientos de culpabilidad.

Ante las dificultades y tentaciones tengo que recordarme siempre que estoy protegido.

Estoy convencido plenamente de que voy a triunfar. Una vez que he tomado la decisión no hay otro final.

No hay nada que pueda sustituir a la voluntad de la Unidad, Dios, El universo, La vacuidad…LO INEFABLE.

Comentario a algunas sentencias de UCDM

“No te puedes enfadar a menos que creas que has sido atacado, que está justificado contraatacar y que no eres responsable de ello en absoluto.”

Es decir, que atacar, lo que es lo mismo, juzgar, nunca está justificado. Uno siempre es responsable de ser atacado. No es más que un juicio que se vuelve contra ti. El enfado, la irritación, la ira, proceden de considerarse atacado sin ver nuestra responsabilidad en ello. Es decir, proceden de nuestro acto de juzgar que no es más que la proyección en el otro de nuestro mal o malestar. Y, el juicio, lógicamente, siempre produce en nosotros un malestar, aunque momentáneamente pueda producir un alivio, pero es pasajero. El juicio es siempre contra nosotros. Nada de fuera nos puede atacar. Es nuestra idea de lo que tenemos de fuera lo que nos ataca, nosotros mismos. Es el miedo al ataque, al juicio, la crítica, en definitiva a nuestras propias heridas, la que produce la ira y el odio y así se extiende de unos a otros hasta llegar a la guerra. Si queremos cambiar debemos empezar por no juzgar. La sabiduría ética la tenemos desde milenios. La acción es la que no hemos realizado. Puede parecer esto utópico en un mundo en el que reina la injusticia por doquier. Incluso puede parecer frívolo. Más, hay que tener en cuenta una cosa, el mundo que tenemos es producto del miedo y el juicio. Nunca hemos probado, pero podemos, intentar construir un mundo desde la ausencia de juicios, desde la ausencia del miedo al otro. El miedo al otro es una construcción. Mientras que exista el miedo dentro de nosotros existirá la barbarie porque culpabilizaremos siempre al otro de nuestros males y nuestros miedos y, nunca, nos haremos responsables y libres de nuestros actos, de nuestro verdadero poder. Tenemos dos salidas, mejor una. La primera es la que hemos seguido hasta ahora y nos lleva a la autoaniquilación. La otra está por probar. Pero requiere de volverse hacia sí mismo.

“¿Qué es mejor ser feliz o intentar llevar la razón a toda costa?” Eso sí, sabiendo que es imposible llevar siempre la razón, ni casi siempre, a veces incluso casi nunca, pero si no llevamos la razón deja nuestra vida de tener sentido. Pues entonces algo anda mal en nuestro sistema de ideas que nos produce ese desasosiego y ese intento de autoafirmación.

“Se necesita haber aprendido mucho para llegar a entender que todas las cosas, acontecimientos, encuentros y circunstancias son provechosos.”” UCM Manual para el maestro. Capítulo 4

La sabiduría no reside en el conocimiento. El conocimiento es un escalón hacia la sabiduría. Ésta se relaciona con la comprensión global de todo lo que es. Con la mirada del águila, desde arriba y con perspectiva. Una mirada que, a la par, se implica en lo observado. Y entonces es cuando nos damos cuenta de que no hay casualidad. Que todo lo que sucede tiene un orden, un sentido interno. Que no hay nada baladí. Y, en el fondo, todo lo que ocurre sucede en nuestro camino de aprendizaje. Todo encuentro, toda circunstancia es algo que nos puede enseñar. De tal modo que, por muy negativo que lo veamos, siempre hay un para qué último que nos enriquece. De lo contrario ese acontecimiento nos aniquilaría. Pero eso supondría no haber aprendido la lección, lo mismo que rebelarnos contra él. Contra la fuerza de lo que es no queda más que fluir. La aceptación. Y la aceptación es un soltar aquello a lo que estamos apegado, aquello a lo que nuestros deseos nos unen para fortificar nuestro ego. La aceptación necesita del desapego. Entonces estaremos en la situación del agradecimiento ante todo lo que nos ocurre, todo, en definitiva, nos ha sido provechoso. Pero, lógicamente, para llegar a esto se necesita haber aprendido mucho, pero no en el sentido normal de aprender, sino en el sentido ampliado de sentir.

“Pongo la paz de Dios en tus manos y en tu corazón para que la conserves y la compartas. El corazón la puede conservar debido a su pureza y las manos la pueden ofrecer debido a su fuerza. No podemos perder.” UCDM Cap. 5.

La paz reside en nuestro corazón que es el sentir y en nuestras manos, que es el hacer. Y, además, el sentir y el hacer tienen que ir coordinados, tienen que ser coherentes y consecuentes. El corazón alberga la paz porque simbólicamente es el lugar del amor, pero no del amor romántico, ni del arrebato amoroso de Eros, sino del amor incondicional. El único que garantiza la paz. El amor incondicional es el que tiene que pasar a nuestras manos y pasa en forma de perdón. Y éste consiste en no juzgar. Todo juicio es un ataque, es un engaño y lo único que nos produce es sufrimiento. Y todo esto sólo lo podemos ver con un profundo cambio de mentalidad en el que el ego pase a ocupar un lugar secundario y no principal como hasta ahora.

Por otro lado, la paz se conserva y se comparte amplificándose sino se juzga. Perdemos la paz en el momento en el que empezamos a juzgar y a juzgarnos. En el momento en el que empezamos a comparar. Y no vale decir que es que eso nos viene de la sociedad, eso ya es culpabilizar y juzgar. Sí, cierto, pero la sociedad la componemos nosotros y no cambiará mientras no se produzca un cambio en nuestro interior. Estos cambios nos parecen imposibles porque para percibirlos hay que cambiar de mentalidad, de paradigma, como se dice ahora tanto sin saber muy bien lo que se quiere decir. Hay que aprender a pensar de otra manera. O, mejor, hay que pensar con todo el cerebro. La fuerza de las manos es la intención, la voluntad, el querer. Se trata de desear la paz y actuar desde ella, no de discursear sobre la paz. Eso no es más que un enredo de egos o de intereses, como se le quiera llamar. Tenemos la posibilidad, se nos ofrece la posibilidad de este cambio desde hace siglos. Sólo tenemos que convencernos y querer y hay que pensar, que “lo mismo es dentro que fuera”, arreglemos nuestra casa y el mundo se arreglará. Cada uno tiene su forma de acción en el lugar que le ha correspondido. Sólo tiene que extender la paz que no es más y nada menos que un discurso de no agresión, no atacar o no juzgar. Y, por último, realmente no hay nada que perder, porque sin ego, qué se puede perder.

“El único pensamiento completamente verdadero que se puede tener acerca del pasado es que no está aquí.” UCDM. Libro de Texto.

Nuestros males o sufrimientos vienen de nuestra propia ignorancia, del engaño y autoengaño. Creemos ciegamente en el pasado, como en el futuro, cuando la única certeza que sobre ellos tenemos es que, literalmente, no existen. No están aquí. Por eso desesperamos de uno y de otro, o bien tenemos esperanza, o bien tenemos miedo. Pero, en la medida en la que vivimos en el pasado, o en el futuro, no vivimos, literalmente hablando. Y no lo hacemos porque ni el pasado ni el futuro están aquí. La gran liberación consiste en el conocimiento y la comprensión de que el pasado no está aquí. No pueden afectarnos. En definitiva, nada externo puede afectarnos. Eso sí, lo que nos afecta es la idea que nos hacemos de algo externo que, por otro lado, ni si quiera es externo, porque no está. Vivimos proyectados hacia el mundo de las apariencias: o bien hacia el pasado, o bien hacia el futuro; y así transcurre nuestra existencia en un sin vivir. Porque vivir es el estar aquí, que es lo único que hay y de lo único que tenemos certeza. El presente en tanto que eternidad. Sólo hay Ser, el resto es apariencia y engaño. Descorrer este velo de Maya es el despertar de la consciencia. Pero, para ello, necesitamos destruir la ficción del tiempo. La vida es creación continua, es emergencia de novedades, es espontaneidad. Pensar según el esquema del tiempo es cercenar este surtidor de creatividad. Por eso se dice aquello de que no entrarás en el reino de los cielos hasta que no te conviertas en uno de ellos (refiriéndose a los niños.) Estos representan la inocencia, que solo es posible en  la ausencia de tiempo. Pero, cuidado, no se trata de ser niños, sino de volver a ser niños. Es una transformación que requiere el paso por la vida adulta. Sólo recuperaremos la inocencia desde el engaño en el que vivimos. Y, de esta manera, sin la conciencia del tiempo, desaparece el miedo y el peso abrumador de la culpa y podemos caminar alegremente creando nuestra existencia desde una consciencia plena.

“No dejemos que las creencias del mundo nos digan que lo que Dios quiere que hagamos es imposible. En lugar de ello, trataremos de reconocer que solo aquello que Dios quiere que hagamos es posible.” UCDM Libro de ejercicios.

En primer lugar, para los no creyentes y los ateos, traduzcamos la palabra Dios. La podemos entender como el universo, la razón universal, la ley universal del cosmos, el Logos. Simplemente: el universo o la naturaleza. Bien, pues lo que se nos dice aquí es bien evidente y tiene que ver directamente con nuestra felicidad a la que algunos llaman salvación. La cuestión es que nosotros somos creencias e ideas, emociones y acciones. Pues bien, la enfermedad es la falta de armonía entre esas tres cosas que forman un todo, pero que pueden aparecer desajustadas. La cosa es que cuando pensamos según lo que se nos dicta, según el conjunto de creencias establecidas, vamos contra la naturaleza. Pero ir contra la naturaleza es ir contra nuestro propio ser, puesto que nosotros somos naturaleza. De tal forma que ese conjunto de creencias nos impulsa a creer que lo que realmente es, simplemente, es imposible. Lo cual es una locura y un delirio. Y aquí reside el error, el engaño y las apariencias. Porque son precisamente nuestras creencias las que son ilusorias. Por ejemplo, una creencia muy arraigada es la de la competitividad. Es decir, que llegamos a ser a base de la competición con los demás. Nada más allá de nuestra propia realidad: tanto biológica como cultural. Somos seres que nos construimos en colaboración. Ahora bien, el poder de las creencias no se queda en el mero creer, en la mera teoría. Si no que toda creencia produce un sentimiento y éste una acción, como le gustaba decir a Unamuno. Si nosotros tenemos esta creencia, resulta que estamos en guerra contra el mundo y nuestra acción fundamental es la de juzgar. Y de todo ello se deriva que estamos introduciendo la guerra en el mundo, un granito de arena, porque somos poca cosa la inmensa mayoría, pero a nuestro alrededor se notará. De nuestros actos no emana la paz, sino la guerra, el odio, la envidia, la división. Lo que es, y lo que el mundo, el sistema de creencia nos dice que es ilusorio, es que somos uno y que somos, en tanto que nos construimos en colaboración. Y, si ésta es nuestra idea, nuestros sentimientos no son de odio, sino de amor (siempre entendiendo éste como incondicional y agradecimiento) y, de este estado emocional surge la paz. Y así, sin pretensión megalómana, de pretender cambiar el mundo y denunciar las tremendas injusticias que hay en él y lo mal que está todo y de refugiarnos en ese pensamiento negativo, por mucha base que tenga, que también habría que ver, porque pensamos y juzgamos según se nos informa, porque bastaría cambiar el contenido de los medios de comunicación para que, automáticamente, cambiase nuestra forma de ver el mundo. A alguien le interesará que la idea que se transmita continuamente sea la del odio y la violencia. Pues decía que cambiando esta idea, o falsa creencia, aportaríamos la paz a nuestro alrededor: familia, conocidos, amigos. Y esto es lo que nos produce el contento porque es la ley de la naturaleza. La naturaleza es armonía, en el momento en el que nuestra mente está en armonía con la ley del universo tenemos armonía y paz y la transmitimos. Porque, fundamentalmente, esa armonía se expresa en no juzgar, lo que se llama el perdón, pero que la religión ha desvirtuado tanto. Porque ha relacionado el perdón con el sacrificio, cuando, realmente, el perdón, no es más que gratitud ante el otro. El otro no puede dañarte, sólo enseñarte. Claro, rápidamente se me dirá que qué pasa con los grandes genocidas y criminales de la historia. Es muy fácil, ninguno de ellos hubiese existido si nosotros no lo hubiésemos permitido. Es decir, nos creímos sus consignas, caímos en el juego del juicio, nos creímos ser poseedores de la verdad. Por tanto introdujimos la guerra en el mundo, la tremenda injusticia. Si nadie juzgase, simplemente no habría injusticia en el mundo. Puede parecer utópico, pero lo contrario es el camino de la guerra interior: nuestro dolor y sufrimiento y la exterior: el exterminio del hombre, no de la naturaleza, como se piensa, la naturaleza siempre sobrevive, con o sin humanos. Es necesario un cambio de mentalidad que, implica, un cambio de forma de ser radical. Pero sólo nos basta con la intención, con el querer, con la voluntad. Y para que se pueda dar esto es necesario que tengamos confianza en nosotros mismos. Nadie de fuera nos puede dañar, pero nadie de fuera nos puede salvar. No podemos renunciar ni a nuestra libertad, ni a nuestra responsabilidad. Eso sí, no se relacione nunca la responsabilidad con la culpa. La culpabilidad es otra falsa creencia que en otro momento trataremos.

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“A medida que el perdón permita que el amor retorne a mi conciencia, veré un mundo de paz, seguridad y dicha.” UCDM. Libro de ejercicios.

El perdón impide el amor. Es decir, nuestra paz. Nada externo puede arreglar lo que no funciona internamente, porque nada externo existe tal cual lo pensamos. Todo es una interpretación. Luego los problemas han de ser resueltos, si queremos ir a sus causas, en el interior. El perdón es admitir al otro, como otro, no como yo me lo represento. El perdón se hace presente en la medida en la que dejo de juzgar. Y si dejo de juzgar, dejo de atacar y de atacarme. Porque todo juicio, en definitiva, se vuelve contra uno mismo. Y en la medida en la que suspendemos el juicio (cosa que ya decían también los escépticos griegos) entonces la culpa (tanto el sentimiento como la culpabilización del otro) desaparecen y en su lugar aparece el amor. Amor en tanto que armonía, en tanto que unidad. No se confunda éste con el mensaje de la psicología positivista, ni con el romanticismo. Nos referimos al nivel de nuestro Ser, al nivel ontológico. En el amor somos unidad, en el odio (donde no hay perdón) nuestro ser está separado del otro y nuestro estado es el de la ira, el rencor, la envidia, el orgullo, el resentimiento…Cuando no perdonamos, sino que culpabilizamos de nuestro mal al otro (la representación que me hago de él) abrimos una brecha entre nosotros y el mundo. Al perdonar dejamos ser al otro y nos llenamos de paz interior, calma y contento: alegría de vivir.

“Es tan cierto que aquellos que abriguen resentimientos sentirán culpabilidad, como que los que perdonan hallarán la paz.” UCDM

Ésta es la clave de la paz y la serenidad interior. El que tiene resentimientos está en guerra, mientras que el que perdona está en paz. Odio y guerra están unidos y marcan la escisión y el sufrimiento. Perdonar, no juzgar y amar están también unidos y nos llevan a la paz y la serenidad. Y es en esto en lo que consiste la felicidad. En un estado pleno de Ser al que llegamos por medio del perdón, es decir, de no emitir juicios. Siempre que emitimos un juicio estamos efectuando una comparación y esa comparación es ilusoria y ficticia, porque lo que hacemos es comparar la imagen que tenemos del otro con la imagen que tenemos de nosotros. Ambas son ilusorias y, curiosamente, en el momento en el que dejamos de emitir juicios se hacen transparentes porque no hay nada que ocultar y nos reconocemos en el otro en tanto que unidad. Por eso el conocimiento es sanación, porque es la ignorancia de lo universal que hay en el otro igual que en mí y a lo que llego a través del no juzgar, lo que me impide ver que el otro es otro como yo. Reconocerme en el otro y, más aún, agradecer su existencia, que sería ya el amor incondicional, es la felicidad, la plenitud, el júbilo, el estar ahí y el presente. Porque si no juzgamos, si perdonamos, ocurre también otra cosa, que salimos del tiempo, porque no tenemos nada que esperar. Se nos ha dado todo y nos damos cuenta de nuestra plenitud, porque todo sentimiento de carencia es también una ficción, una construcción del pasado en la que vivimos instalados. Si nos aceptamos o nos perdonamos a nosotros mismos recuperamos nuestra unidad y nos daremos cuenta de que no carecemos de nada. Que somos todo lo que hay que ser. Porque somos Ser.

“Tú, que formas parte de Dios, no te sientes a gusto salvo en su paz. Si la paz es eterna solo te puedes sentir a gusto en la eternidad.” UCDM Libro de texto.

Aquí tenemos una declaración panteísta en toda regla. Cada uno de nosotros y de todo lo que hay forma parte de dios o de la naturaleza. Ahora bien, lo propio de dios o la naturaleza es la paz, la armonía. Es, como decía Heráclito, la lucha de los opuestos o armonía de los contrarios. El requisito de la paz es el de la armonía, para que haya armonía tiene que haber diferencia, pero no contradicción. La contradicción es excluyente y es la guerra. A su vez, si dios es la paz, la paz es eterna, el universo lo es. La concepción lineal del tiempo es una ficción psicológica. El universo, simplemente, Es, y eso es la eternidad. Si mi ser anhela la paz, pues, de la misma manera anhela la eternidad. Esa es la consciencia plena, la de ser uno con lo que es, sin contradicción, pero sin eliminar la diferencia que es la que nos da la consciencia de la paz. Pero ese estado de paz depende de mi juicio, no puedo participar de la paz y, por ello, de la eternidad, a menos que abandone el juicio. Porque juzgar es dividir. Es abrir una frontera, es levantar el muro del ego frente a los demás y al mundo. En definitiva todo depende de una actitud y, en último término, de una decisión. Lo que sucede es que en esta disyuntiva se elige entre las apariencias: el juicio, el sufrimiento, el dolor, la enfermedad o, la realidad: la armonía, la paz y la eternidad. Parecido a como sugerían los estoicos. Sólo podemos ser, o sabios o necios.

“Desde tu ego no puedes hacer nada para salvarte o para salvar a otros, pero desde tu espíritu puedes hacer cualquier cosa para salvar a otros o salvarte a ti mismo. La humildad es una lección para el ego, no para el espíritu.” UCDM Libro de texto.

El ego es una construcción, una coraza que protege nuestra sombra o nuestra herida. Nada puede salir de él. A través del ego todo viaje hacia el otro es un viaje hacia sí mismo. Nos engañamos cuando pensamos que a través de nuestro ego podemos acceder al otro. Todo lo contrario, el ego es el mecanismo que hemos encontrado y fabricado para protegernos del otro. Porque nuestra relación con el otro se basa en el miedo. Y el miedo engendra la escisión y el ego es el muro de esa escisión, el que asegura la ruptura. Mientras cultivemos el ego por el miedo no podremos salir de él. Y el miedo se expresa en juicios. Sólo cuando dejamos de juzgar, dejamos de temer al otro y, es en ese momento, cuando las barreras del ego se derrumban y aparece el espíritu. Y éste es lo que nos hace común a todos. De tal forma que es el espíritu el que me permite acceder al otro, pero sin el miedo, sin juicio. Con el perdón, que no es más que el reconocimiento de nuestro error y nuestra igualdad. Error que desaparece con el conocimiento que tomamos de él. De ahí que desaparezca también la culpabilidad y aparezca la responsabilidad. La primera es destructiva y se funda en el miedo, la segunda es constructiva y se funda en la fraternidad.

“¿Qué no ibas a poder aceptar si supieses que todo cuanto sucede, todo acontecimiento, pasado, presente y por venir es amorosamente planeado por Aquel cuyo único propósito es tu bien.” UCDM Libro de ejercicios.

Si conocemos y aceptamos la armonía del cosmos todo puede ser aceptado. Y aceptar no es resignación. Sino asumir el Ser. La resignación es un soportar lo que es, pero que no soportamos ni queremos que sea. Por eso la resignación nos corroe y puede llevarnos al rencor y hasta al resentimiento. Aceptamos el Ser porque lo amamos. Porque estamos agradecidos a lo que es. Y, porque el que no juzga sabe que todo lo que ocurre obedece a la armonía del cosmos en la cual no hay intencionalidad de mal. Todo mal, no es más que el producto de nuestro ego que juzga o se juzga en el otro. Porque el otro es nuestro espejo y, cuando juzgamos, nos juzgamos a nosotros mismos y nos vemos en el otro deformados. Por eso no soportamos al otro, porque nos dice quiénes somos. Desde la perspectiva del Ser, de la eternidad, no existe la posibilidad del juicio y, por ello, sólo nos queda la aceptación. Por eso no hay más salida. No existen dos alternativas porque sólo existe una realidad. La infelicidad, la culpabilización, el dolor y el sufrimiento no son más que el camino del error, del No Ser. Seguir este camino, que es el que solemos transitar, simplemente, es una locura.

Cuando se vive en el no juicio, se vive en la espontaneidad. Porque al no juzgar se disuelve la ilusión del tiempo y entonces ocurre el “milagro” vivimos en el presente, actuamos desde la espontaneidad, desaparece el peso del deber y la carga de la moral, nos volvemos niños o artistas y creamos el mundo en cada uno de nuestros actos. Esto es el fluir y la no resistencia. Cuando no aceptamos, literalmente, somos arrastrados por la corriente del Ser, porque éste Es inevitablemente y, entonces, el dolor se hace manifiesto. El no aceptar es una falta de perspectiva, es egoísmo, es mirar desde mi perspectiva a lo universal, cuando la mirada es al contrario, desde lo universal hacia nosotros mismos. Porque únicamente desde lo universal nos podemos entender en nuestra verdadera magnitud.

“Nada que se desee completamente puede ser difícil.” UCDM Libro de texto.

Una sentencia absolutamente contundente y desconcertante porque no estamos acostumbrados a pensar de esta manera. Resulta que solemos pensar, fundamentalmente, desde la sintaxis, y desde el tiempo lineal. El lenguaje moldea nuestro ser y nuestra percepción del mundo. No podemos salir del lenguaje y, por ello, no podemos salir de la percepción que del mundo tenemos. Pero esta percepción es una representación que subyace en el lenguaje. Éste es, a la vez, la posibilidad inmensa de la comunicación y el conocimiento humano, pero, a su vez, es el límite del conocimiento, de la percepción y de la posibilidad de trascendernos. Y esto lo saben muy bien el artista y el místico. Para ambos, lo que hacen está dentro de lo inefable, de lo que no se dice, sino que solo se puede mostrar. El lenguaje es el vehículo del conocimiento, pero del conocimiento lógico y empírico. Es decir, del conocimiento que divide el mundo y al hombre. Es intrínsecamente dual. Por eso la frase de más arriba es tremendamente fácil e inocente, pero, a la vez, nos resulta increíble y paradójica. Porque no somos capaces de pensar más allá de ella. En definitiva, no somos capaces de no pensar. Cuando realmente, para entender esta frase, nos es necesario no pensar desde el lenguaje, sino desde la intuición, la creatividad… o como lo queramos llamar.

Todo lo que se desea, de forma completa, es decir, sin duda, que se siente y se asume como algo ya real, no es difícil obtener, en realidad ya se tiene. Es lo que se nos quiere decir con la fe. Y sé que cuando utilizo este término el lector puede salir “espantado” huyendo de la superstición. Pero no me refiero a lo que nos han hecho entender por fe en nuestra educación occidental cristiana. Más que fe, era una obligación de creer en la superstición y doblegar nuestro espíritu crítico y disidente. La fe a la que me refiero es a la confianza que tenemos por ejemplo en alguien al que queremos y, ni si quiera nos asoma la duda de su veracidad. La duda no aparece, se le cree y punto. Sus palabras son realidad, construyen nuestra realidad o es una realidad de la que participamos. Por eso no hay dificultad en entenderlo, porque lo que nos dice, lo que nos cuenta lo intuimos y lo vivenciamos de manera inmediata. Y, por eso, en los evangelios, nunca Jesús habla de que haya curado a nadie, eso lo dirán después los que hacen propaganda de él. Jesús siempre dice: “Tu fe te ha curado” Hay que entender aquí que la curación a la que se está refiriendo Jesús es eminentemente espiritual, que, lógicamente tiene un reflejo físico, pues claro, pero eso es lo de menos para la fe y para lo que nos quiere mostrar. La confianza en el mensaje que transmite Jesús, u otro cualquiera, es lo que hace que alguien sane, pero sana porque se convierte a la verdad. Es decir, comprende, asume y vivencia la no dualidad, la Unidad. Y, desde ahí, emprende su curación. Por eso, desear algo completamente es tener fe. Y el deseo de algo completamente es verlo realizado. Por eso, el sentimiento de la fe, o del deseo completo, va acompañado de la gratitud. Es decir, cuando deseamos algo agradecemos que ese algo se nos presente. Y, el agradecimiento, como hemos comentado ya, es amor incondicional. Cuando se desea algo no se pide con la intención de recibir y dar algo a cambio. Ese es el dualismo en el que se nos ha educado a través del cristianismo. Esa es, también, la idea de sacrificio. Si quieres algo, te tienes que sacrificar…y así nos tienen dominados. El desear algo completamente es el tenerlo ya de alguna manera. Y, en tanto que lo tienes, ya estás agradecido. Y esto no implica que no te “esfuerces por obtenerlo” pero el esfuerzo, ya no es un sacrificio, sino que es algo que surge espontáneamente de tu Ser. Es creación, como le pasa al científico, o al artista. Su deseo se hace realidad tras un largo camino de esfuerzo, pero ese camino de esfuerzo es inmensamente placentero y lleno de agradecimiento. Y, en el propio camino le viene dado ya lo deseado. En ese sentido nuestras vidas son una obra de arte siempre y que, en cada momento, nos creamos. Si nos repetimos, si nos sumergimos en la rutina y la costumbre, en el hábito, estamos muertos. Somos robots sin deseos, ni intuición. Replicantes, no más. Desear completamente es crear tu vida en cada instante; porque, por otro lado, el instante, el aquí y el ahora, es lo único que existe, por ello es donde debemos estar centrados. En el momento en el que nos salimos de ahí, empieza la angustia, el miedo, la tristeza y entonces nuestros deseos ya no son completos, sino limitados.

“…el ahora es lo que más se aproxima a la eternidad en este mundo. En la realidad del “ahora” sin pasado mi futuro, es donde se puede empezar a apreciar lo que es la eternidad.” UCDM Libro de texto.

Éste es el camino de la sabiduría. La concepción de que el tiempo no existe, que lo único real en este mundo es el ahora y que el ahora es un reflejo, digámoslo así, de la eternidad. Dos son los caminos de la liberación y el despertar que hay que recorrer y que se unen. Uno es el de la sabiduría y otro es el de la compasión. La sabiduría nos hace ver que no existe el presente, ni el futuro, que, en realidad, la base de la idea de presente y futuro es la existencia del ego. Es una construcción de nuestro ego que permite que éste se alimente. Sin el tiempo no es posible el ego. Porque existe siempre proyectado en el pasado en forma de culpa, nostalgia, resentimiento,… o en el futuro en forma de miedo, angustia, odio. Estas emociones instaladas en el tiempo son las que alimentan al ego. De modo que el camino de la sabiduría es el de la eliminación de este ego. Y, para ello debemos instalarnos en el ahora. Y, en el ahora, no hay ni miedo, ni angustia, ni culpa, ni vergüenza, simplemente, se está. Pero, al desaparecer estas emociones, en realidad lo que está desapareciendo es el ego. En el ahora, que al ser absolutamente efímero, está fuera del tiempo, no hay ego. Y, donde no hay ego, lo que hay es vacuidad. La vacuidad es el vacío, pero no la Nada. Es la posibilidad de Ser, pero fuera del tiempo, es pura creatividad y potencialidad. Nuestra percepción, para alcanzar la sabiduría debe encaminarse a sentir que todo momento es el ahora, por tanto la ausencia de ego y de tiempo. Y, en ese ahora permanente, en tanto que no hay ni ego, ni tiempo, no es posible el apego. Y donde no hay apego no puede haber esas emociones de: culpa, vergüenza, tristeza, miedo y ansiedad. Sólo cabe la alegría de ser. Y esto es la libertad.

Por eso con razón dice Krishnamurti que “la compasión es la libertad”. Porque la compasión, el amor incondicional, va unido a la sabiduría. Sólo es posible la compasión si no hay apegos. Y, donde no hay apegos, reina la libertad, la incondicionalidad.

“Cuando dije: “estoy siempre con vosotros”, lo dije en un sentido muy literal: Jamás me aparto de nadie en ninguna situación. Y puesto que estoy siempre contigo, tú eres el camino la verdad y la vida.” UCDM. Libro de texto.

Qué puede significar esta literalidad. Porque en definitiva todo es una forma de mostrarnos el camino que necesariamente tenemos que recorrer solos. Cuando Jesús, supuesto Hijo de Dios, nos dice que siempre está con nosotros a lo que se está refiriendo es a que su naturaleza divina está con nosotros porque, en realidad es nosotros. Si partimos del axioma, del principio, de que somos Uno, pues resulta que esa diferencia no es real es fruto del camino de la escisión, camino necesario de autoconocimiento. Si no hay una escisión, una dualidad no hay autoconocimiento. Dios, el universo, la consciencia se escinde en un proceso de autoconocimiento. Es decir, tenemos una naturaleza divina irrenunciable. Somos, de alguna manera, impecables. El problema es nuestra escisión, nuestro olvido de nosotros mismos. Por eso ya nos lo decía Píndaro: “Llega a ser el que eres”. Dentro de nosotros encontramos nuestra perfectibilidad. O, el mismo Sócrates con su famoso “Conócete a ti mismo”. Ése es el secreto, no otro. Si me conozco, inmediatamente, me sano. Eso no tiene tiempo, ahora bien, hay que conocerse. Y no se conoce uno en un ejercicio retórico, ni si quiera por la reflexión, que es el inicio del camino, pero insuficiente, sino por la vía del sentir. Si no sentimos lo que realmente somos nos estamos engañando. Y el engaño es no reconocernos, no ver la divinidad que habita en nosotros. Por eso también lo decía Agustín de Hipona: “La verdad habita dentro de ti” como buen seguidor de Sócrates que era. Y, claro, nuestra divinidad es la luz, el conocimiento que llevamos dentro. Y no me refiero al conocimiento formal y científico, por muy maravilloso que sea, me refiero al conocimiento sapiencial. A aquel que es experienciable, pero no empírico. Aquel que es vivido y mostrado, pero no demostrado, aquel que es inefable y trasciende el lenguaje, porque el lenguaje es insuficiente. Y, por eso, cada uno de nosotros somos el camino, la luz y la vida. Y esto tiene, a su vez, dos enseñanzas. Primero es que uno debe ser libre y tener su propio poder. Cada cual es su propio maestro. Tiene que aprender a escuchar a su voz interior. Y, en segundo lugar, esa voz interior no se equivoca, si es la del sentir, no la del mero pensar. Seguir nuestra divinidad interior, nuestro Ser escondido, el llegar a ser lo que eres, es nuestro único camino. Y es el camino de regreso al hogar, pero enriquecido por ese viaje. Lo Uno vuelve a la Unidad desde la diferencia. No nos podemos saltar este proceso. Por eso tiene dos sentidos el de escisión, que es el “aprender” y el de vuelta, que es el desaprender.

“El único aspecto del tiempo que es eterno es el ahora.” UCDM Libro de texto.

En realidad la eternidad es la salida del tiempo. Nos movemos en una concepción psicológica del tiempo que es la lineal, esto es estrictamente cultural, es fruto de nuestra tradición judeocristiana que se extendió por todo el mundo. Pero no era la concepción normal en otras culturas. Generalmente la concepción del tiempo era cíclica. Pero, claro, la concepción cíclica implica la eternidad de cada instante. Lo que ocurre en cada instante, en el Ahora, ha ocurrido siempre, infinitas veces y lo seguirá haciendo. En verdad, con esta concepción del tiempo, nos salimos del engaño o la apariencia del tiempo que al único que alimenta es al ego. Puesto que el ego tiene que alimentarse de las emociones de miedo, angustia tristeza,…y todas estas existen en la medida en la que nos proyectamos en el tiempo. Pero si lo único real del tiempo es el Ahora, es decir, la eternidad, el no tiempo, no hay posibilidad del ego. No hay lugar para el miedo, la tristeza y la ansiedad. Sólo para la única emoción real, la alegría de vivir, del presente, del Estar, del Ser. Ese pensamiento es el único adecuado y el que nos conecta con nuestra Realidad, con el Ser que somos y lo hace desde la eternidad, desde el Ahora o la ausencia de tiempo. La única alternativa que nos queda para salir de esta cadena infernal del tiempo es instalarse en el Ahora. Cada momento es el Ahora y uno se deja fluir en ese momento, sin mostrar resistencia, siendo, estando, sin apego. Y, donde no hay apego, no hay proyección. Sólo un eterno presente.

“Cuídate de la tentación de percibirte a ti mismo como que se te está tratando injustamente.” UCDM Libro de texto.

Lo que generalmente hacemos es considerar, cuando nos encontramos mal, que se nos está tratando injustamente. Lo que hacemos es juzgar al otro como culpable de nuestro mal. Hay que evitar esa tentación y esa acción. En la medida que juzgamos y proyectamos en el otro nuestro mal, nunca lo resolveremos. Porque nunca lo veremos. El otro es el espejo en el que nos podemos ver, pero si lo nublamos con nuestros juicios perdemos la oportunidad de ver quiénes somos. Lo primero es no juzgar, solo observar nuestras emociones y analizar para qué están ahí, qué nos quieren decir. Si, inmediatamente que nos aparece una emoción negativa, la vertemos en el otro perdemos la oportunidad de la enseñanza que guarda para nosotros esa emoción y caemos en un círculo vicioso del que difícilmente podremos salir. La única manera de cortar ese círculo es no juzgar y no culpabilizar. Conocerse a sí mismo, ser lo suficientemente valiente de aguantar la emoción, de hacernos cargo de ella. De ser libres y autónomos y, por ello, responsables de esa emoción, que no culpables. Tampoco nos podemos juzgar a nosotros mismos, porque si lo hacemos estamos en las mismas. Es nuestro ego el que actúa. Sin juicio el ego queda desarmado. Por eso tampoco podemos juzgarnos y, si no lo hacemos, no nos culpabilizamos. La culpa es una forma de domesticación, de hacernos esclavos, un invento del poder que el ego reproduce. Hay que desprogramarse de la culpa que lo único que hace es impedir la acción y hacerse responsables para ser creadores de nuestra propia existencia. Nunca es el otro el que comete una injusticia contra mí, soy yo el que pongo todos los medios para que ello ocurra y, para que, al final, mi percepción del otro sea la del culpable. Pero, basta con un cambio en nuestro juicio para darnos cuenta cómo cambia nuestra percepción del otro. Insisto, esto entra dentro de lo inefable, de lo vivenciable. Las palabras sobran. Sólo hay que hacerlo y poner toda la confianza en ello.

 “El ego no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder cosas en contra de su voluntad.” UCDM Libro de texto.

Una sentencia contundente y sin reverso. Bueno, en realidad, como todo el texto que se basa en unas lógica implacable y una determinación inflexible. Estas características pueden en un principio, junto con otras, echar para atrás, pero son absolutamente necesarias si de lo que se trata es de desaprender todo el conjunto de creencias adquiridas que llevamos incorporadas y que nos limitan. ¿Qué es el ego? Pues nos viene a decir que es el pensamiento, poderosísimo, por otro lado, de que nos pueden pasar cosas en contra de nuestra voluntad. Efectivamente, por eso el ego se alimenta del miedo. Es el miedo lo que hace que el ego crezca. Temer al futuro es lo propio del ego, pero el futuro no es real. Ya hemos visto que lo real del tiempo es lo eterno y es el Ahora. En esta medida, todo lo que sea miedo es apariencia. Por qué menciona Hijo de Dios. Pues bien, podemos leer el texto como queramos. Creo que el texto está escrito para occidentales y en un lenguaje teológico-salvífico para occidentales. Y por eso se utiliza la revelación cristiana, los evangelios y la teología revelada del cristianismo. Aunque, por supuesto, excede en mucho la dogmática de la iglesia. Por ello recomiendo que cada cual haga su lectura: o literal o simbólica. Pues bien, cuando se dice Hijo de Dios lo podemos interpretar como un elemento inseparable y Uno con la Totalidad. Pues bien, en la medida que somos universo y el universo está en nosotros, nada puede sucedernos en contra de nuestra voluntad. Ahora bien, siempre que entendamos esa voluntad por la voluntad de nuestro Ser, no la del ego. Y esto es muy sencillo de diferenciar. Nuestra voluntad está en sintonía con el universo, siempre y cuando veamos todo desde la eternidad. Cuando nos instalamos en el Ahora que impide y elimina la presencia del ego. O cuando seamos capaz de sentir el “Yo soy eso” de Sankara y el hinduismo advaita. Ahora bien, cuando estamos instalados en el tiempo, pues sentimos, básicamente, miedo, tristeza y angustia. Entonces no estamos hablando de nuestro Ser, sino de ese engaño que es el ego. Y éste sí puede sufrir daño, en realidad es él quien se lo infringe, porque todo es una creación suya. En nuestro Ser somos impecables, en el ego somos vulnerables. Y esto es un estado mental, una forma de estar en el mundo. Por eso, cuando estamos instalado en el Ser, en conexión con el universo, pues sólo es posible que nuestra voluntad coincida con el ahora. Y de ahí que nada pueda suceder en contra de esa voluntad, porque en realidad nada sucede, todo es. Por tanto, nunca nos pueden suceder cosas en contra de nuestra voluntad si ésta es la verdadera voluntad, la que escapa del miedo, la tristeza y la angustia. A algunos le parecerá esta comparación un tanto forzada, pero esto es similar al pensamiento de Spinoza cuando habla de situarse en una visión del mundo desde la Especie de la eternidad, desde la mirada de Dios. Y entonces es cuando alcanzamos el amor intelectual de Dios. Otra forma de decir la impecabilidad o invulnerabilidad, o, más prosaicamente, como decían los estoicos, la apatía o la serenidad del alma.

“Es difícil entender lo que realmente quiere decir “El Reino de los Cielos está dentro de ti…La palabra “adentro” es innecesaria. Tú eres el Reino de los Cielos. UCDM Libro de texto.

¿Qué se nos quiere decir que el reino de los cielos habita en nosotros? O, lo que es lo mismo, hasta que no volváis a ser como uno de estos (los niños) no entraréis en el reino de los cielos. Los evangelios los podemos entender como una gran metáfora. Como un libro sapiencial, no literal. No se trata de discutir aquí si es lo uno o lo otro, que cada cual lo tome como le venga bien, mientras no intente imponerlo a nadie. La sabiduría que albergan supera a cualquier interpretación. Pero como libro sapiencial nos indica el camino del conocimiento que es el mismo que el camino de la sanación, espiritual o la iluminación. El despertar, en definitiva. Cuando se nos dice que el reino de los cielos habita en nosotros lo que se nos está diciendo es que todo lo que significa el reino de los cielos: la eternidad, la paz, el perdón, la ausencia de juicio, el amor incondicional, el agradecimiento, están en nuestro interior. Pero lo que ha ocurrido es que, tanto históricamente, como biográficamente, hemos ido abandonando ese mundo de inocencia, de paraíso, de unidad y hemos transitado hacia la escisión y la dualidad. E, insisto, que esto es un proceso que tiene lugar a nivel histórico y biográfico. Y un proceso, además, necesario. A medida que crecemos y evolucionamos nos vamos separando de los orígenes. Y en los orígenes está la unidad, nuestro reino de los cielos. Y este es el sentido que se le puede dar al mandato o exhortación de que hasta que no seamos como un niño, el niño que todos llevamos dentro y que está herido, no entraremos en el reino de los cielos. Y esto es así, porque es ese niño, precisamente, el reino de los cielos. Volver a recuperar a ese niño interior y que sea el reino de los cielos implica sanarlo, aceptarlo. Tomar consciencia de que ese niño somos nosotros. Es nuestro espejo con las heridas que la vida ha ido infringiendo en él. Pero también hay que darse cuenta que lo que se nos dice es que tenemos que volver a recuperar ese niño interior que representa el reino de los cielos. El niño, en sí mismo, no es el reino de los cielos, porque es inconsciencia. Es necesario el camino de ida, la escisión, la dualidad, para conquistar la consciencia y la libertad, para luego volver a la unidad perdida. Pero al volver a la unidad lo hacemos desde la consciencia. Ya no somos inconsciente ni inocentes, como el niño, sino plenamente conscientes. Y esa consciencia y autonomía la hemos adquirido en el camino de la dualidad en la escisión entre el tú y el yo, entre el hombre y la naturaleza, entre hombre y mujer… Y, cuando hemos adquirido la consciencia máxima de esa dualidad, históricamente la escisión es máxima (entre el hombre y la naturaleza, entre el tú y el yo, nos hemos vuelto islas nihilistas), lo que nos lleva a que nuestra consciencia individual también está en la máxima escisión, pues entonces es el momento de volver a casa, a la unidad. Pero, como viene el hijo pródigo, con el conocimiento. Por eso al hijo pródigo se le festeja, viene, retorna a la unidad de nuestro hogar, con la consciencia de la herida, de la escisión. Su vuelta a casa no es la vuelta a la inocencia, es la vuelta al Ser autoconsciente. Y, por eso, en sentido pleno podemos decir que, no es que el reino de los cielos habite en nosotros, sino, más aún, que somos el reino de los cielos. Sólo es necesario tomar consciencia de ello. Y, en la medida que tomamos consciencia de ello, surge la gran transformación, la vuelta a casa, la consciencia plena, la ausencia de culpabilidad, el reconocimiento del otro y de la naturaleza, desde la diferencia en la Unidad, el agradecimiento absoluto, la paz perpetua o eterna o fuera de la apariencia del tiempo. Es necesario la muerte en vida para experimentar el renacimiento. En definitiva es lo que todos los místicos, orientales y occidentales, nos han dicho, así como los grandes maestros espirituales de la humanidad, como puede ser en el caso que comentamos, Jesús de Nazaret. Ser el reino de los cielos es albergar en sí mismo la auténtica realidad que somos. Y tomar consciencia de ello es nuestro renacer en la vida del espíritu, que diría Agustín de Hipona o San Juan de la Cruz.

“No le enseñes a nadie que él es lo que tú no querrías ser. Tu hermano es el espejo en el que ves reflejada la imagen que tienes de ti mismo mientras perdure la percepción.” UCDM Libro de texto.

Todo es apariencia. Todo es la caverna de Platón, la Matrix en donde estamos conectados que fabrica una realidad para nosotros. Y la forma de salir de esa ilusión es el conocimiento. Y el conocimiento nos viene del otro, pero es y debe ser autoconocimiento. El otro, aunque nos cueste creerlo, es nuestro espejo. Nos vemos reflejado en el otro, pero no somos conscientes de ello. No puede ser de otra manera porque todos tenemos la misma naturaleza, todos somos humanos, por tanto, todo lo que veamos en el otro no nos es ajeno, sino que, por el contrario, nos es muy familiar. Y nos construimos nuestra imagen a partir del otro. Y este es el grave error, porque la imagen que nos construimos de nosotros mismos es la contraposición de lo que vemos en el otro y que consideramos que con nosotros no tiene nada que ver, mientras que, en realidad, es nuestro fiel reflejo. Y, de esta manera, lo que hacemos es construir una idea falsa de nosotros mismos, una creación que nos sirve para protegernos de nosotros mismos y del otro que es el que nos enseña, el camino que nos puede servir como guía para volver a casa. Pero cerramos ese camino mediante el juicio. Juzgamos y, al juzgar, separamos el otro y la imagen que tenemos de él, de nosotros mismos. Y nos definimos a la contra. Es decir, que tenemos una imagen falseada, aparente, de nosotros mismos, que es, curiosamente, la que consideramos verdadera y la que nos guía. Es el miedo a que nadie vuelva a tocar la herida que llevamos dentro lo que nos hace construir una barrera entre el yo y el tú, siempre resulta que el yo es el bueno, fíjate por dónde. Pero esto es, simplemente absurdo, porque si todos pensamos lo mismos, todos somos los buenos, pero esto no se corresponde con nuestro pensamiento íntimo en el que consideramos que el otro es el malo y la causa de nuestros males. Pura apariencia, puro engaño y cobardía.

El otro es lo que yo no querría ser, pero que en realidad soy y, por ello, no soporto al otro. No es el otro el origen de mis males, soy yo la causa de mi desgracia. Desgracia que, por supuesto es aparente pero a la que temo. Porque el origen de todo es el miedo. Pero si yo soy capaz de reconocer en el otro mi imagen y considerar al otro mi maestro, porque ha reflejado mis vicios, pues entonces, como hacían los escépticos griegos, suspendo el juicio, dejo de juzgar. Y, aún más, muestro agradecimiento, porque es precisamente esa imagen distorsionada que tenía del otro la que me enseña cual es mi engaño. Y, una vez que hemos aprendido dónde estaba el engaño recobramos la perfección de nuestro Ser y soltamos un apego. Porque esa es otra cosa interesante, todo juicio es una forma de apego. En el momento que dejamos ese juicio nos hemos liberado de un apego. Nos acercamos más a quiénes somos realmente y debilitamos nuestro ego (el conjunto de juicios sobre el mundo y los demás que nos permiten sobrevivir, es decir, adaptaciones, pero no vivir, y de lo que se trata es de vivir.)

En última instancia de lo que se trata es de suspender la percepción porque en la percepción misma está la escisión, está el juicio. Hemos de aprender a ver con los ojos del agradecimiento y de la compasión y, entonces, el mundo se transformará. ¿Cómo ven los niños? Pues esa mirada inocente del niño es la que debemos recuperar: la ausencia de percepción que permite que el Ser se nos manifieste ante la mirada.

“Hay muchas respuestas que ya has recibido pero que todavía no has oído.” UCDM Libro de Texto.

Nos empeñamos en vivir en contra de nuestra propia naturaleza, de nuestro propio ser. Todo el conocimiento para llegar a ser lo que somos ya se nos ha ofrecido, pero hemos dejado de escucharlo. Por el contrario nos hemos dejado seducir por los cantos de sirena del progreso, de la tecnociencia, de la innovación, de la fuerza y conquista de la naturaleza,… y por el camino nos hemos ido perdiendo y hemos ido, y eso es lo peor, cortando los hilos que nos podían permitir volver a nuestro Ser. Por eso andamos perdidos, como vagabundos del Ser, sin sentido alguno, rascando con nuestra razón sólo la superficie de los problemas. Dando vueltas en círculos, sin saber dónde de verdad hemos de dirigirnos. Sin ser capaces de volver la mirada hacia el único sitio donde aún podemos encontrar el hilo de unión con nuestro verdadero Ser. Y ese sitio somos nosotros. Pero ni lo recordamos y, si lo recordamos, no nos atrevemos porque en ese lugar abundan las tinieblas. De ahí surge el miedo. Porque mirar dentro es ver la soledad, el absurdo y el teatro del mundo que representamos. Y es eso lo que tememos: el nihilismo. Por eso es necesario atreverse, es necesario ser libre para traspasar esa frontera de las apariencias a las que estamos atados y esclavizados. Pero ello no es fácil porque nuestro vínculo con la naturaleza está prácticamente roto. No escuchamos nuestro cuerpo, ni sus ritmos. Escuchamos la voz de la técnica, nos dejamos cosificar, medicalizar. Instrumentos de la razón calculadora. Toda nuestra vida está ordenada conforme a esta razón, que no es la razón del universo. Aquel Logos que descubren o desvelan los griegos, como la Unidad del Ser. “El Logos es lo común.” Y eso es lo que tenemos que escuchar. Qué es lo común que tenemos con la naturaleza. Porque somos naturaleza y nunca lo hemos dejado de ser, lo hemos olvidado en el empeño de soñar que somos como dioses cuando en realidad nuestra divinidad es nuestra naturaleza lo que debemos redescubrir. Todo esto es lo que desde nuestro nacimiento se nos ha dicho y lo que aún no hemos oído. Hay demasiado ruido y no somos capaces de permanecer un minuto en silencio, escuchando simplemente la respiración, el ritmo del cuerpo al respirar, la sintonía de la respiración con todo lo demás. Llegar, a través de la respiración, al universo y, con ello, al agradecimiento del Ser. Hemos olvidado agradecer el hecho de que somos y nos hemos girado hacia el tener. Pero el tener se esfuma en el sueño del tiempo, mientras que el Ser nos instala en lo único que poseemos, El Aquí y el Ahora. No hay nada a qué aferrarse. Todo está dicho, sólo es menester escuchar, prestar atención, pararse un momento, detenerse y mirar hacia dentro y entonces el mundo se nos desvelará y se descorrerá el velo de Maya y veremos cómo “el mundo de los despiertos es común, mientras que el mundo de los que duermen, es diferente para cada cual”.

“Lo que no es amor es siempre miedo, y nada más que miedo.” UCDM Libro de texto.

No nos lo puede decir más claro esta obra. Sólo tenemos o amor o miedo. Sólo podemos tener uno de los dos, son excluyentes. Optar por el miedo es una locura y, tarde o temprano habremos de renunciar a este camino. Pues bien, el problema es que estamos sumidos en el miedo. Es el miedo nuestro dueño, a pesar de tener la sensación de que nos divertimos, de que somos felices, de que hacemos lo que queremos, que somos libres… Todo es apariencia, todo es un tupido velo de Maya que hemos ido tejiendo a lo largo de nuestra vida para ocultar nuestro miedo. Nuestro miedo a la separación. Esa profunda herida que sufrimos en la infancia. Y no hay que irse muy lejos. A religiones sapienciales o filosofías esotéricas, ya lo tenemos en Freud, o en Jung. Nuestro anhelo de felicidad no es más que el intento de recuperar el sentimiento oceánico que teníamos en el útero materno. Bueno, hoy las cosas se han complicado un poco más y, como se nos demuestra por medio de la epigenética, pues las emociones de la madre pasan al niño e, incluso, pueden modificar su código genético. Con lo cual se produciría una marca para el resto de su vida y, por lo demás, curiosamente, heredable. Pero no vamos a entrar en esta dimensión científica, movámonos en el nivel ético-filosófico. Y, aquí, podemos señalar que esa escisión del origen, del principio, esa que da lugar a la primera piedra en la construcción del yo está acompañada ya del miedo. El miedo a lo desconocido, a lo otro. Y sobre este miedo es sobre el que se funda toda la cultura y todo el sistema de poder, así como toda forma o intento de liberación de ese poder. El ego o el yo, no es un mal en sí, es un ente necesario en nuestra propia evolución sin el cual no hubiésemos sobrevivido. Por eso es interesante la definición de Kant, de que el hombre es un ser sociablemente insociable. Lo gregario y lo solitario (egoico) va en la misma naturaleza del hombre. Sin ego nos fundimos en la muchedumbre, a causa precisamente del miedo de nuestro ego a estar solo. Pero, un ego sano se inspira en la libertad, en atreverse a caminar por sí mismo, en salir de la caverna. Un ego solitario es el que trasciende el miedo. Pero, curiosamente, cuando trasciende el miedo, se está trascendiendo a sí mismo. Porque el origen del ego, como hemos dicho, es el miedo. Es el amor incondicional a la humanidad el que hace que avance en solitario. Recuerdo aquí, precisamente, el prólogo de el “Así habló Zaratustra” él baja de las montañas a donde están los hombres por su propia abundancia de amor a la humanidad. Igual que el sol da su luz por su propia abundancia. Es lo de la gratitud. Salimos del ego por la gratitud. Zaratustra ama a los hombres y por eso abandona la soledad de las montañas y su sabiduría. Porque su sabiduría se hará plena cuando la comparta con la humanidad. Por eso, lo que no es amor es miedo. Es decir, toda huida, todo repliegue, todo juicio, todo sentimiento de culpabilidad, toda culpabilización, no es más que miedo a uno mismo y su soledad y toda reflexión que le pueda seguir no es más que una justificación de ese miedo. Porque, claro, con el miedo no podemos vivir, nos tenemos que forjar una visión de las cosas que integre esa pasión y que justifique nuestro vivir, nuestros actos, nuestros juicios y falsas creencias. No podemos sentirnos culpables, en todo caso los culpables son los otros. Y escondemos el miedo bajo siete llaves. Y nos enclaustramos en una soledad plena de compañía de los otros solitarios que nos acompañan y nos hacemos gregarios, muchedumbre. Es necesario el valor para abrirse paso en esa escisión primigenia, para recuperar esa unidad perdida. Pero sólo existe un camino, como todas las religiones sapienciales, e, incluso, el cristianismo han propuesto, el amor. Y, como la misma filosofía, ya desde los estoicos y luego Spinoza, por citar al más señalado, han recordado. La salida es la fraternidad. La fraternidad es el reconocimiento de lo común en el otro y es la trascendencia del yo particular en lo universal y se expresa en la alegría de vivir. Y ahí es donde emerge el amor intelectual de Dios o Naturaleza o lo místico, lo inefable. Y el miedo desaparece porque no tiene lugar.

“Todo perdón es un regalo que te haces a ti mismo.” UCDM. Libro de Texto.
El perdón es la mejor forma de encontrarte a ti mismo a través del otro. Perdonar al otro no hay que entenderlo como sacrificio. El cristianismo se ha basado en la idea de sacrificio porque por medio de él se somete el espíritu del hombre. Ahora bien, nada ni nadie nos obligan al sacrificio. El sacrificio es una forma de esclavitud, ya sea impuesto o autoimpuesto. El sacrificio nos doblega y elimina nuestro ser, nuestra creatividad e inteligencia, nuestro amor a la vida, e, incluso, a nosotros mismos. Si algo hacemos sacrificándonos, entonces no estamos en ese algo, no somos nosotros mismos, nos estamos prostituyendo. El sacrificio es una perversión que va en contra de la propia naturaleza. Pero hemos aprendido hasta el tuétano la creencia en el sacrificio, en que es necesario y virtuoso. Falso y nada más lejos de la verdad y de la vida. Como digo, el sacrificio va en contra de la propia vida, de nuestro querer vivir, es una mutilación. Y por eso no debemos confundirlo con el perdón. Éste, por el contrario, es un acto de donación. En el perdón nos damos por propia voluntad. Es más, el perdón es el reconocimiento de mi propio error, de mi propio juicio. El perdón siempre se vuelve sobre sí mismo y por ello sentimos un gran agradecimiento cuando perdonamos. Porque, en definitiva, perdonar es reconocer nuestro error al juzgar al otro. Siempre que perdonamos rompemos la barrera entre el tú y el yo. Por eso el acto de perdonar se vuelve un regalo para uno mismo y nos sentimos felices y en unidad con el otro y en armonía con todo. Para perdonar es necesario perdonarse. Sin el segundo no hay el primero. Si no rompemos nuestra barrera, nuestro ego, siempre vamos a culpabilizar y, desde la culpa, no hay perdón. El perdón sólo puede surgir del agradecimiento. El agradecimiento es el amor incondicional a todos los seres y, por ello, se vuelve hacia ti. Es un regalo que te haces. Pero todo esto escapa al proceso racional. Es muy sencillo, sólo hay que quererlo. Y en cuanto se quiere, se siente. La cuestión es quererlo de verdad. Y ahí empieza la parte difícil y, como no se suele conseguir, empezamos rápidamente a construir justificaciones de por qué voy yo a perdonar…y a emitir juicios, a fulanito que es un tal es imposible perdonarle…y, poco a poco, nuestro malestar va en aumento. Cuando todo hubiese sido más fácil si hubiésemos perdonado. Nos hubiésemos encontrado con el regalo de la felicidad del otro y de nuestra felicidad.

“La paciencia que tengas con tu hermano es la misma paciencia que tendrás contigo mismo. ¿No es acaso digno un Hijo de Dios de que se tenga paciencia con él?” UCDM. Libro de Texto.

La paciencia, una difícil virtud. Y, además, olvidada. Se habla mucho de otras virtudes que se las considera superiores, pero a ésta se la tiene un tanto relegada. Y más en el mundo de prisas, exigencias y autoexigencias en el que vivimos. La paciencia es saber esperar. Atender al otro y atenderse a sí mismo en el momento presente. Es paciente el que no mira al futuro, el que se centra en el presente, el que vive el ahora y no le pide más al tiempo. Ser paciente con el otro es no pedirle más, como tampoco te lo pides a ti mismo. Aunque en este mundo loco e ilusorio nos exigimos lo que el sistema (inventado por nuestra loca fantasía) nos pide. Y por eso vivimos impacientemente proyectados en el futuro. Es decir, estamos en un sinvivir constante. No tenemos ningún derecho sobre el otro, no podemos exigirle ni pedirle nada. Tal y como es, es perfecto. Y, todos nuestros males proceden de juzgarlo. Cuando somos impacientes con él, lo estamos juzgando, lo estamos transformando, ya no es él con el que estamos, sino con nuestra impaciencia, con una proyección ilusoria de nuestro futuro. Pero, ¿quiénes somos nosotros para esperar, ni pedir, ni juzgar a nadie? ¿Acaso no es el otro, otro yo? Y, si lo es, ¿no deberíamos tratarlo como tal? Si el otro es un Hijo de Dios, como nosotros, es nuestro hermano, por lo tanto hemos de tratarlo como nos tratamos a nosotros. Por ello hemos de aprender dos cosas. Primero, ser pacientes con nosotros, perdonarnos y, segundo, tal y como lo somos con nosotros, lo seremos con los demás. La paciencia con los demás surge del perdón de uno mismo y de la consciencia de fraternidad.

“Si lo que quieres es estar en paz tienes que abandonar para siempre la idea de conflicto.” UCDM Libro de texto.

La paz es la felicidad que podemos alcanzar. La felicidad no es un estado positivo de posesión de cosas, sino un estado mental. Y ese estado mental consiste en la paz. Pero qué es la paz. Pues la paz es la ausencia de conflicto. Pero qué es el conflicto y de dónde surge. Cuando hay conflicto lo que sucede es que estamos divididos y hay una parte de nosotros que tira para un lado y otra para otro, o estamos enfrentados con los otros, con la sociedad en su conjunto o con el mundo en general. Es decir, que no nos hayamos, no nos encontramos y no somos lo que realmente somos. Estamos en guerra con nosotros mismos. El origen del conflicto, de la guerra está en nosotros. Por eso nos dice la sabiduría antigua, Píndaro “Llega a ser el que eres” Habita en nuestro interior. Lo mismo que la paz es un estado mental, pues igual ocurre con el conflicto. Lo que sucede es que el conflicto, y su idea, es una falsa creencia. O, más bien, surge de una falsa creencia, en definitiva, de un juicio.

En la medida que juzgamos estamos en guerra. De ahí que el conflicto emerge de nosotros y se convierte en una idea. Pensar que estamos en guerra con nosotros mismos, o con el otro, es una falsa creencia basada en la comparación. En la medida en la que nos comparamos con el otro entramos en competencia y esto es lo que nos produce la guerra. Pero toda competencia es una ilusión. En primer lugar, no procedemos de la competencia y la guerra, sino de la colaboración. El conflicto es una creencia que surge en nosotros a través del juicio pero que el poder aprovecha para mantener un estado de guerra. Éste produce el miedo y, de esta manera, renunciamos a la libertad a cambio de la protección y la seguridad. Pero esta dimensión política no se trata en esta obra. Porque lo político se derivaría de lo ético. Lo que sí podemos decir es que todo conflicto nos lleva a la escisión y que si queremos la paz debemos abandonar la idea de conflicto. No debemos creer en el conflicto porque, en realidad, el conflicto no existe. Existe de forma relativa; es decir, existe en la medida en la que yo juzgo. En ese momento se produce la división entre el yo y el tú, o en mí mismo. Por eso, una buena estrategia para lograr la paz es abandonar esta idea de conflicto que es la misma que la de separación. No existe, en verdad, la separación, es una forma de percibir. Si no creemos en la idea de separación percibiremos la unidad. Y, donde hay unidad, no puede haber conflicto. Por ello, es menester darse cuenta que de la idea surge el estado mental y de él la acción. Si tenemos la idea de conflicto nuestro estado mental será el de la división, la separación y, con ello, el sufrimiento. Y, nuestros actos irán dirigidos a alimentar esa idea, ahora bien, si sustituimos esa idea por la de la unidad, desaparece el conflicto y nuestros actos confirman la unidad, es decir, la paz, que es la felicidad. Simplemente debemos albergar la idea de que Yo Soy, o como dice el vedanta advaita: Yo Soy Eso.

“Tú eres la obra de Dios, y Su obra es totalmente digna de amor y totalmente amorosa. Así es como el hombre debiera pensar de sí mismo en su corazón, pues eso es lo que realmente es.” UCDM Libro de Texto.

Si nuestra idea de nosotros mismos es la de un ser que odia, que compite, que está en conflicto, que lucha, que es un  “lobo” (con perdón de éste), para el hombre. Pues resulta que no tenemos una idea adecuada de lo que somos. Y como no tenemos una idea adecuada de nuestro ser, pues estamos en guerra y en sufrimiento. Lo que hemos conquistado a lo largo de la historia del hombre es que somos sujetos de dignidad; da igual que lo seamos porque somos hijos de dios, que porque somos producto del universo. Los nombres no nos importan. El universo, en el hombre, se hace consciente de sí mismo (porque somos polvo de estrellas, estamos compuestos de los mismos átomos del origen del universo) y él mismo se otorga la dignidad y la libertad. Somos nuestra propia creación, porque somos creación o autocreación del universo. Y ése es el gran logro del hombre, la conquista de esta doble naturaleza. Ésta es su espiritualidad. Haber alcanzado la dignidad y la libertad. En tanto que hijos de dios o el universo, nos da igual.

Pero es que además nuestra dignidad es sujeto de respeto o, más aún, de amor. Y nuestra dignidad produce amor, es amorosa. Esto añade una dimensión más, ya formulada, pero no suficientemente desarrollada. En primer lugar, si queremos resolver los conflictos, internos y externos, nos tenemos que considerar como sujetos dignos o llenos de dignidad. Pero, en tanto que somos dignos, somos sujetos de respeto, que han de ser respetados, pero han de ser respetados, porque, en tanto que tales, somos sujetos de amor, no de odio. Sólo se puede odiar al mal, pero nosotros no podemos ser el mal, puesto que somos universo. Es una contradicción. Dicho de otra manera, el otro es objeto de amor para mí en la medida que es digno. Y yo, en la misma medida, soy un sujeto que es capaz de amar, y nos referimos como siempre, al amor incondicional, no a los intereses, ni al amor romántico. Sino amar al otro, simplemente, porque existe. Y ésta es la idea adecuada que tenemos que tener de nosotros mismos, porque, en realidad, es la idea de lo que somos. Pero, en realidad, nos empeñamos en pensar lo contrario. En vernos desde el enfrentamiento, la división y el conflicto. No desde la unidad que representa la armonía y la dignidad.

Visto esto, desde una dimensión política o pública, que tantas veces se me pregunta, pues es muy sencillo. El mundo no lo podemos cambiar desde fuera, ni cambiando las estructuras. Es más, podeos pensar, incluso, que en parte, las estructuras ya las tenemos, pero no funcionan porque el hombre, individualmente, no funciona, es decir que vivimos en la escisión, en el odio, el rencor, la envidia, el resentimiento. Y, claro, si representamos las instituciones sociales, pues éstas funcionan no desde la dignidad, el amor, la unidad, sino, desde el odio, el rencor, la competitividad. Por tanto, no se trata de una crítica racional del mundo y el sistema, eso ya lo hemos hecho y de sobra. Quizás el error de Occidente es el exceso de pensamiento sobre el error. Ya lo conocemos y lo tenemos muy pensado, pero no lo corregimos, porque nos quedamos en el mero pensar. De lo que se trata es de desarrollar la hermana menor de la Ilustración, que traería consigo, lo que ya Riechmann llamaba una segunda Ilustración, y me refiero a la fraternidad. Y es curioso que, precisamente, la última obra de Riechmann, filósofo, matemático y poeta, se titule “Autoconstruirnos”. Es decir, que reconoce que la única salida política (pública) a la encrucijada en la que vivimos es la de la autoconstrucción. Esto es, que todo cambio es un cambio de nuestra propia conciencia. Un cambio de nuestro estado mental. Y ese cambio consiste en un cambio de lo que pensamos de nosotros mismos. Porque en realidad, la guerra y el conflicto, no dependen de nuestra naturaleza, no éramos así en el paleolítico, sino de una falsa creencia. Nos creemos aislados y en competencia, nos creemos que no somos dignos ni de afecto, ni de amor, ni de respeto. Nos creemos que nos tenemos que ganar el puesto en el mundo por la dura competencia. Y, claro, creamos un mundo a partir de esa falsa creencia. Pero el mundo que hemos creado, además de producirnos un tremendo sufrimiento, nos lleva al apocalipsis de la humanidad. De ahí que, ante lo visto, sólo nos queda una salida. Y es una salida ética, no política. La política, ya digo, se seguirá de la ética. Y esta salida ética consiste en cambiar la idea que sobre nosotros tenemos. Es decir, pensar con el corazón y sentir con las razones del corazón, que decía Pascal, que somos hermanos, es decir, lo de la fraternidad. Que somos dignos de amor y amorosos (que cooperamos, compartimos, ayudamos,…vivimos en simbiosis) Y, si pensamos esto, pensamos desde la unidad y entonces transformamos nuestra realidad, pero, también, la realidad que está a nuestro lado. Siempre habrá quien piense que no participa de esta idea, ni intentara la transformación interior porque el otro no lo hará, bien, es posible…pero ese es el camino del infierno, que, por otro lado, ya conocemos. El camino del cielo, la paz o la felicidad, es el de la fraternidad, con todo y con todos.

“En este mundo puedes convertirte en un espejo inmaculado, en el que la santidad de tu Creador se refleje desde ti hacia todo lo que te rodea. Puedes ser el reflejo del Cielo aquí.” UCDM, Libro de texto.

Qué se nos quiere decir aquí. Como siempre hay que leer estos textos de manera simbólica. Hemos creado un lenguaje para hablar de lo inefable, pero no podemos quedarnos en el lenguaje porque éste es simbólico. El objetivo en la vida es convertirse en un espejo inmaculado. Y qué puede significar esto. Pues en ser reflejo del mundo. Pero ese reflejo del mundo es, al ser inmaculado, la auténtica realidad. Y la auténtica realidad es la que no viene mediatizada ni por mi percepción, ni por mi pensamiento. La realidad tal cual es. Pero, claro, si no hay mediador, ser un espejo inmaculado es ser la misma realidad. Es Ser uno con lo reflejado, es trascender la dualidad que, como hemos visto, siempre procede del juicio. Juzgar es separarnos del resto del mundo. Si no juzgamos nos convertimos en espejos inmaculados. Somos espejos con manchas, con distorsiones que nos enseñan una realidad que no es, sino que son apariencias. Cuando vemos con los ojos inmaculados, sin juzgar, vemos que el otro soy yo. Ese es mi reflejo. Lo que yo reflejo, si no juzgo es el tú. Porque todos somos iguales. Las diferencias proceden de nuestros juicios. Todos participamos de la humanidad, somos humanidad. Y, si todos tuviésemos este pensamiento, no habría dualidad. Pero nos fijamos en las diferencias inventadas que proceden de nuestros juicios, una imagen distorsionada de mí y del otro- Además, es que ésta es nuestra esencia: ser una misma humanidad en unión con el Ser.

En ese espejo inmaculado se refleja la santidad del Creador. Es decir, que en cada uno de nosotros está reflejado el universo, porque somos universo, uno con él, o, para el creyente, si le es más cómodo, uno con Dios. Y hay santidad porque el Universo no tiene más remedio que ser el bien, precisamente porque es el Ser. No hay diferencia entre Ser y bien, lo que hay es el Ser, el bien y el mal, son los productos de nuestros juicios distorsionados, de nuestra dualidad. En tanto que juzgamos nos hacemos duales y nos alejamos de nuestra santidad e impecabilidad. Ya nos lo han contado en los mitos primitivos. Hubo un pecado original, esto es simbólico, claro, que es el que produce la dualidad, el sufrimiento. En el cristianismo viene muy bien expresado por el sentimiento de vergüenza, que es claramente la dualidad. En el paraíso somos inmaculados, no hay distinción entre hombre-mujer, ni entre hombre y naturaleza. Hay unidad, ahora bien, fuera del paraíso aparece la dualidad, hombre mujer, hombre naturaleza. La escisión, la alienación, el trabajo. Pero recuperar la santidad, la inocencia, el Ser, es cuestión de juicio. Si no juzgo me siento como ser en el universo, no como enfrentado al universo. No hay castigo, ni culpa. Todo eso es mito que alimenta al poder. Pero es que ontológicamente es lo que somos. Estamos compuestos de un conjunto de átomos que proceden del origen del universo. Somos una forma de organización del universo dentro del universo y no separado de él. Una forma que el universo “utiliza” para percibirse, por eso, si juzgamos nos percibimos como separados y sufrimos, si no juzgamos y perdonamos (nos autoperdonamos) pues nos volvemos inmaculados y vivimos en el Ser, en el Aquí y el Ahora, lo único real, todo lo demás es una ficción. Y eso significa ser el reflejo del Cielo (la inmediatez, la inocencia, la impecabilidad, la santidad, la eternidad) aquí (en la existencia cotidiana.) Y, cuando conseguimos esto, pues podemos decir que estamos en este mundo pero no somos de él, es decir, que hemos salido de las apariencias. Que estamos instalados en el Ser, fuera del tiempo. Que miramos el acontecer desde la perspectiva de la eternidad. Pero todo esto necesita, a su vez, de una cosa: pensar desde el sentir, no sentir desde el pensar que es lo que hemos hecho hasta ahora.

“Lo opuesto a la dicha es la depresión. Cuando lo que aprendes fomenta la depresión en lugar de la dicha, es que no estás escuchando al Maestro jubiloso de Dios ni aprendiendo sus lecciones.” UCDM Libro de Texto.

Sólo tenemos dos estados mentales. O somos felices o somos desgraciados o desdichados. Pero todo depende de una elección, de un acto de voluntad y sabiduría. Algo así decían los estoicos. Cuando lo único que hay es la Providencia o la Ley Universal del Cosmos, sólo hay dos opciones ante ella, o bien la obedecemos, la seguimos y nos integramos en la unidad del Cosmos, o bien vamos contra ella, seguimos nuestros deseos, nuestros caprichos individuales y entonces nos escindimos y nos convertimos en desdichados. De modo que podemos saber fácilmente cuando estamos siguiendo el camino equivocado o el correcto. Está en nuestro sentir, si caemos en lo que ahora llamamos la depresión, la desgracia o desdicha, la profunda infelicidad, la separación de todo y de todos, pues hemos elegido el camino equivocado, que, en realidad, no es ningún camino. Porque sólo existe la posibilidad de seguir al Ser. El resto es apariencia. Pero cuando sentimos la unidad, con todo y la dicha de Ser, entonces estamos en coherencia con nosotros mismos, en armonía, hemos sanado y somos felices. Porque la sanación, la felicidad y el saber son Uno. La coherencia se da entre lo que sé y creo, lo que siento y lo que hago. Si existe coherencia hay armonía y fluimos con todo lo real y junto a todo lo que es. Por eso es necesario escuchar a Dios, el Universo, la Ley Cósmica de todo lo real. El orden establecido. Y, cuando lo escuchamos, entramos en sincronía con él. Y, escucharlo, es aceptarlo tal cual es y estar en actitud de agradecimiento. Es el Ser el que se expresa en nosotros, no nosotros en el Ser, si intentamos esto último caemos en el engaño del ego. No hay que esperar nada, ni desear nada, simplemente estar. Dejarse ser. No se trata de buscar ni la iluminación, ni la perfección, ni el despertar, sólo hay que Ser. Escuchar la voz del universo que suena en nosotros. No hay otra cosa. Todos los caminos no son más que rituales, magia y superstición. La realización personal, la sincronía con el todo tiene lugar en la cotidianidad, no es algo extraordinario. Porque es precisamente en la cotidianeidad donde tenemos el conflicto, donde nos encontramos escindido. No nos podemos perder en el camino, ni quedarnos mirando el dedo que apunta. Se trata de estar ahí, presente, en el aquí y el ahora. Al fin y al cabo somos Universo. Entonces trascendemos el tiempo y el espacio, todo se manifiesta con la intensidad de su ser. Sentimos el Ser y al otro como un yo, pero sin perder la identidad. Porque el camino de vuelta a la Unidad de la que procedemos, no es un camino de disolución, sino de ampliación de conciencia. Eso es precisamente vivir el presente y el Ser, tener un estado de conciencia ampliado que trasciende la dualidad y el tiempo, que no se sitúa en el existir, sino en el Ser, que es Uno con la Ley del Universo.

“No le enseñes a nadie que él es lo que tú no querrías ser. Tu hermano es el espejo en el que ves reflejada la imagen que tienes de ti mismo mientras perdure la percepción.” UCDM. Libro de texto.

La cuestión es la percepción y de lo que se trata es de cambiarla o seguir en el engaño, en las apariencias y, por tanto, esclavo. Nuestra percepción depende de nuestro sistema de creencias, de nuestras ideas o, si lo queremos llamar así, del programa heredado. Nosotros interpretamos el mundo y al otro, al tú, a partir de ese sistema de creencias; por tanto éste es el que debe ser revisado si queremos cambiar nuestra percepción. Y por qué hemos de cambiar la percepción, pues simplemente porque nos hace infeliz y esto es así porque nos sume en el error. Hay una relación entre ignorancia e infelicidad e injusticia al estilo del intelectualismo socrático.

El otro nos aparece como nuestro enemigo, como lo que no admitimos, es, en realidad, lo que nosotros no queremos ser. Ahora bien, en la medida que lo vemos y, sabiendo que el otro es un espejo, pues resulta que es lo que yo no quiero ser. De ahí que no soporte su presencia. El odio, la envidia y todos esos sentimientos semejantes surgen de la percepción del otro como lo que yo no quiero ser. Pero me engaño, porque en realidad el otro soy yo. Porque en el fondo somos lo mismo, en el fondo y en la superficie. La falsa percepción de la diferencia es debida a nuestro ego que pretende sobrevivir a partir de la creación de una diferencia que se sostiene en el tiempo. Ahora bien, en la medida en la que eliminamos esa diferencia, desaparece el tú como lo que yo no quiero ser porque, en realidad me reflejo en el otro y, a través de ese reflejo, me reconozco tal como soy. Lo hemos dicho muchas veces, hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Y cuando hablamos de que somos iguales me refiero a lo esencial, no a lo meramente anecdótico, además de que esto último es accidental y aparente, carece de importancia.

El otro, al que he de llamar mi hermano, de ahí que sea el momento de desarrollar la fraternidad, es en el que me veo reflejado. Y me veo reflejado, precisamente, por ser mi hermano. Y en el hecho de ser mi hermano radica mi igualdad. La religión lo ha expresado desde el concepto de Hijo de Dios, desde el laicismo lo podemos expresar desde el concepto de humanidad que proviene ya de los estoicos cuando hablan de cosmopolitismo. Por último se nos dice que me veo reflejado en el otro y me conozco mientras perdure la percepción. Esto es importante porque, en última instancia, hay diferencia en tanto que hay percepción. Pero la percepción es una forma de engaño, de apariencia, porque toda percepción surge de un sistema de ideas y de creencias. Ahora bien, hay que trascender todo sistema de ideas si queremos llegar al conocimiento verdadero que no es ni más ni menos que el yo y el tú son la misma cosa, que no hay dualidad ni escisión, que todo es Uno, que la realidad es el Ser. Cuando nuestro Pensar coincide con el Ser se acabó la diferencia y la percepción porque ya no hay un sistema de ideas ni de creencias del que se parte.

“La verdad solo puede ser experimentada. No se puede describir ni explicar,…la verdad vendrá a ti por su cuenta.” UCDM. Libro de texto.

La verdad en su sentido originario era aletheia, desvelar, descubrir el velo que tapa. No tenía nada que ver con el sentido racionalista que vino a tener después y al que fue reducida dando como resultado la perversión del concepto de razón, de verdad y de conocimiento. Cuando decimos que la verdad no se puede explicar nos estamos refiriendo a la naturaleza última de la verdad, tampoco estamos haciendo un reduccionismo de la verdad. La verdad, en ese sentido es inefable, cae más allá del ámbito del lenguaje, de lo que puede ser dicho. Es inefable, inexplicable, no se puede transmitir, sólo mostrar. Y se muestra, o bien, por el ejemplo de una vida ejemplar, del arte, de lo que está más allá de una fórmula científica, su significado más profundo… En este sentido la verdad es experienciable, no empírica. Es algo que siente el sujeto, sin ser, por ello, subjetiva. Porque la verdad, como desvelamiento, trasciende lo meramente opinable, lo subjetivo, pero no la subjetividad en tanto que ésta es lo universal en la humanidad.

Le verdad se me manifiesta a la mirada. Pero, siempre, en tanto que es otra forma de mirar. Porque el problema del reduccionismo es pensar en la “verdad” de nuestra percepción. Hemos de trascender nuestra percepción, que ésa sí que es subjetiva, para alcanzar otra forma de ver el mundo incondicional. Es decir, una mirada del Ser, desde el Ser, y no desde la subjetividad. El error del racionalismo es reducir la verdad a la verdad racional que tiene su centro en la adecuación de lo “externo” con lo pensado. El racionalismo ha aportado a la historia del conocimiento una gran ventaja que es la posibilidad del conocimiento a partir de la razón, basándonos en los principios de objetividad, experiencia, matematización... Y, con ello, se ha pretendido y se ha conseguido una universalización. Un conocimiento universal del cosmos que llamamos: ciencia. Es uno de los grandes logros de la humanidad que nos ha permitido salir de la superstición y, como sabemos, la superstición es el instrumento que utiliza el poder para esclavizarnos. Ahora bien, el error del racionalismo, es el reduccionismo. Esto es, considerar que lo único que es verdad es la verdad racional. Esto es un error, que, además, pierde por el camino el sentido originario de verdad. Existen muchos aspectos y dimensiones de la verdad, pero la verdad última es la verdad experienciable la verdad como aletheia y ésta es la verdad que alcanzamos al irnos desenmascarando de todo aquello que nos recubre, de todas las capas de mi ego que me ocultan quién soy y qué es el Ser. Esta verdad es un camino de ascesis, como lo es también la búsqueda de la verdad científica, pero una me lleva a la verdad empírica, algo que podríamos llamar el conocimiento, mientras que la otra me lleva a algo así como la sabiduría. Porque la verdad desvelada, no es solo un descubrimiento, sino que, en la medida que es desvelamiento es transformación de mi ser, porque en el fondo es la comprensión desde la experiencia individual de que mi ser es el Ser. Y, para ello tengo que aprehender, no meramente aprender. Tengo que trascender mi yo particular que se me da en la envidia, los celos, el rencor, el resentimiento, la vergüenza, la cólera, la ira, y pasar al coraje o la valentía, el desapego de todos los vicios donde mi yo se refuerza, la alegría y la compasión. Y es en esos estados superiores donde se me da mi ser auténtico porque, precisamente, en esos estados, el ser particular, el yo egoíco, desaparece, es impensable. Y, entonces siento que mi Ser es el Ser, soy Uno, la Unidad.

“El Espíritu Santo te dirigirá solo a fin de evitarte el dolor. Obviamente nadie se opondría a este objetivo si lo reconociese. Más el problema no estriba en si lo que dice el Espíritu Santo es verdad o no, sino en si quieres escucharle o no.” UCDM Libro de Texto.

El espíritu santo, que lo podemos entender como nuestro inconsciente, o el inconsciente colectivo, la información a la que tenemos acceso, que es la información de la humanidad y de la especie, es aquello que nos dirige. Y la dirección es la ley de la naturaleza. La ley sagrada del cosmos, la que expresa la divinidad, el Ser. Esto no nos puede engañar. El problema es que no solemos escuchar. Además no reconocemos esa voz que nos guía porque hemos perdido el contacto con nosotros mismos y con la naturaleza, el universo. Hay mucho ruido y hemos construido la muralla del ego. Nos consideramos lo otro. O consideramos al otro y a la naturaleza, lo distinto, lo opuesto. Pero todo lo opuesto tiene algo en común, su Ser. Y nosotros también participamos de ese Ser. No cabe plantearse si lo que nos dice la información del universo es verdad o no, simplemente, es. De lo que se trata es de escuchar o no escuchar. Lo que tenemos que educar es nuestra capacidad de escuchar. Pero, para ello, es necesario recuperar el aquí y el ahora. El presente. Deshacernos de todo aquello que es mera ficción, apariencia. El ego como adaptación y lucha. Si nos abandonamos, si nos dejamos ser, entonces escucharemos lo que nuestro yo interior, el Ser, nos dice y, entonces surgirá la paz y la armonía con la naturaleza, porque nunca hemos dejado de ser un todo con lo que hay, el problema es que nos hemos engañado, que no lo hemos creído y esa es la escisión. En una palabra, que juzgamos y, en tanto que juzgamos, ni perdonamos, ni nos perdonamos.

“Cuando te encuentres con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal y como lo consideres a él así te considerarás a ti mismo. Tal y como lo trates, así te tratarás a ti mismo…nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo.” UCDM Libro de texto.

Contundente y preciso. Además de que no nos da alternativa. El otro es otro yo. El encuentro con mi semejante debe ser un encuentro santo, es decir, el del reconocimiento de la humanidad en el otro, mi unidad con el todo, o bien, mi diferencia, mi escisión, mi ignorancia, dolor y sufrimiento. Tal y como yo pienso del otro, eso pienso de mí. Pero resulta que yo al otro lo juzgo. Y, cuando emito un juicio suelo hacerlo en un sentido negativo, pocas son las alabanzas. Por eso es muy peligroso el juicio; porque todo lo que digamos del otro lo estamos diciendo de nosotros mismos. De ahí que el encuentro con el otro, que es inevitable y necesario, puede ser o no un encuentro santo. Si lo es, nos hemos salvado, por seguir con la terminología teológica, si no lo es, entonces entramos en la caída, el pecado, el mal. Pero esto último es lo que nos suele ocurrir. Y, por eso, vivimos en un estado permanente de dolor. Porque no consideramos al otro como otro yo, sino como un enemigo a batir. Le tenemos miedo, lo tememos, es una amenaza. Y, ante la amenaza, o bien huimos, o bien, presentamos batalla. En ambos casos, nos estamos separando, no nos reconocemos. Pero que el encuentro con el otro sea un instante santo implica ver la divinidad del otro, mi divinidad en él. Es decir, reconocerme en un mismo Ser. Por eso, en la relación con los demás, que es un reflejo de la relación que tenemos con nosotros mismos (por eso es imprescindible perdonarse y tener autocompasión, no culpabilizarse, ni ser víctima; porque todo esto lo proyectamos en el otro) es imprescindible no juzgar y reconocerse y es esto lo que nos lleva al amor incondicional y de éste al agradecimiento y a la Unidad. Cuando nos reconocemos en el otro, al vernos en él, nos aceptamos. Y entonces nos rendimos, dejamos de presentar resistencias, nos dejamos Ser. Es como decían los estoicos, no podemos resistirnos a la ley universal del Cosmos. Pues lo mismo, esta ley es la de la Unidad de todo lo Real. Y la participación de ella, no es sólo algo intelectual, que, en cierto modo es fácil, la ciencia nos lo dice, sino desde el punto de vista de las emociones y sentimientos. Es el comprehender, no sólo entender. Volviendo al lenguaje teológico, el instante santo es la expiación de los pecados, la eliminación del mal, que, por otro lado, nunca existió, siempre fue una apariencia. Porque, en definitiva, lo único que hay es el Ser. Por eso, en mi relación con el otro (que es conmigo mismo) está mi salvación o mi perdición. Y, diría otra cosa, de la humanidad. Por eso insisto que no existe salvación ara la humanidad si no hay una transformación de nuestras creencias, y desvelar las apariencias. Y esto marcaría nuestro retorno a casa, a la eliminación de la escisión entre hombre y naturaleza, hombre y mujer, fuertes y débiles,… Y esto no es ningún programa político ni la intención de crear un hombre nuevo. Ese hombre está dentro de nosotros y cada uno lo debe descubrir. Se nos ha indicado el camino de múltiples maneras, pero no hemos querido escuchar.

“Tu función no es cambiar a tu hermano, sino simplemente aceptarlo tal y como es…Cualquier intento que hagas por corregir a un hermano significa que crees que puedes corregir, y eso no es otra cosa que la arrogancia del ego.” UCDM. Libro de texto.

Lo que hacemos con el otro es juzgar y esa es la equivocación. Todo juicio es negativo, porque es una comparación, pero además es una comparación con nosotros mismos, porque siempre ponemos en el otro nuestro ego… de tal manera que cuando intentamos cambiar al otro no nos aceptamos. Por supuesto que tampoco aceptamos al otro y eso es la escisión que se manifiesta en forma de ataque. Ataco al otro porque no acepto como es (no me acepto a mí mismo) Lo que quiero es cambiarlo. Pero me permito el querer cambiarlo desde mi perspectiva, sin escuchar al otro. Eso es orgullo y arrogancia. No puedo cambiar al otro, porque el otro soy  yo, pero el otro, por otro lado, es otro individual, que tengo que aceptar, no intentar construirlo a mi imagen y semejanza. En este proceso de intentar construir al otro lo que se produce es la lucha. Porque lo estoy continuamente juzgando. Por eso las relaciones humanas son un reflejo de la lucha. En el  fondo todos queremos cambiar a todos. Nadie se acepta, ni acepta al otro. Cuando en verdad, es todo muy simple. No hay más que aceptar al otro. Y, cuando lo aceptamos, nos damos cuenta de que el otro es otro como yo. Alguien que, o bien lo veo como que está sufriendo como yo, o bien, si he despertado veré su luz interior, que es la misma que la mía. Y entonces desaparece la escisión y me veré en lo Uno. Todos somos Uno.

“Los que se consideran a sí mismos completos no exigen nada” UCDM Libro de texto.

Cuando comprendemos nuestra verdadera naturaleza nos damos cuenta de que realmente somos completos. Es nuestra ignorancia la que nos hace necesitar. Y cuando necesitamos completarnos entonces es que nos sentimos separados de nuestro auténtico ser y buscamos algo que llene ese vacío. Pero el vacío viene de la ignorancia, del no saber, de perderse en el camino de la separación. Cuando comprendemos que somos Uno con el Todo, no hay lugar para el vacío, o Todo es un vacío, como dicen los budistas. Pero el vacío del que hablan no es la nada, sino la posibilidad de ser, posibilidad infinita.

Cuando nos damos cuenta de que lo que realmente importa y somos es nuestro Ser, no nos falta nada, porque el ser es completo. De lo que nos damos cuenta es que una cosa es estar en el mundo y otra Ser en el mundo. Si nos perdemos en el ser algo del mundo, entonces estaremos escindidos. Ahora bien, si nos damos cuenta de que una cosa es estar en el mundo, entre las cosas de él y otra Ser, que es algo permanente, eterno, es la conciencia plena, entonces estaremos completos aunque vivamos en el mundo. Entonces vivimos en el mundo, hacemos lo que se hace en el mundo, porque ese es nuestro estar, pero todo ello visto y sentido desde el Ser que es completo y Uno.

Y, entonces, ni necesitamos nada y rompemos la cadena del deseo, aunque aceptamos los bienes tal y como nos vienen. Las cosas pueden venir o se pueden ir, pero nuestro Ser permanece igual; ni exigimos nada a nadie, ni para nosotros. No exigimos porque nadie ni nada nos tiene que complementar y aceptamos al otro como un ser completo; es más, entonces las relaciones son auténticas. El otro es respetado absolutamente porque se le deja ser quien es, no se le exige nada, como ocurre con el amor romántico que es puro deseo. Entonces ese amor se hace amor incondicional y se ama sólo por amar, porque sale de nuestra naturaleza y realmente ves en el otro el ser completo que es, cuya grandiosidad se hace mayor en la compañía de un semejante. Las verdaderas relaciones surgen entre seres que se consideran completos, cuando esto no ocurre comienzan las exigencias. Y exigir es querer al otro como nosotros lo imaginamos. Y esto nos vale para las relaciones de pareja, como para cualquier relación entre los hombres. Porque lo que sucede es que el hombre, al tener un error de perspectiva, de sensibilidad o percepción se ve como incompleto y ve a los demás como aquello que le completa. Por eso son relaciones de exigencia al otro. Y no se considera al otro un igual. Por el contrario, cuando uno se siente y se sabe completo, entonces es cuando verdaderamente considera al otro un igual. Y nace el máximo respeto.

Despertar

Puede ser de otra manera:

todos los hombres deben penar.

Nada de lo que se mueve y vive sobre la Tierra

puede evitar la infelicidad.

Hasta la tumba

el madero de la cruz

golpea nuestra espalda;

más allá todo se acabará.

Con esto te debe bastar.  Mailänder. En la novela del final de su vida Rupertine del Fino.

Mailänder es un poeta filósofo o un filósofo que considera que la poesía es una vía de expresión de la filosofía que es ultrapesimista. A mí no es que me guste mucho eso de encajonar al pensamiento de nadie. Bebe en las fuentes de Schopenhauer, entre otros, el llamado padre del pesimismo moderno, que a mí tampoco me parece pesimista. Pero eso es para otro tema. El caso es que en Mailänder veo yo como si dijésemos una mística negativa, no hay una negación de la vida, sino una afirmación de la nada y, para llegar a esta nada es necesaria la muerte, incluso por autoaniquilación, como hace él mismo a los treinta y cinco años tras recibir el primer ejemplar de su obra magna: “La filosofía de la redención”. Recomiendo la lectura de esta obra, como ilustración y como reto personal. Cuando hablo de leer, hablo de leer interiorizando. Un reto para tanto pensamiento débil, o líquido o, incluso, gaseoso que nos rodea: desde los coachings, los psicólogos positivos y la new age. Tal vez mirar el rostro de la nada es mirar nuestro rostro y, quizás, esa sea nuestra redención. Algo similar viene a decir el budismo. Y todo misticismo cuando afirma que para ser realmente, primero hay que morir.

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Es curioso como en todos los mitos de iniciación se hace una alusión al renacer. Es decir, para pasar a la vida adulta el niño tiene que morir, o para pasar de una forma de vida a otra, es necesaria la transformación, la muerte. No hay renacimiento sin muerte. El desarrollo intelectual-espiritual implica este renacimiento. Si no hay este renacimiento, el abandonar lo que somos en la vida, para ser otra cosa, no hay evolución de nuestras consciencia. Todos los mitos de todas las religiones de la humanidad tienen estos ritos de iniciación o de paso, como los llama Eliade, que es, junto con Campbel el que más los ha estudiado o el que los descubre y les da forma y significado más allá de lo meramente empírico.

También hay que entender el mito, no desde la perspectiva científica. Entonces, simplemente, el mito es una historia falsa, no pasa el criterio de verificabilidad, ni falsabilidad. El mito tiene una racionalidad que va más allá de la ciencia. El mito es simbólico y tiene como fin, como objetivo, dar sentido a la existencia humana y al cosmos donde el hombre habita. Todos los mistos se refieren a un tiempo primitivo, in illo tempore (en aquel tiempo), que estaba fuera del tiempo, era la eternidad, la perfección, completud. Es el mundo de lo sagrado. A ese mundo apuntan todas nuestras actividades. Y todo lo que hacemos sigue un ritual para recuperar lo perdido, o para llegar a la realización de lo sagrado dentro de lo profano. Y siguiendo estos rituales nos encontramos bien, integrados e identificados. Los ritos de paso implican un renacimiento, como dice el cristianismo, en la vida del espíritu, esto es, en la eternidad. Otra cosa es que hoy en día, tanto el pensamiento mítico, núcleo de las religiones, como las religiones, se han quedado en el mero ritual, pero la gente lo cumple y eso le da una sensación de identidad o de permanencia. Pero otra cosa que hay que tener en cuenta es que el pensamiento mítico, a pesar de la ciencia y la razón ilustrada, persiste. Y persiste, en los pequeños detalles y en los grandes relatos de la humanidad. Las ideologías se apoyan en una teofanía, en una liberación final del hombre, una emancipación por medio de un salvador, ya sea el proletario o el capital. Hoy en día vivimos esta última. El transhumanismo y el cientificismo, por su parte, creen en la salvación y redención de todos los sufrimientos, la conquista por tanto del mundo de lo sagrado, desde lo profano, por medio del desarrollo de la tecnología. Estas ideas se convierten en mitos que dan sentido a nuestra existencia y nos permiten identificarnos, lo mismo podemos decir de cualquier nacionalismo, de las nuevas religiones, las sectas, la new age, todas estas formas de pensar tienen una estructura mítica. Pero esto es así, porque el hombre tiene una estructura mítica, el hombre, no es como decía Aristóteles, un animal racional, sino, fundamentalmente mítico. Crea un mundo sagrado al que intenta imitar, ese mundo sagrado es el ideal de perfección, ya sean las grandes figuras de la moda, los grandes futbolistas, los líderes políticos carismáticos, la ciencia y la tecnología en su conjunto... El hombre no es capaz de vivir por sí mismo. No es capaz de ser libre.

Pero, curiosamente, a mi modo de ver, hay un mito que nos enseña la transformación, la muerte del viejo yo para renacer en la verdadera vida del espíritu que ya no necesita ni de mitos ni de ritos para vivir. Ha alcanzado la libertad. El verdadero Ser. Por eso se dice, en las diversas tradiciones, que para ello, primero, ha de morir. Lo escuchamos en el budismo, la impermanencia del yo, en el taoísmo, El Tao que se puede nombrar no es el Tao, el que no se puede decir, es el Tao, en el advaita, la única realidad es el Ser, que es la vacuidad, la profunda calma y plenitud, el yo Soy es Eso, no el yo psicológico y biográfico, para llegar al yo Soy el otro yo ha de morir. Y lo mismo con la mística cristiana. El místico cristiano no se reconoce ya en sí, vive fuera de sí (vivo sin vivir en mí) sino en Dios, o lo Absoluto…lo que cambia, como ven, es el imaginario cultural, la realidad de la que se habla en el renacer espiritual, como muerte de nuestro ser aparente, finito y limitado, es la del Ser. Cada cultura lo expresa a su manera, eso sí. Por eso nos dice Eliade:

“El conocimiento sagrado, y, por extensión, la sabiduría se conciben como fruto de una iniciación, y es significativo encontrar el simbolismo obstétrico ligado al despertar de la consciencia tanto en la antigua India, como en Grecia. Sócrates se comparaba, no sin razón a una partera: ayudaba al hombre a nacer a la conciencia de sí, alumbraba al “hombre nuevo” El mismo simbolismo reaparece en la tradición budista: el monje abandonaba su nombre de familia y pasaba a ser un “hijo de Buda”…Hijo natural del Bienaventurado, nacido de su boca, nacido del Dharma (doctrina)…

Este nacimiento iniciático implicaba la muerte a la existencia profana…Buda enseñaba el camino y los medios de morir a la condición humana profana (sufriente), es decir; a la esclavitud y la ignorancia, para renacer a la libertad, a la beatitud y a la ausencia de condicionamiento del Nirvana… M. Eliade. “Lo sagrado y lo profano” p. 145

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El ser humano es una casa de huéspedes.
Cada mañana un nuevo recién llegado.
Una alegría, una tristeza, una maldad
Cierta conciencia momentánea llega
Como un visitante inesperado.
¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos,
Que vacían tu casa con violencia
Aún así, trata a cada huésped con honor
Puede estar creándote el espacio
Para un nuevo deleite
Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia,
Recíbelos en la puerta riendo
E invítalos a entrar
Sé agradecido con quien quiera que venga
Porque cada uno ha sido enviado
Como un guía del más allá.  Rumi.

Aceptación, todo debe ser aceptación. El camino de la resistencia es la muerte. Solo aceptándonos a nosotros mismos nos podremos comprender y, si nos aceptamos a nosotros mismos, podremos comprender al otro. Y la aceptación no es resignación, ni dejar pasar, sino amor y comprensión. Todo lo que sentimos, lo sentimos, nos pertenece, no podemos negar las llamadas emociones negativas, es decir; los vicios: la ira, el rencor, la melancolía, el miedo, el odio, o los vicios físicos. En todo caso todos son adicciones y si los negamos no podemos ni asumirlos ni transmutarlos. El camino de la negación es el de la ignorancia y el de la aceptación, el de la sabiduría. Pero a la sabiduría se llega por el amor incondicional. Sólo desde el amor incondicional podemos aceptarnos y aceptar y sólo desde esa aceptación podremos trascender nuestro Ser. Nuestra iniciación está en la herida abierta que queremos ocultar por todos los medios, pero resulta que es la herida el camino que nos enseña la transformación. Toda iniciación es una transformación en la que se da un sufrimiento, éste es el ritual que se representa en los evangelios, por ejemplo, o en la muerte de Sócrates, aunque sean muy distintas en la forma, puesto que las culturas son diferentes, el sentido es el mismo. Para autotrascenderse es necesario morir, para morir en el yo actual hay que aceptarse y aprender todo lo que la sombra, la herida, nos enseña. Es decir, es como el viaje al inframundo. Si no hacemos este viaje, no podremos renacer transformados.

Así que considero que es muy serio el pensar sobre toda la parafernalia de pseudoespiritualidad y pseudopsicología, que sólo mencionan lo positivo, como si lo positivo tuviese existencia en sí, separado de lo negativo. Los opuestos se necesitan y coexisten. Este mensaje positivista está dirigido por el mercado para dominarnos y se extiende por todas las vías de comunicación, incluida la enseñanza, por supuesto.

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La espiritualidad, o humanidad, porque es nuestra propia naturaleza, ha sido cercenada del ser humano desde hace cuatro siglos. Desde que triunfó el modelo mecanicista y redujo todo ser a ser material y mecánico y la consciencia al yo cognoscente, al yo que conoce. Hasta que no llega el psicoanálisis no se amplia la visión y todo da un vuelco, se produce una revolución, no sólo es que toma forma la consciencia, sino el ámbito de lo inconsciente. El yo, no es sólo un sujeto inmutable, una substancia etérea que conoce, sino: emociones, creencias, estados anímicos que pueden variar desde la normalidad a las neurosis y psicosis…y el inconsciente, que es lo oculto en nuestro ser y que constituyen las pulsiones más escondidas. Pero esto no se consideró ciencia. La psicología tuvo que adoptar el empirismo y reducir la consciencia a estímulos y respuestas observables. Por su parte Jung va más allá de su maestro y postula un inconsciente colectivo y la existencia de arquetipos universales en ese inconsciente que coinciden con los sueños y los mitos. A su vez Eliade, Campbel y demás descubren el origen de la religión, Otto descubre Lo Otro, lo misterioso. La religión va tomando forma. La dimensión religiosa del hombre, también.

Por otro lado, se redescubren las religiones orientales y se abren las puertas de la percepción con las experiencias con psicodélicos. No obstante, el modelo para las ciencias, a pesar de la revolución relativista y cuántica, sigue siendo el mecanicista, materialista y determinista. Este modelo ha sido de gran provecho en la ciencia y la tecnología, pero, como idea del mundo y de cómo hay que hacer ciencia, está ya agotado. Por su parte, aparecen los medicamentos psicotrópicos, lo cual hace que la psiquiatría, que se había considerado la hermana menor de las otras especialidades médicas, remonte el vuelo y pueda aplicar el modelo mecanicista biologicista a la mente. Esto hace que desaparezcan las diversas escuelas psicoanalíticas, que la escuela existencialista y humanista sean desterradas del ámbito de la ciencia (estas escuelas se siguieron cultivando al margen y hoy tienen una enorme fuerza en las psicologías de tercera generación) y que lo mental se reduzca a reacciones bioquímicas dentro del cerebro, incluso lo psicosocial es excluido. Todo ello hace que la dimensión espiritual del hombre desaparezca y parezca una rara avis. Si a esto le sumamos la crisis, no sin razón (debido a sus mecanismos autoritarios y a la superstición y no saber integrar la modernidad), de las religiones tradicionales, pues no queda lugar ni refugio para la espiritualidad.

La espiritualidad no se reduce a la religión, está, a la par, en sus fundamentos, pero la excede o sobrepasa. La espiritualidad es la dimensión más elevada del hombre y por eso la he llamado, también, humanidad. Es lo que nos hace humanos, es la autoconsciencia. La reducción de lo humano al cerebro es lo que el filósofo Markus Gabriel denomina el neurocentrismo. Es una falacia que está de moda. De una reacción química no se deduce una cualidad y, menos, la vivencia de esa cualidad. Hay que tener una visión emergente de lo real e integradora de los distintos campos que emergen y que cada uno se regula por sus propias leyes. Lo espiritual, pues, aunque haya una base bioquímica en el cerebro, como está comprobado con los que practican la meditación, la oración, la contemplación… no se reduce a ella, sino que es una vivencia. Y las dos características fundamentales de lo espiritual son: el sentimiento de Unidad, que uno pertenece a todo lo que hay, que el yo se puede trascender en el nosotros, lo transpersonal, que el yo es el origen de nuestras pasiones porque es la sede del egoísmo y el miedo y, por otro lado, el sentimiento de compasión. Esto es el amor incondicional, la alegría de que el otro sea y ser capaz de vivir su vivencia. El desarrollo espiritual es el desarrollo de estas dos dimensiones del ser humano. No es algo que se consiga de un día para otro, pero que se va vivenciando, porque todos los esquemas del pasado van derrumbándose. Esta espiritualidad, por otro lado, no tiene nada que ver, con lo que se nos vende por ahí. Con tantas terapias habidas y por haber, con las modas de nutrición, de miles de prácticas que sanan no sé qué cosas… todo ello es mercadillo o, más bien, lo espiritual, convertido en pseudoespiritual debido a la sociedad de mercado en la que vivimos. Ahora bien, esta falsa espiritualidad es muy dañina para los que caen en sus redes por varias razones. En primer lugar, es un paso atrás, es volver a la superstición, cuando ya habíamos conquistado la racionalidad, porque sin la consciencia racional no podemos dar el paso hacia la espiritualidad. En segundo lugar, tenemos la pérdida de la libertad. Se cae en la búsqueda de una solución para nuestros dolores, emocionales o físicos, para ello se acuden a terapias llamadas alternativas, o a las convencionales, es igual, se delega nuestra responsabilidad de nuestro cuidado en otro, que es el maestro espiritual, el sanador, el médico, el profesor, el político, el chamán, el sacerdote…es decir, que nos atamos a otro porque así es más fácil. Volvemos a caer en la servidumbre humana voluntaria. Y, por último, un fenómeno muy curioso, mientras la espiritualidad disminuye nuestro sentimiento egoico, nuestro yo hasta disolverlo, la falsa espiritualidad lo que hace es lo contrario, aumenta el yo, se produce el fenómeno del narcisismo espiritual. Se confunde la meditación, que nos lleva a la impermanencia y a la vacuidad, con la pertenencia al todo, con lo que el ego se identifica con el todo. Por otro lado, el lugar de cultivar la compasión, nos miramos el ombligo y queremos sanar nuestros pequeños males y sufrimientos, entre otras cosas, porque esta sociedad no soporta el dolor. El dolor, las emociones negativas, o vicios, están ahí y ni se pueden eliminar, ni evitar, ni reprimir, hay que aprender de ellas, aceptarlas e integrarlas. No hay ni remedios, ni pócimas mágicas. Y, sobre todo, no hay que fijarse en estos males, si uno presta atención a las virtudes, por ejemplo, la alegría, estará alegre, si piensa en el bien de los demás, actuará con respecto a él y su pensamiento en el bien común se hace un hábito, si quiere la felicidad de todos los seres, vive con ese sentimiento, y lo mismo, el agradecimiento, el amor incondicional, la compasión… Y, todo ello, curiosamente, disuelve el ego. Pero la falsa espiritualidad va por el camino contrario.  Es necesario más Ilustración; es decir: más conocimiento y libertad.

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“Podemos prescindir de la religión, pero no de la comunión, ni de la felicidad, ni del amor. Aquello que nos une, aquí, es más importante que lo que nos separa. Paz para todos, creyentes e incrédulos. La vida es más preciosa que la religión (y es lo que quita la razón a los inquisidores y a los verdugos); la comunión más preciosa que las iglesias (y es la que quita la razón a los sectarios); la fidelidad más preciosa que la fe o que el ateísmo (y es lo que quita la razón tanto a los nihilistas como a los fanáticos); y, en fin, y es lo que da la razón a la gente buena, creyente o no, el amor es más precioso que la esperanza o la desesperación.

No esperemos a ser salvados para ser humanos.” André Comte Sponville. “El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios”. P. 79

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“La angustiosa realidad es que la vida cotidiana del ser humano se halla atrapada en un complejo inexorable de opuestos, -día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desdicha, bien y mal. Ni si quiera estamos seguros de que uno de ellos pueda subsistir sin el otro, de que el bien pueda superar al mal o la alegría derrotar al sufrimiento. La vida es un continuo campo de batalla. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Si no fuera así nuestra existencia llegaría a su fin.” Carl Jung.

Y si no aceptamos esto vivimos en la utopía, en el fanatismo de la new age y de la tecnociencia, en el pensamiento Alicia, que decía Gustavo Bueno. La realidad es completa o no es. Negar una parte de nuestra realidad es una ingenuidad que nos lleva a la guerra contra nosotros mismos y contra los demás.

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El conocimiento de sí mismo es el camino hacia la revolución política. Nada tiene que ver con el narcisismo, sino con el altruismo.

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“¿Pero de qué nos hemos olvidado? En mi opinión se trata de la enfermedad, la sombra que acompaña siempre a la luz de la salud, una sombra que nos conecta orgánicamente con el mundo, nos ratifica que la naturaleza del mundo no puede ser forzada y nos lleva a darnos cuenta de que es imprescindible concebir la salud sin tener, al mismo tiempo, conciencia de la enfermedad y, de ese modo, aceptar la enfermedad del mismo modo que aceptamos la salud.
Nuestra cultura, sin embargo, cree que podemos aceptar uno de los dos polos negando al otro, que, podemos tener lo blanco sin lo negro, disfrutar de las alturas sin descender a las profundidades, gozar de la salud sin padecer la enfermedad o del nacimiento sin la muerte. Nuestra ceguera nos hace creer que solo es cuestión de tiempo, mano de obra y de ampliación del presupuesto destinado a la investigación y consideramos que la invitación a superar el pensamiento dualista -o esto o aquello- constituye un paso atrás hacia formas de pensamiento primitivas que no concuerdan con el potencial de la edad contemporánea.
Pero no es el hombre primitivo el que no ha comprendido la naturaleza indivisible de los opuestos sino que se trata de una visión de la sabiduría perenne que pertenece a la tradición de los místicos y poetas de todos los tiempos”. Larry Dossoy. Médico en Santa Fe, nuevo México. “La luz de la salud y la sombra de la enfermedad.· en “Encuentros con la sombra. El poder del lado oscuro de la naturaleza humana.” 
Esto es el resultado de una cultura dualista que contrapuso los opuestos y reprimió uno de ellos, o lo oculto, o lo racionalizó, pero la sombra siempre estaba ahí. Y siempre es necesario el viaje hacia el inframundo, la sombra, el inconsciente para pactar con él, para llegar a un abrazo reconciliador en la Unidad de los opuestos de la que hablaba Heráclito, cuando aún no se había producido el gran error. Hoy en día, el pensamiento positivo, con sus coachings y demás, la new age, la tecnociencia hiperavanzada, el capitalismo financiero… todos intentan recobrar la salud, la perfección, la luz, cuando realmente no hay luz sin sombra, no hay bien sin mal, salud sin enfermedad,… si negamos uno de los opuestos negamos la totalidad. Ese es el error y eso es vivir en la ilusión, la dualidad o la escisión. Escisión porque el opuesto, la sombra siempre aparecerá, pero no la aceptaremos y viviremos en lucha y no en armonía. Y si no aceptamos la sombra, lo opuesto no podremos resolver nuestros problemas: sufrimiento, tristeza, guerras, genocidio, odio, violencia en todos los niveles….

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El ser humano es un ser que en su propia naturaleza tiene lo que se llama "la carencia" y, en tanto que es un ser que potencialmente puede ser más, pues en esa medida siente la carencia. Por otro lado, es un ser dividido, escindido, entre sus deseos y su entendimiento. El entendimiento nos forja un yo desde que nos construimos como seres egoicos que juega el papel de guardar la herida y en torno a esa herida se va forjando nuestro inconsciente, que a su vez está inmerso en el inconsciente colectivo. Y eso es lo que constituye nuestra sombra. Pero, qué es lo que pasa, por qué ese sentimiento de carencia o soledad. Pues porque tenemos una falsa percepción de nosotros mismos, no es que necesitemos a un terapeuta, sino a un amigo. Y antes de a un amigo, a nosotros mismos. Es decir, si no tenemos amor propio, seguiremos instalados en nuestro desprecio, en lo que llaman baja autoestima. Y lo que haremos es no curar nuestra carencia, que es una ficción, no carecemos de nada, somos perfectos, pero hemos olvidado nuestro origen. Y cuando no curamos esa herida lo que hacemos es fortalecer las corazas del ego mediante el ataque a lo de fuera. Es decir, por ejemplo, mediante el juicio al mundo, la sociedad, el otro, la humanidad en general. Pero ahí no está el mal, el mal no está en ninguna parte, solo es nuestro estado mental, nuestra forma errónea de percibir las cosas y percibirnos.
"No eres realmente capaz de estar cansado pero eres muy capaz de agotarte a ti mismo. La fatiga que produce el juzgar continuamente es algo realmente intolerable." UN curso de milagros. Cap. 3
Es decir, aceptación, que es comprensión y la compresión: amor incondicional. No juzgues y no serás juzgado. Cada vez que juzgamos proyectamos nuestro sentimiento de culpa hacia nuestro hermano, o hacia el mundo o hacia la humanidad e, incluso, si estamos desesperados, hacia el cosmos entero. Entonces ese juicio se vuelve contra nosotros y nos hunde más en el sufrimiento, en la mente incorrecta, en el autoengaño, en autoconsolarse....No hay nada de esto. Si estamos en la actitud del AMOR, no pedimos nada, ni necesitamos nada, ni juzgamos nada. Desbordamos la alegría y nos identificamos con nuestro hermano, con la humanidad, con el resto de los seres y con el cosmos entero, o Dios, el Tao, el Dharma...

 

La muerte del físico Hawkins ha producido una conmoción social. Es raro que esto ocurra con la muerte de un científico. Está muy bien que reconozcamos los grandes méritos que las personas hacen por la humanidad, sin olvidar aquello que decía Newton de que "yo he visto más lejos porque iba a hombros de gigantes". Es decir, que nuestro físico desaparecido caminaba sobre los hombros de grandes gigantes del siglo XX, desde Planck, pasando por Einstein, Hesenberg, Pauli...y cientos de desconocidos, pero que han realizado un excepcional trabajo para desentrañar los misterios físicos del universo físico.
Ahora bien, nuestra mente mítica ensalza a algunas figuras y las convierte en ídolos; en lugar de estudiarlas, dialogar con ellas, profundizar en el conocimiento, lo que hace es idolatrar. Y los ídolos tienen los pies de barro y existen mientras que exista la debilidad humana; es decir, la incapacidad del hombre de servirse de su propia razón. Para empezar, no hay individuos separados, ya lo dije al principio, un individuo es el resultado de la humanidad, una forma que adquiere la humanidad para expresarse. Puede servirnos como ejemplo de dedicación, disciplina, orden, pasión, entusiasmo, altruismo...y múltiples virtudes, pero no podemos idolatrarlos; sino ver reflejados en él las virtudes de la humanidad; esto es, lo que yo puedo ser en tanto que soy humanidad. De la misma manera que cuando vemos el mal en otro, el mal radical, nos tenemos que ver como seres potencialmente capaces de realizar ese mal, porque es humano. Y, entonces, surge la compasión o compresión profunda. Ser mayor de edad es ser libres y ello conlleva el ser capaces de trascender nuestro ego particular en la humanidad total. Aceptar la humanidad en lo cual somos común. Por el contrario, si ensalzamos sólo las individualidades lo que estaremos es creando una sociedad competitiva, no colaboradora y, recordemos, el hombre, homo sapiens, ha sobrevivido por su capacidad de colaboración. Y se está yendo al traste por su competitividad, contra él mismo y contra la naturaleza.

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“No sé si fue Walter Benjamin o Giorgio Agamben quien acuñó por primera vez la frase “el campo es el mundo”, refiriéndose a los campos de concentración nazis. Ha sido Jon Sobrino quien dejó como herencia a la teología futura el eslogan “honradez con la realidad”. Esa honradez es la que nos obliga a sostener, como punto de partida de todo pensar teológico (y añadiría yo, de todo pensar simplemente humano) la visión de Auschwitz como una parábola de nuestro mundo. Un mundo poblado por infinidad de “campos de exterminios” cuya enumeración sería inacabable: en casi todo África (por causa del coltán en la franja que va desde Ruanda hasta el Congo; por causa de los diamantes en Sierra Leona; por causa del petróleo en Guinea… y, simplemente, por causa del hambre en los mil desesperados que acaban tantas veces muriendo en el intento de una travesía alucinante hasta Europa); también en casi toda América latina; en casi toda Asia, pese a algunos crecimientos económicos tan espectaculares como deformes en cuanto a su distribución. En las mil guerras de Irak, Afganistan, Somalia,… En la serie de genocidios que han poblado el pasado siglo y que sus autores se niegan a reconocer, como el de los kurdos en Turquía, el del Pol Pot en Camboya, el de los palestinos por Israel… Y en la crisis económica mundial que hoy nos envuelve, la cual tuvo lugar por tanto triunfo de los malos… y amenaza a resolverse de modo que casi no afecte a los más malos, sino sólo a sus víctimas.” José Ignacio González. “Otro mundo es posible…desde Jesús.” pp 342-343

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La leyenda de la dualidad tiene una larga historia. Una historia en la que se mezcla la filosofía, la religión, el poder y la política. En realidad, lo que hay es todo lo que hay, el Ser. Y el Ser es cuerpo y alma a la vez, todo Ser, y todos los seres. La separación conlleva la demonización del cuerpo y, a través de ello, un sistema de control de los hombres. Eso sí, cuando hablamos del cuerpo, no nos referimos a la reducción mecanicista, determinista y materialista de la ciencia. Tampoco la resurrección es la del alma, ni sólo existe la mente, que dice la new age, lo que hay es el Ser. Es la Naturaleza, o Dios, que tiene infinitos atributos o modos, uno de ellos es lo mecánico determinista, pero no todo el Ser es eso, otro es el ánima, pero no todo es Alma, sino que todo es la unión de los infinitos modos de ser que tiene el Ser, o Dios, o el Tao. El triunfo del espíritu sobre la carne que se predica con la resurrección es la expulsión del cuerpo, cuando en realidad, la resurrección es el símbolo, el Arquetipo, de la trascendencia, de la transmutación, de la incorporación de la Unidad de lo diverso o de lo diverso en la Unidad.

Políticamente esta escisión ha significado la esclavitud del hombre por parte de todos los poderes, y lo sigue siendo. Sin materia no hay espíritu y sin espíritu no hay materia. La vida consiste en la unificación de estos opuestos en nuestros actos. Por eso dice el evangelio de San Juan “En el principio fue el Logos (el Verbo, la palabra) y el logos se hizo carne (encarnación y unificación de los opuestos) y habitó entre nosotros…” Esto es, Cristo es el arquetipo de la encarnación del Logos en la materia, es decir, de la armonía entre los opuestos. Y siempre hay que considerar a los opuestos como en armonía, o en tensión, pero no excluyentes, no puede existir el espíritu sin la materia, el bien sin el mal. La encarnación del Logos es la trascendencia del espíritu y de la materia, su transmutación en lo no dual (no dos, que no es lo mismo que Unidad indiferenciada.)

Y resulta que todo esto ocurre y me lo encuentro (Sincronías diría el propio Jung) mientras leo a Jung, y descubro estas dos citas. En Gálatas II se nos dice: “Vivo, pero ya no yo, sino que Cristo vive en mi”. Y es esto precisamente la transmutación, la autotrascendencia, la alquimia, el rencontrar lo no dual, la Unificación. Por eso también dice Jesús en los Evangelios, yo estoy en el mundo, pero no soy del mundo. El Ser trasciende nuestro pensamiento parcial del mundo. Es necesario la unificación de los opuestos, la gran alquimia del Tao, innombrable, para que se obre la transformación. Esa transformación es la resurrección, lo demás son cuentos infantiles, es lectura literalista con intenciones de sojuzgar. Es necesario, e imperioso, una vuelta a la lectura gnóstica y neoplatónica de los evangelios, para eliminar el dogmatismo teológico-filosófico y la pseudoalegría de la new age y la psicología positiva.

Y la siguiente cita que me encuentro leyendo a Jung, es de Mateos XIX, 11 y ss. “No todos comprenden esta palabra, sino sólo aquellos a los que les es dado…hay castrados que se han castrado a sí mismos por amor al reino de los cielos. El que pueda comprenderlo que lo comprenda.” Está bien claro que no se puede entender literalmente los evangelios, sino metafóricamente. Ya se nos dice que el reino de los cielos está dentro de uno, por eso dice Agustín de Hipona que no hay que salirse fuera de uno para encontrar la verdad, porque la verdad habita dentro de uno. No hay que mutilar el cuerpo, ni despreciarlo para encontrar el reino de los cielos (la Paz, la calma, la no violencia….) sino integrarlo; ese es el sentido de la encarnación, la armonización por el Logos de los opuestos. El Logos mismos es la armonía…

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El estar anclados en el mundo conlleva a los deseos, es ser esclavo. Es identificarse con lo que es la tierra, con lo que poseemos: bienes materiales, emociones, sueños, fantasías, opiniones, creencias… Todo nos condiciona y nos hace no ser libres. Ahora bien, el desapego total no es posible en la medida en la que estamos en la tierra y de lo que se trata, no es de negar todo aquello que nos condiciona, consciente e inconsciente, sino de trascenderlo transmutándolo como un alquimista. La metamorfosis es el símbolo. Primero hay que morir para renacer. Y, en ese sentido, permanecemos en la tierra, pero sin ser de la tierra. Una manera de hacer esta transformación es por medio del amor fati del que habla Álvaro (Nietzsche), es decir, la aceptación de todo, la rendición última y el querer último de todo lo que es y me hace (consciente o inconsciente.) Hay que recorrer el camino de hacer consciente todo lo que me es dado inconscientemente y así podemos desprogramar el condicionamiento. La liberación, metamorfosis, muerte-resurrección, es un hacer consciente lo inconsciente.

Otra cosa es lo de la realidad. El mundo conocido es el mundo representado por nuestro cerebro. Creemos que ese mundo, científicamente descrito, es la realidad, pero no es así, es una representación de la realidad a través de nuestro cerebro. Es la misma representación para todos, porque todos tenemos le mismo cerebro por ley evolutiva. Ahora bien, la reducción de la realidad, a la representación que de ella nos hacemos es un reduccionismo (Markus Gabriel lo llama “neurocentrismo”). En nuestra sociedad es el reduccionismo que impera y que ha eliminado la riqueza de la realidad y los muy diversos modos de acceso a ella: desde los mitos, los sueños, el arte,…la meditación, el chamanismo. La consciencia ha ido evolucionando, como lo ha hecho la cultura, pero somos inconsciente de la riqueza de nuestra consciencia debido a este reduccionismo que marca el origen de la modernidad que, a su vez, se sostiene en un mito, inconscientemente, que es el del progreso.

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Este texto de Jung es de 1936 y es clarividente. Es un fragmento de un artículo titulado: “El yoga y Occidente.” Lo que se dice se puede generalizar a muchos otros ámbitos. Y no se debe entender una superioridad de Oriente sobre Occidente, esto nunca lo diría Jung, hay una tensión y complementariedad de opuestos. Lo que sí ha sucedido es que, históricamente, la cultura que se ha globalizado ha sido la occidental y, Occidente se ha olvidado de su alma, de su sí mismo, o de su inconsciente. De ahí que su máxima expresión actual sea la tecnociencia en su versión más economicista. Y ello le ha llevado al nihilismo, ya anunciado por Nietzsche.

“El occidental no necesita superioridad alguna sobre la naturaleza interior y exterior. Disfruta de ambas con un grado de perfección casi diabólico. De lo que carece, empero, es del reconocimiento consciente de su inferioridad con respecto a ambas naturalezas (de ahí la destrucción de la naturaleza y su propia autodestrucción. El paréntesis es un añadido mío), y lo que debe aprender es que no puede hacer todo lo que se proponga. De hacerlo, su propia naturaleza lo destruirá (ya casi lo ha hecho. Es mío el paréntesis). El occidental no conoce su alma y ésta se amotinará suicida contra él.

Puesto que el occidental puede hacer de cualquier cosa una técnica (es el caso de la meditación convertida en mindfulness. Es mío), en principio, todo lo que tenga el aspecto de un método supondrá una amenaza o se verá abocado al fracaso. En lo que tiene de higiene, el yoga le será al occidental tan útil como cualquier otro sistema. Pero en su sentido más profundo el yoga no alberga un objetivo higiénico, sino una meta de muy superior envergadura: si lo he entendido bien, el desligarse y la liberación definitiva de la consciencia de toda atadura objetiva y subjetiva. Sin embargo, dado que no es posible liberarse de nada que no se sea consciente, el europeo tiene primero que familiarizarse con su propia subjetividad. Dicha subjetividad es lo que en Occidente recibe el nombre de inconsciente.” Jung, “Escritos sobre espiritualidad y trascendencia.” P. 173

Ahora bien, el inconsciente es lo que precisamente no conocemos y de lo que hemos sido vaciados en el proceso de tecnificación que no ha sabido integrar lo interno con lo externo. Por eso ahora vamos, como zombies (Filosofía zombi) buscando llenar ese vacío en cualquier cosa por medio de un consumo compulsivo (neurótico) de ella, ya se trate de algo “espiritual” o material…en fin, una integración de nuestro inconsciente, no una huida hacia Oriente, que no es más que una mascarada new age, ni sectas fundamentalistas de las religiones tradicionales… sería un camino para sanar nuestra herida e integrar nuestra sombra. Es decir, volvernos hacia dentro, como ya se nos dijo en la antigüedad, pero ahora con la riqueza del viaje al exterior que hemos realizado. No se trata de negar ni de renunciar a nada, sino de autoconocimiento.

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El que habla solo

Espera hablar a

Dios un día.

  1. Machado.

El texto que sigue de Jung es muy clarificador sobre nuestra consciencia, nuestro proceso de integración y unificación y la forma de encontrar el sentido, tanto individualmente, como desde la ayuda de un psicoterapeuta. El problema con el que nos encontramos es que occidente ha negado su subjetividad, su interioridad y, por ello, su inconsciente, la sombra y la herida. El occidental ha vivido para el exterior y lo ha dominado. Eso es evidente, incluido su cuerpo, pero el interior que constituye además su consciencia es un perfecto desconocido. De ahí el gran miedo que tenemos a la soledad, necesitamos continua actividad, entretenimiento, que decía Pascal, necesitamos llenar nuestra cabeza de información pasajera, sin sentido y que es absolutamente prescindible. Todo, con la clara intención de no asumir que hay una voz dentro que nos habla. Dice Jung:

“El hombre es la pareja de dos Discursos, en la que uno es mortal y el otro inmortal (aquí se refiere al inconsciente colectivo); que están siempre juntos, sin llegar a convertirse nunca en unidad. Los procesos de transformación pretenden acercar a ambos, y la consciencia siente que se resiste a ello porque al principio el otro aparece como un extraño e inquietante y porque no podemos acostumbrarnos a la idea de que no somos el único que manda en casa. Preferiríamos ser siempre yo, solo yo y nada más. Pero estamos confrontados con el amigo o enemigo interior y depende de nosotros el que sea nuestro amigo o enemigo.

No hay que ser un enfermo mental para oír su voz. Es, antes bien, lo más sencillo y lo más natural. Uno puede, por ejemplo, plantearse una pregunta a la que él da una respuesta. El proceso mental continua como una conversación normal. Se le suele llamar “serie de asociaciones” o “soliloquio”, o una “meditación” en el sentido de los antiguos alquimistas que llamaban al interlocutor…, alguien distinto, interior…

El juicio que nos merece la voz interior no conoce término medio: o se la considera un perfecto dislate o ni más ni menos que la voz de Dios. A nadie se le ocurre pensar que tal vez haya una cosa intermedia digna de ser tenida en cuenta…Del conflicto de ambos puede salir verdad y sentido, pero sólo si el yo está dispuesto a hacerle justicia al otro y concederle personalidad…” C.G. Jung “Escritos sobre espiritualidad y trascendencia.” pp. 270-271.

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La equivocación de Mailänder, me parece, es que hace una ontología negativa que no le deja abierto el camino de vuelta. El Ser trascendente se desarrolla en la inmanencia que es diversidad, hasta ahí, bien, pero no ve la posibilidad de reconocimiento del Ser en la diversidad. Éste seré el camino de la mística, o una interpretación de la parábola del hijo pródigo, el que vuelve a casa después de sufrir y aprender la diversidad. Si alguien tiene un poco de rechazo por la vía mística, pues lo encontramos en el gran Spinoza, en su Ética, concretamente, en el capítulo cinco con el "Amor intelectual de Dios". De esa manera surge el afecto de la alegría de Ser, y no la única salida lógica de Mailänder, que es el suicidio. Cuando uno ha perdido totalmente el contacto con su Ser originario sólo le queda el suicidio. Eso es lo que le pasa a la sociedad actual, tanto individual, como colectivamente. Hay más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico. Y, la sociedad, en sí, está generando un ecocidio que expresa claramente la escisión o separación o alienación de su Ser originario y que le lleva a una autodestrucción colectiva. Sólo una vuelta a nuestro Ser original, individual y colectivamente, nos puede salvar de la encrucijada.

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No es por fastidiar, pero eso que se dice tanto de la meditación (tantas virtudes, paz, salud, armonía) es una parte de la meditación, no alcanzaremos la paz, mientras no integremos nuestro yo interior, nuestro inconsciente. Lo demás es crearse un paraíso artificial. Es cierto que si meditas te sientes mejor, mejora tu salud, etc. Pero éste es sólo el comienzo del viaje. Ciertamente es agradable y saludable, pero queda mucho por recorrer y vislumbrar, de uno mismo y de la humanidad. Una vez iniciado el camino de la meditación vendrá después el diálogo interior y éste, que es sanador, por supuesto, no es tan agradable porque en él aparecen los fantasmas que tenemos escondidos, aparece con fuerza lo reprimido por el ego, lo que somos, pero no queremos saber que lo somos. El ego se aferrará a los apegos para no dejar de ser, incluido, al ego mismo, lo cual nos llevará a un abismo al que no nos atreveremos a mirar, porque es nuestra muerte. Muerte necesaria para el renacimiento. Y, sin conocerlo, no tendremos paz. Por eso hay que atravesar el desierto (en todas las culturas existe esto, por ejemplo, Jesucristo va al desierto a enfrentarse con los demonios, que son interiores, claro) para alcanzar la Paz definitiva. Es decir, la Resurrección. Por eso primero hay que morir, y el proceso no es nada agradable, es como un gran desengaño, un fiasco y un desprogramarse. Hay que ir eliminando todos los condicionantes que nos hacen esclavos para liberarnos. Ese es el sentido de la Paz y el Renacimiento, la liberación (libertad.) La meditación entendida hoy en día en occidente está descontextualizada y es un instrumento al que se le pide eficacia, pero eso no tiene nada que ver con meditar.

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“Hemos heredado dos mitos que surgieron en el siglo XII. El mito del Grial habla de la relación entre la individualidad y la búsqueda espiritual, el mito de Tristán e Isolda, nos muestra el poder del amor romántico. Ambos sugieren la existencia de una nueva forma de experimentar a Dios. Lo que todavía no hemos comprobado es si esta experiencia tan intensa puede ser asimilada. Antes de la aparición de estos dos mitos, el mundo occidental siempre había considerado el poder de Dios de forma colectiva. Dios habitaba en el tabernáculo de la iglesia y no ejercía una influencia directa en la vida de cada individuo. Se adoraba a Dios utilizando gestos y expresiones que denotaban nuestro minúsculo tamaña y valor. Era un ritual de protección y seguridad, y aun sigue vigente en muchas culturas. Sin embargo, en el siglo XX consideramos seriamente la increíble posibilidad de entrar en contacto con el alto voltaje de Dios. En estos dos mitos la humanidad dice: “Tal vez a Moises se le prohibió que viera directamente a Dios, pero yo lo haré.” Comprender estos dos mitos es comprender el dilema de la sociedad moderna. Un auténtico mito permite tomar el pulso a una cultura entera, descubrir sus características y su destino.” Robert Johnson. “Aceptar la sombra de tu inconsciente.” P. 53

Estos mitos vertebran la cultura moderna y nos muestran el camino de la lucha de los opuestos y cómo la integración de ellos es su superación. La tensión u oposición es el estado de lucha, alienación, escisión, separación, la integración es la paz. Pero, si nos ponemos a pensar un poco, no hemos conseguido la integración de los opuestos que estos dos mitos nos ofrecen. El amor romántico nos lleva al fracaso en la mayoría de los casos: separación o asumir que el otro se nos hace insoportable, pero es más cómodo seguir así. Es decir, no aprendemos la verdad del otro, ni nuestra verdad a través del otro.  No somos capaces de bajar el amor divino a lo humano. La proyección que hicimos no ha sido capaz de ver a dios en el otro, ni de ver nuestra divinidad en el otro. Esa es la experiencia de Dios. La aceptación del otro como otro yo.

Y, en cuanto a la búsqueda del Grial, creo que se ha transformado en el mito de Prometeo. La conquista de el Grial se ha convertido en el conocimiento científico técnico. Y, en lugar de integrar lo otro lo que estamos haciendo es reprimirlo a través de la dominación técnica. No vemos a Dios en lo otro, la naturaleza y el universo, no nos reconocemos en lo diferente, que es nuestra mismidad, sino que lo intentamos someter y dominar. Y en ese proceso de sometimiento de la naturaleza va implícita su destrucción y, de paso, la nuestra. De modo que es necesario volver la vista a nuestros orígenes. Ayer tuve una visión en la que preguntaba sobre mi naturaleza. La respuesta vino por la propia destrucción que yo había causado (se me mostraron partes de mí pasado), pero esa destrucción era la naturaleza de la humanidad que se me presentó como un gran monstruo tecnológico que iba destrozándolo todo a su paso. Esto es, si queremos trascender nuestra alienación, hemos de asumir nuestro poder, pero no como forma de destrucción, sino de ser capaz de retornar a nuestra esencia, que es la misma que la de la naturaleza. Después se me ofreció tocar un árbol y allí noté toda su fuerza y todo su sufrimiento. El árbol me unía a la historia de la tierra, me disolví en todo lo que es el árbol, la tierra y el universo. Una luz verde nacía del interior del árbol y lo invadía todo. Mi yo se disolvía en todo lo que compone el universo y su historia, Es decir, que la enseñanza de esto es que el poder es la gran tentación que tiene el hombre, dominar está en su naturaleza. Pero su dominio es por medio de la destrucción. La sabiduría reside en la aceptación de que somos parte de lo otro; es decir, que no somos dominadores y todo gira a nuestro alrededor (antropocentrismo), sino que somos seres de la naturaleza que deben, en su conocimiento y sabiduría, estar en equilibrio con ella (ecocentrismo y cosmocentrismo.) Y ahí está nuestra visión o experiencia de Dios. Dios es un nombre que tiene muchas connotaciones culturales, prefiero llamarlo el Ser, o Todo Lo que Hay.

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“Si tenemos una intensa experiencia de una mandorla (figura cristiana de la Edad Media, que representa una unión de los opuestos) ¡qué gozo sentiremos!, podemos estar seguros de que será breve. Después deberemos regresar al mundo de las dualidades, del tiempo y el espacio, para reanudar nuestra vida cotidiana. La sombra vuelve a cubrirlo todo, y se necesita una nueva experiencia de transformación. Los grandes personajes de la historia sólo tienen destellos momentáneos de plenitud y ellos regresan rápidamente al mundo del enfrentamiento ego-sombra. Un proverbio hindú dice lo siguiente: Aquel que piense que está iluminado, es seguro que no lo está.” Robert Johnson “Aceptar la sombra de tu inconsciente.” p. 90

Exactamente, pero cada vez que se tiene esa experiencia se vuelve al mundo de la sombra y la dualidad con menos sombra y con el potencial de reducir la sombra de tu alrededor. Dejas de proyectar, de juzgar. Por eso, esa transformación, ese renacer interior es un trabajo interior espiritual que aumenta el nivel de consciencia y nos lleva a la integración de la sombra o el inconsciente colectivo, por tanto, a la disminución del odio, la guerra, la destrucción del planeta y la autodestrucción. Sin transformación interior no hay revolución. Y esa transformación interior no viene de un mirarse el ombligo, sino de verse, sentirse y ser en el sufrimiento del otro.

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Jaja, menuda pregunta, cómo vamos a saber lo que somos y menos desde el punto de vista de la ciencia. La ciencia estudia objetos, entonces el objeto de estudio y lo estudiado coincide con lo cual nos encontramos una paradoja. Por otro lado, el conocimiento científico es conocimiento de objetos, no de la cosa en sí o la realidad. Pero, en fin, estas son limitaciones del conocimiento científico. Tampoco tiene que venir la ciencia a decirnos que somos emocionales. Evidentemente, Aristóteles se equivoca, o no tanto, cuando dice que el hombre es un animal racional. Digo que no tanto, porque no es lo mismo lo que quería decir Aristóteles con racional, que es algo que está unido al corazón (razón cordial, que lo llama Adela Cortina), es decir, no hay elección sin emoción, que lo que entendemos hoy en día, desde el Renacimiento para acá, por razón, que es la razón mecanicista, matemática y reduccionista, que hizo posible el surgimiento de la ciencia, pero que cometió el error, que, por lo demás, se ha convertido en creencia, de pensar que lo real es la verdad científica. Esto es demostrado como error desde el mismo Kant, que buscaba un fundamento de la verdad científica y de lo que se puede conocer científicamente. Y, ciertamente, hay un conocimiento universal y necesario que es el que nos proporciona la ciencia, pero no es el de la realidad en sí, sino el de los objetos. Y los objetos surgen de la constitución del sujeto universal del conocimiento. Un sujeto a priori que constituye el objeto. Pues bien, este sujeto, con sus conceptos puros a priori y sus formas puras de la sensibilidad y esquematismos de la imaginación, constituye al objete. Es, pues, condición de posibilidad del conocimiento, pero, a la vez, límite, del mismo, porque constituye al objeto desde la forma a priori y, entonces, la realidad en sí se le escapa. Hasta ahí está todo muy bien, lo malo es que la ciencia y el positivismo científico, una ideología que se desprende de una pseudofilosofía, la de Comte y se retroalimenta con la revolución industrial y el éxito del dominio de la naturaleza por medio de la ciencia, pues confunde el objeto con la realidad…

Cuando se usa razón en el mundo griego, es Logos, y el Logos es lo común a lo distinto, lo que sustenta el orden y hace que lo que Es sea Ser, Cosmos, no Caos. Y, entonces, no se divide al hombre entre lo emocional y lo racional, van unidos. Sólo hay que ver el mito del carro alado de Platón o la Ética de Aristóteles, o de los estoicos y demás helenistas. El mismo Epicuro decía: “Más bella que la filosofía es la Prudencia…” Por otro lado, tenemos una joya en la modernidad, en la que vemos, claramente, cómo la razón y los afectos van unidos, y ésta es la Ética de Spinoza, curiosamente subtitulada: demostrada según el orden geométrico. En el capítulo V se nos dice que el tercer género de conocimiento es el conocimiento de Dios o naturaleza y ese conocimiento es el “Amor intelectual de Dios”, no es nada racional, por cierto, sino, místico. De ahí que el renombrado neurofisiólogo Antonio Damassio se haya fijado en la ética spinozista como hoja de ruta para la investigación científica de los sentimientos y emociones.

Por lo demás estoy totalmente de acuerdo con lo que expones de la teoría de la disonancia cognitiva, pero tampoco es nada muy nuevo, si no, expuesto científicamente, no por ello más verdadero. La ciencia es lo que puede ser falsado, o lo que encaja en un paradigma.

Y, por último, coincido contigo, somos emocionales, pero, cuidado, nuestra emoción está unida a la razón, es más son indisolubles. La emoción es discernimiento, lo cual es una propiedad atribuida a la razón. Lo que no somos es computadoras, ni reptiles, con un cerebro meramente reptiliano o límbico. Cuidado con las exageraciones por ambos lados. Muchas gracias por tu aportación. Un saludo.

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Efectivamente, después de tantos años y tantas vueltas, de tantos libros leídos y escritos, de tanta reflexión y activismo. Pues al final estamos convencidos de que la solución al problema global para superar la gran prueba de la supervivencia de la civilización es una “conversión”, nada más y nada menos. No se trata ni de más ciencia, ni de más técnica, ni de otras instituciones, ni de otros modelos políticos e ideologías, ni de nuevos dioses que sustituyan a los viejos, ni nuevos credos, ni una nueva ética. Se trata de una autoconstrucción después de la destrucción o descomposición para reconvertir; esto es, una conversión. Y eso tiene que ver con lo íntimo y con lo universal de la naturaleza humana. Me alegro coincidir con mi amigo Jorge Riechmann.

“Quizás el único objetivo que cabe proponerse es el de ser santo.

Cuidado, no estoy diciendo ser yo un santo…en la misma medida que yo creyese ser o poder aproximarme a ser un santo estaría alejándome de ese objetivo (el viejísimo pecado de soberbia que tan bien han identificado los buscadores espirituales de todas las culturas)…si buscase santidad no existiría un ego como soporte de la misma: a las notas definitorias de la santidad pertenece precisamente la disolución o superación del ego.

Así que el objetivo digno podría reformularse con “que haya santos”; o mejor todavía: que exista santidad. Podemos decir “que exista santidad” de la misma manera que decimos “que exista comunidad”: serían objetivos de rango equivalente.

Esta noción de santidad se vincula, creo, con aquella otra -tan importante para mi desde hace años- de lo “necesario imposible.” Que haya santidad: que superemos la dominación y la crueldad, que escapemos de las trampas de los fines pervertidos por los medios, que nos abstengamos de todo daño innecesario a cualquier ser vivo, que el ser humano sea sagrado para el ser humano. Eso que buscaron: Buda, Jesús o Gandhi. Nada más y nada menos. Simone Weil nos advertía: “Todo bien verdadero comporta condiciones contradictorias y, por consiguiente, es imposible. Aquel que de verdad mantenga fija su atención en esa imposibilidad y actúe, hará el bien.”

La cuestión, claro, es que para ello hace falta, de alguna manera, fracturar al ser humano y recomponerlo otra vez…”  J. Riechmann, ¿Vivir como buenos huérfanos? pp. 224-225.

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La injusticia, la desigualdad, la muerte, el sufrimiento, el genocidio y ecocidio; todo ello son producto de un estado de conciencia separada. Es esa conciencia separada la que genera el miedo y es el miedo el que nos hace atacar como modo de defensa. El miedo nos hace diferentes, nos vemos diferentes al otro y lo culpamos de nuestros males. Es el miedo y la consciencia fracturada, separada y escindida la que tenemos que superar. Pero, para ello hay que pasar a la consciencia transpersonal o transegoica. El ego, el yo, es una construcción cultural y biográfica, no es ninguna realidad ontológica y su fundamento, para poder seguir existiendo, es el miedo y ese miedo se llena con prejuicios ideológicos, religiosos, políticos que lo mantienen separado del otro. Pero esa separación, al fundarse en el miedo, genera el odio y al producir el odio, genera violencia y exterminio del otro. Y, desde el miedo y el odio, como bien señalan todas las filosofías sapienciales y mi querido Spinoza, el otro es inaccesible, pero necesario para mantener nuestra existencia mientras seguimos odiando nos identificamos con ese yo que odia y los contenidos que le damos: políticos, ideológicos, religiosos, raciales,... Si queremos encaminar los pasos para evitar, en lo posible, el ecocidio y genocidio en el que ya estamos es necesario trascender el ego, el yo, meramente cultural, y pasar a una consciencia expandida o transpersonal en la que, sin perder nuestra autonomía, individualidad y libertad, seamos fraternos, es decir, nos reconozcamos en la humanidad y, aún más, en la naturaleza. Cuando veamos lo común y se disuelva nuestra consciencia de diferenciación, entonces caminaremos hacia un mismo fin y el otro será no mi enemigo, sino mi espejo en el que me reconozca, para bien y para mal. En definitiva, siempre para bien, porque será una forma, la única, de autoconocimiento y posibilidad de transformación. Porque el conocimiento de sí mismo es a través de los demás y el de los demás a través de sí mismo.

“No hace mucho, un amigo chileno me contaba que, cuando fue a visitar a algunos parientes aymaras, de los pocos indios que quedan en el norte de Chile, se apresuraron a decirle: "Por favor, no nos impongas tu idea europea de felicidad".

En ese nuevo estado de conciencia, al que accedemos por la meditación, el Todo predomina sobre las partes y el otro, cualquier otro, es percibido como lo que es en realidad: no-diferente de mí. Sólo esta nueva conciencia hará posible una nueva ética. Nuestro problema básico no es técnico ni económico, sino espiritual.

Tiene toda la razón Jesús cuando dice que cualquier cosa que hagamos a los demás se la hacemos a él (Mt 25, 40). Y se la hacemos a Dios y nos la hacemos a nosotros mismos. Jesús hablaba desde esa nueva conciencia donde "El Padre y yo somos uno" (Jn 10, 30). Porque cuando no hay "yo", se es la realidad entera. Sin duda, Jesús vio a todas las personas como a sí mismo, a todos los seres humanos como parte de él. Y de este mismo modo lo han vivido y lo han visto los místicos de todos los tiempos.” Enrique Martinez Lozano.

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El ser humano ha perdido la esperanza, luego se ha quedado sin futuro, ha borrado, tergiversado y olvidado el pasado, luego ya no tiene presente. Pende de un hilo en el abismo. Digamos que es como si hubiese perdido pie y está con el agua al cuello. Nietzsche dijo que el hombre es un puente tendido entre la bestia y el superhombre. Pues nos hemos quedado sin puente porque no hemos conservado lo que tenemos de bestia (naturaleza), sino que hemos arremetido contra la naturaleza y no hemos sido capaces de trascender nuestra egoicidad, por eso el superhombre, el ser transpersonal y transegoico, anunciado ya en la época axial, se nos va de las manos, pero es a lo único que nos podemos agarrar.

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“De nada sirve hacer filosofía si no puede ayudar a curar los males individuales.” Epicuro.

Y curar los males individuales es curar los males sociales. El pensamiento de Epicuro es de una gran actualidad. De lo que se trata es de perseguir la mesura, no el placer desmedido ni la hybris (desmesura) descontrolada y dominadora. El placer es la felicidad. Pero el placer está en lo pequeño, en los placeres naturales y necesarios y estos, escasos, pues, de lo contrario, se vuelven objeto de deseos. Es un placer ascético, digamos. Y luego están los placeres de la contemplación. Hemos de cultivar estos placeres: el del conocimiento por el mero hecho de conocer (admiración, maravillarse…), el de las artes y el de la mera contemplación estática o en comunión con la naturaleza. Una ética y antropología para un momento histórico que se nos presenta como el final de la civilización. Una ética que apunta al espíritu y sus placeres y no al placer de dominar y poseer lo material.

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“De eso trata el chamanismo, de llevar luz y vida a los lugares oscuros. Una vez que enciendes una pequeña luz, se expande inevitablemente. La luz trae calidez, la calidez trae vida, la vida trae conciencia, la conciencia trae conexión, la conexión trae una visión más verdadera de la realidad. Una visión más verdadera de la realidad trae paz mental y la paz mental trae amor. Y por supuesto, el amor es espiritualidad”.

 

Baghramian, Arvick. La magia del chamanismo (Spanish Edition) (p. 124). Guid Publicaciones. Edición de Kindle.

Somos canales y estamos llenos de canales. Hay que estar conectado a todo (exterior e interior, es lo mismo) a través de lo que se llama el canal mundo. Es una visión chamánica que es más pictórica que las abstracciones de UCDM. Debemos desviar nuestra atención hacia ese canal que nos hace sentir el mundo.

No se trata de decir: soy la flor; sino de sentir ser la flor. Es decir, desaparición del ego y del entendimiento y el pensamiento. Eso es lo que nos permite el canal mundo: unirnos a todo. Lo mejor es probar con los seres de la naturaleza: animales, plantas y rocas. Y, también con los elementos.

 

“La salud es mantener la comunicación con animales, plantas, minerales y estrellas. Es conocer tanto la vida como la muerte y no ver ninguna diferencia entre ellas. Es la mezcla y la fusión, la búsqueda de la soledad y la búsqueda de compañía para entender las muchas personalidades que uno tiene. A diferencia de las nociones más “modernas”, en las sociedades chamánicas la salud no es la ausencia de sentimiento y no es tampoco la ausencia del dolor. La salud es la búsqueda de todas las experiencias de la creación y darles vueltas una y otra vez, sintiendo su textura y múltiples significados. La salud es ir más allá del estado de conciencia individual de uno mismo, para experimentar las ondas y las olas del universo.”

 

Baghramian, Arvick. La magia del chamanismo (Spanish Edition) (pp. 137-138). Guid Publicaciones. Edición de Kindle.

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La soledad es la puerta abierta hacia la comunión entre todos los seres.

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“Sólo tú puedes tomar la decisión adentrarte en la senda del corazón,….Tu vejez te ayudará a recordar que nada es más importante. Después de todo, no posees nada excepto tus propios impulsos internos. Tus percepciones son la única cosa que realmente te pertenece. Quizá sólo la vejez relativiza la importancia que das a las opiniones de otras personas, y te permite darte cuenta que la cosa más importante que puedes hacer es dar valor a lo que percibes y sientes. Si tu camino no tiene suficiente corazón sufres, y en el fondo tienes la sensación de vivir sin sentido.”

 

Mindell, Arnold. El Cuerpo del Chaman: Un nuevo chamanismo para transformar la salud, las relaciones y las comunidades (Spanish Edition) (p. 161). DDX Expresiones de Democracia Profunda. Edición de Kindle.

Cuando aquí se nos habla del corazón es nuestra intuición, pero no esa intuición intelectualizada, sino la intuición como un sentir profundo que nace de dentro cuando suspendemos los juicios, cuando eliminamos de todo nuestros pensamientos todas las ataduras, todos los prejuicios (los que podamos, se entiende, lo ideal es todos, claro.) La vejez es una gran maestra que hoy en día está absolutamente desprstigiada. La vejez nos enseña que nada importa demasiado, o más bien, nada. Cuando la muerte es cercana, es palpable, es una evidencia, entonces suspendemos el juicios sobre los demás y sobre nosotros mismos y nos dejamos sentir, dejamos a un lado los prejuicios del entendimiento y de las comparaciones y empezamos a ocuparnos de lo importante, es decir, de lo que nos teníamos que haber ocupado antes. Pero estamos hechos así. Si a lo largo de nuestra vida escuchamos el sentir de nuestro corazón, pues lo mejor es no abandonarlo, de lo contrario, nos daremos cuenta que nada tiene sentido, porque el sentido reside en lo que se vive desde el corazón. Lo ideal sería, ya lo decían los griegos, unificar nuestro corazón con nuestro intelecto, no había que esperar a estos de la inteligencia emocional y tal…Para Platón el alma es la armonía entre la razón y las emociones. Para su discípulo, la Prudencia (sabiduría) rige la vida moral y esa sabiduría es la unión entre las virtudes morales: valor, templanza,…) y las intelectuales (Ciencia y Filosofía)

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Y, de repente, contemplé una bola de cristal. La bola era el universo y un gran ojo que se reflejaba en la bola me miraba a la misma vez que yo la miraba. Después era yo el que me había introducido en la bola de cristal, el Universo, a través de su mirada y, de pronto podía contemplar todo lo que había dentro y a mí mismo, todo se hizo inmensamente grande, inabarcables, todo tenía una enorme plenitud de Ser, y “yo” lo percibía todo y todo me percibía. Hasta que me di cuenta de que infinitos ojos me miraban como desde fuera del cristal de la bola, del Universo, pero, a su vez, mi mirada se reflejaba en esas innumerables miradas. Era lo mismo ver que ser visto. Y, como si alguien sostuviese la bola, unas enormes manos, se soltaron y la bola cayó y cayó por una interminable oscuridad como la nada, no era un caer, sino un no estar, No Ser. Y se estrella contra un suelo negro absoluto, o, símplemente, estalla y se hace miles de millones de pedazos, miles de millones de bolas. Y mi mirada está en cada una de esas bolas que puede verse a sí mismo y a las demás y observa que las demás la observan, la ven, la sienten. Todas son distintas, pero son la misma. Y todo está siendo observado por un Testigo, que a su vez se funde con lo observado en un sentimiento de plenitud, de gracia, de bendición. Y en esa eterna fusión tiene lugar el fin de la dualidad.

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“El chamán desarrolla tres dones que adquiere a lo largo de sus iniciaciones. Todos juntos le ayudan a liberarse de la idea del tiempo lineal y del miedo a que se agote, y a sentir su inmortalidad. El cerebro prehistórico tan solo entiende el hoy, no el futuro. Funciona en presente de indicativo. El nuevo cerebro, en cambio, abarca pasado y futuro, incluida la clase de tiempo descrita por los físicos cuánticos, que crea túneles atrás y adelante como los gusanos. En las tradiciones chamánicas a esta experiencia del tiempo se la denomina “infinito.”

Los tres dones son: el de la valentía, el de la paciencia y el de la sensatez, los cuáles te permiten ir más allá del mundo de los depredadores y las presas, donde el tiempo es un artículo de lujo que siempre escasea. Estos dones te proveen de todo el tiempo del mundo y te garantizan la libertad necesaria para dejar de preocuparte por el transcurrir del tiempo. Evitan también que te pierdas en los dramas y traumas del pasado, o en los sueños sin cumplir del futuro, poniendo, totalmente en línea las capacidades del neocórtex.” Alberto Villoldo. “La Iluminación. Sanación de los chamanes.”

“La necesidad de arreglarlo todo “ahora mismo”, está arraigada en la incapacidad para sentir la perfección en la esencia de las cosas. Añorar un lienzo enorme cuando tienes otros pequeños disponibles, en cualquier momento, no es excusa para no pintar. Desear la paz en el mundo no es excusa para ser desconsiderado con tus vecinos. La sensatez hace que dejes de personalizar los problemas y te erige como noble salvador.

Todas las grandes tradiciones de sabiduría tienen el concepto del observador que no se identifica con nada de lo que sucede, que tan solo observa, ya se trate de una tragedia o de una comedia. La imagen del anciano sabio que chasquea la lengua ante la locura humana nos enseña que debemos mantenernos alejados y ver cómo se dirige la vida a sí misma con una pequeña ayuda de nuestra parte. Como le dijo Krishna al reluciente guerrero Arjuna en el Bhagavad Gita, no podemos triunfar en la vida o en el sendero espiritual evitando los retos y sin actuar. Debemos participar en la vida conforme a nuestra naturaleza, pero con indiferencia -sabedores de que algo mayor actúa a través de nosotros- identificándonos con la obra que se desarrolla ante nosotros como si fuera la única realidad.” Alberto Villoldo. “La Iluminación. Sanación de los chamanes.”

Los tres dones y virtudes que debemos cultivar son la valentía, la paciencia y la sensatez. Aquí se hace mención a la última, la sensatez, que es la sabiduría misma. Es la aceptación de lo que es, sin identificación, ahora bien, sí con acción. Es necesario actuar. Hay que reconocer que la vida misma y el camino espiritual está lleno de obstáculos y dificultades y que es necesario ejercitarse en la paciencia y ser valientes, no esconder la cabeza debajo del ala, no recluirse en el narcisismo egoico, ni en la soberbia espiritual…sino contemplar lo que Es, desde la humildad y el amor universal, dejar que las cosas ocurran, con desapego, pero, no sin acción. Aquello que nos dice el taoísmo: Wu Wei, la acción sin reacción, el centro del taoísmo y de las artes marciales que surgen de esa filosofía. Hay que actuar cuando hay que actuar, pero no se debe ni notar si quiera. Porque, en el fondo, nuestro actuar, es facilitar el propio devenir natural de las cosas. Pero, lo que hacemos, generalmente, es actuar en contra del orden superior establecido, eso es locura, insensatez, cosa de necios, y, entonces, pues nos irritamos, nos aparece la ira, la envidia, el rencor y todos los demonios que encerramos dentro. No podemos luchar con ellos, tenemos que dejarlos ser, aceptarlos. Los hemos producido y desatado nosotros. Sólo con el amor los podemos tratar. El amor nos permite la acción, nos permite el trabajo de alquimia de transmutación de nuestros demonios en ángeles, o de nuestros vicios en virtudes. Cuando sintamos ira, debemos dejar que entre el ángel del amor y el respeto al otro, cuando sintamos avaricia, dejemos que entre el ángel de la generosidad. Y así con los siete vicios fundamentales, que se identificaron como los siete pecados capitales y que se corresponden con los siete chakras… y esta transmutación alquímica se hace desde el amor incondicional, ésa es la piedra filosofal, el secreto alquímico.

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“Tú no eres un diagnóstico. No eres una imagen por resonancia magnética. No eres una biopsia. Eres una manifestación viva del Espíritu. Eres un milagro vivo.” Dr. Villoldo. “Las milagrosas herramientas con las que curan los chamanes.”

Esto resume lo que es el chamanismo y su práctica: la sanación. Somos Espíritu, no nos reducimos a la idea que tenemos del cuerpo. Una de las ideas que tenemos del cuerpo es la que la ciencia nos da. No es que sea falsa, ni que no exista, sino quie no nos reducimos a ella. Es una perspectiva, pero no toda la realidad. El problema es el de la creencia. Cuando nos identificamos con el diagnóstico, nos convertimos en él, creamos nuestra enfermedad, entonces estamos en manos de la enfermedad, nos hacemos duales. La enfermedad es un proceso de la vida, como la misma muerte. La enfermedad dice más que lo que nos dicen las pruebas médicas, porque estas van encaminadas a conocer el objeto, pero no todo el proceso de la vida, o el Espiritu que somos. Y todos somos manifestación del Espíritu, de la vida, del Tao, el Ser o Dios. Y esta manifestación es infinita y, en ella, está también la muerte, como transformación. Por tanto, se trata de cambiar nuestra percepción, de ser capaz de soñar con el cuerpo que sueña, es decir, de no identificarnos con nuestro cuerpo e ir más allá de él, recreando nuestro propio cuerpo como parte del Ser, o el Espíritu. Por que ahí somos unidad en comunión con lo que hay. Y no se trata de entender estas palabras, sino de trascenderlas, de ir más allá, de sentirlas, o soñarlas.

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“Las religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del hombre primitivo y del hombre histórico, los principales descubrimientos en ciencia y tecnología, los mismos sueños que surgen al dormir se cuecen en el anillo mágico del mito.” Joseph Campbell

El mito en un sentido amplio parece omniabardor. En última instancia lo que podemos decir es que el hombre es un ser que da sentido y la forma de dar sentido es el mito, pero el mito, en su versión restringida, es evaluado como verdadero o como falso. Es una herencia del positivismo científico, de la reducción cientificista. El mito va más allá de lo verdadero y lo falso; es más, la ciencia concebida como visión unilateral del mundo es un mito en el sentido restringido de la palabra. Pero, también lo es en su sentido más amplio. Por medio de la ciencia, de nuestra idea de dominio tecnocientífico y progreso nos forjamos una imagen mítica del hombre y del mundo. El mito está en nuestras entrañas y emerge del propio lenguaje y nuestra propia evolución neurofisiológica. Nuestro cerebro se adapta de tal manera al mundo que hemos podido sobrevivir gracias a estas adaptaciones. Hay varias etapas en esa adaptación, por señalar dos muy importantes tenemos: el cerebro llamado reptiliano, dentro de un sistema más complejo que es el sistema límbico en el que se dan las emociones. En la parte más antigua tiene lugar la caza y la huida. Es el estado de miedo y de guerra permanente, nos permitió sobrevivir, sin la huida y la caza hubiésemos muerto a manos de los depredadores. Pero también tenemos la aparición del neocortes y el lenguaje. El lenguaje, además de mediatizar la empatía del homo sapiens hizo posible la construcción del mundo, dar sentido al mundo y a nosotros mismos. El sentido del mundo viene dado por el lenguaje. El lenguaje es la base de todo sentido y, el lenguaje, nunca es la realidad, es una figuración de ésta. Es mítico. De ahí que el mito anide en todo lo humano.

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“Curar es eliminar los síntomas, mientras que la sanación funciona a un nivel mucho más profundo, tratando las causas del desequilibrio que conducen a la enfermedad. Y mientras que la cura es el resultado ideal de la intervención médica, la sanación es el producto de un viaje en el que todos los aspectos de la vida de uno se transforman, -incluso si se termina muriendo…” Dr. Alberto Villoldo. “La medicina del espíritu.”

La sanación tiene que ver con nuestro equilibrio entre cuerpo, psique y espíritu. Los tres forman una unidad y, a su vez, una unidad con los otros, la naturaleza y el cosmos. Conseguir ese equilibrio es un viaje de sanación que podemos hacer durante nuestra vida, o podemos olvidar. No es la curación médica, según el paradigma médico actual, que actúa sobre los síntomas y de forma mecánica. El objetivo de la medicina es salvar la vida, no sanar a la persona. Pero la vida y la persona son cosas distintas. La persona es el todo, mientras que la vida es una parte de la persona, generalmente referida a la vida física y mecánica. Por eso se habla de morir en paz. El fin de la vida es una vida digna, es decir, alcanzar la paz. Y, alcanzar la Paz es conseguir la armonía con el Todo, pero no de forma egoísta, sino, como comunidad de personas, como sociedad, como civilización y como especie. La sanación no se acaba en mi ser limitado, sino en el reconocimiento del Ser en los otros. No puedo sanarme si la sociedad está enferma a mi costa. Mi sanación pasa por el cuidado del otro, por querer el bien, la justicia y la felicidad de todos los seres, pero desde el corazón, desde cada una de la comunidad de células que me componen (porque cada uno de nosotros somos una multitud), no desde el entendimiento abstracto. En última instancia, la sanación es la Comunión con todo lo Real (y que cada cual le llame a eso como quiera.) Este ideal trasciende el paradigma mecanicista y determinista que rige toda nuestra sociedad y dirige todas nuestras instituciones y áreas del saber. Hemos de optar por el camino de la sabiduría y no quedarnos en el camino de la información y el conocimiento, que son imprescindibles, pero no la meta. Hemos de integrar la información y el conocimiento, que son visiones parciales, en una visión más elevada, la visión del Espíritu, que intenta comprehender a todos los seres como relación y procesos, no como cosas u objetos.

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Escuchar el sonido del silencio es escuchar la voz que susurra el universo. Si nos alejamos del ruido, del ruido exterior y del interior, conectamos con nuestro verdadero Ser. Ahí encontramos la Paz del silencio, el silencio sonoro, la forma sin forma, la vacuidad de la plenitud, la armonía de los opuestos. El fluir de todas las cosas. Nos transportamos y nos transformamos en el silencio y en el sonido arrullador del Ser.

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Hola, muy buenos días. Espero que ya hayáis empezado a procesar toda la inmensa experiencia del sábado pasado. En primer lugar, dar las gracias a todos por la asistencia y la implicación que tuvimos entre todos en la tarea que estábamos llevando a cabo. En segundo lugar, os comenté que os daría alguna bibliografía y alguna reflexión final que no pudimos hacer.

En cuanto a la bibliografía pues lo que yo recomiendo es seguir a algún autor y no mezclar demasiado, hasta que no se asimile la información, porque nos puede llevar a equívocos. Recomiendo a dos autores, más la que citó Raquel en su presentación del chamanismo. Los autores que yo recomiendo son: Maichael Harner y Eduardo Villoldo. El primero sólo tiene dos libros traducidos, lo demás está en inglés. Pero su último escrito es fantástico y recomiendo que se empiece por el final; es decir, por la práctica, para no contaminarse de las visiones que otros hayan tenido. De Eduardo Villoldo lo recomiendo todo. Y todo está en español. Claro, sus últimos libros son más sintéticos y prácticos. Sirven para iniciarse en el chamanismo de forma absolutamente directa e iniciar la autosanación y aprender la sanación, aunque esto es mejor que se deje para cuando uno haya completado en parte de sanación.

En todo caso, podéis seguir a muchos otros autores, e incluso cursos que hay en España de chamanismo esencial, (pero no es necesario) debéis usar el discernimiento, hay mucha basura y engaño, aunque se haga sin mala intención, en todo lo que es el “mercado” de la espiritualidad. Por eso, tanto lo que os puedan decir estos libros y otros, como lo que os comunicó Raquel, u os pude comunicar yo, no son más que una guía para que encontréis vuestro maestro interior. No busquéis en nadie, ni en un libro a un maestro, encontraréis a personas más sabias que vosotros, aprended de ellas, pero no os apeguéis, de lo que se trata es de ser libres, de caminar la senda del Chamán, que es la senda del guerrero, el sanador y el sabio. Hay que empezar por la del guerrero y luchar contra nuestros demonios internos, que son nuestros vicios y apegos, que proceden de esta vida o de otra, eso no tiene importancia, el caso es que los vivenciamos ahora y es ahora cuando hay que sanarlo y consisten en el fundamento de nuestra historia personal o ego. Y esa sanación no es el fin, no es más que el comienzo para que os trascendáis y abandonéis vuestra historia personal y seáis consciencia transpersonal y una con la Naturaleza, el Ser o el Espíritu. Buscad el silencio, a través de la meditación, o en contacto con la naturaleza, y en la soledad. Dedicad tiempo a la soledad, el silencio para que se reinicie el Despertar de la consciencia que empieza por la recapitulación: el recuerdo de vuestra vida. Haced ese ejercicio.

Buscad a vuestro animal de poder, o animales de poder, y dejaros que os guíen. Pedid consejo, para ello deberéis tener apertura, confianza y dejaros llevar. Da igual como los llamemos: energía, inconsciente colectivo, reacciones bioquímicas del cerebro, espíritus, no importa, eso es cuestión de palabras. En realidad, tienen existencia y la capacidad de interactuar con nuestro cuerpo físico a través de nuestro cuerpo energético o de luz. Y así podemos seguirlo y trascender hasta la Fuente. Invocad a vuestros guías y ancestros, que os lleven a reconocer vuestros demonios interiores y a sanarlos. Son seres de luz que ya se han purificado, solo transmiten lo que son y lo que somos, nos ayudan a recordar lo que somos, seres de luz. Y la Luz es el amor incondicional. Limpiad vuestros chakras de todo lo negativo y expandid el chakra del corazón. El objetivo no somos nosotros, eso es narcisismo, el objetivo es la humanidad. En un principio, el chamán cuidaba de la tribu, el clan; ahora la enorme misión del chamán, junto con muchas otras personas por distintos caminos, es cuidar a la humanidad, sanarla, ponerla en contacto con su verdadero Ser, pero esto no lo podremos hacer si antes no nos hemos reconectado nosotros y, con ello, hemos transcendido nuestra consciencia egoica. Para ello hay que aprender a amar. Y amar es olvidarse de sí mismo, para ser Sí Mismo: Uno. Equilibrad el corazón con el cerebro. En realidad, son uno, pero el desarrollo de la cultura y nuestra biografía los han separado, nuestra tarea es unirlos. Y estad siempre agradecidos, no carecemos de nada. Cuando caigáis en el sentimiento de carencia, que os lleva a la tristeza, el sufrimiento y el dolor, transmutar la tristeza en alegría por medio del amor. Mirad qué es lo que os hace estar tristes. Es un apego, seguro, que genera una emoción negativa y que procede de un trauma de esta vida, o incluso de la gestación u otra vida. No penséis las sucesivas vidas en la línea del tiempo, el tiempo lineal es una construcción psicológica, no existe, pero es una creencia persistente. Todas nuestras vidas se dan de una vez en la eternidad, son formas de manifestarse el espíritu y a través de esas manifestaciones, autoconocerse.

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La meditación sobre la muerte es la meditación definitiva y única. Nos saca de la concepción lineal del tiempo, de la identificación con el ego y nuestra historia personal y nos traslada a la mirada desde la eternidad. O desde el tiempo cíclico. Entonces adquirimos la mirada del águila, que dice el chamanismo, o la mirada del sabio. Ya no hay apegos una vez que hemos muerto para renacer en el Espíritu.

Al que no le guste la meditación sobre la muerte es el que más necesitado está de ella porque es el que más atado está a su ego y su historia personal, el que más apego tiene. Así que no está mal, aunque nos pueda costar, empezar a meditar sobre la muerte. Estamos muriendo desde el momento en el que fuimos concebidos. Pero si miramos con más amplitud, la muerte nos lleva a una consciencia más amplia de nosotros mismos que no se ciñe al yo egoico, sino a la consciencia pura e infinita. Por eso, meditar sobre la muerte nos lleva a la vacuidad, la impermanencia y el desprendimiento del ego.

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El tiempo, una puerta que se abre y se cierra. La eternidad. La transformación de la crisálida en mariposa en un instante. El tiempo se encierra en el Despertar. Despertar que procede de la transformación, de la alquimia interior. De trascender lo inconsciente a lo consciente. El tiempo es el viaje interior que hacemos en el que salimos de un sitio para volver a él siendo otro, y habiendo dejado de ser todos los que somos, o creíamos ser. Un viaje que nos lleva hacia el infinito insondable del Ser, a los confines de lo que hay, sin moverse, porque el infinito tiene el centro en todas partes y el límite en ninguna.

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"Adentrarse en el Alma Ancestral es adentrarse en la memoria. Odín, una de las figuras clave de la tradición chamánica del Norte de Europa, se da cuenta de que para descubrir quiénes somos de verdad, tenemos que beber del pozo de los recuerdos, pues si bebemos y nos adentramos lo suficiente en ellos, podemos recorrer hacia atrás todo el camino de nuestro linaje ancestral hasta llegar al inicio de los tiempos, al momento en el que se originó ese misterio al que llamamos Vida." Jez Hughes. "El corazón de la vida. Iniciación y curación chamánica en el mundo moderno.”

Al fin y al cabo se dice lo mismo desde el chamanismo nórdico que lo que dice Jung, que, a su vez es lo mismo que la sabiduría griega del conocete a ti mismo o la autoindagación. El conocimiento del alma ancestral nos lleva al conocimiento de que somos Uno, pero con una particularidad. Somos Uno y diversos. Vamos de lo singular a lo universal y no se puede olvidar nuestra singularidad. de ahí el hincapié que hace el chamanismo en el enraizamiento en la tierra y en nuestros ancestros.

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La tristeza es una idea inadecuada de nuestro Ser, una falta de conocimiento. Conlleva un apego, un sentimiento de carencia. Se está triste porque se considera (o se quiere) poseer algo que no se posee, ni tiene por qué poseerse. De ahí la sensación de carencia. La tristeza deviene, pues del amor mal entendido, de la creencia de que aquello que nos apetece es nuestro. A la vez que esclavizamos a aquello que nos apetece, (cuando es el caso de una persona) nos esclavizamos nosotros. Esa tristeza es el fundamento del amor romántico (y de todo amor limitado e interesado), que es un amor posesión. La tristeza disminuye la potencia y el poder del alma, nos enajena. Frente a la tristeza tenemos la alegría. Ésta es expansiva, no quiere, ni pretende, poseer, se transmite a los demás seres de la naturaleza, humanos o no humanos, se desborda. Por eso la alegría aumenta nuestro contento de Ser, nuestra potencia de Ser. La alegría engendra la perpetuidad en la Unidad, mientras que la tristeza, engendra la autodestrucción. La alegría se da en la eternidad, la tristeza, en el tiempo. Tristeza y alegría son opuestos y se necesitan en la armonía cósmica, no conoceremos la alegría sin la tristeza, pero la tristeza es lo que tenemos que aprender para llegar a la alegría. Y siempre, en la parte limitada, finita y física de nuestro ser habrá un punto de tristeza en la alegría a pesar de haberla podido trascender. Sólo el amor de Dios, o el Ser, o la Naturaleza,… nos da la perspectiva de la eternidad y el conocimiento de nuestro Ser ilimitado. No obstante, en una realidad que consiste en un equilibrio de opuestos, en la que no existe dualidad, es imprescindible sentir la ira, la vergüenza, la rabia, la tristeza, la belleza, la cordialidad, la generosidad. No podemos negar las emociones o afectos del cuerpo son parte del autoconocimiento de Dios, y es el amor hacia ellos el que obra la magia de la alquimia. La negación sólo nos lleva, o al materialismo, o a la represión, o a una enajenación espiritual que niega el cuerpo (narcisismo espiritual.) Es el sentir en el cuerpo lo que nos lleva a lo universal. ¿Cómo podríamos aprender el desapego si no hemos vivido, sentido, amado y aceptado ese apego? Es necesario sumergirse en lo que el cuerpo nos dice y aprender de ello para poder trascenderlo, que no eliminarlo, ni integrarlo. Todo es luz y es la lección que hemos de aprender, puede doler, pero hay que abrazar el dolor, sin caer en el narcisismo, evidentemente. Desde la aceptación.

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Agradecer es la forma de acceder a la unidad que somos. El agradecimiento es la puerta de entrada a la visión desde la eternidad. El agradecimiento nos une a todas las criaturas en la esencia común que somos. A través del agradecimiento olvidamos nuestra historia personal, nuestra separación, dejamos de identificarnos con la pesadilla que hemos creado a partir de nuestras creencias que se convierten en ideas limitantes que nos construyen. El agradecimiento nos permite soñar desde el Ser, trascendiendo nuestra particularidad. Agradecer es tomar consciencia de nuestra comunión con todo lo real.

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La esperanza podríamos decir que es una virtud a medio camino o un camino hacia la realización y el estado de Gracia. La gracia, la beatitud es la forma suprema de la virtud por la cual conocemos a Dios, la divinidad, la luz, el Espíritu,…de forma directa e inmediata, a la vez que es un autoconocimiento. Una identificación, un recuerdo de quiénes somos, de nuestro Ser real viviendo una experiencia material. Por eso la esperanza se sitúa aún dentro del tiempo, mientras que la gracia, o el amor a dios, que diría Spinoza, se da en la eternidad (ausencia de tiempo), de ahí su inmediatez. Pero la esperanza es necesaria y anima y alumbra la búsqueda, porque es una potencia del alma. Produce alegría, ahora bien, es necesario el coraje para mantener la esperanza y no caer en la desesperanza, en el miedo, la tristeza y la desidia que ensombrecen el alma y eliminan su potencia. La esperanza es soñar y para soñar hace falta valor. Pero cuando el sueño se da en la eternidad, entonces es pura espontaneidad. En tal caso es cuando estamos en el estado de Gracia o beatitud. Y esto es nuestro Ser, por ello todo consiste en recordar y recordamos a partir de la facultad de ensoñar con valor. Y para ensoñar con valor es necesario desidentificarse de todos los roles que uno tiene o ha tenido; es decir, eliminar nuestra historia personal o el apego e identificación que a ella tenemos.

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Nuestro problema es que no sabemos quiénes somos. El asunto es el olvido. De ahí que nuestro sentimiento es el de carencia y separación y que el problema sea un problema de conocimiento. Y, por eso, UCDM, nos dice que de lo que se trata es de cambiar nuestra percepción. Y, cuando cambiamos la percepción, no nos percibimos como el yo que creemos ser, el yo físico, psicológico y biográfico. No nos identificamos con él. Mientras nos sintamos identificados con el ego, sufriremos, nos sentiremos especiales, culpables, víctimas o salvadores. No nos habremos redimido de nuestra historia personal. No habremos expiado ni practicado el perdón. Pero cuando nos reconocemos en el Ser que verdaderamente somos, se acabó la escisión, la soledad, el sufrimiento. Nos reconocemos como la divinidad que somos. De lo que se trata es de creer con intención. Cambiar nuestra percepción es aplicar, como dice el chamanismo, la segunda mirada, es decir, ver desde el Espíritu y no desde el ego. La arrogancia del ego es la arrogancia del ignorante; es decir, la de no reconocer que hay más de lo que su mente ha fabricado para sobrevivir.

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Estar en el mundo, pero no Ser del mundo. Esto es el estado de Iluminación o Despertar. Es la Paz en el mundo porque no hay identificación con ningún papel, simplemente, se Es. Se está, porque es la forma que tiene el Ser de experimentarse. Pero esa experiencia o autoconocimiento nos enseña la autoliberación. Desde que nacemos tenemos una gran lección que aprender, vivir las pasiones, afectos o emociones, para liberarnos de su servidumbre, no para eliminarlas. La liberación de la servidumbre de los afectos es la Alegría suprema, la vuelta a casa, al Hogar, el reconocimiento y recordar de nuestro Ser. De ahí que podamos seguir estando en el mundo, las apariencias, los entramados del ego, pero no Ser de él. El mundo, tal y como se nos presenta, es una fabricación del ego, es una falsa percepción. Hay que cambiar la mirada para trascenderlo, no para ocultarlo y autoengañarnos. El viaje es necesario. Es la única manera de aprender quiénes somos realmente. Y no podemos ocultar el mundo porque, en realidad es sabiendo mirar al mundo y a todos sus seres: piedras, plantas, animales y hombres, como nos reconocemos en el Ser.

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El apego al ego es la implicación en nuestra historia personal. Es la creencia de que somos lo que es nuestra biografía. La cuestión para trascender esta dualidad y conseguir la Unidad y nuestro reconocimiento de quiénes somos es la de reconocer quiénes no somos. A lo largo de la historia hay una serie de arquetipos (universales) que funcionan para todo el mundo con los cuáles se identifica. Son de esos arquetipos de los que nos tenemos que desidentificar. Hay muchos, tanto universales, como particulares (de la biografía individual), pero los tres que anuncio son los más generales y permean toda nuestra vida. Sería importante ser capaz de identificarlos en nuestra biografía y ser capaz de trascenderlos, que, insisto, una vez más, no es ni negarlos ni integrarlos, sino de conseguir desidentificarse y hallar la armonía de los opuestos. En el fondo todo es Luz y en ello es en lo que debemos de confiar. Esos tres arquetipos son: el de víctima, el de verdugo o el de salvador. Todos nos identificamos de alguna manera con estos arquetipos, aunque siempre con uno más que con otro y, además, varía a lo largo de nuestra vida. El trabajo consiste en desidentificarse de los tres. Para ello es necesario una recapitulación de nuestra vida e identificar los momentos en los que nos hemos sentido: víctimas, verdugos o salvadores (para los que crean en la reencarnación, tienen que ver también las vidas pasadas.) La cuestión es identificar el estado y aceptarlo por medio del amor incondicional y, después, dejarlo ser. La aceptación puede ser difícil, puede que uno no admita, que se resista. Esto es señal de que está atrapado en ese papel. Es ahí donde tiene que bucear en los hechos, cómo interpreta los hechos, los juicios que hizo y que hace, sus emociones, de entonces y de ahora y, poco a poco, con amor ir aceptando y soltando (desidentificarse: eres eso, pero no sólo eso, no te identificas con ello, pero no lo niegas) Es el proceso de individuación, que llama Jung, o de hacer consciente lo inconsciente.

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En última instancia todo se reduce al miedo a la soledad. Todo apego no es más que una forma de no sentirse solo. Pero, la soledad, es una ilusión, nadie está solo porque todos y todo está interconectado, no somos cosas aisladas, sino Unidad y Unidad en relación. El problema de la ilusión de la soledad es pensar que algo o alguien llenará aquello que nos falta. El asunto, entonces, es el sentimiento de carencia, que vuelve a ser una ilusión. No se carece de nada cuando se está conectado con todo. Ahora bien, cuando se vive escindido, separado, aparece el sentimiento de carencia, soledad y, ello, produce un intenso sufrimiento y desasosiego que es el del desamparo. Todos hemos sufrido, en mayor o menor medida, este sentimiento, en última instancia es una herida que todos tenemos de la infancia, el habernos sentido solos y abandonados por un ser querido, principalmente, la madre. Pero, incluso, no siendo así, todos hemos sufrido la herida del nacimiento. Por eso todos tenemos el sentimiento de desamparo, de expulsión del paraíso, de incompletud y de vuelta al útero materno (siempre y cuando allí estuviésemos bien, que es lo normal, pero no siempre.) Así, la soledad, el sentimiento de desamparo es la expresión de nuestra desconexión con el Todo, de escisión, de conciencia egoica. Para trascender este sentimiento, primero hay que sanar la herida (identificarla, analizarla, observarla, perdonar y perdonarnos…) y después transmutar la carencia, la soledad, desde el agradecimiento y el amor incondicional. Mientras que el sentimiento de carencia nos empequeñece, el Agradecimiento nos engrandece y nos permite entrar en sintonía y conexión con todos los seres. El agradecimiento es desprendimiento y, por tanto, ausencia de apego y, ello significa, que no hay miedo. Y cuando no hay miedo es que la ilusión de la soledad ha desaparecido. Pero, si buscamos cosas o personas, en definitiva, es que estamos huyendo de nosotros mismos, de nuestra soledad, tenemos miedo y estamos bajo la dinámica del deseo. Paradójicamente, la Búsqueda es un no buscar, aceptar y Ser.

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“Cuando el padre engendró a todas las criaturas me engendró a mí y yo emané con todas las criaturas y, sin embargo, permanecí dentro del Padre.” Eckhart, Sermón, 22, siglo XIV. Nosotros ya estábamos en él, y estábamos de una forma real, verdadera, cada uno de nosotros, pensados eternamente por Dios, y pensados para volver a Él. De ahí nuestra nostalgia, nuestra pena, nuestra separación, el Alma llora, en definitiva, por la separación porque sabe que no está donde tiene que estar.

Dice Echhart: “El nacimiento del Hijo se produce de la siguiente manera: El Padre engendra a su Hijo, como a su igual, y lo engendra en mi alma, así, mi alma se convierte en una celestial morada de la deidad eterna.” Y luego, le lleva a decir una frase que ha sido una de las discutidas y terribles frases de Eckhart: “De que Dios sea Dios, yo soy la causa, si yo no existiese, Dios no existiría.” ¿Qué está diciendo Eckhart con esta frase que nos deja aturdidos, que nos deja sobrecogidos? Silesius, repite en el siglo XVI una frase idéntica: “Sé que sin mí, Dios no puede vivir ni un minuto. Si me vuelvo nada Él ha de entregar el alma.” Es decir, ese Dios impasible, eterno, ajeno a la Creación, no hubiera sido nunca si el alma no lo hubiera realizado como tal Dios; es en el alma donde Dios se expresa, se enamora de sí mismo, nosotros somos el vehículo del amor que Dios se tiene a sí mismo. Cuando nosotros hablamos del amor de Dios…no es un “de Dios”, de Él, sino un amor de Dios de nosotros, nosotros nos amamos a nosotros en Dios, y Dios al amarse a él, nos ama a nosotros. No se pueden separar ambos amores. Cuando esto se entiende bien, toda la explicación afectiva, hacia fuera, sobra. Porque si en el amor que Dios se tiene a sí mismo, reside el amor que yo soy, y al amarme a mí lo amo a Él porque Él al amarse me ama a mí, sobra absolutamente cualquier otra motivación para amar…

…el amor de Dios es el ser del mundo. No es algo que se le añade al mundo, no es que Dios ame al mundo, es que Dios es el amor del mundo, es su fundamento, su realidad.

Por eso, cuando el hombre busca su fundamento, allí, es donde encuentra a Dios. Por eso, el único camino posible es la interiorización, la búsqueda del fondo del alma, la búsqueda del interior del alma, donde Dios está siempre y está por esencia, está porque Él es eso, está porque está esperando a que yo sea, mientras tanto no es.” María Toscano y Germán Ancochea. “Místicos neoplatónicos. De Plotino a Ruisbroeck.” pp. 86-90

Pero, más que reflexionar, los textos de los místicos son invitaciones a la acción. Son una muestra de que el estado de iluminación es posible, que ya lo estamos, pero lo hemos olvidado. Que de lo que se trata es de recordar, o de cambiar la percepción, o salir de la caverna.

En la búsqueda espiritual se cae como en una autoflagelación. Lo primero que uno se dice es que él no puede, es un alimento estupendo para el ego, para aferrarse. No es eso, en cuanto uno comienza el camino, empieza a ver la luz, aunque a fogonazos y no puede recuperarla, se le va de las manos, pero sabe que está ahí. Entonces hay que confiar. Hay que tener apertura y reconocer a Dios en nuestro interior y en todos los seres. Para ello lo que hace falta es la interiorización. Y a esta interiorización llegamos por la meditación (oración el que quiera) y el silencio, mucho silencio y soledad. Hay que acallar el ruido externo, primero, y, luego, más difícil, el ruido interno (la mente) y saber que estás en la consciencia, en la plenitud de la consciencia. Experimentar esa consciencia siempre que podamos, cada día más, hasta que se haga habitual. Experimentar el amor como gratitud.

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Un fragmento de uno de los padres de toda la mística cristiana en el que podemos observar la comunidad que hay entre toda mística (no así en las religiones que se diferencian y entran en guerra) y, una cosa muy curiosa. Ahora que se habla tanto de desapego, pues es el camino que propone Dionisio basado ya en Platón y los neoplatónicos: Plotino, Porfirio, Proclo. Yo recomiendo bucear siempre en los orígenes. Mientras más al fondo vayamos, más nos daremos cuenta de que las cosas ya estaban inventadas y de que hay una comunidad o universalidad en lo que creemos diferente.

“Dioniso nos muestra en su Teología Mística, un camino, una forma de penetrar en esa Tiniebla Luminosa, en que acaba toda búsqueda. Tiniebla, pero Luminosa, conocimiento que se traduce en una Luz que, a fuerza de ser toda Luz, se entenebrece:

“…dejando el ejercicio de los sentidos y de las operaciones intelectuales, y no solo lo que es sensible e inteligible, sino aquellas cosas que son y aquellas que no son, para que de manera indemostrable, en cuanto es posible, puedas unirte mediante el no-conocimiento con Aquel que es anterior a la esencia y a todo conocimiento; y así, saliendo de ti mismo, y abandonando todas las cosas en un impetuoso impulso, libre y puro, seas elevado hacia los rayos de tinieblas sobre-esenciales de la divina obscuridad, después de haber todo abandonado y de haberte despojado de todo.” Teología Mística. De María Toscano. “Dionisio Aeropagita. La Tiniebla es Luz.” P. 208

Visión chamánica. Vacuidad, plenitud, luz, obscuridad. Todo es lo mismo y diferente. La armonía de los contrarios.

Mi maestro interior me muestra múltiples cosas. Un paseo por la infinitud, por el Ser. Recalamos en un arroyo de aguas cristalinas, se sienta, me siento a su lado. Yo soy un niño, él es un anciano, pero ágil, sabio y risueño. Mira el arroyuelo y permanece serio reclamando mi mirada. Yo miro y veo el agua correr. De pronto entiendo. Soy agua…todo fluye. No somos cosas, somos procesos en relación. Nuestros propios cuerpos a los que damos un nombre y una biografía son miles de millones de seres vivos que a la vez están constituidos de miles de millones de otros seres. Un viaje hasta el infinito de lo pequeño que me lleva al infinito de lo grande, pero ya no se distingue. Lo infinito es, pero no se puede decir, ni contemplar, excede todo, sólo sentir. Cada bocanada de aire Ilumina el cuerpo con la totalidad (infinitud) del universo.

¿Quién soy yo? ¿Cuál es el referente de los contenidos de mis pensamientos? Sólo son papeles, interpretaciones, sombras. ¿Quién está detrás del yo (Juan Pedro) que pregunta? LA NADA O EL TODO, ¿Quién detrás de un pensamiento cualquiera (tú, por ejemplo) del yo (Juan Pedro) que pregunta? NADA Y TODO. Nada está en todo y todo está en nada. Eso es la vacuidad, la impermanencia, el interser.

El viejo maestro sonríe: todo es Alquimia. Todo es Luz, todo participa de la Luz, que es el Bien y el Amor. Su sonrisa es la expresión del bien y su carcajada la ironía frente a mi ignorancia y con la que me enseña.

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El final de un sueño tremendamente clarificador. Sólo cuento el final porque es lo que lo dice todo y por la contundencia que lo sentí, pues llegó a despertarme. En el sueño me encontraba en un debate con mi maestro interior, o el arquetipo del sabio, o el sí mismo, todos funcionan en la psique de la misma manera, de carácter filosófico-teológico y experiencial (es una irrupción del inconsciente en el consciente que trata de decir algo. El sueño es particular, pero cuento este final porque, aunque tenga un mensaje personal, también el mensaje es universal) El centro del debate, lógicamente era yo, en tanto que consciente, como ocurre en todos los sueños. Pero en éste no había ninguna simbología, hablaba directamente con el inconsciente y el debate termina de forma contundente. Oí y sentí las siguientes palabras por todo mi ser que dieron fin a la conversación y me desperté, pero como en un sueño lúcido, siendo consciente, del sueño. Esto es una práctica, que no he conseguido realizar, salvo en raras ocasiones y muy limitadamente, como ahora, en la que se trata de ser consciente de tus sueños, se llama el yoga del sueño y es muy practicado en el Tibet, budismo tibetano. Cuando uno lo consigue plenamente es consciente, aunque duerma, las veinticuatro horas del día. Aunque hay un momento muy interesante, que es la fase fisiológica del sueño profundo o sueño sin sueño, entonces la consciencia es de Nada, es la oscuridad no dual de la que habla el Advaita o la vacuidad del budismo. En fin, el caso es que la frase que me despertó, o con la que me desperté fue la siguiente: “Dios sólo habla a los guerreros.” Fue contundente, definitiva y con ella se acabó todo debate. Y es muy curiosa porque mezcla el cristianismo, o el concepto de Dios, no de la religión, sino en el sentido espiritual-místico, con el guerrero (chamanismo.) Y el guerrero es una de las sendas del chamanismo. Hay cuatro: el cazador, el guerrero, el sanador y el sabio. Todas van juntas, pero la que las dirige es la del guerrero, porque la del guerrero es la del valor, sin valentía, sin fuerza, no se pueden recorrer las otras sendas. Es decir, que Dios, que el camino espiritual, sólo se va a abrir al valiente, al que se atreva, al que sea capaz de dejarlo todo (desapego, o desasimiento o desprendimiento) El guerrero no representa la lucha, sino el valor, es más difícil poner la otra mejilla, que devolver el golpe. El guerrero no lucha, sino que fluye con el opuesto. Y eso es más difícil, requiere valentía. Luchar, atacar, es sentirse herido, sentir la carencia. No luchar es aceptar y la aceptación requiere valor. Sólo por medio del cultivo del valor Dios nos habla, es decir, encontramos las señales que podemos seguir en nuestro camino espiritual particular. Curiosamente el concepto de guerrero espiritual es más universal de lo que parece. En el budismo existe este concepto. Incluso hay un libro que lleva ese título: El guerrero espiritual. En el cristianismo también, el camino espiritual es simbolizado como una actividad de guerrero, como lo hemos descrito antes. En definitiva, el camino espiritual es la transmutación de nuestros demonios, vicios, a través de los ángeles. Es una guerra interior. Por eso se dice que todo hombre lleva el infierno dentro: está en guerra.

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Desmontando mitos.

Estamos en la que podemos llamar la tercera oleada de espiritualidad. La primera tuvo lugar en los años sesenta del siglo pasado con los movimientos pacifista, la liberación sexual, los movimientos antisistema, la recepción popular de las filosofías orientales, las drogas y su uso masivo… La segunda tuvo lugar centrada en el fin de milenio. Y la tercera, en la que estamos, surge a partir de la crisis económica del 2007 y alcanza su cenit centrándose en los acontecimientos previstos por el calendario Maya en el 2012. El problema de estos movimientos, independientemente de sus grandes beneficios y que ya, de entrada, son una resistencia al sistema injusto de organización social, es que no están enraizados en sus orígenes, en primer lugar (esto habría que explicarlo por extenso) y, en segundo lugar, que hay una ignorancia inmensa sobre la espiritualidad como dimensión universal del hombre y se mezcla la espiritualidad, con la sanación, la sanación con la alimentación, ésta con el culto al cuerpo, otros niegan el cuerpo, otros lo utilizan (el poder de la sexualidad), en última instancia es que al faltar conocimiento, falta libertad, porque no hay libertad sin conocimiento. Pongo un par de ejemplos:

Se utiliza mucho el término fluir, lo cual está bien. Pero está bien si el fluir se refiere al wu wei del Taoísmo; esto es, a la acción sin reacción. El fluir es la no resistencia, no el eludir responsabilidades. En muchas ocasiones se utiliza este magnífico concepto como un ocultamiento de nuestra responsabilidad, lo cual es una renuncia clara a nuestra libertad. Porque, si renunciamos a la responsabilidad nos hacemos esclavos de los deseos y confundimos deseos con el fluir, cuando el fluir es, fluir ante la adversidad, no rehuir.

En segundo lugar, el espiritualismo de gran parte de la new age es “autocentrado”, es decir, narcisista. Lo que tiene en cuenta es la salvación de uno por medio de cualquier técnica, escuela, sanación, gurú… esto, para empezar, da lugar a la pérdida de libertad, por un lado y, por otro anteponer el yo al nosotros; es decir, la espiritualidad es el paso a lo transpersonal, ahora bien, el narcisismo es quedarse en lo egoico. La espiritualidad tiene su punto de mira en la humanidad, en el nosotros, no en el yo egoico que solo se ve a sí mismo. La tarea del héroe, del guerrero es luchar contra sus demonios para estar al servicio del hombre. Esta dimensión la vemos claramente en la filosofía (Sócrates y sus segyuidores) y en las religiones: el cristianismo (la misión heroica es mostrar el camino de la salvación del hombre que reside en el interior de cada cual) y el budismo (lo importante no son los logros de la meditación, ésta, sin la compasión, no es nada, es una burbuja en la que uno se esconde. De ahí la figura del Bodhisava que antepone su iluminación a la felicidad, el bien y la paz de todos los seres del universo.

Lógicamente estos errores surgen de nuestra sociedad que es, de por sí, esclava y egoista. Ahora bien, cuando empieza a recorrerse el camino espiritual hay que analizar las ideas que nos sostienen e ir eliminando todas las que son una mentira, un engaño urdido con otros fines, generalmente, el de dominarnos y convertirnos en rebaño y extirpar la posibilidad de la soledad que es amenazada por el miedo, en lugar de ser fomentada. Ahora bien, hay una cosa importante, no habrá cambio de la sociedad mientras no se produzca el cambio en nuestro interior, un cambio individual, y éste conlleva el de la conquista de la libertad y, para llegar a ella es necesario autoconstruirse y, autoconstruirse requiere de la soledad y la autoindagación. Una comunidad humana verdadera está constituida por hombres libres que tienen como fin lo universal (la humanidad), no los límites de su ombligo.

Otro error muy extendido es el del relativismo. Es heredado directamente de la Modernidad que trae como réplica la posmodernidad. La Modernidad se alza como una verdad única basada en la razón y que se expresa científicamente. Esta verdad excluye cualquier otro discurso. Frente a este totalitarismo de la razón, con tremendas repercusiones sociopolíticas (totalitarismos, genocidios) se alza el posmodernismo que niega la existencia de ninguna verdad y lo reduce todo al sujeto individual. En tal caso lo que se nos dice es que todo vale, que no hay verdad o que todo es verdad. Que cada cual sigue su camino y su camino es tan válido como cualquier otro. A esto es a lo que se le llama relativismo. Pero, lo curioso del relativismo es que, en el fondo, es un autoritarismo, el de la relatividad de las opiniones. Es la tiranía de la opinión frente a la crítica racional que nos libera de la superstición, el error, el poder arbitrario, el autoengaño, la autocomplacencia y nos eleva hacia la libertad. Pero, claro, eso cuesta y es más fácil permanecer en la llamada “zona de confort” y no pensar, sino considerar que lo que ya se sabe, lo que le han dicho a uno, todo el bagaje del inconsciente colectivo, que ni conoce, es válido. Pues, ¡no!, esto es la tiranía de la ignorancia. Si queremos dar el paso hacia la libertad hemos de usar nuestra propia razón. Para llegar a los estados sutiles de consciencia, a la no dualidad, no podemos saltarnos ningún paso en la evolución de la consciencia, como tampoco lo hacemos para llegar a ser homínidos. Pero hoy en día existe un gran vacío emocional, del que hablaremos en otro punto, que nos lleva a agarrarnos a cualquier cosa como a una tabla de náufrago. Pero no hay que olvidar que, dicha tabla, no es más que una tabla. No hay muchos caminos, hay solo un camino, eso sí, se recorre de diferentes maneras y eso sí que depende de cada uno. El único camino es el de la Vida o la Realidad. Su afirmación y la fusión con ella es lo místico, la espiritualidad. Y esto es ya una vivencia y de la vivencia sólo se puede guardar silencio.

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La filosofía como forma de vida.

“El discurso filosófico no es filosofía…Las teorías neoplatónicas filosóficas están al servicio de la vida filosófica…La filosofía de la época helenística y romana se nos presenta pues como un modo de vida, un arte de vivir, una manera de ser. De hecho, a partir de Sócrates al menos, la filosofía antigua había adoptado este carácter…La filosofía antigua propone al hombre un arte de vivir, al contrario que la moderna que aboga en primer lugar por la construcción de un lenguaje técnico reservado al especialista.” P. Hadot, citado por Arnold Davidson en “Religión, razón y espiritualidad” p. 152

Hoy más que nunca, y como en todo momento de crisis y crítico como éste. Más bien último, pues es necesario volver a la vieja sabiduría olvidada y olvidarnos de las promesas de la pseudosabiduría que, mal o bien intencionadas, no nos curan de nuestros males, sino que nos hunden cada vez más en las tinieblas y en nuestro propio exterminio, como comunidad humana y como individuo.

La filosofía nació y se ejerció como un discurso inseparable de kla vida, era una reflexión sobre la vida y el mundo inseparable de la praxis, es decir, que de la reflexión surgía una forma de estar y ser en el mundo, así como de una forma de estar y de ser en el mundo surgía una reflexión. No había, pues, esa macabra diferencia entre lo práctico y lo teórico. Una teoría estaba llena de vida, sino no le interesaba a nadie. No se discutían teorías, es más la discusión, el diálogo, la contemplación, la ascesis, eran formas de estar en el mundo. Las teorías no estaban separadas de la vida, emergían de ella y después, al pasar por la experiencia vital, volvían a la vida modificadas, integradas, validadas, modificadas. Pero todo era una experiencia vital. La teoría no estaba separada de la vida, sino no podemos entender el propio término de filosofía. la filosofía es el amor de la sabiduría, del conocimiento. No se puede separar amor y conocimiento. Al conocimiento llegamos por el amor y, mientras más conocemos y reconocemos nuestra ignorancia, mayor es nuestro amor y agradecimiento. El conocimiento es inútil por definición, es práctico, que es distinto. Es más, es una praxis, una forma inteligente de vivir. Y una forma inteligente de vivir es entregarse con todas las fuerzas a la Vida. El conocimiento es vida y el amor es la forma de vivir el conocimiento, es entrega.

 

Libertad frente a miedo e hipocresía.

“¿Por qué la gente da dinero a los mendigos y a los filósofos no? (Le preguntaron a Diógenes) Porque piensan que algún día pueden llegar a ser mendigos pero, filósofos, jamás.” Diógenes el cínico.

Hay que contextualizar un poco esta frase. En primer lugar, Diógenes vivía en la absoluta indigencia, no tenía posesiones, salvo su bastón y su escudilla, ésta última la tiró viendo que un niño comía con las manos y dijo: “un niño me ha superado en sencillez”. Ésta era la vida de Diógenes, un filósofo admirado, tanto que, incluso el emperador Alejandro Magno fue a visitarlo para aprender de su filosofía a cambio de todas las riquezas; a lo que el filósofo respondió, lo único que quiero es que te apartes para que pueda darme el sol. Diógenes vive desapegado de toda riqueza, por un lado, nos muestra esto y que éste es el camino de la sabiduría y la libertad y, por otro, nos muestra su valor y coraje, frente al hombre más poderoso del mundo, no es que se amedrante, o le rinda pleitesía; sino que, muy seguro de sí mismo, le dice que se aparte para poder seguir tomando el sol. Alejandro Magno y todo lo que simboliza (que, entre otras cosas es lo que ha triunfado en Occidente) son prescindibles para el filósofo, porque éste, al prescindir de todo, al no necesitar de nada, al carecer de deseos, es LIBRE. La liberación es el no deseo, la ausencia de apegos. Encontramos aquí toda una línea común a toda la sabiduría perenne. Vemos que esta enseñanza, ya en Sócrates y Pitágoras, es la base y el centro del Budismo, así como del Taoísmo, el Hinduismo advaíta y la mística: Cristiana y Musulmana.

Por otro lado, en aquel tiempo, los filósofos eran personas de prestigio, muy valoradas (filósofo era el que sabía y vivía conforme a su saber, no había diferencia de especialidades, ni de teoría y práctica) que vivían muy bien bajo el amparo y la protección de los más ricos que demandaban su enseñanza. Diógenes, como muchos otros, pues elige, para alcanzar la sabiduría, el camino de la vida sencilla, sin mortificaciones, vivir con lo necesario y lo natural, lo más cercano a la naturaleza, como un perro, de ahí lo de cínico. Pues bien, en su frase, Diógenes muestra algo muy importante para la vida del filósofo, y muy difícil, por lo cual casi nadie puede llegar a serlo, pero por nuestra consustancial falta de coraje, miedo e hipocresía. Lo que nos muestra es el desapego de todo. La gente da limosna a los mendigos y no a los filósofos, ¿por qué?, pues porque cuando se da limosna no se es caritativo, ni se ejerce la fraternidad, (en términos generales, claro) sino que se actúa bajo otra emoción o sentimiento más inconfesable y éste es: el egoísmo. ¿Por qué? Pues porque se da limosna, se hacen campañas solidarias y demás, no por resolver los problemas, sino por el miedo que tenemos a vernos en esa situación. Tenemos miedo de caer en la indigencia y, por eso hacemos con el otro lo que un día el otro queremos que haga con nosotros. (Damos limosna, cuidamos a los enfermos, a los ancianos, a nuestros progenitores y familiares, generalmente renegando, o porque es lo que hay que hacer, lo que está establecido y lo que espero que hagan conmigo un día) Actuamos por egoísmo, no por desprendimiento o por amor incondicional. Y, de ahí, que el filósofo, en este caso representado por Diógenes, que vive en la más absoluta indigencia, no se le de limosna, porque, en el fondo, al filósofo se le teme. Porque el filósofo es indigente porque quiere; es decir, es libre y, sobre todo, no tiene miedo. Y, al no tener miedo está totalmente al margen y es el espejo de nuestro propio egoísmo, esclavitud, ignorancia e hipocresía. El filósofo, si ha conseguido el desapego, vivir conforme a la naturaleza, en la sencillez de satisfacer lo que la naturaleza nos demanda y ya está, más allá del poder, sin necesidad de pedir, entonces es libre y virtuoso. Y, en la libertad (individual y política) reside su felicidad. Y esto es lo realmente difícil, conquistar la libertad y, su libertad, que todos tememos, es su posición privilegiada y que le permite ser a la vez el Testigo y el espejo de la humanidad. Lástima que la humanidad no siguió el ejemplo vital de los primeros filósofos, sino el de los guerreros, los ricos y los políticos y ello nos ha llevado a una historia de degeneración, no de progreso. Pero aún siguen estos filósofos y los grandes sabios y místicos de la historia alumbrando como lumbreras perennes el camino de la libertad y sabiduría. Camino que es necesario recuperar en esta encrucijada civilizatoria final en la que nos encontramos todos.